Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

domingo, 11 de julio de 2010

Lecturas del día 11-07-2010


11 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. DOMINGO XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (CIiclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Benito ab, Pio I pp, Vladimiro, Olga mf, Marciana vg mr, Abundio pb mr.


LITURGIA DE LA PALABRA

Dt 30, 10-14: El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo
Salmo 68: Humildes, busquen al Señor, y revivirán sus corazón.
Col 1, 15-20: Todo fue creado por Él y para Él
Lc 10, 25-37: Parábola del buen samaritano 

El mandamiento (Dt 30 10-14) en la época del destierro fue para Israel una situación que confrontó el modelo de Alianza entre Dios y su pueblo, como principio de cambio y conversión. Esta conversión incluye la vuelta personal a Dios y el cumplimiento de todos su mandatos, “con todo corazón” como pide Dt 6,4.

Aunque el capítulo 30 está redactado en segunda persona del singular, es de sentido plural en la época del exilio: “cuando te sucedan estas cosas” (v1) ya les han sucedido. Todo el capítulo presupone la destrucción de Judá y Jerusalén el año 587 a.e.c..

La buena nueva para el pueblo se centra en el capítulo 30. Se presenta mostrando que el precepto no supera las fuerzas, ni está fuera del alcance (v11) aunque el pueblo esté en el exilio. No está en el cielo, ni más allá de los mares (vv12-13). La Palabra de Dios ya ha sido pronunciada y se encuentra en nuestra boca y en nuestro corazón. Si nos llenamos de su palabra, se realizará su voluntad en nosotros (v14). Tener cerca la Palabra es amar a nuestro prójimo.

Hoy necesitamos también estar abiertos a la palabra que se nos dirige en los signos de los tiempos y los lugares, como palabra reveladora de la acción de Dios en nuestra historia, con el compromiso de escucharla y vivirla en radicalidad y compromiso 

El tiempo de composición del salmo 68 lo encontramos expresado en la última estrofa que leemos: “el Señor salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá” (v36), época inmediatamente posterior al destierro, pensando posiblemente en el grupo de exiliados que anhelaban la reconstrucción del templo.

El salmo es un canto de un “siervo de Yahvé” (v18), que sufre el señalamiento. El rechazado e ignorado por las estructuras de poder, es visto con el cariño de Dios que ve en este siervo un ejemplo y testimonio para los que como pobres, buscan y aguardan la ayuda de Dios. Con este siervo están en juego la confianza y la esperanza de otras personas. El salmo es una invitación a salir del egoísmo, y ponerse en función del servicio a los demás, con la marca inconfundible del amor.

Este himno de Colosenses presenta en toda su profundidad la primacía de Cristo, como hijo de Dios y como principio de toda la nueva humanidad que renace en él. Conecta la acción salvadora de Cristo con la obra de la creación, unidas a un mismo tronco, con las raíces profundas de la fe.

La nueva creación que surge con Cristo, se presenta en el modelo de nueva humanidad, por el mundo y la historia, donde hay que trabajar por ellas para cumplir el plan salvador de Dios en su Hijo. Al ser humano le ha faltado vivir la reconciliación con la obra de Dios y se sigue dando un distanciamiento enorme entre ellos y en la causa de su justicia.

Visión panorámica de esta parábola: La mentalidad judía del tiempo de Jesús, absorbida por el legalismo, se había convertido en una conciencia fría, sin calor humano, a la que no le importaban las necesidades ni los derechos del ser humano. Solo se hacía lo que permitía la estructura legal y rechazaba lo que prohibía dicha estructura. El legalismo impuesto por la estructura religiosa era la norma oficial de la moral del pueblo. Se había llegado, por ejemplo, a establecer, desde la legalidad religiosa, que la ley del culto primaba sobre cualquier ley, así fuera la ley del amor al prójimo. Esto asombraba y preocupaba a Jesús pues no era posible que en nombre de Dios se establecieran normas que terminaran deshumanizando al pueblo.

Este era el contexto en que nació la parábola del buen samaritano: un hombre necesitado de ayuda, caído en el camino, más muerto que vivo, sin derechos, violentado en su dignidad de persona, es abandonado por los cumplidores de la ley (sacerdotes y levitas) y en cambio es socorrido por un ilegal samaritano (que no tenían buenas relaciones con los israelitas). Jesús hizo una propuesta de verdadera opción por los derechos de ese ser humano caído, condenado por las estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas que aparecen excluyentes (estructuras que se encargan de no respetar los derechos de las personas y no les permitan vivir en libertad y en autonomía). Jesús quiere decirnos cómo la solidaridad es un valor que hay que anteponer no solo a la ley del culto, sino también a la misma necesidad personal, buscando el bienestar social y comunitario, la defensa de los derechos de tantos y tantas que viven en situaciones de falta de solidaridad y de reconocimiento de sus derechos, nos hace pensar en la opción por continuar el camino de compromiso y de trabajo en nuestras comunidades y organizaciones, desde el compromiso solidario con los hermanos y hermanas que están caídos en el camino, por el no reconocimiento de sus derechos.

