21 de Julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MIÉRCOLES. Feria. o SAN LORENZO DE BRINDIS, presbítero y doctor de la Iglesia, Memoria libre.SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (CIiclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Práxedes vg mr, Alberico pb mr.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 1, 1. 4-10: Te nombré profeta de los gentiles
Salmo 70 R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.
Mt 13, 1-9: Cayó en tierra buena y dio grano
Este relato lleno de significado nos presenta a Jesús como maestro que enseña a la multitud que se había congregado, se constata fácilmente que la barca sirve de pulpito natural y que la playa proporciona una buena acústica. La parábola describe la siembra de semillas, caen en cuatro lugares diferentes de tierra, con los resultados consiguientes. La parábola se interesa en la suerte reservada a la semilla en los cuatro terrenos diferentes, las escenas están dispuestas de manera progresiva y optimista, para desembocar en la visión de la fructificación extraordinaria de la semilla.
El tema de la cosecha imagen de los últimos tiempos, es tradicional en Israel, lo nuevo es la insistencia en las laboriosas siembras que las preparan. Jesús, pues suaviza ligeramente el matiz escatológico de la venida del Reino, subrayando mas bien las condiciones difíciles de su realización. Proclama la venida del reino, pero insiste en la lentitud de su instauración y en la dificultad de su maduración. Jesús plantea el problema de los fracasos y de las resistencias que se oponen a su mensaje; ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de sus parientes, etc. Pretende dar un sentido a esta incomprensión y lo descubre en la oposición entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá, en su tiempo oportuno, Jesús piensa en su misión difícil y la analiza a la luz del juicio que se acerca, concretamente este juicio se produce a través de la inteligencia que los discípulos parecen mostrar. La semilla finalmente dará el fruto abundante que Jesús espera, cuando sus discípulos acepten su Palabra.
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 1, 1. 4-10
Te nombré profeta de los gentiles
Palabras de Jeremías, hijo de Helcías, de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín. Recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles."
Yo repuse: "¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho." El Señor me contestó: "No digas: "Soy un muchacho", que adonde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.
El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: "Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 70
R/.Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo derrotado para siempre; / tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, / inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, / el alcázar donde me salve, / porque mi peña y mi alcázar eres tú. / Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza / y mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en ti, / en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio, / y todo el día tu salvación. / Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 13, 1-9
Cayó en tierra buena y dio grano
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.
El que tenga oídos que oiga."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 1, 1. 4-10: Te nombré profeta de los gentiles
Salmo 70 R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.
Mt 13, 1-9: Cayó en tierra buena y dio grano
Este relato lleno de significado nos presenta a Jesús como maestro que enseña a la multitud que se había congregado, se constata fácilmente que la barca sirve de pulpito natural y que la playa proporciona una buena acústica. La parábola describe la siembra de semillas, caen en cuatro lugares diferentes de tierra, con los resultados consiguientes. La parábola se interesa en la suerte reservada a la semilla en los cuatro terrenos diferentes, las escenas están dispuestas de manera progresiva y optimista, para desembocar en la visión de la fructificación extraordinaria de la semilla.
El tema de la cosecha imagen de los últimos tiempos, es tradicional en Israel, lo nuevo es la insistencia en las laboriosas siembras que las preparan. Jesús, pues suaviza ligeramente el matiz escatológico de la venida del Reino, subrayando mas bien las condiciones difíciles de su realización. Proclama la venida del reino, pero insiste en la lentitud de su instauración y en la dificultad de su maduración. Jesús plantea el problema de los fracasos y de las resistencias que se oponen a su mensaje; ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de sus parientes, etc. Pretende dar un sentido a esta incomprensión y lo descubre en la oposición entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá, en su tiempo oportuno, Jesús piensa en su misión difícil y la analiza a la luz del juicio que se acerca, concretamente este juicio se produce a través de la inteligencia que los discípulos parecen mostrar. La semilla finalmente dará el fruto abundante que Jesús espera, cuando sus discípulos acepten su Palabra.
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 1, 1. 4-10
Te nombré profeta de los gentiles
Palabras de Jeremías, hijo de Helcías, de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín. Recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles."
Yo repuse: "¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho." El Señor me contestó: "No digas: "Soy un muchacho", que adonde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.
El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: "Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 70
R/.Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo derrotado para siempre; / tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, / inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, / el alcázar donde me salve, / porque mi peña y mi alcázar eres tú. / Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza / y mi confianza, Señor, desde mi juventud. / En el vientre materno ya me apoyaba en ti, / en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio, / y todo el día tu salvación. / Dios mío, me instruiste desde mi juventud, / y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 13, 1-9
Cayó en tierra buena y dio grano
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta.
El que tenga oídos que oiga."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: Jr 1.14-10. Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados.
Comienza la lectura de los pasajes tomados del libro del profeta Jeremías. Este, de una familia sacerdotal que moraba no lejos de Jerusalén, desarrolló su ministerio profético durante el período más dramático de la historia del Reino de Judá: el que va desde el intento reformador del rey Josías a la toma de Jerusalén, con la consiguiente deportación a Babilonia (aproximadamente, 526-587 a. de C.).
Si bien no es posible la reconstrucción cronológica exacta de la vida de Jeremías, conocemos, no obstante, mucho de su trabajo interior y de su conciencia del ministerio profético que le había sido confiado, gracias a las páginas autobiográficas e introspectivas que se alternan, en el libro, con los oráculos y las narraciones. La vida misma del profeta tiene valor de oráculo: es palabra viva dirigida por Dios a su pueblo, a fin de que se enmiende y vuelva a caminar por sus sendas.
El relato de la vocación del profeta, que abre el libro y constituye el fragmento litúrgico de hoy, presenta elementos fundamentales característicos de su ministerio. La Palabra del Señor —central en la experiencia religiosa y profética— llega a Jeremías y lo llama a una profunda y comprometida relación con ella (vv. 4-9), habilitándolo para ser servidor autorizado de la misma, más allá de sus propias capacidades reconocidas
(v. 6).
Jeremías no deberá temer ni la dura oposición ni la lucha que sostendrá para anunciar la Palabra de Dios:
el Señor, que lo ama desde siempre, lo custodia, lo ha elegido (v. 5), lo sostendrá siempre y lo protegerá en su ardua misión (vv. 7ss). Se trata de una misión que no puede contar con el favor de los destinatarios, puesto que Jeremías estará obligado a anunciar, sobre todo, amenazas y castigos (v. 10 cd; cf. capítulos 2-25; 46-51), tras los cuales será posible la reconstrucción (v. 10e; cf. capítulos 30-33).
Comentario del Salmo 70. Mi boca cantará tu salvación, Señor.
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que tiene que enfrentarse con un conflicto mortal, se encuentra sin fuerzas y, por eso, recurre a Dios, con la esperanza de no quedar defraudado. Son muchas las peticiones que encontramos: “sálvame”, “libérame”, «inclina tu oído» (2), etc. En medio de esta situación, esta persona se acoge al Señor (1), espera en Dios (14) y promete ensalzarlo (22-24a).
Resulta difícil proponer una estructura plenamente satisfactoria, pues esta oración mezcla la súplica con los recuerdos y las promesas. Podemos dividirla en dos partes: 1-13a; 13b-24. Las dos empiezan y terminan con la cuestión de la vergüenza. Hay investigadores que ven una especie de estribillo en 1.13.24b, lo que obligaría a dividir el salmo de una forma distinta. En la primera parte (1-13a) el salmista hace varias cosas: comienza afirmando que se acoge al Señor (1) y por eso expone una serie de peticiones (2-3); habla de sus enemigos (4.10-11) y recuerda algunas de las etapas de su vida (antes de nacer, juventud y ancianidad, 5-6.9). La dimensión temporal está presente: siempre ha confiado en Dios (6), todo el día lo alaba (8) y espera no quedar avergonzado jamás (1). Se concede mucha importancia a las partes del cuerpo como instrumentos de opresión (mano, puño, 4), de escucha (oído, 2), de alabanza (boca, 8). Llama la atención lo que se dice en el versículo 6: entre esta persona y Dios había una «alianza» anterior al nacimiento de la primera pues, ya en el seno materno, el nascituro se apoyaba en Dios, y el Señor lo sostenía. Podríamos resumir esta primera parte titulándola «los conflictos en la tercera edad». Es intensa la presencia de los enemigos; también son fuertes sus proyectos contra el justo.
