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domingo, 15 de agosto de 2010

Lecturas del día 15-08-2010

15 de Agosto 2010. DOMINGO DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (CIiclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA. Virgen de la Paloma, de los Reyes. SS. Tarsicio, Luis Batis, Manuel Morales, Salvador Lara y David Roldan mrs.

LITURGIA DE LA PALABRA

Ap 11,19a;12,1.3-6a.10ab: Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal
Salmo 44: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
1Co 15,20-27a: Primero Cristo, primicia; después, los que son de Cristo
Lc 1,39-56: El poderoso ha hecho obras grandes por mí, enaltece a los humildes.

A la mitad del mes de agosto, estalla la alegría en la liturgia de la Iglesia. En el hemisferio norte, coincide -o se le ha hecho coincidir- con las fiestas ancestrales de la canícula del verano boreal. La alegría de la plenitud de las cosechas llega a su plenitud ahora al celebrar la Asunción de la Virgen María. Ella, la madre de Jesús, es la «primera cristiana», debería ser también la primera en llegar hasta Jesús. La fe de la iglesia ha querido ver en ella la confirmación definitiva de que nuestra esperanza tiene sentido. De que esta vida, aunque nos parezca que está enferma de muerte, está en realidad preñada de vida, de una vida que se manifiesta ya en nosotros y que debemos celebrar ya aquí y ahora. Y en primer lugar, en María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

En la primera lectura encontramos un combate frontal entre la debilidad de una mujer a punto de dar a luz y la crueldad de un monstruo perverso y poderoso que se ha apropiado de una buena parte del mundo y quiere arrebatarle el hijo a la mujer. El Apocalipsis, hace un relato rico en simbología en el cual las comunidades cristianas pueden estar representadas en la mujer, reconociendo que un sector del cristianismo de los primeros días tuvo un alto influjo de la persona de María y de la presencia femenina en medio de ellas, como sostenedoras de la fe y la radicalidad. Por otra parte el monstruo, es un sinónimo del aparato imperial. Con sus respectivas cabezas y cuernos representa los tentáculos del poder civil, militar, cultural, económico y religioso, que está empeñado en eliminar al cristianismo, por su talante profético, ya que se ha tornado incómodo para los poderosos de la tierra.

La segunda lectura, abre bellamente con una metáfora de la resurrección de Cristo como primer fruto de la cosecha, y luego clarifica cómo todos lo que en Cristo viven, en Cristo mueren, también en Cristo resucitarán. Se trata de una afirmación de la vida plena para los que asumen el proyecto de Jesús como propio y en ese sentido se hacen partícipes de la Gloria de la resurrección.

En el evangelio, el canto de alegría de María que se proclama en el Evangelio se hace nuestro canto. Tenemos pocos datos sobre María en los evangelios. Los estudiosos nos dirán que, casi seguro, este cántico, el Magnificat, no fue pronunciado por María, sino que es una composición del autor del Evangelio de Lucas. Pero no hay duda de que, aun sin ser histórico, recoge el auténtico sentir de María, sus sentimientos más profundos ante la presencia salvadora de Dios en su vida. Es un cántico de alabanza. Esa es la respuesta de María ante la acción de Dios. Alabar y dar gracias. No se siente grande ni importante por ella misma, sino por lo que Dios está haciendo a través de ella.

"Proclama mi alma la grandeza del Señor". María goza de esa vida en plenitud. Su fe la hizo vivir ya en su vida la vida nueva de Dios. Hay un detalle importante. Lo que nos cuenta el evangelio no sucede en los últimos días de la vida de María, cuando ya suponemos que había experimentado la resurrección de Jesús, sino antes del nacimiento de su Hijo. Ya entonces María estaba tan llena de fe que confiaba totalmente en la promesa de Dios. María tenía la certeza de que algo nuevo estaba naciendo. La vida que ella llevaba en su seno, aún en embrión, era el signo de que Dios se había puesto en marcha y había empezado actuar en favor de su pueblo.

