2 de Agosto 2010. XVIII LUNES DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN EUSEBIO DE VERCELLI, obispo, Memoria libre o SAN PEDRO JULIÁN EYMARD, PRESBÍTERO, Memoria libre.SS. Pedro J. Eymard pb, Pedro de Osma ob. Beata Juana de Aza mf. Ntra. Sra. de los Ángeles
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 28, 1-17: Ananías, tú has inducido al pueblo a una falsa confianza
Salmo 118: Instrúyeme, Señor, en tus leyes
Mt 14, 13-21: Comieron todos, quedaron satisfechos, y recogieron las sobras
El evangelio de Mateo, hoy nos presenta un relato bastante claro, en lo que tiene que ver con la confianza en el proyecto de Dios anunciado por Jesús.
Los discípulos más cercanos de Jesús, no acaban de comprenderlo todo, su preocupación es por que es tarde, el lugar es despoblado y aparentemente no hay cómo solucionar la necesidad de la comida, ellos aún no entienden el plan de Dios que se está revelando en Jesús, por eso mismo, El Maestro, los confronta y los involucra en la responsabilidad de dar de comer, de organizar al pueblo y de servirle.
Esta es la lógica de nueva profecía, Jesús esta planteando el programa de su proyecto en el que no puede faltar la compasión, el acompañamiento, la acogida, el pan compartido y sobre todo la presencia de Dios.
Hoy la Palabra de Dios también nos confronta y pregunta ¿hacia dónde está orientada nuestra fe? ¿Hemos, acaso, caído en falsas esperanzas, hemos creído que tener cosas relativamente seguras es lo que nos garantiza la presencia de Dios? Jesús hoy nos está haciendo un llamado urgente a llenar nuestra vida de la verdadera esperanza en el Dios de la Vida, una esperanza activa, caracterizada por el servicio, la compasión y la acogida con los más necesitados de nuestros días.
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 28, 1-17
Ananías, el Señor no te ha enviado, y tú has inducido al pueblo a una falsa confianza
Al principio del reinado de Sedecías en Judá, el mes quinto, Ananías, hijo de Azur, profeta natural de Gabaón, me dijo en el templo, en presencia de los sacerdotes y de toda la gente: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Rompo el yugo del rey de Babilonia. Antes de dos años devolveré a este lugar todo el ajuar del templo que Nabucodonosor, rey de Babilonia, cogió y se llevó a Babilonia. A Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, y a todos los judíos desterrados en Babilonia yo los haré volver a este lugar -oráculo del Señor-, porque romperé el yugo del rey de Babilonia.""
El profeta Jeremías respondió al profeta Ananías, en presencia de los sacerdotes y del pueblo que estaba en el templo; el profeta Jeremías dijo: Amén, así lo haga el Señor. Que el Señor cumpla tu profecía, trayendo de Babilonia a este lugar todo el ajuar del templo y a todos los desterrados. Pero escucha lo que yo te digo a ti y a todo el pueblo: "Los profetas que nos precedieron, a ti y a mí, desde tiempo inmemorial, profetizaron guerras, calamidades y epidemias a muchos países y a reinos dilatados. Cuando un profeta predecía prosperidad, sólo al cumplirse su profecía era reconocido como profeta enviado realmente por el Señor.""
Entonces Ananías le quitó el yugo del cuello al profeta Jeremías y lo rompió, diciendo en presencia de todo el pueblo: Así dice el Señor: "Así es como romperé el yugo del rey de Babilonia, que llevan al cuello tantas naciones, antes de dos años."" El profeta Jeremías se marchó por su camino.
Después que el profeta Ananías rompió el yugo del cuello del profeta Jeremías, vino la palabra del Señor a Jeremías: Ve y dile a Ananías: "Así dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, yo haré un yugo de hierro. Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia; y se le someterán, y hasta las bestias del campo le entregaré.""
El profeta Jeremías dijo a Ananías profeta: Escúchame, Ananías; el Señor no te ha enviado, y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por eso, así dice el Señor: "Mira: yo te echaré de la superficie de la tierra; este año morirás, porque has predicado rebelión contra el Señor." Y el profeta Ananías murió aquel mismo año, el séptimo mes.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/. Instrúyeme, Señor, en tus leyes
Apártame del camino falso, / y dame la gracia de tu voluntad. R.
No quites de mi boca las palabras sinceras, / porque yo espero en tus mandamientos. R.
Vuelvan a mí tus fieles / que hacen caso de tus preceptos. R.
Sea mi corazón perfecto en tus leyes, / así no quedaré avergonzado. R.
Los malvados me esperaban para perderme, / pero yo meditaba tus preceptos. R.
No me aparto de tus mandamientos, / porque tú me has instruido. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 14, 13-21
Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, El Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer." Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer." Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces." Les dijo: Traédmelos."
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 28, 1-17: Ananías, tú has inducido al pueblo a una falsa confianza
Salmo 118: Instrúyeme, Señor, en tus leyes
Mt 14, 13-21: Comieron todos, quedaron satisfechos, y recogieron las sobras
El evangelio de Mateo, hoy nos presenta un relato bastante claro, en lo que tiene que ver con la confianza en el proyecto de Dios anunciado por Jesús.
Los discípulos más cercanos de Jesús, no acaban de comprenderlo todo, su preocupación es por que es tarde, el lugar es despoblado y aparentemente no hay cómo solucionar la necesidad de la comida, ellos aún no entienden el plan de Dios que se está revelando en Jesús, por eso mismo, El Maestro, los confronta y los involucra en la responsabilidad de dar de comer, de organizar al pueblo y de servirle.
Esta es la lógica de nueva profecía, Jesús esta planteando el programa de su proyecto en el que no puede faltar la compasión, el acompañamiento, la acogida, el pan compartido y sobre todo la presencia de Dios.
Hoy la Palabra de Dios también nos confronta y pregunta ¿hacia dónde está orientada nuestra fe? ¿Hemos, acaso, caído en falsas esperanzas, hemos creído que tener cosas relativamente seguras es lo que nos garantiza la presencia de Dios? Jesús hoy nos está haciendo un llamado urgente a llenar nuestra vida de la verdadera esperanza en el Dios de la Vida, una esperanza activa, caracterizada por el servicio, la compasión y la acogida con los más necesitados de nuestros días.
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 28, 1-17
Ananías, el Señor no te ha enviado, y tú has inducido al pueblo a una falsa confianza
Al principio del reinado de Sedecías en Judá, el mes quinto, Ananías, hijo de Azur, profeta natural de Gabaón, me dijo en el templo, en presencia de los sacerdotes y de toda la gente: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Rompo el yugo del rey de Babilonia. Antes de dos años devolveré a este lugar todo el ajuar del templo que Nabucodonosor, rey de Babilonia, cogió y se llevó a Babilonia. A Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá, y a todos los judíos desterrados en Babilonia yo los haré volver a este lugar -oráculo del Señor-, porque romperé el yugo del rey de Babilonia.""
El profeta Jeremías respondió al profeta Ananías, en presencia de los sacerdotes y del pueblo que estaba en el templo; el profeta Jeremías dijo: Amén, así lo haga el Señor. Que el Señor cumpla tu profecía, trayendo de Babilonia a este lugar todo el ajuar del templo y a todos los desterrados. Pero escucha lo que yo te digo a ti y a todo el pueblo: "Los profetas que nos precedieron, a ti y a mí, desde tiempo inmemorial, profetizaron guerras, calamidades y epidemias a muchos países y a reinos dilatados. Cuando un profeta predecía prosperidad, sólo al cumplirse su profecía era reconocido como profeta enviado realmente por el Señor.""