La parábola es todo menos un juego de palabras bonitas, es algo más que una pieza literaria de la antigüedad. Es una constante interpelación para hoy.


Sólo Lucas nos conserva en su evangelio esta parábola.

Este texto, tan ampliamente conocido en la liturgia, se inicia con una pregunta de un maestro de la ley, o letrado, frente lo que hay que hacer para ganar la vida eterna.

Jesús, a su vez, le devuelve la pregunta para que el letrado la busque en su especialidad, él tiene la respuesta en la ley... El letrado, citando de memoria Dt 6,5 y Lv 19,18, hace una apretada síntesis del sentido frente a los 613 preceptos y obligaciones que se alcanzaban a contar en la cuenta de los rabinos, para responder en dos que son fundamentales: Amar a Dios y al prójimo... Jesús aprueba la respuesta..

El letrado interroga nuevamente, pues en el Levítico el prójimo es el israelita y en el Deuteronomio se reserva el título de hermanos únicamente para los israelitas...Jesús, en lugar de discutir y entrar en callejones sin salidas, no busca plantear nuevas teorías e interpretaciones frente a la ley antigua y su práctica, sino que propone una parábola como ejemplo vivo de quién es el prójimo.

Podemos contemplar en la parábola los personajes y sacar de allí las consecuencias de enseñanza para el día de hoy: un hombre (v 30) anónimo que es victima de los ladrones y cae medio muerto en el camino; un samaritano (v 33) un medio pagano – o tal vez un pagano completo- cuyo trato y relación con los judíos era casi un insulto a sus tradiciones; un sacerdote (v 31) y un levita (v 32), la contraposición y la diferencia entre dos rangos de poder religioso, pues el levita era un clérigo de rango inferior que se ocupaba principalmente de los sacrificios, “testimonios” de un culto oficial y de los rituales a seguir en la religión establecida.

La relación entre cada uno de los personajes de la parábola es distinta: el sacerdote y el levita frente al hombre caído en el camino no se basa en el plan de la necesidad que tiene este último, sino en el de inutilidad que presentaría ante la ley y el desempeño del oficio, el prestarle cualquier atención al hombre caído, impediría a estos representantes del culto oficial poder ofrecer los sacrificios agradables a Dios. El samaritano, por el contrario, no encuentra ninguna barrera para prestar su servicio desinteresado al desconocido que está tendido y malherido, que necesita la ayuda de alguien que pase por ese camino. El samaritano únicamente siente compasión por la necesidad de ese hombre anónimo y se entrega con infinito amor a defender la vida que está amenazada y desposeída.

Prójimo, compañero, dice Jesús en esta parábola, debe ser para nosotros, en primer lugar el compatriota, pero no sólo él, sino todo ser humano que necesita de nuestra ayuda. El ejemplo del samaritano despreciado nos muestra que ningún ser humano está tan lejos de nosotros, para no estar preparados en todo tiempo y lugar, para arriesgar la vida por el hermano o la hermana, porque son nuestro prójimo.

PRIMERA LECTURA
Deuteronomio 30, 10-14
El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo
Moisés habló al pueblo, diciendo: "Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.

Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?"; ni está más allá del mar, no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?"

El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 68
R/.Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión, vuélvete hacia mí. R.

Yo soy un pobre malherido; Dios mío, tu salvación me levante. Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. R.

Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. R.

El Señor salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá. La estirpe de sus siervos la heredará, los que aman su nombre vivirán en ella. R.

SEGUNDA LECTURA.
Colosenses 1, 15-20
Todo fue creado por él y para él 

Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles,

Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.

Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.

Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.

Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 10, 25-37
¿Quién es mi prójimo?
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?"

Él le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"

Él contestó: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo."

Él le dijo: "Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida."

Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?"

Jesús dijo: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.

Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?"

Él contestó: "El que practicó la misericordia con él."

Díjole Jesús: "Anda, haz tú lo mismo."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Deuteronomio 30,10-14. El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo 
El texto presenta una orden de Moisés: «Obedecerás... y te convertirás» (v. 10). A primera vista, parece una petición inmotivada de sumisión. Pero si ponemos el fragmento en su contexto, veremos cómo la obediencia se sitúa en el marco de la alianza. En el comienzo está la obra de Dios: “Vosotros habéis visto todo lo que el Señor hizo en Egipto al faraón, a sus servidores y a todo su país; con tus propios ojos viste aquellas terribles pruebas, aquellos grandes milagros y prodigios” (Dt 29,1). El pueblo está invitado a responder a la iniciativa de Dios, a entrar en su alianza aceptando sus condiciones: «Observad, pues, las palabras de esta alianza» (29,8). 

