8 de Agosto 2010. DOMINGO DE LA XIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SS. Domingo de Guzmán pb, Ciriaco y compañeros mártires, Pablo Ke tingzhu mr. Beata Bonifacia Rodriguez vg.
LITURGIA DE LA PALABRA
Sab 18, 6-9: Castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti
Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Heb 11, 1-2. 8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto sería Dios
Lc 12, 32-48: Estén preparados, con las lámparas encendidas.
Los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador, la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultural.
La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.
La fe de Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.
La fe enseña a no darse por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los efectos de esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios.
Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “por encima de la muerte”, creyó le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.
El evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la autocomprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.
Fitzmyer, ilustra esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús tienen estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20).
El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.
La vigilancia cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal, el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre.
La intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como ejercitaron ese servicio.
En este pasaje se recogen las instrucciones básicas para el anuncio del evangelio: sus destinatarios, su contenido, lo que se requiere de los mensajeros y como debe realizarse. Al principio, la misión de los discípulos ha de dirigirse solo a Israel. Este encargo restringido refleja el primer estadio en la misión de Jesús y de sus discípulos.
Jesús no se contenta con entregar a sus enviados un mensaje; desea que su estilo de vida sea la reproducción viva de la palabra proclamada, las modalidades de este estilo de vida no dependen totalmente de la decisión de los misioneros, y se comprende que la Iglesia se preocupe de las actitudes de sus misioneros. Pero estas modalidades pueden cambiar en el curso de los siglos y en función de las civilizaciones en la que es proclamada el mensaje.
El objetivo es que el mensaje sea anunciado a través de los signos mesiánicos anunciado por los profetas, todos los que acojan el mensaje de la buena noticia participaran del reino el éxito de la misión no se encuentra en los proyectos humanos, nada es urgente y necesario para la misión solo el confiar en la providencia de Dios.
Hoy la Iglesia tiene la misión de continuar con este anuncio, con el bautismo todos hemos sido capacitados para emprender la misión de Jesús, las formas pueden cambiar, pero lo que no cambiara jamás es la urgencia de que esta misión se lleve adelante a pesar de las dificultades
PRIMERA LECTURA.
Sabiduría 18, 6-9
Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti
La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/.Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. R.
SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 11, 1-2. 8-19
Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Hermanos: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa-, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.
Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos- como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia."
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 12, 32-48
Estad preparados
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre." Pedro le preguntó: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?"
El Señor le respondió: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Sab 18, 6-9: Castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti
Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Heb 11, 1-2. 8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto sería Dios
Lc 12, 32-48: Estén preparados, con las lámparas encendidas.
Los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador, la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultural.
La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.
La fe de Abraham y de los patriarcas sirve de ejemplo. Para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación, la carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.
La fe enseña a no darse por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los efectos de esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios.
Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “por encima de la muerte”, creyó le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.
El evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la autocomprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.
Fitzmyer, ilustra esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús tienen estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20).
El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.
La vigilancia cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal, el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre.
La intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como ejercitaron ese servicio.
En este pasaje se recogen las instrucciones básicas para el anuncio del evangelio: sus destinatarios, su contenido, lo que se requiere de los mensajeros y como debe realizarse. Al principio, la misión de los discípulos ha de dirigirse solo a Israel. Este encargo restringido refleja el primer estadio en la misión de Jesús y de sus discípulos.
Jesús no se contenta con entregar a sus enviados un mensaje; desea que su estilo de vida sea la reproducción viva de la palabra proclamada, las modalidades de este estilo de vida no dependen totalmente de la decisión de los misioneros, y se comprende que la Iglesia se preocupe de las actitudes de sus misioneros. Pero estas modalidades pueden cambiar en el curso de los siglos y en función de las civilizaciones en la que es proclamada el mensaje.
El objetivo es que el mensaje sea anunciado a través de los signos mesiánicos anunciado por los profetas, todos los que acojan el mensaje de la buena noticia participaran del reino el éxito de la misión no se encuentra en los proyectos humanos, nada es urgente y necesario para la misión solo el confiar en la providencia de Dios.
Hoy la Iglesia tiene la misión de continuar con este anuncio, con el bautismo todos hemos sido capacitados para emprender la misión de Jesús, las formas pueden cambiar, pero lo que no cambiara jamás es la urgencia de que esta misión se lleve adelante a pesar de las dificultades
PRIMERA LECTURA.
Sabiduría 18, 6-9
Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti
La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/.Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. R.
SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 11, 1-2. 8-19
Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Hermanos: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe, son recordados los antiguos. Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa-, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.
Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos- como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia."
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 12, 32-48
Estad preparados
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre." Pedro le preguntó: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?"
El Señor le respondió: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Sabiduría 18,3.6-9. Con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a tí.
La última sección del libro de la Sabiduría (capítulos 10-19) presenta una “relectura teológica” de la historia de la salvación a partir del primer hombre, plasmado por Dios, hasta el paso del mar Rojo. La primera lectura de esta liturgia de la Palabra presenta exactamente algunos momentos de la magna epopeya que fue el Éxodo, que se llevó a cabo sobre todo en la noche de la liberación.
Es bastante probable que el autor del libro de la Sabiduría, que vive en Egipto, esté pasando por la experiencia de la celebración pascual con el rito de las hierbas amargas, del pan partido y de la cintura ceñida. Lo que escribe para consuelo de sus hermanos en la fe tiene valor de «memoria» y, al mismo tiempo, de «actualización». Con estos dos registros pone de relieve el primado de la acción del Dios revelador y liberador, con plena conciencia de que cada intervención de Dios en la historia del hombre tiene como fin primero poner en el centro de la vida del hombre la persona y la acción de Dios. De este modo pretende alimentar y sostener la fe de sus contemporáneos, incluso en la difícil situación histórica de quien debe preservar de las múltiples tentaciones del momento el precioso tesoro de la fe.
Para el autor de este libro bíblico, el Éxodo puede y debe ser releído también como «juicio» de Dios sobre toda la humanidad. Ese juicio está descrito plásticamente por medio de una clara contraposición: por un lado, están «los tuyos», «tu pueblo» —los justos, glorificados por Dios, los hijos de los justos y los santos, a los que Dios les da la luz de su ley y a sí mismo como dulce compañía— y, por otro, están los adversarios que el Señor se ve obligado a castigar porque se resisten a su invitación. Al juzgar, Dios no necesariamente condena, aunque no puede dejar de sustraerse al amor de quien le ha excluido del horizonte de su vida.
Comentario del Salmo 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo. Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «por que...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna,…). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario de la Segunda lectura: Hebreos 11,1-2.8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y construrtor iba a ser Dios.
Como el libro de la Sabiduría, también el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos no es otra cosa que una «relectura teológica» de la historia de la salvación desde Abrahán hasta los profetas. La segunda lectura de esta liturgia de la Palabra se concentra en el acontecer de Abrahán, nuestro padre en la fe, destacando en él, sobre todo, su actitud de fe.
«Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió... Por la fe vivió como extranjero en la tierra que se le había prometido... Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac...»: este estribillo basta para comprender que no sólo la historia de Abrahán, sino la de todos los hombres tiene que ser leída e interpretada a la luz de la fe, entendida como fuente de nueva luz, como viático para nuestro camino. «Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje... ». Junto a la historia del patriarca Abrahán, el autor de la Carta a los Hebreos se preocupa de narrar asimismo la historia de la «matriarca» Sara. Ambos son destinatarios de la misma promesa; ambos reciben de Dios un don extraordinario; ambos asumen ante Dios una actitud de fe; por eso, ambos son herederos de la promesa.
Lo que significa ser hombres y mujeres de fe lo obtenemos claramente en las dos historias trenzadas de Abrahán y de Sara: su obediencia se convierte en una disponibilidad total a la acción de Aquel que los ha elegido para una historia de salvación universal, una historia que supera a sus personas y su destino. Su pobreza personal se convierte, de una manera sorprendente, en riqueza-don de Dios; su soledad, todavía más triste por la falta de un heredero, se resuelve en una indeterminada multitud de herederos; por último, el sacrificio de su hijo único se convierte en símbolo de ese sacrificio que, en la plenitud de los tiempos, Jesús, el Hijo de Dios, ofrecerá por la salvación de toda la humanidad.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 12,32-48. Estad preparados.
La página evangélica de esta liturgia de la Palabra comienza con una de las más bellas declaraciones de Jesús (vv. 32-34). De ella podemos obtener luz para nuestro camino de fe y consuelo para nuestra esperanza de peregrinos. La invitación a no temer y el hecho de tratarnos de «pequeño rebaño», además de la idea del «tesoro» que atrae nuestro corazón, nos las ofrece Jesús como otras tantas verdades capaces de garantizar nuestra fidelidad a la alianza.
Después de habernos tratado por lo que somos, pero, sobre todo, después de habernos indicado lo que complace a Dios, nuestro Padre (su complacencia consiste en hacernos participar en su Reino), Jesús nos confía algunas recomendaciones, que podemos resumir en la actitud de vigilancia. Vigilar, en la jerga bíblica, es una actitud que corresponde a los siervos frente a su señor, e implica expectativa del retorno del Señor, prontitud para recibirle cuando llegue, disponibilidad total en el servicio, plena docilidad a sus mandamientos y, por último, alegría de participar, aunque sea como siervo, en la alegría de las bodas del Señor.
«Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas» (v. 35): si la consideramos bien, no se trata de una invitación genérica a una fidelidad igualmente genérica, sino de un deseo vigoroso por parte del Señor de tener a su lado y en su séquito «siervos buenos y fieles», que no se cansen inútilmente ni se instalen en cómodas posiciones ni, mucho menos, se distraigan del objeto de su espera. Al contrario, sabiendo que el Señor viene cuando menos se le espera, viven el tiempo de la vigilancia y de la espera con ansia extrema y santo temor de Dios. En efecto, aunque los siervos no conocen la hora del regreso, sí conocen la voluntad del señor y saben que es una persona buena e indulgente, pero, al mismo tiempo, justa y exigente.
Serpentea en esta liturgia de la Palabra, de una manera más o menos explícita, el tema de la bienaventuranza: «Dichosos los criados a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!». Sabemos bien que, según el mensaje bíblico, la bienaventuranza no consiste en un vago consuelo dado a quien se encuentra en una situación de sufrimiento. Hasta las bienaventuranzas que inauguran el magno «sermón del monte» (Mt 5,1-13) son más bien inyecciones de ánimo e invitación a la lucha, a ejemplo de Aquel que es el pobre por excelencia, el misericordioso por antonomasia, el más perseguido de todos. Es, ante todo, la bienaventuranza que brota de la historia humana, cuando ésta es considerada como visitada por Dios, es decir, enriquecida por la presencia de Aquel que, después de haber creado al hombre, no le abandona a su destino, sino que le orienta por el camino de la salvación; de Aquel que, después de haber elegido a su pueblo, no lo deja a merced de los enemigos, sino que lo lleva sano y salvo a la meta feliz de la tierra prometida.
Es, también, la bienaventuranza que procede de la fe, que es un don especial que nos hace Dios a nosotros, peregrinos sobre la tierra. Desde esta perspectiva, fue bienaventurado Abrahán porque creyó y fue también bienaventurada Sara por haber aceptado la promesa del Señor. Ambos fueron bienaventurados por haber sido atraídos totalmente a la órbita de Dios, porque se encaminaron dócilmente por el camino que Dios les había indicado, porque estaban radicalmente convencidos de que Dios también puede resucitar a los muertos.
Es, por último, la bienaventuranza del siervo que se da cuenta de la maravilla que supone poder «conocer» la voluntad de su Señor y se dispone con gozosa libertad a traducirla en obras buenas y en un estilo de vida digno de él. Esa bienaventuranza encuentra la siguiente motivación evangélica: «A quien se le dio mucho se le podrá exigir mucho». Como es obvio, este dicho de Jesús, con el que se cierra la página evangélica que hemos leído hoy, pretende explicitar el dinamismo de la relación que discurre entre Dios y el hombre, cuando esta relación está marcada y es vivida siguiendo la lógica de la alianza, que considera a Dios como primer acto y al hombre como invitado a un diálogo de amor. No hay nada más exigente que el amor cuando éste se encarna en una relación de alianza.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 12, 32-48, para nuestros Mayores. Prestos y preparados para el Señor.
El ocultamiento y la aparente ausencia total del Señor han sido siempre un peso y una prueba para los creyentes. El salmista se plantea afligido la pregunta: « ¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42,4.11). Otras muchas cosas dominan el escenario de la vida y de la experiencia. Hombres, relaciones, fuerzas de la naturaleza, enfermedades, acontecimientos históricos, etc. intervienen de manera decisiva en nuestra vida y tratan de dominarnos. Frente a estas fuerzas y poderes tan perceptibles, Dios aparece lejano y débil. Corremos el riesgo de cansarnos. Nuestra vinculación a él se hace cada vez más frágil, teniendo cada vez un influjo menos determinante en nuestra vida. Corremos el peligro de abandonar la misión que él nos ha asignado y de comportarnos irresponsablemente a nuestro capricho. Con estas parábolas Jesús quiere que tomemos conciencia de tales peligros, mostrando al mismo tiempo lo que el Señor da a los que se mantienen despiertos y permanecen fieles.
Denominador común de todas estas parábolas es la ausencia del señor. Ellas pretenden señalar lo que los siervos deben hacer durante esta ausencia. Su primer cometido es el de estar despiertos y preparados. Según el uso de entonces, quien ha dejado el cinturón y lleva suelto el vestido está dispuesto para el descanso y para dejar el trabajo. Quien se ciñe el vestido con un cinturón está preparado para trabar o para ponerse en viaje. La lámpara encendida hace posible incluso en la noche una actividad imprevista. Por tanto, se requiere prontitud a todas las horas. La sucesiva comparación con la venida de un ladrón subraya que la venida del Señor puede ser imprevista e inesperada, que no hay momento alguno en que no se deba contar con él.