Entonces Ananías le quitó el yugo del cuello al profeta Jeremías y lo rompió, diciendo en presencia de todo el pueblo: Así dice el Señor: "Así es como romperé el yugo del rey de Babilonia, que llevan al cuello tantas naciones, antes de dos años."" El profeta Jeremías se marchó por su camino.
Después que el profeta Ananías rompió el yugo del cuello del profeta Jeremías, vino la palabra del Señor a Jeremías: Ve y dile a Ananías: "Así dice el Señor: Tú has roto un yugo de madera, yo haré un yugo de hierro. Porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia; y se le someterán, y hasta las bestias del campo le entregaré.""
El profeta Jeremías dijo a Ananías profeta: Escúchame, Ananías; el Señor no te ha enviado, y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por eso, así dice el Señor: "Mira: yo te echaré de la superficie de la tierra; este año morirás, porque has predicado rebelión contra el Señor." Y el profeta Ananías murió aquel mismo año, el séptimo mes.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/. Instrúyeme, Señor, en tus leyes
Apártame del camino falso, / y dame la gracia de tu voluntad. R.
No quites de mi boca las palabras sinceras, / porque yo espero en tus mandamientos. R.
Vuelvan a mí tus fieles / que hacen caso de tus preceptos. R.
Sea mi corazón perfecto en tus leyes, / así no quedaré avergonzado. R.
Los malvados me esperaban para perderme, / pero yo meditaba tus preceptos. R.
No me aparto de tus mandamientos, / porque tú me has instruido. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 14, 13-21
Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, El Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer." Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer." Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces." Les dijo: Traédmelos."
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura. Jr 28,1-17. Ananías, el el Señor no te ha enviado, y tú has inducido al pueblo a una falsa confianza.
El episodio que se narra en este fragmento tomado de Jeremías, que probablemente tengamos que situar hacia el año 594-593 a. de C., plantea la cuestión del discernimiento entre la verdadera y la falsa profecía. Nabucodonosor había exiliado a un grupo de judíos, junto con su rey Jeconías-Joaquín, a Babilonia y había saqueado el templo (cf. 2 Re 24, l0ss): el profeta Jananías predice la liberación de los deportados y también la restitución de los enseres del templo. Para apoyar su profecía, lleva a cabo una acción simbólica: rompe el yugo que Jeremías se había puesto en el cuello como signo de la pesada dominación a la que Babilonia había sometido a Judá (v l0ss; cf. Fr. 27). Jeremías recuerda a Jananías y a todos los presentes que una profecía sólo es auténtica cuando se cumple (vv. 7-9; cf. Dt 18,2lss; Jr 23,16-18). Por su parte, espera que Dios le hable. A pesar de que también él desea un futuro de libertad y de paz (v. 6), no puede dejar de ser fiel a aquella palabra que le ha seducido, que le hace arder por dentro con una fuerza irresistible y que anuncia desventuras y castigos (cf. Jr 20,7-9).
Jeremías, dócil instrumento en ruanos de Yavé, proclama la Palabra verdadera, aunque resulte impopular: Babilonia hará aún más pesado su propio dominio, sin que Judá tenga la posibilidad de sustraerse del mismo (vv. 12-14). El castigo que le espera al falso profeta Jananías será inexorable e inminente (vv 15ss; Dt 18,20): su muerte atestiguará la autenticidad de la profecía de Jeremías (v.17).
Comentario del Salmo 118. Instrúyeme , Señor, en tus leyes.
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (lO0a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 13-21. Alzo la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.
La noticia de la decapitación de Juan el Bautista sugiere a Jesús alejarse de la gente (v.13a) para huir del presumible intento de matarle a él también, que ya era objeto de conjura por parte de los fariseos (cf.: Mt 12,14). Sin embargo, Jesús no abandona la misión que el Padre le ha confiado (cf: Jn 10,10) y atiende amorosamente la petición de gestos de salvación por parte de la muchedumbre (vv 13h-14). El amor de Jesús cura la enferme dad y sacia el hambre. Con todo, quiere tener necesidad de la disponibilidad de los discípulos para entregarse a sí mismos y todo lo que poseen (vv. 16ss).
El relato de los cinco panes que, después de haber sido bendecidos y partidos, calma el hambre de una multitud de persona (v. 21) anticipa, en la intención del evangelista, el de la institución de la eucaristía (cf. ML 26,26). Los discípulos serán sus ministros y distribuirán a los otros el pan que Jesús les ha dado a ellos (v. 19). Del mismo modo que, por la oración de Eliseo, con veinte panes fue sacia da el hambre de cien personas y aún sobró (2 Re 4,42-44), así también, y de un modo aún más significativo, aparecen aquí doce cestas repletas con las sobras de la comida milagrosa (20).
Jeremías habla de verdaderos y falsos profetas. Dado que todos debemos ser profetas verdaderos, puesto que todos pertenecemos a un pueblo profético, ¿cómo hemos de proceder para llegar a ser verdaderos profetas? No resulta fácil, en efecto, ser profetas verdaderos, entre otras cosas porque es preciso decir no las palabras que agradan, sino las palabras que salvan. Y las palabras que salvan pueden molestar, ser consideradas como anacrónicas o apocalípticas, inoportunas o exageradas u otras cosas, de suerte que, por lo general, son descalificadas en virtud de un mecanismo instintivo de defensa.
El verdadero profeta es una persona libre, interiormente libre. Es una persona a la que no le preocupan las audiencias, sino la fidelidad a Dios. Es una persona que se construye a diario sobre Dios, que se compara de manera prioritaria con su Palabra y está preocupada por no traicionarla.
El profeta —y todo cristiano lo es— se va construyendo lentamente, porque él mismo debe pasar de los condicionamientos de este mundo a la fidelidad a Dios, Debe realizar en sí mismo ese trabajoso camino que le lleva a ver las cosas con los ojos de Dios. Siempre “con gran temor y temblor” porque sabe que su manera de pensar puede sobreponerse o hacer de pantalla al modo de pensar de Dios.
Con todo, Dios necesita un pueblo profético para hacer oír su Palabra en la historia siempre complicada de este mundo, atareado en perderse por senderos que no llevan a ninguna parte, «cosas ya oídas». Y llego a sentirme sólo un repetidor de cosas que se dan por descontado, de frases hechas, según lo que esté de moda.
Me detengo un momento, Señor: tú me hablas para que yo hable de ti. Tú te hiciste Palabra por nosotros y yo estoy llamado a hacerme palabra por los otros: no una palabra—conjunto—de—sonidos, sino una palabra—vida, una palabra-persona, una palabra-entrega-de-sí-mismo. Que yo obtenga de ti el coraje de ser para mis hermanos, para mis hermanas, esa palabra que los alimenta, que sacia su deseo de verdad y de sentido.
Comentario del Santo Evangelio: Mt, 14-13-21, para nuestros Mayores. Solo Aceptará reinar desde lo alto de la cruz.
Todos los evangelistas refieren este acontecimiento extraordinario, clasificado por los exégetas en el género literario de los «milagros de donación». El relato evangélico —modelado sobre el de Eliseo (2 Re 4,42-44) — ha tomado una enorme resonancia en la tradición eclesial, y en la narración mateana —mucho más concisa respecto a la de Marco— el milagro se revela como una auténtica «teofanía» ante los discípulos todavía titubeantes. Se les invita a creer cada vez más firmemente en el poder sobrenatural de Jesús y —consecuencia de la Fe— a compartir con los otros los dones recibidos para crear comunión.