«La esperanza de la tercera edad», este podría ser el título de la segunda parte (13b-24). El autor vuelve a hablar de la época de su juventud y del momento en que vive (17-18); promete muchas cosas, entre otras, que volverá a tocar para Dios (22); retorna el tema de los conflictos (20); nos dice algo de su anterior posición social (21), Mientras que en la primera parte (6) recordaba el seno materno como su morada antes de nacer, en la segunda menciona el seno de la tierra, una intensa imagen empleada para hablar de su situación al borde de la muerte (20b). También en esta parte se valora el cuerpo corno instrumento de liberación (18b) y de alabanza (19.23.24a).
Este salmo surgió a partir de los conflictos con los que tuvo que enfrentarse una persona anciana. Parece ser que el sufrimiento constituía su pan cotidiano. Se puede decir que lo suyo era un «milagro» (7). En la segunda parte, todo esto se le atribuye a Dios. Probablemente se trataba de una persona con una posición social elevada. Esto es lo que podemos imaginar a partir de la expresión: «Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás» (21). La grandeza nos sugiere una situación pasada que se ha perdido y que el salmista pretende recuperar con creces.
¿Qué es lo que habría pasado? El salmista siempre confió en Dios, incluso en momentos inimaginables, como cuando estaba en el seno materno (6). Pero ahora esta esperanza está a punto de desvanecerse, pues ya se siente en el seno de la tierra. Podría decirse que ya «tiene un pie en la tumba». ¿Por qué? El salmo habla de la «mano del malvado» y del «puño del criminal y del violento». También menciona a los enemigos, que hablan mal del fiel, de los que vigilan su vida y hacen planes (10); hay quienes persiguen la vida de este anciano y tratan de hacerle daño (13.24b).
El salmista se siente viejo, está sin fuerzas (9), su pelo está canoso (18) y tiene miedo de que Dios lo abandone y acabe sumido en la vergüenza (1) y la confusión. Si Dios no interviene inmediatamente, la confianza de este anciano va a caer en picado. Su vida no será más que confusión y vergüenza.
Los malvados lo persiguen, afirmando que Dios no se preocupa por los viejos que le permanecen fieles. Debe resultar muy duro para una persona mayor, que ha confiado en Dios toda su vida, escuchar estas cosas de quienes quieren verlo muerto: «Dios lo ha abandonado. “¡Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!” (11).
Así pues, este es el salmo de una persona anciana víctima de los malvados, criminales y violentos que atentan contra su vida. Una persona vieja y sin fuerzas (9) contra un grupo de poderosos bien organizados que traman planes y vigilan la vida del justo para acabar con ella (10).
Este anciano no tiene a quién recurrir fuera de Dios. Suplica, confía, promete. Promete diversas cosas, entre otras, vivir todo el día (8.15.24a) alabando la justicia de Dios, ensalzarlo con el arpa y con la cítara (22), lo que indica que sabía manejar estos instrumentos. La promesa más importante consiste en contar las proezas del Señor, describir su brazo y anunciar sus maravillas a muchachos y jóvenes, a la siguiente generación (16-18). Como anciano que es, juega un importante papel pedagógico y catequético: educar en la confianza en el Dios que escucha, libera y hace justicia. Pero, para ello, el Señor tiene que responder e intervenir sin tardanza. En caso contrario, la vida de este hombre será pura confusión, vergüenza, muerte...
Son muchos los detalles que, en este salmo, componen un rostro extraordinario de Dios. A lo largo de su vida, este anciano ha confiado siempre en el Señor y, si ahora suplica, es porque sigue confiando en el aliado que nunca falla. También resulta interesante constatar la existencia de esta alianza desde el seno materno (6). Los versículos iniciales (2-3) presentan a Dios con las imágenes tradicionales de roca de refugio y alcázar o ciudad fortificada. Son signos de la confianza inquebrantable en el compañero de alianza y en el amigo fiel.
Una pregunta, planteada por el salmista, nos muestra quién es Dios: « ¿Quién como tú?» (19b). El es el único que salva y que libera, como hiciera antaño en Egipto. La experiencia del éxodo es el motor que impulsa a este anciano a confiar, pedir, esperar y celebrar. El salmo fuerza la intervención de Dios. Si no escucha el clamor de este anciano, los malvados, criminales y violentos tendrán razón cuando dicen: «Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará» (11). En este salmo, Dios recibe diferentes nombres que dan a entender que se mantiene fiel a lo largo de todo el camino del pueblo de Dios.
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de súplica, Jesús escuchó todos los clamores y no defraudó a quienes habían depositado en él su confianza. Salvó todas las vidas que corrían peligro, venciendo incluso al mayor de los enemigos, la muerte.
Las situaciones que se han presentado al comentar otros salmos de súplica individual, también sirven aquí. Pero el salmo 71 brilla con luz propia, pues es la oración de la ancianidad con sus dificultades, conflictos, necesidades y, sobre todo, sus deseos de colaborar en la construcción de una sociedad más humana. El anciano de este salmo tiene una experiencia de la vida por transmitir. Por desgracia, nuestra sociedad valora poco el papel de la tercera edad, sin permitirle comunicar toda su sabiduría a propósito de la vida.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 13,1-9. Cayó en tierra buena y dio grano.
En el capítulo 13 de Mateo encontramos siete parábolas que tienen como objeto el misterio del Reino de Dios. El evangelista sitúa este discurso —el tercero de los cinco con que estructura la predicación de Jesús— detrás de la crisis originada por el conflicto que, poco a poco, se ha ido agudizando entre Jesús, por una parte, y los fariseos y los maestros de la Ley, por otra. Un conflicto condensado en torno a las cuestiones de la observancia del sábado y del origen del poder taumatúrgico de Jesús (cf. Mt 12,1-14.22-32).
Con la primera parábola propuesta en el fragmento litúrgico de hoy, llama Jesús la atención sobre una imagen bien conocida de la gente a la que está hablando, y que revela algo de su misma persona en relación con la Palabra que es él y que ha venido a anunciar. Así como el «sembrador» palestino esparce la semilla en la tierra sin escatimar, así también proclama Jesús la Palabra del Padre a todos, sin distinciones y sin reservas. Es Palabra de vida y ha sido enviado por el Padre para que todos «tengan la vida en abundancia» (cf. Jn 10,10). Ahora bien, del mismo modo que la semilla corre una suerte distinta según el terreno en el que cae, así también la Palabra recibe una acogida diferente según la disponibilidad del corazón de quien la escucha: la experiencia de la predicación realizada por Jesús hasta ahora lo confirma.
El relato de la parábola presenta una conclusión sorprendente, que es, a continuación, su mensaje central: el terreno fértil produce una cosecha abundantísima, más allá de cualquier expectativa razonable. De modo semejante ocurre con la Palabra anunciada por Jesús, que, aunque no despierta el interés esperado e incluso encuentra oposición, tendrá una fecundidad extraordinaria, cosa comprensible sólo por quien tiene fe, por quien reconoce en el Evangelio de Jesús la voluntad del Padre y está dispuesto a acogerla y ponerla en práctica (cf. Mt 12,50).