Las parábolas expresan sobre todo que entre el ausente y los presentes hay una relación de superioridad-subordinación. Los presentes no son dueños libres de sí mismos. Deben regular su comportamiento y su actuación según la voluntad del señor.
La ausencia del señor comporta, como consecuencia casi necesaria, que la vinculación a él se debilite, que su influjo se haga menos determinante. Los hombres tenemos necesidad de la presencia del otro, del encuentro continuo con él, si queremos que una relación permanezca fuerte y viva. Así dice un proverbio: «Ojos que no ven, corazón que no siente». El hecho de que en la parábola se pida constante vigilancia y constante prontitud indica que la orientación hacia el Señor debe ser intensa y viva. Aun cuando no lo vean los ojos, él debe ser sentido en el corazón. Nuestro corazón debe estar lleno de él. Son muchos los modos en que el Señor ausente se hace presente: en el pan y en el vino eucarísticos, signos de su cuerpo y de su sangre; en su palabra; en los necesitados, en los cuales sale él mismo a nuestro encuentro (cf. Mt 25,31-46); en los hombres que han sido modelados por él a su imagen, que ido tomando forma en el encuentro vivo con él. Los siervos deben dejarse conducir por todo esto hacia el señor, permaneciendo unidos vitalmente a él. Si así lo hacen, si permanecen unidos a él de este modo, él puede llegar en el momento que quiera. Están despiertos y preparados.
De modo inaudito se describe a continuación la reacción del señor ante un comportamiento así por parte de sus siervos. El se pone en su lugar. Asume la tarea del ciervo y los trata como si fueran sus señores. Los hace sentar a la mesa y los sirve en el banquete. Para él tiene tanto valor su comportamiento que expresa así su gozo y su reconocimiento. El sigue siendo el señor —por esto precisamente es tan significativo su servicio— y ellos siguen siendo los siervos —por esto precisamente es tan grande el honor que experimentan—. Pero se ve que esta relación señor-siervo no es inhumana ni impersonal. El señor desea que sus siervos estén unidos continuamente a él de modo personal y cordial, y sabe valorar de manera muy personal ese comportamiento. Los siervos deben sentir en su corazón a su señor ausente y deben dejarse guiar por su voluntad. Pero pueden estar también seguros de que el señor tiene un corazón para ellos.
Todos los siervos deben estar despiertos cuando el señor llegue. Pero, tal como se esclarece tras la pregunta de Pedro, hay siervos que tienen una particular responsabilidad. A ellos les ha confiado el señor una función de mando y de guía en el ámbito de los siervos. Esto entraña un peligro particular y por esto son responsables de un modo especial. Sólo son administradores, no jefes por derecho propio. A ellos se les pide fidelidad a las disposiciones del señor y prudencia. Deben preocuparse de los otros siervos y estar a su servicio. No pueden en absoluto liberarse de su vinculación con el señor ausente, sino que han de vivir esta vinculación de una manera muy intensa. Si se aprovechan de su posición y tratan despóticamente a sus compañeros, serán sancionados con un castigo personal. Si por el contrario se muestran dignos de crédito, el señor les manifestará de modo especial su reconocimiento y su confianza.
Irrenunciables son la vinculación al señor y la fidelidad a la misión que el señor les ha confiado. Vinculación y fidelidad han de ser mantenidas por encima de todas las dificultades que provengan de la presencia tan poco perceptible y experimentable del señor. Estas exigencias presentadas en las parábolas no son órdenes arbitrarias. Manifiestan lo que es interiormente necesario como preparación a la venida y a la presencia visible del Señor, como preparación a la plena comunión con él.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 12,32-48, de Joven para Joven. La parábola de los criados.
Jesús insiste mucho en la necesidad de estar preparados en el evangelio de este domingo. Se trata de una necesidad siempre actual. La primera lectura nos muestra que los judíos estaban preparados para el éxodo. La segunda lectura nos habla de la fe, que es también un aspecto de la prontitud.
Jesús insiste otras veces en el Evangelio en la necesidad de estar preparados. En esta perícopa presenta la parábola de los criados que esperan el regreso del señor.
Éste se ha marchado; debe regresar; pero no se sabe exactamente cuándo, a qué hora. Por consiguiente, los criados deben estar preparados, con las cinturas ceñidas y las lámparas encendidas, para poder abrirle enseguida y demostrarle así que le estaban esperando.
Por otra parte, Jesús, respondiendo a Pedro, muestra un aspecto de esta espera del señor: el que no espera el regreso del señor y piensa que tardará mucho, se toma todo tipo de libertades, se entrega a múltiples abusos. El administrador que está a la cabeza de la servidumbre y piensa «Mi amo tarda en llegar», empieza a pegar a los otros criados y criadas, y a emborracharse. Cuando no se espera al señor, se vuelven posibles todos los excesos.
Estar preparados significa tener una relación anticipada con el dueño que debe regresar. Lo más importante para un criado que está preparado es la relación con su señor. Anticipa el regreso de su señor, piensa en lo que su señor desea encontrar a su llegada, y actúa de manera que el señor esté verdaderamente contento.
Esta actitud es fundamental para la vida cristiana: tenemos que estar preparados, porque esperamos a Cristo. No se trata de estar preparados para partir, para hacer un viaje, sino de estar preparados para esperar a una persona, el Señor.
Lo principal para nosotros es la relación con él. Debemos estar constantemente disponibles para lo que él quiera de nosotros; debemos hacer su voluntad, corresponder siempre a sus deseos, ser capaces de hacerlo con una disponibilidad perfecta.
Ahora bien, si nos olvidamos de esta espera del Señor, tomaremos una dirección equivocada en nuestra vida, buscaremos otras satisfacciones, otros goces, iremos de acá para allá, y nuestra vida perderá su orientación, que debería ser la del amor al Señor.
En cambio, el que lo hace todo con esta orientación no tiene motivo alguno para temer cuando vuelva el Señor: estará preparado y podrá recibirle con alegría.
El Evangelio nos dice que el Señor le manifestará entonces una generosidad extraordinaria: «Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, es decir, se pondrá en condiciones de trabajar, les hará sentar a la mesa y los irá sirviendo». El señor se convertirá en criado para servir a sus siervos. ¡Una generosidad completamente inesperada!
Jesús nos hace comprender así cómo es su generosidad con nosotros. No vaciló en hacerse siervo de los siervos; él, señor y maestro, nuestro Señor, se puso a lavar los pies de sus apóstoles, a fin de mostrarles el camino del servicio y del amor (cf. Juan 13,3- 17). El servicio y el amor deben ir siempre, efectivamente, juntos: el amor sin el servicio está vacío, y el servicio sin el amor no es perfecto.
Pidámosle al Señor la gracia de estar siempre dispuestos para recibirle cuando vuelva. Esto sucederá, a buen seguro, a cada uno de nosotros en el momento de su muerte. No debemos aceptar nunca no estar en gracia de Dios, en una posición que provocaría una justa condena por parte del Señor.