En el relato se pueden señalar fácilmente tres vetas de significado diferentes, aunque la Palabra en cuanto tal no cesa nunca de enriquecerse con valores simbólicos que la hacen inagotable. Hay, en primer lugar, un sentido mesiánico por el que el milagro puede ser considerado como la realización del don del verdadero maná (cf. Ex 16,4-35): Jesús es el nuevo Moisés que sacia el hambre de la multitud de peregrinos en camino, a través del desierto de la vida, hacia la verdadera Tierra prometida. Este es el aspecto subrayado en particular en el pasaje paralelo del evangelio según Juan, donde se dice que Jesús, reconocido como Mesías y buscado por la muchedumbre para hacerlo rey, se aleja: aceptará reinar únicamente desde lo alto de la cruz.
En segundo lugar, aparece el sentido eclesial: Jesús implica a sus discípulos en el milagro, pidiéndoles su colaboración en la distribución de los panes y los peces bendecidos por él a la muchedumbre (v. 19). Son ya una imagen viva de la Iglesia que continuará, en todos los lugares y en todos los tiempos, anunciando el Evangelio y distribuyendo el «pan de la vida», la eucaristía.
Por último, son muchos los elementos lingüísticos que ponen de relieve el sentido eucarístico del milagro; nótese, por ejemplo, el uso de los verbos «tomar», «bendecir», «partir», «dar», así como el recuerdo contenido en la expresión «al anochecer» (v. 15), que es igual a la empleada por Mateo para introducir el relato de la institución de la eucaristía durante la última cena. El gran milagro anticipa, por tanto, para las muchedumbres el reconocimiento de Jesús como Pan vivo bajado del cielo para saciar el hambre humana, de suerte que todos puedan tomar no sólo lo que necesitan, sino recoger también «doce canastos llenos de los trozos sobrantes» (v. 20): en este detalle particular se entrevé ya la dimensión misionera de la Iglesia.
Puede suceder que después de haber seguido generosamente a Jesús un buen trecho del camino, adentrándonos con él en un terreno que se va haciendo cada vez más desértico, nos venga la tentación de preguntarnos: “¿razonable lo que estoy haciendo? Tal vez no haya que exageran Es bello estar con él, pero, más allá de la poesía, es preciso tener en cuenta muchas necesidades concretas y cotidianas” Nos inclinamos fácilmente, en efecto, a creer que los problemas que debemos resolver exigen una respuesta inmediata y eficiente, incompatible por completo con la entrega gratuita a Jesús.
La duda puede insinuarse también en el corazón de los discípulos, es decir, de los que han sido llamados a seguir a Jesús más de cerca. ¿Es sensato —se preguntan algunos— no tener en cuenta las exigencias normales y humanas, cuyo primer y claro ejemplo es el comer y el beber? Sin embargo, Jesús, a través de este relato, referido escrupulosamente por todos los evangelistas, nos recuerda que quien opta por seguirle no queda decepcionado. Del «signo» hemos pasado a la «realidad». Tras la cena del jueves Santo, multitudes de hombres han podido experimentar a lo largo de los siglos que alimentándose de Jesús, verdadero Pan bajado del cielo para colmarnos de toda dulzura, es posible afrontar situaciones trabajosas sin ceder a la tentación de la duda y del desánimo.
Aquel anochecer Jesús puso entre las manos de los discípulos el pan y los peces bendecidos para que los distribuyeran: respondía a su temor implicándolos directamente en el milagro que estaba realizando. Ellos obedecieron y experimentaron la alegría de ser dispensadores del verdadero pan que sacia toda hambre.
La pobreza humana no es nunca un obstáculo para Dios: abandonándonos con sencillez a la acción de la gracia recibirnos la fuerza para llevar a cabo la misión que se nos ha confiado. Si después nos sobrevienen dudas y perplejidades que podrían comprometer nuestro camino espiritual, es sensato confiarnos humildemente al juicio de quienes tienen en la Iglesia la tarea del discernimiento y hacer exactamente lo que nos indiquen. Es más necesario que nunca invocar al Espíritu, a fin de que haga comprender a cada cristiano —y a cada consagrado en particular— que Jesús no abandona a quien lo deja todo para seguirle. El está allí, dispuesto a cambiar todo desierto en un lugar de convite para una fiesta sin fin, a la que debernos desear invitar a todos los hermanos, seguros de que para todos ellos habrá alimento en abundancia. Y puesto que mientras falte alguien a la fiesta no podrá ser plena la alegría, la iglesia se prodiga para hacer llegar a todos la apremiante invitación.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 13-21, de Joven para Joven. La multiplicación de los panes y los peces
En un largo viaje en tren, una estudiante entabló una discusión con un sacerdote desconocido que estaba sentado frente a ella. Le dijo que era miembro de un grupo eclesial y le explicó cuál era la actividad que realizaban: «Nos encontramos cada mes y discutimos problemas actuales». « ¿Hacen solos estos encuentros o tienen algún asistente?». La muchacha se sintió un poco avergonzada, pero después le confesó: «Solos. Primero venía el capellán de la parroquia pero estamos contentos de que ya no venga. Traía el evangelio, leía un pasaje y después hacía una predicación que no nos interesaba. La última vez nos habló de la multiplicación de los panes. Pero, ¿qué nos dice eso? A nosotros nos interesan los problemas de hoy como el divorcio, el control de la natalidad... Estas son las cuestiones en las que queremos tener claridad». Probablemente tenía razón la estudiante. Con los jóvenes se debe tener el coraje de afrontar lo que es actual y grave, pero esta es la prueba de una cierta situación: hay jóvenes felices que no tienen que preocuparse por el pan cotidiano, mientras que dos partes de la humanidad, cada día, tiene el problema ele no saber qué comer Y esto, ¿no es un problema actual?
Esta situación, de hecho, plantea un grave problema para todos los hombres de buena voluntad. ¿Realmente no se puede hacer nada, al menos allí donde la miseria es más grave? Durante un convenio sobre la oración contemplativa, levantó la voz el rector de la Universidad Católica de Milán, por aquel entonces el profesor Lazzati. Parecía que su participación no era coherente con el tema del simposio pero causó impresión. Se discutía sobre un método de meditación más o menos adapto al mundo de hoy. «Útil la discusión —declaró Lazzati—. Pero, si logro olvidar los millones de personas que mueren de hambre, el método de meditación es muy secundario. Jesús sació a los hambrientos milagrosamente y nosotros sabemos que debemos hacer lo mismo a través de un trabajo honesto».
No es una voz solitaria la que habla de este modo, Sin embargo, inmediatamente después surge esta cuestión: ¿qué se puede hacer concretamente? El ciudadano corriente responderá que él no puede resolver los problemas a nivel mundial. Incluso el presidente de un estado poderoso dice sarcásticamente: «Si yo dijese qué se debería hacer concretamente, caería mi gobierno, los ciudadanos dirían que no me han elegido para esto». Desgraciadamente, estamos acostumbrados a que ni los gobiernos ni las organizaciones internacionales resuelvan los graves problemas de nuestro planeta y es inútil que nos escandalicemos por esto. Los gobiernos generalmente reflejan la opinión pública común. ¿Cuál es esta opinión a propósito de nuestro problema?
Un psicólogo norteamericano escribió un estudio sobre la sociedad llamada desarrollada, en la cual se pierde el sentido de la coherencia con los otros y desaparece la responsabilidad por el prójimo. Así, por ejemplo, un gran número de madres no quieren interesarse por lo que hace su hija durante la noche y por saber cuál es el ambiente que frecuenta. Cuando se les hace esta pregunta, la respuesta es: «Son asuntos de mi hija». Muchos padres ancianos, de familias acomodadas, viven en residencias de ancianos y sus hijos se dejan ver sólo en Navidad con una tarjeta postal. Si esta alienación se manifiesta incluso en las familias, tanto más sucederá en la relación con los vecinos y con aquellos a los que se encuentra en la calle. La gente que vive en un edificio no se comunica ni siquiera con quien vive al lado. ¿Y en la calle? Uno se cae por un imprevisto malestar y los otros pasan de largo y fingen no verlo.
