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sábado, 7 de agosto de 2010

Lecturas del día 07-08-2010


7 de Agosto 2010. SÁBADO DE LA XVIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Feria, o SANTA MARÍA EN SÁBADO, Memoria libre. o SAN SIXTO II, PAPA Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES, Memoria libre. SS. Cayetano pb, Alberto pb, Donato ob, Afra mr, Miguel de la Mora pb mr.


LITURGIA DE LA PALABRA

Ha 1,12-2, 4: El justo vivirá por su fe
Salmo 9: No abandonas, Señor, a los que te buscan.
Mt 17, 14-20: Si tuvieran un mínimo de fe, nada les sería imposible 

El Profeta Habacuc presenta una gran queja por el comportamiento de los poderosos e injustos, que han sometido al pueblo a la ignominia del destierro. Ellos son una manifestación de la maldad, no solo por que han cometido injusticia, sino porque han maltratado la fe del pueblo, obligándolo a creer en otros dioses. La respuesta de Dios ante la queja del profeta, es contundente. Él responde con amor y fidelidad a los justos, al contrario, los malvados serán presa de su propio orgullo.

En el evangelio encontramos un episodio bastante fuerte de confrontación con el ser y quehacer de los discípulos, quienes a pesar de haber escuchado todas las enseñanzas del Maestro no están preparados aun para vencer al mal, ahora representado en la enfermedad del joven.

Jesús cuestiona duramente la falta de fe de sus seguidores, y lo hace con justa razón, pues el mal puede estar apoderándose del pueblo. En esta ocasión, cómo en muchas otras, Jesús no hace un discurso, él hace una obra de amor, sanando al muchacho enfermo, venciendo el mal con el poder de su propia fe, esa es la verdadera lección, vencer con la fortaleza que da la confianza en Dios.

Para nosotros también es urgente ese llamado a mantener una fe sólida y crítica ante tantos falsos dioses que hoy se apoderan de nuestra confianza, a veces es el dinero, otras es el confort, en otros casos es la tecnología mal utilizada, en otros es el poder. La palabra de Dios nos invita entonces a fortalecer nuestra confianza en el proyecto de Dios, naturalmente esa confianza ha de ser respaldada con compromisos reales que den cuenta de cuán fuerte es nuestra fe.

PRIMERA LECTURA.
Habacuc 1, 12-2, 4
El justo vivirá por su fe 

¿No eres tú, Señor, desde antiguo mi santo Dios que no muere? ¿Has destinado al pueblo de los caldeos para castigo; oh Roca, le encomendaste la sentencia? Tus ojos son demasiado puros para mirar el mal, no puedes contemplar la opresión. ¿Por qué contemplas en silencio a los bandidos, cuando el malvado devora al inocente?

Tú hiciste a los hombres como peces del mar, como reptiles sin jefe: los saca a todos con el anzuelo, los apresa en la red, los reúne en la nasa, y después ríe de gozo; ofrece sacrificios al anzuelo, incienso a la red, porque con ellos cogió rica presa, comida abundante. ¿Seguirá vaciando sus redes, matando pueblos sin compasión?

Me pondré de centinela, en pie vigilaré, velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas. El Señor me respondió así: "Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acercará su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 9
R/. No abandonas, Señor, a los que te buscan. 

Dios está sentado por siempre en el trono que ha colocado para juzgar.  Él juzgará el orbe con justicia  y regirá las naciones con rectitud. R.

El será refugio del oprimido,  su refugio en los momentos de peligro. Confiarán en ti los que conocen tu nombre,  porque no abandonas a los que te buscan. R.

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión; narrad sus hazañas a los pueblos;  él venga la sangre, él recuerda  y no olvida los gritos de los humildes. R. 

SANTO EVANGELIO.
Mateo 17, 14-20
Si tuvierais fe, nada os sería imposible 

En aquel tiempo se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas: "Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo. Jesús contestó: "¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo". Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.

Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: "¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?" Les contestó: "Por vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible".

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Hab, 1,12-24. El justo vivirá por su fe.
El enigma de la presencia del mal en la historia y, aún más, el hecho de que prevalezca sobre el bien es algo que ha atormentado a los creyentes desde siempre. Es el problema que atormenta también al profeta Habacuc. La historia personal de este profeta nos es desconocida, pero su escrito se presenta a todo el mundo como paradigma de lectura de la historia.

