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miércoles, 4 de agosto de 2010

Lecturas del día 04-08-2010

4 de Agosto 2010. MIÉRCOLES DE LA XVIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN JUAN MARÍA VIANNEY,. Patrón de todos los sacerdotes.presbítero. Memoria obligatoria. SS. Jacinto mr, Rainiero ob mr, Aristarco Nuevo Testamento.

LITURGIA DE LA PALABRA

Jr 31, 1-7: Con amor eterno te amé
Interleccional: Jr 31: El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Mt 15, 21-28: Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! 

En el evangelio, hoy nos encontramos con un relato bastante polémico en su interpretación. Jesús ha emprendido un viaje a tierras no judías, allí una mujer bastante insistente le ruega que sane a su hija. Jesús inicialmente acude a la diferencia cultural entre judíos y extranjeros y se refiere a ella, como lo hacía comúnmente el pueblo judío, para quienes los extranjeros eran “perros”. Ante ello la mujer, lejos de entrar en un conflicto por la nacionalidad o por el lenguaje, insiste en lo realmente vital para ella: La salud de su hija. Jesús es duramente confrontado por la fe de esta mujer extranjera, y reconoce que su propuesta de salvación no es solo para los hijos de Israel, sino que tiene un carácter universal, que supera las fronteras y las nacionalidades. Esto demarca una novedad en el ministerio de Jesús, quién ya ha sido rechazado por las autoridades y por unos sectores de su propio pueblo. Ahora él mismo comienza a ver que efectivamente la fe de otros pueblos es mucho más fuerte que la de sus coterráneos.

Estas lecturas de hoy nos sugieren dos reflexiones de fondo: En primer lugar, y siguiendo de cerca la profecía de Jeremías, nosotros creemos y somos anunciadores de liberación y esperanza o estamos sumidos en las concepciones pesimistas de la vida y vemos como las dificultades cotidianas nos oprimen hasta hacernos casi perder la esperanza.

La segunda reflexión la podemos hacer de la mano del evangelio, una mujer de fe inquebrantable, enriquece el proyecto cristiano, exigiendo amorosamente que se abra a la universalidad. El testimonio de esta mujer es el que hemos de tener presente los cristianos de hoy, cuando es tan fácil perder la esperanza o ponerla en asuntos vanos.

Tanto el Israel del regreso a casa como la mujer extranjera son paradigmas de autenticidad y gozo en la vivencia de la fe, dejémoslo entonces provocar por esta radicalidad para nutrir nuestra propia experiencia cristiana.

PRIMERA LECTURA.
Jeremías 31, 1-7
Con amor eterno te amé
En aquel tiempo -oráculo del Señor-, seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo. Así dice el Señor: "Halló gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada; camina Israel a su descanso, el Señor se le apareció de lejos. Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia. Todavía te construiré, y serás reconstruida, doncella de Israel; todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros; todavía plantarás viñas en los montes de Samaria, y los que plantan cosecharán.

"Es de día", gritarán los centinelas en la montaña de Efraín: "Levantaos y marchemos a Sión, al Señor, nuestro Dios."" Porque así dice el Señor: "Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: "El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel."

Palabra del Señor.

Salmo Interleccional: Jeremías 31
R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, / anunciadla en las islas remotas: / "El que dispersó a Israel lo reunirá, / lo guardará como un pastor a su rebaño." R.

"Porque el Señor redimió a Jacob, / lo rescató de una mano más fuerte." / Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, / afluirán hacia los bienes del Señor. R.

Entonces se alegrará la doncella en la danza, / gozarán los jóvenes y los viejos; / convertiré su tristeza en gozo, / los alegraré y aliviaré sus penas. R.


SANTO EVANGELIO.
Mateo 15, 21-28
Mujer, qué grande es tu fe 

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: "Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo". El no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: "Atiéndela, que viene detrás gritando". El les contestó: "Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: "Señor, socórreme". El le contestó: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Pero ella repuso: "Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe!; que se cumpla lo que deseas". En aquel momento quedó curada su hija.

Palabra del Señor.