Debemos estar preparados también para acoger las inspiraciones que el Señor nos lanza en todos los momentos de la vida, y hacer que nuestra vida corresponda siempre a sus deseos y, por consiguiente, sea una vida bella, rica en buenas obras, realizadas con la gracia del Señor.
Estar dispuestos significa así estar atentos a discernir los deseos del Señor, a fin de poder corresponder a los mismos. Es muy bella una vida cristiana en la que la relación con el Señor está siempre presente e infunde una gran esperanza y una gran caridad.
El autor del libro de la Sabiduría nos recuerda en la primera lectura que los judíos estaban preparados en el momento de su salida de Egipto: «Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables».
Los judíos estaban preparados para la intervención de Dios, que venía para un juicio. Por eso ofrecían sacrificios en secreto y prometían ya, también en secreto, ser todos igualmente partícipes de los bienes y de los peligros. Se encontraban así en una situación de amor fraterno y de alabanza a Dios.
El autor de la Carta a los Hebreos nos habla, en la segunda lectura, de la fe como «seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve». Más exactamente, como «medio de poseer ya por anticipado las cosas que esperamos, y como medio para conocer las cosas que no vemos».
La fe constituye realmente el fundamento de toda nuestra vida cristiana. Sin ella, no hay esperanza. Sin ella, no hay caridad, no hay adhesión a la voluntad de Dios en el amor.
Dios había educado ya a su pueblo, en el Antiguo Testamento, para que tuviera fe, a partir de Abrahán. Este tuvo una fe perfecta, que le impulsaba a la docilidad total a Dios. Dice el autor: «Por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba».
La fe nos proporciona la capacidad de ser dóciles a Dios, sin querer saber lo que nos pedirá, hacia qué meta nos conducirá.
La fe nos hace superar todas las realizaciones provisionales, que son sólo etapas de nuestro camino espiritual. Afirma el autor: «Por fe vivió Abrahán como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas —y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa—». No poseían aún la tierra prometida; o, mejor, la poseían sólo en esperanza, gracias a la fe.
La fe permite también realizar empresas que superan las fuerzas del hombre: «Por fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fió de la promesa.
La fe suscita la capacidad de heroísmo cuando nos damos cuenta de que la voluntad de Dios es muy exigente: «Por fe Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac». Isaac era el hijo único de Abrahán, por medio del cual habría de tener la descendencia innumerable que Dios le había prometido. Sin embargo, Abrahán no vaciló en ir al monte sobre el que Dios le había pedido que le sacrificara a su hijo.
El autor se explica, a continuación: «Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro». Abrahán estaba convencido de que Dios es capaz de superar hasta el obstáculo de la muerte, de hacer resucitar de entre los muertos. La fe le enseñaba todo esto, y le hacía prever que Dios encontraría algún medio para cumplir sus promesas de una manera magnífica.
Y, efectivamente, Abrahán recuperó a Isaac después de este sacrificio, que había empezado, pero no llegado a su término. La voluntad de Dios no era, en efecto, que Abrahán le ofreciera a Isaac en holocausto.
En consecuencia, la fe es una base excelente para toda la existencia. Ella obtiene de Dios una acogida maravillosa; con ella podemos obtener gracias extraordinarias.
La fe nos comunica asimismo la fuerza para superar todas las pruebas y seguir adelante con valor y generosidad, para llevar adelante el proyecto de Dios: un proyecto muy positivo, que va más allá de nuestra imaginación.
La fe es la condición para estar preparados. Gracias a ella estaremos preparados, porque esperaremos la intervención del Señor, sabremos que él nos quiere y nos guía. Así podremos vivir con generosidad y con una confianza plena.
Elevación Espiritual para este día.
Impulsados por la caridad que procede de Dios, hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (cf. Gal 6,10), despojándose «de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias» (1 Pe 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que «se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5), hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbecen por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (cf. Gal 5,26), sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (cf. Lc 14,26), a padecer persecución por la justicia (cf. Mt 5,10), recordando las palabras del Señor: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.
Reflexión Espiritual para el día.
Dichosos los que han optado por vivir con sobriedad para compartir sus bienes con los más pobres.
Dichosos los que renuncian a más ofertas de trabajo para resolver los problemas de los parados.
Dichosos los funcionarios que agilizan los trámites burocráticos e intentan resolver los problemas de las personas no informadas.
Dichosos los banqueros, los comerciantes y los agentes de venta que no se aprovechan de las situaciones para aumentar sus beneficios.
Dichosos los políticos y los sindicalistas que se comprometen a encontrar soluciones concretas al paro.
Dichosos nosotros cuando dejemos de pensar: « ¿Qué mal hay en defraudar? Lo hacen todos...».
Entonces, la vida social se convertirá en una anticipación del Reino de los Cielos (Paul Abela).
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Riqueza en el cielo.
Señor, tu viniste y “el mundo no te reconoció”, pero a los que te reconocieron … Tu viniste y los responsables del pueblo no te reconocieron. María, José, los pastores… esos sí que te reconocieron. Las consecuencias fueron claras: Se alegraron, tu gloria los cubrió y supieron reaccionar; se pusieron en marcha y marcharon a tu encuentro. Y allí, en la gruta y en el pesebre, supieron descubrirte. Señor, tu vendrás de manera definitiva ¿Cómo nos encontrarás? Pero tú, Señor, sigues viniendo. Me gustaría, Señor, hacer como los pastores, que al mínimo susurro de tu presencia, me ponga en marcha y camine hacia tu encuentro. Tú sigues viniendo, tú estás en medio de nosotros: “Yo estaré siempre con vosotros”. Tú te sigues haciendo presente en los pesebres y en las cuevas de hoy día. Tenemos pocas y sencillas señales, pero muy significativas: “encontraréis a Dios hecho hombre en medio de la debilidad de un niño pobres, en medio de una familia pobres y sencilla, en medio de la noche, casi como en la clandestinidad, sin nada espectacular; unas sencillas y normales señales (signos sacramentales): unos trapos que te cubren y un pesebre como cuna. ¡Qué difícil, por lo visto, nos resulta descubrirte en tu venida hoy aquí y ahora! Nos resistimos a no descubrirte en la espectacularidad. Nos resulta difícil descubrirte en lo que no está dentro de nuestro planes, de nuestros esquemas, de nuestra ideología o de nuestra ética. Nos resulta difícil descubrirte en la normalidad y cotidianidad de la vida: en medio de la debilidad, envuelto y arropado en unos trapos y teniendo por cuna un pesebre. Es inimaginable descubrirte ahí, donde menos lo esperamos… Sigues viniendo, sigues acercándote a nosotros, sigues invitándonos a acogerte. ¡Qué paradoja! Nuestro Dios viniendo en medio de nosotros de la manera más normal, sencilla y humilde. “¿No es este el hijo de José? ¿Y su madre no es María? ¿Y sus hermanos..?. Pues sí. Lo son y nosotros mientras tanto... ¿qué? ¿Cómo de Nazaret puede salir algo bueno?