La pregunta crucial tiene que ver, precisamente, con la relación entre el mal y Dios: ¿por qué calla Dios frente a la maldad y al atropello (1, l2ss)? La duda que se insinúa es la de que pueda existir una especie de connivencia entre Dios mismo y el mal, como si Dios fuera enemigo del hombre, como si estuviera aliado con los que se convierten en instrumentos de la maldad (1,14). Habacuc expresa esta idea con la imagen del pescador que, de un modo sádico, se complace con los peces que captura y mata (1,15-17). En el ánimo del profeta se abre camino una hipótesis inquietante: ¿acaso tiene fundamento la insinuación de la serpiente respecto a ciertos celos de Dios en relación con el hombre (cf. Gn 3,4)? Abandonando la búsqueda de respuestas verificables sobre las intenciones de Dios, Habacuc se agita por dentro, despertando su corazón a la fe (2,1). El silencio «obstinado» de Dios a sus preguntas ya no le asusta: sabe que puede apoyar su propia vida en la promesa divina, que es segura y no está ligada a un tiempo preciso, porque es válida para siempre (2,3).

El creyente reconoce en Dios su centro vital y la razón de los acontecimientos, aunque sean contradictorios, de existencia: Habacuc comprende que esta fe es la raíz profunda que garantiza tanto la vida como la estabilidad. Por el contrario, el que presume de erigirse como centro y fin de su propio vivir queda prisionero de su orgullo, que, encerrándolo en sí mismo, lo hace inestable (2,4). Es ésta una verdad que todo el mundo debe conocer (2,2).

Comentario del Salmo 9. No abandonas , Señor a los que te buscan. 

Es un salmo de acción de gracias individual con algunos elementos de súplica individual (14-15.20-21). En él, una persona da gracias al Señor de todo corazón por las maravillas y hazañas que ha llevado a cabo. E invita a otras personas a celebrarlo festivamente (12), probablemente en el templo de Jerusalén, lugar al que el salmista ha debido desplazarse con la intención de ofrecer un sacrificio de acción de gracias y para contar al pueblo cómo le ha liberado el Señor.

Tiene claramente una introducción (2-3) en la que el salmista le da gracias a Dios, proclama sus maravillas, se alegra, exulta y toca instrumentos en honor del Altísimo. Además de la introducción, cuenta con un cuerpo central heterogéneo en el que se presentan los motivos de su agradecimiento (4-13.16-18), junto con algunas peticiones (14-15.20-21). La primera traducción, conocida como la de los Setenta, une en uno solo los salmos 9 y 10, mientras que la Biblia hebrea los mantiene separados (aquí comienza la diferencia de numeración de los salmos dependiendo de la traducción que uno maneje). Todo invita a creer que, en el pasado, estos dos salmos habrían formado, de hecho, una unidad. Esto es tanto más seguro cuanto que, en hebreo, los salmos 9-10 forman un acróstico, es decir; cada pequeña unidad comienza con uno letra del alfabeto hebreo. Este detalle no puede apreciarse en las traducciones, pero algunas Biblias destinadas al estudio lo ponen de manifiesto. Esto es señal de que estas oraciones, cuando se pusieron por escrito, fueron «reorganizadas» de un modo un tanto caprichoso. Así es como han llegado hasta nosotros.

A pesar de tratarse de una acción de gracias individual, el salmo 9 muestra abiertamente un conflicto superado y, en buena medida, aún por superar. De hecho, el salmista habla de «enemigos» y «enemigo» (4.7), “naciones” «malvado», «malvados» (6.17.18), «pueblos» que practican la injusticia (16 Estos grupos sociales —que podrían reducirse a uno solo— componen una sociedad fundada en la injusticia y en la desigualdad, que excluye y persigue hasta la muerte a cuantos luchan por la justicia. De hecho, se dice que los malvados injustos están bien organizados y ejercen su poder; pues tienen ciudades (7) y derraman sangre (13). Se les compara con los cazadores que cavan fosas y esconden trampas para capturar a los que luchan por la justicia (16), pero el Señor hace que queden atrapados en sus mismas maniobras (17). Se trata, por tanto, de un conflicto abierto entre los malvados injustos y los justos.