El psicólogo no es un predicador, no se escandaliza, pero se pregunta cuáles son las causas de este comportamiento. Aquel del que hablamos fue a buscarlas a través de extraños experimentes. Colocó algunos ratones en un espacio muy estrecho y en poco tiempo notó que entre ellos habían surgido conflictos por el alimento. Entonces, el psicólogo les aumentó la cantidad de comida para que tuviesen en abundancia. El comportamiento de los ratones se reveló muy similar al de los hombres de las grandes ciudades. Un animal no se interesaba por el otro. Otros, en cambio, se mostraban violentos sin razón respecto a los demás ratones. Nosotros no realizamos experiencias con los animales, pero podemos observar cómo un hombre deja de interesarse por los demás cuando se encuentra entre muchas personas. No somos capaces de impedirlo. La aglomeración crece en la urbanización. ¿Quién lo puede impedir? Sin embargo, todo sabio trata de darse cuenta de los peligros que encuentra en su ambiente y se previene de ellos. ¿Cómo se puede hacer en el caso del que estamos hablando? ha primera aplicación se puede hacer en la familia: recuperar las comidas con los demás miembros de la familia, las veladas en común, los paseos juntos. Durante las comidas juntos es necesario tener en cuenta a los otros para que el alimento se divida entre todos. Así, se combate el egoísmo que nos hace creer que todo lo que cojo es mío. Las veladas que transcurren con otros suscitan un cambio de opiniones y se descubren intereses comunes. No hay necesidad de desarrollar esos aspectos. Quien ha tenido una buena familia sabe lo que ha significado para él. Quien no la tiene —hoy desgraciadamente son muchos— sabe bien lo que ha perdido. Por eso deberá estar bien atento a tener en cuenta estos aspectos, en la familia que él formará al casarse.
El respeto por los otros se desarrolla en las escuelas a través de los “¡compañeros!” ¡Qué bonito es cuando toda la clase está unida, cuando se comparte la merienda y se ayudan unos a otros para hacer los deberes! Es justamente esta coherencia la que se lleva en la vida como recuerdo de los felices años juveniles. Sin embargo, estas actitudes deberían desarrollarse en todos los sectores de trabajo.
Todo esto fundamenta los valores humanos. El cristianismo ofrece los fundamentos más sólidos. La viva sensibilidad por el prójimo es consecuencia de la fe en el Cuerpo Místico de Cristo. Siempre permanece actual la exhortación de san Pablo: «Porque el cuerpo no es un miembro, sino muchos. Aunque el pie dijera: “Como no soy mano, no soy del cuerpo”, no por eso deja de ser del cuerpo. . . El ojo no puede decir a la mano: “¡No te necesito!”Ni la cabeza a los pies: “¡No os necesito!”. Más aún los miembros aparentemente más débiles, son los más necesarios (1 Cor 12,14- 15 .2 1-22).
El cuerpo es uno porque tiene una sola alma. Los cristianos han recibido el Espíritu Santo que es su alma común. El sentido de coherencia respecto a los otros es la expresión de la propia fuerza vital. En este contexto comprendemos algunas expresiones radicales de la tradición de la Iglesia, como por ejemplo: «Se salva sólo el que salva a otro». Se atribuye a san Antonio Abad. El hombre de hoy se siente solo en medio de la muchedumbre de la ciudad. San Antonio, por el contrario, no se sentía solo ni siquiera en el desierto. Sentir la unidad de todos en Cristo, es un don de la gracia.
Elevación Espiritual para este día.
¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir paciencia para sufrir, constancia para perseverar. Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y, en lugar del amor carnal, infúndeme el amor de tu nombre. Hijo, conviene que lo des todo por el todo, y no ser nada de ti mismo. Sabe que el amor de ti mismo te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y abejón que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas.
Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies lo que no te conviene tener: No quieras tener lo que te puede impedir y quitar la libertad interior.
El camino de la experiencia gradual de Dios fue también, para la Iglesia de los orígenes, el camino de una libertad cada vez mayor. Para mí, la vía de la mística es el auténtico camino hacia la libertad.
Por el camino místico nos tropezamos, en primer lugar, con nuestra verdad personal. Y sólo la verdad nos hará libres. Descubrimos aquí los modelos de vida de los que somos prisioneros, nuestros modos de ver ilusorios que distorsionan la realidad y a causa de los cuales nos hacemos mal. Cuanto más nos acercamos a Dios, con mayor claridad reconocemos nuestra verdad. Cuanto más unidos estamos a Dios, más libres nos volvemos. Todos anhelamos la libertad, pero la verdadera libertad no consiste en la liberación con respecto a una soberanía externa a nosotros mismos, sino que consiste en la libertad interior, en la libertad respecto al dominio del mundo, en la libertad respecto al poder de los otros hombres y mujeres, y respecto a la libertad de las constricciones interiores y exteriores.
Debe quedar claro que la libertad constituye un aspecto esencial del mensaje cristiano y que todo camino espiritual auténtico conduce al final a la libertad interior. Y esto es así porque la experiencia de Dios y la experiencia de la libertad están intrínsecamente conectadas.
Reflexión Espiritual para el día.
El camino de la experiencia gradual de Dios fue también, para la Iglesia de los orígenes, el camino de una libertad cada vez mayor. Para mí, la vía de la mística es el auténtico camino hacia la libertad.
Por el camino místico nos tropezamos, en primer lugar, con nuestra verdad personal. Y sólo la verdad nos hará libres. Descubrimos aquí los modelos de vida de los que somos prisioneros, nuestros modos de ver ilusorios que distorsionan la realidad y a causa de los cuales nos hacemos mal. Cuanto más nos acercamos a Dios, con mayor claridad reconocemos nuestra verdad. Cuanto más unidos estamos a Dios, más libres nos volvemos.
Todos anhelamos la libertad, pero la verdadera libertad no consiste en la liberación con respecto a una soberanía externa a nosotros mismos, sino que consiste en la libertad interior, en la libertad respecto al dominio del mundo, en la libertad respecto al poder de los otros hombres y mujeres, y respecto a la libertad de las constricciones interiores y exteriores.
Debe quedar claro que la libertad constituye un aspecto esencial del mensaje cristiano y que todo camino espiritual auténtico conduce al final a la libertad interior. Y esto es así porque la experiencia de Dios y la experiencia de la libertad están intrínsecamente conectadas.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Felipe el quinto apóstol.
Felipe estaba entre los que seguían a Juan el Bautista y estaba con él cuando lo señaló por primera vez a Jesús como el Cordero de Dios. Al día siguiente de la llamada de Pedro, cuando estaba a punto de partir para Galilea, Jesús se encontró con Felipe y le llamó al Apostolado con las palabras, “Sígueme” ; Fue el quinto apóstol llamado. Felipe obedeció la llamada, y poco después trajo a Natanael como nuevo discípulo. Su nombre en el Evangelio aparece en Mateo, 10, 2-4; Marcos, 3, 14-19; Lucas, 6, 13-16. Juan 1, 43-45; 6, 5-7; 12, 21-23; 14, 8-9 y Hechos 1, 13. Según los relatos de los Evangelios podemos ver a Felipe como un hombre ingenuo, tímido, de mente juiciosa. Al pertenecer al Colegio Apostólico, va a predicar Hierápolis (hoy Turquía) y en la cual muere en edad avanzada luego sus restos enterrados en Hierápolis. Según la tradición los restos fueron más tarde trasladados a Constantinopla y de allí a la iglesia de los Dodici Apostoli de Roma. Existiendo en la actualidad dos tumbas de un mismo apóstol o bien de dos "Felipes" diferentes.