Más de una vez, en alguna dictadura, este canto de María se ha considerado como revolucionario y subversivo. Y ha sido censurado. Ciertamente es revolucionario, y su mensaje tiende a poner patas arriba el orden establecido, el orden que los poderosos intentan mantener a toda costa. María, llena de confianza en Dios, anuncia que Él se ha puesto a favor de los pobres y desheredados de este mundo. La acción de Dios cambia totalmente el orden social de nuestro mundo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. No es eso lo que estamos acostumbrados a ver en nuestra sociedad. Tampoco en tiempos de María. La vida de Dios se ofrece a todos, pero sólo los humildes, los que saben que la salvación sólo viene de Dios, están dispuestos a acogerla. Los que se sienten seguros con lo que tienen, esos lo pierden todo. María supo confiar y estar abierta a la promesa de Dios, confiando y creyendo más allá de toda esperanza.

Hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para hacerlo más como Dios quiere: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios. Pero en este día María anima sobre todo nuestra alabanza y acción de gracias. María nos invita a mirar a la realidad con ojos nuevos y descubrir la presencia de Dios, quizá en embrión, pero ya presente, a nuestro alrededor. María nos invita a cantar con gozo y proclamar, con ella, las grandezas del Señor.

Nota crítica. A estas alturas, es importante no hablar de la Asunción de María sencillamente como quien da por supuesto un viaje cuasi-sideral de María al cielo... No es necesario detenerse una vez más en el análisis del tema de los «dos pisos» de la cosmovisión religiosa clásica... Pero sí es necesario, aunque sea con un simple leve inciso, recordar a los oyentes que no estamos describiendo un asunción literal, un traslado físico, sino una expresión metafórica, para que no se entienda mal todo lo que con una bella estética bíblico-litúrgica podamos decir al respecto.

PRIMERA LECTURA.
Apocalipsis 11,19a;12,1.3-6a.10ab
Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal
Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de la alianza. Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios. Se oyó una gran voz en el cielo: "Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 44
R/.De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir. R.

Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu Señor. R.

Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real. R.

SEGUNDA LECTURA.
1Corintios 15,20-27a
Primero Cristo como primicia; después todos los que son de Cristo
Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.

Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 1,39-56
El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes 

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

María dijo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia para siempre." María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor.


Comentario de la primera Lectura: Ap 11, 19a; 12, 1-6a.10b. Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal.
La “gran señal” de la mujer vestida del sol, a punto de dar a la luz un hijo varón, está precedida de otra aparición que tiene lugar en el santuario de Dios, en el cielo: «Apareció en el cielo el templo de Dios y dentro de él apareció el arca de su alianza en medio de relámpagos, de retumbar de truenos, de temblores de tierra y de fuerte granizada» (Ap 11,19). El cuadro descrito aquí evoca clarísimamente la grandiosa teofanía sinaítica (Ex 19,16-18). Concluida la Alianza en las faldas de la montaña del Sinaí, Dios manda construir el arca, signo visible de la morada de Dios en medio de su pueblo (Ex 23,8).

El autor del Apocalipsis, en parte, recuerda el arca de la primera Alianza (Ap 11,19). Y, a continuación, sugiere que con la llegada de Cristo surge otra arca, símbolo de la nueva Alianza. Esta segunda arca, que lleva a cumplimiento las profecías de la antigua, es la «mujer», y en su seno lleva a un niño varón, a Cristo, el Mesías (Ap 12,1—5). El regazo de la mujer es la nueva arca de la alianza, portadora de la presencia encarnada del Hijo de Dios. Ella es sencillamente la “mujer de la Alianza”. Queda asociada, simbólicamente, con Eva, Israel y la Iglesia: un trinomio que arranca de la antigua alianza y concluye en la nueva. En la «mujer» del Apocalipsis, que no tiene nombre propio, podemos reconocer a Eva, la hembra de Gn 3. La «mujer», en otro de sus rasgos, representa a la mujer-esposa de la antigua alianza, esto es, al pueblo de Israel, formado por las doce tribus y simbolizado por las doce estrellas de la corona (cf. Gn 37,9). Y por último, la «mujer» es la figura de la Iglesia de Cristo. Después aparece como la madre del Mesías, «el cual fue puesto a salvo junto al trono de Dios» (v. 5), de los que observan los mandamientos divinos y dan testimonio de Jesús (v. 17).

