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viernes, 6 de agosto de 2010

Lecturas del día 06-08-2010

6 de Agosto 2010. VIERNES DE LA XVIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN JUAN MARÍA VIANNEY. FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR. SS.  Justo y Pastor mrs, Hormisdas pp.

LITURGIA DE LA PALABRA

Dn 7,9-10.13-14: Su vestido era blanco como nieve
o bien: 2Pe 1,16-19: Esta voz del cielo la oímos nosotros
Salmo 96: El Señor reina, altísimo sobre la tierra
Lc 9, 28b-36. Moisés y Elías hablaban de su muerte.             

La Palabra de Dios nos presenta hoy un acontecimiento crucial en el ministerio de Jesús. La Transfiguración, constituye la revelación que Jesús hace como Hijo de Dios, elegido y predilecto. La presencia simbólica de Moisés y Elías, tiene un profundo significado, pues el asunto de la elección tiene que ver con dos grandes proyectos, el del Éxodo, la liberación liderada por Moisés, y el inmortal profetismo popular, representado en Elías. Jesús es heredero de estas dos tradiciones, y su proyecto está inspirado en ellas. La voz de Dios busca, no solo dar a conocer, sino comprometer a quienes conocen, por eso este grupo de discípulos de ahora en adelante tendrá un papel especial en la obra salvífica de Jesús.

Ver una manifestación de Dios, constituye un compromiso necesario con su proyecto, lo que pasa es que podemos estar esperando manifestaciones extraordinarias y casi mágicas que no van a llegar. El evangelio nos está exigiendo la sensibilidad para se capaces de encontrar la presencia de Dios y escuchar su voz en la cotidianidad.

Fenómenos tan evidentes hoy, como el crecimiento de la pobreza, el incremento desmedido del hambre, las guerras que todos los días comienzan y se agudizan en algún rincón del planeta, son desafíos evidentes para la fe cristiana. Por otra parte el servicio que prestan muchas organizaciones eclesiales y sociales, al servicio de los más pobres y de las víctimas de la injusticia y de las guerras, son signos evidentes y maravillosos que nos muestran que si es posible avanzar hacía un mundo diferente, más cristiano, más humano.

PRIMERA LECTURA.
Daniel 7,9-10.13-14
Su vestido era blanco como nieve
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 96
R/. El Señor reina, altísimo sobre la tierra
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables.Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono. R.

Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia,  y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra,  encumbrado sobre todos los dioses. R.

o bien PRIMERA LECTURA
2Pedro 1,16-19
Esta voz del cielo la oímos nosotros 

Queridos hermanos: Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: "Éste es mi Hijo amado, mi predilecto." Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 9, 28b-36
Moisés y Elías hablaban de su muerte. 

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con, gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Palabra del Señor.


Comentario de La Primera lectura: Daniel 7, 9-10.13ss.Su vestido era blanco como la nieve.
Al profeta se le revela, en una visión nocturna, el designio de Dios sobre la historia. Ve la sucesión de los grandes imperios y de sus violentos dominadores (7,2-8), mas este espectáculo de la altivez humana se interrumpe: a Daniel se le ha concedido contemplar los acontecimientos desde el punto de vista del Señor de la historia. Él es el Juez omnipotente (cf. y. 10), que conoce y valorará definitivamente la obra de los hombres, pero es también alguien que interviene en el tiempo para rescatarlo: en efecto, a los reinos terrenos se contrapone el Reino que el “Anciano” confía a la obra de un misterioso «hijo de hombre» que viene sobre las nubes (vv. 13ss). El autor sagrado indica así que este personaje es un hombre, aunque es de origen divino, celeste.

Ya no se trata del Mesías davídico esperado para restaurar con poder el Reino de Israel, sino de su transfiguración sobrenatural: el Hijo de] hombre inaugurará un Reino que, aunque se inserta en el tiempo, «no es de este mundo» (Jn 18,36).

Éste triunfará al final sobre los imperialismos mundanos, llevando la historia a su cumplimiento escatológico. Entonces «los santos del Altísimo» participarán plenamente en la soberanía del Hijo del hombre y constituirán una sola cosa con él y en él (Dn 7,18.22.27). Con esta figura bíblica se identificará Jesús a menudo en su predicación y, en particular; en la hora decisiva del proceso ante el Sanedrín que le condenará a morir en la cruz.

Comentario del Salmo 96. El Señor reina, altísimo sobre la tierra
La expresión « ¡El Señor es Rey!», que abre este salmo, lo caracteriza como un salmo de la realeza del Señor. Todo lo que viene a continuación desarrolla y explica esta afirmación.