Juan María Vianney nació cerca de Lyon (Francia) el 8 de mayo de 1.786. Descubrió pronto su vocación para el sacerdocio, pero fue excluido del seminario por falta de aptitud para los estudios. Le ayudó el párroco de Ecully y, cuando ya estaba casi en los treinta años, fue ordenado sacerdote en Grenoble. En 181 9 fue destinado a la parroquia de Árs, a la que transformó con su bondad, abnegación pastoral y santidad de vida. Murió el 4 de agosto de 1.859. Es patrono de los párrocos desde 1929. 
Comentario de la Primera Lectura: Jeremías 31, 1-7. Con amor eterno te amé.
¡El oráculo que constituye el fragmento litúrgico de hoy describe el retorno de los exiliados a la patria. Se trata de un anuncio dirigido a todo Israel, que, sin estar dividido ya en dos reinos, vivirá de la única soberanía de Yavé (v. 1). La iniciativa del retorno corresponde al amor gratuito y fiel de Dios, que sale al encuentro del pueblo manifestándole la superabundancia de su ternura (vv. 2ss). Como en tiempos del Éxodo de Egipto, aunque ahora de un modo todavía más glorioso, Yavé forma la identidad del pueblo, le da la ciudad donde habitar, la tierra para cultivar y conseguir su propio sustento (vv. 4a.5; cf. Jos 24,13; Sal 107,35-37). El efecto que produce un don tan grande es la alegría, expresada aquí con el sonido de los instrumentos y las danzas (v. 4bc).

La alegría rebosante de Israel contagiará a las naciones vecinas, las cuales, convergiendo hacia Jerusalén, restablecida como centro del culto yahvista, alabarán a Dios por haber llevado a cabo de modo admirable la salvación -inesperada- del pequeño grupo de los supervivientes de la deportación (v 6ss; cf. Sal 105,12-15.4345 Is 52,7-10).

Comentario Salmo Interleccional: Jeremías 31. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.
El lenguaje de Jeremías se tiñe de folklórico colorido cuando tiene la dicha de poder anunciar a su pueblo la restauración. Las dos lecturas que hemos asociado en el comentario reflejan dos momentos de esta salvación: el anuncio de la vuelta y el pueblo ya en camino.

Si los profetas han insistido una y otra vez sobre los mismos temas y con idénticas imágenes no es para que nosotros busquemos, sino para que, al igual que ellos, reflexionemos una y otra vez sobre las mismas verdades con matices distintos, para que calemos cada vez más en el amor que Dios nos tiene como pueblo, para que, de algún modo, como aquel auditorio de Jeremías o de cualquier otro profeta, volvamos de nuestra soledad y destierro hacia Él.

El recuerdo del desierto, de la liberación de Egipto, símbolo de todos los destierros y liberaciones, vuelve ahora a ser el lugar donde los escapados de la espada, el «resto» encontrará la gracia, que es como decir que encontrará a Yavé. Y esto no porque ellos «hayan vuelto» sino porque vuelve Yavé a manifestárseles como en el Sinaí. Es entonces cuando el pueblo conocerá y experimentará el amor y gratuidad divina. El mismo del principio, porque el amor de Dios es eterno y no conoce quiebra; el amor permanente que abarca a la totalidad del hombre, su antes y su después, aunque el hombre lo aperciba tan sólo en determinados momentos de su historia. La iniciativa sigue siendo de Dios; el hombre se encuentra con ella pensando que es Dios quien le sale al paso. Pero Dios siempre está ahí amando; somos nosotros quienes no siempre nos percatamos de su presencia amorosa y salvífica.

«De nuevo te edificaré y serás plantada». Es el cumplimiento divino a la promesa que hiciera a Jeremías el día que lo llamó para mensajero suyo. Es el fundamento de la esperanza del pueblo. Con triple «todavía» se le confirma al pueblo en sus más sagradas esperanzas de restauración yahvista.

Una imagen nueva atrae nuestra atención. Es el cambio sufrido en el comportamiento de los centinelas. Anunciadores constantes de peligros, invasiones y guerras ahora deberán dedicarse a anunciar la llegada del amanecer, en que todos procesionalmente suban a Jerusalén para las celebraciones litúrgicas pacíficas. Era la mejor garantía de paz y justicia desde dentro y desde fuera. Nacional e internacionalmente. Viviendo con el Dios del amor que reencontraron en el desierto, la paz estaba totalmente garantizada.

