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sábado, 17 de julio de 2010

Lecturas del día 17-07-2010

17 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. SÁBADO XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria o SANTA MARÍA EN SÁBADO, Memoria libre.(CIiclo C) 3ª semana del Salterio.AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Justa y Rufina vgs mrs, Marcelina vg, Alejo cf, Jacinto mr

LITURGIA DE LA PALABRA

Miq 2, 1-5: Codician los campos y se apoderan de las casas
Salmo 9: R/. No te olvides de los humildes, Señor.
Mt 12, 14-21: Y en su nombre esperarán las naciones.
El evangelista Mateo hace un recuento sobre las curaciones de Jesús, insistiendo especialmente en su deseo expreso de mantener el secreto sobre sus milagros. El Mesías libra efectivamente la victoria sobre el mal, pero ésta no es concedida más que a quienes aceptan entrar en la nueva comunidad de los creyentes. El secreto es la única defensa de que Jesús dispone frente a un entusiasmo popular y superficial que nada tiene en común con la fe. Los sinópticos formulan a este respecto una doctrina casi común. Pero Mateo está más atento a esa discreción del Mesías en su ministerio, en la que ve la realización del oráculo de Isaías sobre el siervo sufriente. Mateo comparte la mentalidad de las primeras comunidades cristianas que leían en la vida de Jesús el cumplimiento de las profecías anunciadas por los profetas. La misión del discípulo de Jesús es levantar al que esta caído y dar fuerza a quienes lo necesitan y se encuentran en dificultad. No podemos permanecer indiferentes ante las necesidades de los demás, ante la cruz que se descarga colectivamente sobre el pueblo y en especial sobre aquello que sufren la marginación, y no darnos cuenta de la gran responsabilidad que tenemos con todas las personas que comparten nuestro destino. Esta misión no se realizara por conquista y por empleo de la fuerza, sino por medio de un testimonio simple y fiel dado de acuerdo con las situaciones reales de los seres humanos.


PRIMERA LECTURA.
Miqueas 2, 1-5
Codician los campos y se apoderan de las cases

¡Ay de los que meditan maldades, traman iniquidades en sus camas; al amanecer las cumplen, porque tienen el poder! Codician los campos y los roban, las casas, y se apoderan de ellas; oprimen al hombre y a su casa, al varón y a sus posesiones.

Por eso, dice el Señor: "Mirad, yo medito una desgracia contra esa familia. No lograréis apartar el cuello de ella, no podréis caminar erguidos, porque será un tiempo calamitoso.

Aquel día entonarán contra vosotros una sátira, cantarán una elegía: "Han acabado con nosotros, venden la heredad de mi pueblo; nadie lo impedía, reparten a extraños nuestra tierra." Nadie os sortea los lotes en la asamblea del Señor."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 9
R/.No te olvides de los humildes, Señor.

¿Por qué te quedas lejos, Señor, / y te escondes en el momento del aprieto? / La soberbia del impío oprime al infeliz / y lo enreda en las intrigas que ha tramado. R.

El malvado se gloría de su ambición, / el codicioso blasfema y desprecia al Señor. / El malvado dice con insolencia: / "No hay Dios que me pida cuentas." R.

Su boca está llena de maldiciones, / de engaños y de fraudes; / su lengua encubre maldad y opresión; / en el zaguán se sienta al acecho / para matar a escondidas al inocente. R.

Pero tú ves las penas y los trabajos, / tú miras y los tomas en tus manos. / A ti se encomienda el pobre, / tú socorres al huérfano. R.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 12, 14-21
Les mandó que no lo descubrieran, para que se cumpliera lo que dijo el profeta
En aquel tiempo, los fariseos, al salir, planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos le siguieron. El los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: "Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre.

Palabra del Señor

Comentario de la Primera Lectura: Mi 2, 1-5. Codician los campos y se apoderan de las casas.
La actividad del profeta Miqueas se sitúa en el con texto social y religioso del Reino de Judá, en la segunda mitad del siglo VIII a. de C. Miqueas, casi contemporáneo del primer Isaías, denuncia la idolatría y las injusticias sociales cometidas por los jefes del pueblo (corte real, sacerdotes, profetas), a las cine se ha visto sometida toda la población. El justo juicio de Dios no tardará y el castigo será inevitable, puesto que han abandonado la fidelidad a la alianza. Con todo, al castigo le seguirá la rehabilitación, y a la destrucción la promesa de una nueva fecundidad a partir del pequeño grupo de aquellos que, en medio de tanta iniquidad, han conservado íntegra la fe en Yavé.