Este salmo tiene dos partes: 1-6 y 7-12. En la primera (1-6) hay una especie de teofanía, es decir, una manifestación del Señor como Rey universal. Dios es presentado en su trono, rodeado de Tinieblas y de Nubes, con la Justicia y el Derecho como estrado de sus pies (2). Delante de él avanza un fuego devorador (3), Sus relámpagos lo iluminan todo (4). Los montes se derriten como la cera (5), mientras que el cielo anuncia su justicia y los pueblos contemplan su gloria (6). Se trata, pues, de una presentación maravillosa del Señor Rey, cuya misión principal es hacer justicia en todo el mundo. La creación en su totalidad reacciona.

Nótese, por ejemplo, lo que hace la tierra ante el anuncio de que Dios es su Señor (5b): exulta (1b) y se estremece (4b). Se ale gran las islas (1b). Los montes se derriten (4a). El cielo anuncia la justicia del Señor (6a). Participando de esta especie de reacción en cadena y coronándola, todos los pueblos contemplan su gloria (6b).

En esta parte, podemos descubrir algunas imágenes fuertes: la de una tempestad (tinieblas, nubes, fuego, relámpagos), la de un terremoto (la tierra se estremece) y, probablemente, la de un volcán (los montes se derriten). Es importante que nos demos cuenta de que participa toda la creación: la tierra, las islas, el fuego, los relámpagos, los montes, los cielos y los pueblos (un total de siete elementos). Cada elemento de la creación reacciona a su modo: la tierra exulta y se estremece, las islas se alegran, el fuego devora a los enemigos del Señor, los relámpagos deslumbran iluminándolo todo. Los montes se derriten, el cielo anuncia y los pueblos contemplan... La tarea que le corresponde al cielo es importante, a saber, la de anunciar el fundamento que sostiene la realeza del Señor. De hecho, en el versículo 2, se dice que este fundamento está compuesto por la Justicia y el Derecho, y es precisamente esta justicia lo que anuncia el cielo (6a), moviendo a los pueblos a la contemplación de la gloria del Señor Rey (6b).

La segunda parte (7-12) retoma este último motivo (el de los pueblos contemplando la gloria del Señor) y lo desarrolla. Hay uno claro oposición entre la situación de vergüenza de los que adoran estatuas (7) y la alegría que reina en Judá y en sus ciudades a causa de las sentencias justas del Señor (8). Vuelve, de este modo, el tema de la alegría y el regocijo que había aparecido ya en la primera parte (1) y que se prolonga en la actividad de los justos (11-12) quienes, además de alegrarse, celebrarán la memoria santa del Señor Rey.

En la primera parte, la Justicia y el Derecho constituían el fundamento sobre el que se asentaba el trono del Señor Rey y era el cielo quien anunciaba la justicia. Ahora, la Justicia y el Derecho se concretan en la historia, pues el Señor Rey avergüenza y confunde a los idólatras (7), se eleva sobre los dioses (9) y, ante todo, establece una alianza con los justos, haciéndoles justicia (10). La justicia del Señor Rey se hace patente por medio de tres acciones: amar, proteger y liberar a los justos (10), que en cierta manera son, en la tierra y en la historia, los que imprimen sabor y colorido a la realeza del Dios y Señor.

Este salmo surgió en un contexto muy parecido al del salmo 98. El pueblo de Dios ha llegado al convencimiento de que no hay más que un Dios para todos, el Señor. Tenemos la superación de un conflicto religioso, caracterizado por los ídolos y por sus adoradores. Los ídolos se postran y reconocen que hay un solo Dios (7b), y los que adoran estatuas e ídolos quedan cubiertos de vergüenza (7a). Tenemos también la superación de un conflicto político o militar, pues se dice que Sión (Jerusalén) se alegra y que las ciudades de Judá exultan por las sentencias justas del Señor (8). De este modo, se resalta la presencia del Señor que hace justicia en un ámbito internacional, es decir, que defiende al pueblo de las agresiones militares extranjeras.

Además, este salmo habla de los enemigos del Señor que son devorados por el fuego que camina delante de él (3) y de los malvados, de cuyas manos libra Dios a los justos. Tenemos aquí al Señor que hace justicia en el ámbito nacional o interno, aliándose con los justos y defendiéndolos.

El ambiente que se respira en este salmo es de pura alegría y gozo a causa de la realeza del Señor. No se menciona con toda claridad la celebración de una fiesta, pero podemos suponer que el pueblo está reunido para festejar al Señor Rey universal o, al menos, que se le convoca con vistas a ello (12). Este salmo sueña con la fraternidad universal entre todos los pueblos. Esta fraternidad es fruto de la realeza del Señor, que hace justicia en todo el universo.