El grito de alegría es todo un himno. La salvación del “resto” es la reunión de todos los exilados y su vuelta a la Nueva Sión. Los confines de la tierra eran para ellos el norte de Palestina, para nosotros es la creación entera.

En este peregrinar hacia la Nueva Tierra prometida nadie quedará excluido, ni siquiera los lisiados e impedidos como serían los ciegos, cojos, preñadas o paridas. Toda... una gran multitud retorna. La contraposición es perfecta. Cuando marchaban camino del destierro, las lágrimas fueron el pan de sus desdichas. Ahora volverán “consolados”, protegidos y gozosos en su Dios. No ten que buscar la roca del primer éxodo; Yavé irá conduciéndoles de oasis en oasis, por un camino llano y entre torrentes de agua. El antiguo éxodo ha quedado totalmente superado.

Broche de oro: Yavé será para ellos un padre; ellos, para Dios, no sólo serán un hijo sino «su primogénito»,
con todas las bendiciones y predilecciones de su amor paternal.

Comentario del Santo Evangelio: (Mt 15,21-28). La fe de la mujer cananea.
En el evangelio según Mateo emerge con una particular insistencia el tema de la salvación universal y en él aparecen varias veces las expresiones de gran estima pronunciadas por Jesús respecto a los paganos llamados a la fe (cf. Mt 8,5-13; 11,21). Sin embargo, la salvación de los “gentiles” pasa históricamente, en el plan de Dios, por la elección de Israel. Al leer el relato del milagro de la curación de la hija de una mujer cananea —pagana, por consiguiente— es preciso tener en cuenta un doble orden de consideraciones: por un lado, la tradición evangélica; por otro, la comunidad judeocristiana a la que iba dirigido el evangelio de Mateo. Sus miembros se preguntaban, en efecto, si «el pan de los hijos» —la eucaristía— se podía distribuir también a los paganos convertidos.

La respuesta que ofrece el evangelista es clara: la condición para entrar en el Reino es la fe auténtica, que no retrocede ante ninguna dificultad, según el modelo de la fe de Abrahán (cf. Rom 4,9-25). La mujer cananea, como el centurión (cf. Mt 8,10), arranca una alabanza de admiración de los labios de Cristo, precisamente por su confianza total.

La dureza inicial de las respuestas de Jesús constituye una «prueba» de la fe: la mujer acepta en su humildad y sin discusión el designio divino y reconoce la elección de Israel, pero en su pobreza continúa esperando que no se le niegue la salvación. Y así sucede de hecho; más aún, quedándose en el último sitio, se encuentra, en cierto modo, todavía más cerca del Salvador, «el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza y tomó la condición de esclavo» (Flp 2,6s).

Con su actitud humilde y su oración insistente, la mujer cananea da testimonio de tener hacia Jesús una consideración como no han demostrado tener los maestros de la ley, ni los habitantes de Nazaret, ni siquiera los discípulos. En efecto, aunque es pagana, le considera realmente como don del Padre ofrecido a todos, con tal de que lo acojan.

La figura de la mujer cananea nos habla a cada uno de muchos modos, según las distintas estaciones de la vida espiritual. No hay auténtica vida de fe que no deba confrontarse, antes o después, con el misterioso silencio de Dios, que parece no escuchar, sino incluso rechazar la oración más apesadumbrada. Jesús mismo grita a su Padre desde lo alto de la cruz su dolor por la experiencia de abandono a la que está siendo sometido: «Desde el mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Hacia las tres gritó Jesús con voz potente: “Elí, Elí. ¿lemá sabaktani?”, que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (Mt 27,46s; cf. Sal 21).

Sin embargo, estamos seguros de que Dios no es un padre que se divierte haciendo sufrir a sus criaturas. Jesús mismo afirma que «el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren» (Mt 7,7). ¿Por qué, entonces, la duda en la respuesta? ¿Cuál es su sentido? No es posible establecer por qué ha elegido Dios este camino, pero sabemos que le gusta ser invocado durante tiempo, con insistencia, con perseverancia. Como una madre que goza al oír la voz de su hijo, así Dios, a través de la oración, nos tiene junto a él, haciéndonos crecer en la comunión con él y en la caridad con los hermanos. En su momento no dejará de oírnos mucho más allá de lo que esperábamos, y la mejor prueba de que nos escucha será precisamente nuestra propia conversión.

