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jueves, 15 de julio de 2010

Lecturas del día 15-07-2010

15 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. JUEVES XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (CIiclo C) 3ª semana del Salterio. SAN BUENAVENTURA, obispo y doctor, Memoria obligatoria.AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Pompilio M Pirrotti pb, Vladimiro re

LITURGIA DE LA PALABRA 

Is 26, 7-9. 12. 16-19: Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo
Salmo 101: El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra.
Mt 11, 28-30: Carguen con mi yugo 

Este pasaje da inicio a una serie de controversias en las que Jesús tiene como interlocutores a los fariseos. El tema gira en torno al descanso sabático que era importante para los judíos, era el día dedicado a Dios y no se podía realizar ninguna otra actividad que no fuera el descansar y la oración, el sábado era dedicado totalmente a Dios. Los fariseos reprochan a Jesús que sus discípulos hagan algo no permitido en sábado. La respuesta de Jesús sigue el esquema de las discusiones entre maestros de la ley: cita dos pasajes de la escritura en los que se violan preceptos importantes de la ley: la entrada de David en el templo con sus tropas para comer los panes que solo los sacerdotes podían comer, y el servicio del templo, que justifica la violación del descanso sabático. La afirmación de que el es el Señor del sábado y más importante que el templo es, sin duda, lo mas sorprendente. A sus interlocutores sólo podía sonarles como una pretensión blasfema e inaceptable, mientras que para los discípulos era una respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús.

La actitud y la respuesta que da Jesús a los fariseos encierra un duro reproche contra todos lo que anteponen el cumplimiento de la leyes rituales a la practica del amor. Es el hombre el que está por encima del sábado las leyes en todo caso están al servicio del hombre, están para humanizarlo y si no cumplen esa función no sirven sino solo para esclavizar al hombre.

PRIMERA LECTURA.
Isaías 26, 7-9. 12. 16-19
Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo
La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ansiando tu nombre y tu recuerdo. Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden justicia los habitantes del orbe.

Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento. Como la preñada cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz... viento; no trajimos salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo.

¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 101
R/.El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra.

Tú permaneces para siempre, / y tu nombre de generación en generación. / Levántate y ten misericordia de Sión, / que ya es hora y tiempo de misericordia. / Tus siervos aman sus piedras, / se compadecen de sus ruinas. R.

Los gentiles temerán tu nombre, / los reyes del mundo, tu gloria. / Cuando el Señor reconstruya Sión, / y aparezca en su gloria, / y se vuelva a las súplicas de los indefensos, / y no desprecie sus peticiones. R.

Quede esto escrito para la generación futura, / y el pueblo que será creado alabará al Señor. / Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, / desde el cielo se ha fijado en la tierra, / para escuchar los gemidos de los cautivos / y librar a los condenados a muerte. R.


SANTO EVANGELIO.
Mateo 11, 28-30
Soy manso y humilde de corazón

En aquel tiempo, Jesús exclamó: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".


Palabra del Señor

Comentario de la primera Lectura: Is 26, 7-9.12.16-19. Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo.
Oseas compara a Israel con una vid (o viña), una imagen entrañable para los autores bíblicos (cf. Is 3,14; 5,1-7;27,2;Jr3,2 12,10;Ez15,1; 17,6-10;Sal 80,9-19; Mt 20,15 Efectivamente, Israel se ha vuelto cultivador, se ha enriquecido, pero, justamente con el bienestar material, ha tomado impulso para abandonarse a un culto materialista y, al cabo, idólatra. «Tiene dividido el corazón». El profeta subraya con vigor la insinceridad que el formalismo religioso ha producido en concomitancia con la erección de estelas (“massebe”, es decir; columnas talladas con ambiciones artísticas), aunque con una depravación idólatra.

El pueblo se lamenta, a continuación, de no tener un rey como las otras naciones. El comentario del profeta constituye, sin embargo, una verdadera desaprobación: sin Yavé, Israel está perdido, tenga o no tenga rey. La destrucción de Samaría, dividida e idólatra, está predicha con vigor junto con el fin de su rey, arrastrado como «una brizna» en las trágicas aguas del asedio. «Espinas y zarzas» (cf. Gn 3,18) treparán por las ruinas de sus altares, y el pueblo, consciente al final de su propio daño, deseará que los montes le caigan encima para ocultar su propia vergüenza. ¿Cómo no sentir aquí algo así como un anticipo del anuncio lucano (Lc 23,30)?

