14 de Agosto2010. SÁBADO DE LA XIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN MAXIMILIANO KOLBE, presbítero y mártir, Memoria obligatoria.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ez 18,1-10.13b.30-32: Juzgaré a cada uno según su proceder
Salmo responsorial 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Mt 19,13-15: Dejen que los niños se acerquen a mí
Para muchos de nosotros, escuchar un texto como el del profeta Ezequiel que nos propone la liturgia de la Palabra este día, donde se nos dice quiénes y por qué serán condenados, tal vez pueda producirnos cierta satisfacción interior porque no habremos cometido la lista de iniquidades que el profeta enumera; pero, ¡atención!: lo que Dios manifiesta al pueblo de Israel y a nosotros no sólo se refiere a actos puntuales de conducta muy condenables, sino al amor a Dios y al prójimo que debe brotar de la actitud de conversión, el que ha de traducirse en un compromiso cotidiano de fidelidad y solidaridad creativa y efectiva. Cuántas veces hemos sido como los discípulos del evangelio de hoy, obstáculo para que otros tengan la oportunidad de encontrarse con el Señor. Ser discípulo no es tarea fácil; más bien es un compromiso estricto de negación de muchas de nuestras tendencias, para ir en pos de aquél que es el camino, la verdad y la vida. Permitamos -desde un testimonio de vida coherente, donde no existan la mentira, la injusticia, el odio y el orgullo-, el encuentro de los otros como el de nosotros con Jesucristo en nuestro diario vivir.
PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 18, 1-10. 13b. 30-32
Os juzgaré a cada uno según su proceder
Me vino esta palabra del Señor: "¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel: "Los padres comieron agraces, y los hijos tuvieron dentera"? Por mi vida os juro -oráculo del Señor- que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel. Sabedlo: todas las vidas son mías; lo mismo que la vida del padre, es mía la vida del hijo; el que peca es el que morirá.
El hombre que es justo, que observa el derecho y la justicia, que no come en los montes, levantando los ojos a los ídolos de Israel, que no profana a la mujer de su prójimo, ni se llega a la mujer en su regla, que no explota, sino que devuelve la prenda empeñada, que no roba, sino que da su pan al hambriento y viste al desnudo, que no presta con usura ni acumula intereses, que aparta la mano de la iniquidad y juzga imparcialmente los delitos, que camina según mis preceptos y guarda mis mandamientos, cumpliéndolos fielmente: ese hombre es justo, y ciertamente vivirá -oráculo del Señor-.
Si éste engendra un hijo criminal y homicida, que quebranta alguna de estas prohibiciones, ciertamente no vivirá; por haber cometido todas esas abominaciones, morirá ciertamente y será responsable de sus crímenes.
Pues bien, casa de Israel, os juzgaré a cada uno según su proceder -oráculo del Señor-. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no caeréis en pecado. Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de Israel. Pues no quiero la muerte de nadie -oráculo del Señor-. ¡Arrepentíos y viviréis!"
Palabra de Dios
SEGUNDA LECTURA
Salmo responsorial: 50
R/.Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, /no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. R.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 19, 13-15
No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los cielos
En aquel tiempo le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos les regañaban. Jesús dijo: "Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los cielos". Les impuso las manos y se marchó de allí.
Palabra del Señor.
MISA VESPERTINA DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.
LITURGIA DE LA PALABRA
-1Cro 15,3-4.15-16; 16,1-2. Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había prometido
-Sal 131. R/. Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder.
-1Co 15,54-57. Nos da la victoria por Jesucristo.
-Lc 11,27-28. Dichoso el vientre que te llevó.
El culto a los mártires y a los confesores de la fe se introdujo muy pronto en las ancestrales costumbres de veneración a los antepasados y a su memoria. El culto a la Virgen María nació más tarde, debido a la discreción de los evangelios sobre ella. Su papel parece haber terminado una vez que trajo al mundo a su hijo y completó su primera educación. Efectivamente, después de Pentecostés las Escrituras no dicen nada de ella. Sin embargo, no está ausente de la piedad cristiana antigua. La oración Sub tuum praesidium, «Bajo tu protección nos acogemos», se remonta al siglo III. Pero fue el concilio de Éfeso (431) el que dio impulso a la devoción mariana, al decretar que María es verdaderamente «madre de Dios», Theotokos en griego. Desde entonces se le dedicaron numerosas iglesias, empezando por Santa María la Mayor, construida en Roma por el papa Sixto III (432-440).
El origen de la fiesta de la Asunción es más oscuro. No lejos de Jerusalén, la leyenda señalaba un lugar llamado Koinesis («acto de recostarse para descansar» o «muerte»). Hacia finales del siglo V, el 15 de agosto se celebraba ya una fiesta en la basílica edificada en Getsemaní, donde se suponía que se encontraba la tumba de la Virgen. Se trataba, pues, de la «Dormición» de la Madre de Dios, y no de su entrada en la gloria. El emperador Mauricio (539-602) la impuso a todo el Imperio de Oriente. En Roma, a partir del siglo VI, se encuentra una fiesta mariana el 1 de enero. Hacia el año 660 se introdujo la fecha del 15 de agosto, que, bajo el pontificado de Sergio, de origen sirio (687-702), se llama «la Dormición». El término «Asunción» aparece hacia el 770. Con espíritu abierto, la Santa Sede se ha conformado con tutelar la expresión litúrgica de la piedad mariana: el «calendario romano» en uso hasta el 1 de enero de 1970, contaba al menos con diecinueve fiestas de la Virgen. Con la definición de los dogmas de la Inmaculada Concepción por Pío IX (8 de diciembre de 1854), y de la Asunción por Pío XII (1 de noviembre de 1950), el magisterio romano se comprometió de forma más decisiva. El misal de Pablo VI (1969) ha integrado claramente las fiestas de la Virgen, y en particular la de la Asunción, en la dinámica del misterio de la salvación, objeto primordial de la fe cristiana y de la liturgia. María, sierva perfecta del Señor y madre de Dios, la primera salvada, ha sido también la primera asociada a la gloria de su Hijo.
PRIMERA LECTURA
1Cro 15,3-4.15-16; 16,1-2
Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había prometido
En el marco de la fiesta de este día, el traslado solemne del arca de la alianza al santuario de Jerusalén evoca la entronización en el cielo de la Virgen María, el «arca» que llevó en su seno a la Palabra de Dios. Quien preside esta liturgia y bendice al pueblo es el Señor mismo, representado por David.
Lectura del primer libro de las Crónicas En aquellos días, David congregó en Jerusalén a todos los israelitas, para trasladar el arca del Señor al lugar que le había preparado. Luego reunió a los hijos de Aarón y a los levitas. Luego los levitas se echaron los varales a los hombros y levantaron en peso el arca de Dios, tal como había mandado Moisés por orden del Señor.
David mandó a los jefes de los levitas organizar a los cantores de sus familias, para que entonasen cantos festivos acompañados de instrumentos, arpas, cítaras y platillos.
Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había preparado. Ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión a Dios y, cuando David terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial .131
R/.Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder.
Oímos que estaba en Efrata, la encontramos en el Soto de Jaar: entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies. R.
Que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen. Por amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu Ungido. R.
Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: «Esta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo». R.
SEGUNDA LECTURA
1Co 15,54-57
Nos da la victoria por Jesucristo.
Este himno a Dios, vencedor de la muerte por Jesucristo, es hoy el canto de acción de gracias de la Iglesia que celebra la entrada de la Virgen en el cielo.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios Hermanos: Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vis¬ta de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?». El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la Ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Lc 11,27-28
Dichoso el vientre que te llevó.
Lectura del santo evangelio según san Lucas En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ez 18,1-10.13b.30-32: Juzgaré a cada uno según su proceder
Salmo responsorial 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Mt 19,13-15: Dejen que los niños se acerquen a mí
Para muchos de nosotros, escuchar un texto como el del profeta Ezequiel que nos propone la liturgia de la Palabra este día, donde se nos dice quiénes y por qué serán condenados, tal vez pueda producirnos cierta satisfacción interior porque no habremos cometido la lista de iniquidades que el profeta enumera; pero, ¡atención!: lo que Dios manifiesta al pueblo de Israel y a nosotros no sólo se refiere a actos puntuales de conducta muy condenables, sino al amor a Dios y al prójimo que debe brotar de la actitud de conversión, el que ha de traducirse en un compromiso cotidiano de fidelidad y solidaridad creativa y efectiva. Cuántas veces hemos sido como los discípulos del evangelio de hoy, obstáculo para que otros tengan la oportunidad de encontrarse con el Señor. Ser discípulo no es tarea fácil; más bien es un compromiso estricto de negación de muchas de nuestras tendencias, para ir en pos de aquél que es el camino, la verdad y la vida. Permitamos -desde un testimonio de vida coherente, donde no existan la mentira, la injusticia, el odio y el orgullo-, el encuentro de los otros como el de nosotros con Jesucristo en nuestro diario vivir.
PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 18, 1-10. 13b. 30-32
Os juzgaré a cada uno según su proceder
Me vino esta palabra del Señor: "¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel: "Los padres comieron agraces, y los hijos tuvieron dentera"? Por mi vida os juro -oráculo del Señor- que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel. Sabedlo: todas las vidas son mías; lo mismo que la vida del padre, es mía la vida del hijo; el que peca es el que morirá.
El hombre que es justo, que observa el derecho y la justicia, que no come en los montes, levantando los ojos a los ídolos de Israel, que no profana a la mujer de su prójimo, ni se llega a la mujer en su regla, que no explota, sino que devuelve la prenda empeñada, que no roba, sino que da su pan al hambriento y viste al desnudo, que no presta con usura ni acumula intereses, que aparta la mano de la iniquidad y juzga imparcialmente los delitos, que camina según mis preceptos y guarda mis mandamientos, cumpliéndolos fielmente: ese hombre es justo, y ciertamente vivirá -oráculo del Señor-.
Si éste engendra un hijo criminal y homicida, que quebranta alguna de estas prohibiciones, ciertamente no vivirá; por haber cometido todas esas abominaciones, morirá ciertamente y será responsable de sus crímenes.
Pues bien, casa de Israel, os juzgaré a cada uno según su proceder -oráculo del Señor-. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no caeréis en pecado. Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de Israel. Pues no quiero la muerte de nadie -oráculo del Señor-. ¡Arrepentíos y viviréis!"
Palabra de Dios
SEGUNDA LECTURA
Salmo responsorial: 50
R/.Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, /no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. R.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 19, 13-15
No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los cielos
En aquel tiempo le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos les regañaban. Jesús dijo: "Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los cielos". Les impuso las manos y se marchó de allí.
Palabra del Señor.
MISA VESPERTINA DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.
LITURGIA DE LA PALABRA
-1Cro 15,3-4.15-16; 16,1-2. Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había prometido
-Sal 131. R/. Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder.
-1Co 15,54-57. Nos da la victoria por Jesucristo.
-Lc 11,27-28. Dichoso el vientre que te llevó.
El culto a los mártires y a los confesores de la fe se introdujo muy pronto en las ancestrales costumbres de veneración a los antepasados y a su memoria. El culto a la Virgen María nació más tarde, debido a la discreción de los evangelios sobre ella. Su papel parece haber terminado una vez que trajo al mundo a su hijo y completó su primera educación. Efectivamente, después de Pentecostés las Escrituras no dicen nada de ella. Sin embargo, no está ausente de la piedad cristiana antigua. La oración Sub tuum praesidium, «Bajo tu protección nos acogemos», se remonta al siglo III. Pero fue el concilio de Éfeso (431) el que dio impulso a la devoción mariana, al decretar que María es verdaderamente «madre de Dios», Theotokos en griego. Desde entonces se le dedicaron numerosas iglesias, empezando por Santa María la Mayor, construida en Roma por el papa Sixto III (432-440).
