22 de Julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. JUEVES XVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. SANTA MARÍA MAGDALENA, Memoria obligatoria. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Anastasio mj, Cirilo ob, Walter cf.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 2, 1-3.7-8.12-13. Me abandonaron ha mí , fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados.
Salmo 35. En ti, Señor, está la fuente viva.
Jn 20,1.11-18: Mujer, ¿por qué lloras?
Este relato nos sitúa en el conjunto de apariciones de Jesús resucitado, pero el relato que nos describe el evangelista Juan tiene sus particularidades. Maria Magdalena va sin miedo a la tumba, empujada por su amor, tan pronto como el sábado termina y ella tiene libertad de movimiento, lo mismo que estuvo presente al pie de la cruz, también esta presente en la tumba. Su primera misión de amor comienza con su mensaje a los dos discípulos, así se convierte en la intermediaria humana para que el discípulo amado crea sin haber visto. Cuando los dos discípulos ven la tumba vacía y los lienzos, simplemente vuelven a casa. Pero el amor de María la tiene atada a aquel lugar.
Un detalle muy importante es que Jesús encomienda a María Magdalena, que anuncie a sus hermanos el mensaje pascual fundamental, desde ese momento El y sus discípulos van a permanecer inseparablemente unidos como miembros de la única familia de Dios. Ella no es solo la primera en contemplar a Cristo resucitado y la apóstol de apóstoles, sino también la portadora del mensaje de la nueva creación, Jesús se lo encomendó aunque era muy consciente de que el testimonio de las mujeres no contaba en la cultura judía. Su glorificación marca el comienzo de una nueva cultura cristológica.
Es interesante anotar que en los relatos de la apariciones del resucitado esta presente como algo fundamental la dimensión misionera, se lo dice también a María Magdalena tiene que ir a anunciar a sus hermanos que ha visto al Resucitado. El contemplar a Cristo resucitado nos impulsa a toda la Iglesia a ser comunicadora y anunciadora de esta nueva realidad, se convierte a si en anunciadora de una vida nueva.
No es posible leer este evangelio, y decir todo esto, y no darse cuenta de que la realidad de la mujer en la Iglesia no es evangélica... ¿Qué podemos hacer? Hay muchas personas, muchas mujeres sobre todo, que celebran la fiesta de María Magdalena como una reivindicación pendiente en la Iglesia. ¿Hace falta ser mujer para defender la Causa de la Mujer? ¿A quién le puede dejar indiferente esta situación?
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 2, 1-3. 7-8. 12-13
Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados.
Recibí esta palabra del Señor:
"Ve y grita a los oídos de Jerusalén: "Así dice el Señor:
Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma. Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha: quien se atrevía a comer de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-.
Yo os conduje a un país de huertos, para que comieseis sus buenos frutos; pero entrasteis y profanasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad.
Los sacerdotes no preguntaban: '¿Dónde está el Señor?', los doctores de la ley no me reconocían, los pastores se rebelaron contra mí, los profetas profetizaban por Baal, siguiendo dioses que de nada sirven.
Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos -oráculo del Señor-.
Porque dos maldades ha cometido mi pueblo: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 35
R/.En ti, Señor, está la fuente viva.
Señor, tu misericordia llega al cielo, / tu fidelidad hasta las nubes; / tu justicia hasta las altas cordilleras, / tus sentencias son como el océano inmenso. R.
¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!, / los humanos se acogen a la sombra de tus alas; / se nutren de lo sabroso de tu casa, / les das a beber del torrente de tus delicias. R.
Porque en ti está la fuente viva, / y tu luz nos hace ver la luz. / Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, / tu justicia con los rectos de corazón. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 13, 10-17
A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: Por qué les hablas en parábolas?"
Él les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:
"Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo les cure."
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron."
Palabra del Señor
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 2, 1-3.7-8.12-13. Me abandonaron ha mí , fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados.
Salmo 35. En ti, Señor, está la fuente viva.
Jn 20,1.11-18: Mujer, ¿por qué lloras?
Este relato nos sitúa en el conjunto de apariciones de Jesús resucitado, pero el relato que nos describe el evangelista Juan tiene sus particularidades. Maria Magdalena va sin miedo a la tumba, empujada por su amor, tan pronto como el sábado termina y ella tiene libertad de movimiento, lo mismo que estuvo presente al pie de la cruz, también esta presente en la tumba. Su primera misión de amor comienza con su mensaje a los dos discípulos, así se convierte en la intermediaria humana para que el discípulo amado crea sin haber visto. Cuando los dos discípulos ven la tumba vacía y los lienzos, simplemente vuelven a casa. Pero el amor de María la tiene atada a aquel lugar.
Un detalle muy importante es que Jesús encomienda a María Magdalena, que anuncie a sus hermanos el mensaje pascual fundamental, desde ese momento El y sus discípulos van a permanecer inseparablemente unidos como miembros de la única familia de Dios. Ella no es solo la primera en contemplar a Cristo resucitado y la apóstol de apóstoles, sino también la portadora del mensaje de la nueva creación, Jesús se lo encomendó aunque era muy consciente de que el testimonio de las mujeres no contaba en la cultura judía. Su glorificación marca el comienzo de una nueva cultura cristológica.
Es interesante anotar que en los relatos de la apariciones del resucitado esta presente como algo fundamental la dimensión misionera, se lo dice también a María Magdalena tiene que ir a anunciar a sus hermanos que ha visto al Resucitado. El contemplar a Cristo resucitado nos impulsa a toda la Iglesia a ser comunicadora y anunciadora de esta nueva realidad, se convierte a si en anunciadora de una vida nueva.
No es posible leer este evangelio, y decir todo esto, y no darse cuenta de que la realidad de la mujer en la Iglesia no es evangélica... ¿Qué podemos hacer? Hay muchas personas, muchas mujeres sobre todo, que celebran la fiesta de María Magdalena como una reivindicación pendiente en la Iglesia. ¿Hace falta ser mujer para defender la Causa de la Mujer? ¿A quién le puede dejar indiferente esta situación?
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 2, 1-3. 7-8. 12-13
Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados.
Recibí esta palabra del Señor:
"Ve y grita a los oídos de Jerusalén: "Así dice el Señor:
Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma. Israel era sagrada para el Señor, primicia de su cosecha: quien se atrevía a comer de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él -oráculo del Señor-.
Yo os conduje a un país de huertos, para que comieseis sus buenos frutos; pero entrasteis y profanasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad.
Los sacerdotes no preguntaban: '¿Dónde está el Señor?', los doctores de la ley no me reconocían, los pastores se rebelaron contra mí, los profetas profetizaban por Baal, siguiendo dioses que de nada sirven.
Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y pasmaos -oráculo del Señor-.
Porque dos maldades ha cometido mi pueblo: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 35
R/.En ti, Señor, está la fuente viva.
Señor, tu misericordia llega al cielo, / tu fidelidad hasta las nubes; / tu justicia hasta las altas cordilleras, / tus sentencias son como el océano inmenso. R.
¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!, / los humanos se acogen a la sombra de tus alas; / se nutren de lo sabroso de tu casa, / les das a beber del torrente de tus delicias. R.
Porque en ti está la fuente viva, / y tu luz nos hace ver la luz. / Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, / tu justicia con los rectos de corazón. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 13, 10-17
A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: Por qué les hablas en parábolas?"
Él les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:
"Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo les cure."
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron."