Si el pueblo, después de haberlas aceptado, no las observa, será castigado con el exilio. Pero de éste será posible volver mediante una nueva intervención gratuita de Dios: «El Señor, tu Dios, hará volver a tus deportados, tendrá piedad de ti» (30,3), y él mismo te inducirá a la conversión, «circuncidará tu corazón» (30,6). Gracias a esta acción divina, todo el mundo estará al final en condiciones de convertirse y de obedecer, como pide Moisés, y de procurarse así la felicidad que Dios desea ofrecerles: «El Señor se alegrará de nuevo por ti haciéndote feliz» (30,9).

Por otra parte, es posible obedecer no sólo por el impulso interior que viene de Dios, sino también porque lo que él manda está a nuestro alcance: «No es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance», sino que «está muy cerca de ti» (vv. 11.14). La ley del Señor es accesible, y obedecerla es el camino de la “vida”: «Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que yo te prescribo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos y observando sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, vivirás y serás fecundo» (Dt 30,16). 

Comentario Salmo 68. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Es un salmo de acción de gracias colectiva, El pueblo se encuentra congregado (tal vez después de la vuelta del exilio en Babilonia y la reconstrucción del templo) y celebra, con acción de gracias, la presencia de Dios a lo largo de todo el camino recorrido, recordando la gran peregrinación del pasado, esto es, la época en la que Dios caminaba al frente de su pueblo durante la conquista de la Tierra Prometida.

No resulta fácil exponer el modo en que se organiza este salmo. Existen diversas propuestas. Además, las traducciones no siempre coinciden entre sí. Nosotros vamos a dividirlo en seis partes: 2-4; 5-11; 12-19; 20-24; 25-34; 35-36. La primera (2-4) comienza diciendo que Dios se levanta. No se sabe a qué época se refiere. Tal vez a los tiempos de la esclavitud en Egipto. El hecho de que Dios se levante tiene dos consecuencias: enemigos, adversarios y malvados huyen, del mismo modo que se disipa el humo y se derrite la cera, mientras que los justos exultan y se alegran. Destacamos estas dos imágenes: la de la inconsistencia del humo en el aire y la de la cera en presencia del fuego (3).

La segunda parte (5-11) presenta el tema fundamental que recorre todo el salmo: la marcha del Señor, que avanza hasta llegar al santuario (el templo de Jerusalén). El es el jefe de la marcha del pueblo rumbo a la conquista de la Tierra Prometida. Aquí encontramos algunos de los títulos de Dios que no podemos olvidar: «Padre de huérfanos, protector de viudas» (6), el que da una casa (tierra) a los marginados, que libera a los cautivos y los enriquece (7a). La marcha del Señor por el desierto hace que tiemble la tierra y que se disuelvan los cielos. Es una expresión simbólica que habla de la reacción de la naturaleza ante el Dios de la Alianza. La marcha prosigue, presentando ahora a Dios como pastor que guía a su humilde rebaño (Israel) hacia la toma de posesión de la tierra.

La tercera parte (12-19) habla de la tierra, un tema que ya ha comenzado antes, Dios dispersaba a los reyes de Canaán, mientras que el pueblo descansaba. Se compara al pueblo con las ovejas que descansan en los apriscos y con palomas que baten sus alas plateadas, destilando oro de sus plumas (14). Los anteriores dueños de la tierra salen huyendo atemorizados ante la presencia del Señor, y las mujeres se reparten el botín, hartándose y enriqueciéndose (13). Vuelve, entonces, el tema de la marcha de Dios. El Señor camina desde el Sinaí, lugar de la Alianza, al santuario, lugar de su morada, como un héroe victorioso. Las montañas de Basán, altas y escarpadas, envidian inútilmente el monte Sión, que Dios ha elegido como morada en medio de su pueblo.

La cuarta parte (20-24) es una breve «bendición» de Dios por sus acciones: lleva las cargas del pueblo, salva, libera, también es Señor de la muerte, a los enemigos les aplasta la cabeza, conduce nuevamente al pueblo a la libertad (23) y permite vengarse del enemigo (24). Se trata de siete acciones en favor de su pueblo.

La quinta parte (25-34) retorna el tema central, la marcha victoriosa de Dios hacia el santuario. Es una marcha en el presente (momento en el que surge este salmo) y del pasado (época de las tribus en el desierto). Se pide que, al igual que en tiempos pasados, Dios reprimo, también en el presente, a los enemigos de Israel (31a), para que paguen tributo a Dios. Es interesante señalar que se quiere el fin de las guerras (31b) y que también los pueblos no judíos vayan en procesión al encuentro del Dios de Israel (32-34). Estamos, por tanto, después del exilio (cf Sal 67), una época en la que se ve a Dios como Señor de todos los pueblos y naciones. 

La última parte (35-36) presenta el objetivo que pretende alcanzar este salmo: que todos los pueblos reconozcan al Dios de Israel, quien, desde el santuario, meta definitiva de su marcha en la historia, impone reverencia y da fuerza y poder a su pueblo.