El origen de la fiesta de la Asunción es más oscuro. No lejos de Jerusalén, la leyenda señalaba un lugar llamado Koinesis («acto de recostarse para descansar» o «muerte»). Hacia finales del siglo V, el 15 de agosto se celebraba ya una fiesta en la basílica edificada en Getsemaní, donde se suponía que se encontraba la tumba de la Virgen. Se trataba, pues, de la «Dormición» de la Madre de Dios, y no de su entrada en la gloria. El emperador Mauricio (539-602) la impuso a todo el Imperio de Oriente. En Roma, a partir del siglo VI, se encuentra una fiesta mariana el 1 de enero. Hacia el año 660 se introdujo la fecha del 15 de agosto, que, bajo el pontificado de Sergio, de origen sirio (687-702), se llama «la Dormición». El término «Asunción» aparece hacia el 770. Con espíritu abierto, la Santa Sede se ha conformado con tutelar la expresión litúrgica de la piedad mariana: el «calendario romano» en uso hasta el 1 de enero de 1970, contaba al menos con diecinueve fiestas de la Virgen. Con la definición de los dogmas de la Inmaculada Concepción por Pío IX (8 de diciembre de 1854), y de la Asunción por Pío XII (1 de noviembre de 1950), el magisterio romano se comprometió de forma más decisiva. El misal de Pablo VI (1969) ha integrado claramente las fiestas de la Virgen, y en particular la de la Asunción, en la dinámica del misterio de la salvación, objeto primordial de la fe cristiana y de la liturgia. María, sierva perfecta del Señor y madre de Dios, la primera salvada, ha sido también la primera asociada a la gloria de su Hijo.
PRIMERA LECTURA
1Cro 15,3-4.15-16; 16,1-2
Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había prometido
En el marco de la fiesta de este día, el traslado solemne del arca de la alianza al santuario de Jerusalén evoca la entronización en el cielo de la Virgen María, el «arca» que llevó en su seno a la Palabra de Dios. Quien preside esta liturgia y bendice al pueblo es el Señor mismo, representado por David.
Lectura del primer libro de las Crónicas En aquellos días, David congregó en Jerusalén a todos los israelitas, para trasladar el arca del Señor al lugar que le había preparado. Luego reunió a los hijos de Aarón y a los levitas. Luego los levitas se echaron los varales a los hombros y levantaron en peso el arca de Dios, tal como había mandado Moisés por orden del Señor.
David mandó a los jefes de los levitas organizar a los cantores de sus familias, para que entonasen cantos festivos acompañados de instrumentos, arpas, cítaras y platillos.
Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había preparado. Ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión a Dios y, cuando David terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial .131
R/.Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder.
Oímos que estaba en Efrata, la encontramos en el Soto de Jaar: entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies. R.
Que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen. Por amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu Ungido. R.
Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: «Esta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo». R.
SEGUNDA LECTURA
1Co 15,54-57
Nos da la victoria por Jesucristo.
Este himno a Dios, vencedor de la muerte por Jesucristo, es hoy el canto de acción de gracias de la Iglesia que celebra la entrada de la Virgen en el cielo.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios Hermanos: Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vis¬ta de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?». El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la Ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Lc 11,27-28
Dichoso el vientre que te llevó.
Lectura del santo evangelio según san Lucas En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: Ez 18, 1-10.13b.30-32. Os juzgaré a cada uno según su proceder.
Buscar excusas para nuestras propias culpas, achacar a los otros los males que sufrimos es algo instintivo. En ambos casos intentamos desviar de nosotros mismos la responsabilidad del pasado, el compromiso con el presente y el futuro. También en tiempos de Ezequiel existía este juego de echarse las culpas unos a otros, apoyándose en textos de la Escritura (Dt 5,9; 29,18-21; Ex 20,5) y en proverbios como los citados y referidos por el mismo Ezequiel (por ejemplo, 18,2). La palabra del profeta representa un giro crucial en el pensamiento sobre la solidaridad y sobre la retribución: cada uno carga con la responsabilidad de sus propios actos, cada uno tendrá la retribución que merezca por ellos.
Aunque ya desde los comienzos se conocía una responsabilidad individual (Gn 18,25), había predominado el concepto de responsabilidad colectiva (Jos 7). Ezequiel se convierte en el teorizador de la responsabilidad individual. El profeta llama a la conversión, pero choca contra la mentalidad fatalista de sus contemporáneos: ¿de qué les sirve convertirse, si están pagando las culpas de sus padres? Ante esta concepción popular; Ezequiel muestra que la Ley lanza una llamada a la responsabilidad personal. La salvación de un individuo no depende de sus antepasados, ni de sus parientes más próximos (Ez 18,10-18), ni siquiera de su pasado (vv. 21-23). Lo que cuenta siempre de verdad es la disposición actual del corazón (vv. 5-9). Según esta mentalidad, existe un remedio para un pasado de iniquidad: la conversión para obtener la vida (vv 30-32).
Esta llamada no ha perdido actualidad. Todavía hoy, con una mentalidad fatalista o gregaria, nos referimos al «destino» o a la «pertenencia» a un grupo para quitarnos de encima la responsabilidad de lo que hemos hecho o de lo que haremos, para no comprometernos propiamente. Ciertamente, constituye siempre un problema vivo mostrarse solidarios con la comunidad sin alienamos de nosotros mismos, cargar con las propias responsabilidades sin aislarnos de ella. La conversión y las obras de justicia y de caridad deben ser personales sin ser individualistas.
Comentario del Salmo 50. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50.
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos,
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..
Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 13-15. No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.
La subida de Cristo a Jerusalén está salpicada por numerosos episodios en los que se encuentra con gente humilde y despreciada, con gran escándalo de aquellos que le acompañan. Diríase que, al descubrir su propia vocación de ser despreciado y doliente, Jesús se aproxima a aquellos que presentan el mismo rostro.
Por eso, el cuadro de los niños que presentan a Jesús lo tiene que ser confundido con el del martes pasado. El punto clave es diferente. Allí se trataba de la conversión y ello exigía hacerse pequeños; aquí, en cambio se habla de Jesús. Este manifiesta su intención de no alejar a nadie de su Reino; cuando dice «como ellos» (v. 14b) no se refiere a la edad, sino que quiere poner de relieve que se trata de «los que se parecen a ellos». En la antigüedad no se consideraba a los niños como gente importante en la sociedad; Jesús, sin embargo, los convierte en los privilegiados en el Reino de Dios, los admite de modo complacido en la vida de la comunidad cristiana. Y junto con ellos admite y prefiere a los marginados, a los ignorados, a los despreciados, a los excluidos de la convivencia humana.
La actitud de los discípulos, que impiden a los pequeños acercarse a él, significa la incomprensión del ministerio de Cristo Jesús es alguien que acoge a los pequeños para darles el Reino. Ay de aquel que impida a otros acercarse a Jesús. La imposición de las manos sobre los niños y la oración es un gesto de bendición (v. 13. 15) y constituyen, asimismo, un signo de que la salvación se entrega a todos: a los niños, aunque no en sentido cronológico, sino en el de los humildes, los pobres, los pacíficos… de las bienaventuranzas. A modo de inciso: la oración y el gesto de Jesús sobre los niños fueron interpretados por la Iglesia antigua como fundamento del bautismo de los niños.
Los niños fueron «presentados» a Jesús «para que les impusiera las manos y orase». Fueron «presentados» tal vez porque eran verdaderamente pequeños y no sabían caminar todavía solos. Esa es la situación de todo hombre que busca la bendición de Dios y es incapaz de ir a él. Tenemos necesidad de «madres» que nos presenten a Jesús, que no tengan miedo a este Maestro. También tenemos necesidad de dejarnos presentar a Jesús, cosa que sólo es posible si tenemos el espíritu de los niños; si queremos hacerlo solos, tal vez no lleguemos.
Algunos querían impedírselo: llegamos a Dios, a conocerlo y a amarlo de verdad, sólo cuando nos encontramos en la madurez, cuando somos capaces de realizar gestos de adulto. Durante mucho tiempo se ha pensado —y todavía se piensa— que los niños no pueden ser santos. Jesús nos dice que precisamente «de los que son como ellos es el Reino de los Cielos». Nos vienen a la mente todos aquellos que fueron presentados a Jesús para que los curara: el paralítico, el ciego... Quizás nuestra única decisión, la única que tendrá éxito, es la de «dejarnos presentar». ¿Quién nos presentará? En el rostro de esas madres entrevemos al Espíritu del amor: Podernos realizar aún una ulterior reflexión. Con el gesto de la imposición de las manos acompañado de la oración es posible que Jesús quiera darnos a entender que pretende confiar a los niños un poder, una misión en relación con el Reino: los niños no solo forman parte del Reino, sino que tienen asimismo el poder de hacer entrar en él. Será verdadero discípulo y apóstol quien se haga niño.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 13-15, para nuestros Mayore.De los que son como niños. es el reino de los cielos.
El rito de la imposición de manos y la bendición de los niños era corriente en la época. Lo hacían los padres, pero se pedía también la bendición de los rabinos famosos. En esta ocasión acuden a Jesús con los niños, para que los bendiga, teniendo en cuenta la fama que el joven rabino de Galilea había adquirido con su enseñanza y los milagros que realizaba. A todo ello se unía la fama de Jesús como persona de oración. Era maestro de oración y, según nos dicen los evangelistas, acudía a ella con frecuencia (14, 23; Mc 1, 35...).
El evangelista Mateo nos ha ofrecido ya otra escena en la que aparece Jesús con los niños (ver el comentario a 18, 1-5). En aquella ocasión los niños juegan un papel funcional. Entran en escena para simbolizar la actitud que deben tener los que deseen pertenecer al reino: deben hacerse como los niños. Y la cualidad esencial que en ellos se destaca es la humildad, la impotencia frente a la vida, la necesidad que tienen de los padres... Todo ello debe poner de relieve la actitud del hombre frente al reino, ante el cual todos nos hallamos en la misma situación de imposibilidad, de impotencia, de mendicidad sustantiva: de Dios nace la iniciativa y su gracia se derrama sobre el hombre cuando éste se siente así de pequeño; como es en realidad.
Lo característico de la mención de los niños en esta ocasión no es su funcionalidad o simbolismo, sino su significado personal. Se trata de ellos por ellos mismos, no por su significado. De su pertenencia al reino. O. Cullman en su estudio sobre el bautismo en el Nuevo Testamento ha descubierto la clave de interpretación de este pasaje en la palabra de Jesús: “No se lo impidáis”. Sería una expresión técnica en relación con el bautismo (3, 14; Re 8,36; 10, 47). La sentencia de Jesús justificaría así el bautismo que era concedido a los niños. El bautismo como la puerta de entrada en el reino. La discusión sobre si e1 bautismo debía concederse o no a los niños estaría zanjada así desde las palabras de Jesús.
La bendición que Jesús da no tiene nada de mágico. Su bendición se halla en relación con el reino: Dios se da incluso a los más pequeños y a los que se hacen como ellos. La bendición propia del reino es todo lo contrario a la maldición y Jesús aparece en los evangelios como el superador de toda maldición, el vencedor de Satanás (4, 1ss; 6, 13).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 13-15 de Joven para Joven. Dejad que los niños se acerquen a mí.
Paro santa Teresa de Lisieux el niño era un ejemplo de perfección y su pequeño camino de santidad se ha convertido en un programa para todos los que la siguen. En la biografía escrita por ella misma notamos que, ya desde pequeña, era muy madura y reflexionaba sobre los problemas de la vida espiritual. Pero, en su situación concreta, podía hacer sólo las pequeñas cosas que hace un niño cualquiera. Pronto comprendió que había una diferencia entre la perfección y la forma externa con que se expresa. La perfección es el amor: el gran amor constituye la gran santidad. Pero un gran amor no se expresa, necesariamente, con grandes actos. Un niño consigne expresar gran afecto con gestos pequeños. En este sentido, Teresa quería ser pequeña toda la vida, la pequeña hija de Dios que expresa su amor por el Salvador en las pequeñas acciones de la vida cotidiana.