Palabra del Señor
Comentario de la Primera Lectura: Jr 2,1-3.7-8.12-13. Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaros aljibes agrietados.
La palabra que el Señor confía a Jeremías para que la transmita tiene aquí la forma de una requisitoria severa y apasionada, en la que Yavé pone a Israel frente a sus propias responsabilidades y le pide cuentas de su infidelidad a la alianza. Dios tiene presente en el corazón y en la mente el tiempo del Éxodo y de la estancia en el desierto, un tiempo idílico de comunión, en el que el pueblo respondía con docilidad y obediencia a su amor absoluto (v. 2). Por su parte, Dios ha tutelado de todos los modos posibles a Israel, su propiedad (v. 3), y, fiel a la promesa, lo guió a la rica y fértil tierra de Canaán (v. 7a).
El cambio de actitud del pueblo motiva la acusación: una vez en sitio seguro, Israel abandonó a su Dios; su pecado ha profanado la tierra que habita y que es santa por ser de Dios. Es extraordinariamente grave que los guías del pueblo (sacerdotes, reyes, profetas) hayan sido los primeros en traicionar la alianza volviéndose a los ídolos. Toda la creación está llamada a ser testigo de un hecho tan absurdo: aunque el pueblo ha experimentado la plenitud de vida en la comunión con el Dios vivo, lo abandona ahora prefiriendo a los ídolos. Es el mismo estúpido dramatismo de quien, sediento, en vez de dirigirse a la fuente de agua viva, prefiere ponerse a excavar aljibes que, al agrietarse, acaban por perder el agua que retenían (vv. 12ss).
Comentario del Salmo 35. R/. En tí, Señor, está la fuente viva.
Es un salmo de súplica individual. Una persona constata la arrogancia y la prepotencia del malvado, que pretende ocupar el puesto de Dios, y clama por ello, para que no la pisotee el pie del soberbio y no la eche fuera la mano del malvado (12). La súplica aparece solamente al final (11-12), pero es ella la que imprime un colorido particular y da sentido a todo el salmo.
Posee tres partes bien diferenciadas: 1-5; 6-10; 11-13. En la primera (1-5), se presenta el modo en que piensa y actúa el hombre injusto, que representa a un grupo fuerte de la sociedad: el grupo de los malvados. Estos son «ateos prácticos», es decir; no niegan la existencia de Dios, todo lo contrario. Creen que Dios existe, pero ni lo respetan ni lo temen: «¡No tengo miedo a Dios ni en su presencia!» (2b). Se consideran personas perfectas, sin pecado (3), pero las palabras de su boca son maldad y mentira, y sus planes tienen por objeto el crimen (4-5).
En la segunda parte (6-10), el justo presenta al Señor cuyo modo de ser y de obrar es totalmente opuesto al de los malvados. Ensalza su amor; su fidelidad, su justicia y sus juicios, que son insuperables (6-7). Presenta estas características divinas como lo más alto que existe (el cielo, las nubes, las montañas más altas) y como lo más profundo y vasto (el océano inmenso). El salmista se sirve de imágenes cósmicas para hablar de las cualidades insuperables del Señor. Ensalza a Dios, que cuida de animales y hombres, esto es, de toda la creación, convirtiéndose en refugio, fuente de vida y de luz para los humanos (8-10).
En la tercera parte (11-13), aparece la súplica, motivada por la arrogancia de los malvados que pretenden ocupar el lugar de Dios, convirtiéndose en fuente de opresión (el pie que pisotea) y de exclusión (la mano que echa fuera).
Como los demás salmos de súplica, también este revela un conflicto abierto entre los justos y los malvados. Los justos son presentados como los que reconocen al Señor y son rectos de corazón (11). Los injustos (2) son calificados como “soberbios”, «malvados» (12) y «malhechores» (13).
Las relaciones entre ambos grupos son conflictivas. El pie del soberbio amenaza con pisotear al justo (opresión), y la mano del malvado está pronta para echarlo fuera (exclusión, v. 12). ¿En qué consiste la opresión? Expulsarlos, ¿de dónde? Este salmo nos dice que, en el silencio de la noche («en su lecho»), los malvados planean el crimen, se reafirman en su opción por el mal y no dan marcha atrás (5). Como resultado de todo ello, pisotean a los justos y los echan con mano fuerte, es decir, con todo el poder de que disponen, impunemente. Tal vez estemos ante un conflicto relacionado con la posesión de la tierra. Al no temer a Dios ni en su presencia, los malvados avanzan por el camino de la maldad, roban (5), pisotean, expulsan (12).
Por eso, el justo clama. Clama porque los malvados se están adueñando de la sociedad, dando lugar a injusticias. Para ellos, Dios está ausente, no le preocupa la suerte de la gente. Se ensalzan a sí mismos, encubren la propia maldad y, poco a poco, van ocupando el lugar de Dios. La situación es extremadamente grave, pues este tipo de práctica va adueñándose de la conciencia de la gente, que acaba creyendo en la impunidad y en la derrota total de la justicia.
El final del salmo da a entender que el Señor ha intervenido y que ha restablecido la justicia, pues «han fracasado los malhechores, han caído y no se pueden levantar» (13). O, quién sabe, puede que la confianza del justo sea tal que celebra ya la victoria de la justicia y la derrota definitiva de la injusticia.
El rostro de Dios aparece a lo largo de todo este salmo. En la primera parte, se arrojan sombras sobre él: se le presenta como débil, incapaz de reaccionar ante los malvados que no le temen a nada. Está presente, es cierto, pero no hace ni dice nada. Este es el modo en que los malvados imaginan a Dios. Pero en la segunda parte, el Señor surge con todo su vigor. Su amor, su fidelidad, su justicia y sus juicios son insuperables. Amor y fidelidad son dos características fundamentales del Dios de la Alianza, Es un Dios que se une con su pueblo mediante pacto, en medio de la ternura y la fidelidad, para hacer justicia y restablecer la paz. Estas son sus señas de identidad.
El Señor no se queda callado, ni se inhibe ante la arrogancia y la prepotencia de los injustos. Interviene con justicia, y sus juicios son tan grandes y profundos como el océano inmenso. ¿Por qué el salmista presenta al Señor de esta manera? Porque su experiencia de Dios hunde sus raíces en la gran intervención divina del éxodo, cuando el Señor escuchó el clamor de su pueblo y le hizo justicia contra el Faraón y contra Egipto, que oprimían a los israelitas. Este es el Dios en el que confía el justo, el Dios en el que se refugia, pues es fuente de vida y de luz (10). Este Dios está en medio de su pueblo, saciándola en su casa (el templo) y embriagándolo con el torrente de sus delicias (la tierra prometida). La posesión de la Tierra es la garantía de que el Señor es el aliado fiel. El justo, en su súplica (11-12), pide que se mantenga esta fidelidad, de manera que el pueblo conserve la posesión de la Tierra.
En el Nuevo Testamento, además de escuchar todas las súplicas del pueblo, Jesús se opuso enérgicamente a los que dominaban a las personas y hacían lo contrario de lo que Dios hace por la gente (véase, por ejemplo, Mt 23)
En nuestro mundo hay mucha gente que pretende ocupar el puesto de Dios, pisoteando al pueblo y arrojándolo de la tierra, expulsándolo de sus casas, privándole de la educación, de la salud, etc. Reconocer al Dios verdadero y ser recto de corazón significa estar en desacuerdo con todo esto y luchar para que las cosas cambien. Cuando nos vemos necesitados de fuerzas para esta lucha, entonces conviene rezar el salmo 35, dejando que sea nuestro inspirador y buscando en Dios la fuente de la vida y de la luz.