Otro detalle importante es que participa toda la creación, reconociendo al Señor como único soberano Y, más que limitarse a este reconocimiento, la creación colabore en la manifestación de su justicia. Basta considerar lo que hacen, en la primera parte, la tierra, las islas, el fuego, los relámpagos, los montes, el cielo y los pueblos; y, en la segunda, los que adoran estatuas, los que se enorgullecen de los ídolos, todos sus dioses, Sión, las ciudades de Judá y los justos.

“¡El Señor es Rey!». El Antiguo Testamento resume la función del rey en una sola palabra: la justicia. Este salmo afirma que la justicia es el fundamento del trono (esto es, del gobierno) de Dios. El rey de Israel tenía que hacer justicia en dos ámbitos: el internacional y el nacional, el exterior y el interior En el ámbito internacional, tenía que ir a la guerra para defender al pueblo de las agresiones externas. Este salmo nos muestra una aparición del Señor Rey, cuyo gobierno se asienta sobre la Justicia y el Derecho, y que tiene por delante un fuego que devora a los enemigos (2-3). La segunda parte nos muestra cómo se alegran Sión y las ciudades de Judá a causa de las sentencias del Señor Rey (8). También en el ámbito internacional, el Señor se convierte en Rey universal y, como tal, es reconocido por los mismos ídolos que se postran ante él (7b). En el ámbito nacional, este Dios Rey también se encarga de hacer justicia, tal como debían les reyes de Judá, aliándose con los justos, que aborrecen el mal, protegiéndolos y liberándolos de la mano de los malvados (10). De este modo, hace que se eleve la luz para los justos, a los que se invita a celebrar esa memoria santa (11-12).

En el Nuevo Testamento, Jesús encarna este ideal de justicia que inaugura el reinado de Dios. Esta clave de lectura se hace visible especialmente en Mateo (véase lo que se ha dicho, al respecto, a propósito de otros salmos de la realeza del Señor).

Podemos rezar este salmo cuando queramos profundizar en el tema del reinado de Dios («venga a nosotros tu Reino»); en sintonía con todo el universo, que está esperando la justicia de Dios; cuando vemos cómo surgen a cada paso nuevos ídolos y cómo muchos se postran ante ellos, cuando queremos celebrar la presencia de Dios en la historia como aliado en la lucha por la justicia...

o  bien Comentario de la Primera Lectura: 2 P 1, 16-19. Esta voz del cielo la oímos nosotros.
Pedro y sus compañeros han contemplado la grandeza de Jesús, han oído la voz celestial que le proclamaba Hijo predilecto, por eso se reconocen portadores de una gracia mayor que la de los profetas. En efecto, pueden confirmar por experiencia personal la veracidad de las promesas las que Jesús da cumplimiento. La palabra del Antiguo Testamento, sin embargo, no ha agotado su tarea de «lámpara que alumbra en la oscuridad» (v. 19): deberá seguir siempre alumbrando los pasos de los creyentes que avanzan en medio de las tinieblas de la historia hasta el día sin ocaso de la venida de Cristo en la gloria (cf. v. 19). En este camino, la visión radiante de Jesús transfigurado, que los apóstoles nos atestiguan, sostiene nuestra fe y enciende de deseo nuestra esperanza: el «lucero de la mañana» se alza ya en el corazón de quien vela expectante.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 9,28b-36. Moisés y Elías hablaban de su muerte.
El evangelista Lucas, al referir el acontecimiento de la transfiguración, señala que Jesús se retira a la soledad para orar, como sucederá en otro momento fundamental de su misión (en el Getsemaní). La transfiguración, en efecto, representa un preanuncio de la pasión, pero supone ya también el primer resplandor de la gloria divina del Hijo, llamado a ser el Siervo de Yavé para la salvación de los hombres.

Es en medio de la oración cuando Jesús se transfigura y deja aparecer su identidad sobrenatural; y la gloria que habita en él se vuelve espacio abierto para la comunicación con las figuras gloriosas de la historia sagrada de Israel (v 3oss). Moisés y Elías son los protagonistas de un éxodo muy diferente en las circunstancias, aunque idéntico en su motivación: la fidelidad absoluta a Dios. Ellos son los interlocutores más autorizados para hablar con Jesús «de su éxodo» (v. 31 al pie de la letra) que se habría de producir en Jerusalén. La luz que irradia de la transfiguración (v. 29) representa, por tanto, para Jesús una claridad interior sobre su camino terreno. Esta luz cubre también finalmente a los apóstoles, espectadores atónitos del acontecimiento.