San Doroteo de Gaza en Palestina es un conocido escritor espiritual del siglo VI. Era superior de un monasterio y, como padre espiritual, llevaba a muchos a la santidad. Entró como novicio un joven llamado Dositeo, que manifestaba mucho fervor; pero era debilísimo de salud. La vida dura del convento no era para él, pero Doroteo no lo expulsó. Lo dispensó de muchos deberes, haciéndole la vid a lo más fácil posible. Lo llevó a la santidad sugiriéndole la sustitución de los ayunos y las vigilias nocturnas de los demás monjes con una renuncia perfecta a la propia voluntad; y Dositeo se dejo guiar en todo como un niño. Murió joven; y cuando se extendió la fama de que era un gran santo, muchos no querían creerlo. Se preguntaban qué había hecho de extraordinario. Para responder a esta pregunta se escribió su biografía. El autor describe los pequeños acontecimientos de la vida demonio, porque rara vez se encuentra placer en el matrimonio. En algunas poblaciones pobres y demasiado numerosas, por ejemplo, en el Tíbet, muchos jóvenes no se casaban por motivos sociales. Pero, para Cristo, no son estos los motivos que hacen elegidos a los que eligen el celibato. Dice claramente que el celibato tiene gran valor sólo si es por el reino de los cielos, si se entiende y vive en este sentido, y sólo para aquellos que han recibido una gracia especial.
Las uniones entre padres e hijos y entre marido y mujer son naturales pero, en estas relaciones, hay un doble movimiento. El hijo nace de la unión íntima entre la madre y el padre pero, con el tiempo, esta relación se debilita y el hijo, ya adulto abandona el hogar familiar. En el matrimonio tiene lugar el proceso contrario. Dos personas que no se conocían comienzan a frecuentarse y, después, con amor fundan una familia, por medio de un vínculo que nunca se romperá. Cuando este ritmo de la naturaleza no se respeta, surgen incomprensiones y discordias.
No siempre es fácil para una madre reconciliarse con el hecho de que los hijos adultos eligen su camino de vida, que no se puede obstaculizar. Pero podrá aceptarlo si es consciente de que su maternidad, ahora que ya no tiene que nutrir y educar a los propios hijos, puede convertirse en una maternidad espiritual. Puede y debe, cada vez más, rezar por ellos, mirando a la Madre de Dios. María da a luz a Cristo de modo físico; después, es Madre del Cristo místico y, espiritualmente, de toda la Iglesia.
Elevación Espiritual para este día
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que no son para sí mismos, sino de los otros, de ti; no se pertenecen, sino que sienten que deben pertenecer sólo a ti y a aquellos a quienes tú les envíes.
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que saben que cuanto tienen y son es don de otros, de ti; de aquellos que no pueden procurarse nada, sino que lo esperan todo; cada día dicen con confianza, sin preocuparse del mañana: danos el pan de hoy.
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que son pobres sin saberlo e incluso creen ser ricos sólo porque se sienten amados, y esto les basta.
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que no se enorgullecen, no levantan su mirada con soberbia sobre los otros, no van en busca de grandezas que superan su capacidad, sino que acallan y moderan sus deseos porque saben que tú eres su padre y su madre (cf. Sal 130).
Reflexión Espiritual para el día.
Dios nos ha revelado lo más profundo de su ser, para decir nos que en él no hay sólo poder, soberanía, ciencia y majestad, sino también inocencia, infancia y ternura infinitas. Porque es Padre, infinitamente Padre. Los hombres no lo sabían antes: no podían saberlo; por eso era necesario que Dios nos revelara a su Hijo. Pero los hombres se apresuraron a olvidar, no saben qué hacer con la humanidad de Dios y con su ternura. No la comprenden, ni siquiera la ven, porque se imaginan que la grandeza consiste en el poder y en el dominio; no saben que consiste sólo en amor.
En efecto, desde que se nos presentó el Reino bajo las semblanzas de un niño, está siempre amenazado. Ya en la noche de Navidad, estaban trabajando los soldados de Herodes. El Reino está amenazado fuera y dentro de nosotros, porque de continuo renace en nosotros el viejo instinto del animal de preso: la voluntad de dominar, de ser los más fuertes. Pero el ángel del Señor nos invita a no temer. Este Niño es el salvador del mundo. ¡Salvados! ¡Estamos salvados! Ya no estaremos nunca solos en nuestro deshonor, en la desesperación: nada puede separarnos ahora de la ternura del Padre.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Los niños preferencia de Jesús.
Jesucristo trae el reino de los humildes, no es un reino de ricos, ni de grandes y poderosos. Es una concepción distinta. En el reino de Dios, los parámetros son muy diferentes a los concebidos en este mundo de los hombres:
"El que se haga pequeño, como un niño, es el más grande en el reino de Dios" (Mt 18, 4).
Los últimos son los primeros. Por eso Jesucristo, que es el primero, se hizo el último, se hizo la nada, un nadie (Flp 2,7), para hacer algo -para hacer mucho- al que es nadie y pequeño. Y por eso, San Pablo se llamaba a sí mismo "el menor" (elajistos), "el más insignificante" (elajistoi) (Ef. 3, 8) y San Francisco de Asís, el evangelio viviente, era "el mínimo", el padre de una comunidad de mínimos, que eligió la "minoría" como signo y distintivo de los frailes menores.
En el reino de Dios lo más importante es lo más pequeño, como el grano de mostaza, la semilla más pequeña que se hace luego el arbusto más grande (Mt 13,32), o como el poco de levadura que hace fermentar a toda la masa (Mt 13,33; 1 Cor 5,6; Gal 5,9), o como el pequeño timón que dirige una nave grande (Sant 3.4 5). Lo débil es enaltecido (Lc 1,52); y, en el cuerpo de Jesucristo, que es la Iglesia, "los miembros más débiles son los más necesarios" (I Cor 12,22); en la Tierra Prometida, Belén, un pueblo bien chico, es una de las principales ciudades de Judá (Mt 2, 6). El Dios de la Biblia, "es el Dios de los humildes, socorro de los oprimidos, protector de los débiles, defensor de los abandonados, salvador de los desesperanzados" (Jdt 9,11), "Levanta del polvo al indigente, saca al pobre del estiércol" (Sal 113, 7). Por eso, "cuanto más grande seas, más te has de bajar" (Si 3,18).
Jesucristo, siempre acogió a los niños, los quiso tener a su lado y expresó así la preferencia de Dios por los niños: "Yo te alabo, padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los sencillos"(Mt 11, 25).
Los nepioi son los niños pequeñitos que todavía ni siquiera han aprendido a hablar, son como los niños de teta del salmo 8, 3, los que están aún en la puerilidad (Mt 21,16).
Jesucristo tenía la costumbre de coger a los niños en brazos y de bendecirlos, imponiéndoles las manos (Mc 10,16). Por otra parte, los niños, más que nadie, se sentían atraídos por la ternura y la bondad de Jesucristo, al que seguían alborozados, hasta el punto que, incluso en el templo, gritaban dándole vivas: "Viva el Hijo de David", algo que indignó a los escribas y a los sacerdotes (Mt 21,15), Jesucristo les replica con el salmo 8: El cielo sublime canta la majestad de Dios y, entre tanta grandeza, hasta los mismos niños se unen jubilosos a esa alabanza cósmica, proclamando, sin saberlo, la mesianidad de Jesucristo, cosa que no hacen los mayores, como ellos, ni siquiera los dirigentes.
Jesucristo tenía tal fama de taumaturgo que las gentes creían que, con sólo tocarle, salía de él una fuerza curativa y un poder milagroso (Mt 9, 20). El toque de Jesucristo era tenido por un toque divino que hacía crecer a los niños sanos y robustos. Por eso, le llevaban los niños para que los cogiera en brazos, les impusiera las manos, rezara por ellos y los bendijera (Mt 19,13-15; Mc 10,13-16; Lc 15,15-17).
"Los discípulos les regañaban": Tal vez porque los niños son empalagosos y cansan a los mayores; porque resultan molestos y no querían que perturbaran a Jesucristo y le distrajeran, y para que Jesucristo no perdiera el tiempo con ellos; o también, porque, como era costumbre que los escribas y los jefes de las sinagogas bendijeran a los niños, los apóstoles no querían que las gentes tuvieran a Jesucristo como un simple escriba; puede ser también que los apóstoles participaran en la minusvaloración que los judíos hacían de los niños, a los que no tenían en cuenta para nada, o para casi nada.
El caso es que los apóstoles hicieron una cosa reprobable, pues se dice que "Jesús, al ver lo que hacían, los reprendió" (Mc 10,14). Jesucristo les regaña por haber rechazado ellos a los niños. Y a renglón seguido dice: "Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos. Os aseguro que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10,14-15).
Pero el Maestro de Nazaret insiste en su mensaje, no es sólo una vez, hay otro pasaje referido también a los niños:
"Los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Quién es el más grande en el reino de los cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios. El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de Dios. El que acoge en mi nombre a un niño, como este, a mí me acoge" (Mt 18,1-5; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48).
Marcos dice que Jesús cogió en brazos a un niño y lo puso en medio (9,36), y Lucas que lo puso a su lado. Si lo puso en medio, es para proponerlo como modelo, y si lo puso a su lado, es para indicar que está de su parte, que hace causa común con él. Estamos ante una parábola en acción semejante al lavatorio de los pies, en la que Jesucristo se hace el último, el esclavo, el servidor de todos; y lo que él ha hecho es lo que tienen que hacer todos ellos (Jn 13,1-17). Son lecciones prácticas que les da con su palabra y su obra; ellos tienen que hacer lo que ven y oyen del Maestro.
Hacerse niño. El mayor es el que se hace el más pequeño; por tanto, el que quiera ser el primero (protos), tiene que hacerse el último (esjatos). La cuestión de la precedencia y del protocolo era muy discutida en Israel. Se debatía sobre quién debía ocupar el primer lugar en el culto, en la administración, en los actos sociales, en el banquete. Y, por otra parte, el mayor, el más importante es el que se hace servidor, el criado, el que sirve al más pequeño, al más débil, al más necesitado. Y que los dirigentes, los de arriba, están para servir de verdad y no sólo, en apariencia, a los dirigidos, a los de abajo. El primero debe ser el último, y el menor debe ser el mayor. Ante la ambición de los apóstoles -y especialmente de los hijos de Zebedeo-, por querer ocupar los primeros puestos en el reino, Jesucristo, aprovechando la ocasión, les dijo:
"Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que, si alguno de vosotros quiere ser grande, que se haga vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea el servidor de todos" (Mt 20,25-26).
El evangelista Mateo, en relación con la predilección de Jesucristo por los niños, dice: "El que dé de beber a uno de estos pequeñuelos (microi) un vaso de agua fresca, porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa (Mt 10,42).
La idea expresada en estos textos obliga a los discípulos de Jesucristo, y muy singularmente a los apóstoles y a sus sucesores, a hacerse como niños. Es una lección fundamental para todos los seguidores de Jesucristo, sin ese requisito, no podrán entrar en el reino de Dios, y, así mismo, para los apóstoles, si quieren ser miembros cualificados del reino. En todo caso, el adulto tiene que dejar de ser lo que es y comenzar un nuevo modo de vivir, hacerse niño, nacer de nuevo en el renacer a la fe. Porque los niños enseñan a vivir a los mayores.
COMENTARIOS DE LAS PERICOPAS DE LA VIGILIA DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.
Comentario de la Primera Lectura: Cro 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2. Traslado del arca a la ciudad de David
En la Biblia hay dos versiones de la traslación del arca: una pertenece a la historia deuteronomista (2Sam 6), y otra, la nuestra, a la historia cronística (1Cr 15-16).
El Cronista, que escribe varios siglos más tarde que los deuteronomistas, ha tenido delante el relato de éstos y lo reproduce en parte. Pero, al mismo tiempo, ha introducido una serie de adiciones, modificaciones y retoques, que son sumamente interesantes desde el punto de vista histórico, teológico y kerygmático.