El oráculo que constituye el presente texto litúrgico es una invectiva contra aquellos que, ya ricos, recurren a todo para acaparar cada vez más, usurpando casas y terrenos a sus legítimos propietarios y reduciendo a esclavitud a estos últimos. Se presenta a los acaparadores enteramente ocupados en sus lechos en tramar proyectos perversos que ejecutan en cuanto amanece el día, gracias a su poder económico (v. 1). En este estado de cosas, en el que unos pocos ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres son cada vez más numerosos e indigentes, se levanta la voz del profeta, que proclama el juicio de Dios: del mismo modo que los poderosos traman sus acciones inicuas (v. 1a), así también trama el Señor el castigo (v. 3b), del que no podrán huir y que será justo sobre la base de la ley del talión (cf. Dt 19,21). Aquellos que, privando a los otros de sus legítimas posesiones y reduciéndolos a esclavitud, los excluyen de hecho de la participación en la promesa de la tierra dada por Dios para siempre, serán hechos esclavos y dejarán de tener tierra. Miqueas expresa ese grave castigo con la metáfora del yugo: del mismo modo que el yugo impide a los hombres esclavos o prisioneros y a los animales levantar la cabeza, así también el grave castigo de Dios sólo permitirá caminar a los malvados con la cabeza inclinada.

En el v. 4 el profeta pone en boca de los acaparadores castigados un canto que explica su destino: despojados de los bienes por los enemigos, que en este contexto son casi seguro los asirios, ven repartidas entre los invasores aquellas tierras cuya propiedad ya no pueden volver a adquirir. Ironías del destino: a ellos, que tramaban todos los modos posibles para enriquecerse, no les tocará ni siquiera un pedazo de la Tierra prometida. 

Comentario del Salmo 9. No te olvides de los humildes, Señor. 

Es un salmo de acción de gracias individual con algunos elementos de súplica individual (14-15.20-21). En él, una persona da gracias al Señor de todo corazón por las maravillas y hazañas que ha llevado a cabo. E invita a otras personas a celebrarlo festivamente (12), probablemente en el templo de Jerusalén, lugar al que el salmista ha debido desplazarse con la intención de ofrecer un sacrificio de acción de gracias y para contar al pueblo cómo le ha liberado el Señor.

Tiene claramente una introducción (2-3) en la que el salmista le da gracias a Dios, proclama sus maravillas, se alegra, exulta y toca instrumentos en honor del Altísimo. Además de la introducción, cuenta con un cuerpo central heterogéneo en el que se presentan los motivos de su agradecimiento (4-13.16-18), junto con algunas peticiones (14-15.20-21). La primera traducción, conocida como la de los Setenta, une en uno solo los salmos 9 y 10, mientras que la Biblia hebrea los mantiene separados (aquí comienza la diferencia de numeración de los salmos dependiendo de la traducción que uno maneje). Todo invita a creer que, en el pasado, estos dos salmos habrían formado, de hecho, una unidad. Esto es tanto más seguro cuanto que, en hebreo, los salmos 9-10 forman un acróstico, es decir; cada pequeña unidad comienza con uno letra del alfabeto hebreo. Este detalle no puede apreciarse en las traducciones, pero algunas Biblias destinadas al estudio lo ponen de manifiesto. Esto es señal de que estas oraciones, cuando se pusieron por escrito, fueron «reorganizadas» de un modo un tanto caprichoso. Así es como han llegado hasta nosotros.

A pesar de tratarse de una acción de gracias individual, el salmo 9 muestra abiertamente un conflicto superado y, en buena medida, aún por superar. De hecho, el salmista habla de «enemigos» y «enemigo» (4.7), “naciones” «malvado», «malvados» (6.17.18), «pueblos» que practican la injusticia (16 Estos grupos sociales —que podrían reducirse a uno solo— componen una sociedad fundada en la injusticia y en la desigualdad, que excluye y persigue hasta la muerte a cuantos luchan por la justicia. De hecho, se dice que los malvados injustos están bien organizados y ejercen su poder; pues tienen ciudades (7) y derraman sangre (13). Se les compara con los cazadores que cavan fosas y esconden trampas para capturar a los que luchan por la justicia (16), pero el Señor hace que queden atrapados en sus mismas maniobras (17). Se trata, por tanto, de un conflicto abierto entre los malvados injustos y los justos.