Una breve panorámica nos permite descubrir quiénes son los justos a los que protege el Señor y cuál es la situación social en que se encuentran. Se habla del oprimido que vive en tiempos de angustia (10), de personas que conocen el nombre del Señor; que confían en él y que lo buscan (11). Su sangre es derramada sin que nadie, excepto el Señor; haga justicia a esos pobres que claman (1.3). El justo se siente a las puertas de la muerte (14), sometido a cacería por parte de los malvados como si se tratara de un animal de presa (16). ¿Por qué se ha llegado a esta situación? ¿Quién se atrevería a decir o hacer algo? La situación que presenta este salmo es bastante parecida a la de los israelitas en Egipto. La tierra de la libertad y de la vida se había convertido en lugar de opresión y de muerte.

Este salmo nos ofrece una cruda visión de la sociedad en que tuvo su origen: hay muchos implicados en una injusticia que engendra exclusión, pobreza e indigencia. La única esperanza de los oprimidos es el nombre del Señor; el Dios que, tanto en el pasado como en el presente, escuchó y sigue escuchando el clamor de los pobres. Un Dios que inclinó el oído e hizo justicia. Y el salmista le da gracias, sin olvidar la dura realidad de injusticia que ha vivido anteriormente y sin olvidar tampoco la necesidad de seguir suplicando.

Este salmo presenta un vivo y enérgico retrato de quién es Dios. Allí donde hay opresores y oprimidos, el Señor se muestra solidario, convirtiéndose en refugio y fortaleza en tiempos de angustia (10). Dios defiende la causa y el derecho de los justos, impartiendo justicia como un juez (5). Amenazó a las naciones y destruyó al malvado, borrando para siempre su apellido (6), arruinando al injusto y destruyendo sus ciudades (7). Hace justicia, juzga al mundo con justicia, gobierna a los pueblos con rectitud (8-9). La imagen de la fortaleza (10) lleva a pensar en un Dios guerrero y defensor de los indefensos que claman por la justicia, venga la sangre derramada y nunca se olvida del clamor de los pobres (13). Hace justicia capturando al malvado, que cae en su propia trampa (17), y no permite que el pobre quede olvidado para siempre o que se frustre la esperanza de los indigentes (19). Este salmo da gracias por todas esas «maravillas» (2) y «hazañas» (12) que el Señor el Dios del éxodo y de la Alianza, realizó en favor de los pobres e indigentes oprimidos. De este modo, aparece como el Dios juez que hace justicia, borrando para siempre el nombre y la memoria de los malvados (6-7), pues se acuerda del clamor de los pobres, sin olvidarlo nunca (13); no permite que el indigente sea olvidado para siempre y obra de manera que la esperanza de los pobres nunca quede frustrada.

Las palabras y las acciones de Jesús reflejan perfectamente lo que este Salmo dice a propósito de Dios, pues Jesús hace todo lo que el Padre quiere que se haga (Jn 5,19-20). En el Nuevo Testamento encontramos a diversas personas que dan gracias a Jesús por lo que ha hecho por ellas (véase, por ejemplo, Lc 17,16).

Es un salmo de agradecimiento por las hazañas y hechos portentosos de Dios en favor de los pobres y de los oprimidos, Conviene rezarlo cuando queremos dar gracias por su presencia en las luchas y en las victorias de personas y grupos en favor de la justicia cuando conseguimos superar un conflicto; cuando tenemos la experiencia de haber sido liberados de un peligro mortal...

Comentario del Santo Evangelio: Mt 17, 14-20.  Si tuvierais fe....

La petición de un padre para que cure a su hijo epiléptico brinda a Jesús el motivo para dirigir a los discípulos una última llamada sobre la necesidad de creer en él. Los discípulos no son capaces de llevar a cabo la curación (vv. 16.19), puesto que el poder taumatúrgico no les pertenece: es un don que el Maestro concede como participación en su misma misión (cf. 10,1). Los discípulos, por su parte, deben adherirse a él por medio de la fe.

La exclamación de Jesús (v. 17: « ¡Generación incrédula y perversa!») expresa la resistencia que le opone la dureza de corazón de sus contemporáneos, puesta ya de manifiesto por el evangelista en otras ocasiones (cf. 11,16ss.39ss). Es Jesús quien proporciona explícitamente la enseñanza: los discípulos, si están animados por una fe cierta en él, pueden realizar el gran signo de comunicar a los hombres la salvación otorgada por Dios (v. 20; cf. Jn 14,12; Hch 3,16); por el contrario, la falta de fe, que los separa de la comunión con Jesús, hace prácticamente imposible la liberación del mal (v.17).