Con toda seguridad, este salmo habría surgido, una vez concluido el exilio en Babilonia, de las celebraciones del pueblo de Dios. En ellas se daba gracias por la presencia de Dios en el caminar de su pueblo, desde la época del éxodo (casi mil años antes), hasta el momento en que nació este salmo. De todo ello nacía una clara certeza: en todos los conflictos que hubo de afrontar Israel, allí estaba Dios, a su lado, llevando sus cargas, salvándolo, liberándolo, defendiéndolo, etc. La gran marcha del Señor había sido una marcha de liberación, hasta instalarse en el templo, su morada. A los enemigos del pueblo se les trata como enemigos de Dios, lo que viene a indicar que el Señor es un Dios que toma partido. Pero también se advierte una progresión en este salmo: mientras que, en la época de la conquista, los reyes salían huyendo y Dios aplastaba la cabeza de sus enemigos (13.22), al final se invita a los reyes de la tierra a cantar a Dios, a tocar para él. Así pues, ha habido un cambio en la visión de las cosas. Se trata de la superación de un nuevo conflicto «teológico» o «religioso».

Para los judíos que tuvieron que reconstruir su identidad nacional después del exilio en Babilonia, el templo adquirió una importancia fundamental. Se puede afirmar que, en ese período, la desaparición del templo hubiera supuesto la desaparición del judaísmo. De ahí la importancia del «santuario» y de la marcha que, hacia él, emprende Dios en este salmo.

Son muchos los elementos de este salmo que configuran el retrato de Dios. Indicarnos algunos de ellos. En primer lugar; nótese la variedad de nombres que recibe: «Dios», «Señor» (en ocasiones, detrás de este «Señor» está su nombre propio, Yavé), «Todopoderoso», «Dios del Sinaí», «Dios de Israel»... Son nombres que pretenden abarcar toda la historia del pueblo. Dios siempre está presente en su curso. En segundo lugar, algunas expresiones que identifican al Señor: «Padre de huérfanos, protector de viudas», aquel que da una casa (tierra) a los marginados, que libera y enriquece a los cautivos (6-7 a), pastor que conduce a su humilde rebaño hacia la conquista de la tierra (11.14). A continuación, las siete acciones descritas en 20-24: lleva las cargas del pueblo, salva, libera, también es Señor de la muerte, aplasto la cabeza de los enemigos, conduce nuevamente al pueblo a la Iibertad (23) y posibilito vengarse del enemigo (24). El motivo de la marcha hacia el santuario lo presenta como el «Dios-con-nosotros» que camina al frente de su pueblo (8), presidiéndolo y conduciéndolo hacia la conquista de la libertad y de la vida. Además, pone en movimiento una «peregrinación» de pueblos y de reyes que vienen a su encuentro, pues él es Señor de todos, para que reconozcan «la fuerza de Dios» (35a).

Comentario de la Segunda lectura: Colosenses 1,15-20. Todo fue creado por él y para él.

El himno exalta la grandeza de Cristo apoyándose en tres puntos de referencia. Respecto al Padre, Jesús es el icono, la imagen visible del Dios invisible (cf. v. 15). Por eso dice: «Quien me ve a mí ve a aquel que me ha enviado» (Jn 12,45; 14,9). Es el mediador de la obra de la redención: «Por medio de él», mediante su sangre derramada en la cruz, el Padre celestial ha reconciliado consigo el universo (v. 20).

En un contexto filosófico en el que se pensaba que el cielo y la tierra estaban poblados por potencias misteriosas, se afirma que Cristo posee el primado absoluto sobre todas ellas, que el cosmos está bajo su dominio, que él es el principio y el fin de todas las cosas: «todo lo ha creado Dios por él y para él», «Cristo existe antes que todas las cosas» y todas encuentran «en él» su consistencia (vv. 15b-17). Cristo ejerce su señorío también sobre la Iglesia, su «cuerpo», del que es «la cabeza» (v. 18).

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10,25-37. ¿Quien es mi prójimo? ¡Cualquier mienbro de la humanidad!

El maestro de la Ley plantea una pregunta de suma importancia; se refiere a la vida eterna y al camino para llegar a ella, aunque le mueve una intención poco limpia “para tenderle una trampa”: v. 25). Jesús le responde con otra pregunta que, didácticamente, implica también al interlocutor, como si le dijera: «Tú eres un maestro de la Ley y, a buen seguro, conoces la respuesta a tu pregunta». Cogido por sorpresa, el maestro debe seguir el juego. En realidad, responde de una manera excelente, fundiendo en uno los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo (Dt 6,5; Lv 19,18), lo que le merece la aprobación de Jesús: «Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás» (v. 28).