Felipe era natural de Betsaida, en el Lago de Genesaret (Juan 1, 44). También él estaba entre los que rodeaban al Bautista cuando éste señaló por primera vez a Jesús como el Cordero de Dios. Al día siguiente de la llamada de Pedro, cuando estaba a punto de partir para Galilea, Jesús se encontró con Felipe y le llamó al Apostolado con las palabras, “Sígueme”. Felipe obedeció la llamada, y poco después trajo a Natanael como nuevo discípulo (Juan 1, 43-45). Con ocasión de la selección y envío de los doce, Felipe está incluido entre los Apóstoles propiamente dichos. Su nombre figura en el quinto lugar de las tres listas (Mateo, 10, 2-4; Marcos, 3, 14-19; Lucas, 6, 13-16) detrás de las dos parejas de hermanos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan. El Cuarto Evangelio registra tres episodios referentes a Felipe que ocurrieron durante la vida pública del Salvador: Antes de la milagrosa alimentación de la multitud, Cristo se vuelve a Felipe con la pregunta: “¿Cómo vamos a comprar pan para que coman estos?” a lo que responde el Apóstol: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco” (6, 5-7).
Cuando algunos paganos en Jerusalén vienen a Felipe y le expresan su deseo de ver a Jesús, Felipe informa del hecho a Andrés y luego ambos llevan la noticia al Salvador (12, 21-23).
Cuando Felipe, después de que Cristo hubiera hablado a sus Apóstoles de conocer y ver al Padre, le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, recibe la respuesta: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14, 8-9).
Estos tres episodios nos proporcionan un esbozo consistente de la personalidad de Felipe como hombre ingenuo, algo tímido, de mente juiciosa. Ninguna característica adicional se da en los Evangelios ni en los Hechos, aunque se le menciona en esta última obra (1, 13) como perteneciente al Colegio Apostólico.
La tradición del Siglo II referente a él es insegura, tanto más cuanto que se registra una tradición similar respecto a Felipe el Diácono y evangelista – un fenómeno que debe ser resultado de una confusión causada por la existencia de dos Felipes. En su carta a San Víctor, escrita hacia 189-98, el obispo Polícrates de Éfeso menciona entre las “grandes lumbreras”, a quienes el Señor buscará “el último día”, a “Felipe, uno de los Doce Apóstoles, que está enterrado en Hierópolis con sus dos hijas, que llegaron vírgenes a la vejez”, y una tercera hija, que “llevó una vida en el Espíritu Santo y descansa en Éfeso”. Por otro lado, según el Diálogo de Cayo, dirigido contra un montanista llamado Proclo, éste afirmó que “hubo cuatro profetisas, las hijas de Felipe, en Hierópolis en Asia donde aún está situada su tumba y la de su padre”. Los Hechos de los Apóstoles (21, 8-9) en realidad mencionan cuatro profetisas, las hijas del diácono y “Evangelista” Felipe, como viviendo entonces en Cesarea con su padre, y Eusebio, que da los extractos arriba citados (Hist. Eccl., III, XXXII), se refiere a éste último la afirmación de Proclo.
La afirmación del obispo Polícrates tiene en sí misma más autoridad, pero es extraordinario que se mencione a tres hijas vírgenes del Apóstol Felipe (dos enterradas en Hierópolis), y que el diácono Felipe haya tenido también cuatro hijas, y que se diga que hayan sido enterradas en Hierópolis. Aquí también quizá debemos suponer que se haya producido una confusión entre los dos Felipes, aunque es difícil decidir cuál de los dos, el Apóstol o el diácono, fue enterrado en Hierópolis. Muchos historiadores modernos creen que fue el diácono; sin embargo, es posible que el Apóstol fuera enterrado allí y que el diácono también viviera y trabajara allí y fuera allí enterrado con tres de sus hijas y que estas fueran después erróneamente consideradas como hijas del Apóstol. Los apócrifos “Hechos de Felipe”, también se refieren a la muerte de Felipe en Hierópolis. Los restos del Felipe que fue enterrado en Hierópolis fueron más tarde trasladados, (como los del Apóstol) a Constantinopla y de allí a la iglesia de los Dodici Apostoli de Roma. La fiesta del Apóstol se celebra en la Iglesia Romana el 1 de mayo (junto con la de Santiago el Menor), y en la Iglesia Griega el 11 de diciembre. +
El episodio que se narra en este fragmento tomado de Jeremías, que probablemente tengamos que situar hacia el año 594-593 a. de C., plantea la cuestión del discernimiento entre la verdadera y la falsa profecía. Nabucodonosor había exiliado a un grupo de judíos, junto con su rey Jeconías-Joaquín, a Babilonia y había saqueado el templo (cf. 2 Re 24, l0ss): el profeta Jananías predice la liberación de los deportados y también la restitución de los enseres del templo. Para apoyar su profecía, lleva a cabo una acción simbólica: rompe el yugo que Jeremías se había puesto en el cuello como signo de la pesada dominación a la que Babilonia había sometido a Judá (v l0ss; cf. Fr. 27). Jeremías recuerda a Jananías y a todos los presentes que una profecía sólo es auténtica cuando se cumple (vv. 7-9; cf. Dt 18,2lss; Jr 23,16-18). Por su parte, espera que Dios le hable. A pesar de que también él desea un futuro de libertad y de paz (v. 6), no puede dejar de ser fiel a aquella palabra que le ha seducido, que le hace arder por dentro con una fuerza irresistible y que anuncia desventuras y castigos (cf. Jr 20,7-9).
Jeremías, dócil instrumento en ruanos de Yavé, proclama la Palabra verdadera, aunque resulte impopular: Babilonia hará aún más pesado su propio dominio, sin que Judá tenga la posibilidad de sustraerse del mismo (vv. 12-14). El castigo que le espera al falso profeta Jananías será inexorable e inminente (vv 15ss; Dt 18,20): su muerte atestiguará la autenticidad de la profecía de Jeremías (v.17).
Comentario del Salmo 118. Instrúyeme , Señor, en tus leyes.
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (lO0a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 13-21. Alzo la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.
La noticia de la decapitación de Juan el Bautista sugiere a Jesús alejarse de la gente (v.13a) para huir del presumible intento de matarle a él también, que ya era objeto de conjura por parte de los fariseos (cf.: Mt 12,14). Sin embargo, Jesús no abandona la misión que el Padre le ha confiado (cf: Jn 10,10) y atiende amorosamente la petición de gestos de salvación por parte de la muchedumbre (vv 13h-14). El amor de Jesús cura la enferme dad y sacia el hambre. Con todo, quiere tener necesidad de la disponibilidad de los discípulos para entregarse a sí mismos y todo lo que poseen (vv. 16ss).
El relato de los cinco panes que, después de haber sido bendecidos y partidos, calma el hambre de una multitud de persona (v. 21) anticipa, en la intención del evangelista, el de la institución de la eucaristía (cf. ML 26,26). Los discípulos serán sus ministros y distribuirán a los otros el pan que Jesús les ha dado a ellos (v. 19). Del mismo modo que, por la oración de Eliseo, con veinte panes fue sacia da el hambre de cien personas y aún sobró (2 Re 4,42-44), así también, y de un modo aún más significativo, aparecen aquí doce cestas repletas con las sobras de la comida milagrosa (20).