Una breve panorámica nos permite descubrir quiénes son los justos a los que protege el Señor y cuál es la situación social en que se encuentran. Se habla del oprimido que vive en tiempos de angustia (10), de personas que conocen el nombre del Señor; que confían en él y que lo buscan (11). Su sangre es derramada sin que nadie, excepto el Señor; haga justicia a esos pobres que claman (1.3). El justo se siente a las puertas de la muerte (14), sometido a cacería por parte de los malvados como si se tratara de un animal de presa (16). ¿Por qué se ha llegado a esta situación? ¿Quién se atrevería a decir o hacer algo? La situación que presenta este salmo es bastante parecida a la de los israelitas en Egipto. La tierra de la libertad y de la vida se había convertido en lugar de opresión y de muerte.

Este salmo nos ofrece una cruda visión de la sociedad en que tuvo su origen: hay muchos implicados en una injusticia que engendra exclusión, pobreza e indigencia. La única esperanza de los oprimidos es el nombre del Señor; el Dios que, tanto en el pasado como en el presente, escuchó y sigue escuchando el clamor de los pobres. Un Dios que inclinó el oído e hizo justicia. Y el salmista le da gracias, sin olvidar la dura realidad de injusticia que ha vivido anteriormente y sin olvidar tampoco la necesidad de seguir suplicando.

Este salmo presenta un vivo y enérgico retrato de quién es Dios. Allí donde hay opresores y oprimidos, el Señor se muestra solidario, convirtiéndose en refugio y fortaleza en tiempos de angustia (10). Dios defiende la causa y el derecho de los justos, impartiendo justicia como un juez (5). Amenazó a las naciones y destruyó al malvado, borrando para siempre su apellido (6), arruinando al injusto y destruyendo sus ciudades (7). Hace justicia, juzga al mundo con justicia, gobierna a los pueblos con rectitud (8-9). La imagen de la fortaleza (10) lleva a pensar en un Dios guerrero y defensor de los indefensos que claman por la justicia, venga la sangre derramada y nunca se olvida del clamor de los pobres (13). Hace justicia capturando al malvado, que cae en su propia trampa (17), y no permite que el pobre quede olvidado para siempre o que se frustre la esperanza de los indigentes (19). Este salmo da gracias por todas esas «maravillas» (2) y «hazañas» (12) que el Señor el Dios del éxodo y de la Alianza, realizó en favor de los pobres e indigentes oprimidos. De este modo, aparece como el Dios juez que hace justicia, borrando para siempre el nombre y la memoria de los malvados (6-7), pues se acuerda del clamor de los pobres, sin olvidarlo nunca (13); no permite que el indigente sea olvidado para siempre y obra de manera que la esperanza de los pobres nunca quede frustrada.

Las palabras y las acciones de Jesús reflejan perfectamente lo que este Salmo dice a propósito de Dios, pues Jesús hace todo lo que el Padre quiere que se haga (Jn 5,19-20). En el Nuevo Testamento encontramos a diversas personas que dan gracias a Jesús por lo que ha hecho por ellas (véase, por ejemplo, Lc 17,16).

Es un salmo de agradecimiento por las hazañas y hechos portentosos de Dios en favor de los pobres y de los oprimidos, Conviene rezarlo cuando queremos dar gracias por su presencia en las luchas y en las victorias de personas y grupos en favor de la justicia cuando conseguimos superar un conflicto; cuando tenemos la experiencia de haber sido liberados de un peligro mortal...

Comentario del Santo Evangelio: Mt 12, 14-21. Les mandó que no lo descubrieran. 

El Hecho de haber contravenido la ley sobre el reposo sabático acarrea a Jesús el complot de los fariseos. Estos formulan el propósito (por vez primera, según la narración de Mateo) de matarlo. Jesús reacciona continuando en otro lugar su actividad taumatúrgica y cura a todos los que le siguen, sin excepción. Estas curaciones, en el contexto del milagro que acaba de realizar (cf. Mt 12,10-13), dan razón del amor misericordioso de Dios, que Jesús ha venido a anunciar y que constituye el centro y el sentido de su ministerio. Mateo ve realizada aquí la profecía de Is 42,1-4, en la que se presenta la figura del Siervo de Yavé. Este, elegido y enviado por Dios, que lo ha colmado de su Espíritu, llevará a cabo la misión de hacer conocer a todos los pueblos la verdadera relación entre Dios y los hombres. El estilo del Siervo, sencillo y discreto, ajeno al conflicto y al clamor atento a valorar toda posibilidad de vida, ha sido plenamente realizado por Jesús, que se acaba de declarar «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29) y pide que se guarde silencio sobre su obrar (cf. Mt 12,16).