El maestro, «queriendo justificarse» (v. 29), es decir, deseando evitar la mala imagen de haberse presentado aparentemente sin motivo, puesto que ha mostrado conocer la respuesta a la pregunta que había planteado, se ve obligado a interrogar a Jesús sobre otro punto: ¿Cómo puedo saber quién es «mi prójimo»? La cuestión a la que parece aludir es si por «prójimo» se entiende sólo «los hijos de tu pueblo», como se lee en el texto citado más arriba (Lv 19,18), o si el concepto se extiende también a los extranjeros que habitan en Israel: «Si un emigrante se instala en vuestra tierra, no le molestaréis; será para vosotros como un nativo más y lo amarás como a ti mismo» (Lv 19,33-34; cf. Dt 10,19). Y, por otra parte, si entre esos extranjeros debe amarse sólo a los prosélitos, es decir, a los que habían aceptado vivir plenamente a la manera de los judíos.

Jesús le responde con la parábola del buen samaritano, en la que enseña tres cosas: que el prójimo es cualquier miembro de la humanidad, simplemente «un hombre» (v. 30); que esto lo comprende hasta un samaritano, alguien mucho menos cualificado que un maestro, un sacerdote o un levita: un «excomulgado», al que los judíos no consideraban ni siquiera como prójimo, es propuesto por Jesús como modelo de hacerse prójimo; y, sobre todo, muestra que la pregunta ha de hacerse en la dirección opuesta, no hacia nosotros mismos, sino hacia el otro: no quién me es prójimo, sino quién se hace prójimo. Amor significa aquí «tener compasión» de cualquiera que sufra, tomar la iniciativa y hacer al otro lo que si yo estuviera en necesidad quisiera que me hicieran a mí. La respuesta de Jesús a la pregunta del principio sonaría en sustancia así: «Tiene la vida eterna todo el que cuida de la vida de cualquier necesitado». Paradójicamente, para tener la vida es preciso darla.

La primera lectura está armonizada con la del evangelio: en ambas podemos recoger dos mensajes para profundizar en ellos y actualizarlos. El primero es el de la proximidad. El texto del Deuteronomio afirma que la Palabra de Dios se ha hecho «próxima», se ha hecho accesible y practicable. El mandamiento de amar al prójimo está cerca del corazón del hombre; de hecho, lo comprende y lo pone en práctica hasta un samaritano, aunque no reconozca más que una parte de la Escritura (el Pentateuco) y sea considerado por los judíos como alguien medio pagano, mientras que, de manera extraña, en la observancia de este mandamiento se muestra inseguro el maestro de la Ley y fallan del todo el sacerdote y el levita, que anteponen la pureza legal (cf. Lv 22,4-7) a la ayuda a una persona. Por otra parte, la parábola del buen samaritano da la vuelta a la idea de prójimo: no se trata de alguien que se acerca a ti, sino de que tú debes acercarte al necesitado. El momento de tomar la iniciativa no depende del carné de identidad del otro, sino de tu capacidad de «compasión». El principio de la proximidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Las ocasiones de actualizarlo se nos presentan de continuo.

Un segundo mensaje que se desprende de las dos lecturas está en el nexo entre la observancia de los mandamientos, en particular el de la caridad, y la vida. En el fragmento del Deuteronomio, la vida es la de este mundo, sostenida por la abundancia de los bienes materiales, en los que se reconoce de modo concreto la bendición de Dios. En cambio, en el evangelio la pregunta versa sobre la vida eterna, una vida cualificada por la comunión con Dios, antes que por su duración perenne. En ambos casos, el camino de la vida pasa por la observancia del doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Si en otro lugar se dice que la vida nace del amor que recibimos, aquí se afirma que la vida se desarrolla en virtud del amor que somos capaces de dar. Quien quiera plenitud de vida sabe ahora cómo alcanzarla y puede examinarse sobre su camino: si ha seguido los pasos del buen samaritano o los del sacerdote y el levita.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10,25-37, para nuestros Mayores. ¿Qué está escrito en la ley? 

El evangelio de hoy es muy importante, porque nos indica cómo debemos concebir la caridad, cómo debemos amar al prójimo.

Se presenta a Jesús un letrado, un maestro de la ley, que quiere ponerle a prueba con una pregunta interesante: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Después será el mismo Jesús quien ponga a prueba a este hombre, obligándole a cambiar su mentalidad de letrado.

En su respuesta, Jesús empieza preguntándole. El letrado debe saber lo que está escrito en la ley; por eso le pregunta Jesús: « ¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?».

Su interlocutor le da una respuesta excelente, que corresponde a la enseñanza de Jesús: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Jesús lo aprueba, diciendo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida».

Sin embargo, el letrado quiere justificar su pregunta, y plantea otra: « ¿Y quién es mi prójimo?». Quiere saber cómo hay que interpretar el mandamiento del amor al prójimo; le pide a Jesús que precise los límites de ese amor.