El parto de la «mujer» es una escena simbólica que alude a la pasión-resurrección de Cristo. El hijo varón que ha dado a luz es Cristo resucitado. El Padre lo «pone a salvo», es decir, lo libra del poder de sus enemigos mediante la Fuerza del Espíritu, y lo entroniza a su derecha como rey mesiánico. El resucitado es el hombre nuevo nacido al mundo de la nueva creación inaugurada por su Pascua (cf. Jn 16,2lss; 19,5; Hch 13,32ss). La persecución desencadenada contra Cristo, el Mesías, se extiende ahora a su Iglesia (Jn 15,18), peregrina por el desierto hacia Dios (Ap 12,6.14). El la asiste, según la promesa: «En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir pero tened ánimo, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33; Ap 13-17).

Comentario Salmo 44. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
Es un salmo real, porque tiene como figura central al rey en la celebración de algún momento importante de su vida en este caso se trata de la celebración de su matrimonio.

Tiene cuatro partes: 2; 3-8; 9-16; 17-18. La primera (2) es una dedicatoria. Una persona vinculada a palacio decide componer un poema para conmemorar las bodas del rey. Su corazón está alegre y su lengua expresa lo que siente el corazón.

En la segunda parte (3-8), el poeta se ocupa del rey: lo describe como el más bello de los hombres, objeto de la gracia y bendiciones de Dios (3). Aparecen las tres insignias o distintivos del rey: la espada (4), el trono (7a) y el cetro (7b). Son objetos que nos hablan de las funciones del rey. La espada, en primer lugar, es símbolo de la justicia. Una de las tareas más importantes del rey de Israel era defender al pueblo de las agresiones exteriores. El rey era el jefe militar que comandaba los ejércitos en la defensa del territorio para preservar la tierra y la independencia de Israel. Por eso se pide al rey que se ciña la espada (4), que cabalgue en defensa de la verdad, de la justicia y en favor de los pobres (5). Esto era lo que el pueblo de Dios esperaba de su suprema autoridad política. El salmo habla también de las flechas que intimidan a los enemigos, de modo que acaban rindiéndose (6). El segundo elemento es el trono (7a), que recuerda la promesa hecha a David a propósito de la sucesión dinástica (2Sam 7,12- 16), signo de que Dios sigue bendiciendo a su pueblo en la persona del rey (3) que combate en favor de la verdad y en defensa de los pobres y de la justicia (5). El tercer objeto mencionado es el cetro (7b), el bastón de mando, símbolo del poder que el rey posee en el país. Representa el poder de gobernar y administrar justicia en el ámbito nacional. El texto mismo indica qué es lo que representa el cetro: “¡Cetro de rectitud es el cetro de tu reino! Tú amas la justicia y odias la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con perfume de fiesta, entre todos tus compañeros” (7b-8).

La tercera parte (9-16) dirige su atención al salón de las celebraciones, donde ya se encuentra el rey. El palacio es de marfil, las ropas del rey están perfumadas, están presentes las princesas (hijas de reyes), la reina madre, adornada con oro de Ofir, está a la derecha del trono (9-10).

Pero falta todavía algo importante: la novia. El rey está prendado de una de las princesas, y parece que ella no lo sabe. Alguien se le acerca y le confiesa que el rey está enamorado de ella, y la invita a dejar a sus padres y aceptar al rey como nuevo señor (11-12), pues goza de fama internacional (13). Esto era común en la cultura patriarcal de aquella época. Por muy dura que pudiera resultar la dignidad de esposa del rey, la elegida no podía rechazarla.

La princesa no podía decir que no, y se prepara para la boda. No dice nada. Son sus vestidos los que «hablan»: «Ahora entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocados. Ellos la llevan en presencia del rey, con séquito de vírgenes, y sus compañeras la siguen. Con júbilo y alegría la conducen, y entran en el palacio real» (14-16).

La última parte (17-18) contiene las felicitaciones y los deseos. No se dice nada de la fiesta, Se deja todo a la fantasía del rey y de su amada. El autor de este poema expresa los deseos típicos de una sociedad patriarcal: hijos varones que serán nombrados príncipes «por toda la tierra» (expansionismo militar), el mayor de los cuales heredará el trono de su padre. Este, por su parte, será recordado por siempre.