Jeremías habla de verdaderos y falsos profetas. Dado que todos debemos ser profetas verdaderos, puesto que todos pertenecemos a un pueblo profético, ¿cómo hemos de proceder para llegar a ser verdaderos profetas? No resulta fácil, en efecto, ser profetas verdaderos, entre otras cosas porque es preciso decir no las palabras que agradan, sino las palabras que salvan. Y las palabras que salvan pueden molestar, ser consideradas como anacrónicas o apocalípticas, inoportunas o exageradas u otras cosas, de suerte que, por lo general, son descalificadas en virtud de un mecanismo instintivo de defensa.
El verdadero profeta es una persona libre, interiormente libre. Es una persona a la que no le preocupan las audiencias, sino la fidelidad a Dios. Es una persona que se construye a diario sobre Dios, que se compara de manera prioritaria con su Palabra y está preocupada por no traicionarla.
El profeta —y todo cristiano lo es— se va construyendo lentamente, porque él mismo debe pasar de los condicionamientos de este mundo a la fidelidad a Dios, Debe realizar en sí mismo ese trabajoso camino que le lleva a ver las cosas con los ojos de Dios. Siempre “con gran temor y temblor” porque sabe que su manera de pensar puede sobreponerse o hacer de pantalla al modo de pensar de Dios.
Con todo, Dios necesita un pueblo profético para hacer oír su Palabra en la historia siempre complicada de este mundo, atareado en perderse por senderos que no llevan a ninguna parte, «cosas ya oídas». Y llego a sentirme sólo un repetidor de cosas que se dan por descontado, de frases hechas, según lo que esté de moda.
Me detengo un momento, Señor: tú me hablas para que yo hable de ti. Tú te hiciste Palabra por nosotros y yo estoy llamado a hacerme palabra por los otros: no una palabra—conjunto—de—sonidos, sino una palabra—vida, una palabra-persona, una palabra-entrega-de-sí-mismo. Que yo obtenga de ti el coraje de ser para mis hermanos, para mis hermanas, esa palabra que los alimenta, que sacia su deseo de verdad y de sentido.
Comentario del Santo Evangelio: Mt, 14-13-21, para nuestros Mayores. Solo Aceptará reinar desde lo alto de la cruz.
Todos los evangelistas refieren este acontecimiento extraordinario, clasificado por los exégetas en el género literario de los «milagros de donación». El relato evangélico —modelado sobre el de Eliseo (2 Re 4,42-44) — ha tomado una enorme resonancia en la tradición eclesial, y en la narración mateana —mucho más concisa respecto a la de Marco— el milagro se revela como una auténtica «teofanía» ante los discípulos todavía titubeantes. Se les invita a creer cada vez más firmemente en el poder sobrenatural de Jesús y —consecuencia de la Fe— a compartir con los otros los dones recibidos para crear comunión.
En el relato se pueden señalar fácilmente tres vetas de significado diferentes, aunque la Palabra en cuanto tal no cesa nunca de enriquecerse con valores simbólicos que la hacen inagotable. Hay, en primer lugar, un sentido mesiánico por el que el milagro puede ser considerado como la realización del don del verdadero maná (cf. Ex 16,4-35): Jesús es el nuevo Moisés que sacia el hambre de la multitud de peregrinos en camino, a través del desierto de la vida, hacia la verdadera Tierra prometida. Este es el aspecto subrayado en particular en el pasaje paralelo del evangelio según Juan, donde se dice que Jesús, reconocido como Mesías y buscado por la muchedumbre para hacerlo rey, se aleja: aceptará reinar únicamente desde lo alto de la cruz.
En segundo lugar, aparece el sentido eclesial: Jesús implica a sus discípulos en el milagro, pidiéndoles su colaboración en la distribución de los panes y los peces bendecidos por él a la muchedumbre (v. 19). Son ya una imagen viva de la Iglesia que continuará, en todos los lugares y en todos los tiempos, anunciando el Evangelio y distribuyendo el «pan de la vida», la eucaristía.
Por último, son muchos los elementos lingüísticos que ponen de relieve el sentido eucarístico del milagro; nótese, por ejemplo, el uso de los verbos «tomar», «bendecir», «partir», «dar», así como el recuerdo contenido en la expresión «al anochecer» (v. 15), que es igual a la empleada por Mateo para introducir el relato de la institución de la eucaristía durante la última cena. El gran milagro anticipa, por tanto, para las muchedumbres el reconocimiento de Jesús como Pan vivo bajado del cielo para saciar el hambre humana, de suerte que todos puedan tomar no sólo lo que necesitan, sino recoger también «doce canastos llenos de los trozos sobrantes» (v. 20): en este detalle particular se entrevé ya la dimensión misionera de la Iglesia.
Puede suceder que después de haber seguido generosamente a Jesús un buen trecho del camino, adentrándonos con él en un terreno que se va haciendo cada vez más desértico, nos venga la tentación de preguntarnos: “¿razonable lo que estoy haciendo? Tal vez no haya que exageran Es bello estar con él, pero, más allá de la poesía, es preciso tener en cuenta muchas necesidades concretas y cotidianas” Nos inclinamos fácilmente, en efecto, a creer que los problemas que debemos resolver exigen una respuesta inmediata y eficiente, incompatible por completo con la entrega gratuita a Jesús.
La duda puede insinuarse también en el corazón de los discípulos, es decir, de los que han sido llamados a seguir a Jesús más de cerca. ¿Es sensato —se preguntan algunos— no tener en cuenta las exigencias normales y humanas, cuyo primer y claro ejemplo es el comer y el beber? Sin embargo, Jesús, a través de este relato, referido escrupulosamente por todos los evangelistas, nos recuerda que quien opta por seguirle no queda decepcionado. Del «signo» hemos pasado a la «realidad». Tras la cena del jueves Santo, multitudes de hombres han podido experimentar a lo largo de los siglos que alimentándose de Jesús, verdadero Pan bajado del cielo para colmarnos de toda dulzura, es posible afrontar situaciones trabajosas sin ceder a la tentación de la duda y del desánimo.
Aquel anochecer Jesús puso entre las manos de los discípulos el pan y los peces bendecidos para que los distribuyeran: respondía a su temor implicándolos directamente en el milagro que estaba realizando. Ellos obedecieron y experimentaron la alegría de ser dispensadores del verdadero pan que sacia toda hambre.
La pobreza humana no es nunca un obstáculo para Dios: abandonándonos con sencillez a la acción de la gracia recibirnos la fuerza para llevar a cabo la misión que se nos ha confiado. Si después nos sobrevienen dudas y perplejidades que podrían comprometer nuestro camino espiritual, es sensato confiarnos humildemente al juicio de quienes tienen en la Iglesia la tarea del discernimiento y hacer exactamente lo que nos indiquen. Es más necesario que nunca invocar al Espíritu, a fin de que haga comprender a cada cristiano —y a cada consagrado en particular— que Jesús no abandona a quien lo deja todo para seguirle. El está allí, dispuesto a cambiar todo desierto en un lugar de convite para una fiesta sin fin, a la que debernos desear invitar a todos los hermanos, seguros de que para todos ellos habrá alimento en abundancia. Y puesto que mientras falte alguien a la fiesta no podrá ser plena la alegría, la iglesia se prodiga para hacer llegar a todos la apremiante invitación.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 13-21, de Joven para Joven. La multiplicación de los panes y los peces
En un largo viaje en tren, una estudiante entabló una discusión con un sacerdote desconocido que estaba sentado frente a ella. Le dijo que era miembro de un grupo eclesial y le explicó cuál era la actividad que realizaban: «Nos encontramos cada mes y discutimos problemas actuales». « ¿Hacen solos estos encuentros o tienen algún asistente?». La muchacha se sintió un poco avergonzada, pero después le confesó: «Solos. Primero venía el capellán de la parroquia pero estamos contentos de que ya no venga. Traía el evangelio, leía un pasaje y después hacía una predicación que no nos interesaba. La última vez nos habló de la multiplicación de los panes. Pero, ¿qué nos dice eso? A nosotros nos interesan los problemas de hoy como el divorcio, el control de la natalidad... Estas son las cuestiones en las que queremos tener claridad». Probablemente tenía razón la estudiante. Con los jóvenes se debe tener el coraje de afrontar lo que es actual y grave, pero esta es la prueba de una cierta situación: hay jóvenes felices que no tienen que preocuparse por el pan cotidiano, mientras que dos partes de la humanidad, cada día, tiene el problema ele no saber qué comer Y esto, ¿no es un problema actual?