Mientras Moisés y Elías se separan de Jesús, y Pedro parece querer detener el tiempo (v. 33), la presencia de lo sobrenatural «cubrió» a los tres discípulos en forma de nube. Se trata de la nube traslúcida de la presencia de Dios, que oculta y despeja al mismo tiempo. Es el misterio que se revela permaneciendo incognoscible. Desde su inaprensible oscuridad, Pedro, Santiago y Juan reciben la luz más fúlgida: la voz divina proclama la identidad de Jesús, Hijo y Siervo de Yavé (el «elegido»: cf. Is 42,1). Con la invitación a escucharle cesa la voz, desaparecen los extraordinarios interlocutores: se queda Jesús solo, Palabra salida del seno del Silencio. Y en absorto silencio, los apóstoles reemprenden con él el camino (v. 36).

Existe una llama interior que arde en las criaturas y canta su pertenencia a Dios, y gime por el deseo de él. Existe un hilo de oro sutil que une los acontecimientos de la historia en la mano del Señor, a fin de que no caigan en la nada, y los conectará finalmente en un bordado maravilloso. El rostro de Cristo está impreso en el corazón de cada hombre y le constituye en amado de Dios desde la eternidad. Y están, a continuación, nuestros pobres ojos ofuscados..., acostumbrados a dispersarse en la curiosidad epidérmica e insaciable, trastornado por múltiples impresiones; nosotros no sabemos ya orientar la mirada al centro de cada realidad, a su fuente. Nos volvemos incapaces de asumir la mirada de Dios sobre las cosas, porque nuestra lógica y nuestra práctica se orientan en dirección opuesta a la suya, en su esfuerzo por no perder nuestra vida, por no tomar nuestra cruz. Sólo cuando Jesús nos deja entrever algo de su fulgurante misterio nos damos cuenta de nuestra habitual ceguera.

La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Ahora bien, debemos acoger la invitación a retirarnos a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles. Si fuéramos capaces de permanecer un poco en el silencio, percibiríamos su radiante Presencia. La luz de Jesús en el Tabor nos hace intuir que el dolor no tiene la última palabra. La última y única Palabra es este Hijo predilecto, hecho Siervo de Yavé por amor. Escuchémoslo mientras nos indica el camino de la vida: vida resucitada en cuanto dada. Escuchémoslo mientras nos indica con una claridad absoluta los pasos diarios. Escuchémoslo mientras nos invita a bajar con él hacia los hermanos. Entonces el lucero de la mañana se alzará en nuestros corazones e, iluminando nuestra mirada interior, nos hará vislumbrar —en la opacidad de las cosas, en la oscuridad de los acontecimientos, en el rostro de cada nombre— a Dios «todo en todos», eterna meta de nuestra peregrinación en el tiempo.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 9, 28b-36, para nuestros Mayores. Moisés y Elías hablaban de su muerte. 

La transfiguración del Señor. El evangelio de hoy se toma, en cada uno de los tres ciclos, de uno de los evangelios sinópticos; igual que en el segundo domingo de cuaresma. Para una mejor comprensión del relato que nos ocupa, conviene tener en cuenta algunos puntos que son comunes a los tres evangelistas, cuya coincidencia básica en las líneas maestras del relato es evidente: 1) Contexto y situación; 2) intención del pasaje; 3) su género literario y el mensaje de fe que nos transmite.

Contexto y situación en la transfiguración. A la transfiguración precede, en los tres relatos, el primero de los anuncios que de su pasión, muerte y resurrección hace Jesús a sus discípulos mientras van de camino a Jerusalén. Se habían derrumbado, pues, las esperanzas mesiánicas de los apóstoles. La idea de un mesías sufriente y ajusticiado no cuadraba con los cálculos políticos que eran connaturales a la esperanza mesiánica de cualquier judío y también de los apóstoles, como lo demostró Pedro abiertamente hablando aparte con Jesús.

Intención del pasaje en esta situación anímica del grupo apostólico es o que determina el objetivo e intención del relato de la transfiguración. Diríamos que ésta se ve más en función de los discípulos que del mismo Jesús. Por eso elige él como testigos a los tres apóstoles que después presenciarán también su agonía en Getsemaní. Cristo mismo ordena el suceso a la instrucción de sus discípulos; y para una mejor comprensión de su pasión y muerte anunciada les muestra un anticipo de la gloria de su resurrección, también predicha.

Este género literario y mensaje de fe de la escenificación narrativa responde evidentemente al género literario de las teofanías bíblicas en que se manifiesta la presencia de Dios, y cuyo prototipo es la teofanía del Sinaí: Fuego, humo, nube, densa niebla, trueno y voz potente. Elementos todos de escenificación dramática al servicio de un mensaje teológico o revelación de fe, que culmina en la voz del Padre proclamando la identidad de Jesús: Este es mi hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo.