Una vez más, el evangelista Mateo, comentando los acontecimientos de la vida de Jesús a la luz del Antiguo Testamento, recuerda que éste representa el cumplimiento de la revelación veterotestamentaria; ayuda a interpretar el acontecimiento-Jesús y a comprender su significado; presenta en Jesús el modelo de obediencia a la Palabra del Padre.

Quien más tiene, más quisiera tener. Se trata de un viejo dicho acuñado por la constatación de lo insaciable que se muestra el instinto de posesión. Es de una trágica actualidad el imperio de la ley de la prepotencia de los que son más fuertes desde el punto de vista económico. Los estragos que la codicia de unos pocos realiza a expensas de muchos se perpetran cada día, en todos los puntos del globo. El dinero se muestra como un arma aún más letal que los mecanismos explosivos, cuando se usa exclusivamente en provecho nuestro. Hiere al hombre en su existencia física, aunque también en la psíquica y espiritual. Por dinero la gente está dispuesta a todo, y pisotea afectos y valores éticos. Y es que el dinero, si se convierte en el fin de la vida, no admite rivales. Quien le dedica su misma persona no puede conocer ningún tú, sólo el yo. Por eso dijo Jesús que o escogemos a Dios o escogemos la lógica del dinero, no hay posibilidad de compromiso. Jesús, como vemos, se decidió por el primer miembro de la alternativa y está en relación constante con el tú del Padre y con el tú de los hermanos. Lo demuestra mostrando su preferencia sólo por los abandonados, a los que socorre con una atención especial. Sin estrépito ni clamores en la plaza, sin campañas publicitarias ni sofisticados medios de persuasión; más aún, con tono distendido, aunque seguro, y con palabras verdaderas y coherentes, se va difundiendo el anuncio evangélico del amor de Dios gracias a cualquiera que renuncie a la lógica del atropello, por poco o muy explícita que sea. La esperanza abre en quien la acoge unos horizontes luminosos. 

Comentario del Santo Evangelio Mt 12, 14-21, para nuestros Mayores. Les mandó que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta. 

La observancia del sábado traía a los hombres muchas y grandes ventajas. Por ejemplo, enseñaba a los judíos a ser más mansos y benévolos con sus familiares y compatriotas; les hacía conocer la providencia de Dios y sus obras; educaba gradualmente a los hombres para que se aplicaran a las cosas del espíritu... ¿Entonces Cristo —me diréis— viene a abolir todas estas ventajas? Al contrario, bien lejos de abolirlas, Jesús amplía enormemente su alcance.

Ha llegado, de hecho, el tiempo de enseñar a los hombres toda la verdad del modo más sublime y más elevado. Ya no hay necesidad de que antiguas disposiciones aten las manos al hombre, que, liberado del mal, vuela ahora hacia todos los bienes. Ya no es necesario un día especial para aprender que Dios ha creado todas las cosas, ni para volvernos más dóciles y humanos, dado que ahora todos estamos llamados a imitar el amor mismo de Dios por los hombres. «Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre celestial», dice Jesús (Lc 6,36). «Celebremos, pues, la fiesta —dice Pablo— no con levadura vieja, ni con levadura de maldad, sino con ázimos de pureza y de verdad» (1 Cor 5,8).