Comentario del santo Evangelio: Jn 20, 1,11-18. ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?
Al comienzo del largo «sermón en parábolas», inserta Mateo la pregunta sobre el «porqué» de las parábolas y del rechazo de la Palabra de Jesús por parte de Israel. Era ésta una pregunta importante para los cristianos de las primeras comunidades, que, por una parte, se encontraban frente a la necesidad de explicar e interpretar un tipo de anuncio que se había vuelto inaccesible de manera inmediata y, por otra, sufrían la oposición y el escándalo del pueblo elegido, que, en una gran parte, no había acogido al Mesías. La respuesta parte del reconocimiento de la antítesis aparecida ya en la parábola del sembrador: hay quien se muestra disponible y quien, por el contrario, ofrece resistencia a la Palabra de Jesús. La diferente disposición interior establece la diferencia entre el «ver» y el «oír»: conversión y consecuente bienaventuranza para los unos, incomprensión y exclusión del don para los otros. El texto profético de Is 6,9ss, en el que Dios anuncia al profeta los obstáculos que encontrará en el ejercicio de su misión, da razón de lo que antes Jesús y después la iglesia tendrán que vivir. Si bien el lenguaje semítico refiere a Dios la causa primera de los acontecimientos, no es ciertamente él quien determina la docilidad y la dureza del corazón. El hombre está llamado a asumir en primera persona la responsabilidad de su propia elección frente a la Palabra que hoy se le dirige, puesto que hoy es el tiempo favorable para la salvación (cf. 2 Cor 6,2).
No es difícil ver; si miramos alrededor, cuántas relaciones superficiales existen. Y no sólo las de «conveniencia», en las que apenas se intercambian el saludo o dos palabras sobre el tiempo o sobre el partido de fútbol, sino también en otras que son fundamentales: entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre personas que comparten una misma opción religiosa, existencial...
Vemos relaciones sin raíces profundas, que terminan. Y estaría bien que nos preguntáramos por qué resulta tan difícil embarcarse en un compromiso que dure toda la vida. La Palabra del Señor nos propone hoy que miremos dentro de nuestro corazón, que lo toquemos, que verifiquemos la disponibilidad que tiene para hacer un esfuerzo e ir más allá de la superficialidad; también en nuestra relación con el Señor. De manera diferente, nos escapa el sentido de lo que vivimos, y puede pasar nos que seamos como los judíos, que, por no mostrarse disponibles a comprometerse a fondo con el Señor, rechazaban su amor vivificante por cultos de muerte. Resulta paradójico, pero tal vez no alejado de nuestra experiencia, que —estando hambrientos de amor— no veamos a Dios, que es amor, y no escuchemos en serio su Palabra; que —estando desorientados por el vacío y la falta de sentido del vivir— cerremos los ojos y los oídos frente a quien nos da testimonio de Dios como verdad y como vida. Toquemos nuestro corazón: todavía está a tiempo de convertirnos.
Comentario del santo Evangelio: Jn 20, 1.11-18, para nuestros Mayores. Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?.
La parábola del sembrador habla de los obstáculos con que tropieza el reino de Dios en su desarrollo terreno. El sembrador de la parábola tira a voleo su semilla. Parte de ella cae en el camino o, más bien, en las sendas hechas por los transeúntes desde la recogida de la última cosecha. Otra parte cae entre abrojos. Al sembrador no le importa mucho porque, acto seguido, pasará el arado que cultivará las sendas endurecidas y arrancará las espinas y malas yerbas que haya en el campo. El terreno “rocoso”, no simplemente pedregoso se haya cubierto de una capa tenue de tierra que dificulta la apreciación de la verdadera clase del mismo.
Con la sementera nace la esperanza, aunque se malogre una parte de la semilla. El parabolista pudo haber mencionado otras múltiples causas que hacen incierta toda labor de sementera. A pesar de todo, el labrador se arriesga y sabe esperar. La parte de semilla perdida, ¿no se halla ampliamente compensada por la otra que llega a dar un 30, un 60 y hasta un 100 por uno?
Las cifras son fantásticas, parabólicas. Una buena cosecha en Palestina no suele exceder el 10 por uno. Entre las descripciones poéticas que hace el Antiguo Testamento sobre el tiempo de la salud figura la asombrosa fecundidad del terreno. Y los rabinos de la época de Jesús describían también los tiempos mesiánicos aludiendo a una producción fantástica de la tierra, que evocaba los días del paraíso. Cristo utilizó la misma imagen. Y hace recaer el acento parabólico no en la semilla que se pierde, sino en la gran cosecha que se logra y que supera todo cálculo previsible. Lo mismo ocurre con el reino de Dios.
Sus comienzos no son halagüeños pero, por tratarse de una sementera divina, se logrará una gran cosecha.
El sembrador de la Palabra tropezaba con una serie de dificultades que parecían ahogar toda humana esperanza: superficialidad indiferente de los oyentes (Mc 6, 5—6), su positiva adversidad frente al Reino (Mc 3, 6), su inconstancia ante las exigencias de la fe (Jn 6, 60).
La interpretación de la parábola —probablemente posterior a la misma— pone de relieve las dificultades con que tropieza la Palabra. Se desplaza el acento parabólico. Ya no es la gran cosecha lograda lo que se pone en primer plano, sino la semilla perdida. El fruto se halla condicionado por las disposiciones y actitud humana ante la Palabra. Fructifica en proporción directa a la calidad del terreno, a las diversas disposiciones de los oyentes.
La parábola expone la verdadera naturaleza del Reino. Los tres obstáculos que encuentra para que la semilla alcance su período de madurez significan simplemente que una parte más o menos grande de la semilla se pierde. A pesar de todo, el labrador logra una gran cosecha: el reino de Dios se establece en la tierra con un éxito desproporcionado a sus comienzos humildes y adversos.
A pesar del fracaso aparente del Reino, de la predicación y del mensaje cristiano, el poder de Dios logrará que la esperanza del sembrador se vea colmada con abundante cosecha. ¿Dónde? Esto dependerá de las disposiciones de los oyentes de la Palabra.
Finalmente, a modo de apéndice, digamos algo sobre la finalidad de las parábolas ya que, en nuestro texto, aparecen esas palabras casi escandalosas de Jesús: ¿utilizó las parábolas para que no le entendiesen? Ha habido dos teorías que se han hecho clásicas para explicar estas duras palabras: teoría de la justicia: la parábola oculta la verdad para castigar la infidelidad del pueblo que ha rechazado la palabra de Dios cuando le era expuesta con toda claridad. Esta teoría va en contra de la naturaleza de las parábolas y en contra de la misión de Jesús. Teoría de la misericordia: la parábola no habla con claridad. Jesús recurre a ellas para mitigar la culpabilidad de los que no creían. Teoría injustificada desde las parábolas mismas, que son suficientemente claras. Además, en otras ocasiones, Jesús hablaba no sólo con claridad sino hasta con crudeza.