En el Prefacio de esta fiesta encontramos un resumen del kerigma de fe pascual contenido en este pasaje evangélico; y a la impronta cristológica se une su proyección eclesial: “Cristo nuestro Señor manifestó su gloria a unos testigos predilectos; y les dio a conocer en su cuerpo, en todo semejante al nuestro, el resplandor de su divinidad. De esta forma, ante la proximidad de la Pasión, fortaleció la fe de los apóstoles para que sobrellevaran el escándalo de la cruz; y alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya”.

Subida a la montaña con Jesús. Así, el evangelio de hoy nos descubre la clave de la fe. La voz del Padre nos invita a escuchar a Jesús, su Hijo amado, lo mismo en el monte esplendoroso de la transfiguración que en la llanura prosaica de la vida. Porque Cristo es la verdad, el camino y la vida; porque él es la palabra definitiva del Padre, anunciada por la ley y los profetas; porque sólo él tiene palabras de vida eterna. La fe del discípulo comienza, pues, por la escucha de Jesús, palabra del Padre. Y para escucharlo hay que “subir con él a la montaña”.

En el contexto bíblico, tal expresión significa ir al encuentro de Dios. El monte, como el desierto y la soledad, más que lugar topográfico esa situación humana de prueba y oportunidad de contacto con Dios. Los montes en la Biblia son lugar de la teofanía o manifestación de Dios. Así, Abrahán subió con su hijo Isaac al monte Moria; Moisés al Horeb, al Sinaí y al Nebo; Elías al Carmelo y al Horeb. Y en el nuevo testamento Cristo sube al monte de las bienaventuranzas para promulgar la nueva ley, al monte Tabor para manifestar un anticipo de su gloria, al Calvario para dar su vida, y al monte de la Ascensión para confirmar su exaltación definitiva por el Padre mediante su resurrección de la muerte.

Subir a la montaña con Cristo es caminar en la oscuridad de la fe. Es dejar nuestras seguridades, renunciar y morir a uno mismo, optar por la vida a través de la muerte. Porque en lo alto del monte aparece la gloria de Dios, la vida, la luz, la bendición y la alianza; en una palabra, el anticipo de la resurrección.

Crear silencio para la escucha. Necesitamos urgente mente crear silencio en torno nuestro, silencio para la escucha.

Hoy nos resulta difícil escuchar de verdad a los demás. Era más fácil en otros tiempos, cuando la transmisión de la cultura se hacía por tradición oral y se escuchaba con veneración la sabiduría y experiencia de los mayores. Hoy día, más que oír, consumimos ruidos de todas clases, desde los ritmos musicales a los discursos políticos; pero no sabemos escuchar a las personas. Más todavía, nos cuesta hacer silencio dentro y sosegar nuestra morada interior para percibir el misterio de la soledad sonora, para orar y hablar con Dios, para escuchar a Jesús, es decir, para seguirlo en su enseñanza y ejemplo, transformándonos en él.

La transfiguración es una meta posible para el que escucha a Jesús. Transfiguración quiere decir, en primer lugar, transformación personal por medio de la conversión para, en un segundo momento, caminar con Cristo hacia la fascinante aventura de la entrega total a los hermanos, especialmente a los más necesita dos, siendo solidarios de los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de nuestros semejantes. Que ellos nos vean como oidores de Jesús, es decir como hombres y mujeres de bien, rebosantes de bondad, comprensión, justicia, reconciliación, paz, perdón y fraternidad. Esta será la prueba de nuestra escucha de Jesús.

Te bendecimos, Padre, porque Cristo en su transfiguración, después de haber anunciado a sus discípulos su pasión y muerte, les mostró en el monte santo el resplandor de su divinidad, como un anticipo y testimonio del camino de la resurrección. Al revelar en sí mismo la gloria futura, fortalece nuestra fe ante el escándalo de la cruz y alienta nuestra esperanza. Concédenos, Señor ir a tu encuentro en la montaña, dejar nuestras sendas trilladas, escuchar a Jesús, tu palabra, y caminar con él hacia ti en la llanura cotidiana de la vida; porque, siguiéndolo, la renuncia es libertad de espíritu y la muerte es vida que anticipa la resurrección.

Comentario del Santo Evangelio: Lc, 9,29b-36, de Joven para Joven. La transfiguración. 
El relato de la transfiguración resulta absolutamente incomprensible desde una perspectiva histórica- literaria. Lo mandaríamos inevitablemente al campo de la fantasía o de la leyenda. Lo principal aquí es la teología y el mensaje contenido en la narración. Teología y mensaje que han utilizado como vehículo de expresión una serie de creencias procedentes del mundo judío. Entre ellas es preciso enumerar la aparición de Moisés y Elías, la voz oída des de la nube, el resplandor y la gloria, una serie de detalles funcionales puestos al servicio de la finalidad perseguida por el evangelista: todo lo esperado para el futuro se ha hecho realidad en el presente, en la persona de Jesús.