Desde el punto de vista histórico, porque un estudio comparativo entre ambos relatos demuestra la libertad con que los autores bíblicos han tratado los hechos. En otras palabras, demuestra que los autores sagrados no son historiadores en el sentido estricto de la palabra, sino teólogos. Desde el punto de vista teológico, el estudio comparativo de ambas historias demuestra el extraordinario progreso doctrinal que ha tenido lugar entre la primera y la segunda. Finalmente, desde el punto de vista kerygmático, el estudio comparativo demuestra que los textos bíblicos no son inertes y estáticos sino vivos y dinámicos. El Cronista no se ha limitado a reproducir materialmente la fuente que tenía delante, sino que la ha ampliado, modificado y retocado con el fin de adaptarla a los lectores del s. 3. °, que son distintos de los del s. 6°.
Quiero subrayar de manera especial este último punto. Creo que es muy importante constatar cómo la Biblia misma no solamente nos autoriza, sino que nos estimula con su ejemplo a un trabajo de actualización de los textos bíblicos. Esta labor de actualización es constante a lo largo de la Biblia. Donde aparece con mayor claridad y más fuerza es en los evangelios. Las palabras y los hechos de Jesús han sido unos y únicos y sin embargo han llegado hasta nosotros en cuatro versiones distintas, correspondientes a los cuatro evangelios. Quiere esto decir que los apóstoles y los evangelistas no se contentaron con repetir magnetofónicamente lo dicho y lo hecho por Jesús, sino que lo adaptaron y adecuaron a las circunstancias cambiantes de la historia y a las necesidades de las distintas comunidades.
A la hora de leer o explicar la Biblia no nos podemos limitar a descubrir lo que Isaías, Mateo o Pablo quisieron decir a sus lectores, sino que tenemos que hacer un trabajo de actualización para adaptarlo y adecuarlo al hombre de hoy.
Hechas estas consideraciones de carácter general, nos vamos a centrar en el relato que tenemos delante. Los principales retoques y modificaciones introducidos por Cronista son los siguientes: a) Presencia de los levitas. En 2Sam 6 los levitas no aparecen para nada; aquí en 1Cr 15—16 son casi los protagonistas. Probablemente el Cronista era un levita; de ahí su predilección por los de su gremio. Además, cuando escribe el Cronista (s. 3. °), solos los sacerdotes y levitas tienen acceso a los vasos y objetos sagrados. b) Glorificación de la figura de David. Se elimina todo lo que puede parecer menos digno; por ejemplo, la danza de David y los reproches que le dirige Micol son reducidos al mínimum. c) Lo que en 2Sam 6 era una fiesta popular y casi profana, se convierte en 1Cr 15—16 en una solemne ceremonia litúrgica de alcance nacional. Este retoque se encuadra bien dentro de la tendencia general del Cronista, que lleva a cabo una sacralización de la historia.
Comentario del Salmo 131. Levántate Señor, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder.
Este Salmo rememora el traslado del Arca de la Alianza al monte Sión (2 Sam. 6. 12-19). Las dos partes que lo integran se corresponden en perfecto paralelismo. La primera (vs. 1-10) comienza con el recuerdo del “juramento” hecho por David de no concederse ningún descanso hasta encontrar una Morada digna del Señor (vs. 1-5). La segunda (vs. 11-18) es la respuesta divina a los desvelos del rey: en forma de oráculo, el Señor “jura” a David que su dinastía no tendrá fin y le promete la prosperidad para su Pueblo.
Los cortes abruptos de los vs. 6-10 dejan entrever los diversos momentos de una liturgia procesional. Algunos indicios permiten afirmar que esta era celebrada anualmente, en tiempos de la monarquía, para conmemorar la elección de la dinastía davídica y del monte Sión (2 Sam. 7).
Comentario de la Segunda lectura: 1Co (15, 45-49/15, 54-57) ¿Cómo sería la resurrección? ¡Sobre Dios!
Pablo pasa ahora a imaginarse el modo de la resurrección, y para ello toma un ejemplo de la vegetación, pero sin prejuzgar la biología científica. A lo que se ve a simple vista, el grano de trigo parece que muere al ser sembrado y después resurge convertido en espiga lozana. Sin embargo, hay que notar que cada germen corresponde a un cuerpo determinado: hay diversidades de cuerpos (hombres, animales, pájaros, peces).
Es lo que, de alguna manera, pasará en la resurrección: a cada germen «muerto» en el surco corresponde a determinada existencia en el más allá.
El cuerpo resucitado será el mismo que el cuerpo mortal, pero no lo mismo: de corruptible se convertirá en incorruptible, de miserable en glorioso, de débil en robusto. En una palabra: se siembra un cuerpo «natural» («psyjikón») y resucita un cuerpo «sobrenatural» (“pneumatikón”).
La alusión al cuerpo «psíquico» y «pneumático» le da pie a Pablo para tejer un «midrach» —un ensayo rabínico— de la narración genesíaca: el Adán primero fue, según Gén 2, 7, una «vida viviente» («psyjé dsosa»); el segundo Adán es un «espíritu vivificador» (“pneúma dsoopoioún”). El uno polarizó alrededor de sí a la humanidad para arrastrarla a la muerte, para llevarla «a la tierra», de la que había procedido; el otro polariza la humanidad para llevarla al cielo, de donde procede. En una palabra: si queremos alcanzar la resurrección, tenemos que abandonar los dominios de «la carne y la sangre», tenemos que salir de la esfera de influencia adámica e incorporarnos definitiva y completamente a Cristo.
Como es lógico, Pablo, para expresar su fe, acude al envase cultural y lingüístico que está a su alcance. En otras palabras: él se lo imagina así, pero no pretende afirmar que sea la única manera de imaginárselo. Hay algo fundamental en su mensaje que podrá ser trasvasado a todas las expresiones culturales, o sea: que los cristianos esperan una sobrevida que de alguna manera tenga una profunda continuidad con esta historia material y tangible que estamos viviendo y padeciendo.
Termina Pablo exponiendo el «misterio» del que ya había hablado a los de Tesalónica (1Tes 4, 15-17): en el
momento de la parusía los que entonces vivan no morirán, sino que serán transformados en existencia gloriosa. Entonces se pondrá punto final a la existencia corruptible de la humanidad y será inaugurada la época definitiva del hombre.
Conclusión de todo ello: ¿pura pasividad de mística expectación ante un hecho celestial, ajeno y discontinuo del esfuerzo humano? Todo lo contrario: «Hermanos, estad firmes e inconmovibles, progresando constantemente en el quehacer cristiano, seguros de que vuestra tarea y vuestros sudores no caen en el vacío».
La esperanza en la resurrección es uno de los grandes estímulos de la humanidad para no ceder nunca en el esfuerzo liberador que llevan adelante los mejores y más genuinos procesos revolucionarios de la historia.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 1-58. María Madre de Dios.
El 1º de enero celebrábamos a Santa María, Madre de Dios.
El 25 de Marzo la Anunciación de Ntra. Señora, y hoy, 15 de Agosto, celebramos a María Asunta en Cuerpo y alma al cielo.
La historia humana es una historia de exilio. Nos encontramos desterrados en la tierra donde luchan el bien y el mal, la solidaridad y el egoísmo, la justicia y la mentira, es decir, la lucha entre los valores de la muerte y los valores de la vida. María supo salir victoriosa.
La fiesta de hoy nos invita a contemplar la historia humana como historia de salvación.
Desde el siglo II los Santos Padres presentan a la Virgen María como la mujer asociada a Cristo en la lucha contra el mal que ha de desembocar en la victoria del bien. "Convenía que aquella que había sido conservada intacta en su virginidad conservara intacto su cuerpo de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno al creador del universo como un niño tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que aquella que vio morir a su Hijo en la cruz lo viera ahora sentado en su gloria. Convenía que la madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por todas las criaturas como Madre de Dios".
María, la mujer llena de gracia, la virgen y madre es la primera mujer resucitada después de Cristo: su vida de gracia es para nosotros puerta de la gracia; su maternidad nos devuelve en Cristo la dignidad de hijos queridos; su resurrección es la prueba de que también nosotros estamos llamados a participar plenamente de la vida de Dios en la fraternidad de la Iglesia.
Con María, Dios convierte las promesas en realidad. Dios sale de las sombras para realizar junto a los hombres una nueva historia basada en la gracia y la providencia, animándonos a salir del doble juego de apostar por Dios a la vez que por las cosas del mundo.
María nos recuerda que la última palabra en nuestra historia la tiene Dios y merece la pena apostar por todo lo que conduce a la vida.
La lectura del libro del Apocalipsis nos recuerda la bendición de Dios a su pueblo a través de la entrega de una tierra donde edificar el templo, el lugar donde el pueblo ofrece a Dios sus sacrificios y oraciones.
La primera carta a los Corintios es un canto a la esperanza en la resurrección: "¿Dónde está muerte tu victoria? ¡Demos gracias a Dios que nos da la victoria por Jesucristo!".
Y el Evangelio nos recuerda que María es honrada en la Iglesia por ser Madre de Dios, pero también por ser la primera mujer en escuchar y vivir la palabra de Dios. ¡Dichosos quienes cumplen la Palabra de Dios!
Con la gloria de María, hay futuro para todos si como Ella también nosotros asimilamos la Palabra de Dios, la guardamos en nuestro corazón con cuidado y dejamos que nos lleve al destino que Dios nos tiene preparado.
Hoy celebramos que también nosotros, como ella, saldremos de este destierro de dolor y lágrimas y contemplaremos a María Virgen y Madre, asunta al cielo junto a todos los que se mantenido en la amistad de Dios. Para que sea posible, hoy le pedimos a Dios que nos ayude por intercesión de María a vivir en fe y gracia decididos por Dios, máximo bien.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 1-58, para nuestros Mayores. La Asunción de la Santísima Virgen.
Por estos mismos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, en dirección a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel (1,39-40). El nexo temporal que une esta nueva escena con la anterior es de los más estrechos, imbricándolas íntimamente. María se olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda de su pariente, tomando el camino más breve, el que atravesaba los montes de Samaría. Lucas subraya su prontitud para el servicio: el Israel fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial (Isabel; «Judá», nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén). Al igual que el ángel «entró» en su casa y la «saludó» con el saludo divino, María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». De mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que será madre del Precursor.
Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo (1,41). El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor! (1,42-45).
Isabel habla como profetisa: se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su seno el Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios. La expresión «mira» concentra, como siempre, la atención en el suceso principal: el saludo de María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño que llevaba en su seno. La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel. A diferencia de Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de bienaventuranza.
En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los tiempos, de los sometidos y desheredados de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida. En la primera estrofa del cántico María proclama el cambio personal que ha experimentado en su persona: Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humillación de su sierva.
Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Potente ha hecho grandes cosas a mi favor -Santo es su nombre- y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (1,46-50).
Por boca de María pronuncia su cántico el Israel fiel a Dios y a su alianza, el resto de Israel que ha creído en las promesas. Alaba a Dios por su cumplimiento, que ve inminente por el hecho de la concepción del Mesías y siente ya realizado en su persona.
«Dios mi Salvador» (cf. Sal 24,1; 25,5; Miq 7,7, etc.) es el título clave del cántico, cuyo tema dominante va a ser la salvación que Dios realiza en Israel. Dios ha puesto su mirada en la opresión que se abate sobre su pueblo y lo ha liberado en la persona de su representante, su «sierva» (cf. Dt 26,7; Sal 136,23; Neh 9,9).
Los grandes hitos de la liberación de Israel están compendia¬dos en las «grandes cosas» que Dios ha hecho en favor de María. Esta expresión se decía en particular de la salida de Egipto (Dt 10,21, primer éxodo). En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su nombre es Santo; en el compromiso de los cristianos a favor de los pobres y marginados, éstos reconocerán que el nombre de Dios es Santo y dejarán de blasfemar contra un sistema religioso que, a sus ojos, se ha pres¬tado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia a defender los intereses de los poderosos o, por lo menos, se ha inhibido de sostener la causa de los pobres con el pretexto de que alcanzarán la salvación del alma en la otra vida.