Para resolver el problema hay que contar con los elementos siguientes: a) el texto está fuera de lugar (lo de muestra el hecho elemental de ser preguntado Jesús por “las” parábolas cuando en realidad no ha expuesto más que una); b) la expresión se refería originariamente a toda la enseñanza de Jesús, ya que el término “parábola”, mashal en hebreo, puede significar tanto parábola como misterio, sentencia, enigma, proverbio, enseñanza; c) esta diversidad de significados hizo que, al traducir la palabra mashal al griego, y después a las demás lenguas, se convirtiese en «parábola»; d) el texto se halla traducido defectuosamente y reconstruyéndolo en su forma original aramea tendríamos lo siguiente: “a vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta misterioso”. A continuación viene la partícula final «para que»; pero esta partícula puede ser, además de final, consecutiva y entonces traduciríamos así: «de modo que se cumple la palabra de la Escritura, (a continuación viene la cita del profeta Isaías Is 6, 9-10). Quedan, por tanto, las últimas palabras, las más “escandalosas,”: “no sea que se conviertan…” Tendríamos aquí latente o subyacente la partícula aramea dilema que, además de los sentidos “para que no”, «no sea que», tiene también este otro «sea, pues, que...» y en este sentido debe ser entendida aquí.
La conclusión que parece imponerse hoy es que la traducción del célebre y torturante texto debe ser la siguiente: «a vosotros os ha dado Dios a conocer el misterio del Reino; para los que están fuera todo es misterioso, de modo que (como está escrito) miran y no ven, oyen y no entienden; que se conviertan, pues, y Dios les perdonará». La solución de los que están fuera no es desesperada. Todavía tienen una oportunidad: que se conviertan.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 20, 1.11-18, de Joven Para Joven. Los misterios del Reino de los Cielos.
En la articulación del evangelio según Mateo se suceden secciones narrativas y grandes discursos que recogen las enseñanzas de Jesús siguiendo el desarrollo del relato. Los capítulos precedentes (11s) habían trazado el crecimiento de la desconfianza por parte de los fariseos hasta llegar a la hostilidad abierta respecto a Jesús. Las siete parábolas referidas aquí por Mateo —de las que sólo dos son comunes con Marco— reflejan esa situación y proporcionan la clave de lectura a los discípulos. Los vv. 1-3 trazan un cuadro de sosegada solemnidad, semejante a la introducción del sermón de la montaña. Como entonces, el Maestro se dirige a una inmensa muchedumbre; ahora, sin embargo, a causa de la obstinada dureza de corazón de muchos, no ofrece ya su enseñanza de un modo inmediatamente comprensible. En efecto, si se acerca una intensa fuente de luz a unos ojos enfermos, los deslumbra; Jesús se ve obligado a velar su enseñanza dispensándola en forma de parábolas, a fin de no privar de una posibilidad extrema a muchos de sus oyentes (vv. 10-17).
El discurso se dirige así a una doble asamblea: en primer lugar, a La muchedumbre, después al grupo de los discípulos, a quienes se les ha permitido conocer los misterios del Reino de los Cielos. En ocasiones, la explicación de las parábolas se resiente de la interpretación de la primera comunidad cristiana, que la aplica a su propia situación .Es lo que parece verificarse en este fragmento, puesto que la detallada alegoría que aparece en la explicación induce a los discípulos a examinar su propia actitud de escucha, mientras que el sentido primario de la parábola es diferente: Jesús quiere hacer comprender que el crecimiento del Reino no es inmediato y triunfal como muchos esperaban, sino que está confiado a la libre acogida de los hombres y a su cooperación perseverante, capaz de vencer las asechanzas del maligno y las inevitables dificultades. Sin embargo, el Reino ha de ser llevado y anunciado a todos, sin prejuicios y sin reparar en las fuerzas. Allí donde encuentra un terreno bueno, crece y da un fruto sobreabundante, que compensa ampliamente el trabajo del sembrador, es decir, de Jesús y de cada uno de sus discípulos anunciadores del Evangelio.
El Reino de los Cielos y la Palabra que anuncia su gracia y sus exigencias constituyen verdaderamente una semilla cargada de potencialidad. Jesús ha venido a sembrarla a manos llenas en los surcos de la historia y en los recovecos de cada corazón. Su munificencia nos sorprende, pero es precisamente esta imperturbable generosidad lo que el Señor quiere enseñarnos; a través de la parábola y de su explicación ilumina nuestra misión y nuestra conciencia. Jesús envía a cada uno de sus discípulos a llevar el anuncio del Reino de Dios a los que encuentren en el lugar donde vivan y trabajen. No resulta fácil: por lo general, procedemos al reconocimiento del terreno que nos rodea, es decir; evaluamos sí y con quien vale la pena manifestar nuestras convicciones. El Señor nos indica el camino de la gratuidad: la vida que hemos recibido debemos comunicarla a los otros, a todos, aunque sólo sea a través de una sonrisa siempre acogedora respecto a los que nos rodean. No debemos tener miedo al fracaso de nuestro apostolado, ni a la escasa fecundidad de nuestro testimonio. No nos corresponde a nosotros sopesar los resultados.
Se nos exhorta, más bien, a dar; sin cálculo ni exclusiones, sin desánimo ni pretensiones, lo que hemos recibido gratuitamente: el Reino de Dios en nosotros. La parábola del sembrador nos empuja, por consiguiente, hacia los hermanos. Su explicación, sin embargo, nos interroga también personalmente: ¿qué hemos hecho de la Palabra del Reino sembrada en nosotros? Las realidades más preciosas son las más expuestas a las asechanzas del maligno; no podernos dar lo que no hemos recibido y madurado en el fondo de nosotros mismos. Tal vez sepamos muchas cosas en materia de enseñanzas evangélicas, pero acoger la Palabra es mucho más: es cultivar con esmero la semilla de gracia depositada en nosotros, liberando siempre el corazón de la indiferencia que nos aplasta (camino), del estorbo de muchas realidades que nos hacen superficiales (piedras) y del afán por los bienes de este mundo (espinas).
Si la Palabra puede crecer en nosotros, uno de sus frutos más hermosos será precisamente la generosidad y la franqueza a la hora del llevar el anuncio del Reino de Dios a los hermanos.
Elevación Espiritual para este día.
Oh, si tú, Dios misericordioso y Señor piadoso, te dignaras llamarme a la fuente para que también yo, junto con todos los que tienen sed de ti, pudiera beber del agua viva que mana de ti, fuente de agua viva. Oh Señor, tú mismo eres esa fuente eternamente deseable, en la que continuamente debemos beber y de la que siempre tendremos sed. Danos siempre, oh Cristo Señor, esta agua viva que brota para la vida eterna. Tú lo eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios. Te ruego, oh Jesús nuestro, que inspires nuestros corazones con el soplo de tu Espíritu y que traspases con tu amor nuestras almas, para que cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Hazme conocer a aquel que ama mi alma» (cf. Cant 1,6); estoy herido, en efecto, por tu amor.
Reflexión Espiritual para el día.
“Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis” (Lc 10,23). Una bienaventuranza que, sin embargo, ni siquiera a los discípulos les sirvió de mucho. Y es que, aunque fueron testigos oculares de las maravillas del Reino, y fueron compañeros de Cristo y compartieron con él los días y fueron comensales suyos, a pesar de todo se ha escrito de ellos que —todos— al final le abandonaron y le traicionaron. Con eso está dicho lo difícil que resulta ser coherente y creer de verdad y aceptar a Cristo. Una bienaventuranza que yo, por ejemplo, pienso que me podría ser atribuida can gran dificultad.
Es cierto, la pregunta es sólo una: ¿Ha sido creído Jesús alguna vez en serio? ¿Quién le ha acogido?