Esta situación, de hecho, plantea un grave problema para todos los hombres de buena voluntad. ¿Realmente no se puede hacer nada, al menos allí donde la miseria es más grave? Durante un convenio sobre la oración contemplativa, levantó la voz el rector de la Universidad Católica de Milán, por aquel entonces el profesor Lazzati. Parecía que su participación no era coherente con el tema del simposio pero causó impresión. Se discutía sobre un método de meditación más o menos adapto al mundo de hoy. «Útil la discusión —declaró Lazzati—. Pero, si logro olvidar los millones de personas que mueren de hambre, el método de meditación es muy secundario. Jesús sació a los hambrientos milagrosamente y nosotros sabemos que debemos hacer lo mismo a través de un trabajo honesto».
No es una voz solitaria la que habla de este modo, Sin embargo, inmediatamente después surge esta cuestión: ¿qué se puede hacer concretamente? El ciudadano corriente responderá que él no puede resolver los problemas a nivel mundial. Incluso el presidente de un estado poderoso dice sarcásticamente: «Si yo dijese qué se debería hacer concretamente, caería mi gobierno, los ciudadanos dirían que no me han elegido para esto». Desgraciadamente, estamos acostumbrados a que ni los gobiernos ni las organizaciones internacionales resuelvan los graves problemas de nuestro planeta y es inútil que nos escandalicemos por esto. Los gobiernos generalmente reflejan la opinión pública común. ¿Cuál es esta opinión a propósito de nuestro problema?
Un psicólogo norteamericano escribió un estudio sobre la sociedad llamada desarrollada, en la cual se pierde el sentido de la coherencia con los otros y desaparece la responsabilidad por el prójimo. Así, por ejemplo, un gran número de madres no quieren interesarse por lo que hace su hija durante la noche y por saber cuál es el ambiente que frecuenta. Cuando se les hace esta pregunta, la respuesta es: «Son asuntos de mi hija». Muchos padres ancianos, de familias acomodadas, viven en residencias de ancianos y sus hijos se dejan ver sólo en Navidad con una tarjeta postal. Si esta alienación se manifiesta incluso en las familias, tanto más sucederá en la relación con los vecinos y con aquellos a los que se encuentra en la calle. La gente que vive en un edificio no se comunica ni siquiera con quien vive al lado. ¿Y en la calle? Uno se cae por un imprevisto malestar y los otros pasan de largo y fingen no verlo.
El psicólogo no es un predicador, no se escandaliza, pero se pregunta cuáles son las causas de este comportamiento. Aquel del que hablamos fue a buscarlas a través de extraños experimentes. Colocó algunos ratones en un espacio muy estrecho y en poco tiempo notó que entre ellos habían surgido conflictos por el alimento. Entonces, el psicólogo les aumentó la cantidad de comida para que tuviesen en abundancia. El comportamiento de los ratones se reveló muy similar al de los hombres de las grandes ciudades. Un animal no se interesaba por el otro. Otros, en cambio, se mostraban violentos sin razón respecto a los demás ratones. Nosotros no realizamos experiencias con los animales, pero podemos observar cómo un hombre deja de interesarse por los demás cuando se encuentra entre muchas personas. No somos capaces de impedirlo. La aglomeración crece en la urbanización. ¿Quién lo puede impedir? Sin embargo, todo sabio trata de darse cuenta de los peligros que encuentra en su ambiente y se previene de ellos. ¿Cómo se puede hacer en el caso del que estamos hablando? ha primera aplicación se puede hacer en la familia: recuperar las comidas con los demás miembros de la familia, las veladas en común, los paseos juntos. Durante las comidas juntos es necesario tener en cuenta a los otros para que el alimento se divida entre todos. Así, se combate el egoísmo que nos hace creer que todo lo que cojo es mío. Las veladas que transcurren con otros suscitan un cambio de opiniones y se descubren intereses comunes. No hay necesidad de desarrollar esos aspectos. Quien ha tenido una buena familia sabe lo que ha significado para él. Quien no la tiene —hoy desgraciadamente son muchos— sabe bien lo que ha perdido. Por eso deberá estar bien atento a tener en cuenta estos aspectos, en la familia que él formará al casarse.
El respeto por los otros se desarrolla en las escuelas a través de los “¡compañeros!” ¡Qué bonito es cuando toda la clase está unida, cuando se comparte la merienda y se ayudan unos a otros para hacer los deberes! Es justamente esta coherencia la que se lleva en la vida como recuerdo de los felices años juveniles. Sin embargo, estas actitudes deberían desarrollarse en todos los sectores de trabajo.
Todo esto fundamenta los valores humanos. El cristianismo ofrece los fundamentos más sólidos. La viva sensibilidad por el prójimo es consecuencia de la fe en el Cuerpo Místico de Cristo. Siempre permanece actual la exhortación de san Pablo: «Porque el cuerpo no es un miembro, sino muchos. Aunque el pie dijera: “Como no soy mano, no soy del cuerpo”, no por eso deja de ser del cuerpo. . . El ojo no puede decir a la mano: “¡No te necesito!”Ni la cabeza a los pies: “¡No os necesito!”. Más aún los miembros aparentemente más débiles, son los más necesarios (1 Cor 12,14- 15 .2 1-22).
El cuerpo es uno porque tiene una sola alma. Los cristianos han recibido el Espíritu Santo que es su alma común. El sentido de coherencia respecto a los otros es la expresión de la propia fuerza vital. En este contexto comprendemos algunas expresiones radicales de la tradición de la Iglesia, como por ejemplo: «Se salva sólo el que salva a otro». Se atribuye a san Antonio Abad. El hombre de hoy se siente solo en medio de la muchedumbre de la ciudad. San Antonio, por el contrario, no se sentía solo ni siquiera en el desierto. Sentir la unidad de todos en Cristo, es un don de la gracia.
Elevación Espiritual para este día.
¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir paciencia para sufrir, constancia para perseverar. Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y, en lugar del amor carnal, infúndeme el amor de tu nombre. Hijo, conviene que lo des todo por el todo, y no ser nada de ti mismo. Sabe que el amor de ti mismo te daña más que ninguna cosa del mundo. Según fuere el amor y abejón que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas.
Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies lo que no te conviene tener: No quieras tener lo que te puede impedir y quitar la libertad interior.
El camino de la experiencia gradual de Dios fue también, para la Iglesia de los orígenes, el camino de una libertad cada vez mayor. Para mí, la vía de la mística es el auténtico camino hacia la libertad.