En la segunda estrofa se contempla proféticamente el futuro de la humanidad desheredada -tema de las bienaventuranzas- como realización efectuada e infalible de una decisión divina ya tomada de antemano: Su brazo ha intervenido con fuerza, ha desbaratado los planes de los arrogantes: derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humillados; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío (1,51-53).
Dios no ha dado el brazo a torcer frente al orden injusto que, con la arrogancia que le es proverbial, ha pretendido con sus planes mezquinos e interesados borrar del mapa el plan del Dios Creador. Dios «ha intervenido» ya (aoristo profético) para defender los intereses de los pobres desbaratando los planes de los ricos y poderosos. La acción liberadora va a consistir en una subversión del orden social: exaltación de los humillados y caída de los opresores; sacia a los hambrientos y se desentiende de los ricos. El cántico de María es el de los débiles, de los marginados y desheredados, de las madres que lloran a sus hijos desapareci¬dos, de los sin voz, de los niños de la «intifada», de los muchachos que sirven de carnaza en las trincheras, en una palabra: de la escoria de la sociedad de consumo, que dilapida los bienes de la creación dejando una estela de hambre que abraza dos terceras partes de la humanidad.
Finalmente, en la tercera estrofa pone como ejemplo concreto de la salvación, cuyo destinatario será un día no lejano la entera humanidad, la realización de su compromiso para con Israel: Ha auxiliado a Israel, su servidor, acordándose -como lo había prometido a nuestros padres- de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia, por siempre (1,54-55).
Dios no ha olvidado su misericordia/amor (Sal 98,3), como podía haber sospechado Israel ante los numerosos desastres que han jalonado su historia. La fidelidad de Dios hecha a los «pa¬dres», los patriarcas de Israel, queda confinada de momento, en el horizonte concreto de María, el Israel fiel, su pueblo. Sólo en la estrofa central hay atisbos de una futura ampliación de la promesa a toda la humanidad.
María permaneció con ella como tres meses y regresó a su casa (1,56). Lucas hace hincapié en la prolongada permanencia de María al servicio de su pariente, aludiendo al último período de su gestación. Silencia, en cambio, intencionadamente su pre¬sencia activa en el momento del parto, cuando lo más lógico es que la asistiera en esta difícil situación. No tiene interés en los datos de crónica, sino en el valor teológico del servicio prestado. La vuelta «a su casa» sirve para recordar que en la gestación de su hijo, José no ha tenido arte ni parte. La mención de las dos «casas», la de Zacarías al principio y la de María al final, establece un neto contraste entre las respectivas situaciones familiares.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,39-56, de Joven para Joven. Un canto de "enamorada" de Dios.
La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado! El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición, como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata. Es un canto de la comunidad posterior que alaba a Dios con María y por María.
Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilé”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.
Los temas, pues, podrían exponerse así: la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.
Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: San Bernardo. La Asunción de María.
“Al subir hoy al cielo la Virgen gloriosa, colmó con copiosos aumentos el gozo de los ciudadanos celestiales…Si el alma de un párvulo, no nacido aún, se derritió en castos afectos, luego que habló María, ¿cuál pensamos que sería el gozo de los ejércitos celestiales, cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de su dichosa presencia? Mas nosotros, carísimos, ¿qué ocasión de solemnidad tenemos en su Asunción, qué causa de alegría, qué materia de gozo? Con la presencia de María se ilustraba todo el orbe, de suerte que aun la misma patria celestial brilla más lucidamente, iluminada con el resplandor de la antorcha virginal. Por eso resuenan con razón en las alturas la acción de gracias y la voz de alabanza; pero para nosotros más parece materia de llanto que de aplauso. Porque ¿no es lógico que cuanto se alegra el cielo de su presencia, otro tanto este mundo inferior llore su ausencia? Cesen, sin embargo, nuestras quejas; porque tampoco nosotros tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la misma a la que llega hoy la bendita María. Y si estamos señalados como ciudadanos suyos, es razón, ciertamente, aun en el destierro, aun a orillas del río de Babilonia, acordarnos de Ella, tomar parte en sus gozos y participar de su alegría; especialmente de aquella alegría que con ímpetu tan copioso baña hoy la ciudad de Dios, para que percibamos también las gotas que destilan sobre la tierra. Nos ha precedido nuestra Reina, y tan gloriosamente fue recibida, que los siervecillos siguen confiadamente a su Señora, clamando: Tráenos en pos de ti; al olor de tus ungüentos correremos (Cant, 1, 4). Nuestra peregrinación envió delante a su abogada, que, como Madre del Juez y de misericordia, tratará devota y eficazmente los negocios de nuestra salvación.”
“Hoy envió nuestra tierra al cielo un precioso regalo, para que dando y recibiendo, se unan en trato feliz de amistades lo humano y lo divino, lo terreno y lo celestial, lo ínfimo y lo sumo. Porque allá subió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto de la Virgen bienaventurada, Ella misma dará también dones a los hombres. Y ¿cómo no? Ni le falta poder, ni voluntad. Reina de los cielos es, misericordiosa es, Madre es, en fin, del unigénito Hijo de Dios…
Y digo esto por nosotros, hermanos míos, sabiendo que es dificultoso que en pobreza tanta se pueda hallar aquella caridad perfecta que no busca la conveniencia propia. Mas con todo, sin hablar ahora de los beneficios que conseguimos por su glorificación, si la amamos, nos alegraremos sin duda, porque va al Hijo. La felicitaremos, a no ser que –lo que Dios no quiera- nos mostremos del todo ingratos a la inventora de la gracia. Hoy, al entrar en la santa ciudad, es recibida por aquel Señor a quien Ella recibió primero, cuando entró en el castillo de este mundo. Pero ¡con cuánto honor, con cuánta gloria! Ni en la tierra hubo lugar más digno que el templo de su seno virginal, en el que María recibió al Hijo de dios, ni le hay en los cielos más digno que el solio real, al que sublimó hoy a María el Hijo de María. Felices uno y otro recibimiento; inefables el uno y el otro; porque uno y otro son superiores a nuestra inteligencia…”
“¿Quién podrá pensar siquiera cuán gloriosa iría hoy la reina del mundo, y con cuánto afecto de devoción saldría a su encuentro toda la multitud de los ejércitos celestiales? ¿Con qué cánticos sería acompañada hasta el trono de la gloria; con qué semblante tan plácido; con qué alegres abrazos sería recibida del Hijo y ensalzada sobre toda criatura…, con aquel amor que madre tan grande merecía…, con aquella gloria que era digna de tan gran Hijo?... ¡Felices aquellos besos que imprimiría en sus labios cuando le alimentaba y cuando le acariciaba la madre en su virginal regazo!...
¿Quién referirá la generación de Cristo y la Asunción de María? Porque cuanta mayor gracia alcanzó en la tierra sobre todos los demás, tanta más alcanza en los cielos en singular gloria. Y si el ojo no vio, ni oyó el oído, ni cupo en el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman, ¿quién contará lo que preparó para aquella que le engendró, y a quién, como es cierto para todos, amó más que a todos?
Dichosa, pues, María y mil veces dichosa, ya recibiendo al Salvador, ya siendo por Él recibida. En lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Majestad…”
Los misterios cristianos se enlazan unos con otros, y este de la Asunción tiene una especial conexión con el de la Encarnación del Verbo. Si María recibió a Jesús en su seno, Jesús debe recibir en el suyo a María; si el uno bajó, la otra debe subir; y como Dios ha de superar en magnificencia a los hombres, el que no dio sino una vida mortal debe recibir en medio de magnífica pompa una vida inmortal.
El cielo tiene sus solemnidades como la tierra, o mejor dicho, ésta ha copiado el nombre para disfrazar su nada. +
Buscar excusas para nuestras propias culpas, achacar a los otros los males que sufrimos es algo instintivo. En ambos casos intentamos desviar de nosotros mismos la responsabilidad del pasado, el compromiso con el presente y el futuro. También en tiempos de Ezequiel existía este juego de echarse las culpas unos a otros, apoyándose en textos de la Escritura (Dt 5,9; 29,18-21; Ex 20,5) y en proverbios como los citados y referidos por el mismo Ezequiel (por ejemplo, 18,2). La palabra del profeta representa un giro crucial en el pensamiento sobre la solidaridad y sobre la retribución: cada uno carga con la responsabilidad de sus propios actos, cada uno tendrá la retribución que merezca por ellos.
Aunque ya desde los comienzos se conocía una responsabilidad individual (Gn 18,25), había predominado el concepto de responsabilidad colectiva (Jos 7). Ezequiel se convierte en el teorizador de la responsabilidad individual. El profeta llama a la conversión, pero choca contra la mentalidad fatalista de sus contemporáneos: ¿de qué les sirve convertirse, si están pagando las culpas de sus padres? Ante esta concepción popular; Ezequiel muestra que la Ley lanza una llamada a la responsabilidad personal. La salvación de un individuo no depende de sus antepasados, ni de sus parientes más próximos (Ez 18,10-18), ni siquiera de su pasado (vv. 21-23). Lo que cuenta siempre de verdad es la disposición actual del corazón (vv. 5-9). Según esta mentalidad, existe un remedio para un pasado de iniquidad: la conversión para obtener la vida (vv 30-32).
Esta llamada no ha perdido actualidad. Todavía hoy, con una mentalidad fatalista o gregaria, nos referimos al «destino» o a la «pertenencia» a un grupo para quitarnos de encima la responsabilidad de lo que hemos hecho o de lo que haremos, para no comprometernos propiamente. Ciertamente, constituye siempre un problema vivo mostrarse solidarios con la comunidad sin alienamos de nosotros mismos, cargar con las propias responsabilidades sin aislarnos de ella. La conversión y las obras de justicia y de caridad deben ser personales sin ser individualistas.
Comentario del Salmo 50. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50.
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos,
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..
Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 13-15. No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.
La subida de Cristo a Jerusalén está salpicada por numerosos episodios en los que se encuentra con gente humilde y despreciada, con gran escándalo de aquellos que le acompañan. Diríase que, al descubrir su propia vocación de ser despreciado y doliente, Jesús se aproxima a aquellos que presentan el mismo rostro.
Por eso, el cuadro de los niños que presentan a Jesús lo tiene que ser confundido con el del martes pasado. El punto clave es diferente. Allí se trataba de la conversión y ello exigía hacerse pequeños; aquí, en cambio se habla de Jesús. Este manifiesta su intención de no alejar a nadie de su Reino; cuando dice «como ellos» (v. 14b) no se refiere a la edad, sino que quiere poner de relieve que se trata de «los que se parecen a ellos». En la antigüedad no se consideraba a los niños como gente importante en la sociedad; Jesús, sin embargo, los convierte en los privilegiados en el Reino de Dios, los admite de modo complacido en la vida de la comunidad cristiana. Y junto con ellos admite y prefiere a los marginados, a los ignorados, a los despreciados, a los excluidos de la convivencia humana.
La actitud de los discípulos, que impiden a los pequeños acercarse a él, significa la incomprensión del ministerio de Cristo Jesús es alguien que acoge a los pequeños para darles el Reino. Ay de aquel que impida a otros acercarse a Jesús. La imposición de las manos sobre los niños y la oración es un gesto de bendición (v. 13. 15) y constituyen, asimismo, un signo de que la salvación se entrega a todos: a los niños, aunque no en sentido cronológico, sino en el de los humildes, los pobres, los pacíficos… de las bienaventuranzas. A modo de inciso: la oración y el gesto de Jesús sobre los niños fueron interpretados por la Iglesia antigua como fundamento del bautismo de los niños.
Los niños fueron «presentados» a Jesús «para que les impusiera las manos y orase». Fueron «presentados» tal vez porque eran verdaderamente pequeños y no sabían caminar todavía solos. Esa es la situación de todo hombre que busca la bendición de Dios y es incapaz de ir a él. Tenemos necesidad de «madres» que nos presenten a Jesús, que no tengan miedo a este Maestro. También tenemos necesidad de dejarnos presentar a Jesús, cosa que sólo es posible si tenemos el espíritu de los niños; si queremos hacerlo solos, tal vez no lleguemos.