«Dichosos los ojos que ven...». No, esos ojos no eran dichosos, porque “no veían”. ¡Si al menos fueran bienaventurados nuestros ojos! ¡Y decir que nosotros vemos, que sabemos! Estamos convencidos de que no hay otras respuestas a estas benditas cuestiones eternas: por qué sufrir, por qué morir, cómo salvarnos, qué hacer para tener la vida. Estamos convencidos de que él es la respuesta que todos buscan, la razón por la que vale la pena luchar. No, nuestros ojos no son dichosos, Ni siquiera vemos el mal mortal que nos causamos con nuestras propias manos. Está escrito que no es con la dialéctica como Dios quiere salvar al hombre. Puedo hacer el más bello discurso religioso, pero si no tengo fe no me ayuda en nada. Más aún, si no tengo ni fe ni amor tampoco sirve de nada: dado que el amor es el signo supremo de la fe, el signo verdadero en el que creo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías 2, 1-2; 7-8; 12-13. Pasmaos, cielos de ello… y cobrado gran espanto. Palabra del Señor.
Entonces me fue dirigida la palabra del Señor: «Ve y grita a los oídos de Jerusalén.» Gritar a los oídos. Somos como sordos. No llegamos a oír a Dios.
De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto. El tiempo del desierto, es el del primer amor, el fervor de los comienzos de Israel. Jeremías hablará a menudo de esta imagen —una joven desposada—, que tan bien corresponde a su temperamento dulce y tierno (Jeremías 7, 34; 16, 9; 25, 10; 33, 11)
Me detengo a contemplar esa hermosa imagen, para evocar el amor que Dios espera de mí.
Luego os traje a un país muy feraz para saciaros de sus frutos y de sus bienes.
Esta es siempre la intención de Dios, saciamos de sus bienes. Gracias.
Pero, apenas llegasteis, ensuciasteis mi país, cambiasteis mi heredad en lugar abominable.
Decepción divina.
Se estropea su obra.
Los sacerdotes no decían: “¿Dónde está el Señor?” Los intérpretes de la Ley no me conocían.
Los pastores se rebelaron contra mí.
Los profetas profetizaban por Baal y andaban en pos de los dioses impotentes.
Jeremías se atreve a atacar todas las categorías de responsables del pueblo. Los sacerdotes no hacían su trabajo esencial que es conducir a los hombres a Dios; «interrogar sobre Dios»: “¿dónde está el Señor?” Los escribas, especialistas de la Ley, fallaron en su tarea esencial: conocer a Dios y darle a conocer: la traición de los clérigos, de los intelectuales. Los reyes no han seguido más que su parecer, en vez de hacer política según el espíritu de Dios. También los profetas aceptaron la solución más fácil: seguir la religión popular que se inclinaba a los cultos fáciles de Baal.
La dimisión de los responsables.
Rezo por todos los que ostentan un cargo de responsabilidad en el Estado y en la Iglesia. Ruego por los sacerdotes de hoy, para que sean hombres de Dios. Ruego por los encargados de la catequesis a fin de que en verdad hagan progresar el conocimiento de Dios. Ruego por los jefes de Estado, los alcaldes, los responsables de Asociaciones, de Empresas, de Sindicatos, a fin de que administren el bien común según Dios. Ruego por los educadores, los periodistas, los responsables de la opinión pública, los investigadores, a fin de que promuevan la verdad, cueste lo que cueste.
Pasmaos, cielos, de ello… y cobrad gran espanto.
Palabra del Señor.
Tan enorme e inverosímil le parece lo que va a decir, que Jeremías toma el cielo por testigo.
Porque es un doble mal que ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, manantial de agua viva, para construirse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua. Inolvidable imagen poética, ¡A nadie se le ocurre, si tiene un manantial de agua fresca y continua, construirse una cisterna… y menos una cisterna con grietas! Tal es el drama del pecado: cree que encontrará felicidad, placer... pero, halla una cisterna agrietada, engañosa, decepcionante.
Junto al pozo, Jesús hablará también de agua viva, la que Él da y la que Él es. (Juan 4, 10; 7, 38;Apocalz),sjs 22, 1) Dame siempre de esta agua.
El cambio de actitud del pueblo motiva la acusación: una vez en sitio seguro, Israel abandonó a su Dios; su pecado ha profanado la tierra que habita y que es santa por ser de Dios. Es extraordinariamente grave que los guías del pueblo (sacerdotes, reyes, profetas) hayan sido los primeros en traicionar la alianza volviéndose a los ídolos. Toda la creación está llamada a ser testigo de un hecho tan absurdo: aunque el pueblo ha experimentado la plenitud de vida en la comunión con el Dios vivo, lo abandona ahora prefiriendo a los ídolos. Es el mismo estúpido dramatismo de quien, sediento, en vez de dirigirse a la fuente de agua viva, prefiere ponerse a excavar aljibes que, al agrietarse, acaban por perder el agua que retenían (vv. 12ss).
Comentario del Salmo 35. R/. En tí, Señor, está la fuente viva.
Es un salmo de súplica individual. Una persona constata la arrogancia y la prepotencia del malvado, que pretende ocupar el puesto de Dios, y clama por ello, para que no la pisotee el pie del soberbio y no la eche fuera la mano del malvado (12). La súplica aparece solamente al final (11-12), pero es ella la que imprime un colorido particular y da sentido a todo el salmo.
Posee tres partes bien diferenciadas: 1-5; 6-10; 11-13. En la primera (1-5), se presenta el modo en que piensa y actúa el hombre injusto, que representa a un grupo fuerte de la sociedad: el grupo de los malvados. Estos son «ateos prácticos», es decir; no niegan la existencia de Dios, todo lo contrario. Creen que Dios existe, pero ni lo respetan ni lo temen: «¡No tengo miedo a Dios ni en su presencia!» (2b). Se consideran personas perfectas, sin pecado (3), pero las palabras de su boca son maldad y mentira, y sus planes tienen por objeto el crimen (4-5).
En la segunda parte (6-10), el justo presenta al Señor cuyo modo de ser y de obrar es totalmente opuesto al de los malvados. Ensalza su amor; su fidelidad, su justicia y sus juicios, que son insuperables (6-7). Presenta estas características divinas como lo más alto que existe (el cielo, las nubes, las montañas más altas) y como lo más profundo y vasto (el océano inmenso). El salmista se sirve de imágenes cósmicas para hablar de las cualidades insuperables del Señor. Ensalza a Dios, que cuida de animales y hombres, esto es, de toda la creación, convirtiéndose en refugio, fuente de vida y de luz para los humanos (8-10).
En la tercera parte (11-13), aparece la súplica, motivada por la arrogancia de los malvados que pretenden ocupar el lugar de Dios, convirtiéndose en fuente de opresión (el pie que pisotea) y de exclusión (la mano que echa fuera).
Como los demás salmos de súplica, también este revela un conflicto abierto entre los justos y los malvados. Los justos son presentados como los que reconocen al Señor y son rectos de corazón (11). Los injustos (2) son calificados como “soberbios”, «malvados» (12) y «malhechores» (13).
Las relaciones entre ambos grupos son conflictivas. El pie del soberbio amenaza con pisotear al justo (opresión), y la mano del malvado está pronta para echarlo fuera (exclusión, v. 12). ¿En qué consiste la opresión? Expulsarlos, ¿de dónde? Este salmo nos dice que, en el silencio de la noche («en su lecho»), los malvados planean el crimen, se reafirman en su opción por el mal y no dan marcha atrás (5). Como resultado de todo ello, pisotean a los justos y los echan con mano fuerte, es decir, con todo el poder de que disponen, impunemente. Tal vez estemos ante un conflicto relacionado con la posesión de la tierra. Al no temer a Dios ni en su presencia, los malvados avanzan por el camino de la maldad, roban (5), pisotean, expulsan (12).