En virtud de nuestra propia experiencia sabemos la gran importancia que tiene la palabra: a través de ella tomamos conciencia de ser personas humanas, comunicamos lo que pensamos y sentimos, recibimos, a nuestra vez, la comunicación del otro, entramos en contacto con el patrimonio cultural del pasado, conocemos mundos alejados del nuestro... Nuestra misma experiencia de la fe pone en el centro la palabra, desde el mismo momento en que Dios, el inefable, se ha hecho Palabra para que nosotros pudiéramos entrar en relación con él. Ha aceptado los límites de la palabra humana a fin de «decirse» y revelarse de un modo comprensible para nosotros. Se ha hecho tan cercano a nuestra experiencia cotidiana que podemos terminar por confundir su voz con el rumor de la charla confusa y bulliciosa o con el estruendo de decenas de decibelios que marca nuestra «cultura» del ruido. El Señor sigue viniendo hoy a nuestro encuentro dirigiéndonos la Palabra a cada uno de nosotros de manera personal. Y es que incluso cuando Dios habla a la muchedumbre tiene presente a la persona, con su verdad individual.
Todos y cada uno de nosotros somos conocidos, amados, elegidos —de modo semejante a Jeremías—. Cada uno de nosotros es objeto de confianza, como el campo en el que el sembrador esparce la semilla sin parsimonia. A todos y a cada uno de nosotros le repite la invitación a la amistad, a la familiaridad confidente con él. Tal vez prefiramos considerar todo esto como algo imposible porque intuimos que acoger la propuesta de Dios es comprometedor: exige que nos dejemos transformar por esa misma Palabra y nos convirtamos en «palabra» para los otros. Dios se compromete el primero y nos dice: “No temas, yo estaré contigo”. Su presencia garantiza la abundancia del fruto.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 1-9, para nuestros Mayores. El sembrador y la explicación de la parábola.
En la articulación del evangelio según Mateo se suceden secciones narrativas y grandes discursos que recogen las enseñanzas de Jesús siguiendo el desarrollo del relato. Los capítulos precedentes (11s) habían trazado el crecimiento de la desconfianza por parte de los fariseos hasta llegar a la hostilidad abierta respecto a Jesús. Las siete parábolas referidas aquí por Mateo —de las que sólo dos son comunes con Marco— reflejan esa situación y proporcionan la clave de lectura a los discípulos. Los vv. 1-3 trazan un cuadro de sosegada solemnidad, semejante a la introducción del sermón de la montaña. Como entonces, el Maestro se dirige a una inmensa muchedumbre; ahora, sin embargo, a causa de la obstinada dureza de corazón de muchos, no ofrece ya su enseñanza de un modo inmediatamente comprensible. En efecto, si se acerca una intensa fuente de luz a unos osos enfermos, los deslumbra; Jesús se ve obligado a velar su enseñanza dispensándola en forma de parábolas, a fin de no privar de una posibilidad extrema a muchos de sus oyentes (vv. 10-17).
El discurso se dirige así a una doble asamblea: en primer lugar, a la muchedumbre, después al grupo de los discípulos, a quienes se les ha permitido conocer los misterios del Reino de los Cielos. En ocasiones, la explicación de las parábolas se resiente de la interpretación de la primera comunidad cristiana, que la aplica a su propia situación. Es lo que parece verificarse en este fragmento, puesto que la detallada alegoría que aparece en la explicación induce a los discípulos a examinar su propia actitud de escucha, mientras que el sentido primario de la parábola es diferente: Jesús quiere hacer comprender que el crecimiento del Reino no es inmediato y triunfal, como muchos esperaban, sino que está confiado a la libre acogida de los hombres y a su cooperación perseverante, capaz de vencer las asechanzas del maligno y las inevitables dificultades. Sin embargo, el Reino ha de ser llevado y anunciado a todos, sin prejuicios y sin reparar en las fuerzas. Allí donde encuentra un terreno bueno, crece y da un fruto sobreabundante, que compensa ampliamente el trabajo del sembrador, es decir, de Jesús y de cada uno de sus discípulos anunciadores del Evangelio.
El Reino de los Cielos y la Palabra que anuncia su gracia y sus exigencias constituyen verdaderamente una semilla cargada de potencialidad. Jesús ha venido a sembrarla a manos llenas en los surcos de la historia y en los recovecos de cada corazón. Su munificencia nos sorprende, pero es precisamente esta imperturbable generosidad lo que el Señor quiere enseñarnos; a través de la parábola y de su explicación ilumina nuestra misión y nuestra conciencia. Jesús envía a cada uno de sus discípulos a llevar el anuncio del Reino de Dios a los que encuentren en el lugar donde vivan y trabajen. No resulta fácil: por lo general, procedemos al reconocimiento del terreno que nos rodea, es decir, evaluamos sí y con quien vale la pena manifestar nuestras convicciones. El Señor nos indica el camino de la gratuidad: la vida que hemos recibido debemos comunicarla a los otros, a todos, aunque sólo sea a través de una sonrisa siempre acogedora respecto a los que nos rodean. No debemos tener miedo al fracaso de nuestro apostolado, ni a la escasa fecundidad de nuestro testimonio. No nos corresponde a nosotros sopesar los resultados.
Se nos exhorta, más bien, a dar, sin cálculo ni exclusiones, sin desánimo ni pretensiones, lo que hemos recibido gratuitamente: el Reino de Dios en nosotros. La parábola del sembrador nos empuja, por consiguiente, hacia los hermanos. Su explicación, sin embargo, nos interroga también personalmente: ¿qué hemos hecho de la Palabra del Reino sembrada en nosotros? Las realidades más preciosas son las más expuestas a las asechanzas del maligno; no podemos dar lo que no hemos recibido y madurado en el fondo de nosotros mismos. Tal vez sepamos muchas cosas en materia de enseñanzas evangélicas, pero acoger la Palabra es mucho más: es cultivar con esmero la semilla de gracia depositada en nosotros, liberando siempre el corazón de la indiferencia que nos aplasta (camino), del estorbo de muchas realidades que nos hacen superficiales (piedras) y del afán por los bienes de este mundo (espinas).
Si la Palabra puede crecer en nosotros, uno de sus frutos más hermosos será precisamente la generosidad y la franqueza a la hora del llevar el anuncio del Reino de Dios a los hermanos.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13,1-9, de Joven para Joven. Parábola del sembrador
El misterio del Reino. Con la parábola del sembrador comienza el tercer gran discurso de Mateo, el parabólico. Recoge parábolas como el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla escondidos, la red barredera...
Las parábolas son relatos inventados, pedagógicos, tomados muchas veces de la vida del campo o del ambiente doméstico, fáciles de entender, porque se refieren a la existencia diaria. Jesús las utiliza como vehículo adecuado por su gran expresividad para revelar la naturaleza y las líneas-fuerza del Reino. Él no formuló nunca una definición conceptual del Reino, sino que desveló su naturaleza y sus exigencias con parábolas. El contenido es, sobre todo, una oferta de salvación, de plenitud de vida, que ha de florecer en dicha y alegría.
La parábola del sembrador forma parte de las cuatro que se denominan “parábolas de contraste”, junto con la del grano de mostaza, la levadura y la semilla que crece sola. Se las designa con este nombre porque en ellas se pone de manifiesto el “contraste” entre la insignificancia de los comienzos del Reino de Dios con el crecimiento asombroso hasta llegar a ser una realidad soberana y sorprendente. La parábola del sembrador se divide en tres secciones: proclamación de la parábola por Jesús; intermedio en el que Jesús declara por qué habla en parábolas, y explicación de la misma.
Una gran cosecha. En esta parte de la parábola el protagonismo lo tienen Jesús y la semilla. Jesús se plantea el problema de los fracasos y las resistencias a su mensaje y a la predicación posterior: ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de los parientes... Pretende dar un sentido a esta incomprensión y pone de manifiesto el contraste entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá en su tiempo oportuno.
El sentido de la parábola es optimista; resalta la extraordinaria fructificación de la semilla a pesar de los obstáculos. El sembrador tira a voleo su semilla. Parte cae en el camino o, más bien, en las sendas hechas por los transeúntes desde la última cosecha. Otra parte cae entre abrojos. Al labrador no le importa mucho porque, acto seguido, pasará el arado que roturará las sendas endurecidas y arrancará las espinas y malas hierbas que hay en el campo. El terreno “rocoso”, no simplemente pedregoso, se halla cubierto de una capa tenue de tierra que dificulta la apreciación de la verdadera clase del mismo. Con la sementera nace la esperanza del labrador, aunque sepa que se va a malograr un porcentaje de las semillas. A pesar de las dificultades, el labrador se arriesga y sabe esperar. La parte de la semilla perdida, ¿no se halla ampliamente compensada por la otra que llega a dar un 30, un 60 y hasta el 100 por uno?