Algunos querían impedírselo: llegamos a Dios, a conocerlo y a amarlo de verdad, sólo cuando nos encontramos en la madurez, cuando somos capaces de realizar gestos de adulto. Durante mucho tiempo se ha pensado —y todavía se piensa— que los niños no pueden ser santos. Jesús nos dice que precisamente «de los que son como ellos es el Reino de los Cielos». Nos vienen a la mente todos aquellos que fueron presentados a Jesús para que los curara: el paralítico, el ciego... Quizás nuestra única decisión, la única que tendrá éxito, es la de «dejarnos presentar». ¿Quién nos presentará? En el rostro de esas madres entrevemos al Espíritu del amor: Podernos realizar aún una ulterior reflexión. Con el gesto de la imposición de las manos acompañado de la oración es posible que Jesús quiera darnos a entender que pretende confiar a los niños un poder, una misión en relación con el Reino: los niños no solo forman parte del Reino, sino que tienen asimismo el poder de hacer entrar en él. Será verdadero discípulo y apóstol quien se haga niño.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 13-15, para nuestros Mayore.De los que son como niños. es el reino de los cielos.
El rito de la imposición de manos y la bendición de los niños era corriente en la época. Lo hacían los padres, pero se pedía también la bendición de los rabinos famosos. En esta ocasión acuden a Jesús con los niños, para que los bendiga, teniendo en cuenta la fama que el joven rabino de Galilea había adquirido con su enseñanza y los milagros que realizaba. A todo ello se unía la fama de Jesús como persona de oración. Era maestro de oración y, según nos dicen los evangelistas, acudía a ella con frecuencia (14, 23; Mc 1, 35...).
El evangelista Mateo nos ha ofrecido ya otra escena en la que aparece Jesús con los niños (ver el comentario a 18, 1-5). En aquella ocasión los niños juegan un papel funcional. Entran en escena para simbolizar la actitud que deben tener los que deseen pertenecer al reino: deben hacerse como los niños. Y la cualidad esencial que en ellos se destaca es la humildad, la impotencia frente a la vida, la necesidad que tienen de los padres... Todo ello debe poner de relieve la actitud del hombre frente al reino, ante el cual todos nos hallamos en la misma situación de imposibilidad, de impotencia, de mendicidad sustantiva: de Dios nace la iniciativa y su gracia se derrama sobre el hombre cuando éste se siente así de pequeño; como es en realidad.
Lo característico de la mención de los niños en esta ocasión no es su funcionalidad o simbolismo, sino su significado personal. Se trata de ellos por ellos mismos, no por su significado. De su pertenencia al reino. O. Cullman en su estudio sobre el bautismo en el Nuevo Testamento ha descubierto la clave de interpretación de este pasaje en la palabra de Jesús: “No se lo impidáis”. Sería una expresión técnica en relación con el bautismo (3, 14; Re 8,36; 10, 47). La sentencia de Jesús justificaría así el bautismo que era concedido a los niños. El bautismo como la puerta de entrada en el reino. La discusión sobre si e1 bautismo debía concederse o no a los niños estaría zanjada así desde las palabras de Jesús.
La bendición que Jesús da no tiene nada de mágico. Su bendición se halla en relación con el reino: Dios se da incluso a los más pequeños y a los que se hacen como ellos. La bendición propia del reino es todo lo contrario a la maldición y Jesús aparece en los evangelios como el superador de toda maldición, el vencedor de Satanás (4, 1ss; 6, 13).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 13-15 de Joven para Joven. Dejad que los niños se acerquen a mí.
Paro santa Teresa de Lisieux el niño era un ejemplo de perfección y su pequeño camino de santidad se ha convertido en un programa para todos los que la siguen. En la biografía escrita por ella misma notamos que, ya desde pequeña, era muy madura y reflexionaba sobre los problemas de la vida espiritual. Pero, en su situación concreta, podía hacer sólo las pequeñas cosas que hace un niño cualquiera. Pronto comprendió que había una diferencia entre la perfección y la forma externa con que se expresa. La perfección es el amor: el gran amor constituye la gran santidad. Pero un gran amor no se expresa, necesariamente, con grandes actos. Un niño consigne expresar gran afecto con gestos pequeños. En este sentido, Teresa quería ser pequeña toda la vida, la pequeña hija de Dios que expresa su amor por el Salvador en las pequeñas acciones de la vida cotidiana.
San Doroteo de Gaza en Palestina es un conocido escritor espiritual del siglo VI. Era superior de un monasterio y, como padre espiritual, llevaba a muchos a la santidad. Entró como novicio un joven llamado Dositeo, que manifestaba mucho fervor; pero era debilísimo de salud. La vida dura del convento no era para él, pero Doroteo no lo expulsó. Lo dispensó de muchos deberes, haciéndole la vid a lo más fácil posible. Lo llevó a la santidad sugiriéndole la sustitución de los ayunos y las vigilias nocturnas de los demás monjes con una renuncia perfecta a la propia voluntad; y Dositeo se dejo guiar en todo como un niño. Murió joven; y cuando se extendió la fama de que era un gran santo, muchos no querían creerlo. Se preguntaban qué había hecho de extraordinario. Para responder a esta pregunta se escribió su biografía. El autor describe los pequeños acontecimientos de la vida demonio, porque rara vez se encuentra placer en el matrimonio. En algunas poblaciones pobres y demasiado numerosas, por ejemplo, en el Tíbet, muchos jóvenes no se casaban por motivos sociales. Pero, para Cristo, no son estos los motivos que hacen elegidos a los que eligen el celibato. Dice claramente que el celibato tiene gran valor sólo si es por el reino de los cielos, si se entiende y vive en este sentido, y sólo para aquellos que han recibido una gracia especial.
Las uniones entre padres e hijos y entre marido y mujer son naturales pero, en estas relaciones, hay un doble movimiento. El hijo nace de la unión íntima entre la madre y el padre pero, con el tiempo, esta relación se debilita y el hijo, ya adulto abandona el hogar familiar. En el matrimonio tiene lugar el proceso contrario. Dos personas que no se conocían comienzan a frecuentarse y, después, con amor fundan una familia, por medio de un vínculo que nunca se romperá. Cuando este ritmo de la naturaleza no se respeta, surgen incomprensiones y discordias.
No siempre es fácil para una madre reconciliarse con el hecho de que los hijos adultos eligen su camino de vida, que no se puede obstaculizar. Pero podrá aceptarlo si es consciente de que su maternidad, ahora que ya no tiene que nutrir y educar a los propios hijos, puede convertirse en una maternidad espiritual. Puede y debe, cada vez más, rezar por ellos, mirando a la Madre de Dios. María da a luz a Cristo de modo físico; después, es Madre del Cristo místico y, espiritualmente, de toda la Iglesia.
Elevación Espiritual para este día
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que no son para sí mismos, sino de los otros, de ti; no se pertenecen, sino que sienten que deben pertenecer sólo a ti y a aquellos a quienes tú les envíes.
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que saben que cuanto tienen y son es don de otros, de ti; de aquellos que no pueden procurarse nada, sino que lo esperan todo; cada día dicen con confianza, sin preocuparse del mañana: danos el pan de hoy.
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que son pobres sin saberlo e incluso creen ser ricos sólo porque se sienten amados, y esto les basta.
Tu Reino, OH Dios, es de los niños, de aquellos que no se enorgullecen, no levantan su mirada con soberbia sobre los otros, no van en busca de grandezas que superan su capacidad, sino que acallan y moderan sus deseos porque saben que tú eres su padre y su madre (cf. Sal 130).
Reflexión Espiritual para el día.
Dios nos ha revelado lo más profundo de su ser, para decir nos que en él no hay sólo poder, soberanía, ciencia y majestad, sino también inocencia, infancia y ternura infinitas. Porque es Padre, infinitamente Padre. Los hombres no lo sabían antes: no podían saberlo; por eso era necesario que Dios nos revelara a su Hijo. Pero los hombres se apresuraron a olvidar, no saben qué hacer con la humanidad de Dios y con su ternura. No la comprenden, ni siquiera la ven, porque se imaginan que la grandeza consiste en el poder y en el dominio; no saben que consiste sólo en amor.
En efecto, desde que se nos presentó el Reino bajo las semblanzas de un niño, está siempre amenazado. Ya en la noche de Navidad, estaban trabajando los soldados de Herodes. El Reino está amenazado fuera y dentro de nosotros, porque de continuo renace en nosotros el viejo instinto del animal de preso: la voluntad de dominar, de ser los más fuertes. Pero el ángel del Señor nos invita a no temer. Este Niño es el salvador del mundo. ¡Salvados! ¡Estamos salvados! Ya no estaremos nunca solos en nuestro deshonor, en la desesperación: nada puede separarnos ahora de la ternura del Padre.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Los niños preferencia de Jesús.
Jesucristo trae el reino de los humildes, no es un reino de ricos, ni de grandes y poderosos. Es una concepción distinta. En el reino de Dios, los parámetros son muy diferentes a los concebidos en este mundo de los hombres:
"El que se haga pequeño, como un niño, es el más grande en el reino de Dios" (Mt 18, 4).
Los últimos son los primeros. Por eso Jesucristo, que es el primero, se hizo el último, se hizo la nada, un nadie (Flp 2,7), para hacer algo -para hacer mucho- al que es nadie y pequeño. Y por eso, San Pablo se llamaba a sí mismo "el menor" (elajistos), "el más insignificante" (elajistoi) (Ef. 3, 8) y San Francisco de Asís, el evangelio viviente, era "el mínimo", el padre de una comunidad de mínimos, que eligió la "minoría" como signo y distintivo de los frailes menores.
En el reino de Dios lo más importante es lo más pequeño, como el grano de mostaza, la semilla más pequeña que se hace luego el arbusto más grande (Mt 13,32), o como el poco de levadura que hace fermentar a toda la masa (Mt 13,33; 1 Cor 5,6; Gal 5,9), o como el pequeño timón que dirige una nave grande (Sant 3.4 5). Lo débil es enaltecido (Lc 1,52); y, en el cuerpo de Jesucristo, que es la Iglesia, "los miembros más débiles son los más necesarios" (I Cor 12,22); en la Tierra Prometida, Belén, un pueblo bien chico, es una de las principales ciudades de Judá (Mt 2, 6). El Dios de la Biblia, "es el Dios de los humildes, socorro de los oprimidos, protector de los débiles, defensor de los abandonados, salvador de los desesperanzados" (Jdt 9,11), "Levanta del polvo al indigente, saca al pobre del estiércol" (Sal 113, 7). Por eso, "cuanto más grande seas, más te has de bajar" (Si 3,18).
Jesucristo, siempre acogió a los niños, los quiso tener a su lado y expresó así la preferencia de Dios por los niños: "Yo te alabo, padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los sencillos"(Mt 11, 25).
Los nepioi son los niños pequeñitos que todavía ni siquiera han aprendido a hablar, son como los niños de teta del salmo 8, 3, los que están aún en la puerilidad (Mt 21,16).
Jesucristo tenía la costumbre de coger a los niños en brazos y de bendecirlos, imponiéndoles las manos (Mc 10,16). Por otra parte, los niños, más que nadie, se sentían atraídos por la ternura y la bondad de Jesucristo, al que seguían alborozados, hasta el punto que, incluso en el templo, gritaban dándole vivas: "Viva el Hijo de David", algo que indignó a los escribas y a los sacerdotes (Mt 21,15), Jesucristo les replica con el salmo 8: El cielo sublime canta la majestad de Dios y, entre tanta grandeza, hasta los mismos niños se unen jubilosos a esa alabanza cósmica, proclamando, sin saberlo, la mesianidad de Jesucristo, cosa que no hacen los mayores, como ellos, ni siquiera los dirigentes.
Jesucristo tenía tal fama de taumaturgo que las gentes creían que, con sólo tocarle, salía de él una fuerza curativa y un poder milagroso (Mt 9, 20). El toque de Jesucristo era tenido por un toque divino que hacía crecer a los niños sanos y robustos. Por eso, le llevaban los niños para que los cogiera en brazos, les impusiera las manos, rezara por ellos y los bendijera (Mt 19,13-15; Mc 10,13-16; Lc 15,15-17).