En el v. 12 invita Oseas al pueblo a cambiar de vida: «Sembrad justicia», entendida ésta como obediencia a la voluntad de Dios; entonces cosecharán en un clima de «amor». Todavía una imagen agrícola, un campo, «nuevo» como el corazón del pueblo invitado a rechazar esta justicia, una justicia en la que lo que cuenta de modo fundamental es buscar a Dios, es decir; lo que él quiere.

Comentario Salmo 101. El Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra. 

Es un salmo de súplica individual. Alguien, que se encuentra en una situación grave, dama al Señor: «escucha mi oración» (2), «no me escondas tu rostro», «inclina tu oído», «respóndeme» (3). El drama de esta persona se ve incrementado a causa de la destrucción de Sión (Jerusalén), que refuerza su súplica: «Levántate y ten misericordia de Sión» (14a).

Tiene cuatro partes: 2-12; 13-23; 24-28; 29, que pueden agruparse por parejas: 2-12 + 24-28; 13-23 + 29; la primera de ellas habla de la dramática situación en que se encuentra el salmista; la segunda presenta el drama de Sión, la capital, que ha sido destruida. El sufrimiento del salmista tiene estas dos fuentes: su situación personal y la grave situación por la que atraviesa el país.

La primera parte (2-12) comienza con una súplica urgente (2- 3). La situación de este individuo exige una rápida intervención del Señor. A continuación viene una larga exposición (4-12), que comienza con la conjunción «porque...», que indica que el salmista va a exponer con detalle lo que está experimentando. Habla de cómo va debilitándose su vida, empleando numerosas imágenes: sus días se consumen como el humo, sus huesos queman como brasas (4) y el corazón se le seca como la hierba pisoteada (5a). Está solo y abandonado como un pelícano en el desierto, como una lechuza en las ruinas (7) o como un ave solitaria en el tejado (8). Sus días son como una sombra que se alarga y siente que se va secando como la grama (12).

La descripción de lo que está sucediendo continúa en la tercera parte (24-28). Esta parte forma pareja con la primera (2- 12). El salmista se encuentra sin fuerzas (24) y se queja por tener que morir cuando sólo ha transcurrido la mitad de su vida (25). Compara sus frágiles y pasajeros años con la eternidad de Dios (25.28) y sigue elevando su súplica. Incluso la tierra y el cielo, mucho más duraderos que la vida de una persona, son nada ante la eternidad de Dios. Aparecen dos imágenes que hablan de su fragilidad: se van gastando como la ropa y serán cambiados como un vestido del que nos mudamos (26-27).

La segunda parte (13-23) encaja perfectamente dentro de este tema, si bien su atención se dirige hacia otro punto. Comienza hablando de la eternidad del Señor (13), tema muy importante en todo este salmo. Pero inmediatamente se vuelve hacia Sión (Jerusalén) y la situación en que se encuentra: destruida por sus enemigos. El dolor de esta persona aumenta y, por eso, dirige su súplica al Señor: «Levántate y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te apiades de ella» (14a). También encontramos aquí, como en la primera parte, una explicación introducida con un «porque...»: «Porque tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas» (15). El salmista confía en que el Señor escuchará la oración del indefenso (18) y reconstruirá Sión (17), provocando el temor de naciones y reyes (16). Está tan convencido de ello, que sueña ya con que la generación futura alabará a Dios por la liberación del pueblo y por la reconstrucción de la capital (19-22). Sueña con el día en que todos los pueblos y reinos servirán al Señor (23).

La cuarta parte (29) forma pareja con la segunda (13-23). Funciona como conclusión: la generación futura vivirá segura y se mantendrá en la presencia del Señor.

La persona que rezó este salmo vivía una doble tensión: personal y social. Las imágenes que se emplean en las partes primera y tercera, que se corresponden entre sí (2-4 y 24-28), nos dan una idea de lo que estaba sucediendo. Probablemente, se trataba de una enfermedad. El salmista tiene fiebre (4), ha perdido el apetito (5) y el sueño (8). Se encuentra físicamente debilitado (24), tiene la impresión de que no llegará a viejo, porque va a morir en la mitad de sus años (25). Tenemos aquí la dramática situación de un adulto a punto de morir. Su drama personal aumenta cuando compara la brevedad de su vida con la eternidad de Dios. Además, habla de sus enemigos, que lo insultan todo el día, maldiciéndolo furiosos. Tal es su sufrimiento que, además de perder el apetito, su alimento consiste en ceniza y su bebida en lágrimas (10). Resulta difícil saber por qué los enemigos de esta persona la odian tanto, pero no es este el único caso de los salmos en el que un pobre enfermo es perseguido, calumniado y acosado a muerte (véanse los salmos 3 y 30, entre otros).