Las cifras son fantásticas, parabólicas. Una buena cosecha en Palestina, en tiempo de Jesús, no excedía del 10 por uno. Jesús pone el acento en la gran cosecha que se logra y que supera todo cálculo previsible. Lo mismo ocurre con las semillas del Evangelio. Sus comienzos no son halagüeños, pero, por tratarse de una sementera divina, se logrará una gran cosecha.
La parábola, que al narrarla Jesús era profecía, al escribir Mateo ya es realidad. Muchas semillas se han perdido, sobre todo las caídas en corazones judíos, pero Lucas anota: “El mensaje del Señor se iba difundiendo por toda la región” (Hch 13,49); las comunidades se van multiplicando en distintas ciudades con la siembra de Pablo y su compañero. Ya al comienzo del ministerio Lucas habla de la gran fecundidad de las primeras siembras de Pedro, indicando hiperbólicamente que en la primera predicación se “convirtieron unos tres mil” (Hch 2,41) y en la segunda “el número de hombres llegó a cinco mil” (Hch 4,4).
Vitalidad de la semilla. Jesús quiere resaltar que la semilla de su Evangelio tiene una gran vitalidad y que encontrará siempre tierra que la acoja fecundamente.
Esto inspira una gran confianza para cada uno como tierra que acoge las semillas. No es poco saber que los mensajes del Evangelio son la pura verdad, porque tienen como garante a aquel que es “la Verdad” (Jn 14,6), el que “tiene palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
También en orden a nuestra misión de sembradores inspira gran confianza saber que la semilla que esparcimos a voleo es la mejor semilla, la más adecuada para el corazón humano. El Evangelio está hecho a su medida; por eso decía Tertuliano: “Todo hombre es naturalmente cristiano”; es cristiano de deseo, aunque sea inconsciente.
Me he encontrado con hombres, aparentemente indiferentes en lo religioso, que después de hablar con ellos acerca del Evangelio y de Jesucristo, han exclamado: “Esto es lo que yo esperaba y he buscado desde hace años”... Es sorprendente que cuando Pablo está desanimado por la indiferencia de los habitantes de Corinto, ciudad muy corrupta, escucha a Cristo que le dice: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles, pues tengo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hch 18,9-10). Y en Corinto surgirá una comunidad muy pujante.
¿No habrá, quizás, una dosis de pereza detrás de tanta lamentación cuando decimos: “No hay nada que hacer; la gente no quiere saber nada de religión, ni de la Iglesia; está muy materializada”? Hay mucha gente que busca en la espiritualidad oriental, en grupos religiosos espontáneos, en las sectas, en las ONG...
También nos hemos de preguntar si las semillas que sembramos con la palabra y el testimonio de nuestra vida son del Evangelio o de “nuestra religiosidad subjetiva”, “nuestras prácticas religiosas”, “nuestro cristianismo”... El Concilio Vaticano II achaca a ello el crecimiento del ateísmo (GS 19), con lo cual se cae en una paradoja pavorosa: los llamados a sembrar semillas del Evangelio, siembran cizaña. He escuchado a personas indiferentes y alejadas ante las palabras y la vida de cristianos “evangélicos”: “¡Éste es otro cristianismo! ¡Esto ya me convence!”.
Elevación Espiritual para este día.
Imita a la tierra, oh hombre, y produce también tú tus frutos para no ser inferior a las cosas materiales. La tierra produce frutos, pero no puede gozarlos y los produce para tu beneficio. Tú, en cambio, puedes recoger para tu propio beneficio todo lo que vas produciendo. Si has dado al hambriento, se vuelve tuyo todo lo que le has dado; más aún: vuelve a ti incrementado. En efecto, del mismo modo que el trigo que cae en tierra actúa en beneficio de aquel que lo ha sembrado, así también el pan dado al hambriento reporta muchos beneficios. Que lo que constituye su fin para la agricultura sea, pues, para ti el criterio de la siembra espiritual. Tú no conoces más que una frase: «No tengo nada y no puedo dar nada, porque no tengo bienes». En efecto, eres verdaderamente pobre; es más, estás privado de todo verdadero bien. Eres pobre de amor, pobre de humanidad, pobre de fe en Dios, pobre de esperanza en las realidades eternas. Muéstrate activo en el bien. Entonces te aprobará Dios, te alabarán los ángeles, te proclamarán bienaventurado todos los hombres que han existido desde la creación del mundo en adelante.
Reflexión Espiritual para el día.
«Entré en aquella capilla por casualidad, sin angustias metafísicas, sin inquietudes, sin problemas personales, sin disgustos amorosos: no era yo más que un ateo tranquilo, marxista, un joven despreocupado y un poco superficial que tenía en su programa aquella noche un encuentro galante», me contó también a mí. «Salí de allí diez minutos después, tan sorprendido de encontrarme de repente católico como lo hubiera estado si me hubiera descubierto jirafa o cebra a la salida del zoo. Precisamente porque sabía que nadie me habría creído, callé durante más de treinta años, trabajé duro para hacerme un nombre como periodista y escritor y poder esperar así no ser tomado por loco cuando hubiera pagado mi deuda: contar lo que me había sucedido». Para algunos, este hombre [André Frossard] es un problema; para otros, un enigma: un periodista de éxito, uno de los más conocidos y temidos de Francia, que sale con un libro en el que anuncia, con una seguridad inexpugnable, que Dios es una evidencia, un hecho, una Persona encontrada de manera inesperada por el camino.
«La Cosa» tuvo lugar en Sudamérica, en un congreso: una caída sobre el borde de cemento de una piscina, una fractura, la larguísima espera de socorro. [Louis Pawels] añade: «Estaba solo, todos habían vuelto al albergue para la comida. Mientras me desplomaba en tierra, sentí que no estaba cayendo por casualidad: advertí con claridad que «Alguien» me había empujado. Y lo había hecho para decirme «algo». Yacía abandonado sobre el cemento, fracturado. El dolor era lancinante; sin embargo, me invadió una inmensa, una inexplicable alegría. Cuando, por fin, acudió alguien y me llevaron en camilla, mi cuerpo estaba herido, pero mi alma exultaba. Era como si aconteciera el nacimiento de Cristo para mí, en aquel mismo momento: era mí Navidad, una Navidad en septiembre. Por vez primera en mi vida, conocí la alegría»
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías. Te constituyo profeta de las naciones.
Durante unas tres semanas, leeremos algunos hermosos pasajes del profeta Jeremías. Vivió algo más de un siglo después de los tres profetas precedentes —Amós, Isaías, Miqueas—. Y desde entonces se encuentra metido por entero en el drama de los últimos sobresaltos del Estado Judío, entre 625 y 586, fecha de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, precedida de varias deportaciones.
Alma ultrasensible, inclinada a la interioridad a causa de su mismo sufrimiento, Jeremías está muy cerca de nosotros. Por su propia vida, nos dice que es posible guardar la fe en Dios cuando todo parece venirse abajo... que hay que guardar la esperanza en días mejores... que Dios es más grande y más fiel que todo, a pesar de todas las diferencias contrarias.
El Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Antes de haberte formado en el seno materno, te conocía. Antes que nacieses, te consagré.»
Notemos ya ahora la diferencia entre la vocación de Jeremías y la de Isaías. Aquí, no hay ninguna puesta en escena grandiosa. Ningún ruido, ningún grito: el silencio interior. Una palabra íntima, una convicción secreta: Dios se me ha adelantado, y ha sido el primero en amarme, ¡desde el seno de mi madre... y antes!