Esta finalidad del evangelista se pone de relieve con los cambios que son introducidos en los relatos en relación a las creencias judías mencionadas: a) Moisés y Elías aparecen simplemente hablando con Jesús, no preparando la nueva comunidad de Yavé mediante su predicación y milagros (como lo hacía la especulación judía, al hacer entrar en escena a estas dos Figuras del Antiguo Testamento); b) La nube no cubre a todo el pueblo, sino sólo a los discípulos y las figuras celestes; e) la luz que transfigura Jesús no es una manifestación masiva (al estilo de las manifestaciones de Yavé); se centra en él e intenta presentarlo como el salvador de su pueblo y el juez de los incrédulos; en lugar de una manifestación a todo el pueblo, aquí se limita a los tres que pertenecían al círculo de los íntimos de Jesús.

El centro de gravedad de la narración recae en la afirmación siguiente: el transfigurado es la presencia de Dios entre los hombres. Los detalles mencionados son como otros tantos rasgos parabólicos que deben poner de relieve esa enseñanza fundamental. La consecuencia ineludible que de esta presencia de Dios entre los hombres se deduce se halla expresada en la voz del cielo: «... escuchadle». ¿Se acentúa la relación discípulo-Maestro? Por supuesto. Pero la intención del evangelista va más allá: la palabra de este Maestro es la última que Dios tenía que decir a los hombres (esto se hace comprensible desde los rasgos anteriormente mencionados). Y esta palabra oída por los tres «íntimos» debe ir comunicándose y transmitiéndose a los demás. Ha surgido “el profeta” semejante a Moisés (Deut 18, 15) a quien es preciso escuchar. La diferencia en relación con los acontecimientos del pasado es también significativa: allí Moisés hablaba al pueblo, aquí «el Profeta, habla a los tres discípulos representativos del nuevo pueblo de Dios que debe surgir desde su predicación.

Jesús es el Maestro que habla y enseña a sus discípulos. Pero, al mismo tiempo, ese Señor divino, penetrado por la luz de Dios y envuelto en la nube (signos de la presencia divina). Una realidad única con dos formas de existencia, la humana y la divina (posteriormente el magisterio y la teología lo formularán hablando de una persona y dos naturalezas). Nuestro relato, más primario y adecuado, presenta la unión de esas dos formas de existencia recurriendo a la transformación o penetración de lo humano por lo divino ya la afirmación de la voz celeste: “Este es mi Hijo muy amado”. El encanto y valor in superables (desde luego no superados por ninguna de las descripciones teológicas posteriores) del relato está en la presentación extraordinaria que hace del protagonista: Jesús, que aparece normalmente en el evangelio como el hombre manifiesto y el Señor oculto, aquí es presenta do como el Señor manifiesto y el hombre oculto. Dios quiso descorrer el velo tras el cual se esconde el misterio de Jesús. Los discípulos caen en tierra ante él. Es la actitud de adoración ante el Señor. Y el temor surge del pensamiento de estar ante Dios; un temor que es superado gracias a la presencia y la palabra de Jesús: “No temáis”.

Elevación Espiritual para este día.
Sé fiel, queridísima hermana, a aquel a quien has hecho tus promesas. Por él mismo, en efecto, serás coronada con el laurel de la vida. Breve es nuestra fatiga aquí, pero la recompensa es eterna; que no te confundan los estrépitos del mundo que huye como una sombra; soporta de buena gana los males adversos, y que los bienes prósperos no te exalten. Éstos, en efecto, requieren la fe, y aquéllos la exigen.

Oh queridísima, mira hacia el cielo al que nos invita, toma la cruz y sigue a Cristo, que nos precede; en efecto, tras las diferentes y abundantes tribulaciones, gracias a él, entraremos en su gloria. Escritos de santa Clara de Asís y documentos complementarios.

Reflexión Espiritual para este día.
El sufrimiento no está por debajo de la dignidad humana. A saber: se puede sufrir de modo digno o indigno del hombre. Esto es lo que quiero decir: la mayor parte de los occidentales no comprende el arte del dolor, y así viven obsesionados por mil miedos. La vida que vive la gente ahora no es ya una verdadera vida, hecha como está de miedos, resignación, amargura, odio, desesperación. Dios mío, todo esto se puede comprender muy bien, pero si una vida así queda suprimida, ¿se suprime mucho después? Debemos aceptar la muerte, incluso la más atroz, como parte de la vida. No vivimos cada día una vida entera, ¿tiene mucha importancia que vivamos algunos días más o menos? Estoy a diario en Polonia, sobre lo que muy bien podemos llamar campos de batalla; en ocasiones me oprime una visión de estos campos que se han vuelto verdes de veneno; estoy a diario al lado de hambrientos, de maltratados y de moribundos, pero también estoy junto al jazmín y a este trozo de cuando digo: de un modo u otro ya he hecho mis cuentas con la vida, no lo digo por resignación. No hay resignación, no la hay ciertamente. ¿Qué quiero decir? ¿Tal vez que ya he vivido esta vida mil veces, y otras tantas veces estoy muerta y, por consiguiente, no puede sucederme ya nada nuevo? No, se trata de un vivir la vida mil veces minuto a minuto, y dejar también un espacio al dolor, un espacio que, hoy, no puede ser pequeño. ¿Supone, pues, una gran diferencia que en un siglo sea la Inquisición la que hace sufrir a los hombres y la guerra y los pogromos en otro?