La Palabra de Dios me invita hoy a proceder a una comprobación de mi fe. Creer en Dios, en su bondad, en su amor por mí y por todas las criaturas, es algo que se dice muy pronto. Pero existe el dolor del mundo, existe el mal en todas sus perversas manifestaciones, y, ante los atroces «espectáculos» de injusticias evidentes o de tragedias que producen víctimas entre los inocentes, la sensibilidad y la inteligencia sufren un duro contragolpe. ¿Cómo es posible que Dios, si es bueno, permita que sufra tanta gente?

Jesús me dice que mi fe, por muy pequeña que sea, lo puede todo; el profeta me habla de una vida que la fe garantiza. Creer en Dios, lejos de ser un analgésico, un remedio para la pena producida por el dolor personal y ajeno, me abre a la acción: voy a él, no me detengo en mí mismo; proyecto en él mi esperanza y acojo su promesa. ¿No empieza a obrar así en mí y a mi alrededor lo imposible, lo inesperado?

Comentario del Santo Evangelio: Mt 17, 14-20, para nuestros Mayores. Si tuvierais fe, nada os sería imposible. 
Comienza la llamada oración sacerdotal de Jesús. Según la versión que los evangelios sinópticos nos dan de los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, al finalizar la última cena, él se retira a Getsemaní, donde se adentra en la oración. También en Juan la última cena es seguida por la oración de Jesús, pero ésta se realiza en el mismo lugar del Cenáculo y, después de ella, Jesús comienza a caminar hacia la pasión.

En los Sinópticos, la oración tiene como finalidad primera poner de relieve la conciencia de Jesús sobre lo que va a ocurrir: pasión-resurrección. Jesús habla de su tristeza y pide para que pase de él aquel cáliz amargo, aun que la última palabra es siempre la aceptación le la voluntad del Padre: los evangelistas demuestran así que Jesús acepta la crucifixión, porque es la voluntad del Padre, pero manifiesta su desagrado interno hacia ella.

También en Juan la oración de Jesús tiene como telón de fondo la pasión-resurrección, pero no se menciona para nada la tristeza de Jesús. Su oración aparece con todas las características que definen el cuarto evangelio: se habla de la gloria o glorificar, de la hora, la vida eterna, la obra, enviar conocer… Como todo el evangelio, esta oración supone una gran elaboración por parte del evangelista, pero sobre la base de afirmaciones y temas tratados por Jesús durante su ministerio terreno.

Cuando ha llegado su hora —la hora en que Jesús realizará de una manera exhaustiva su misión—, pide al Padre que le conceda la gloria que, a su vez, le haga capaz de glorificarlo a él. Al Hijo le ha sido concedida la posición de autoridad sobre todas las cosas. La gloria que ahora pide al Padre debe demostrarse en el don de la vida eterna que él quiere regalar a todos aquéllos que crean en él.

La vida eterna es presentada aquí como el conocimiento del Padre, el único Dios verdadero, y de su enviado Jesucristo. Estamos ante una espléndida definición del cristiano. El cristiano es aquél que «conoce» que el Hijo del hombre, a través de su vida humilde, de su muerte y su resurrección, ha sido constituido en Señor; el que re conoce que la pasión fue el comienzo de la «exaltación-glorificación»; el que a través de Jesús ve al Padre y acepta una nueva forma de vida, que es presentada con el nombre de vida eterna. La misión de Jesús pretendía hacer posible y creíble todo esto. Porque en realidad la gloria de Jesús existía ya antes del comienzo del mundo.

El Hijo, durante su ministerio terreno, ha glorificado al Padre, realizando de una manera perfecta y completa la misión que le había encomendado. Jesús pide ahora que, en el momento supremo, siga glorificándolo y que el Padre lo devuelva a la gloria que tuvo desde el principio.

La glorificación que Jesús ha hecho del Padre ha consistido en darlo a conocer a los hombres, a todos aquéllos que «él le da dado», les ha manifestado su naturaleza, carácter y propósito. Ellos han aceptado de forma obediente y responsable la palabra que les ha dirigido. Han reconocido que la enseñanza que les ha impartido procede, en última instancia, del Padre. Más aún, que él mismo procede del Padre, que el Padre lo ha enviado. Han creído en su misión y origen.