Hoy se nos repite que no somos más que el fruto del azar, el encuentro, como el caer de los dados, de dos células... así, sin razón alguna, por nada.
Con Jeremías, creo, Señor, que he sido querido por Ti... Y que Tú tienes un proyecto sobre mí. No me has suscitado a la existencia porque sí, sino para una tarea precisa que nadie más que yo puede cumplir.
Te constituyo profeta de las naciones.
La misión de Jeremías es «universal», internacional. De hecho, sabemos por la historia que la misión de Jeremías fracasó viviendo él. Pero después, su influencia fue creciendo sin cesar: es el padre del judaísmo más puro, que florecerá pasada la prueba del Exilio. Al poner en evidencia las relaciones íntimas del alma con Dios, preparó la nueva Alianza en Jesús. El fue sin duda quien proporcionó los trazos de ese Servidor (Isaías 53) que es la más hermosa imagen de Cristo.
Y dije: « ¡Ah, Señor! No sé expresarme. No soy más que un muchacho.»
Jeremías es un tímido. A diferencia de Isaías que se ofrecía de entrada, él, en cambio, duda, confiesa su debilidad, su incapacidad.
El Señor contestó: «No digas: soy un muchacho. Irás adondequiera que Yo te envíe, dirás todo lo que te ordenaré. No les tengas miedo, que estoy contigo para salvarte, palabra del Señor.» Entonces alargó el Señor su mano, me tocó la boca y me dijo: «De tal modo, ¡he puesto mis palabras en tu boca!»
Jeremías será, verdaderamente, el hombre de la «palabra».
Ninguna debilidad cuenta ante esa llamada: necesitará «recibirlo todo» de Dios para poder decir algo válido. Señor, toca mis labios, toca mi inteligencia y mi corazón, para que llegue a saber decir algunas palabras de Ti, a pesar de mi debilidad.
Recuerda que hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para extirpar y destruir, para abatir y derrocar, para reconstruir y plantar.
Jeremías tenía un alma sensible y tierna, hecha para amar, y fue encargado del tremendo papel de derrocar para plantar. Tuvo, sobre todo que transmitir, a grandes voces, mensajes de desgracia y de infortunio a los reyes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a todas las gentes. Señor, danos la valentía de arriesgar nuestra vida por la verdad, por el amor, por una gran causa a la que dedicamos nuestra vida porque creemos que nos viene de Ti +
Comienza la lectura de los pasajes tomados del libro del profeta Jeremías. Este, de una familia sacerdotal que moraba no lejos de Jerusalén, desarrolló su ministerio profético durante el período más dramático de la historia del Reino de Judá: el que va desde el intento reformador del rey Josías a la toma de Jerusalén, con la consiguiente deportación a Babilonia (aproximadamente, 526-587 a. de C.).
Si bien no es posible la reconstrucción cronológica exacta de la vida de Jeremías, conocemos, no obstante, mucho de su trabajo interior y de su conciencia del ministerio profético que le había sido confiado, gracias a las páginas autobiográficas e introspectivas que se alternan, en el libro, con los oráculos y las narraciones. La vida misma del profeta tiene valor de oráculo: es palabra viva dirigida por Dios a su pueblo, a fin de que se enmiende y vuelva a caminar por sus sendas.
El relato de la vocación del profeta, que abre el libro y constituye el fragmento litúrgico de hoy, presenta elementos fundamentales característicos de su ministerio. La Palabra del Señor —central en la experiencia religiosa y profética— llega a Jeremías y lo llama a una profunda y comprometida relación con ella (vv. 4-9), habilitándolo para ser servidor autorizado de la misma, más allá de sus propias capacidades reconocidas
(v. 6).
Jeremías no deberá temer ni la dura oposición ni la lucha que sostendrá para anunciar la Palabra de Dios:
el Señor, que lo ama desde siempre, lo custodia, lo ha elegido (v. 5), lo sostendrá siempre y lo protegerá en su ardua misión (vv. 7ss). Se trata de una misión que no puede contar con el favor de los destinatarios, puesto que Jeremías estará obligado a anunciar, sobre todo, amenazas y castigos (v. 10 cd; cf. capítulos 2-25; 46-51), tras los cuales será posible la reconstrucción (v. 10e; cf. capítulos 30-33).
Comentario del Salmo 70. Mi boca cantará tu salvación, Señor.
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que tiene que enfrentarse con un conflicto mortal, se encuentra sin fuerzas y, por eso, recurre a Dios, con la esperanza de no quedar defraudado. Son muchas las peticiones que encontramos: “sálvame”, “libérame”, «inclina tu oído» (2), etc. En medio de esta situación, esta persona se acoge al Señor (1), espera en Dios (14) y promete ensalzarlo (22-24a).
Resulta difícil proponer una estructura plenamente satisfactoria, pues esta oración mezcla la súplica con los recuerdos y las promesas. Podemos dividirla en dos partes: 1-13a; 13b-24. Las dos empiezan y terminan con la cuestión de la vergüenza. Hay investigadores que ven una especie de estribillo en 1.13.24b, lo que obligaría a dividir el salmo de una forma distinta. En la primera parte (1-13a) el salmista hace varias cosas: comienza afirmando que se acoge al Señor (1) y por eso expone una serie de peticiones (2-3); habla de sus enemigos (4.10-11) y recuerda algunas de las etapas de su vida (antes de nacer, juventud y ancianidad, 5-6.9). La dimensión temporal está presente: siempre ha confiado en Dios (6), todo el día lo alaba (8) y espera no quedar avergonzado jamás (1). Se concede mucha importancia a las partes del cuerpo como instrumentos de opresión (mano, puño, 4), de escucha (oído, 2), de alabanza (boca, 8). Llama la atención lo que se dice en el versículo 6: entre esta persona y Dios había una «alianza» anterior al nacimiento de la primera pues, ya en el seno materno, el nascituro se apoyaba en Dios, y el Señor lo sostenía. Podríamos resumir esta primera parte titulándola «los conflictos en la tercera edad». Es intensa la presencia de los enemigos; también son fuertes sus proyectos contra el justo.
«La esperanza de la tercera edad», este podría ser el título de la segunda parte (13b-24). El autor vuelve a hablar de la época de su juventud y del momento en que vive (17-18); promete muchas cosas, entre otras, que volverá a tocar para Dios (22); retorna el tema de los conflictos (20); nos dice algo de su anterior posición social (21), Mientras que en la primera parte (6) recordaba el seno materno como su morada antes de nacer, en la segunda menciona el seno de la tierra, una intensa imagen empleada para hablar de su situación al borde de la muerte (20b). También en esta parte se valora el cuerpo corno instrumento de liberación (18b) y de alabanza (19.23.24a).
Este salmo surgió a partir de los conflictos con los que tuvo que enfrentarse una persona anciana. Parece ser que el sufrimiento constituía su pan cotidiano. Se puede decir que lo suyo era un «milagro» (7). En la segunda parte, todo esto se le atribuye a Dios. Probablemente se trataba de una persona con una posición social elevada. Esto es lo que podemos imaginar a partir de la expresión: «Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás» (21). La grandeza nos sugiere una situación pasada que se ha perdido y que el salmista pretende recuperar con creces.
¿Qué es lo que habría pasado? El salmista siempre confió en Dios, incluso en momentos inimaginables, como cuando estaba en el seno materno (6). Pero ahora esta esperanza está a punto de desvanecerse, pues ya se siente en el seno de la tierra. Podría decirse que ya «tiene un pie en la tumba». ¿Por qué? El salmo habla de la «mano del malvado» y del «puño del criminal y del violento». También menciona a los enemigos, que hablan mal del fiel, de los que vigilan su vida y hacen planes (10); hay quienes persiguen la vida de este anciano y tratan de hacerle daño (13.24b).
El salmista se siente viejo, está sin fuerzas (9), su pelo está canoso (18) y tiene miedo de que Dios lo abandone y acabe sumido en la vergüenza (1) y la confusión. Si Dios no interviene inmediatamente, la confianza de este anciano va a caer en picado. Su vida no será más que confusión y vergüenza.