El dolor ha exigido siempre su lugar y sus derechos de una manera o de otra. Lo que cuenta es el modo como lo soportamos y si estamos en condiciones de integrarlo en nuestra propia vida y, al mismo tiempo, de aceptar asimismo la vida. A veces debo inclinar la cabeza bajo el gran peso que tengo sobre la nuca, y entonces siento la necesidad de unir las manos, casi con un gesto automático, y podría permanecer sentada así durante horas. Soy todo, estoy en condiciones de soportar todo, cada vez mejor, y a la vez estoy segura de que la vida es bellísima, digna de ser vivida y está repleta de significado. A pesar de todo. Lo que no quiere decir que uno se encuentre siempre en el estado de ánimo más elevado ni pleno de fe. Podemos estar cansados como burros después de haber realizado una larga caminata o haber tenido que hacer una larga cola, pero eso también forma parte de la vida, y dentro de ti hay algo que no te abandonará nunca más (E. Hillesum, Diario 1941-1943, Milán 2.OOO, pp. 136ss).

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Y aparecieron dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías. 
No especifica el Evangelio dónde se transfiguró el Señor. Alude únicamente a un monte alto de la Galilea (Mc.9, 2; Mt.17, 1) que, en la segunda Carta de S.Pedro, donde es recordado nuevamente el episodio, se convierte, en clara referencia teológica, en el santo monte (2Pt.1, 6-18). Mas la tradición de la comunidad cristiana de Palestina, ya desde los primeros siglos, ha identificado la montaña precisando que se trataba del Tabor. En el "Tránsito de la Beata Virgen María", uno de tantos apócrifos relativos a la muerte y la asunción de la Virgen cuyo núcleo debe datarse en el II-III siglos d.C., se narra que llegada la hora del tránsito de la Virgen, bajó Cristo del cielo con una multitud de ángeles y acogió el alma de su amada madre: "y fue tan grande el fulgor de la luz y el suave perfume - escribe el autor - que cuantos allí estaban presentes cayeron postrados por tierra como cayeron los Apóstoles cuando Cristo se transfiguró ante ellos en el monte Tabor." Leemos también en el Apocalisis apócrifo de S.Juán el Teólogo: "Subió al cielo nuestro Señor Jesucristo, yo Juán, subí yo sólo al monte Tabor, allí donde ya nos había manifestado su divinidad inmaculada." Esta tradición quedó definitivamente fijada en el siglo IV y generalizada en la celebración litúrgica. La Iglesia siria recuerda la fiesta de la Transfiguración como la fiesta del monte Tabor. Lo mismo se diga de la liturgia de la Iglesia bizantina en la que la fiesta es conocida con el nombre de To Taborion.

La víspera del 6 de agosto, fecha aceptada en toda la iglesia oriental y occidental para la celebración litúrgica en memoria de la Transfiguración, numerosos fieles de Nazaret y de Galilea suben al monte para celebrar allí la fiesta. En una fresca tarde de agosto la ascensión a pie casi se convierte en una necesidad. Hay quien prefiere desviarse de la carretera sinuosa y llena de difíciles curvas, construida a principios del siglo por los religiosos Franciscanos y escalan la montaña entre arbustos, maleza y pinos, hasta llegar a la cima. El panorama es único e invita a semejantes "proezas".

A la cima de este monte llevó Jesús un día a sus discípulos predilectos. Así leemos en la paráfrasis del Apocalipsis apócrifo de Pedro: "Luego, mi Señor Jesucristo, nuestro rey, me dijo: subamos al monte santo. Y sus discípulos caminaros con él orando. Y he aquí que había allí dos hombres. Nosotros fuimos incapaces de fijar nuestros ojos en sus rostros. Resplandecía en ellos una luz más brillante que el Sol."