Vivamos, pues, también nosotros incesantemente en fiesta y no cometamos pecado alguno: ésta es la verdadera fiesta. Intensifiquemos nuestra vida espiritual, practiquemos el descanso espiritual absteniendo nuestras manos de la avaricia y liberando nuestro cuerpo de fatigas inútiles e insensatas. Os digo que si nos volvemos verdaderamente sabios y vigilantes, estas cosas tampoco nos resultarán difíciles. Vosotros, en cambio, continuad sintiendo temor de la media medida. Os exhortamos a dar a los pobres una parte de lo que poseéis, pues otros se han despojado de todo lo que tenían. Os amonestamos para que no seáis envidiosos, pues otros han llegado a dar la vida por amor a los hermanos. Os conjuramos a perdonar a los que os injurian y a no airaros contra el que os ofende, pues otros, cuando son golpeados, presentan la otra mejilla. ¿Qué podremos decir un día a Dios...? ¿Quién es feliz y tiene buenas esperanzas: el que roba o el que es misericordioso? Reflexionemos y preparémonos con todo empeño y fervor para estas nobles batallas: nos cansaremos y sufriremos durante breve tiempo, pero al final conquistaremos coronas que no se marchitan y duran eternamente. Quiera Dios que todos nosotros podamos obtenerlas por la gracia y el amor de nuestro Señor Jesucristo. A él sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Están los milagros del sábado. Son milagros negros para nosotros: son la sonda que toca el abismo de nuestra infamia. El hidrópico, la mujer encorvada, el hombre de la mano atrofiada, el paralítico de Cafarnaúm, llevan por el mundo ésta sombría verdad: que cuando Jesús los curó después de años de tormento, los hombres, los sanos, se opusieron escandalizados diciendo: «Es sábado». Así, cada uno de los que fueron curados tiene dos milagros para contar: el de la piedad del Padre y este otro no menos asombroso de la crueldad de los hermanos. En su memoria, al ojo feliz de Cristo quedan asociadas, inexorablemente, los ojos torvos de aquellos testigos; a su voz -“Vete en paz”-, el gruñido de los chacales apegados al miserable precepto: «Es sábado». No siento envidia de los beneficiarios de estos milagros. Resucitar una mano es un poco como resucitar a alguien, porque la mano tiene un alma, la mano vive, junto al hombre que la posee, su pequeña vida pensativa y misteriosa.

La mano del hombre puede hacer desaparecer una isla del mar hacer una llanura donde había una montaña, poblar de torres y tulipanes un desierto, pero puede hacer cosas más insustituibles: cuando el rostro de aquel a quien dejamos deja de ser visible a causa de la lejanía, sólo su mano puede decirnos todavía: « ¡Adiós vuelve!». Cuando el hombre actúa, el ojo, el oído y hasta la lengua no hacen más que obedecer, ejecutar. Con la mano, sin embargo, no siempre es así. Esta, podríamos decir, es capaz del bien y del mal por sí sola. Es capaz de preceder, rápida y furtiva, al pensamiento que la guía, o bien de revelarse y dudar: es capaz de pecar o de hacer bien por su cuenta. La mano de alguien que se creía honrado puede extenderse hacia una joya que no es suya...

Jesús resucita una mano en lo sinagoga. Es una mano atrofiada, dice Lucas. Pero atrofiada no significa muerta. Y la historia de Cristo está llena de cosas atrofiadas que vuelven a ser turgentes. Atrofiada estaba la samaritana en el pozo de Sicar, atrofiado Pedro la noche en que renegó, atrofiado el ladrón crucificado a la derecha de la cruz. Y atrofiada la mano que se desentumece, hoy, a la Palabra de Jesús: “Extiende tu mano”. La extiende, y hacia aquella mano otras manos, sanas y furiosas, apuntan su índice: « ¿Está permitido curar en sábado?...». Después se estrechan entre ellas en un pacto de venganza: «Le haremos morir». También estas manos están al trabajo. Y en sábado no sería lícito. 

Comentario del Santo Evangelio: Mt 12, 14-21, de Joven para Joven. Los milagros en sábado. 

El poema del siervo de Yavé que leemos en Isaías (Is 42ss) es una de las profecías más explícitas del Antiguo Testamento sobre Cristo, su misión y su pasión. El exegeta protestante Dielitz escribe que es como si el profeta que ha escrito estos versos hubiera sido testigo ocular de la muerte de Jesús en el Calvario. También san Agustín se pregunta retóricamente: ¿Es aún profecía o es ya evangelio?

Del largo texto del «siervo», Mateo cita sólo un fragmento, la parte en que se anuncia la grandeza de la misión del Mesías: «He ahí a mi siervo, a quien yo he elegido, a quien amo, en quien mi alma se ha complacido plenamente. Pondré sobre él mi espíritu, y anunciará la justicia a las naciones».

La palabra «justicia» tiene hoy una connotación negativa: se asocia a la condena y a la pena. Los antiguos judíos querían la justicia y la liberación de los opresores, y por eso, en los salmos, llamaban a Dios para que viniera a «juzgar» (Sal 7,9). La gente desea justicia y, sin embargo, experimentan que, en este mundo, no existe. Debe existir otra justicia, superior, ultra terrena, como dice el Antiguo Testamento, o bien la misma justicia divina que, en la persona del Mesías, desciende a la tierra a restablecer la paz.