Los malvados lo persiguen, afirmando que Dios no se preocupa por los viejos que le permanecen fieles. Debe resultar muy duro para una persona mayor, que ha confiado en Dios toda su vida, escuchar estas cosas de quienes quieren verlo muerto: «Dios lo ha abandonado. “¡Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!” (11).
Así pues, este es el salmo de una persona anciana víctima de los malvados, criminales y violentos que atentan contra su vida. Una persona vieja y sin fuerzas (9) contra un grupo de poderosos bien organizados que traman planes y vigilan la vida del justo para acabar con ella (10).
Este anciano no tiene a quién recurrir fuera de Dios. Suplica, confía, promete. Promete diversas cosas, entre otras, vivir todo el día (8.15.24a) alabando la justicia de Dios, ensalzarlo con el arpa y con la cítara (22), lo que indica que sabía manejar estos instrumentos. La promesa más importante consiste en contar las proezas del Señor, describir su brazo y anunciar sus maravillas a muchachos y jóvenes, a la siguiente generación (16-18). Como anciano que es, juega un importante papel pedagógico y catequético: educar en la confianza en el Dios que escucha, libera y hace justicia. Pero, para ello, el Señor tiene que responder e intervenir sin tardanza. En caso contrario, la vida de este hombre será pura confusión, vergüenza, muerte...
Son muchos los detalles que, en este salmo, componen un rostro extraordinario de Dios. A lo largo de su vida, este anciano ha confiado siempre en el Señor y, si ahora suplica, es porque sigue confiando en el aliado que nunca falla. También resulta interesante constatar la existencia de esta alianza desde el seno materno (6). Los versículos iniciales (2-3) presentan a Dios con las imágenes tradicionales de roca de refugio y alcázar o ciudad fortificada. Son signos de la confianza inquebrantable en el compañero de alianza y en el amigo fiel.
Una pregunta, planteada por el salmista, nos muestra quién es Dios: « ¿Quién como tú?» (19b). El es el único que salva y que libera, como hiciera antaño en Egipto. La experiencia del éxodo es el motor que impulsa a este anciano a confiar, pedir, esperar y celebrar. El salmo fuerza la intervención de Dios. Si no escucha el clamor de este anciano, los malvados, criminales y violentos tendrán razón cuando dicen: «Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará» (11). En este salmo, Dios recibe diferentes nombres que dan a entender que se mantiene fiel a lo largo de todo el camino del pueblo de Dios.
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de súplica, Jesús escuchó todos los clamores y no defraudó a quienes habían depositado en él su confianza. Salvó todas las vidas que corrían peligro, venciendo incluso al mayor de los enemigos, la muerte.
Las situaciones que se han presentado al comentar otros salmos de súplica individual, también sirven aquí. Pero el salmo 71 brilla con luz propia, pues es la oración de la ancianidad con sus dificultades, conflictos, necesidades y, sobre todo, sus deseos de colaborar en la construcción de una sociedad más humana. El anciano de este salmo tiene una experiencia de la vida por transmitir. Por desgracia, nuestra sociedad valora poco el papel de la tercera edad, sin permitirle comunicar toda su sabiduría a propósito de la vida.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 13,1-9. Cayó en tierra buena y dio grano.
En el capítulo 13 de Mateo encontramos siete parábolas que tienen como objeto el misterio del Reino de Dios. El evangelista sitúa este discurso —el tercero de los cinco con que estructura la predicación de Jesús— detrás de la crisis originada por el conflicto que, poco a poco, se ha ido agudizando entre Jesús, por una parte, y los fariseos y los maestros de la Ley, por otra. Un conflicto condensado en torno a las cuestiones de la observancia del sábado y del origen del poder taumatúrgico de Jesús (cf. Mt 12,1-14.22-32).
Con la primera parábola propuesta en el fragmento litúrgico de hoy, llama Jesús la atención sobre una imagen bien conocida de la gente a la que está hablando, y que revela algo de su misma persona en relación con la Palabra que es él y que ha venido a anunciar. Así como el «sembrador» palestino esparce la semilla en la tierra sin escatimar, así también proclama Jesús la Palabra del Padre a todos, sin distinciones y sin reservas. Es Palabra de vida y ha sido enviado por el Padre para que todos «tengan la vida en abundancia» (cf. Jn 10,10). Ahora bien, del mismo modo que la semilla corre una suerte distinta según el terreno en el que cae, así también la Palabra recibe una acogida diferente según la disponibilidad del corazón de quien la escucha: la experiencia de la predicación realizada por Jesús hasta ahora lo confirma.
El relato de la parábola presenta una conclusión sorprendente, que es, a continuación, su mensaje central: el terreno fértil produce una cosecha abundantísima, más allá de cualquier expectativa razonable. De modo semejante ocurre con la Palabra anunciada por Jesús, que, aunque no despierta el interés esperado e incluso encuentra oposición, tendrá una fecundidad extraordinaria, cosa comprensible sólo por quien tiene fe, por quien reconoce en el Evangelio de Jesús la voluntad del Padre y está dispuesto a acogerla y ponerla en práctica (cf. Mt 12,50).
En virtud de nuestra propia experiencia sabemos la gran importancia que tiene la palabra: a través de ella tomamos conciencia de ser personas humanas, comunicamos lo que pensamos y sentimos, recibimos, a nuestra vez, la comunicación del otro, entramos en contacto con el patrimonio cultural del pasado, conocemos mundos alejados del nuestro... Nuestra misma experiencia de la fe pone en el centro la palabra, desde el mismo momento en que Dios, el inefable, se ha hecho Palabra para que nosotros pudiéramos entrar en relación con él. Ha aceptado los límites de la palabra humana a fin de «decirse» y revelarse de un modo comprensible para nosotros. Se ha hecho tan cercano a nuestra experiencia cotidiana que podemos terminar por confundir su voz con el rumor de la charla confusa y bulliciosa o con el estruendo de decenas de decibelios que marca nuestra «cultura» del ruido. El Señor sigue viniendo hoy a nuestro encuentro dirigiéndonos la Palabra a cada uno de nosotros de manera personal. Y es que incluso cuando Dios habla a la muchedumbre tiene presente a la persona, con su verdad individual.
Todos y cada uno de nosotros somos conocidos, amados, elegidos —de modo semejante a Jeremías—. Cada uno de nosotros es objeto de confianza, como el campo en el que el sembrador esparce la semilla sin parsimonia. A todos y a cada uno de nosotros le repite la invitación a la amistad, a la familiaridad confidente con él. Tal vez prefiramos considerar todo esto como algo imposible porque intuimos que acoger la propuesta de Dios es comprometedor: exige que nos dejemos transformar por esa misma Palabra y nos convirtamos en «palabra» para los otros. Dios se compromete el primero y nos dice: “No temas, yo estaré contigo”. Su presencia garantiza la abundancia del fruto.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 1-9, para nuestros Mayores. El sembrador y la explicación de la parábola.
En la articulación del evangelio según Mateo se suceden secciones narrativas y grandes discursos que recogen las enseñanzas de Jesús siguiendo el desarrollo del relato. Los capítulos precedentes (11s) habían trazado el crecimiento de la desconfianza por parte de los fariseos hasta llegar a la hostilidad abierta respecto a Jesús. Las siete parábolas referidas aquí por Mateo —de las que sólo dos son comunes con Marco— reflejan esa situación y proporcionan la clave de lectura a los discípulos. Los vv. 1-3 trazan un cuadro de sosegada solemnidad, semejante a la introducción del sermón de la montaña. Como entonces, el Maestro se dirige a una inmensa muchedumbre; ahora, sin embargo, a causa de la obstinada dureza de corazón de muchos, no ofrece ya su enseñanza de un modo inmediatamente comprensible. En efecto, si se acerca una intensa fuente de luz a unos osos enfermos, los deslumbra; Jesús se ve obligado a velar su enseñanza dispensándola en forma de parábolas, a fin de no privar de una posibilidad extrema a muchos de sus oyentes (vv. 10-17).