La tensión social también es fuerte, sobre todo en las partes segunda y cuarta (13-23 + 29). Sión ha sido arrasada, está llena de gente indefensa que reza (18), de cautivos que gimen y de gente condenada a muerte (21). Se habla de naciones y de reyes (16). ¿Acaso las naciones y los reyes que habían destruido Sión? Si el Señor se levanta y tiene misericordia de la ciudad, temerán su nombre divino y su gloria divina (16) y servirán al Señor (23), posibilitando que la generación futura viva segura y se mantenga en la presencia de Dios (29). Este salmo, por tanto, revela que nos encontramos ante una tensión personal (una enfermedad mortal) agravada por el conflicto social (la destrucción de Jerusalén).

Además de insistir en que Dios es eterno (13.25b.27a.28), este salmo lo presenta como creador del cielo y de la tierra (26). No obstante, su rasgo más importante sigue siendo el de ser el Dios aliado al que puede dirigirse la gente con confianza, esperando de él la liberación personal y social. En las peticiones iniciales (2-3) se deja bien claro que estamos ante el Dios que escucha el clamor y la súplica de la gente indefensa (18), que escucha el gemido de los cautivos y libera a los condenados a muerte (21). Es el Dios del éxodo y de la Alianza. Atiende el clamor de las personas y reconstruye la ciudad arrasada, para que, en su interior, proclame el nombre del Señor (22a) no sólo el pueblo elegido, sino toda la humanidad (23). Este salmo apunta ya a lo que Jesús proclamará más tarde: que Dios es Padre y Creador de todo y de todos.

Con una gran sensibilidad, este salmo intenta cautivar a Dios y obtener su piedad y misericordia, tanto en el ámbito personal, como en el social. En el ámbito personal, las numerosas imágenes empleadas para hablar de la enfermedad y de la debilidad de esta persona, están planteando indirectamente una pregunta a Dios: «Tú, que creaste al ser humano como señor de la creación (cf. Sal 8), ¿no te apiadas de él cuando sufre más que las cosas más débiles de la naturaleza?». En el ámbito social, también se intenta «ablandar el corazón» del Señor: «Tus siervos aman las ruinas de Sión, la capital, ¿es que tú no vas a apiadarte de aquella que los profetas presentaron como tu esposa?». De hecho, muchos textos proféticos de aquel tiempo, y anteriores, hablaban de la «alianza matrimonial» o «desposorios» entre el Señor y la ciudad de Jerusalén.

Jesús se encontró con muchas situaciones de súplica y de vida debilitada, y liberó a algunas personas incluso de la fiebre (Mt 8, 14-15). Decidió su programa de vida basándose en estas situaciones (Lc 4,18-19). Dio pan a los hambrientos (Mc 6,30-44) y rescató la vida de los excluidos (Mt 8,1-4).

La relación de Jesús con Jerusalén (y con el templo) fue tensa y conflictiva. En lugar de afirmar que reconstruiría la ciudad, aseguró que no quedaría en ella piedra sobre piedra (Mc 13,2), porque había dejado de ser el lugar en el que se defendía y preservaba la vida del pueblo.

Este es un salmo para rezar cuando nuestra vida (o la vida de otros) se encuentre debilitada y corra peligro (caso de algunas enfermedades); cuando vemos vidas segadas «en la mitad de sus días»; podemos rezar este salmo ante el caos social que engendra personas indefensas, cautivos y condenados a muerte... 

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11, 28-30. Soy manso y humilde de corazón. 