En el texto citado por Mateo está también la descripción del modo de actuar del Mesías: «No voceará, ni clamará; no se oirá en las calles su voz; La caña cascada no la quebrará; ni apagará el pábilo que aún humea» (Is 42,2-3).

Las sociedades humanas que quieren ser «justas» deben usar la violencia, penas y prisión, es decir, lo contrario de la justicia y de la misericordia. Los hombres sabios intentan encontrar el punto medio. Sólo Dios consigue fundir las dos posiciones sin disminuir ninguna de ellas: castiga el mal y, al mismo tiempo, su misericordia es infinita. Así será también el último Juicio, cuando el Mesías venga a juzgar a vivos y a muertos.

Para nosotros es difícil poner en práctica una justicia misericordiosa. Pero debería ser nuestro ideal: hacer justicia sin violencia.

La tercera parte del texto citado anuncia el último triunfo del Mesías: «Hasta que haga triunfar la justicia. Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza». Una orquesta desentona si un solo músico desentona; igualmente, la justicia no será verdadera justicia mientras sea parcial. La victoria del Mesías será perfecta, y todos los pueblos confiarán en Él. Los intereses materiales son causa de luchas continuas por la existencia y el bienestar. Desgraciadamente, vemos que luchan entre sí, hasta el fanatismo, incluso los idealistas, Al igual que la justicia, ningún ideal es verdadero mientras es parcial. La palabra griega “herejía” significa, precisamente, esto, quitar de en medio una cosa, aislarla del contexto. Los herejes son idealistas que provocan luchas y divisiones.

Sólo la persona de Jesús contiene en sí misma la plenitud de la verdad. Hijo de paz será sólo quien lo comprenda en plenitud.

Elevación Espiritual para este día.

Dice el avaro: « ¿A quién hago mal reteniendo los bienes que me pertenecen?». Mas ¿qué bienes son los que te pertenecen? ¿De dónde te han venido? Te pareces a un hombre que entró en un teatro y quería impedir la entrada a los otros para gozar él solo del espectáculo al que todos tienen derecho.

Así son los ricos: acaparan los bienes de la sociedad y después sostienen que son ellos los dueños de los mismos por el simple motivo de haber sido los primeros en cogerlos. Si cada uno retuviera únicamente lo que le sirve para las necesidades normales y dejase lo restante a los indigentes, desaparecerían la riqueza y la pobreza. ¿No saliste desnudo del vientre de tu madre? ¿No estarás de nuevo desnudo cuando vuelvas al polvo? ¿De dónde crees que te han venido estos bienes? Quizás me respondas: «Del azar». Entonces careces de fe, porque no piensas en tu Creador, y te muestras ingrato con aquel que ha llenado tus manos de dinero. O bien admitas que son dones de Dios. Entonces explícame por qué ha sido cautivada tanta riqueza precisamente por ti.

¿Se la debes acaso a la «injusticia» de un Dios que reparte de manera desigual los bienes de la vida? ¿Por qué eres tú rico mientras otro es pobre? En lo que a ti respecta, eres rico sólo para que con amor y desinterés administres esos bienes para los otros. Resulta inconcebible que tú tengas el dinero bajo la campana de vidrio de una insaciable avaricia y pienses que no haces daño a nadie excluyendo de él a una multitud de desdichados. 

¿Quién es el avaro? El que no se contenta con lo necesario. ¿Y quién es el ladrón? El que priva a los demás de sus bienes. ¿No eres tú un avaro? ¿No eres tú un ladrón? Aquellos bienes, cuya administración únicamente te había sido confiada, los has cogido para ti. A quien asalta a un hombre en el camino y le quita los vestidos le llaman salteador. Y quien no cubre la desnudez del pordiosero, siendo que podía hacerlo, no merece un nombre diferente. Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido. Por eso, en vez de ayudar a la gente, eres un explotador.

Reflexión Espiritual para el día. 

La Iglesia no es un organismo político. Ahora bien, el rechazo de una función específicamente político no puede hacer olvidar el ansia de justicia y de fraternidad y el estímulo encaminado a actuar de manera concreto: no podemos invocar a Dios como Padre si no intentamos construir de modo eficaz lo fraternidad en medio de los hombres.