Si bien el hombre parte siempre en su relación con Dios de una atención egoísta a sus propias necesidades, con el crecimiento de la fe y del amor su corazón entra en sintonía con la voluntad de Dios, la ama y coopera

así de una manera activa en la realización del designio divino de salvación. Este camino sólo es posible si crecen en nosotros de modo paralelo la fe y la humildad. Se trata de comprender que Dios es Dios y nosotros somos únicamente sus pequeñas criaturas. Estar en su presencia nos libera verdaderamente de toda presunción y nos abre al don más verdadero, que es reconocer a Dios la sabiduría de quien sabe lo que está bien para todos y para cada uno.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 15,21-28, para nuestros Mayores. Curación de la hija de la cananea.
Creyentes en Jesús. El relato de la curación de la hija de la sirofenicia rezuma encanto y frescura. Jesús, después de haber tenido un choque con los doctores de la Ley, se ve obligado a marchar de Palestina y se dirige a un país pagano, a Tiro y Sidón (el actual Líbano). Una mujer cananea le sale al paso y le pide a gritos que cure a su hija que tiene un demonio malo. Jesús después de un aparente forcejeo, que constituye una catequesis para la comunidad, accede a ello.

En este relato están presentes los problemas suscitados en la Iglesia primitiva por la admisión de los gentiles. Mateo escribe su evangelio pensando en los cristianos provenientes del judaísmo, pero en este pasaje da una explicación de la entrada de los paganos en la comunidad cristiana. Esa apertura misionera era consecuencia de la actitud que demuestra Jesús y de su mandato misionero en Pascua. Los gentiles vienen a ocupar los puestos que han dejado vacíos los primeros invitados, los judíos (cf. Mt 22,1-14).

El mensaje es la fe como condición para pertenecer al pueblo de Dios, que no se basa en la sangre, ni en la raza, la nación o la cultura, el sexo o la situación social, como afirma también Pablo, sino que la única condición requerida y que no resulta discriminante para nadie es la fe en Cristo resucitado (Rm 10,9). Los que tienen la fe de Abrahán, ésos son sus verdaderos hijos (cf. Rm 9,6-8; Gá 3,7). También los paganos tienen derecho a sentarse en la mesa del banquete del Reino y participar del pan de la Eucaristía. Al decir que en la multiplicación de los panes sobraron doce cestos, el evangelista hace alusión a que en el banquete del Reino y en la Eucaristía hay sitio y alimento para todos. Sobró porque no estaban los paganos. Los cristianos de procedencia pagana forman el pueblo de Dios con la misma legitimidad y dignidad que los procedentes del judaísmo. Históricamente Jesús y sus apóstoles fueron enviados primeramente a las ovejas de Israel, pero para que por medio de ellas llegara a los paganos la Buena Noticia (cf. Hch 1,8).

Fe a toda prueba. Nadie tiene derecho a poner fronteras a la acción del Salvador de todos los hombres. Lo importante en este relato es la fe personal en Jesús de esta mujer; es ella la que salva y no las estructuras religiosas. Jesús, para provocar más su fe, se la prueba. Primero aparenta que ni le hace caso. Ante los primeros gritos de auxilio, “Jesús no le responde nada”. De tal forma sigue detrás gritando que los discípulos piden al Maestro: “Atiéndela, ¿no oyes que viene detrás gritando?”; pero Jesús les responde con aparente indiferencia: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Los discípulos encarnan a la comunidad cristiana que hace suya la plegaria de sus miembros (Mt 18,20). La mujer cananea, aun a pesar del aparente desinterés de Jesús, apresura el paso, los alcanza, se postra ante él y le pide de rodillas: “¡Señor, socórreme!”. Jesús replica para probarla más: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Se hace eco del calificativo con que denominaban los judíos a los paganos, “perros”. Ella replica: “Está bien. Tienes razón. El pan es para los hijos, pero los cachorrillos comen de las migajas”.