De por sí, no todas las personas son nuestro prójimo. «Próximo» significa, en efecto, lo que está muy cerca de nosotros; los alejados no son nuestro próximo. Así las cosas, ¿hasta dónde se debe llegar en la consideración de las personas como prójimos nuestros? ¿Basta con amar a las personas de nuestra propia familia o es preciso amar asimismo a las de nuestra ciudad, a las de nuestra nación? Según la mentalidad de los judíos, no se puede ir más allá de este punto. De todos modos, el letrado quiere conocer un límite. 

Sin embargo, Jesús no responde directamente a esta pregunta, diciendo, por ejemplo: «Tu prójimo llega hasta este punto, y a partir de él las personas ya no son tu prójimo y puedes desinteresarte de ellas». Procede poniendo un ejemplo, cuenta una parábola muy significativa.

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó...» Jesús habla aquí simplemente de «un hombre»: no especifica si es judío, o samaritano, o pagano; no dice nada de sus opiniones, ni de sus creencias, etc. De este personaje sólo sabemos que es «un hombre».

Va de Jerusalén a Jericó y cae en manos de unos bandidos, que lo despojan, lo muelen a palos y se marchan, dejándolo medio muerto. Se trata, por consiguiente, de un hombre que se encuentra en una situación de extrema necesidad. Eso es todo lo que se sabe de él.

Un sacerdote bajó por aquel camino y, cuando lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Jesús no explica los motivos de este comportamiento. Es probable que el sacerdote no quisiera tener contacto con la sangre de un herido, o de un muerto, porque eso lo inhabilitaría para llevar a cabo las ceremonias del culto. Sea como fuere, el sacerdote pasó de largo.

Pasó también un levita por aquel camino; vio al hombre, pero pasó también de largo.
El sacerdote y el levita son dos personas que tienen una posición particular en el pueblo elegido y cuyo comportamiento debería ser de por sí ejemplar.

Después pasó un samaritano, que iba de viaje. Los samaritanos son personas despreciadas por los judíos. En el libro del Eclesiástico hay un pasaje muy duro respecto al pueblo samaritano, al que se califica de «necio» (Eclesiástico 50,26).

Así pues, pasó este samaritano, vio al hombre herido y le dio lástima la situación en que se encontraba este desconocido. Vio la necesidad en que se encontraba, vio su sufrimiento, vio que necesitaba ayuda, y tuvo compasión de él. Lo importante es tener compasión, estar abiertos a las necesidades y a los sufrimientos de los otros.

Jesús aparece en el Evangelio como modelo de compasión. Las expresiones «sentir lástima», «conmoverse», se le aplican a él en diferentes ocasiones: tiene compasión de la muchedumbre (Mateo 9,36; 14,14 y par.), de la viuda de Naín (Lucas 7,13), del leproso (Marcos 1,40-42), de los ciegos (Mateo 20,34)... Se trata de una actitud fundamental.

La compasión del samaritano no permanece estéril: se le acercó, le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura —lo que da a entender que el samaritano camina ahora a pie, junto al herido, como un siervo—, lo llevó a una posada y lo cuidó. Lo confió al posadero, con la promesa de volver y pagarle los posibles gastos. Se trata de una preciosa actitud de solidaridad humana.

Al final, Jesús le pregunta al letrado: « ¿Cual de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». De este modo, Jesús le ha dado la vuelta a la pregunta que había hecho el letrado al principio. En vez de preguntar si este hombre herido debía ser considerado prójimo, pregunta quién se ha portado como prójimo de él. Jesús quiere impulsarnos a hacernos prójimos de las personas que se encuentran en necesidad, a mantener con ellas una actitud generosa de solidaridad.

Naturalmente, el letrado responde: «El que practicó la misericordia con él». Y Jesús concluye: «Anda, haz tú lo mismo».

Jesús ha impulsado así al letrado a la conversión. Lo primero que necesitamos es una conversión de la mentalidad: no tener prejuicios, no establecer separaciones, no practicar discriminaciones, sino estar abiertos a todas las personas que se encuentran junto a nosotros y están necesitadas. Debemos hacer por ellas todo lo que esté en nuestra mano.

La primera lectura nos invita a creer que esta enseñanza es muy clara; por eso no hace falta ir al cielo o más allá del mar para buscar su explicación. Se trata de una realidad concreta, evidente, que se encuentra en nuestro corazón y en nuestra boca, para que la pongamos en práctica. Lo más importante es precisamente ponerla en práctica.

La enseñanza de Jesús es la de un amor universal, sin límites. Por eso debemos derribar todas las barreras, los prejuicios, y hacernos prójimo de todos.

La segunda lectura nos muestra cuál es el fundamento de este amor universal enseñado por Jesús: el hecho de que él es el Verbo de Dios que creó todo el universo.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 10,25-37, de Joven para Joven. El buen samaritano. 

Discípulos del gran Samaritano. Estamos, sin duda, ante una de las páginas más bellas y grávidas de la literatura universal. Ella define a Jesús como “el-hombre-para los-demás”, que marca el camino a sus discípulos y a toda persona de buen corazón. A la pregunta del fariseo Jesús no responde con un discurso teórico, sino que presenta el amor en acción, lo describe vivencial y operativamente.