Señor, nos pides que nos vayamos acostumbrando a descubrirte y recibirte en la historia de nuestros días, en medio del espesor de la misma. Y es ahí donde hemos de aprender, de acostumbrarnos y prepararnos a tu última y definitiva venida. “Dichosos ese criado si, al llegar su amo lo encuentra cumpliendo su deber”. ¡Dichoso! Es una dicha tu venida y el que nosotros sepamos acogerte haciendo tu voluntad. Acogerte a ti, encontrarnos contigo. Esa es la dicha, esa es la felicidad. Conocerte en el sentido bíblico: conocerte con la mente, el corazón y las manos. Conocerte a ti. “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti y a tu enviado Jesucristo”. Conocerte como lo hicieron los pastores, como lo hizo María y José. Conocerte y danzar de gozo y volver al mundo llenos de alegría contando “lo que hemos visto y oído”. “Eso es lo que os anunciamos”.
Pero hace falta estar en vela. “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. No os podéis imaginar, no lo podéis programar. Tú, Señor, vienes y nos sorprendes. Por eso, “estad en vela porque no sabéis cuando llegará el esposo”. No sabemos, no nos imaginamos ni cuándo ni dónde. “Estad preparados”. Estad a la espera, a la expectativa. Estad en y vivid en estado de “buena esperanza”. “Vivid en Adviento” porque el Señor ya ha venido, sigue viniendo y vendrá definitivamente. Ese niño de Belén, de la cueva, de Nazaret, el que pasó haciendo el bien, el que nos trajo la salvación colgando de un madero, a quien el Padre le dio la razón resucitándolo, el que nos envió su Espíritu, es el que nos ha dejado dicho: “Yo estaré siempre con vosotros”. Tú eres el que sigues viniendo Crucificado-Resucitado, en los crucificados de este mundo en los que te siguen como Crucificado-Resucitado en tus predilectos, en el encuentro contigo en ellos, en tu Palabra, en tu Eucaristía haciéndose, contigo, uno de ellos, encarnando tu Palabra y haciéndose Eucaristía en medio de este mundo.
Que sepamos prepararnos así, estar así vigilantes para cuando vengas de nuevo. Es así como podremos re-conocerte.
Gracias, Señor, por tu Palabra en las Escrituras. Gracias por tu Palabra en tus predilectos. Gracias por tu presencia en la Eucaristía. Gracias porque nos precedes en la misión entre los pobres. +
La última sección del libro de la Sabiduría (capítulos 10-19) presenta una “relectura teológica” de la historia de la salvación a partir del primer hombre, plasmado por Dios, hasta el paso del mar Rojo. La primera lectura de esta liturgia de la Palabra presenta exactamente algunos momentos de la magna epopeya que fue el Éxodo, que se llevó a cabo sobre todo en la noche de la liberación.
Es bastante probable que el autor del libro de la Sabiduría, que vive en Egipto, esté pasando por la experiencia de la celebración pascual con el rito de las hierbas amargas, del pan partido y de la cintura ceñida. Lo que escribe para consuelo de sus hermanos en la fe tiene valor de «memoria» y, al mismo tiempo, de «actualización». Con estos dos registros pone de relieve el primado de la acción del Dios revelador y liberador, con plena conciencia de que cada intervención de Dios en la historia del hombre tiene como fin primero poner en el centro de la vida del hombre la persona y la acción de Dios. De este modo pretende alimentar y sostener la fe de sus contemporáneos, incluso en la difícil situación histórica de quien debe preservar de las múltiples tentaciones del momento el precioso tesoro de la fe.
Para el autor de este libro bíblico, el Éxodo puede y debe ser releído también como «juicio» de Dios sobre toda la humanidad. Ese juicio está descrito plásticamente por medio de una clara contraposición: por un lado, están «los tuyos», «tu pueblo» —los justos, glorificados por Dios, los hijos de los justos y los santos, a los que Dios les da la luz de su ley y a sí mismo como dulce compañía— y, por otro, están los adversarios que el Señor se ve obligado a castigar porque se resisten a su invitación. Al juzgar, Dios no necesariamente condena, aunque no puede dejar de sustraerse al amor de quien le ha excluido del horizonte de su vida.
Comentario del Salmo 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo. Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «por que...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna,…). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario de la Segunda lectura: Hebreos 11,1-2.8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y construrtor iba a ser Dios.
Como el libro de la Sabiduría, también el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos no es otra cosa que una «relectura teológica» de la historia de la salvación desde Abrahán hasta los profetas. La segunda lectura de esta liturgia de la Palabra se concentra en el acontecer de Abrahán, nuestro padre en la fe, destacando en él, sobre todo, su actitud de fe.
«Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió... Por la fe vivió como extranjero en la tierra que se le había prometido... Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac...»: este estribillo basta para comprender que no sólo la historia de Abrahán, sino la de todos los hombres tiene que ser leída e interpretada a la luz de la fe, entendida como fuente de nueva luz, como viático para nuestro camino. «Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje... ». Junto a la historia del patriarca Abrahán, el autor de la Carta a los Hebreos se preocupa de narrar asimismo la historia de la «matriarca» Sara. Ambos son destinatarios de la misma promesa; ambos reciben de Dios un don extraordinario; ambos asumen ante Dios una actitud de fe; por eso, ambos son herederos de la promesa.
Lo que significa ser hombres y mujeres de fe lo obtenemos claramente en las dos historias trenzadas de Abrahán y de Sara: su obediencia se convierte en una disponibilidad total a la acción de Aquel que los ha elegido para una historia de salvación universal, una historia que supera a sus personas y su destino. Su pobreza personal se convierte, de una manera sorprendente, en riqueza-don de Dios; su soledad, todavía más triste por la falta de un heredero, se resuelve en una indeterminada multitud de herederos; por último, el sacrificio de su hijo único se convierte en símbolo de ese sacrificio que, en la plenitud de los tiempos, Jesús, el Hijo de Dios, ofrecerá por la salvación de toda la humanidad.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 12,32-48. Estad preparados.
La página evangélica de esta liturgia de la Palabra comienza con una de las más bellas declaraciones de Jesús (vv. 32-34). De ella podemos obtener luz para nuestro camino de fe y consuelo para nuestra esperanza de peregrinos. La invitación a no temer y el hecho de tratarnos de «pequeño rebaño», además de la idea del «tesoro» que atrae nuestro corazón, nos las ofrece Jesús como otras tantas verdades capaces de garantizar nuestra fidelidad a la alianza.
Después de habernos tratado por lo que somos, pero, sobre todo, después de habernos indicado lo que complace a Dios, nuestro Padre (su complacencia consiste en hacernos participar en su Reino), Jesús nos confía algunas recomendaciones, que podemos resumir en la actitud de vigilancia. Vigilar, en la jerga bíblica, es una actitud que corresponde a los siervos frente a su señor, e implica expectativa del retorno del Señor, prontitud para recibirle cuando llegue, disponibilidad total en el servicio, plena docilidad a sus mandamientos y, por último, alegría de participar, aunque sea como siervo, en la alegría de las bodas del Señor.
«Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas» (v. 35): si la consideramos bien, no se trata de una invitación genérica a una fidelidad igualmente genérica, sino de un deseo vigoroso por parte del Señor de tener a su lado y en su séquito «siervos buenos y fieles», que no se cansen inútilmente ni se instalen en cómodas posiciones ni, mucho menos, se distraigan del objeto de su espera. Al contrario, sabiendo que el Señor viene cuando menos se le espera, viven el tiempo de la vigilancia y de la espera con ansia extrema y santo temor de Dios. En efecto, aunque los siervos no conocen la hora del regreso, sí conocen la voluntad del señor y saben que es una persona buena e indulgente, pero, al mismo tiempo, justa y exigente.
Serpentea en esta liturgia de la Palabra, de una manera más o menos explícita, el tema de la bienaventuranza: «Dichosos los criados a quienes el amo encuentre vigilantes cuando llegue ¡Dichoso ese criado si, al llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!». Sabemos bien que, según el mensaje bíblico, la bienaventuranza no consiste en un vago consuelo dado a quien se encuentra en una situación de sufrimiento. Hasta las bienaventuranzas que inauguran el magno «sermón del monte» (Mt 5,1-13) son más bien inyecciones de ánimo e invitación a la lucha, a ejemplo de Aquel que es el pobre por excelencia, el misericordioso por antonomasia, el más perseguido de todos. Es, ante todo, la bienaventuranza que brota de la historia humana, cuando ésta es considerada como visitada por Dios, es decir, enriquecida por la presencia de Aquel que, después de haber creado al hombre, no le abandona a su destino, sino que le orienta por el camino de la salvación; de Aquel que, después de haber elegido a su pueblo, no lo deja a merced de los enemigos, sino que lo lleva sano y salvo a la meta feliz de la tierra prometida.
Es, también, la bienaventuranza que procede de la fe, que es un don especial que nos hace Dios a nosotros, peregrinos sobre la tierra. Desde esta perspectiva, fue bienaventurado Abrahán porque creyó y fue también bienaventurada Sara por haber aceptado la promesa del Señor. Ambos fueron bienaventurados por haber sido atraídos totalmente a la órbita de Dios, porque se encaminaron dócilmente por el camino que Dios les había indicado, porque estaban radicalmente convencidos de que Dios también puede resucitar a los muertos.
Es, por último, la bienaventuranza del siervo que se da cuenta de la maravilla que supone poder «conocer» la voluntad de su Señor y se dispone con gozosa libertad a traducirla en obras buenas y en un estilo de vida digno de él. Esa bienaventuranza encuentra la siguiente motivación evangélica: «A quien se le dio mucho se le podrá exigir mucho». Como es obvio, este dicho de Jesús, con el que se cierra la página evangélica que hemos leído hoy, pretende explicitar el dinamismo de la relación que discurre entre Dios y el hombre, cuando esta relación está marcada y es vivida siguiendo la lógica de la alianza, que considera a Dios como primer acto y al hombre como invitado a un diálogo de amor. No hay nada más exigente que el amor cuando éste se encarna en una relación de alianza.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 12, 32-48, para nuestros Mayores. Prestos y preparados para el Señor.
El ocultamiento y la aparente ausencia total del Señor han sido siempre un peso y una prueba para los creyentes. El salmista se plantea afligido la pregunta: « ¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42,4.11). Otras muchas cosas dominan el escenario de la vida y de la experiencia. Hombres, relaciones, fuerzas de la naturaleza, enfermedades, acontecimientos históricos, etc. intervienen de manera decisiva en nuestra vida y tratan de dominarnos. Frente a estas fuerzas y poderes tan perceptibles, Dios aparece lejano y débil. Corremos el riesgo de cansarnos. Nuestra vinculación a él se hace cada vez más frágil, teniendo cada vez un influjo menos determinante en nuestra vida. Corremos el peligro de abandonar la misión que él nos ha asignado y de comportarnos irresponsablemente a nuestro capricho. Con estas parábolas Jesús quiere que tomemos conciencia de tales peligros, mostrando al mismo tiempo lo que el Señor da a los que se mantienen despiertos y permanecen fieles.
Denominador común de todas estas parábolas es la ausencia del señor. Ellas pretenden señalar lo que los siervos deben hacer durante esta ausencia. Su primer cometido es el de estar despiertos y preparados. Según el uso de entonces, quien ha dejado el cinturón y lleva suelto el vestido está dispuesto para el descanso y para dejar el trabajo. Quien se ciñe el vestido con un cinturón está preparado para trabar o para ponerse en viaje. La lámpara encendida hace posible incluso en la noche una actividad imprevista. Por tanto, se requiere prontitud a todas las horas. La sucesiva comparación con la venida de un ladrón subraya que la venida del Señor puede ser imprevista e inesperada, que no hay momento alguno en que no se deba contar con él.
Las parábolas expresan sobre todo que entre el ausente y los presentes hay una relación de superioridad-subordinación. Los presentes no son dueños libres de sí mismos. Deben regular su comportamiento y su actuación según la voluntad del señor.
La ausencia del señor comporta, como consecuencia casi necesaria, que la vinculación a él se debilite, que su influjo se haga menos determinante. Los hombres tenemos necesidad de la presencia del otro, del encuentro continuo con él, si queremos que una relación permanezca fuerte y viva. Así dice un proverbio: «Ojos que no ven, corazón que no siente». El hecho de que en la parábola se pida constante vigilancia y constante prontitud indica que la orientación hacia el Señor debe ser intensa y viva. Aun cuando no lo vean los ojos, él debe ser sentido en el corazón. Nuestro corazón debe estar lleno de él. Son muchos los modos en que el Señor ausente se hace presente: en el pan y en el vino eucarísticos, signos de su cuerpo y de su sangre; en su palabra; en los necesitados, en los cuales sale él mismo a nuestro encuentro (cf. Mt 25,31-46); en los hombres que han sido modelados por él a su imagen, que ido tomando forma en el encuentro vivo con él. Los siervos deben dejarse conducir por todo esto hacia el señor, permaneciendo unidos vitalmente a él. Si así lo hacen, si permanecen unidos a él de este modo, él puede llegar en el momento que quiera. Están despiertos y preparados.
De modo inaudito se describe a continuación la reacción del señor ante un comportamiento así por parte de sus siervos. El se pone en su lugar. Asume la tarea del ciervo y los trata como si fueran sus señores. Los hace sentar a la mesa y los sirve en el banquete. Para él tiene tanto valor su comportamiento que expresa así su gozo y su reconocimiento. El sigue siendo el señor —por esto precisamente es tan significativo su servicio— y ellos siguen siendo los siervos —por esto precisamente es tan grande el honor que experimentan—. Pero se ve que esta relación señor-siervo no es inhumana ni impersonal. El señor desea que sus siervos estén unidos continuamente a él de modo personal y cordial, y sabe valorar de manera muy personal ese comportamiento. Los siervos deben sentir en su corazón a su señor ausente y deben dejarse guiar por su voluntad. Pero pueden estar también seguros de que el señor tiene un corazón para ellos.