"Los discípulos les regañaban": Tal vez porque los niños son empalagosos y cansan a los mayores; porque resultan molestos y no querían que perturbaran a Jesucristo y le distrajeran, y para que Jesucristo no perdiera el tiempo con ellos; o también, porque, como era costumbre que los escribas y los jefes de las sinagogas bendijeran a los niños, los apóstoles no querían que las gentes tuvieran a Jesucristo como un simple escriba; puede ser también que los apóstoles participaran en la minusvaloración que los judíos hacían de los niños, a los que no tenían en cuenta para nada, o para casi nada.
El caso es que los apóstoles hicieron una cosa reprobable, pues se dice que "Jesús, al ver lo que hacían, los reprendió" (Mc 10,14). Jesucristo les regaña por haber rechazado ellos a los niños. Y a renglón seguido dice: "Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos. Os aseguro que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10,14-15).
Pero el Maestro de Nazaret insiste en su mensaje, no es sólo una vez, hay otro pasaje referido también a los niños:
"Los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Quién es el más grande en el reino de los cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios. El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de Dios. El que acoge en mi nombre a un niño, como este, a mí me acoge" (Mt 18,1-5; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48).
Marcos dice que Jesús cogió en brazos a un niño y lo puso en medio (9,36), y Lucas que lo puso a su lado. Si lo puso en medio, es para proponerlo como modelo, y si lo puso a su lado, es para indicar que está de su parte, que hace causa común con él. Estamos ante una parábola en acción semejante al lavatorio de los pies, en la que Jesucristo se hace el último, el esclavo, el servidor de todos; y lo que él ha hecho es lo que tienen que hacer todos ellos (Jn 13,1-17). Son lecciones prácticas que les da con su palabra y su obra; ellos tienen que hacer lo que ven y oyen del Maestro.
Hacerse niño. El mayor es el que se hace el más pequeño; por tanto, el que quiera ser el primero (protos), tiene que hacerse el último (esjatos). La cuestión de la precedencia y del protocolo era muy discutida en Israel. Se debatía sobre quién debía ocupar el primer lugar en el culto, en la administración, en los actos sociales, en el banquete. Y, por otra parte, el mayor, el más importante es el que se hace servidor, el criado, el que sirve al más pequeño, al más débil, al más necesitado. Y que los dirigentes, los de arriba, están para servir de verdad y no sólo, en apariencia, a los dirigidos, a los de abajo. El primero debe ser el último, y el menor debe ser el mayor. Ante la ambición de los apóstoles -y especialmente de los hijos de Zebedeo-, por querer ocupar los primeros puestos en el reino, Jesucristo, aprovechando la ocasión, les dijo:
"Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que, si alguno de vosotros quiere ser grande, que se haga vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea el servidor de todos" (Mt 20,25-26).
El evangelista Mateo, en relación con la predilección de Jesucristo por los niños, dice: "El que dé de beber a uno de estos pequeñuelos (microi) un vaso de agua fresca, porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa (Mt 10,42).
La idea expresada en estos textos obliga a los discípulos de Jesucristo, y muy singularmente a los apóstoles y a sus sucesores, a hacerse como niños. Es una lección fundamental para todos los seguidores de Jesucristo, sin ese requisito, no podrán entrar en el reino de Dios, y, así mismo, para los apóstoles, si quieren ser miembros cualificados del reino. En todo caso, el adulto tiene que dejar de ser lo que es y comenzar un nuevo modo de vivir, hacerse niño, nacer de nuevo en el renacer a la fe. Porque los niños enseñan a vivir a los mayores.
COMENTARIOS DE LAS PERICOPAS DE LA VIGILIA DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.
Comentario de la Primera Lectura: Cro 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2. Traslado del arca a la ciudad de David
En la Biblia hay dos versiones de la traslación del arca: una pertenece a la historia deuteronomista (2Sam 6), y otra, la nuestra, a la historia cronística (1Cr 15-16).
El Cronista, que escribe varios siglos más tarde que los deuteronomistas, ha tenido delante el relato de éstos y lo reproduce en parte. Pero, al mismo tiempo, ha introducido una serie de adiciones, modificaciones y retoques, que son sumamente interesantes desde el punto de vista histórico, teológico y kerygmático.
Desde el punto de vista histórico, porque un estudio comparativo entre ambos relatos demuestra la libertad con que los autores bíblicos han tratado los hechos. En otras palabras, demuestra que los autores sagrados no son historiadores en el sentido estricto de la palabra, sino teólogos. Desde el punto de vista teológico, el estudio comparativo de ambas historias demuestra el extraordinario progreso doctrinal que ha tenido lugar entre la primera y la segunda. Finalmente, desde el punto de vista kerygmático, el estudio comparativo demuestra que los textos bíblicos no son inertes y estáticos sino vivos y dinámicos. El Cronista no se ha limitado a reproducir materialmente la fuente que tenía delante, sino que la ha ampliado, modificado y retocado con el fin de adaptarla a los lectores del s. 3. °, que son distintos de los del s. 6°.
Quiero subrayar de manera especial este último punto. Creo que es muy importante constatar cómo la Biblia misma no solamente nos autoriza, sino que nos estimula con su ejemplo a un trabajo de actualización de los textos bíblicos. Esta labor de actualización es constante a lo largo de la Biblia. Donde aparece con mayor claridad y más fuerza es en los evangelios. Las palabras y los hechos de Jesús han sido unos y únicos y sin embargo han llegado hasta nosotros en cuatro versiones distintas, correspondientes a los cuatro evangelios. Quiere esto decir que los apóstoles y los evangelistas no se contentaron con repetir magnetofónicamente lo dicho y lo hecho por Jesús, sino que lo adaptaron y adecuaron a las circunstancias cambiantes de la historia y a las necesidades de las distintas comunidades.
A la hora de leer o explicar la Biblia no nos podemos limitar a descubrir lo que Isaías, Mateo o Pablo quisieron decir a sus lectores, sino que tenemos que hacer un trabajo de actualización para adaptarlo y adecuarlo al hombre de hoy.
Hechas estas consideraciones de carácter general, nos vamos a centrar en el relato que tenemos delante. Los principales retoques y modificaciones introducidos por Cronista son los siguientes: a) Presencia de los levitas. En 2Sam 6 los levitas no aparecen para nada; aquí en 1Cr 15—16 son casi los protagonistas. Probablemente el Cronista era un levita; de ahí su predilección por los de su gremio. Además, cuando escribe el Cronista (s. 3. °), solos los sacerdotes y levitas tienen acceso a los vasos y objetos sagrados. b) Glorificación de la figura de David. Se elimina todo lo que puede parecer menos digno; por ejemplo, la danza de David y los reproches que le dirige Micol son reducidos al mínimum. c) Lo que en 2Sam 6 era una fiesta popular y casi profana, se convierte en 1Cr 15—16 en una solemne ceremonia litúrgica de alcance nacional. Este retoque se encuadra bien dentro de la tendencia general del Cronista, que lleva a cabo una sacralización de la historia.
Comentario del Salmo 131. Levántate Señor, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder.
Este Salmo rememora el traslado del Arca de la Alianza al monte Sión (2 Sam. 6. 12-19). Las dos partes que lo integran se corresponden en perfecto paralelismo. La primera (vs. 1-10) comienza con el recuerdo del “juramento” hecho por David de no concederse ningún descanso hasta encontrar una Morada digna del Señor (vs. 1-5). La segunda (vs. 11-18) es la respuesta divina a los desvelos del rey: en forma de oráculo, el Señor “jura” a David que su dinastía no tendrá fin y le promete la prosperidad para su Pueblo.
Los cortes abruptos de los vs. 6-10 dejan entrever los diversos momentos de una liturgia procesional. Algunos indicios permiten afirmar que esta era celebrada anualmente, en tiempos de la monarquía, para conmemorar la elección de la dinastía davídica y del monte Sión (2 Sam. 7).
Comentario de la Segunda lectura: 1Co (15, 45-49/15, 54-57) ¿Cómo sería la resurrección? ¡Sobre Dios!
Pablo pasa ahora a imaginarse el modo de la resurrección, y para ello toma un ejemplo de la vegetación, pero sin prejuzgar la biología científica. A lo que se ve a simple vista, el grano de trigo parece que muere al ser sembrado y después resurge convertido en espiga lozana. Sin embargo, hay que notar que cada germen corresponde a un cuerpo determinado: hay diversidades de cuerpos (hombres, animales, pájaros, peces).
Es lo que, de alguna manera, pasará en la resurrección: a cada germen «muerto» en el surco corresponde a determinada existencia en el más allá.
El cuerpo resucitado será el mismo que el cuerpo mortal, pero no lo mismo: de corruptible se convertirá en incorruptible, de miserable en glorioso, de débil en robusto. En una palabra: se siembra un cuerpo «natural» («psyjikón») y resucita un cuerpo «sobrenatural» (“pneumatikón”).
La alusión al cuerpo «psíquico» y «pneumático» le da pie a Pablo para tejer un «midrach» —un ensayo rabínico— de la narración genesíaca: el Adán primero fue, según Gén 2, 7, una «vida viviente» («psyjé dsosa»); el segundo Adán es un «espíritu vivificador» (“pneúma dsoopoioún”). El uno polarizó alrededor de sí a la humanidad para arrastrarla a la muerte, para llevarla «a la tierra», de la que había procedido; el otro polariza la humanidad para llevarla al cielo, de donde procede. En una palabra: si queremos alcanzar la resurrección, tenemos que abandonar los dominios de «la carne y la sangre», tenemos que salir de la esfera de influencia adámica e incorporarnos definitiva y completamente a Cristo.
Como es lógico, Pablo, para expresar su fe, acude al envase cultural y lingüístico que está a su alcance. En otras palabras: él se lo imagina así, pero no pretende afirmar que sea la única manera de imaginárselo. Hay algo fundamental en su mensaje que podrá ser trasvasado a todas las expresiones culturales, o sea: que los cristianos esperan una sobrevida que de alguna manera tenga una profunda continuidad con esta historia material y tangible que estamos viviendo y padeciendo.
Termina Pablo exponiendo el «misterio» del que ya había hablado a los de Tesalónica (1Tes 4, 15-17): en el
momento de la parusía los que entonces vivan no morirán, sino que serán transformados en existencia gloriosa. Entonces se pondrá punto final a la existencia corruptible de la humanidad y será inaugurada la época definitiva del hombre.
Conclusión de todo ello: ¿pura pasividad de mística expectación ante un hecho celestial, ajeno y discontinuo del esfuerzo humano? Todo lo contrario: «Hermanos, estad firmes e inconmovibles, progresando constantemente en el quehacer cristiano, seguros de que vuestra tarea y vuestros sudores no caen en el vacío».
La esperanza en la resurrección es uno de los grandes estímulos de la humanidad para no ceder nunca en el esfuerzo liberador que llevan adelante los mejores y más genuinos procesos revolucionarios de la historia.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 1-58. María Madre de Dios.
El 1º de enero celebrábamos a Santa María, Madre de Dios.
El 25 de Marzo la Anunciación de Ntra. Señora, y hoy, 15 de Agosto, celebramos a María Asunta en Cuerpo y alma al cielo.
La historia humana es una historia de exilio. Nos encontramos desterrados en la tierra donde luchan el bien y el mal, la solidaridad y el egoísmo, la justicia y la mentira, es decir, la lucha entre los valores de la muerte y los valores de la vida. María supo salir victoriosa.
La fiesta de hoy nos invita a contemplar la historia humana como historia de salvación.
Desde el siglo II los Santos Padres presentan a la Virgen María como la mujer asociada a Cristo en la lucha contra el mal que ha de desembocar en la victoria del bien. "Convenía que aquella que había sido conservada intacta en su virginidad conservara intacto su cuerpo de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno al creador del universo como un niño tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que aquella que vio morir a su Hijo en la cruz lo viera ahora sentado en su gloria. Convenía que la madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por todas las criaturas como Madre de Dios".