Por eso, el justo clama. Clama porque los malvados se están adueñando de la sociedad, dando lugar a injusticias. Para ellos, Dios está ausente, no le preocupa la suerte de la gente. Se ensalzan a sí mismos, encubren la propia maldad y, poco a poco, van ocupando el lugar de Dios. La situación es extremadamente grave, pues este tipo de práctica va adueñándose de la conciencia de la gente, que acaba creyendo en la impunidad y en la derrota total de la justicia.
El final del salmo da a entender que el Señor ha intervenido y que ha restablecido la justicia, pues «han fracasado los malhechores, han caído y no se pueden levantar» (13). O, quién sabe, puede que la confianza del justo sea tal que celebra ya la victoria de la justicia y la derrota definitiva de la injusticia.
El rostro de Dios aparece a lo largo de todo este salmo. En la primera parte, se arrojan sombras sobre él: se le presenta como débil, incapaz de reaccionar ante los malvados que no le temen a nada. Está presente, es cierto, pero no hace ni dice nada. Este es el modo en que los malvados imaginan a Dios. Pero en la segunda parte, el Señor surge con todo su vigor. Su amor, su fidelidad, su justicia y sus juicios son insuperables. Amor y fidelidad son dos características fundamentales del Dios de la Alianza, Es un Dios que se une con su pueblo mediante pacto, en medio de la ternura y la fidelidad, para hacer justicia y restablecer la paz. Estas son sus señas de identidad.
El Señor no se queda callado, ni se inhibe ante la arrogancia y la prepotencia de los injustos. Interviene con justicia, y sus juicios son tan grandes y profundos como el océano inmenso. ¿Por qué el salmista presenta al Señor de esta manera? Porque su experiencia de Dios hunde sus raíces en la gran intervención divina del éxodo, cuando el Señor escuchó el clamor de su pueblo y le hizo justicia contra el Faraón y contra Egipto, que oprimían a los israelitas. Este es el Dios en el que confía el justo, el Dios en el que se refugia, pues es fuente de vida y de luz (10). Este Dios está en medio de su pueblo, saciándola en su casa (el templo) y embriagándolo con el torrente de sus delicias (la tierra prometida). La posesión de la Tierra es la garantía de que el Señor es el aliado fiel. El justo, en su súplica (11-12), pide que se mantenga esta fidelidad, de manera que el pueblo conserve la posesión de la Tierra.
En el Nuevo Testamento, además de escuchar todas las súplicas del pueblo, Jesús se opuso enérgicamente a los que dominaban a las personas y hacían lo contrario de lo que Dios hace por la gente (véase, por ejemplo, Mt 23)
En nuestro mundo hay mucha gente que pretende ocupar el puesto de Dios, pisoteando al pueblo y arrojándolo de la tierra, expulsándolo de sus casas, privándole de la educación, de la salud, etc. Reconocer al Dios verdadero y ser recto de corazón significa estar en desacuerdo con todo esto y luchar para que las cosas cambien. Cuando nos vemos necesitados de fuerzas para esta lucha, entonces conviene rezar el salmo 35, dejando que sea nuestro inspirador y buscando en Dios la fuente de la vida y de la luz.
Comentario del santo Evangelio: Jn 20, 1,11-18. ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?
Al comienzo del largo «sermón en parábolas», inserta Mateo la pregunta sobre el «porqué» de las parábolas y del rechazo de la Palabra de Jesús por parte de Israel. Era ésta una pregunta importante para los cristianos de las primeras comunidades, que, por una parte, se encontraban frente a la necesidad de explicar e interpretar un tipo de anuncio que se había vuelto inaccesible de manera inmediata y, por otra, sufrían la oposición y el escándalo del pueblo elegido, que, en una gran parte, no había acogido al Mesías. La respuesta parte del reconocimiento de la antítesis aparecida ya en la parábola del sembrador: hay quien se muestra disponible y quien, por el contrario, ofrece resistencia a la Palabra de Jesús. La diferente disposición interior establece la diferencia entre el «ver» y el «oír»: conversión y consecuente bienaventuranza para los unos, incomprensión y exclusión del don para los otros. El texto profético de Is 6,9ss, en el que Dios anuncia al profeta los obstáculos que encontrará en el ejercicio de su misión, da razón de lo que antes Jesús y después la iglesia tendrán que vivir. Si bien el lenguaje semítico refiere a Dios la causa primera de los acontecimientos, no es ciertamente él quien determina la docilidad y la dureza del corazón. El hombre está llamado a asumir en primera persona la responsabilidad de su propia elección frente a la Palabra que hoy se le dirige, puesto que hoy es el tiempo favorable para la salvación (cf. 2 Cor 6,2).
No es difícil ver; si miramos alrededor, cuántas relaciones superficiales existen. Y no sólo las de «conveniencia», en las que apenas se intercambian el saludo o dos palabras sobre el tiempo o sobre el partido de fútbol, sino también en otras que son fundamentales: entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre personas que comparten una misma opción religiosa, existencial...
Vemos relaciones sin raíces profundas, que terminan. Y estaría bien que nos preguntáramos por qué resulta tan difícil embarcarse en un compromiso que dure toda la vida. La Palabra del Señor nos propone hoy que miremos dentro de nuestro corazón, que lo toquemos, que verifiquemos la disponibilidad que tiene para hacer un esfuerzo e ir más allá de la superficialidad; también en nuestra relación con el Señor. De manera diferente, nos escapa el sentido de lo que vivimos, y puede pasar nos que seamos como los judíos, que, por no mostrarse disponibles a comprometerse a fondo con el Señor, rechazaban su amor vivificante por cultos de muerte. Resulta paradójico, pero tal vez no alejado de nuestra experiencia, que —estando hambrientos de amor— no veamos a Dios, que es amor, y no escuchemos en serio su Palabra; que —estando desorientados por el vacío y la falta de sentido del vivir— cerremos los ojos y los oídos frente a quien nos da testimonio de Dios como verdad y como vida. Toquemos nuestro corazón: todavía está a tiempo de convertirnos.
Comentario del santo Evangelio: Jn 20, 1.11-18, para nuestros Mayores. Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?.
La parábola del sembrador habla de los obstáculos con que tropieza el reino de Dios en su desarrollo terreno. El sembrador de la parábola tira a voleo su semilla. Parte de ella cae en el camino o, más bien, en las sendas hechas por los transeúntes desde la recogida de la última cosecha. Otra parte cae entre abrojos. Al sembrador no le importa mucho porque, acto seguido, pasará el arado que cultivará las sendas endurecidas y arrancará las espinas y malas yerbas que haya en el campo. El terreno “rocoso”, no simplemente pedregoso se haya cubierto de una capa tenue de tierra que dificulta la apreciación de la verdadera clase del mismo.
Con la sementera nace la esperanza, aunque se malogre una parte de la semilla. El parabolista pudo haber mencionado otras múltiples causas que hacen incierta toda labor de sementera. A pesar de todo, el labrador se arriesga y sabe esperar. La parte de semilla perdida, ¿no se halla ampliamente compensada por la otra que llega a dar un 30, un 60 y hasta un 100 por uno?