En la biografía al de san Sergio de Radonez se relata que, de muchacho, deseaba mucho aprender a leer la Sagrada Escritura, pero no lo conseguía. Sus maestros estaban desesperados porque no lograba recordar los distintos pasajes. Un día, se encontró con un ángel vestido de viejo misterioso y, desde ese momento, logró leer de modo ejemplar Este milagro, señala el biógrafo, tuvo lugar para que quedase claro que la inteligencia de la Escritura no proviene de los hombres, sino del Espíritu Santo. De hecho, distinguimos tres formas de adquirir conocimiento. La primera es a través de los sentidos: ver, escuchar, tocar para conocer la superficie de las cosas. La segunda es a través de la razón: por medio de la razón descubrimos los principios y las leyes de la naturaleza, formulamos definiciones y conceptos, reflexionamos. Pero hay otros misterios, profundamente escondidos, en los que pueden entrar sólo quienes tienen el corazón puro, por que verán a Dios (Mr 5,8). Los materialistas no reconocen más realidad que la que pueden medir y pesar. Para los racionalistas es verdadero sólo lo que comprenden. Pero los puros de corazón son conducidos por Dios mismo al paraíso, donde florecen las rosas de los misterios divinos.

Nadie conoce al Padre, sino el Hijo. La religión no consiste sólo en el conocimiento de Dios, sino en el contacto con Él, en el diálogo, en la oración. La razón sola no es suficiente en la relación con Dios; necesitamos una iluminación espiritual y no podemos entrar en diálogo con Él si Él no dice la primera palabra. La primera, fundamental y única palabra dirigida por Dios la humanidad es el logos, la Palabra que en la plenitud de los tiempos se hizo carne, el Hijo de Dios. El es la única puerta que conduce al Padre Jn 10,7).

¿Cuál será la suerte de los que no conocen a Cristo? ¿Pueden conocer a Dios y alcanzar la salvación? Hoy se utiliza el término «cristianos anónimos» para indicar a los que conocen a Cristo sólo en los valores generales de la bondad y la verdad, o bajo el aspecto de otras divinidades. Si buscan sinceramente la verdad, o aquí o en la eternidad, llegarán a comprender que, bajo otras formas y sin darle su verdadero nombre, en realidad buscaban a Aquel que ha dicho de sí mismo: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6).

Cristo es Dios y hombre, en primer término, Dios, es para nosotros un misterio, pero sabemos qué es el hombre, pero, ¿lo sabemos de verdad?

El estudio del hombre, la antropología, tiene muchas ramas o especialidades. El filósofo judío Filón de Alejandría distinguía dos: una es psicológica y estudia la composición del cuerpo y la capacidad es del alma; la otra es moral: el hombre que toma conciencia de lo que puede hacer y llegar a ser. Si el primer conocimiento es imperfecto, el segundo lo es aún más, porque con la gracia divina podemos ir mucho más allá de nosotros mismos.

En Jesucristo el hombre se ha hecho Dios y, por medio de Él, nosotros nos convertimos en Hijos de Dios. Y, entonces, ¿quién puede conocernos de verdad, si no el Padre que conoce al Hijo? Para llegar al conocimiento integral del hombre no es necesario empezar desde abajo, desde lo que vemos; sino desde lo alto, desde el conocimiento de Dios. Por este motivo, los santos, que penetraban en el conocimiento de los misterios divinos, poseían también la cardiognosia: leían lo que está escondido en el Corazón humano.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11, 28-30, para nuestros Mayores. Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. 

Es interesante señalar que al discurso sobre la necesidad de la misión (v. 38: «Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies») le sigue la llamada de Doce, que son enviados de inmediato. Existe, en efecto, un vínculo profundo entre el ser llamado a «estar» con el Señor y el ser «enviados» con él a los hermanos. Y se trata de una llamada por el propio nombre, es decir, dentro de la propia identidad pensada desde siempre por un Dios que nos ha llamado antes que nada a la vida, por amor; Como en Lc 9,1, Jesús confiere de inmediato su mismo «poder» a sus discípulos, un poder que se concreta en vencer a las fuerzas demoníacas y en curar el mal parcial (la enfermedad), como anticipo y signo de la liberación total del mal.

Mateo se toma un gran interés en la lista de los nombres, que —hacemos hincapié en ello— siguen el mismo orden que en Mc 3,16-19; Lc 6,14-16 y Hch 1,13. No es casualidad que el primero de la lista sea «Simón, llamado Pedro», el primero en dignidad. Los otros nombres aparecen emparejados. El autor del evangelio, el mismo que se llama Mateo, no se avergüenza de añadir a su nombre el poco honorable oficio de publicano. Por último, se recoge el nombre de Judas Iscariote, que pasará tristemente a la historia tal como aquí se dice: «el que lo entregó».