María, la mujer llena de gracia, la virgen y madre es la primera mujer resucitada después de Cristo: su vida de gracia es para nosotros puerta de la gracia; su maternidad nos devuelve en Cristo la dignidad de hijos queridos; su resurrección es la prueba de que también nosotros estamos llamados a participar plenamente de la vida de Dios en la fraternidad de la Iglesia.
Con María, Dios convierte las promesas en realidad. Dios sale de las sombras para realizar junto a los hombres una nueva historia basada en la gracia y la providencia, animándonos a salir del doble juego de apostar por Dios a la vez que por las cosas del mundo.
María nos recuerda que la última palabra en nuestra historia la tiene Dios y merece la pena apostar por todo lo que conduce a la vida.
La lectura del libro del Apocalipsis nos recuerda la bendición de Dios a su pueblo a través de la entrega de una tierra donde edificar el templo, el lugar donde el pueblo ofrece a Dios sus sacrificios y oraciones.
La primera carta a los Corintios es un canto a la esperanza en la resurrección: "¿Dónde está muerte tu victoria? ¡Demos gracias a Dios que nos da la victoria por Jesucristo!".
Y el Evangelio nos recuerda que María es honrada en la Iglesia por ser Madre de Dios, pero también por ser la primera mujer en escuchar y vivir la palabra de Dios. ¡Dichosos quienes cumplen la Palabra de Dios!
Con la gloria de María, hay futuro para todos si como Ella también nosotros asimilamos la Palabra de Dios, la guardamos en nuestro corazón con cuidado y dejamos que nos lleve al destino que Dios nos tiene preparado.
Hoy celebramos que también nosotros, como ella, saldremos de este destierro de dolor y lágrimas y contemplaremos a María Virgen y Madre, asunta al cielo junto a todos los que se mantenido en la amistad de Dios. Para que sea posible, hoy le pedimos a Dios que nos ayude por intercesión de María a vivir en fe y gracia decididos por Dios, máximo bien.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 1-58, para nuestros Mayores. La Asunción de la Santísima Virgen.
Por estos mismos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, en dirección a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel (1,39-40). El nexo temporal que une esta nueva escena con la anterior es de los más estrechos, imbricándolas íntimamente. María se olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda de su pariente, tomando el camino más breve, el que atravesaba los montes de Samaría. Lucas subraya su prontitud para el servicio: el Israel fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial (Isabel; «Judá», nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén). Al igual que el ángel «entró» en su casa y la «saludó» con el saludo divino, María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». De mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que será madre del Precursor.
Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo (1,41). El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor! (1,42-45).
Isabel habla como profetisa: se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su seno el Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios. La expresión «mira» concentra, como siempre, la atención en el suceso principal: el saludo de María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño que llevaba en su seno. La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel. A diferencia de Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de bienaventuranza.
En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los tiempos, de los sometidos y desheredados de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida. En la primera estrofa del cántico María proclama el cambio personal que ha experimentado en su persona: Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humillación de su sierva.
Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Potente ha hecho grandes cosas a mi favor -Santo es su nombre- y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (1,46-50).
Por boca de María pronuncia su cántico el Israel fiel a Dios y a su alianza, el resto de Israel que ha creído en las promesas. Alaba a Dios por su cumplimiento, que ve inminente por el hecho de la concepción del Mesías y siente ya realizado en su persona.
«Dios mi Salvador» (cf. Sal 24,1; 25,5; Miq 7,7, etc.) es el título clave del cántico, cuyo tema dominante va a ser la salvación que Dios realiza en Israel. Dios ha puesto su mirada en la opresión que se abate sobre su pueblo y lo ha liberado en la persona de su representante, su «sierva» (cf. Dt 26,7; Sal 136,23; Neh 9,9).
Los grandes hitos de la liberación de Israel están compendia¬dos en las «grandes cosas» que Dios ha hecho en favor de María. Esta expresión se decía en particular de la salida de Egipto (Dt 10,21, primer éxodo). En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su nombre es Santo; en el compromiso de los cristianos a favor de los pobres y marginados, éstos reconocerán que el nombre de Dios es Santo y dejarán de blasfemar contra un sistema religioso que, a sus ojos, se ha pres¬tado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia a defender los intereses de los poderosos o, por lo menos, se ha inhibido de sostener la causa de los pobres con el pretexto de que alcanzarán la salvación del alma en la otra vida.
En la segunda estrofa se contempla proféticamente el futuro de la humanidad desheredada -tema de las bienaventuranzas- como realización efectuada e infalible de una decisión divina ya tomada de antemano: Su brazo ha intervenido con fuerza, ha desbaratado los planes de los arrogantes: derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humillados; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío (1,51-53).
Dios no ha dado el brazo a torcer frente al orden injusto que, con la arrogancia que le es proverbial, ha pretendido con sus planes mezquinos e interesados borrar del mapa el plan del Dios Creador. Dios «ha intervenido» ya (aoristo profético) para defender los intereses de los pobres desbaratando los planes de los ricos y poderosos. La acción liberadora va a consistir en una subversión del orden social: exaltación de los humillados y caída de los opresores; sacia a los hambrientos y se desentiende de los ricos. El cántico de María es el de los débiles, de los marginados y desheredados, de las madres que lloran a sus hijos desapareci¬dos, de los sin voz, de los niños de la «intifada», de los muchachos que sirven de carnaza en las trincheras, en una palabra: de la escoria de la sociedad de consumo, que dilapida los bienes de la creación dejando una estela de hambre que abraza dos terceras partes de la humanidad.
Finalmente, en la tercera estrofa pone como ejemplo concreto de la salvación, cuyo destinatario será un día no lejano la entera humanidad, la realización de su compromiso para con Israel: Ha auxiliado a Israel, su servidor, acordándose -como lo había prometido a nuestros padres- de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia, por siempre (1,54-55).
Dios no ha olvidado su misericordia/amor (Sal 98,3), como podía haber sospechado Israel ante los numerosos desastres que han jalonado su historia. La fidelidad de Dios hecha a los «pa¬dres», los patriarcas de Israel, queda confinada de momento, en el horizonte concreto de María, el Israel fiel, su pueblo. Sólo en la estrofa central hay atisbos de una futura ampliación de la promesa a toda la humanidad.
María permaneció con ella como tres meses y regresó a su casa (1,56). Lucas hace hincapié en la prolongada permanencia de María al servicio de su pariente, aludiendo al último período de su gestación. Silencia, en cambio, intencionadamente su pre¬sencia activa en el momento del parto, cuando lo más lógico es que la asistiera en esta difícil situación. No tiene interés en los datos de crónica, sino en el valor teológico del servicio prestado. La vuelta «a su casa» sirve para recordar que en la gestación de su hijo, José no ha tenido arte ni parte. La mención de las dos «casas», la de Zacarías al principio y la de María al final, establece un neto contraste entre las respectivas situaciones familiares.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,39-56, de Joven para Joven. Un canto de "enamorada" de Dios.
La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado! El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición, como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata. Es un canto de la comunidad posterior que alaba a Dios con María y por María.
Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilé”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.
Los temas, pues, podrían exponerse así: la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.
Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: San Bernardo. La Asunción de María.
“Al subir hoy al cielo la Virgen gloriosa, colmó con copiosos aumentos el gozo de los ciudadanos celestiales…Si el alma de un párvulo, no nacido aún, se derritió en castos afectos, luego que habló María, ¿cuál pensamos que sería el gozo de los ejércitos celestiales, cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de su dichosa presencia? Mas nosotros, carísimos, ¿qué ocasión de solemnidad tenemos en su Asunción, qué causa de alegría, qué materia de gozo? Con la presencia de María se ilustraba todo el orbe, de suerte que aun la misma patria celestial brilla más lucidamente, iluminada con el resplandor de la antorcha virginal. Por eso resuenan con razón en las alturas la acción de gracias y la voz de alabanza; pero para nosotros más parece materia de llanto que de aplauso. Porque ¿no es lógico que cuanto se alegra el cielo de su presencia, otro tanto este mundo inferior llore su ausencia? Cesen, sin embargo, nuestras quejas; porque tampoco nosotros tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la misma a la que llega hoy la bendita María. Y si estamos señalados como ciudadanos suyos, es razón, ciertamente, aun en el destierro, aun a orillas del río de Babilonia, acordarnos de Ella, tomar parte en sus gozos y participar de su alegría; especialmente de aquella alegría que con ímpetu tan copioso baña hoy la ciudad de Dios, para que percibamos también las gotas que destilan sobre la tierra. Nos ha precedido nuestra Reina, y tan gloriosamente fue recibida, que los siervecillos siguen confiadamente a su Señora, clamando: Tráenos en pos de ti; al olor de tus ungüentos correremos (Cant, 1, 4). Nuestra peregrinación envió delante a su abogada, que, como Madre del Juez y de misericordia, tratará devota y eficazmente los negocios de nuestra salvación.”
“Hoy envió nuestra tierra al cielo un precioso regalo, para que dando y recibiendo, se unan en trato feliz de amistades lo humano y lo divino, lo terreno y lo celestial, lo ínfimo y lo sumo. Porque allá subió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto de la Virgen bienaventurada, Ella misma dará también dones a los hombres. Y ¿cómo no? Ni le falta poder, ni voluntad. Reina de los cielos es, misericordiosa es, Madre es, en fin, del unigénito Hijo de Dios…
Y digo esto por nosotros, hermanos míos, sabiendo que es dificultoso que en pobreza tanta se pueda hallar aquella caridad perfecta que no busca la conveniencia propia. Mas con todo, sin hablar ahora de los beneficios que conseguimos por su glorificación, si la amamos, nos alegraremos sin duda, porque va al Hijo. La felicitaremos, a no ser que –lo que Dios no quiera- nos mostremos del todo ingratos a la inventora de la gracia. Hoy, al entrar en la santa ciudad, es recibida por aquel Señor a quien Ella recibió primero, cuando entró en el castillo de este mundo. Pero ¡con cuánto honor, con cuánta gloria! Ni en la tierra hubo lugar más digno que el templo de su seno virginal, en el que María recibió al Hijo de dios, ni le hay en los cielos más digno que el solio real, al que sublimó hoy a María el Hijo de María. Felices uno y otro recibimiento; inefables el uno y el otro; porque uno y otro son superiores a nuestra inteligencia…”
“¿Quién podrá pensar siquiera cuán gloriosa iría hoy la reina del mundo, y con cuánto afecto de devoción saldría a su encuentro toda la multitud de los ejércitos celestiales? ¿Con qué cánticos sería acompañada hasta el trono de la gloria; con qué semblante tan plácido; con qué alegres abrazos sería recibida del Hijo y ensalzada sobre toda criatura…, con aquel amor que madre tan grande merecía…, con aquella gloria que era digna de tan gran Hijo?... ¡Felices aquellos besos que imprimiría en sus labios cuando le alimentaba y cuando le acariciaba la madre en su virginal regazo!...
¿Quién referirá la generación de Cristo y la Asunción de María? Porque cuanta mayor gracia alcanzó en la tierra sobre todos los demás, tanta más alcanza en los cielos en singular gloria. Y si el ojo no vio, ni oyó el oído, ni cupo en el corazón del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman, ¿quién contará lo que preparó para aquella que le engendró, y a quién, como es cierto para todos, amó más que a todos?
Dichosa, pues, María y mil veces dichosa, ya recibiendo al Salvador, ya siendo por Él recibida. En lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Majestad…”
Los misterios cristianos se enlazan unos con otros, y este de la Asunción tiene una especial conexión con el de la Encarnación del Verbo. Si María recibió a Jesús en su seno, Jesús debe recibir en el suyo a María; si el uno bajó, la otra debe subir; y como Dios ha de superar en magnificencia a los hombres, el que no dio sino una vida mortal debe recibir en medio de magnífica pompa una vida inmortal.
El cielo tiene sus solemnidades como la tierra, o mejor dicho, ésta ha copiado el nombre para disfrazar su nada. +
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