Jesús ruega por los discípulos; no ruega por el mundo. Esta expresión, que parece Indicar exclusión, obedece a que Jesús está considerando la misión salvadora que será llevada a cabo por los discípulos frente al mundo. Ruega por aquéllos que están en el mundo en unas circunstancias muy parecidas a aquéllas en que él mismo estuvo: perteneciendo de alguna manera a los dos mundos, al de arriba y al de abajo, o mejor dicho, estando en el de abajo y perteneciendo al de arriba.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 17, 14-20, de Joven para Joven. La curación del epiléptico.
Tras haber pedido ayuda en vano a los Doce, un hombre —que por su humilde actitud recuerda al centurión (cf. Mt 8,6) y a la cananea (Mt 13,22) — suplica a Jesús que cure a su hijo epiléptico. Con su palabra autorizada y eficaz, Jesús, realizando un milagro, lleva a cabo de inmediato la curación. Partiendo del relato de este milagro —narrado con la máxima concentración y sin detalle alguno—, el fragmento evangélico refiere la enseñanza de Jesús sobre la fe. Los términos que dan unidad a la composición aparecen expresados en sus afirmaciones —o, mejor, en su desconsolado lamento— sobre la «generación incrédula y perversa» (17,17) y sobre la «poca fe» de los discípulos (17,20). ¿A quién se refiere? La primera sentencia, de claro sabor bíblico, no parece referirse directa o exclusivamente a los discípulos, sino más bien —por fuertes resonancias veterotestamentarias (cf. Dt 32,5; Nm 14,27) — parecen ser una severa advertencia dirigida al pueblo elegido y, por consiguiente, al nuevo Israel, a todos los que sienten la tentación de ceder a la tentación de la incredulidad y, en consecuencia, de alejarse cada vez más de Dios y de su plan de salvación. Se llegará, de hecho, hasta el rechazo claro de Jesús, el enviado definitivo del Padre.

¿Y cómo va la salud espiritual de los discípulos? Ellos, que lo han dejado todo para seguir a Jesús, no han conseguido curar al muchacho por su «poca fe». «Poca fe» no es sinónimo de «incredulidad»; se trata más bien de una fe enferma, resquebrajada por las dudas, miedos, desconfianza. Es una fe que no convierte su relación vital con Cristo en el perno y en el fulcro de toda acción. Jesús dice, en efecto, que bastaría un grano de fe auténtica para trasladar las montañas. La afirmación hiperbólica es una invitación a creer en el poder de la Fe, que crece precisamente en las situaciones de mayor sufrimiento y prueba, y se hace madura cuando ya no se escandaliza ante el signo de la cruz. Jesús anuncia, por segunda vez, su próxima «entrega» en manos de los hombres, y los discípulos vuelven a experimentar tristeza. Sólo al precio de su muerte, sólo con su resurrección y el don del Espíritu, Jesús estará siempre en medio de los suyos para hacer de la «generación incrédula y perversa» su pueblo santo, que anuncia con coraje el Evangelio de la salvación.

Dejémonos aferrar por la escena evangélica puesta ante los ojos de nuestro corazón. En el centro se encuentra —soberano— Jesús con toda su amable divina humanidad. Nosotros nos encontramos en la figura del padre que suplica con pesadumbre para obtener una curación imposible, aunque también en la del hijito que está obligado a padecer la tiranía de su mal: un continuo pasar —podríamos decir parafraseando— de la esperanza más viva a la desesperación más negra. Henos, pues, aquí, suplicantes e impotentes, bajo la mirada misericordiosa de Jesús, que espera únicamente nuestra fe para llevar a cabo lo imposible y para hacernos, a nuestra vez, capaces de realizar otros gestos de sincera caridad. No son fáciles de pronunciar; por ejemplo, las palabras de estima y de perdón, y no es fácil acoger sin discriminaciones al prójimo, restituir a una vida de plena comunión a quien vive aprisionado por sus propios miedos y se siente descartado por todos...