Veamos las primeras instrucciones de Jesús a los enviados: la invitación a consagrar su propia «misión» antes que nada a los israelitas «perdidos» y a anunciad; por el camino, la gran proximidad del Reino de Dios. El significado hemos de buscarlo en el hecho de que Jesús, judío entre los judíos, conoce las posibilidades latentes en su pueblo, que, oprimido por tanta religiosidad, una religiosidad que se había vuelto legalista y formar carecía de guías espirituales. Toda la iglesia primitiva —según dicen los Hechos— se movió después con este mismo estilo: anunciando a los judíos antes que a los otros el cumplimiento de las promesas hechas a Abrahán («A través de tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra»: Hch 3,25). Y la realización de la bendición de la que el mismo Israel es portador; si se convierte, es «el Reino de Dios», es decir, la presencia del Dios-Amor que, en Jesús, libera y salva.

Puede suceder que nuestras jornadas estén marcadas, a veces, por el sello de la eficiencia a cualquier precio. Se parecen a la vid de Oseas, que da fruto, pero no por el Señor ni para el Señor. Dentro de esta búsqueda «dividida», se resquebraja el corazón y se entorpece. Las consecuencias de esto son nefastas: «espinas» de descontento profundo y «zarzas» de preocupaciones y de falta de sentido. Ahora bien, si el corazón vuelve a buscar al Señor dentro de la «justicia», que es santidad de vida con Dios y para Dios, podrá cosechar «amor» para sí y para los demás. Eso es lo que subraya asimismo el evangelio que presenta Jesús mientras llama a los Doce y los envía, dándoles el poder de liberar del mal y de anunciar que el Reino de Dios (el amor misericordioso del Padre) está cerca de quien, con recto corazón, busca al Señor y su voluntad.

En nuestros días, es importante que el corazón entre en esta dinámica de llamada. Jesús nos llama por nuestro nombre. Para él, yo también soy único e irrepetible. Me conoce y me ama desde siempre. Su proyecto de salvación no consiste sólo en sacarme fuera de la falsedad de una vida centrada en intereses de corto alcance, sino que quiere hacer de mí nada menos que un instrumento de su salvación. Lo que importa es creer que él me da su poder y, en su nombre, puedo llegar a ser luz para los hermanos con tal de que permanezca en contacto con él mediante una fuerte oración y mi corazón esté orientado a él y a los intereses del Reino.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11, 28-30, de Joven para Joven. Acción de gracias al padre por la revelación. 

Meteoro procedente del cielo joánico. Así ha sido llamada esta sección de Mateo. Y no faltan razones muy serias que justifican el que se la haya bautizado así. En ella es descrito el misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, de su relación con el Padre, con la terminología y profundidad que son peculiares del cuarto evangelio. Incluso se ha dicho que esta perícopa originariamente no perteneció al evangelio de Mateo sino al de Juan. Estas afirmaciones sólo en parte son aceptables.

La revelación de la paternidad divina, de que Dios es Padre, sobre todo de Jesús y, a través de él, de los creyentes, constituye el centro de gravedad más acusado de la predicación de Jesús (ver el comentario a 6, 7-15). En la paternidad divina se halla resumido cuanto puede decir se de la relación de Dios con los hombres. En la filiación divina se halla resumido cuanto puede decirse de la relación del hombre con Dios. Es el mejor resumen del evangelio. Desde este punto de vista no era necesario que Mateo recurriese a Juan. Ambas tradiciones —la sinóptica y la joánica— dependen en este punto de la tradición y predicación más original.

La perícopa se halla estructurada en tres partes: a) acción de gracias al Padre por la revelación recibida; b) contenido de dicha revelación; c) invitación y llamada. Un esquema que no es nuevo. Se halla calcado en el mismo en que nos es presentada la Sabiduría (Eclo 51). La primera parte del esquema la acción de gracias, tiene como punto de referencia el rechazo que los escribas y fariseos habían hecho de la palabra de Jesús. Eran los doctos de la época, particularmente los escribas, los profesionales de la Ley. El misterio del Reino no es accesible a esta clase de sabiduría humana. La acción de gracias significa en este caso concreto la aceptación del plan o designio de Dios. Y este plan no puede ser aceptado más que por aquéllos que se presentan ante Dios conscientes de su vaciedad y pequeñez, con la pobreza sustantiva que caracteriza al ser humano, con la actitud de humilde y « desesperada» búsqueda de algo o Alguien que sea capaz de llenar la propia vida. Características que, por lo demás, pueden darse en la gente docta, en los doctores de la Ley, como lo demuestra el caso de Nicodemo (Jn 3, 1ss). Dios no admite que el hombre entre en petulante competencia con él. La autosuficiencia será el obstáculo mayor para que el misterio de Dios se abra a ellos. El plan de Dios puede ser aceptado o rechazado por el hombre, pero no puede ser discutido.