El Tabor está situado en la extremidad de la llanura de Esdrelón a cerca 20 Km. al suroeste del lago de Tiberíades y a 7 Km. al sureste de ?Nazaret, en línea recta, y se alza solitario en la llanura (660 m. de altitud). Su importancia estratégica, el verde que lo recubre, su singularidad y el soberbio panorama que puede admirarse desde su cima abarcando toda la región circunstante, han sorprendido siempre y fascinado al viajero y al peregrino y seguramente no podía quedar olvidado en la historia del pueblo elegido.

El Salmista (89,13) cita el Tabor y el Hermón como ejemplos de la magnificencia de Dios en la creación. El profeta Jeremías, hablando del poderío de Nabucodonosor, rey de Babilonia, lo dice estable y seguro, como el Tabor entre los montes (Jer.46, 18). Fundándonos en el testimonio de escritores como Flavio Josefo y Eusebio, el Tabor era uno de los confines septentrionales de la tribu de Isacar que comprendía también en su territorio la Galilea meridional (Jos.19, 22). Cual plaza fuerte militar es recordada en el libro de los Jueces. Barak, de la tribu de Neftalí, por sugerencia de la profetisa Dévora, toma la iniciativa contra Sísara, general del rey cananeo de Hazor y, desde el Tabor donde ha reclutado a sus hombres, se lanza contra el enemigo y le pone en fuga (Jue.4, 1ss). Vuelve de improviso en la historia de Gedeón, de la tribu de Manasés, que libra a los Israelitas de la opresión de los Madianitas, en dos campañas victoriosas: la primera en Cisjordania, en Transjordania la segunda. En ésta son capturados también los dos jefes enemigos, Zeibaj y Salmaná. Gedeón les mata porque ellos habían degollado -explica el autor- a sus hermanos en el monte Tabor (Jue.8, 18).

Algunos comentaristas suponen que el Tabor es una montaña sobre la que las tribus de Zabulón e Isacar invitaron a los pueblos a ofrecer sacrificios de Justicia. (Deut.33, 18). Semejante suposición se basa en la opinión que tenían algunos rabinos judíos, quienes pensaban que el Templo debía ser construido en el Tabor, a menos que una orden expresa no hubiera determinado otra cosa: en el Targúm de Jerusalén (Jue.5, 5s) se imagina al Tabor que grita al Hermón (¡alto más de 2000 m.!): Sobre mí es donde Dios ha establecido su gloria; a mí ella pertenece de pleno derecho. Cuando al principio, en los días de Noé, el diluvio cubría todas las montañas, sus olas no pasaron por encima de mi cabeza, ni mis espaldas. Yo soy pues la más alta de todas las montañas, y es privilegio mío legítimo ofrecer a Dios el lugar a donde El baja." Además algunos opinan que fuese el Tabor el primitivo santuario de las tribus del norte, convertido después en el lugar de cultos idolátricos. Esta hipótesis se basa en el texto de Oseas, 5,1 en el que el profeta acusa a los dirigentes del pueblo, sacerdotes y casa reinante, porque, faltando a sus obligaciones, habían tolerado los cultos ilícitos en Mizpá y en el Tabor, convirtiéndose así en un lazo para Israel.

Bien pronto construyeron los cristianos en la cima del monte tres capillas, allí mismo donde, como hace notar un peregrino del s.V, Pedro lleno de entusiasmo, había gritado al Señor: " Señor, qué bien se está aquí. Si quieres, hago aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Destruidas varias veces a lo largo de los siglos, estas capillas quedan hoy día dentro de la digna basílica construida a principios de siglo siguiendo los planos trazados por el arquitecto romano Barluzzi; en ella gozamos actualmente de la posibilidad de recogernos para orar.

Según bajamos a la cripta, varios mosaicos iluminados por el sol, que se filtra a través de la vidriera del ábside, nos traen a la memoria las otras misteriosas y no menos gloriosas transfiguraciones del Señor, a saber: el nacimiento, la Eucaristía, la muerte y la resurrección. En este jolgorio de luz y de colores leemos complacidos las bellas páginas que los Padres han escrito sobre este episodio en una prospectiva de consuelo y confianza cristianos. La Transfiguración constituye para ellos el anticipo del regreso del Señor el último día, un hermoso motivo de esperanza. Orígenes escribe; "La Transfiguración es el símbolo de lo que acontecerá después del mundo presente." Y Cirilo de Alejandría nos dice que: "puesto que habíamos escuchado que nuestra carne resucitaría, pero ignorábamos de qué manera, transfigura (el Señor) su carne para proponernos el ejemplo de su cambio y para reforzar nuestra esperanza." Siempre en esta perspectiva la liturgia bizantina de la fiesta se dirige al Señor con estas palabras: "Para indicar la mutación que harán los mortales con vuestra gloria, ¡oh Salvador! al momento de vuestra segunda y temible venida, os transformasteis en el monte Tabor. +
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