Se trata del milagro de la fe como adhesión incondicionada a Jesús, el único Salvador del hombre, venido en la carne a «contarnos», a «mostrarnos al vivo» el amor del Padre: una dilección que no conoce límites, que llega a «entregas» a su Hijo único, al Hijo de su amo; en manos de nuestra volubilidad e impiedad.

Es el milagro que Jesús espera poder realizar cada día en sus discípulos y en todo el mundo, porque su amor no puede estar contento hasta que no haya llegado a todos. Ahora bien, nosotros nos sentimos siempre como «hombres de poca fe y hasta como «generación in crédula y perversa», que no es capaz de creer en el poder de la Palabra de Jesús, sino que está trágicamente inclinada a dejarse arrastrar por la «mentalidad del mundo». Sin embargo, la Palabra permanece clara y sencilla: basta con un grano de fe, basta con un acto de sincero abandono, con el humilde reconocimiento de nuestra pobreza, para que las montañas de nuestro orgullo puedan rebajarse, convirtiéndose en caminos llanos por los que caminar al encuentro del Señor; que siempre viene, que siempre nos espera, que siempre está dispuesto a entregarse a la muerte para darnos a todos vida en abundancia.

Elevación Espiritual para este día 
¿De dónde viene el mal? ¿Acaso la materia de dónde sacó las criaturas era mala y la formó y ordenó, sí, mas dejando en ella algo que no convirtiese en bien? ¿Y por qué esto? ¿Acaso siendo omnipotente era, sin embargo, impotente para convertirla y mudar toda, de modo que no quedase en ella nada de mal? Finalmente, ¿por qué quiso servirse de esta materia para hacer algo y no más bien usar de su omnipotencia para destruirla totalmente? ¿O podía ella existir contra su voluntad? Y si era eterna, ¿por qué la dejó por tanto tiempo estar por tan infinitos espacios de tiempo para atrás y le agradó tanto después de servirse de ella para hacer alguna cosa? O ya que repentinamente quiso hacer algo, ¿no hubiera sido mejo; siendo omnipotente hacer que no existiera aquélla, quedando él solo, bien total, verdadero, sumo e infinito? Y si no era justo que, siendo él bueno, no fabricase ni produjese algún bien, ¿por qué, quitada de delante y aniquilada aquella materia que era mala, no creó otra buena de donde sacase todas las cosas? Porque no sería omnipotente si no pudiera crear algún bien sin ayuda de aquella materia que él no había creado.

Tales cosas revolvía yo en mi pecho, apesadumbrado con los devoradores cuidados de la muerte y de no haber hallado la verdad. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando fuera de la norma de doctrina, mas con todo no la abandonaba ya mi alma, antes cada día se empapaba más y más con ella.

El mal consiste en una falta de fe y en la oposición al perseguimiento del Punto Omega. Esto está presente desde siempre porque es autónomo, personal, trascendente: en él encontrará la humanidad una nueva forma de vida, una especie de éxtasis: se trata del éxtasis en Dios.

Reflexión Espiritual para el día. 
El mal, en todas sus modalidades, existe en un mundo que se encuentra en vías de formación precisamente porque la unión creadora no está consumada aún y el mundo no ha salido aún del despego y, por consiguiente, del desorden. El mal es una condición inevitable del universo, que está sometido de continuo a un retorno a lo múltiple. Ha estado presente en el mundo desde el primer instante de la creación. El pecado original es, según Teilhard de Chardin, no un acto aislado, sino una condición que marca a todos los hombres a causa de infinitas culpas diseminados a lo largo de toda la historia humana, y aparece plenamente consciente cuando nace el pensamiento y el hombre se descubre también libre de rebelarse contra Dios. Con todo, el mal y el pecado acaban por ayudar a la evolución; ambos están presentes en el mundo para que el hombre los supere libremente en el proceso evolutivo. Así pues, el pecado más grande hoy es el que se comete contra la humanidad en su proceso de unificación. La historia humana es la manifestación de un plan divino. Cristo redentor compensa al mundo por la existencia del mal y atrae y guía el progreso hacía sí. El Cristo resucitado es el Cristo cósmico: el Punto Omega. La cosmogénesis tiene su punto culminante en la noogénesis, que culmina a su vez en la Cristogénesis.