El discurso se dirige así a una doble asamblea: en primer lugar, a la muchedumbre, después al grupo de los discípulos, a quienes se les ha permitido conocer los misterios del Reino de los Cielos. En ocasiones, la explicación de las parábolas se resiente de la interpretación de la primera comunidad cristiana, que la aplica a su propia situación. Es lo que parece verificarse en este fragmento, puesto que la detallada alegoría que aparece en la explicación induce a los discípulos a examinar su propia actitud de escucha, mientras que el sentido primario de la parábola es diferente: Jesús quiere hacer comprender que el crecimiento del Reino no es inmediato y triunfal, como muchos esperaban, sino que está confiado a la libre acogida de los hombres y a su cooperación perseverante, capaz de vencer las asechanzas del maligno y las inevitables dificultades. Sin embargo, el Reino ha de ser llevado y anunciado a todos, sin prejuicios y sin reparar en las fuerzas. Allí donde encuentra un terreno bueno, crece y da un fruto sobreabundante, que compensa ampliamente el trabajo del sembrador, es decir, de Jesús y de cada uno de sus discípulos anunciadores del Evangelio.
El Reino de los Cielos y la Palabra que anuncia su gracia y sus exigencias constituyen verdaderamente una semilla cargada de potencialidad. Jesús ha venido a sembrarla a manos llenas en los surcos de la historia y en los recovecos de cada corazón. Su munificencia nos sorprende, pero es precisamente esta imperturbable generosidad lo que el Señor quiere enseñarnos; a través de la parábola y de su explicación ilumina nuestra misión y nuestra conciencia. Jesús envía a cada uno de sus discípulos a llevar el anuncio del Reino de Dios a los que encuentren en el lugar donde vivan y trabajen. No resulta fácil: por lo general, procedemos al reconocimiento del terreno que nos rodea, es decir, evaluamos sí y con quien vale la pena manifestar nuestras convicciones. El Señor nos indica el camino de la gratuidad: la vida que hemos recibido debemos comunicarla a los otros, a todos, aunque sólo sea a través de una sonrisa siempre acogedora respecto a los que nos rodean. No debemos tener miedo al fracaso de nuestro apostolado, ni a la escasa fecundidad de nuestro testimonio. No nos corresponde a nosotros sopesar los resultados.
Se nos exhorta, más bien, a dar, sin cálculo ni exclusiones, sin desánimo ni pretensiones, lo que hemos recibido gratuitamente: el Reino de Dios en nosotros. La parábola del sembrador nos empuja, por consiguiente, hacia los hermanos. Su explicación, sin embargo, nos interroga también personalmente: ¿qué hemos hecho de la Palabra del Reino sembrada en nosotros? Las realidades más preciosas son las más expuestas a las asechanzas del maligno; no podemos dar lo que no hemos recibido y madurado en el fondo de nosotros mismos. Tal vez sepamos muchas cosas en materia de enseñanzas evangélicas, pero acoger la Palabra es mucho más: es cultivar con esmero la semilla de gracia depositada en nosotros, liberando siempre el corazón de la indiferencia que nos aplasta (camino), del estorbo de muchas realidades que nos hacen superficiales (piedras) y del afán por los bienes de este mundo (espinas).
Si la Palabra puede crecer en nosotros, uno de sus frutos más hermosos será precisamente la generosidad y la franqueza a la hora del llevar el anuncio del Reino de Dios a los hermanos.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13,1-9, de Joven para Joven. Parábola del sembrador
El misterio del Reino. Con la parábola del sembrador comienza el tercer gran discurso de Mateo, el parabólico. Recoge parábolas como el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla escondidos, la red barredera...
Las parábolas son relatos inventados, pedagógicos, tomados muchas veces de la vida del campo o del ambiente doméstico, fáciles de entender, porque se refieren a la existencia diaria. Jesús las utiliza como vehículo adecuado por su gran expresividad para revelar la naturaleza y las líneas-fuerza del Reino. Él no formuló nunca una definición conceptual del Reino, sino que desveló su naturaleza y sus exigencias con parábolas. El contenido es, sobre todo, una oferta de salvación, de plenitud de vida, que ha de florecer en dicha y alegría.
La parábola del sembrador forma parte de las cuatro que se denominan “parábolas de contraste”, junto con la del grano de mostaza, la levadura y la semilla que crece sola. Se las designa con este nombre porque en ellas se pone de manifiesto el “contraste” entre la insignificancia de los comienzos del Reino de Dios con el crecimiento asombroso hasta llegar a ser una realidad soberana y sorprendente. La parábola del sembrador se divide en tres secciones: proclamación de la parábola por Jesús; intermedio en el que Jesús declara por qué habla en parábolas, y explicación de la misma.
Una gran cosecha. En esta parte de la parábola el protagonismo lo tienen Jesús y la semilla. Jesús se plantea el problema de los fracasos y las resistencias a su mensaje y a la predicación posterior: ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de los parientes... Pretende dar un sentido a esta incomprensión y pone de manifiesto el contraste entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá en su tiempo oportuno.
El sentido de la parábola es optimista; resalta la extraordinaria fructificación de la semilla a pesar de los obstáculos. El sembrador tira a voleo su semilla. Parte cae en el camino o, más bien, en las sendas hechas por los transeúntes desde la última cosecha. Otra parte cae entre abrojos. Al labrador no le importa mucho porque, acto seguido, pasará el arado que roturará las sendas endurecidas y arrancará las espinas y malas hierbas que hay en el campo. El terreno “rocoso”, no simplemente pedregoso, se halla cubierto de una capa tenue de tierra que dificulta la apreciación de la verdadera clase del mismo. Con la sementera nace la esperanza del labrador, aunque sepa que se va a malograr un porcentaje de las semillas. A pesar de las dificultades, el labrador se arriesga y sabe esperar. La parte de la semilla perdida, ¿no se halla ampliamente compensada por la otra que llega a dar un 30, un 60 y hasta el 100 por uno?
Las cifras son fantásticas, parabólicas. Una buena cosecha en Palestina, en tiempo de Jesús, no excedía del 10 por uno. Jesús pone el acento en la gran cosecha que se logra y que supera todo cálculo previsible. Lo mismo ocurre con las semillas del Evangelio. Sus comienzos no son halagüeños, pero, por tratarse de una sementera divina, se logrará una gran cosecha.
La parábola, que al narrarla Jesús era profecía, al escribir Mateo ya es realidad. Muchas semillas se han perdido, sobre todo las caídas en corazones judíos, pero Lucas anota: “El mensaje del Señor se iba difundiendo por toda la región” (Hch 13,49); las comunidades se van multiplicando en distintas ciudades con la siembra de Pablo y su compañero. Ya al comienzo del ministerio Lucas habla de la gran fecundidad de las primeras siembras de Pedro, indicando hiperbólicamente que en la primera predicación se “convirtieron unos tres mil” (Hch 2,41) y en la segunda “el número de hombres llegó a cinco mil” (Hch 4,4).
Vitalidad de la semilla. Jesús quiere resaltar que la semilla de su Evangelio tiene una gran vitalidad y que encontrará siempre tierra que la acoja fecundamente.
Esto inspira una gran confianza para cada uno como tierra que acoge las semillas. No es poco saber que los mensajes del Evangelio son la pura verdad, porque tienen como garante a aquel que es “la Verdad” (Jn 14,6), el que “tiene palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
También en orden a nuestra misión de sembradores inspira gran confianza saber que la semilla que esparcimos a voleo es la mejor semilla, la más adecuada para el corazón humano. El Evangelio está hecho a su medida; por eso decía Tertuliano: “Todo hombre es naturalmente cristiano”; es cristiano de deseo, aunque sea inconsciente.