Todos los siervos deben estar despiertos cuando el señor llegue. Pero, tal como se esclarece tras la pregunta de Pedro, hay siervos que tienen una particular responsabilidad. A ellos les ha confiado el señor una función de mando y de guía en el ámbito de los siervos. Esto entraña un peligro particular y por esto son responsables de un modo especial. Sólo son administradores, no jefes por derecho propio. A ellos se les pide fidelidad a las disposiciones del señor y prudencia. Deben preocuparse de los otros siervos y estar a su servicio. No pueden en absoluto liberarse de su vinculación con el señor ausente, sino que han de vivir esta vinculación de una manera muy intensa. Si se aprovechan de su posición y tratan despóticamente a sus compañeros, serán sancionados con un castigo personal. Si por el contrario se muestran dignos de crédito, el señor les manifestará de modo especial su reconocimiento y su confianza.
Irrenunciables son la vinculación al señor y la fidelidad a la misión que el señor les ha confiado. Vinculación y fidelidad han de ser mantenidas por encima de todas las dificultades que provengan de la presencia tan poco perceptible y experimentable del señor. Estas exigencias presentadas en las parábolas no son órdenes arbitrarias. Manifiestan lo que es interiormente necesario como preparación a la venida y a la presencia visible del Señor, como preparación a la plena comunión con él.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 12,32-48, de Joven para Joven. La parábola de los criados.
Jesús insiste mucho en la necesidad de estar preparados en el evangelio de este domingo. Se trata de una necesidad siempre actual. La primera lectura nos muestra que los judíos estaban preparados para el éxodo. La segunda lectura nos habla de la fe, que es también un aspecto de la prontitud.
Jesús insiste otras veces en el Evangelio en la necesidad de estar preparados. En esta perícopa presenta la parábola de los criados que esperan el regreso del señor.
Éste se ha marchado; debe regresar; pero no se sabe exactamente cuándo, a qué hora. Por consiguiente, los criados deben estar preparados, con las cinturas ceñidas y las lámparas encendidas, para poder abrirle enseguida y demostrarle así que le estaban esperando.
Por otra parte, Jesús, respondiendo a Pedro, muestra un aspecto de esta espera del señor: el que no espera el regreso del señor y piensa que tardará mucho, se toma todo tipo de libertades, se entrega a múltiples abusos. El administrador que está a la cabeza de la servidumbre y piensa «Mi amo tarda en llegar», empieza a pegar a los otros criados y criadas, y a emborracharse. Cuando no se espera al señor, se vuelven posibles todos los excesos.
Estar preparados significa tener una relación anticipada con el dueño que debe regresar. Lo más importante para un criado que está preparado es la relación con su señor. Anticipa el regreso de su señor, piensa en lo que su señor desea encontrar a su llegada, y actúa de manera que el señor esté verdaderamente contento.
Esta actitud es fundamental para la vida cristiana: tenemos que estar preparados, porque esperamos a Cristo. No se trata de estar preparados para partir, para hacer un viaje, sino de estar preparados para esperar a una persona, el Señor.
Lo principal para nosotros es la relación con él. Debemos estar constantemente disponibles para lo que él quiera de nosotros; debemos hacer su voluntad, corresponder siempre a sus deseos, ser capaces de hacerlo con una disponibilidad perfecta.
Ahora bien, si nos olvidamos de esta espera del Señor, tomaremos una dirección equivocada en nuestra vida, buscaremos otras satisfacciones, otros goces, iremos de acá para allá, y nuestra vida perderá su orientación, que debería ser la del amor al Señor.
En cambio, el que lo hace todo con esta orientación no tiene motivo alguno para temer cuando vuelva el Señor: estará preparado y podrá recibirle con alegría.
El Evangelio nos dice que el Señor le manifestará entonces una generosidad extraordinaria: «Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, es decir, se pondrá en condiciones de trabajar, les hará sentar a la mesa y los irá sirviendo». El señor se convertirá en criado para servir a sus siervos. ¡Una generosidad completamente inesperada!
Jesús nos hace comprender así cómo es su generosidad con nosotros. No vaciló en hacerse siervo de los siervos; él, señor y maestro, nuestro Señor, se puso a lavar los pies de sus apóstoles, a fin de mostrarles el camino del servicio y del amor (cf. Juan 13,3- 17). El servicio y el amor deben ir siempre, efectivamente, juntos: el amor sin el servicio está vacío, y el servicio sin el amor no es perfecto.
Pidámosle al Señor la gracia de estar siempre dispuestos para recibirle cuando vuelva. Esto sucederá, a buen seguro, a cada uno de nosotros en el momento de su muerte. No debemos aceptar nunca no estar en gracia de Dios, en una posición que provocaría una justa condena por parte del Señor.
Debemos estar preparados también para acoger las inspiraciones que el Señor nos lanza en todos los momentos de la vida, y hacer que nuestra vida corresponda siempre a sus deseos y, por consiguiente, sea una vida bella, rica en buenas obras, realizadas con la gracia del Señor.
Estar dispuestos significa así estar atentos a discernir los deseos del Señor, a fin de poder corresponder a los mismos. Es muy bella una vida cristiana en la que la relación con el Señor está siempre presente e infunde una gran esperanza y una gran caridad.
El autor del libro de la Sabiduría nos recuerda en la primera lectura que los judíos estaban preparados en el momento de su salida de Egipto: «Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables».
Los judíos estaban preparados para la intervención de Dios, que venía para un juicio. Por eso ofrecían sacrificios en secreto y prometían ya, también en secreto, ser todos igualmente partícipes de los bienes y de los peligros. Se encontraban así en una situación de amor fraterno y de alabanza a Dios.
El autor de la Carta a los Hebreos nos habla, en la segunda lectura, de la fe como «seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve». Más exactamente, como «medio de poseer ya por anticipado las cosas que esperamos, y como medio para conocer las cosas que no vemos».
La fe constituye realmente el fundamento de toda nuestra vida cristiana. Sin ella, no hay esperanza. Sin ella, no hay caridad, no hay adhesión a la voluntad de Dios en el amor.
Dios había educado ya a su pueblo, en el Antiguo Testamento, para que tuviera fe, a partir de Abrahán. Este tuvo una fe perfecta, que le impulsaba a la docilidad total a Dios. Dice el autor: «Por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba».
La fe nos proporciona la capacidad de ser dóciles a Dios, sin querer saber lo que nos pedirá, hacia qué meta nos conducirá.
La fe nos hace superar todas las realizaciones provisionales, que son sólo etapas de nuestro camino espiritual. Afirma el autor: «Por fe vivió Abrahán como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas —y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa—». No poseían aún la tierra prometida; o, mejor, la poseían sólo en esperanza, gracias a la fe.
La fe permite también realizar empresas que superan las fuerzas del hombre: «Por fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fió de la promesa.
La fe suscita la capacidad de heroísmo cuando nos damos cuenta de que la voluntad de Dios es muy exigente: «Por fe Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac». Isaac era el hijo único de Abrahán, por medio del cual habría de tener la descendencia innumerable que Dios le había prometido. Sin embargo, Abrahán no vaciló en ir al monte sobre el que Dios le había pedido que le sacrificara a su hijo.