Las cifras son fantásticas, parabólicas. Una buena cosecha en Palestina no suele exceder el 10 por uno. Entre las descripciones poéticas que hace el Antiguo Testamento sobre el tiempo de la salud figura la asombrosa fecundidad del terreno. Y los rabinos de la época de Jesús describían también los tiempos mesiánicos aludiendo a una producción fantástica de la tierra, que evocaba los días del paraíso. Cristo utilizó la misma imagen. Y hace recaer el acento parabólico no en la semilla que se pierde, sino en la gran cosecha que se logra y que supera todo cálculo previsible. Lo mismo ocurre con el reino de Dios.
Sus comienzos no son halagüeños pero, por tratarse de una sementera divina, se logrará una gran cosecha.
El sembrador de la Palabra tropezaba con una serie de dificultades que parecían ahogar toda humana esperanza: superficialidad indiferente de los oyentes (Mc 6, 5—6), su positiva adversidad frente al Reino (Mc 3, 6), su inconstancia ante las exigencias de la fe (Jn 6, 60).
La interpretación de la parábola —probablemente posterior a la misma— pone de relieve las dificultades con que tropieza la Palabra. Se desplaza el acento parabólico. Ya no es la gran cosecha lograda lo que se pone en primer plano, sino la semilla perdida. El fruto se halla condicionado por las disposiciones y actitud humana ante la Palabra. Fructifica en proporción directa a la calidad del terreno, a las diversas disposiciones de los oyentes.
La parábola expone la verdadera naturaleza del Reino. Los tres obstáculos que encuentra para que la semilla alcance su período de madurez significan simplemente que una parte más o menos grande de la semilla se pierde. A pesar de todo, el labrador logra una gran cosecha: el reino de Dios se establece en la tierra con un éxito desproporcionado a sus comienzos humildes y adversos.
A pesar del fracaso aparente del Reino, de la predicación y del mensaje cristiano, el poder de Dios logrará que la esperanza del sembrador se vea colmada con abundante cosecha. ¿Dónde? Esto dependerá de las disposiciones de los oyentes de la Palabra.
Finalmente, a modo de apéndice, digamos algo sobre la finalidad de las parábolas ya que, en nuestro texto, aparecen esas palabras casi escandalosas de Jesús: ¿utilizó las parábolas para que no le entendiesen? Ha habido dos teorías que se han hecho clásicas para explicar estas duras palabras: teoría de la justicia: la parábola oculta la verdad para castigar la infidelidad del pueblo que ha rechazado la palabra de Dios cuando le era expuesta con toda claridad. Esta teoría va en contra de la naturaleza de las parábolas y en contra de la misión de Jesús. Teoría de la misericordia: la parábola no habla con claridad. Jesús recurre a ellas para mitigar la culpabilidad de los que no creían. Teoría injustificada desde las parábolas mismas, que son suficientemente claras. Además, en otras ocasiones, Jesús hablaba no sólo con claridad sino hasta con crudeza.
Para resolver el problema hay que contar con los elementos siguientes: a) el texto está fuera de lugar (lo de muestra el hecho elemental de ser preguntado Jesús por “las” parábolas cuando en realidad no ha expuesto más que una); b) la expresión se refería originariamente a toda la enseñanza de Jesús, ya que el término “parábola”, mashal en hebreo, puede significar tanto parábola como misterio, sentencia, enigma, proverbio, enseñanza; c) esta diversidad de significados hizo que, al traducir la palabra mashal al griego, y después a las demás lenguas, se convirtiese en «parábola»; d) el texto se halla traducido defectuosamente y reconstruyéndolo en su forma original aramea tendríamos lo siguiente: “a vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta misterioso”. A continuación viene la partícula final «para que»; pero esta partícula puede ser, además de final, consecutiva y entonces traduciríamos así: «de modo que se cumple la palabra de la Escritura, (a continuación viene la cita del profeta Isaías Is 6, 9-10). Quedan, por tanto, las últimas palabras, las más “escandalosas,”: “no sea que se conviertan…” Tendríamos aquí latente o subyacente la partícula aramea dilema que, además de los sentidos “para que no”, «no sea que», tiene también este otro «sea, pues, que...» y en este sentido debe ser entendida aquí.
La conclusión que parece imponerse hoy es que la traducción del célebre y torturante texto debe ser la siguiente: «a vosotros os ha dado Dios a conocer el misterio del Reino; para los que están fuera todo es misterioso, de modo que (como está escrito) miran y no ven, oyen y no entienden; que se conviertan, pues, y Dios les perdonará». La solución de los que están fuera no es desesperada. Todavía tienen una oportunidad: que se conviertan.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 20, 1.11-18, de Joven Para Joven. Los misterios del Reino de los Cielos.
En la articulación del evangelio según Mateo se suceden secciones narrativas y grandes discursos que recogen las enseñanzas de Jesús siguiendo el desarrollo del relato. Los capítulos precedentes (11s) habían trazado el crecimiento de la desconfianza por parte de los fariseos hasta llegar a la hostilidad abierta respecto a Jesús. Las siete parábolas referidas aquí por Mateo —de las que sólo dos son comunes con Marco— reflejan esa situación y proporcionan la clave de lectura a los discípulos. Los vv. 1-3 trazan un cuadro de sosegada solemnidad, semejante a la introducción del sermón de la montaña. Como entonces, el Maestro se dirige a una inmensa muchedumbre; ahora, sin embargo, a causa de la obstinada dureza de corazón de muchos, no ofrece ya su enseñanza de un modo inmediatamente comprensible. En efecto, si se acerca una intensa fuente de luz a unos ojos enfermos, los deslumbra; Jesús se ve obligado a velar su enseñanza dispensándola en forma de parábolas, a fin de no privar de una posibilidad extrema a muchos de sus oyentes (vv. 10-17).
El discurso se dirige así a una doble asamblea: en primer lugar, a La muchedumbre, después al grupo de los discípulos, a quienes se les ha permitido conocer los misterios del Reino de los Cielos. En ocasiones, la explicación de las parábolas se resiente de la interpretación de la primera comunidad cristiana, que la aplica a su propia situación .Es lo que parece verificarse en este fragmento, puesto que la detallada alegoría que aparece en la explicación induce a los discípulos a examinar su propia actitud de escucha, mientras que el sentido primario de la parábola es diferente: Jesús quiere hacer comprender que el crecimiento del Reino no es inmediato y triunfal como muchos esperaban, sino que está confiado a la libre acogida de los hombres y a su cooperación perseverante, capaz de vencer las asechanzas del maligno y las inevitables dificultades. Sin embargo, el Reino ha de ser llevado y anunciado a todos, sin prejuicios y sin reparar en las fuerzas. Allí donde encuentra un terreno bueno, crece y da un fruto sobreabundante, que compensa ampliamente el trabajo del sembrador, es decir, de Jesús y de cada uno de sus discípulos anunciadores del Evangelio.