La segunda parte del esquema habla de Jesús como el único revelador del Padre. Y lo hace utilizando las categorías de « conocimiento » y « revelación ». La revelación de Dios, incluso en el grado del misticismo, era descrita en las religiones de la época —particularmente en aquéllas que habían sido influenciadas por la corriente de la gnosis— con estas categorías. Se hablaba de un conocimiento superior de Dios que, mediante determinados ritos, introducía al hombre en el mundo de lo divino. En el judaísmo se hablaba también de este conocimiento de Dios. Pero se afirmaba que Dios únicamente podía ser conocido por aquéllos que él había elegido. En definitiva, era el pueblo elegido el único conocedor de Dios. Dios le había entregado su propia revelación.

Jesús se presenta a sí mismo como el revelador del Padre, la plenitud de la revelación. Y esto es posible y se justifica desde su peculiar relación con el Padre, por su vida de intimidad con él desde toda la eternidad. El evangelio de Juan lo dice con mayor claridad: “Hablamos de lo que sabemos, y de lo que hemos visto damos testimonio”, «lo que ha visto y oído (el que viene de arriba) eso testifica», «el que Dios ha enviado habla las palabras de Dios», “el Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas” (Jn 3, 11. 30ss).

La invitación-llamada está contenida en la tercera parte del esquema apuntado más arriba. La imagen del «yugo» perteneció, en primer lugar; a la relación «esclavo-señor».

Después se aplicó a la relación «discípulo-maestro». Las alianzas humanas, y también la divina, se expresaban con las categorías de sumisión y obediencia. Cada maestro tenía un «yugo» que imponer a sus discípulos. Pero el yugo de Cristo es más suave que el que imponen otros maestros. El texto hace referencia, en primer lugar, al yugo de la ley de Moisés, particularmente duro en su aplicación por los escribas. Este yugo se imponía a todo judío piadoso. San Pedro lo calificará de «yugo insoportable» (He 12, 10) y Jesús lanza duras invectivas contra los escribas por haber impuesto un fardo tan pesado a los hombres (23, 4).

Mateo ha hablado ya ampliamente de las tremendas exigencias de Jesús. ¿Cómo puede afirmarse que su yugo es suave y su carga ligera? Jesús inculca al hombre el espíritu de la Ley, liberándolo de la esclavitud de la misma; manda que pidamos al Padre y nos da la garantía de ser escuchados por él; promete el Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza. Finalmente, él mismo se presenta como manso y humilde de corazón. Su yugo nada tiene que ver con la opresión, precisamente porque él viene al hombre con humildad (21, 5), por el camino de la suprema humillación para hacerse uno de nosotros (Fil 2,5ss) revolucionando las estructuras, sobre todo, de la autoridad.

Elevación Espiritual para este día.

Los grandes discursos no nos hacen santos y justos, sino que es la vida virtuosa la que nos vuelve agradables a Dios. Es mucho mejor experimentar compunción que conocer su definición. Ésta es, por consiguiente, la suprema sabiduría: tender al Reino de los Cielos mediante el desprendimiento del mundo. ¿Qué ventajas nos procura el saber sin el temor de Dios? No te engrías por el arte o la ciencia que posees: que estos dones sean para ti más bien motivo de temor. Feliz aquel que es adoctrinado directamente por la verdad tal como ella es. Del único Verbo proceden todas las cosas, sólo de él nos hablan todas, y éste es el Principio que nos habla también a nosotros. Cuanta más capacidad de recogimiento y de sencillez interior hayamos alcanzado tanto más seremos capaces de comprender con amplitud y profundidad, y sin fatiga, por qué recibimos de lo alto la luz de la inteligencia.

Reflexión Espiritual para el día.