Por el camino místico nos tropezamos, en primer lugar, con nuestra verdad personal. Y sólo la verdad nos hará libres. Descubrimos aquí los modelos de vida de los que somos prisioneros, nuestros modos de ver ilusorios que distorsionan la realidad y a causa de los cuales nos hacemos mal. Cuanto más nos acercamos a Dios, con mayor claridad reconocemos nuestra verdad. Cuanto más unidos estamos a Dios, más libres nos volvemos. Todos anhelamos la libertad, pero la verdadera libertad no consiste en la liberación con respecto a una soberanía externa a nosotros mismos, sino que consiste en la libertad interior, en la libertad respecto al dominio del mundo, en la libertad respecto al poder de los otros hombres y mujeres, y respecto a la libertad de las constricciones interiores y exteriores.
Debe quedar claro que la libertad constituye un aspecto esencial del mensaje cristiano y que todo camino espiritual auténtico conduce al final a la libertad interior. Y esto es así porque la experiencia de Dios y la experiencia de la libertad están intrínsecamente conectadas.
Reflexión Espiritual para el día.
El camino de la experiencia gradual de Dios fue también, para la Iglesia de los orígenes, el camino de una libertad cada vez mayor. Para mí, la vía de la mística es el auténtico camino hacia la libertad.
Por el camino místico nos tropezamos, en primer lugar, con nuestra verdad personal. Y sólo la verdad nos hará libres. Descubrimos aquí los modelos de vida de los que somos prisioneros, nuestros modos de ver ilusorios que distorsionan la realidad y a causa de los cuales nos hacemos mal. Cuanto más nos acercamos a Dios, con mayor claridad reconocemos nuestra verdad. Cuanto más unidos estamos a Dios, más libres nos volvemos.
Todos anhelamos la libertad, pero la verdadera libertad no consiste en la liberación con respecto a una soberanía externa a nosotros mismos, sino que consiste en la libertad interior, en la libertad respecto al dominio del mundo, en la libertad respecto al poder de los otros hombres y mujeres, y respecto a la libertad de las constricciones interiores y exteriores.
Debe quedar claro que la libertad constituye un aspecto esencial del mensaje cristiano y que todo camino espiritual auténtico conduce al final a la libertad interior. Y esto es así porque la experiencia de Dios y la experiencia de la libertad están intrínsecamente conectadas.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Felipe el quinto apóstol.
Felipe estaba entre los que seguían a Juan el Bautista y estaba con él cuando lo señaló por primera vez a Jesús como el Cordero de Dios. Al día siguiente de la llamada de Pedro, cuando estaba a punto de partir para Galilea, Jesús se encontró con Felipe y le llamó al Apostolado con las palabras, “Sígueme” ; Fue el quinto apóstol llamado. Felipe obedeció la llamada, y poco después trajo a Natanael como nuevo discípulo. Su nombre en el Evangelio aparece en Mateo, 10, 2-4; Marcos, 3, 14-19; Lucas, 6, 13-16. Juan 1, 43-45; 6, 5-7; 12, 21-23; 14, 8-9 y Hechos 1, 13. Según los relatos de los Evangelios podemos ver a Felipe como un hombre ingenuo, tímido, de mente juiciosa. Al pertenecer al Colegio Apostólico, va a predicar Hierápolis (hoy Turquía) y en la cual muere en edad avanzada luego sus restos enterrados en Hierápolis. Según la tradición los restos fueron más tarde trasladados a Constantinopla y de allí a la iglesia de los Dodici Apostoli de Roma. Existiendo en la actualidad dos tumbas de un mismo apóstol o bien de dos "Felipes" diferentes.
Felipe era natural de Betsaida, en el Lago de Genesaret (Juan 1, 44). También él estaba entre los que rodeaban al Bautista cuando éste señaló por primera vez a Jesús como el Cordero de Dios. Al día siguiente de la llamada de Pedro, cuando estaba a punto de partir para Galilea, Jesús se encontró con Felipe y le llamó al Apostolado con las palabras, “Sígueme”. Felipe obedeció la llamada, y poco después trajo a Natanael como nuevo discípulo (Juan 1, 43-45). Con ocasión de la selección y envío de los doce, Felipe está incluido entre los Apóstoles propiamente dichos. Su nombre figura en el quinto lugar de las tres listas (Mateo, 10, 2-4; Marcos, 3, 14-19; Lucas, 6, 13-16) detrás de las dos parejas de hermanos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan. El Cuarto Evangelio registra tres episodios referentes a Felipe que ocurrieron durante la vida pública del Salvador: Antes de la milagrosa alimentación de la multitud, Cristo se vuelve a Felipe con la pregunta: “¿Cómo vamos a comprar pan para que coman estos?” a lo que responde el Apóstol: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco” (6, 5-7).
Cuando algunos paganos en Jerusalén vienen a Felipe y le expresan su deseo de ver a Jesús, Felipe informa del hecho a Andrés y luego ambos llevan la noticia al Salvador (12, 21-23).
Cuando Felipe, después de que Cristo hubiera hablado a sus Apóstoles de conocer y ver al Padre, le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, recibe la respuesta: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14, 8-9).
Estos tres episodios nos proporcionan un esbozo consistente de la personalidad de Felipe como hombre ingenuo, algo tímido, de mente juiciosa. Ninguna característica adicional se da en los Evangelios ni en los Hechos, aunque se le menciona en esta última obra (1, 13) como perteneciente al Colegio Apostólico.
La tradición del Siglo II referente a él es insegura, tanto más cuanto que se registra una tradición similar respecto a Felipe el Diácono y evangelista – un fenómeno que debe ser resultado de una confusión causada por la existencia de dos Felipes. En su carta a San Víctor, escrita hacia 189-98, el obispo Polícrates de Éfeso menciona entre las “grandes lumbreras”, a quienes el Señor buscará “el último día”, a “Felipe, uno de los Doce Apóstoles, que está enterrado en Hierópolis con sus dos hijas, que llegaron vírgenes a la vejez”, y una tercera hija, que “llevó una vida en el Espíritu Santo y descansa en Éfeso”. Por otro lado, según el Diálogo de Cayo, dirigido contra un montanista llamado Proclo, éste afirmó que “hubo cuatro profetisas, las hijas de Felipe, en Hierópolis en Asia donde aún está situada su tumba y la de su padre”. Los Hechos de los Apóstoles (21, 8-9) en realidad mencionan cuatro profetisas, las hijas del diácono y “Evangelista” Felipe, como viviendo entonces en Cesarea con su padre, y Eusebio, que da los extractos arriba citados (Hist. Eccl., III, XXXII), se refiere a éste último la afirmación de Proclo.
La afirmación del obispo Polícrates tiene en sí misma más autoridad, pero es extraordinario que se mencione a tres hijas vírgenes del Apóstol Felipe (dos enterradas en Hierópolis), y que el diácono Felipe haya tenido también cuatro hijas, y que se diga que hayan sido enterradas en Hierópolis. Aquí también quizá debemos suponer que se haya producido una confusión entre los dos Felipes, aunque es difícil decidir cuál de los dos, el Apóstol o el diácono, fue enterrado en Hierópolis. Muchos historiadores modernos creen que fue el diácono; sin embargo, es posible que el Apóstol fuera enterrado allí y que el diácono también viviera y trabajara allí y fuera allí enterrado con tres de sus hijas y que estas fueran después erróneamente consideradas como hijas del Apóstol. Los apócrifos “Hechos de Felipe”, también se refieren a la muerte de Felipe en Hierópolis. Los restos del Felipe que fue enterrado en Hierópolis fueron más tarde trasladados, (como los del Apóstol) a Constantinopla y de allí a la iglesia de los Dodici Apostoli de Roma. La fiesta del Apóstol se celebra en la Iglesia Romana el 1 de mayo (junto con la de Santiago el Menor), y en la Iglesia Griega el 11 de diciembre. +
Copyright © Reflexiones Católicas
No hay comentarios:
Publicar un comentario