El Reino de los Cielos y la Palabra que anuncia su gracia y sus exigencias constituyen verdaderamente una semilla cargada de potencialidad. Jesús ha venido a sembrarla a manos llenas en los surcos de la historia y en los recovecos de cada corazón. Su munificencia nos sorprende, pero es precisamente esta imperturbable generosidad lo que el Señor quiere enseñarnos; a través de la parábola y de su explicación ilumina nuestra misión y nuestra conciencia. Jesús envía a cada uno de sus discípulos a llevar el anuncio del Reino de Dios a los que encuentren en el lugar donde vivan y trabajen. No resulta fácil: por lo general, procedemos al reconocimiento del terreno que nos rodea, es decir; evaluamos sí y con quien vale la pena manifestar nuestras convicciones. El Señor nos indica el camino de la gratuidad: la vida que hemos recibido debemos comunicarla a los otros, a todos, aunque sólo sea a través de una sonrisa siempre acogedora respecto a los que nos rodean. No debemos tener miedo al fracaso de nuestro apostolado, ni a la escasa fecundidad de nuestro testimonio. No nos corresponde a nosotros sopesar los resultados.
Se nos exhorta, más bien, a dar; sin cálculo ni exclusiones, sin desánimo ni pretensiones, lo que hemos recibido gratuitamente: el Reino de Dios en nosotros. La parábola del sembrador nos empuja, por consiguiente, hacia los hermanos. Su explicación, sin embargo, nos interroga también personalmente: ¿qué hemos hecho de la Palabra del Reino sembrada en nosotros? Las realidades más preciosas son las más expuestas a las asechanzas del maligno; no podernos dar lo que no hemos recibido y madurado en el fondo de nosotros mismos. Tal vez sepamos muchas cosas en materia de enseñanzas evangélicas, pero acoger la Palabra es mucho más: es cultivar con esmero la semilla de gracia depositada en nosotros, liberando siempre el corazón de la indiferencia que nos aplasta (camino), del estorbo de muchas realidades que nos hacen superficiales (piedras) y del afán por los bienes de este mundo (espinas).
Si la Palabra puede crecer en nosotros, uno de sus frutos más hermosos será precisamente la generosidad y la franqueza a la hora del llevar el anuncio del Reino de Dios a los hermanos.
Elevación Espiritual para este día.
Oh, si tú, Dios misericordioso y Señor piadoso, te dignaras llamarme a la fuente para que también yo, junto con todos los que tienen sed de ti, pudiera beber del agua viva que mana de ti, fuente de agua viva. Oh Señor, tú mismo eres esa fuente eternamente deseable, en la que continuamente debemos beber y de la que siempre tendremos sed. Danos siempre, oh Cristo Señor, esta agua viva que brota para la vida eterna. Tú lo eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios. Te ruego, oh Jesús nuestro, que inspires nuestros corazones con el soplo de tu Espíritu y que traspases con tu amor nuestras almas, para que cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Hazme conocer a aquel que ama mi alma» (cf. Cant 1,6); estoy herido, en efecto, por tu amor.
Reflexión Espiritual para el día.
“Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis” (Lc 10,23). Una bienaventuranza que, sin embargo, ni siquiera a los discípulos les sirvió de mucho. Y es que, aunque fueron testigos oculares de las maravillas del Reino, y fueron compañeros de Cristo y compartieron con él los días y fueron comensales suyos, a pesar de todo se ha escrito de ellos que —todos— al final le abandonaron y le traicionaron. Con eso está dicho lo difícil que resulta ser coherente y creer de verdad y aceptar a Cristo. Una bienaventuranza que yo, por ejemplo, pienso que me podría ser atribuida can gran dificultad.
Es cierto, la pregunta es sólo una: ¿Ha sido creído Jesús alguna vez en serio? ¿Quién le ha acogido?
«Dichosos los ojos que ven...». No, esos ojos no eran dichosos, porque “no veían”. ¡Si al menos fueran bienaventurados nuestros ojos! ¡Y decir que nosotros vemos, que sabemos! Estamos convencidos de que no hay otras respuestas a estas benditas cuestiones eternas: por qué sufrir, por qué morir, cómo salvarnos, qué hacer para tener la vida. Estamos convencidos de que él es la respuesta que todos buscan, la razón por la que vale la pena luchar. No, nuestros ojos no son dichosos, Ni siquiera vemos el mal mortal que nos causamos con nuestras propias manos. Está escrito que no es con la dialéctica como Dios quiere salvar al hombre. Puedo hacer el más bello discurso religioso, pero si no tengo fe no me ayuda en nada. Más aún, si no tengo ni fe ni amor tampoco sirve de nada: dado que el amor es el signo supremo de la fe, el signo verdadero en el que creo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías 2, 1-2; 7-8; 12-13. Pasmaos, cielos de ello… y cobrado gran espanto. Palabra del Señor.
Entonces me fue dirigida la palabra del Señor: «Ve y grita a los oídos de Jerusalén.» Gritar a los oídos. Somos como sordos. No llegamos a oír a Dios.
De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto. El tiempo del desierto, es el del primer amor, el fervor de los comienzos de Israel. Jeremías hablará a menudo de esta imagen —una joven desposada—, que tan bien corresponde a su temperamento dulce y tierno (Jeremías 7, 34; 16, 9; 25, 10; 33, 11)
Me detengo a contemplar esa hermosa imagen, para evocar el amor que Dios espera de mí.
Luego os traje a un país muy feraz para saciaros de sus frutos y de sus bienes.
Esta es siempre la intención de Dios, saciamos de sus bienes. Gracias.
Pero, apenas llegasteis, ensuciasteis mi país, cambiasteis mi heredad en lugar abominable.
Decepción divina.
Se estropea su obra.
Los sacerdotes no decían: “¿Dónde está el Señor?” Los intérpretes de la Ley no me conocían.
Los pastores se rebelaron contra mí.
Los profetas profetizaban por Baal y andaban en pos de los dioses impotentes.
Jeremías se atreve a atacar todas las categorías de responsables del pueblo. Los sacerdotes no hacían su trabajo esencial que es conducir a los hombres a Dios; «interrogar sobre Dios»: “¿dónde está el Señor?” Los escribas, especialistas de la Ley, fallaron en su tarea esencial: conocer a Dios y darle a conocer: la traición de los clérigos, de los intelectuales. Los reyes no han seguido más que su parecer, en vez de hacer política según el espíritu de Dios. También los profetas aceptaron la solución más fácil: seguir la religión popular que se inclinaba a los cultos fáciles de Baal.
La dimisión de los responsables.
Rezo por todos los que ostentan un cargo de responsabilidad en el Estado y en la Iglesia. Ruego por los sacerdotes de hoy, para que sean hombres de Dios. Ruego por los encargados de la catequesis a fin de que en verdad hagan progresar el conocimiento de Dios. Ruego por los jefes de Estado, los alcaldes, los responsables de Asociaciones, de Empresas, de Sindicatos, a fin de que administren el bien común según Dios. Ruego por los educadores, los periodistas, los responsables de la opinión pública, los investigadores, a fin de que promuevan la verdad, cueste lo que cueste.
Pasmaos, cielos, de ello… y cobrad gran espanto.
Palabra del Señor.
Tan enorme e inverosímil le parece lo que va a decir, que Jeremías toma el cielo por testigo.
Porque es un doble mal que ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, manantial de agua viva, para construirse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua. Inolvidable imagen poética, ¡A nadie se le ocurre, si tiene un manantial de agua fresca y continua, construirse una cisterna… y menos una cisterna con grietas! Tal es el drama del pecado: cree que encontrará felicidad, placer... pero, halla una cisterna agrietada, engañosa, decepcionante.
Junto al pozo, Jesús hablará también de agua viva, la que Él da y la que Él es. (Juan 4, 10; 7, 38;Apocalz),sjs 22, 1) Dame siempre de esta agua.
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