Con la parábola hace un anuncio y una denuncia. Una denuncia: la religiosidad puramente ritualista y formal de los escribas y fariseos que “dan culto a Dios” y pasan de largo ante el sufrimiento del hombre. Esta denuncia es también un grito de alerta para sus discípulos, a fin de que no incurramos en la misma hipocresía. Proclama que la verdadera liturgia, la que alegra el corazón de Dios, no consiste primordialmente en ritos cultuales, sino en el servicio al hermano, el perdón, la actitud fraterna para con el otro (Mt 5,23-24)... El levita y el sacerdote prefieren pasar de largo ante el posible muerto para no contaminarse y poder seguir ofreciendo el culto. Es precisamente el hereje, el proscrito, el intocable, que se acerca al malherido, quien rinde el verdadero culto a Dios (Jn 4,23).

La parábola no se reduce a un mensaje moral; tiene un caudaloso contenido cristológico. El samaritano, en primer término, es Jesús. Él revela y realiza el amor de Dios a la humanidad, a cada ser humano; nos cura y alimenta con los sacramentos del óleo y del vino, y nos acoge en el albergue de la Iglesia. Los apóstoles son bienaventurados porque experimentan esta dicha y, a su vez, la van revelando en su solicitud por los demás, no como los sacerdotes y levitas judíos. “El Buen Samaritano” nos cura, nos revive, para convertirnos a cada uno y a la comunidad en buenos samaritanos, sanadores de los demás, transformándonos en sacramento de su ternura. Sin embargo, ¿no somos todos un poco cómplices del sufrimiento de los demás con nuestras actitudes injustas y desdenes?

Una lección perfecta:

— Amor universal. Jesús señala plásticamente los rasgos de un amor auténtico. Ha de ser universal. El samaritano sabe que el hombre que está tendido y tundido a palos es un judío; está en territorio judío; sabe que los judíos lo detestan. Pero no le importa. Lo único que le preocupa es que allí hay un ser humano que se desangra, que sufre, que le necesita, y esto le basta para socorrerlo. No puede haber fronteras para nuestro amor y nuestra ayuda, ni aunque se trate de enemigos: Si amáis a los que os aman, si ayudáis a los que ayudan, ¿qué merito tenéis? (Mt 5,46-47). Amar a los de vuestra familia, a los de vuestro círculo..., eso lo hacen también los increyentes, los agnósticos e, incluso, las personas de mal corazón.

— Amor afectivo. El samaritano, “al verlo, le dio lástima”, se “compadeció” (“padeció con” él), hizo suyo su sufrimiento, se le conmovieron las entrañas. Como diría Pablo, “lloró con el que llora” (Rm 12,15). Los evangelistas ponen de manifiesto en Jesús la actitud de la compasión: se compadeció de la viuda de Naín, de la muchedumbre que estaba en el desierto, de los amigos de Betania... El samaritano no trata de cumplir a regañadientes un deber para no cometer un pecado de omisión o para apuntarse un ingreso más en la cuenta del cielo. No, él “se compadeció”. Hay unos servicios y gestos de caridad secos y fríos, hechos por deber, pero sin afecto. Jesús invita a la calidez con que él mismo ungía las llagas y secaba las lágrimas.

— Amor efectivo. Jesús describe minuciosamente el socorro que presta el samaritano al malherido: Se acerca, le desinfecta las heridas y se las unge con aceite, se las venda, lo monta en la cabalgadura, lo lleva a la posada y paga el hospedaje, le hace compañía durante todo el día, se compromete a pagar todo lo que gaste hasta que el herido esté en disposición de irse. El socorro ha sido completo. Le ha aten

Elevación Espiritual para este día.

Tras meditar sobre los mandamientos y la oración consiguiente, fijemos nuestra mirada en Dios, que se revela a través de su Palabra. Con el doble mandamiento del amor, Dios no nos ordena nada diferente a lo que él mismo es. El Padre nos quiere connaturales, hijos capaces de amar a imitación suya. En el mandamiento principal se refleja el rostro de Dios. Deberíamos detenernos a considerarlo así: «Dios es amor»; el miedo al encuentro con él al final de nuestra vida se desvanecerá en la medida en que, desde ahora, «seamos como es él»
(1 Jn 4,16.17).

En la parábola del buen samaritano, Jesús nos habla, en el fondo, de sí mismo: es él quien en la sinagoga de Nazaret proclama «el año de gracia», el tiempo de la liberación de los pobres, de los prisioneros, de cuantos están oprimidos por las diferentes enfermedades (Lc 4,18ss). El evangelio cuenta las obras que Jesús, «imagen» del Padre (Col 1,15), lleva a cabo “movido por la compasión” (Lc 7,13; 10,33; 15,20).

Reflexión Espiritual para el día.