Aquella pagana cree firmemente en la bondad y el poder del rabí de Nazaret. Su “resistencia” agiganta su fe. Y en aquel forcejeo, en aquella especie de duelo verbal, vence la fe sencilla de aquella mujer de pueblo. Y no sólo se lo concede, sino que recomienda su fe: “¡Qué grande es tu fe!”. Una vez más, Jesús alaba la fe de los extranjeros en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor. Jesús quiere, sin duda, hacer llegar a los piadosos de siempre, llenos de formulismos y formalismo, una interpelación por medio de esta mujer pagana que, al margen de formalidades religiosas, ora desde su corazón repleto de fe confiada. Aquella pagana, despreciada por los guías religiosos de Israel, llega a la fe en Jesús y le confiesa lo que ellos niegan: “Señor, hijo de David”.

¡Hombres de poca fe! La fe de esta mujer nos interpela a los “de casa”, satisfechos y autosuficientes. También hoy se establecen nuevas fronteras y hay quienes creen tener el monopolio de la fe por su pertenencia a determinadas organizaciones o estructuras políticas, sociales, culturales o eclesiales, y excluyen del Reino a quienes no forman parte de su círculo. Tal vez la oración de tantas personas alejadas, que no saben rezar litúrgicamente, pero que la dicen desde la hondura de su ser, es más agradable a Dios que nuestros cantos y plegarias, si son rutinarios y satisfechos.

No deja de ser sorprendente que Jesús, mientras echa en cara en repetidas ocasiones a los profesionales de la religión y a sus mismos discípulos su falta de fe (“¡hombres de poca fe!”), alabe la fe de una mujer y un hombre paganos (Mt 8,10). Con frecuencia las personas “de Iglesia” y los que participan en los sacramentos ponen demasiada confianza en los gestos y ritos exteriores, en los cumplimientos, sin preocuparse demasiado de las actitudes interiores, que son las que determinan la verdadera vida del espíritu, mientras que muchas personas que viven religiosamente a la intemperie, teniendo una sincera apertura interior, participan de la salvación de Cristo.

La fe es algo más que un frío asentimiento a unas creencias; es, por encima de todo, una adhesión a la persona de Jesús, que lleva a fiarse enteramente de él y a tener sus mismas actitudes, que se resumen en la caridad. Sólo hay una fe verdadera, la que actúa y se manifiesta en la caridad.

Elevación Espiritual para este día.
Algunos dichos del santo:
“La mayor de las tentaciones es no tener ninguna”.
«Es nuestro orgullo lo que nos impide ser santos».
«Los santos se conocían a sí mismos mejor de lo que conocían a los otros: por esa razón eran humildes».
«El hombre tiene una hermosa tarea: orar y amar».
«La Santa Virgen es como una madre que tiene muchos hijos: está continuamente ocupada yendo de uno a
otro».
“Los pecados que se esconden volverán a salir todos a flote”.
«El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús».
«El hombre, creado por amor, no puede vivir sin amor: o ama a Dios, o ama al mundo».

Reflexión Espiritual para el día.
Se dice que el sacramento de la penitencia está en crisis, pero ¿está en crisis porque los que deben ser perdonados no se preocupan y no se dan cuenta, o está en crisis porque los ministros ya no viven la pasión y la muerte del Señor que perdona?

Acudamos al ejemplo del santo cura de Ars. Éste era su tormento: quería confesar, y una de las pruebas más grandes de su vida fue que, cuando fue enviado como párroco a Ars, se dio cuenta de que no se confesaba nadie. No dijo: «Peor para ellos», no hizo una estadística. No; se consumía ante el sacramento de día y de noche, porque quería que los pecadores se confesaran y tenía un sentido tan vivo del pecado de estas criaturas que no vivía en paz. El sufrimiento por el pecado significaba que era, en el fondo, la matriz de este carácter ministerial que se expresaba después con la asiduidad al sacramento del perdón. Al final de su vida estaba totalmente identificado con el confesionario, incluso con la materialidad del habitáculo, en el que estaba prisionero día y noche.