Me he encontrado con hombres, aparentemente indiferentes en lo religioso, que después de hablar con ellos acerca del Evangelio y de Jesucristo, han exclamado: “Esto es lo que yo esperaba y he buscado desde hace años”... Es sorprendente que cuando Pablo está desanimado por la indiferencia de los habitantes de Corinto, ciudad muy corrupta, escucha a Cristo que le dice: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles, pues tengo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hch 18,9-10). Y en Corinto surgirá una comunidad muy pujante.
¿No habrá, quizás, una dosis de pereza detrás de tanta lamentación cuando decimos: “No hay nada que hacer; la gente no quiere saber nada de religión, ni de la Iglesia; está muy materializada”? Hay mucha gente que busca en la espiritualidad oriental, en grupos religiosos espontáneos, en las sectas, en las ONG...
También nos hemos de preguntar si las semillas que sembramos con la palabra y el testimonio de nuestra vida son del Evangelio o de “nuestra religiosidad subjetiva”, “nuestras prácticas religiosas”, “nuestro cristianismo”... El Concilio Vaticano II achaca a ello el crecimiento del ateísmo (GS 19), con lo cual se cae en una paradoja pavorosa: los llamados a sembrar semillas del Evangelio, siembran cizaña. He escuchado a personas indiferentes y alejadas ante las palabras y la vida de cristianos “evangélicos”: “¡Éste es otro cristianismo! ¡Esto ya me convence!”.
Elevación Espiritual para este día.
Imita a la tierra, oh hombre, y produce también tú tus frutos para no ser inferior a las cosas materiales. La tierra produce frutos, pero no puede gozarlos y los produce para tu beneficio. Tú, en cambio, puedes recoger para tu propio beneficio todo lo que vas produciendo. Si has dado al hambriento, se vuelve tuyo todo lo que le has dado; más aún: vuelve a ti incrementado. En efecto, del mismo modo que el trigo que cae en tierra actúa en beneficio de aquel que lo ha sembrado, así también el pan dado al hambriento reporta muchos beneficios. Que lo que constituye su fin para la agricultura sea, pues, para ti el criterio de la siembra espiritual. Tú no conoces más que una frase: «No tengo nada y no puedo dar nada, porque no tengo bienes». En efecto, eres verdaderamente pobre; es más, estás privado de todo verdadero bien. Eres pobre de amor, pobre de humanidad, pobre de fe en Dios, pobre de esperanza en las realidades eternas. Muéstrate activo en el bien. Entonces te aprobará Dios, te alabarán los ángeles, te proclamarán bienaventurado todos los hombres que han existido desde la creación del mundo en adelante.
Reflexión Espiritual para el día.
«Entré en aquella capilla por casualidad, sin angustias metafísicas, sin inquietudes, sin problemas personales, sin disgustos amorosos: no era yo más que un ateo tranquilo, marxista, un joven despreocupado y un poco superficial que tenía en su programa aquella noche un encuentro galante», me contó también a mí. «Salí de allí diez minutos después, tan sorprendido de encontrarme de repente católico como lo hubiera estado si me hubiera descubierto jirafa o cebra a la salida del zoo. Precisamente porque sabía que nadie me habría creído, callé durante más de treinta años, trabajé duro para hacerme un nombre como periodista y escritor y poder esperar así no ser tomado por loco cuando hubiera pagado mi deuda: contar lo que me había sucedido». Para algunos, este hombre [André Frossard] es un problema; para otros, un enigma: un periodista de éxito, uno de los más conocidos y temidos de Francia, que sale con un libro en el que anuncia, con una seguridad inexpugnable, que Dios es una evidencia, un hecho, una Persona encontrada de manera inesperada por el camino.
«La Cosa» tuvo lugar en Sudamérica, en un congreso: una caída sobre el borde de cemento de una piscina, una fractura, la larguísima espera de socorro. [Louis Pawels] añade: «Estaba solo, todos habían vuelto al albergue para la comida. Mientras me desplomaba en tierra, sentí que no estaba cayendo por casualidad: advertí con claridad que «Alguien» me había empujado. Y lo había hecho para decirme «algo». Yacía abandonado sobre el cemento, fracturado. El dolor era lancinante; sin embargo, me invadió una inmensa, una inexplicable alegría. Cuando, por fin, acudió alguien y me llevaron en camilla, mi cuerpo estaba herido, pero mi alma exultaba. Era como si aconteciera el nacimiento de Cristo para mí, en aquel mismo momento: era mí Navidad, una Navidad en septiembre. Por vez primera en mi vida, conocí la alegría»
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías. Te constituyo profeta de las naciones.
Durante unas tres semanas, leeremos algunos hermosos pasajes del profeta Jeremías. Vivió algo más de un siglo después de los tres profetas precedentes —Amós, Isaías, Miqueas—. Y desde entonces se encuentra metido por entero en el drama de los últimos sobresaltos del Estado Judío, entre 625 y 586, fecha de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, precedida de varias deportaciones.
Alma ultrasensible, inclinada a la interioridad a causa de su mismo sufrimiento, Jeremías está muy cerca de nosotros. Por su propia vida, nos dice que es posible guardar la fe en Dios cuando todo parece venirse abajo... que hay que guardar la esperanza en días mejores... que Dios es más grande y más fiel que todo, a pesar de todas las diferencias contrarias.
El Señor me dirigió la palabra y me dijo: «Antes de haberte formado en el seno materno, te conocía. Antes que nacieses, te consagré.»
Notemos ya ahora la diferencia entre la vocación de Jeremías y la de Isaías. Aquí, no hay ninguna puesta en escena grandiosa. Ningún ruido, ningún grito: el silencio interior. Una palabra íntima, una convicción secreta: Dios se me ha adelantado, y ha sido el primero en amarme, ¡desde el seno de mi madre... y antes!
Hoy se nos repite que no somos más que el fruto del azar, el encuentro, como el caer de los dados, de dos células... así, sin razón alguna, por nada.
Con Jeremías, creo, Señor, que he sido querido por Ti... Y que Tú tienes un proyecto sobre mí. No me has suscitado a la existencia porque sí, sino para una tarea precisa que nadie más que yo puede cumplir.
Te constituyo profeta de las naciones.
La misión de Jeremías es «universal», internacional. De hecho, sabemos por la historia que la misión de Jeremías fracasó viviendo él. Pero después, su influencia fue creciendo sin cesar: es el padre del judaísmo más puro, que florecerá pasada la prueba del Exilio. Al poner en evidencia las relaciones íntimas del alma con Dios, preparó la nueva Alianza en Jesús. El fue sin duda quien proporcionó los trazos de ese Servidor (Isaías 53) que es la más hermosa imagen de Cristo.
Y dije: « ¡Ah, Señor! No sé expresarme. No soy más que un muchacho.»
Jeremías es un tímido. A diferencia de Isaías que se ofrecía de entrada, él, en cambio, duda, confiesa su debilidad, su incapacidad.
El Señor contestó: «No digas: soy un muchacho. Irás adondequiera que Yo te envíe, dirás todo lo que te ordenaré. No les tengas miedo, que estoy contigo para salvarte, palabra del Señor.» Entonces alargó el Señor su mano, me tocó la boca y me dijo: «De tal modo, ¡he puesto mis palabras en tu boca!»
Jeremías será, verdaderamente, el hombre de la «palabra».
Ninguna debilidad cuenta ante esa llamada: necesitará «recibirlo todo» de Dios para poder decir algo válido. Señor, toca mis labios, toca mi inteligencia y mi corazón, para que llegue a saber decir algunas palabras de Ti, a pesar de mi debilidad.
Recuerda que hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para extirpar y destruir, para abatir y derrocar, para reconstruir y plantar.
Jeremías tenía un alma sensible y tierna, hecha para amar, y fue encargado del tremendo papel de derrocar para plantar. Tuvo, sobre todo que transmitir, a grandes voces, mensajes de desgracia y de infortunio a los reyes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a todas las gentes. Señor, danos la valentía de arriesgar nuestra vida por la verdad, por el amor, por una gran causa a la que dedicamos nuestra vida porque creemos que nos viene de Ti +
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