El autor se explica, a continuación: «Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro». Abrahán estaba convencido de que Dios es capaz de superar hasta el obstáculo de la muerte, de hacer resucitar de entre los muertos. La fe le enseñaba todo esto, y le hacía prever que Dios encontraría algún medio para cumplir sus promesas de una manera magnífica.
Y, efectivamente, Abrahán recuperó a Isaac después de este sacrificio, que había empezado, pero no llegado a su término. La voluntad de Dios no era, en efecto, que Abrahán le ofreciera a Isaac en holocausto.
En consecuencia, la fe es una base excelente para toda la existencia. Ella obtiene de Dios una acogida maravillosa; con ella podemos obtener gracias extraordinarias.
La fe nos comunica asimismo la fuerza para superar todas las pruebas y seguir adelante con valor y generosidad, para llevar adelante el proyecto de Dios: un proyecto muy positivo, que va más allá de nuestra imaginación.
La fe es la condición para estar preparados. Gracias a ella estaremos preparados, porque esperaremos la intervención del Señor, sabremos que él nos quiere y nos guía. Así podremos vivir con generosidad y con una confianza plena.
Elevación Espiritual para este día.
Impulsados por la caridad que procede de Dios, hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (cf. Gal 6,10), despojándose «de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias» (1 Pe 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que «se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5), hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbecen por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (cf. Gal 5,26), sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (cf. Lc 14,26), a padecer persecución por la justicia (cf. Mt 5,10), recordando las palabras del Señor: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.
Reflexión Espiritual para el día.
Dichosos los que han optado por vivir con sobriedad para compartir sus bienes con los más pobres.
Dichosos los que renuncian a más ofertas de trabajo para resolver los problemas de los parados.
Dichosos los funcionarios que agilizan los trámites burocráticos e intentan resolver los problemas de las personas no informadas.
Dichosos los banqueros, los comerciantes y los agentes de venta que no se aprovechan de las situaciones para aumentar sus beneficios.
Dichosos los políticos y los sindicalistas que se comprometen a encontrar soluciones concretas al paro.
Dichosos nosotros cuando dejemos de pensar: « ¿Qué mal hay en defraudar? Lo hacen todos...».
Entonces, la vida social se convertirá en una anticipación del Reino de los Cielos (Paul Abela).
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Riqueza en el cielo.
Señor, tu viniste y “el mundo no te reconoció”, pero a los que te reconocieron … Tu viniste y los responsables del pueblo no te reconocieron. María, José, los pastores… esos sí que te reconocieron. Las consecuencias fueron claras: Se alegraron, tu gloria los cubrió y supieron reaccionar; se pusieron en marcha y marcharon a tu encuentro. Y allí, en la gruta y en el pesebre, supieron descubrirte. Señor, tu vendrás de manera definitiva ¿Cómo nos encontrarás? Pero tú, Señor, sigues viniendo. Me gustaría, Señor, hacer como los pastores, que al mínimo susurro de tu presencia, me ponga en marcha y camine hacia tu encuentro. Tú sigues viniendo, tú estás en medio de nosotros: “Yo estaré siempre con vosotros”. Tú te sigues haciendo presente en los pesebres y en las cuevas de hoy día. Tenemos pocas y sencillas señales, pero muy significativas: “encontraréis a Dios hecho hombre en medio de la debilidad de un niño pobres, en medio de una familia pobres y sencilla, en medio de la noche, casi como en la clandestinidad, sin nada espectacular; unas sencillas y normales señales (signos sacramentales): unos trapos que te cubren y un pesebre como cuna. ¡Qué difícil, por lo visto, nos resulta descubrirte en tu venida hoy aquí y ahora! Nos resistimos a no descubrirte en la espectacularidad. Nos resulta difícil descubrirte en lo que no está dentro de nuestro planes, de nuestros esquemas, de nuestra ideología o de nuestra ética. Nos resulta difícil descubrirte en la normalidad y cotidianidad de la vida: en medio de la debilidad, envuelto y arropado en unos trapos y teniendo por cuna un pesebre. Es inimaginable descubrirte ahí, donde menos lo esperamos… Sigues viniendo, sigues acercándote a nosotros, sigues invitándonos a acogerte. ¡Qué paradoja! Nuestro Dios viniendo en medio de nosotros de la manera más normal, sencilla y humilde. “¿No es este el hijo de José? ¿Y su madre no es María? ¿Y sus hermanos..?. Pues sí. Lo son y nosotros mientras tanto... ¿qué? ¿Cómo de Nazaret puede salir algo bueno?
Señor, nos pides que nos vayamos acostumbrando a descubrirte y recibirte en la historia de nuestros días, en medio del espesor de la misma. Y es ahí donde hemos de aprender, de acostumbrarnos y prepararnos a tu última y definitiva venida. “Dichosos ese criado si, al llegar su amo lo encuentra cumpliendo su deber”. ¡Dichoso! Es una dicha tu venida y el que nosotros sepamos acogerte haciendo tu voluntad. Acogerte a ti, encontrarnos contigo. Esa es la dicha, esa es la felicidad. Conocerte en el sentido bíblico: conocerte con la mente, el corazón y las manos. Conocerte a ti. “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti y a tu enviado Jesucristo”. Conocerte como lo hicieron los pastores, como lo hizo María y José. Conocerte y danzar de gozo y volver al mundo llenos de alegría contando “lo que hemos visto y oído”. “Eso es lo que os anunciamos”.
Pero hace falta estar en vela. “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. No os podéis imaginar, no lo podéis programar. Tú, Señor, vienes y nos sorprendes. Por eso, “estad en vela porque no sabéis cuando llegará el esposo”. No sabemos, no nos imaginamos ni cuándo ni dónde. “Estad preparados”. Estad a la espera, a la expectativa. Estad en y vivid en estado de “buena esperanza”. “Vivid en Adviento” porque el Señor ya ha venido, sigue viniendo y vendrá definitivamente. Ese niño de Belén, de la cueva, de Nazaret, el que pasó haciendo el bien, el que nos trajo la salvación colgando de un madero, a quien el Padre le dio la razón resucitándolo, el que nos envió su Espíritu, es el que nos ha dejado dicho: “Yo estaré siempre con vosotros”. Tú eres el que sigues viniendo Crucificado-Resucitado, en los crucificados de este mundo en los que te siguen como Crucificado-Resucitado en tus predilectos, en el encuentro contigo en ellos, en tu Palabra, en tu Eucaristía haciéndose, contigo, uno de ellos, encarnando tu Palabra y haciéndose Eucaristía en medio de este mundo.
Que sepamos prepararnos así, estar así vigilantes para cuando vengas de nuevo. Es así como podremos re-conocerte.
Gracias, Señor, por tu Palabra en las Escrituras. Gracias por tu Palabra en tus predilectos. Gracias por tu presencia en la Eucaristía. Gracias porque nos precedes en la misión entre los pobres. +
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