Poco antes de morir, confesó a dos personas intemperantes e insensatas que no se detuvieron ni siquiera ante un moribundo. El no se negó: vivir no era importante, confesar era esencial.

El rostro y los pasajes de la Sagrada Biblia: En Tiro. Sidón (Saïda) y Sarepta. 
Según la arqueología y el grabado de la época fenicia, la ciudad de Tiro era, en los tiempos de Jesús, un puerto cosmopolita que se encontraba en el apogeo de su prosperidad económica. Y en menor grado se encontraba la ciudad de Sidón, denominada en aquella época Sidón La Grande. La comunidad judía de Tiro y Sidón era activa y se caracterizó por su notable rendimiento hasta la época moderna.

Cuando Jesús trajo la buena nueva a la comunidad judía residente en aquella zona, la región estuvo poblada por muchos infieles. Según afirman los exégetas de los evangelios y con el fin de evitar las provocaciones, artimañas y zancadillas de los fariseos, Jesús solía ir a la región de Tiro y Sidón donde recobraba fuerzas y guardaba reposo. Por ello, rogaba a sus huéspedes judíos y sus discípulos que no comuniquen la noticia de su llegada a dicha zona. Sin embargo, los evangelios de Marco y Mateo relatan el suceso del encuentro de Jesús con la mujer cananea (o fenicia) que, a pesar de las instrucciones de Jesús, y con una espontaneidad y un valor dignos de elogio, vino a verle con el fin de lograr la curación de su hija poseída por el Diablo. Conmovido por la fe de dicha mujer, Jesús alabó en público su tenacidad y su perseverancia, y dio respuesta a sus oraciones.

De igual modo, Jesús tuvo una especial predilección por las ciudades de Tiro y Sidón y alabó su espontaneidad en hacer penitencia sin haber sido testigos de los diversos signos y milagros que tuvieron lugar en ciudades judías tales como Chorazeïn y Bethsaïde (Marco: 8 y Mateo: 15).

Finalmente, Jesús no pudo ignorar Sarepta, la actual ciudad de Sarafand, que constituye una bifurcación entre Tiro y Sidón, por el cual tiene que pasar Jesús al viajar de una ciudad a otra. Al dirigirse a los judíos de Nazareth, el Mesías evoca un episodio en la vida del profeta Elías que tuvo lugar en Sarepta. "De veras os digo, que habían muchos viudas en Israel en los tiempos de Elías (...) cuando una gran hambruna asoló todo el país; Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más bien a una viuda en Sarepta, en el país de Sidón" (Lucas: 4)

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: El Cántico de Jeremías.
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas» (Jr 31,10). ¿Qué noticia está a punto de darse con estas solemnes palabras de Jeremías? Se trata de una noticia consoladora, y no por casualidad los capítulos que la contienen (cf. 30 y 31) se suelen llamar «Libro de la consolación». El anuncio atañe directamente al antiguo Israel, pero ya permite entrever de alguna manera el mensaje evangélico.

El núcleo de este anuncio es el siguiente: «El Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte» (Jr 31,11). El trasfondo histórico de estas palabras está constituido por un momento de esperanza experimentado por el pueblo de Dios, más o menos un siglo después de que el norte del país, en el año 722 a. C., hubiera sido ocupado por el poder asirio. Ahora, en el tiempo del profeta, la reforma religiosa del rey Josías expresa un regreso del pueblo a la alianza con Dios y enciende la esperanza de que el tiempo del castigo haya concluido. Toma cuerpo la perspectiva de que el norte pueda volver a la libertad e Israel y Judá vuelvan a la unidad. Todos, incluyendo las «islas remotas», deberán ser testigos de este maravilloso acontecimiento: Dios, pastor de Israel, está a punto de intervenir. Había permitido la dispersión de su pueblo y ahora viene a congregarlo.