El modelo al que hemos de adecuamos en el cristianismo no es el «adulto», sino, al contrario, el «niño»; no es el «intelectual» —que, en la perspectiva ilustrada, es el «adulto» por definición—, sino, al contrario, el «sencillo», el «ignorante». Este, en la perspectiva evangélica, está simbolizado precisamente por el «pequeño», por el «niño». Pablo VI, papa «intelectual», hombre cultísimo, elevó en 1.970 al rango de «doctor de la Iglesia» —el más elevado en la jerarquía espiritual— a santa Catalina de Siena, que a duras penas era capaz de leer y sólo al final de su vida aprendió a escribir.

No sin razón esta biblioteca mía en la que estamos hablando, compuesta por demasiados libros, a menudo arduos y escritos en muchas lenguas modernas y antiguas, está presidida (como puede ver) por la imagen de una muchacha de catorce años que aún no era mujer, asmática, desnutrida, hija de la familia más despreciada de su pueblo y, como es natural, analfabeta. La Madre de Cristo, para confiar su mensaje de llamada a la fe, no eligió ni a profesores, ni a notables, ni a periodistas, ni a otros cristianos ya «adultos», «ya mayores de edad». Dieciocho veces, hablando su dialecto, se le apareció, en la gruta donde se guarecía la piara de cerdos de propiedad comunal, a esta pobre ignorante para el mundo, a esta maravillosa sabia según el Evangelio que es santa Bernadette Soubirous, la hija de un molinero fracasado de la oscura Lourdes. No es una sorpresa; es sólo la enésima confirmación de una estrategia divina.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 26, 7-9, 12; 16-19. La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo. 

El pasaje que leeremos hoy pertenece a un género literario distinto al de los pasajes precedentes, se trata de un estilo muy parecido a un salmo.
La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo.
Una imagen: una senda, un sendero...
Una certidumbre: Dios facilita la marcha, allana nuestras dificultades.
Señor, haz que camine rectamente por tu senda. Haz que avance...
Tu nombre y tu recuerdo son el «anhelo de nuestra alma». Te deseo durante la noche. Desde la mañana te busca mi espíritu.
Oración de deseo, oración de esperanza. Día y noche, sin cesar. Lo que el profeta desea es al mismo Dios: su Nombre, su Recuerdo.
Cuando leíamos los oráculos de tipo político de los días precedentes, en rigor hubiéramos podido equivocarnos de «longitud de onda», imaginando solamente a Isaías como a un hombre de partido, un hombre inmerso en lo temporal. Aquí se nos revela netamente como «el hombre de Dios», inmerso en la oración. No hay que oponer a ambos.
Señor, concédenos la paz, porque tú actúas con nosotros según nuestras obras. Señor en el desamparo de tu castigo te buscamos; tu castigo es la angustia y la opresión.
Es la oración de un hombre «en el desamparo» que ora en nombre de un pueblo que sufre colectivamente: las derrotas eran entonces interpretadas como un «castigo» de los pecados cometidos.
Como la mujer encinta, próxima al parto, sufre y se queja en su trance, así estamos nosotros delante de Ti, Señor.
Hemos concebido, tenemos trabajos, pero hemos dado a luz el viento, no hemos traído salvación a la tierra, no han nacido hombres al mundo.
¡Cuán emocionante es ese sentimiento de la inanidad de todos los esfuerzos humanos, para alcanzar la salvación! Se está «en trance», se debería «traer al mundo» un hijo... y aparece sólo viento o nada. Se han gastado esfuerzos por una obra en la que se confiaba, y ha resultado un fracaso. El profeta ha hablado, y no es escuchado.
Sin el auxilio de la gracia de Dios, nuestras vidas nada son, sino vacío.
Es también lo que afirman tan alto hoy las corrientes existencialistas, con la diferencia diríamos, de que ellos se quedan en esa desesperación profunda que marca a la «condición humana» destinada a la muerte.
Hay que atreverse a mirar cara a cara el fracaso, la nada, la muerte. Considero mis fracasos y los llevo a la oración como lo hacía Isaías...
Tus muertos resucitarán, los cadáveres revivirán. Despertaos y cantad, habitantes del polvo, porque rocío luminoso es tu rocío, y del país de los muertos la vida renacerá.
He aquí la fe, la esperanza en lo profundo del más radical fracaso. Únicamente la resurrección no es ambigua. El sufrimiento resulta fecundo, el esfuerzo humano no es nunca «la nada»… cuando se los considera a ese nivel, el más profundo.
Señor, danos la esperanza.
Señor, da esa esperanza a los que se encuentran más hundidos por la prueba.
 
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