El discurso religioso se hace inevitablemente social y fue precisamente esta experiencia eclesial a que puso en marcha en mí la reflexión crítica sobre la situación social que reina en el mundo y, de modo particular en nuestro sistema democrático occidental, por lo menos tal como se ha venido realizando hasta ahora. Las enormes ciudades del Tercer Mundo, donde, en torno a una zona central de riqueza y dinamismo, crecen cinturones de miseria y de subdesarrollo, la situación de colonialismo económico (no menos grave quizás que el colonialismo político de otros tiempos) en el que son mantenidos los países en vías de desarrollo, hacen dudar de la sinceridad del interés y de la contribución que los pueblos más desarrollados desde el punto de vista industrial ofrecen a los otros pueblos. Y por encima de todo esto, las naciones de las grandes democracias que se sostienen sobre la explotación de otros pueblos son cristianas. Aparece así la paradoja de un cristianismo que parece alimentar la discriminación y lo explotación de los pueblos, mientras que el anticristianismo se convierte en la bandera de las legítimas aspiraciones a la igualdad y a la participación. La realidad del mundo pobre, subdesarrollado, explotado, es una crítica viviente a la parcialidad y al egoísmo de nuestros proyectos de desarrollo y se convierte en una contestación dramática de nuestro cristianismo abstracto e individualista.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Miqueas 2, 1-5. Codician campos y los roban; casas, y las usurpan.

Después de una breve incursión en Isaías, leeremos tres páginas de uno de sus contemporáneos, el profeta Miqueas. Es él quien hizo la célebre profecía: «Y tú Belén no eres la más pequeña entre las familias de Judá, de ti nacerá el que ha de conducir a Israel». La leemos durante el Adviento para preparar la Navidad.
Como los demás profetas, Miqueas es a la vez violento y pacífico, amenazador cuando se trata de fustigar la injusticia o la idolatría, pero lleno de esperanza para reconfortar.
¡Ay de aquellos que meditan iniquidad, que traman el mal en sus lechos. Al amanecer lo ejecutan porque el poder está en sus manos!
He ahí a gentes especialmente repugnantes... que no sólo hacen el mal, sino que lo «meditan» y lo «traman».
Codician campos y los roban; casas, y las usurpan; hacen violencia al hombre y a su casa, al individuo y a su heredad.
La economía rural en tiempos de Miqueas, estaba en plena crisis. Hombres de negocios, poco escrupulosos, lo aprovechaban para acaparar las tierras de labradores en dificultad.
¿Es sólo de aquellos tiempos que se amontonan fortunas en detrimento de los pobres?
Y en el plan internacional ¿no sigue siendo verdad que una parte de nuestro nivel de vida, tan superior al del Tercer Mundo, es fruto de injusticias? ¿Qué podemos hacer en ello? Por lo menos concienciamos. Y participar por todos los medios al desarrollo de los demás. No malgastar. Reducir nuestro tren de vida. La oración más espiritual y sincera nos pone ante esas realidades candentes. La Palabra de Dios, si la tomamos en serio, nos conduce a estos interrogantes.
Por eso dice el Señor: yo medito contra esa ralea una calamidad de la que no podrán apartar su cuello; no andaréis con altivez porque será un tiempo de desgracia.
Escuchamos una vez más la toma de posición de Dios en favor de los pobres. Si la repetición de ese tema nos irrita, si lo encontramos demasiado «revolucionario», si pensamos que los profetas abusan de volver a él tan a menudo, ¿no será porque nos atañe personalmente? ¿En qué soy yo, yo mismo, un aprovechado? Señor, ayúdame a obrar siempre en verdad en mis relaciones con los demás. Y dame la valentía suficiente para cambiarme.
Aquel día se proferirá sobre vosotros una sátira, se plañirá una lamentación y diréis: “¡Estamos despojados del todo. Se quedan con lo que me pertenece, se reparten nuestros campos!” Y no habrá nadie que en la comunidad del Señor, os restituya una parte.
Los acaparadores han despojado a los demás; serán despojados. Y pierden prestigio. Se ríen de ellos.
Una vez más, los profetas no condenan la injusticia social solamente en nombre del «derecho». Ser justo no es sólo un «deber social», es un «deber religioso», es una falta contra Dios. Y el peor castigo no es «ser despojado» sino no estar ya asociado a Dios y a los hermanos y ser borrado de la «comunidad del Señor». 
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