La invitación a la alegría se desarrolla con imágenes que causan una profunda impresión. Es un oráculo que hace soñar. Describe un futuro en el que los exiliados «vendrán con aclamaciones» y no sólo volverán a encontrar el templo del Señor, sino también todos los bienes: el trigo, el vino, el aceite y los rebaños de ovejas y vacas. La Biblia no conoce un espiritualismo abstracto. La alegría prometida no afecta sólo a lo más íntimo del hombre, pues el Señor cuida de la vida humana en todas sus dimensiones. Jesús mismo subrayará este aspecto, invitando a sus discípulos a confiar en la Providencia también con respecto a las necesidades materiales (cf. Mt 6,25-34). Nuestro cántico insiste en esta perspectiva. Dios quiere hacer feliz al hombre entero. La condición que prepara para sus hijos se expresa con el símbolo del «huerto regado» (Jr 31,12), imagen de lozanía y fecundidad. Dios convierte su tristeza en gozo, los alimenta con enjundia (cf. v. 14) y los sacia de bienes, hasta el punto de que brotan espontáneos el canto y la danza. Será un júbilo incontenible, una alegría de todo el pueblo.

La historia nos dice que este sueño no se hizo realidad entonces. Y no porque Dios no haya cumplido su promesa: el responsable de esa decepción fue una vez más el pueblo, con su infidelidad. El mismo libro de Jeremías se encarga de demostrarlo con el desarrollo de una profecía que resulta dolorosa y dura, y lleva progresivamente a algunas de las fases más tristes de la historia de Israel. No sólo no volverán los exiliados del norte, sino que incluso Judá será ocupada por Nabucodonosor en el año 587 a. C. Entonces comenzarán días amargos, cuando, en las orillas de Babilonia, deberán colgar las cítaras en los sauces (cf. Sal 136,2). En su corazón no podrán tener ánimo como para cantar ante el júbilo de sus verdugos; nadie se puede alegrar si se ve obligado al exilio abandonando su patria, la tierra donde Dios ha puesto su morada.

Con todo, la invitación a la alegría que caracteriza este oráculo no pierde su significado. En efecto, sigue válida la motivación última sobre la cual se apoya: la expresan sobre todo algunos intensos versículos, que preceden a los que nos presenta la Liturgia de las Horas. Es preciso tenerlos muy presentes mientras se leen las manifestaciones de alegría de nuestro cántico. Describen con palabras vibrantes el amor de Dios a su pueblo. Indican un pacto irrevocable: «Con amor eterno te he amado» (Jr 31,3). Cantan la efusión paterna de un Dios que a Efraím lo llama su primogénito y lo colma de ternura: «Salieron entre llantos, y los guiaré con consolaciones; yo los guiaré a las corrientes de aguas, por caminos llanos para que no tropiecen, pues yo soy el Padre de Israel» (Jr 31,9). Aunque la promesa no se pudo realizar por entonces a causa de la infidelidad de los hijos, el amor del Padre permanece en toda su impresionante ternura.

Este amor constituye el hilo de oro que une las fases de la historia de Israel, en sus alegrías y en sus tristezas, en sus éxitos y en sus fracasos. El amor de Dios no falla; incluso el castigo es expresión de ese amor, asumiendo un significado pedagógico y salvífico.

Sobre la roca firme de este amor, la invitación a la alegría de nuestro cántico evoca un futuro de Dios que, aunque se retrase, llegará tarde o temprano, no obstante todas las fragilidades de los hombres. Este futuro se ha realizado en la nueva alianza con la muerte y la resurrección de Cristo y con el don del Espíritu. Sin embargo, tendrá su pleno cumplimiento cuando el Señor vuelva al final de los tiempos. A la luz de estas certezas, el «sueño» de Jeremías sigue siendo una oportunidad histórica real, condicionada a la fidelidad de los hombres, y sobre todo una meta final, garantizada por la fidelidad de Dios y ya inaugurada por su amor en Cristo.

Así pues, leyendo este oráculo de Jeremías, debemos dejar que resuene en nosotros el evangelio, la buena nueva promulgada por Cristo en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-21). La vida cristiana está llamada a ser un verdadero «júbilo», que sólo nuestro pecado puede poner en peligro. Al poner en nuestros labios estas palabras de Jeremías, la Liturgia de las Horas nos invita a enraizar nuestra vida en Cristo, nuestro Redentor (cf. Jr 31,11), y a buscar en él el secreto de la verdadera alegría en nuestra vida personal y comunitaria. +

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