A lo largo de la historia, cada vez que los hombres y las mujeres han sido capaces de responder a los acontecimientos del mundo tomándolos como ocasiones para madurar su propio corazón se ha abierto una fuente inagotable de generosidad y de vida nueva, entreabriendo una esperanza que superaba toda predicción humana. Si pensamos en las personas que nos han infundido esperanza, reforzando nuestro espíritu, descubrimos con frecuencia que no eran en absoluto profesionales del consejo, de la amonestación y de la moral, sino sólo personas capaces de expresar, con sus palabras y sus acciones, la condición humana de la que participaban, y que nos han incitado a hacer frente a los hechos reales de la vida.

Los predicadores que reducen lo inexplicable a problema, ofreciendo soluciones de servicios médicos de urgencias, nos deprimen porque evitan la piadosa solidaridad de donde proviene la curación. Ni Sartre, ni Camus, ni siquiera Solzhenitsin han ofrecido nunca soluciones. Sin embargo, muchos de los que les leen encuentran energías para proseguir en la búsqueda. Quien no huye de nuestros dolores, sino que los toca piadosamente, nos cura y nos refuerza.

A decir verdad, la paradoja consiste en el hecho de que el comienzo de la curación está en la solidaridad en ese dolor. En nuestra sociedad, orientada hacia las soluciones, cada vez es más importante darse cuenta de que pretender aliviar el dolor sin compartirlo es como pretender salvar a un niño de una casa en llamas sin correr el riesgo de quemarse.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Lc 10, 25-37. Tobías.

La estupenda parábola del buen Samaritano (Lc 10,25-37) que la liturgia de este domingo nos propone puede sugerir la referencia libre a un hombre especialmente caritativo del Antiguo Testamento. Es un hebreo observante que vive exiliado en Nínive, la antigua capital de los asirios: su nombre es Tobit y su hijo se llama Tobías. Prácticamente son nombres similares que la traducción latina de la Biblia, la Vulgata de San Jerónimo, ha adaptado como Tobías («el Señor es bueno»). Nosotros adoptaremos esta forma, que es también el título del libro que narra las atribuladas pruebas de estos dos hebreos, exiliados en tierra extranjera pero fieles a las tradiciones de los antepasados.

Lectura devota de familias hebreas y cristianas, inspiración de muchas obras artísticas a causa del candor espontáneo y popular de muchas de sus páginas, «comedia fina y amable, poema muy bello y útil» según Lutero, este libro, a través de una especie de escenificación o montaje de escenas llenas de imprevistos, presenta un matrimonio que se realiza superando muchos obstáculos, no sólo de tipo práctico sino además misteriosos (afloran inquietantes presencias diabólicas). Al fin, sin embargo, las bodas entre el joven Tobías y Sara, emparentada con él, llegan a una meta gozosa. Es más, a pesar de todas las pruebas, se respira siempre en el libro una atmósfera serena y confiada, también porque en ella está la presencia del mensajero celeste, el ángel guardián Rafael («Dios cura»). 

Pero volvamos al primer actor del relato, ese Tobit/ Tobías padre, del que hemos partido. Había sido deportado de Galilea a Nínive en el siglo VIII a.C. Allí Dios le había bendecido dándole prosperidad, pero no le habían faltado las pruebas: en una noche sofocante, durmiendo al aire libre en el patio de su casa, se había quedado ciego al caerle sobre los ojos los excrementos calientes de un pájaro. Sin embargo su vida hasta ese momento se había señalado siempre por la caridad hacia el prójimo. Durante las fiestas hebreas Tobías se encargaba de buscar a los pobres para ofrecerles de comer y reconfortarles, Y había sido precisamente durante una fiesta, la de Pentecostés, cuando había sucedido un acontecimiento dramático.

El hijo de Tobías había salido a llevar alimentos a los pobres y había vuelto agitado: « ¡Padre, uno de nuestro pueblo ha sido estrangulado y tirado en la plaza!». El padre no había vacilado y, violando la norma del rey, que prohibía la sepultura de los hebreos, había acudido a recoger el cadáver y lo había llevado a su casa, esperando la noche para sepultarlo. Precisamente entonces fue cuando se quedó ciego (Tob 2). Sin embargo él había continuado dando testimonio de su fe y su caridad. La recompensa divina no podía faltar. El ángel Rafael, oculto bajo la apariencia de un joven llamado Azarías («el Señor ayuda»), será no sólo quien guíe al hijo para casarse con Sara, sino además el que prepare una poción sanadora para el padre ciego.

«Rafael había dicho a Tobías: “Unta sus ojos con la hiel del pez, recogido anteriormente; al escocerle se frotará y desaparecerán las manchas blancas. Tu padre recobrará la vista y verá la luz”» (11,7-8). Y así sucederá. Tobías concluirá entonces su historia con un cántico entusiasta de alabanza al Señor, celebrando a la amada Jerusalén (Tob 13), y su vida se apagará en paz a la edad de ciento doce años.
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: