26 de Julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. LUNES XVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. SAN JUAQUÍN Y SANTA ANA, padres de la VIRGEN MARÍA, Memoria obligatoria.(Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Jorge Preca pb. Beato Vicente pb y com mrs.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 13, 1-11: El pueblo será como ese cinturón, que ya no sirve para nada
Interleccional: Dt 32: Despreciaste a la Roca que te engendró.
Mt 13, 31-35: Y vienen los pájaros a anidar en sus ramas
El aspecto más llamativo en ambas parábolas es el contraste que existe entre la situación inicial y el resultado final. Un grano de mostaza, siendo la mas pequeña de las semillas, puede hacer surgir un árbol grande, lo mismo ocurre con la levadura, que tiene la capacidad para hacer fermentar una gran cantidad de masa. A través de estas comparaciones Jesús habla de la presencia del reino que esta comenzando a llegar, su presencia por ahora es germinal, su apariencia como la de la semilla y la levadura es insignificante, pero lleva dentro un fuerza transformadora, que hará que todas las realidades se vean de distinta manera. El mensaje de Jesús y el anuncio que El realiza necesita un tiempo de maduración y profundidad, todo llegará y se manifestará a su debido tiempo, el inicio de esta gran manifestación no se realiza desde el éxito y los aplausos superficiales, sino desde la profundidad de la semilla que tiene que desparecer paran luego manifestar toda su grandeza, lo mismo sucede con la levadura que se hace imperceptible cuando se mezcla con la masa. Jesús en estas parábolas sobre el reino nos manifiesta que el camino del discipulado se lleva adelante desde la renuncia, desde la pequeñez.
PRIMERA LECTURA
Jeremías 13, 1-11
El pueblo será como ese cinturón, que ya no sirve para nada.
Así me dijo el Señor: "Vete y cómprate un cinturón de lino, y rodéate con él la cintura; pero que no toque el agua." Me compré el cinturón, según me lo mandó el Señor, y me lo ceñí.
Me volvió a hablar el Señor: "Toma el cinturón que has comprado y llevas ceñido, levántate y ve al río Éufrates, y escóndelo allí, entre las hendiduras de las piedras." Fui y lo escondí en el Éufrates, según me había mandado el Señor. Pasados muchos días, me dijo el Señor: Levántate, vete al río Éufrates y recoge el cinturón que te mandé esconder allí."
Fui al Éufrates, cavé, y recogí el cinturón del sitio donde lo había escondido: estaba estropeado, no servía para nada.
Entonces me vino la siguiente palabra del Señor: Así dice el Señor: De este modo consumiré la soberbia de Judá, la gran soberbia de Jerusalén. Este pueblo malvado que se niega a escuchar mis palabras, que se comporta con corazón obstinado y sigue a dioses extranjeros, para rendirles culto y adoración, será como ese cinturón, que ya no sirve para nada.
Como se adhiere el cinturón a la cintura del hombre, así me adherí la casa de Judá y la casa de Israel -oráculo del Señor-, para que ellas fueran mi pueblo, mi fama, mi alabanza, mi ornamento; pero no me escucharon."
Palabra de Dios
Interleccional: Deuteronomio 32
R/. Despreciaste a la Roca que te engendró.
Despreciaste a la Roca que te engendró, / y olvidaste al Dios que te dio a luz. / Lo vio el Señor, e irritado / rechazó a sus hijos e hijas. R.
Pensando: "Les esconderé mi rostro / y veré en qué acaban, / porque son una generación depravada, / unos hijos desleales." R.
"Ellos me han dado celos con un dios ilusorio, / me han irritado con ídolos vacíos; / pues yo les daré celos con un pueblo ilusorio, / los irritaré con una nación fatua." R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 13, 31-35
El grano de mostaza se hace un arbusto, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas
En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: "El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas".
Les dijo otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente". Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo".
Palabra del Señor
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 13, 1-11: El pueblo será como ese cinturón, que ya no sirve para nada
Interleccional: Dt 32: Despreciaste a la Roca que te engendró.
Mt 13, 31-35: Y vienen los pájaros a anidar en sus ramas
El aspecto más llamativo en ambas parábolas es el contraste que existe entre la situación inicial y el resultado final. Un grano de mostaza, siendo la mas pequeña de las semillas, puede hacer surgir un árbol grande, lo mismo ocurre con la levadura, que tiene la capacidad para hacer fermentar una gran cantidad de masa. A través de estas comparaciones Jesús habla de la presencia del reino que esta comenzando a llegar, su presencia por ahora es germinal, su apariencia como la de la semilla y la levadura es insignificante, pero lleva dentro un fuerza transformadora, que hará que todas las realidades se vean de distinta manera. El mensaje de Jesús y el anuncio que El realiza necesita un tiempo de maduración y profundidad, todo llegará y se manifestará a su debido tiempo, el inicio de esta gran manifestación no se realiza desde el éxito y los aplausos superficiales, sino desde la profundidad de la semilla que tiene que desparecer paran luego manifestar toda su grandeza, lo mismo sucede con la levadura que se hace imperceptible cuando se mezcla con la masa. Jesús en estas parábolas sobre el reino nos manifiesta que el camino del discipulado se lleva adelante desde la renuncia, desde la pequeñez.
PRIMERA LECTURA
Jeremías 13, 1-11
El pueblo será como ese cinturón, que ya no sirve para nada.
Así me dijo el Señor: "Vete y cómprate un cinturón de lino, y rodéate con él la cintura; pero que no toque el agua." Me compré el cinturón, según me lo mandó el Señor, y me lo ceñí.
Me volvió a hablar el Señor: "Toma el cinturón que has comprado y llevas ceñido, levántate y ve al río Éufrates, y escóndelo allí, entre las hendiduras de las piedras." Fui y lo escondí en el Éufrates, según me había mandado el Señor. Pasados muchos días, me dijo el Señor: Levántate, vete al río Éufrates y recoge el cinturón que te mandé esconder allí."
Fui al Éufrates, cavé, y recogí el cinturón del sitio donde lo había escondido: estaba estropeado, no servía para nada.
Entonces me vino la siguiente palabra del Señor: Así dice el Señor: De este modo consumiré la soberbia de Judá, la gran soberbia de Jerusalén. Este pueblo malvado que se niega a escuchar mis palabras, que se comporta con corazón obstinado y sigue a dioses extranjeros, para rendirles culto y adoración, será como ese cinturón, que ya no sirve para nada.
Como se adhiere el cinturón a la cintura del hombre, así me adherí la casa de Judá y la casa de Israel -oráculo del Señor-, para que ellas fueran mi pueblo, mi fama, mi alabanza, mi ornamento; pero no me escucharon."
Palabra de Dios
Interleccional: Deuteronomio 32
R/. Despreciaste a la Roca que te engendró.
Despreciaste a la Roca que te engendró, / y olvidaste al Dios que te dio a luz. / Lo vio el Señor, e irritado / rechazó a sus hijos e hijas. R.
Pensando: "Les esconderé mi rostro / y veré en qué acaban, / porque son una generación depravada, / unos hijos desleales." R.
"Ellos me han dado celos con un dios ilusorio, / me han irritado con ídolos vacíos; / pues yo les daré celos con un pueblo ilusorio, / los irritaré con una nación fatua." R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 13, 31-35
El grano de mostaza se hace un arbusto, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas
En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: "El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas".
Les dijo otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente". Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo".
Palabra del Señor
Comentario de la Primera Lectura: Jeremías 13, 1-11. El pueblo será como ese cinturón, que ya no sirve para nada.
La Palabra del Señor conduce a Jeremías a realizar una acción simbólica. Las acciones del profeta, típicas del profetismo, e incluso su misma vida, se convierten en mensaje dirigido a los presentes, a cada uno en particular o, en ocasiones, al mismo profeta. La reacción que tales acciones suscitan son, por lo general, de escarnio, de desprecio y, en cualquier caso, de incomprensión. El profeta interviene entonces explicitando el mensaje o interpretando el acontecimiento, que contiene, según los casos, un aviso, una amenaza, un deseo.
En este pasaje se le pide a Jeremías que compre una faja de lino, que se la ponga varios días y la esconda después en la grieta de una roca del río (vv. 1-5). El mensaje queda ilustrado por medio de una doble comparación: del mismo modo que la faja se ciñe al cuerpo de quien se la pone, así también Israel estaba llamado a adherirse al Señor, respondiendo de manera positiva a la alianza con la que el Señor se había ligado antes a él. Puesto que el pueblo ha contravenido la alianza no escuchando la Palabra del Señor, siguiendo sus propias ideas y hasta dedicándose a la idolatría, ha faltado a su vocación, ha dejado de cumplir el servicio para el que Dios lo había elegido, convirtiéndose, como una faja podrida, en algo que ya no sirve para nada (vv. 10ss).
Comentario del Salmo. Dt 32,18-21. El Cántico de Moisés.
«Ante toda la asamblea de Israel, Moisés pronunció hasta el fin las palabras de este cántico» (Deuteronomio 31, 30). Así comienza el cántico que acabamos de proclamar, que ha sido tomado de las últimas páginas del Deuteronomio, precisamente del capítulo 32. La Liturgia de las Horas ha tomado sus primeros doce versículos, reconociendo en ellos un gozoso himno al Señor que protege y atiende con amor a su pueblo en medio de los peligros y de las dificultades de la jornada. El análisis del cántico ha revelado que se trata de un texto antiguo, pero posterior a Moisés, que ha sido puesto en sus labios para conferirle un carácter de solemnidad. Este canto litúrgico se coloca en las raíces mismas de la historia del pueblo de Israel. No faltan en esta página de oración referencias o nexos con algunos salmos o con el mensaje de los profetas: se convierte así en una sugerente e intensa expresión de la fe de Israel.
El cántico de Moisés es más amplio que el pasaje propuesto por la Liturgia de los Laudes, de hecho constituye sólo el preludio. Algunos expertos han creído encontrar en esta composición un género literario definido técnicamente con el término hebreo «rîb», es decir, «querella», «litigio procesual». La imagen de Dios presente en la Biblia no es la de un ser oscuro, una energía anónima y bruta, un hecho incomprensible. Es, por el contrario, una persona que siente, que obra y actúa, ama y condena, participa en la vida de sus criaturas y no es indiferente a sus obras. De este modo, en nuestro caso, el Señor convoca una especie de juicio, en presencia de testigos, denuncia los delitos del pueblo acusado, exige un castigo, pero deja empapar su veredicto por una misericordia infinita. Sigamos las huellas de esta vicisitud, deteniéndonos en los versículos que la Liturgia nos propone.
Ante todo menciona a los espectadores-testigos cósmicos: «Escuchad, cielos..., oye, tierra» (Deuteronomio 32, 1). En este proceso simbólico, Moisés desempeña el papel de fiscal. Su palabra es eficaz y fecunda como la palabra profética, expresión de la divina. Nótese el flujo significativo de imágenes que la definen: se trata de signos tomados de la naturaleza como la lluvia, el rocío, el granizo, la llovizna y el orvallo de agua que hacen verdear la tierra y la cubren de césped (Cf. versículo 2).
La voz de Moisés, profeta e intérprete de la palabra divina, anuncia la inminente entrada en escena del gran juez, el Señor, del que pronuncia su santísimo nombre, exaltando uno de sus muchos atributos. Llama al Señor la Roca (Cf. versículo 4), un título que salpica todo nuestro cántico (Cf. Versículos 15. 18. 30. 31. 37), una imagen que exalta la fidelidad estable e inquebrantable de Dios, muy diversa de la inestabilidad e infidelidad del pueblo. El tema se desarrolla con una serie de afirmaciones sobre la justicia divina: «Sus obras son perfectas, sus caminos son justos, es un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto» (versículo 4).
Después de la solemne presentación del Juez supremo, que es también la parte agraviada, el objetivo del cantor se dirige al imputado. Para definirlo, recurre a una representación eficaz de Dios como padre (Cf. versículo 6). Sus criaturas tan amadas son llamadas hijos, pero por desgracia son «hijos degenerados» (Cf. versículo 5). Sabemos, de hecho, que ya en el Antiguo Testamento se da una concepción de Dios como Padre cariñoso con sus hijos que con frecuencia le decepcionan. (Éxodo 4, 22; Deuteronomio 8, 5; Salmo 102, 13; Sirácida 51, 10; Isaías 1, 2; 63, 16; Oseas 11, 1-4). Por este motivo, la denuncia no es fría, sino apasionada: « ¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿No es él tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó?» (Deuteromio 32, 6). Es, de hecho, muy diferente rebelarse a un soberano implacable que enfrentarse contra un padre amoroso.
Para hacer concreta la acusación y hacer que la conversión surja de la sinceridad del corazón, Moisés recurre a la memoria: «Acuérdate de los días remotos, considera las edades pretéritas» (versículo 7). La fe bíblica es, de hecho, un «memorial», es decir, un redescubrimiento de la acción eterna de Dios diseminada a través del tiempo; es hacer presente y eficaz esa salvación que el Señor ofreció y sigue ofreciendo al hombre. El gran pecado de la infidelidad coincide, entonces, con la «falta de memoria», que cancela el recuerdo de la presencia divina en nosotros y en la historia.
El acontecimiento fundamental que no hay que olvidar es el de la travesía del desierto después de la huida a Egipto, tema capital para el Deuteronomio y para todo el Pentateuco. Se evoca así el viaje terrible y dramático en el desierto del Sinaí, «en una soledad poblada de aullidos» (Cf. versículo 10), como dice con una imagen de fuerte impacto emotivo. Pero allí, Dios se inclina sobre su pueblo con una ternura y una dulzura sorprendentes. Al símbolo del padre se le añade el materno del águila: «Lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas» (versículos 10-11). El camino por la estepa desierta se transforma, entonces, en un recorrido tranquilo y sereno, a causa del manto protector del amor divino.
El canto hace referencia también al Sinaí, donde Israel se convierte en aliado del Señor, su «lote» y su «heredad», es decir, la realidad más preciosa (Cf. versículo 9; Éxodo 19, 5). El cántico de Moisés se convierte de este modo en un examen de conciencia conjunto para que al final no sea el pecado quien responde a los beneficios divinos, sino la fidelidad.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 31-35. El grano de mostaza.
Con las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, pretende añadir Jesús otros elementos a la comprensión del misterio del Reino de Dios. Ya ha hablado de la oposición que encuentra la Palabra (cf. Mt 13,3-7) y puesto en guardia contra la impaciencia de los que pretendan eliminar de inmediato los obstáculos (cf. 13,27-30). Ahora pone de relieve el contraste entre unos inicios bien modestos y desarrollos extraordinariamente grandes. En efecto, así como la semilla pequeña tiene en sí una energía capaz de hacerla germinar hasta convertirla en un árbol de notables proporciones (vv. 31ss), así también se dilatará el Reino de Dios, que, en estos momentos, parece destinado a la derrota. Y así como la fuerza irresistible de un poco de levadura hace fermentar una gran cantidad de harina (v. 33), así también la Palabra de Dios, recibida en el corazón del hombre, le abre a la Verdad y, «escondidos» entre la gente, los cristianos de todos los tiempos se convierten en portadores del alegre anuncio y en testigos del amor de Dios por todo el mundo. Con las palabras del salmista, Mateo da una respuesta ulterior a la pregunta del «porqué» de las parábolas: con ellas no se pretende ocultar, sino ayudar a penetrar, de manera pro en el misterio de Dios y de su Reino (v 34ss).
Nuestro tiempo, que contempla el predominio del «hombre económico», está escandido por el ritmo frenético e implacable de la eficiencia, de una productividad que debe ser eficaz a cualquier precio. Parece imposible sustraerse a esta lógica.
La Palabra del Señor nos propone una lógica diferente para leer al hombre y su vida terrena: Dios está presente en el corazón de la realidad, puesto que es su Creador. San Pablo dirá que ni quien planta ni quien riega es determinante para el resultado final; sólo lo es Dios, que da el desarrollo y el crecimiento a la semilla y, más tarde, a la planta (cf. 1 Cor 3,7).
Dios, lejos de invitarnos a una inactividad fatalista, nos proporciona el criterio del compromiso, exhortándonos a la confianza en él y a la esperanza. El hombre es verdaderamente tal si se adhiere a Dios, si responde con todo su ser al amor de Dios.
La dignidad, el valor del hombre para Dios, se basa en el ser y no en el tener o el hacer. ¿Y para nosotros? ¿No nos arriesgamos muchas veces a dejarnos deslumbrar por las luces del éxito mundano y aturdir por la publicidad sistemática, por la que nos dejamos arrastrar aquí o allá, lejos de nosotros mismos y de Dios, tras aquel que hace más ruido?
La Palabra de Dios, su incidencia en la historia, parece destinada al fracaso; el testimonio de los cristianos se presenta como un fenómeno de una minoría ilusa. Es el momento de renovar nuestra fe en el poder del Espíritu Santo y nuestro compromiso en la adhesión a su inspiración.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 31-35, para nuestros Mayores. El grano de mostaza se hace un arbusto, vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Las ruinas de un castillo en una colina. Entre los muros crecen la hierba, la hiedra y las flores. Es hermosa la imagen de la hierba que invade las ruinas. Las piedras están muertas, en cambio, en la vegetación hay vida y la vida es más fuerte que la muerte. Algunas existencias pequeñísimas tienen una grandísima energía, por ejemplo, las bacterias, que se multiplican rápidamente. La metáfora del evangelio subraya la diferencia entre semilla y lo que crece de ella: un arbusto de mostaza de una semilla pequeñísima.
Cada vez hay menos cristianos en el mundo y la Iglesia desaparece entre las grandes organizaciones mundiales. Pero no es un daño para la Iglesia el quedar reducida a un pequeño número de fieles. Lo importante es que estos fieles tengan una intensa vida espiritual. La oración ocupa una pequeña parte del día pero si es verdadera, nos transforma más que el trabajo que realizamos en el resto del día. En la vida, no tomamos continuamente decisiones grandes e importantes: pero las elecciones que hacemos dan dirección y valor a toda la persona.
El reino de los ciclos es semejante a la levadura.
Cuando se pone la levadura en la masa, la masa se hincha y desborda el recipiente. Es un fenómeno casi mágico, es la fuerza de la vida que lleva la levadura. La levadura es metáfora es la fuerza del Espíritu Santo que recibimos en el bautismo.
Orígenes le gusta comentar las parábolas hasta en los más mínimos detalles. La mujer, leemos en el evangelio, ha amasado la levadura con tres medidas de harina. La filosofía platónica distinguía, en el hombre, tres elementos: cuerpo, alma, espíritu. Estas «tres medidas de harina», es decir los tres elementos de la persona humana, para fermentar, es decir, para elevarse, necesitan al Espíritu Santo. Los autores orientales conciben la vida cristiana como espiritualización progresiva del cuerpo y del alma de todo el mundo. Nuestro tiempo está impregnado de una especie de gnosticismo, por el que la verdadera religión sería sólo interior, para ser vivida enteramente en la mente, de modo individual. Es verdad, la religión es, en primer lugar, interior pero, con el tiempo, si es verdadera, invade y transforma el exterior, porque todo lo creado participa del Espíritu Santo.
Los autores extraen algunas conclusiones concretas para la vida de cada día de la parábola de la levadura. La levadura, dicen, es como la buena intención que da verdadero valor a las obras. En la actividad humana podemos distinguir varios estadios. Está el gesto externo: abrimos el monedero para dar limosna a un pobre. Está la actitud mental: el gesto podemos realizarlo con atención o mecánicamente, sin pensarlo. Está la moral: la conciencia de haber realizado ese gesto sólo para librarnos del mendigo inoportuno o bien movidos por compasión real por él.
El carisma de la asociación «Apostolado de la oración» es, precisamente, el volver a despertar la buena intención, es decir, dar un objetivo sobrenatural a todas nuestras acciones para que estén todas inspiradas por el amor a Dios. Antes de realizar cosa alguna, por ejemplo, se puede decir una pequeña jaculatoria: Todo por ti, Sagrado Corazón de Jesús. Esta intención se convierte en levadura que hace crecer el valor de la acción. Así, el trabajo se convierte en oración.
Comentario del Santo Evangelio: MT 13 31-35, de Joven para Joven. Las Parábola de la mostaza y la levadura.
Jesús explica por medio de las parábolas la realidad del Reino, tan diferente de las expectativas de las muchedumbres y de los mismos discípulos, desconcertados y tal vez decepcionados por las resistencias y las oposiciones encontradas por el Maestro (capítulos l1s). Las diversas corrientes espirituales contemporáneas a Jesús —fariseos, zelotas, esenios, qumranianos— tendían a formar una comunidad de justos claramente separados de los malvados y de los infieles, a fin de preparar la venida del Reino de Dios. Jesús, en cambio, hace comprender que el Reino está presente y crece desde ahora, aunque su desarrollo esté obstaculizado por la cizaña, o sea, por la acción de aquellos que están sometidos al maligno (v. 38).
La eliminación definitiva de las fuerzas del mal no vendrá hasta el fin de los tiempos, de ahí que el momento actual deba caracterizarse por la paciencia y por la confianza: Dios mismo intervendrá para destruir el mal y para tutelar a los que le pertenecen, pero no corresponde al hombre proceder a una depuración intempestiva que pueda comprometer el incremento del bien antes que favorecerlo.
Hay otra característica fundamental del Reino expresaba con las imágenes del grano de mostaza y de la levadura: su prodigioso desarrollo acontece a partir de un comienzo insignificante. Sin embargo, este comienzo encierra una enorme potencialidad intrínseca, que implica a toda la realidad.
En el grano de mostaza y en la levadura podemos reconocer al mismo Jesús (cf. Jn 12,24) y su enseñanza, aunque también el testimonio eficaz de la comunidad cristiana, que no debe preocuparse por su propia «visibilidad». Por otra parte, esta comunidad no será nunca, aquí abajo, una comunidad de perfectos: deberá tolerar en su interior individuos turbulentos y ser capaz de superar las ocasiones de tropiezo. Sin embargo, el trabajo del tiempo presente desembocará en la gloria, cuando el Hijo del hombre —con quien se identifica Jesús— juzgará la historia y entregará el Reino al Padre, a fin de que Dios sea todo en todos (vv. 37-43; cf. 1Cor 13,24-28).
A través de las parábolas se puede percibir, ya desde ahora, el proyecto divino sobre el cosmos —“lo que estaba oculto desde la creación del mundo”— que se realizará plenamente cuando este mundo llegue a su desenlace final.
Una semilla minúscula puede encerrar en sí un árbol majestuoso, una mies abundante: así sucede con el Reino, así sucede con Jesús. Ahora bien, la semilla debe morir para dar su fruto... Un puñado de levadura fermenta toda una gran masa de harina y la transforma en pan. Sin embargo, la levadura debe desaparecer para ser eficaz... Jesús nos educa para contemplar la realidad con unos ojos nuevos, descubriendo en ella como en filigrana el designio del Padre, el rostro del Hijo, la acción del Espíritu. A nosotros, discípulos constantemente tentados a desanimarnos por la inutilidad de nuestros esfuerzos, nos ofrece el Señor su mirada, sus pensamientos, que distan de los nuestros como el cielo está por encima de la tierra.
Dios ha elegido lo que es débil, lo que es necio, insignificante a los ojos del mundo, para renovar el mundo desde sus fundamentos. Ha elegido la cruz —esto es, la aniquilación y la infamia— para salvar a la humanidad y redimir el cosmos. En consecuencia, no debe maravillarnos la presencia del mal que nos asedia y obstaculiza lo que hacemos. Este dato, de hecho, nos obliga a renovar cada día nuestra adhesión al Señor y, por eso mismo, a asumir nuestra cruz con perseverancia y amor. Sólo así podremos compartir la misión y la suerte del Hijo, que ha destruido el pecado y perdonado a los pecadores muriendo como semilla en el surco de nuestra historia para llevar al Padre, en «el tiempo de la siega», la abundante mies de los salvados. Del fracaso de una hora ha germinado la gloria eterna, ofrecida a todos nosotros, «Hijos del Reino», hijos en e Hijo por la misericordia del Padre.
Elevación Espiritual para este día.
Por nosotros mismos, somos ramas secas, inútiles, infructuosas, e incapaces de pensar, por lo general, cosa alguna por nosotros mismos; toda nuestra capacidad viene de Dios, que nos ha hecho idóneos para el servicio y capaces de cumplir su voluntad. Nuestras obras, como un pequeño grano de mostaza, no son en modo alguno comparables en grandeza al árbol de la gloria que producen; sin embargo, tienen, a pesar de todo, la fuerza y la virtud para producirlo, porque proceden del Espíritu Santo, el cual, por medio de una admirable infusión de su gracia en nuestros corazones, hace suyas nuestras obras, aunque nos las deja al mismo tiempo a nosotros.
Nos deja, como parte nuestra, todo el mérito y todo el provecho de nuestros favores y de nuestras buenas obras, y nosotros, por nuestra parte, le dejamos todo el honor y toda la alabanza, reconociendo que el inicio, el progreso y el remate de todo bien que llevemos a cabo dependen de su misericordia. Nosotros le damos la gloria de nuestras alabanzas, y él nos da la gloria de su alegría.
Reflexión Espiritual para el día.
Hace algún tiempo me sucedió un episodio que me afectó en lo profundo del alma. Estaba en Roma; esperaba el autobús en la parada que se encuentra casi enfrente de la iglesia de San Juan de Letrán. Estaba conmigo mi madre. Se me acercó una señora muy anciana, vestida con un pequeño abrigo negro, ya lustroso por el uso inveterado al que había sido sometido. Caminaba a pequeños pasos, con lo típica rigidez senil del tronco, de la cabeza y de las manos. Me preguntó si quería comprar una protección de hilo de algodón rojo de ganchillo, de esas que sirven para coger ollas y cazuelas sin quemarse. Cogido así, de improviso, dije que no me interesaba. Entonces la viejecita se alejó sin insistir y sin dirigirse a nadie más. Me arrepentí de inmediato, porque comprendí que lo importante no era que yo tuviera necesidad de esa protección, sino que ella tuviera necesidad de venderlas a fin de poder ganar algo. Intercambié una mirada con mi madre, que la alcanzó enseguida y le preguntó a cuánto las vendía. «A mil liras la pieza, señora», respondió; “las he hecho yo misma a mano. Tengo noventa y dos años...”. “Le compro las cinco que lleva”, dijo mi madre, abriendo el monedero. La viejecita miró a mi madre con una sonrisa cansada y apenas marcada; sin decir nada, se alejó con su andar tranquilo, un andar que dejaba inmóviles los brazos, los hombros y la cabeza.
Esta escena la he repensado, meditado, contemplado dentro de mí muchas veces, no sabría decir cuántas. La viejecita ya se había alejado: qué otra cosa —o quién— nos convenció, para comprar no una, sino todas las protecciones que vendía. Esa es la cuestión: hay una fuerza en el ser pequeño, pobre, sufrido y remisivo; una fuerza, sin embargo, que no le es propia, una fuerza que le viene de fuera. Alguien se la ha puesto dentro, alguien que la posee. No es cuestión de perderse en muchas averiguaciones, Señor, porque sólo hay Uno que pueda poseer tal fuerza, sólo Uno puede haber pensado hacer todo esto: tú. Tú la pusiste en la humildad de aquella viejecita, aunque la pusiste también en el corazón de quien la vio y la sintió. Es la única fuerza que ha existido siempre, que existe y que existirá siempre, la única fuerza que forma una sola cosa contigo, que hace de ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un único Dios: la fuerza de tu amor o, mejor aún, la fuerza del amor que eres.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías 13, 1-11. ¿Estoy apegado a Dios? ¿Está Dios apegado a mí?
Los profetas hablan no sólo con sus palabras sino con su vida. Hemos visto a Oseas y a Isaías proclamar un mensaje a través de sus hijos. Vamos a ver hoy —«ver»... es un término moderno, que encaja en nuestra época «audio-visual»—, como en el cine, veremos pues un mensaje en una acción simbólica.
Vete a comprar una faja de lino y póntela a la cintura... toma la faja que has comprado, levántate, vete al Éufrates, y escóndela en una grieta de la peña... El primer aspecto de esta parábola en actos es que Dios está unido a su pueblo, como una faja ceñida a la cintura. Trato de dejarme captar por esa imagen concreta. Una faja.
1. es algo útil: sirve para sujetar el pantalón o la falda.
2. es un adorno: puede ser un detalle elegante.
3. se adapta al cuerpo, sigue doquiera...
Por sorprendente que todo ello pueda parecer, Dios se atreve explícitamente a aplicar esos tres simbolismos a sus relaciones con su pueblo.
1. La faja resultará que «no sirve para nada», por consiguiente sólo será útil para Dios. (Versículo 7)
2. La faja debía servir para el «renombre y la gloria de Dios»... (Versículo 11)
3. Dios se había unido a su pueblo. (Versículo 11)
Pasaron muchos días cuando el Señor me dijo: «Levántate, vete al Éufrates y recoge allí la faja que te mandé que escondieras... Fui allí, y he ahí que se había echado a perder, la faja no valía para nada. El segundo aspecto de esta parábola, es el anuncio simbólico de la deportación. El Éufrates es el río de Babilonia y de Asur, las grandes potencias del Este que amenazan a Israel sin casar.
Algunos piensan que Jeremías escondió de hecho su faja en el curso del río Fara, que fluye a seis kilómetros al norte de Anatot, su pueblo natal: el nombre de ese riachuelo —Fara es peral en hebreo— evocaría el Éufrates.
Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Jerusalén. Ese pueblo malvado que rehúsa «oír» mis palabras, que camina según la dureza de su corazón y que va en pos de otros dioses para servirles... Que sea como esta faja que no vale para nada.
Ser un pueblo «utilizable», un pueblo útil para Dios. Con ese comentario Jeremías nos sugiere que el papel, la utilidad del pueblo creyente es «escuchar» a Dios.
¿Soy un hombre que escucha? ¿Cuál es mi capacidad de atención a la Palabra de Dios... en la Escritura, y en la vida corriente? ¿Tengo también un corazón endurecido, que va en pos de los ídolos de nuestro tiempo, que se hace esclavo de toda clase de cosas?
En ese caso no «valgo nada» para Dios. «Si la sal se vuelve insípida, dirá Jesús, no vale nada. Se tira y se pisotea.» (Mateo 5, 13)
Como una faja... de tal modo hice apegarse a mi toda la casa de Judá...
¿Estoy apegado a Dios? ¿Está Dios apegado a mí?
Para que fuese mi pueblo, mi nombradía, mi honor y mi prez. Pero ¡no han «escuchado»!
La comunidad creyente debería ser el honor de Dios, su nombradía, hoy diríamos su «publicidad», su atractivo... porque resultaría ser ¡muy hermosa! +
La Palabra del Señor conduce a Jeremías a realizar una acción simbólica. Las acciones del profeta, típicas del profetismo, e incluso su misma vida, se convierten en mensaje dirigido a los presentes, a cada uno en particular o, en ocasiones, al mismo profeta. La reacción que tales acciones suscitan son, por lo general, de escarnio, de desprecio y, en cualquier caso, de incomprensión. El profeta interviene entonces explicitando el mensaje o interpretando el acontecimiento, que contiene, según los casos, un aviso, una amenaza, un deseo.
En este pasaje se le pide a Jeremías que compre una faja de lino, que se la ponga varios días y la esconda después en la grieta de una roca del río (vv. 1-5). El mensaje queda ilustrado por medio de una doble comparación: del mismo modo que la faja se ciñe al cuerpo de quien se la pone, así también Israel estaba llamado a adherirse al Señor, respondiendo de manera positiva a la alianza con la que el Señor se había ligado antes a él. Puesto que el pueblo ha contravenido la alianza no escuchando la Palabra del Señor, siguiendo sus propias ideas y hasta dedicándose a la idolatría, ha faltado a su vocación, ha dejado de cumplir el servicio para el que Dios lo había elegido, convirtiéndose, como una faja podrida, en algo que ya no sirve para nada (vv. 10ss).
Comentario del Salmo. Dt 32,18-21. El Cántico de Moisés.
«Ante toda la asamblea de Israel, Moisés pronunció hasta el fin las palabras de este cántico» (Deuteronomio 31, 30). Así comienza el cántico que acabamos de proclamar, que ha sido tomado de las últimas páginas del Deuteronomio, precisamente del capítulo 32. La Liturgia de las Horas ha tomado sus primeros doce versículos, reconociendo en ellos un gozoso himno al Señor que protege y atiende con amor a su pueblo en medio de los peligros y de las dificultades de la jornada. El análisis del cántico ha revelado que se trata de un texto antiguo, pero posterior a Moisés, que ha sido puesto en sus labios para conferirle un carácter de solemnidad. Este canto litúrgico se coloca en las raíces mismas de la historia del pueblo de Israel. No faltan en esta página de oración referencias o nexos con algunos salmos o con el mensaje de los profetas: se convierte así en una sugerente e intensa expresión de la fe de Israel.
El cántico de Moisés es más amplio que el pasaje propuesto por la Liturgia de los Laudes, de hecho constituye sólo el preludio. Algunos expertos han creído encontrar en esta composición un género literario definido técnicamente con el término hebreo «rîb», es decir, «querella», «litigio procesual». La imagen de Dios presente en la Biblia no es la de un ser oscuro, una energía anónima y bruta, un hecho incomprensible. Es, por el contrario, una persona que siente, que obra y actúa, ama y condena, participa en la vida de sus criaturas y no es indiferente a sus obras. De este modo, en nuestro caso, el Señor convoca una especie de juicio, en presencia de testigos, denuncia los delitos del pueblo acusado, exige un castigo, pero deja empapar su veredicto por una misericordia infinita. Sigamos las huellas de esta vicisitud, deteniéndonos en los versículos que la Liturgia nos propone.
Ante todo menciona a los espectadores-testigos cósmicos: «Escuchad, cielos..., oye, tierra» (Deuteronomio 32, 1). En este proceso simbólico, Moisés desempeña el papel de fiscal. Su palabra es eficaz y fecunda como la palabra profética, expresión de la divina. Nótese el flujo significativo de imágenes que la definen: se trata de signos tomados de la naturaleza como la lluvia, el rocío, el granizo, la llovizna y el orvallo de agua que hacen verdear la tierra y la cubren de césped (Cf. versículo 2).
La voz de Moisés, profeta e intérprete de la palabra divina, anuncia la inminente entrada en escena del gran juez, el Señor, del que pronuncia su santísimo nombre, exaltando uno de sus muchos atributos. Llama al Señor la Roca (Cf. versículo 4), un título que salpica todo nuestro cántico (Cf. Versículos 15. 18. 30. 31. 37), una imagen que exalta la fidelidad estable e inquebrantable de Dios, muy diversa de la inestabilidad e infidelidad del pueblo. El tema se desarrolla con una serie de afirmaciones sobre la justicia divina: «Sus obras son perfectas, sus caminos son justos, es un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto» (versículo 4).
Después de la solemne presentación del Juez supremo, que es también la parte agraviada, el objetivo del cantor se dirige al imputado. Para definirlo, recurre a una representación eficaz de Dios como padre (Cf. versículo 6). Sus criaturas tan amadas son llamadas hijos, pero por desgracia son «hijos degenerados» (Cf. versículo 5). Sabemos, de hecho, que ya en el Antiguo Testamento se da una concepción de Dios como Padre cariñoso con sus hijos que con frecuencia le decepcionan. (Éxodo 4, 22; Deuteronomio 8, 5; Salmo 102, 13; Sirácida 51, 10; Isaías 1, 2; 63, 16; Oseas 11, 1-4). Por este motivo, la denuncia no es fría, sino apasionada: « ¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿No es él tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó?» (Deuteromio 32, 6). Es, de hecho, muy diferente rebelarse a un soberano implacable que enfrentarse contra un padre amoroso.
Para hacer concreta la acusación y hacer que la conversión surja de la sinceridad del corazón, Moisés recurre a la memoria: «Acuérdate de los días remotos, considera las edades pretéritas» (versículo 7). La fe bíblica es, de hecho, un «memorial», es decir, un redescubrimiento de la acción eterna de Dios diseminada a través del tiempo; es hacer presente y eficaz esa salvación que el Señor ofreció y sigue ofreciendo al hombre. El gran pecado de la infidelidad coincide, entonces, con la «falta de memoria», que cancela el recuerdo de la presencia divina en nosotros y en la historia.
El acontecimiento fundamental que no hay que olvidar es el de la travesía del desierto después de la huida a Egipto, tema capital para el Deuteronomio y para todo el Pentateuco. Se evoca así el viaje terrible y dramático en el desierto del Sinaí, «en una soledad poblada de aullidos» (Cf. versículo 10), como dice con una imagen de fuerte impacto emotivo. Pero allí, Dios se inclina sobre su pueblo con una ternura y una dulzura sorprendentes. Al símbolo del padre se le añade el materno del águila: «Lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas» (versículos 10-11). El camino por la estepa desierta se transforma, entonces, en un recorrido tranquilo y sereno, a causa del manto protector del amor divino.
El canto hace referencia también al Sinaí, donde Israel se convierte en aliado del Señor, su «lote» y su «heredad», es decir, la realidad más preciosa (Cf. versículo 9; Éxodo 19, 5). El cántico de Moisés se convierte de este modo en un examen de conciencia conjunto para que al final no sea el pecado quien responde a los beneficios divinos, sino la fidelidad.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 31-35. El grano de mostaza.
Con las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, pretende añadir Jesús otros elementos a la comprensión del misterio del Reino de Dios. Ya ha hablado de la oposición que encuentra la Palabra (cf. Mt 13,3-7) y puesto en guardia contra la impaciencia de los que pretendan eliminar de inmediato los obstáculos (cf. 13,27-30). Ahora pone de relieve el contraste entre unos inicios bien modestos y desarrollos extraordinariamente grandes. En efecto, así como la semilla pequeña tiene en sí una energía capaz de hacerla germinar hasta convertirla en un árbol de notables proporciones (vv. 31ss), así también se dilatará el Reino de Dios, que, en estos momentos, parece destinado a la derrota. Y así como la fuerza irresistible de un poco de levadura hace fermentar una gran cantidad de harina (v. 33), así también la Palabra de Dios, recibida en el corazón del hombre, le abre a la Verdad y, «escondidos» entre la gente, los cristianos de todos los tiempos se convierten en portadores del alegre anuncio y en testigos del amor de Dios por todo el mundo. Con las palabras del salmista, Mateo da una respuesta ulterior a la pregunta del «porqué» de las parábolas: con ellas no se pretende ocultar, sino ayudar a penetrar, de manera pro en el misterio de Dios y de su Reino (v 34ss).
Nuestro tiempo, que contempla el predominio del «hombre económico», está escandido por el ritmo frenético e implacable de la eficiencia, de una productividad que debe ser eficaz a cualquier precio. Parece imposible sustraerse a esta lógica.
La Palabra del Señor nos propone una lógica diferente para leer al hombre y su vida terrena: Dios está presente en el corazón de la realidad, puesto que es su Creador. San Pablo dirá que ni quien planta ni quien riega es determinante para el resultado final; sólo lo es Dios, que da el desarrollo y el crecimiento a la semilla y, más tarde, a la planta (cf. 1 Cor 3,7).
Dios, lejos de invitarnos a una inactividad fatalista, nos proporciona el criterio del compromiso, exhortándonos a la confianza en él y a la esperanza. El hombre es verdaderamente tal si se adhiere a Dios, si responde con todo su ser al amor de Dios.
La dignidad, el valor del hombre para Dios, se basa en el ser y no en el tener o el hacer. ¿Y para nosotros? ¿No nos arriesgamos muchas veces a dejarnos deslumbrar por las luces del éxito mundano y aturdir por la publicidad sistemática, por la que nos dejamos arrastrar aquí o allá, lejos de nosotros mismos y de Dios, tras aquel que hace más ruido?
La Palabra de Dios, su incidencia en la historia, parece destinada al fracaso; el testimonio de los cristianos se presenta como un fenómeno de una minoría ilusa. Es el momento de renovar nuestra fe en el poder del Espíritu Santo y nuestro compromiso en la adhesión a su inspiración.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 31-35, para nuestros Mayores. El grano de mostaza se hace un arbusto, vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Las ruinas de un castillo en una colina. Entre los muros crecen la hierba, la hiedra y las flores. Es hermosa la imagen de la hierba que invade las ruinas. Las piedras están muertas, en cambio, en la vegetación hay vida y la vida es más fuerte que la muerte. Algunas existencias pequeñísimas tienen una grandísima energía, por ejemplo, las bacterias, que se multiplican rápidamente. La metáfora del evangelio subraya la diferencia entre semilla y lo que crece de ella: un arbusto de mostaza de una semilla pequeñísima.
Cada vez hay menos cristianos en el mundo y la Iglesia desaparece entre las grandes organizaciones mundiales. Pero no es un daño para la Iglesia el quedar reducida a un pequeño número de fieles. Lo importante es que estos fieles tengan una intensa vida espiritual. La oración ocupa una pequeña parte del día pero si es verdadera, nos transforma más que el trabajo que realizamos en el resto del día. En la vida, no tomamos continuamente decisiones grandes e importantes: pero las elecciones que hacemos dan dirección y valor a toda la persona.
El reino de los ciclos es semejante a la levadura.
Cuando se pone la levadura en la masa, la masa se hincha y desborda el recipiente. Es un fenómeno casi mágico, es la fuerza de la vida que lleva la levadura. La levadura es metáfora es la fuerza del Espíritu Santo que recibimos en el bautismo.
Orígenes le gusta comentar las parábolas hasta en los más mínimos detalles. La mujer, leemos en el evangelio, ha amasado la levadura con tres medidas de harina. La filosofía platónica distinguía, en el hombre, tres elementos: cuerpo, alma, espíritu. Estas «tres medidas de harina», es decir los tres elementos de la persona humana, para fermentar, es decir, para elevarse, necesitan al Espíritu Santo. Los autores orientales conciben la vida cristiana como espiritualización progresiva del cuerpo y del alma de todo el mundo. Nuestro tiempo está impregnado de una especie de gnosticismo, por el que la verdadera religión sería sólo interior, para ser vivida enteramente en la mente, de modo individual. Es verdad, la religión es, en primer lugar, interior pero, con el tiempo, si es verdadera, invade y transforma el exterior, porque todo lo creado participa del Espíritu Santo.
Los autores extraen algunas conclusiones concretas para la vida de cada día de la parábola de la levadura. La levadura, dicen, es como la buena intención que da verdadero valor a las obras. En la actividad humana podemos distinguir varios estadios. Está el gesto externo: abrimos el monedero para dar limosna a un pobre. Está la actitud mental: el gesto podemos realizarlo con atención o mecánicamente, sin pensarlo. Está la moral: la conciencia de haber realizado ese gesto sólo para librarnos del mendigo inoportuno o bien movidos por compasión real por él.
El carisma de la asociación «Apostolado de la oración» es, precisamente, el volver a despertar la buena intención, es decir, dar un objetivo sobrenatural a todas nuestras acciones para que estén todas inspiradas por el amor a Dios. Antes de realizar cosa alguna, por ejemplo, se puede decir una pequeña jaculatoria: Todo por ti, Sagrado Corazón de Jesús. Esta intención se convierte en levadura que hace crecer el valor de la acción. Así, el trabajo se convierte en oración.
Comentario del Santo Evangelio: MT 13 31-35, de Joven para Joven. Las Parábola de la mostaza y la levadura.
Jesús explica por medio de las parábolas la realidad del Reino, tan diferente de las expectativas de las muchedumbres y de los mismos discípulos, desconcertados y tal vez decepcionados por las resistencias y las oposiciones encontradas por el Maestro (capítulos l1s). Las diversas corrientes espirituales contemporáneas a Jesús —fariseos, zelotas, esenios, qumranianos— tendían a formar una comunidad de justos claramente separados de los malvados y de los infieles, a fin de preparar la venida del Reino de Dios. Jesús, en cambio, hace comprender que el Reino está presente y crece desde ahora, aunque su desarrollo esté obstaculizado por la cizaña, o sea, por la acción de aquellos que están sometidos al maligno (v. 38).
La eliminación definitiva de las fuerzas del mal no vendrá hasta el fin de los tiempos, de ahí que el momento actual deba caracterizarse por la paciencia y por la confianza: Dios mismo intervendrá para destruir el mal y para tutelar a los que le pertenecen, pero no corresponde al hombre proceder a una depuración intempestiva que pueda comprometer el incremento del bien antes que favorecerlo.
Hay otra característica fundamental del Reino expresaba con las imágenes del grano de mostaza y de la levadura: su prodigioso desarrollo acontece a partir de un comienzo insignificante. Sin embargo, este comienzo encierra una enorme potencialidad intrínseca, que implica a toda la realidad.
En el grano de mostaza y en la levadura podemos reconocer al mismo Jesús (cf. Jn 12,24) y su enseñanza, aunque también el testimonio eficaz de la comunidad cristiana, que no debe preocuparse por su propia «visibilidad». Por otra parte, esta comunidad no será nunca, aquí abajo, una comunidad de perfectos: deberá tolerar en su interior individuos turbulentos y ser capaz de superar las ocasiones de tropiezo. Sin embargo, el trabajo del tiempo presente desembocará en la gloria, cuando el Hijo del hombre —con quien se identifica Jesús— juzgará la historia y entregará el Reino al Padre, a fin de que Dios sea todo en todos (vv. 37-43; cf. 1Cor 13,24-28).
A través de las parábolas se puede percibir, ya desde ahora, el proyecto divino sobre el cosmos —“lo que estaba oculto desde la creación del mundo”— que se realizará plenamente cuando este mundo llegue a su desenlace final.
Una semilla minúscula puede encerrar en sí un árbol majestuoso, una mies abundante: así sucede con el Reino, así sucede con Jesús. Ahora bien, la semilla debe morir para dar su fruto... Un puñado de levadura fermenta toda una gran masa de harina y la transforma en pan. Sin embargo, la levadura debe desaparecer para ser eficaz... Jesús nos educa para contemplar la realidad con unos ojos nuevos, descubriendo en ella como en filigrana el designio del Padre, el rostro del Hijo, la acción del Espíritu. A nosotros, discípulos constantemente tentados a desanimarnos por la inutilidad de nuestros esfuerzos, nos ofrece el Señor su mirada, sus pensamientos, que distan de los nuestros como el cielo está por encima de la tierra.
Dios ha elegido lo que es débil, lo que es necio, insignificante a los ojos del mundo, para renovar el mundo desde sus fundamentos. Ha elegido la cruz —esto es, la aniquilación y la infamia— para salvar a la humanidad y redimir el cosmos. En consecuencia, no debe maravillarnos la presencia del mal que nos asedia y obstaculiza lo que hacemos. Este dato, de hecho, nos obliga a renovar cada día nuestra adhesión al Señor y, por eso mismo, a asumir nuestra cruz con perseverancia y amor. Sólo así podremos compartir la misión y la suerte del Hijo, que ha destruido el pecado y perdonado a los pecadores muriendo como semilla en el surco de nuestra historia para llevar al Padre, en «el tiempo de la siega», la abundante mies de los salvados. Del fracaso de una hora ha germinado la gloria eterna, ofrecida a todos nosotros, «Hijos del Reino», hijos en e Hijo por la misericordia del Padre.
Elevación Espiritual para este día.
Por nosotros mismos, somos ramas secas, inútiles, infructuosas, e incapaces de pensar, por lo general, cosa alguna por nosotros mismos; toda nuestra capacidad viene de Dios, que nos ha hecho idóneos para el servicio y capaces de cumplir su voluntad. Nuestras obras, como un pequeño grano de mostaza, no son en modo alguno comparables en grandeza al árbol de la gloria que producen; sin embargo, tienen, a pesar de todo, la fuerza y la virtud para producirlo, porque proceden del Espíritu Santo, el cual, por medio de una admirable infusión de su gracia en nuestros corazones, hace suyas nuestras obras, aunque nos las deja al mismo tiempo a nosotros.
Nos deja, como parte nuestra, todo el mérito y todo el provecho de nuestros favores y de nuestras buenas obras, y nosotros, por nuestra parte, le dejamos todo el honor y toda la alabanza, reconociendo que el inicio, el progreso y el remate de todo bien que llevemos a cabo dependen de su misericordia. Nosotros le damos la gloria de nuestras alabanzas, y él nos da la gloria de su alegría.
Reflexión Espiritual para el día.
Hace algún tiempo me sucedió un episodio que me afectó en lo profundo del alma. Estaba en Roma; esperaba el autobús en la parada que se encuentra casi enfrente de la iglesia de San Juan de Letrán. Estaba conmigo mi madre. Se me acercó una señora muy anciana, vestida con un pequeño abrigo negro, ya lustroso por el uso inveterado al que había sido sometido. Caminaba a pequeños pasos, con lo típica rigidez senil del tronco, de la cabeza y de las manos. Me preguntó si quería comprar una protección de hilo de algodón rojo de ganchillo, de esas que sirven para coger ollas y cazuelas sin quemarse. Cogido así, de improviso, dije que no me interesaba. Entonces la viejecita se alejó sin insistir y sin dirigirse a nadie más. Me arrepentí de inmediato, porque comprendí que lo importante no era que yo tuviera necesidad de esa protección, sino que ella tuviera necesidad de venderlas a fin de poder ganar algo. Intercambié una mirada con mi madre, que la alcanzó enseguida y le preguntó a cuánto las vendía. «A mil liras la pieza, señora», respondió; “las he hecho yo misma a mano. Tengo noventa y dos años...”. “Le compro las cinco que lleva”, dijo mi madre, abriendo el monedero. La viejecita miró a mi madre con una sonrisa cansada y apenas marcada; sin decir nada, se alejó con su andar tranquilo, un andar que dejaba inmóviles los brazos, los hombros y la cabeza.
Esta escena la he repensado, meditado, contemplado dentro de mí muchas veces, no sabría decir cuántas. La viejecita ya se había alejado: qué otra cosa —o quién— nos convenció, para comprar no una, sino todas las protecciones que vendía. Esa es la cuestión: hay una fuerza en el ser pequeño, pobre, sufrido y remisivo; una fuerza, sin embargo, que no le es propia, una fuerza que le viene de fuera. Alguien se la ha puesto dentro, alguien que la posee. No es cuestión de perderse en muchas averiguaciones, Señor, porque sólo hay Uno que pueda poseer tal fuerza, sólo Uno puede haber pensado hacer todo esto: tú. Tú la pusiste en la humildad de aquella viejecita, aunque la pusiste también en el corazón de quien la vio y la sintió. Es la única fuerza que ha existido siempre, que existe y que existirá siempre, la única fuerza que forma una sola cosa contigo, que hace de ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un único Dios: la fuerza de tu amor o, mejor aún, la fuerza del amor que eres.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías 13, 1-11. ¿Estoy apegado a Dios? ¿Está Dios apegado a mí?
Los profetas hablan no sólo con sus palabras sino con su vida. Hemos visto a Oseas y a Isaías proclamar un mensaje a través de sus hijos. Vamos a ver hoy —«ver»... es un término moderno, que encaja en nuestra época «audio-visual»—, como en el cine, veremos pues un mensaje en una acción simbólica.
Vete a comprar una faja de lino y póntela a la cintura... toma la faja que has comprado, levántate, vete al Éufrates, y escóndela en una grieta de la peña... El primer aspecto de esta parábola en actos es que Dios está unido a su pueblo, como una faja ceñida a la cintura. Trato de dejarme captar por esa imagen concreta. Una faja.
1. es algo útil: sirve para sujetar el pantalón o la falda.
2. es un adorno: puede ser un detalle elegante.
3. se adapta al cuerpo, sigue doquiera...
Por sorprendente que todo ello pueda parecer, Dios se atreve explícitamente a aplicar esos tres simbolismos a sus relaciones con su pueblo.
1. La faja resultará que «no sirve para nada», por consiguiente sólo será útil para Dios. (Versículo 7)
2. La faja debía servir para el «renombre y la gloria de Dios»... (Versículo 11)
3. Dios se había unido a su pueblo. (Versículo 11)
Pasaron muchos días cuando el Señor me dijo: «Levántate, vete al Éufrates y recoge allí la faja que te mandé que escondieras... Fui allí, y he ahí que se había echado a perder, la faja no valía para nada. El segundo aspecto de esta parábola, es el anuncio simbólico de la deportación. El Éufrates es el río de Babilonia y de Asur, las grandes potencias del Este que amenazan a Israel sin casar.
Algunos piensan que Jeremías escondió de hecho su faja en el curso del río Fara, que fluye a seis kilómetros al norte de Anatot, su pueblo natal: el nombre de ese riachuelo —Fara es peral en hebreo— evocaría el Éufrates.
Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Jerusalén. Ese pueblo malvado que rehúsa «oír» mis palabras, que camina según la dureza de su corazón y que va en pos de otros dioses para servirles... Que sea como esta faja que no vale para nada.
Ser un pueblo «utilizable», un pueblo útil para Dios. Con ese comentario Jeremías nos sugiere que el papel, la utilidad del pueblo creyente es «escuchar» a Dios.
¿Soy un hombre que escucha? ¿Cuál es mi capacidad de atención a la Palabra de Dios... en la Escritura, y en la vida corriente? ¿Tengo también un corazón endurecido, que va en pos de los ídolos de nuestro tiempo, que se hace esclavo de toda clase de cosas?
En ese caso no «valgo nada» para Dios. «Si la sal se vuelve insípida, dirá Jesús, no vale nada. Se tira y se pisotea.» (Mateo 5, 13)
Como una faja... de tal modo hice apegarse a mi toda la casa de Judá...
¿Estoy apegado a Dios? ¿Está Dios apegado a mí?
Para que fuese mi pueblo, mi nombradía, mi honor y mi prez. Pero ¡no han «escuchado»!
La comunidad creyente debería ser el honor de Dios, su nombradía, hoy diríamos su «publicidad», su atractivo... porque resultaría ser ¡muy hermosa! +
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