He aquí, pues, el mal, el gran escándalo del universo. El dolor de los niños… ¿Habrías creado, se pregunta Dostoievski, si hubieras sabido que uno solo de estos pequeños habría de sufrir? El mal, la muerte... el mal como dolor, el mal como error, el cómo culpa. ¿Cómo se concilia, en la visión cristiana, con la bondad y con el plan de Dios? Escribe Teilhard de Chardin: «A un observador absolutamente clarividente, que mirara desde hace mucho tiempo y desde una gran altura la Tierra, nuestro planeta le parecería, primero, azul, por el oxigeno que lo rodea; después, verde, por la vegetación que lo recubre; después, luminoso —cada vez más luminoso—, por el pensamiento que se intensifica en su superficie, pero también oscuro —cada vez más oscuro— por un sufrimiento que crece en cantidad y en agudeza al mismo ritmo que asciende la conciencia a lo largo de las edades… En efecto cuanto más hombre se vuelve el hombre, mas se incrusta y se agrava, en su carne, en sus nervios, en su mente, el problema del mal: el mal de comprender, el mal de padecer...»

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Por su fe vivirá el justo.

Desde los tiempos más lejanos, ¿no eres Tú, Señor, mi Dios, mi Santo, Tú, que no puedes morir?
En medio de las fragilidades y de las ruinas, de las dificultades y de los fracasos, el hombre ha considerado siempre a Dios como «el eterno», el fuerte, el santo, el inmortal.
Algunos filósofos critican hoy esta concepción de Dios, acusándola de ser un fácil consuelo de nuestros límites humanos: como sí, de hecho, Dios no fuera más que la proyección, más allá del hombre, de sus propias carencias; se sueña lo que no se tiene, y se imagina que lo soñado existe en algún lugar.
Es verdad que tenemos siempre la tendencia de hacernos un Dios a nuestro servicio, un Dios que colme nuestras carencias.
De todos modos, por medio de los acontecimientos Dios se encarga de purificar estas imágenes demasiados simplistas que nos hacemos de Él: nos desconcierta sin cesar, para provocarnos a avanzar más lejos cada vez hasta que lleguemos a descubrirlo.
Tú estableciste el pueblo de los caldeos para ejecutar el juicio y llevar a cabo el castigo.
Ayer, Nahúm nos invitaba a ver a Nínive aplastada por los caldeos de Babilonia. Hoy Habacuc nos invita a considerar que esos mismos caldeos, instrumentos de la intervención de Dios, irán, a su vez, demasiado lejos en su represión.
Tus ojos son demasiado puros para ver el mal, no puedes mirar la opresión. Entonces, ¿por qué callas cuando el malvado devora a un hombre más justo que él?
Este «por qué», esta pregunta dirigida a Dios... ¡cuán actual es!
Aunque nos hayamos hecho de Dios un concepto de Fortaleza, de Justicia, de Santidad... esto no resuelve todas nuestras preguntas. Nos quedamos en la duda. ¿Por qué, Señor, todo parece salirles bien a los impíos? ¿Por qué el sufrimiento, por qué?
No hemos de temer preguntar a Dios. ¡Babilonia no es mejor que Nínive! Y Dios está mucho más allá de Nínive o de Babilonia, aunque, momentáneamente la una o la otra contribuyan a hacer avanzar, quizá sin saberlo, los proyectos de Dios.
Descripción de la pesca: se compara la conquista babilónica a una red que recoge todo lo que encuentra...
¡Y se vanagloria de ello! « ¡Y para conseguirlo ofrece sacrificios a su red y hace humear las ofrendas ante su nasa, porque gracias a ellos obtiene presa abundante!» El hombre se pasa de listo. Y se atribuye a sí mismo los éxitos.
Entonces el Señor me contestó: «Escribe la visión, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Esta visión se realizará, pero solamente cuando llegue su tiempo.»
Dios es enteramente el otro.
Hay que saber esperar. Con Él, hay que hacer el salto a lo desconocido. Cuando algo no ha ocurrido como la creíamos ingenuamente, cuando un suceso nos ha desconcertado, cuando uno, se hace, ante Dios, una nueva pregunta... entonces hay que tener paciencia: el proyecto de Dios «se realizará pero a su debido tiempo». Mientras tanto hay que caminar en la noche.
Verdad siempre actual. A partir de esta revelación hago una oración de esperanza.
Esta visión tiende hacia su cumplimiento, no decepcionará. Si parece tardar, espérala: vendrá, ciertamente, pero a su hora... +


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