Surgió para conmemorar las bodas del rey y garantizar lo que había de ser una constante preocupación de la autoridad suprema en Israel: la defensa contra las agresiones internacionales, el mantenimiento de la dinastía de David y la administración de la justicia dentro del propio país.

Los salmos de este tipo están cargados de ideología. Defienden enérgicamente una concepción de la sociedad desde el palacio real, tratando de implicar a Dios, pues el rey es su hijo (cf. Sal 2,7). Una concepción como esta difícilmente podría haber nacido en los ambientes proféticos, normalmente contrarios a la concentración de poder en las manos del rey. La visión de la organización social de los salmos reales es la de un imperialismo que cuenta con las bendiciones de Dios.

Este salmo presenta a un Dios estrechamente ligado al rey, al que bendice y protege. Tal vez haya que fijarse en lo que Dios quería que hiciera el rey, es decir que defendiera la verdad y la justicia y que luchara en favor de los pobres. En este sentido, el rostro de Dios sigue siendo el del aliado fiel de su pueblo, el Dios del éxodo, comprometido con la posesión y la defensa de la tierra, de la libertad y de la vida para todos.

El tema de la realeza de Jesús está presente en todo el Nuevo Testamento; no obstante, el Maestro cambió completamente la concepción que se tenía del poder (véase lo que se dijo a propósito de los salmos 2, 18, 20, 21).

Estamos acostumbrados a rezarlo pensando en Jesús como rey o en María como esposa. No obstante, cuando lo recemos, conviene recordar el deber sagrado de la autoridad política, que tendría que buscar en el Jesús servidor el punto de referencia para todo aquello que tiene que hacer.

Comentario de la Segunda lectura: 1Co 15,20-27. Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo.
Pablo afirma la realidad central de nuestra fe: «Cristo ha resucitado de entre los muertos » (v. 20). Sin embargo, Cristo no es un «triunfador» en solitario, sino «anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte» (v. 20). Si Adán, el primer ser humano de la antigua creación, es la causa de la muerte para todos, Cristo—el segundo Adán, primicia de la nueva creación— es la causa ele la resurrección de la humanidad, llamada a convertirse en propiedad «de Cristo» a través de la fe en él. Cristo, por tanto, es «el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29), «el primogénito de los que triunfan sobre la muerte» (Col 1,18), o sea, «el primer nacido» al mundo nuevo establecido mediante su resurrección.

En el designio divino hay un «orden», una «sucesión» (v. 23). El principio (la «primicia») de la resurrección personal de Cristo establece un fin (el “término”), es decir; la conclusión de la historia de la salvación, marcada por la «venida de Cristo (vv. 23.24). Entonces también será vencida la muerte, que es «el último enemigo» en ser eliminado (v. 26); el «hueso duro de roer», podríamos decir La hora en la que «todos retornarán a la vida en Cristo» (v. 22).

Entre la resurrección de Cristo y la parusía al final de los tiempos se interpone la amplitud infinita de la historia. Una historia recorrida por el Resucitado, «el alfa y la omega, el principio y el fin» (Ap 21,6; 22,13). Este es el campo en el que la energía divina del Viviente de entre los muertos derrotará gradualmente a las Fuerzas del mal. Él pondrá «a todos sus enemigos bajo sus píes» (v. 25), hará «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Con el lenguaje apocalíptico de la época (cf. 1 Pe 3,22; Ef. 1,2Oss; 6,12; Col 1,16; 2,10.15),

Pablo muestra que, cuando tenga lugar el fin y Cristo entregue el Reino a Dios Padre, quedará destruido «todo principado, toda potestad y todo poder (v. 24), esto es, todas las realidades demoníacas, que, incluso estando sujetas a Dios, pueden ejercer influjos negativos sobre nuestro mundo (potencias políticas deificadas, personas, estructuras, leyes, instituciones, desviaciones psíquicas...). Todo será reducido bajo el poder de la soberanía real del resucitado. Hasta la muerte, que nos tenía esclavizados de por vida (cf. Heb 2, l4ss), quedará subyugada por «medio de Cristo» (cf. Col 2,15).

Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 39-56. El poderoso ha hecho obras grandes por mí ; enaltece a los humildes.
Fijemos nuestra atención en dos motivos del texto evangélico que pueden tener una estrecha relación con la Asunción: el «arca de la Alianza» y las «grandes cosas del Poderoso»

Lucas no afirma explícitamente que María es el arca de la Alianza. Sin embargo, el texto del evangelio elegido para la fiesta de hoy lo sugiere implícitamente. Según la explicación de muchos exégetas, el viaje de María a la casa de Zacarías está calcado del traslado del arca desde Baalá de Judá (antigua Quiriat Yearín, cf. Jos 15,9.60; 18,14) a Jerusalén (cf. 2 Sam 6; 1 Cro 13; l5). El traslado del arca fue promovido por el joven rey David después de conquistar la colina de Sión a los jebuseos (2 Sam 5,6-9).

Entre el relato de Lucas y el del segundo libro de Samuel se dan algunos paralelismos: la región de Judá como área geográfica de los dos viajes; los brincos de regocijo y la entusiasmada danza del pueblo y de David delante del arca y los saltos de alegría de Juan Bautista en el seno materno; la exclamación de David y la de Isabel; los «tres meses» del arca en casa de Obededón de Gat y de María con Isabel, en casa de Zacarías... Teniendo en cuenta las correspondencias de los dos episodios, sobreentendidas y latentes, es posible pensar que Lucas presenta a María, con Jesús en su vientre, como la nueva arca. ¡De la arqueta de madera al seno de la mujer!; del «arca del Señor» a la «Madre del Señor»: he aquí el paso de la antigua a la nueva Alianza.

Las “grandes cosas” hechas por Dios son las intervenciones de gracia —maravillosas, potentes y terribles— que ha realizado en la historia de la Alianza con su pueblo. El destinatario habitual de estas «grandes cosas» ha sido la comunidad de Israel: «El Señor ha hecho grandes cosas por ellos », canta el salmista (Sal 126,2; cf. también 106,21). No es raro que el Señor haga «cosas grandes» en favor de una persona, elegida como vehículo de bendición para todo el pueblo. Tal es el caso de Abrahán (Gn 12,2), David (2 Sam 7,21; 22,51), Judit (Jdt 13,8.10)... La finalidad de las «grandes cosas prodigadas por el Señor es siempre eclesial y comunitaria por naturaleza. También el Magnífica refleja esta economía. Al menos tres veces la Virgen se siente vinculada con la comunidad a la que pertenece. María canta al Dios de la Alianza porque ha mirado su «humildad» y ha ensalzado «a los humildes» (Lc l, 48a.52b); porque se ha fijado en su «sierva» y ha tomado de la mano a «Israel, su siervo» (Lc 1, 48a.54a), y porque ha hecho «grandes cosas» en su persona y ha cumplido las promesas en favor de «Abrahán y su descendencia» (Lc 1,49a.55).

Las páginas de la Escritura nos invitan a contemplar a la Virgen, que, después de cruzar el umbral de la casa de Zacarías, ha atravesado el umbral de la morada celeste. Allí, en la casa del Padre, Jesús ha preparado para ella «un lugar» (cf. Jn 14,1-2). La antigua arca estaba colocada dentro del Santo de los Santos, en el templo de Jerusalén (1 Re 8,6; 2 Cro 5,7); ahora, la nueva arca tiene su lugar en el corazón de la Trinidad Santa, en virtud de la resurrección de Cristo, su Hijo.

La Asunción es el epílogo de las «grandes cosas» que el Dios de la Alianza ha hecho en la Madre de su Hijo. Y como estas maravillas de Dios tienen siempre una connotación eclesial, la Asunta es el icono entregado a la Iglesia, corazón del mundo. Es la garantía del triunfo escatológico ofrecido a cada criatura. El Vaticano II lo había intuido clarísimamente: «La Madre de Jesús, de la misma manera que, ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cf.: 2 Pe 3,10)» (LG 68). Tema que está recogido en el prefacio: «Ella es Figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra».

La tradición bíblica enseña que la resurrección al final de la vida es el gesto máximo de consuelo y misericordia divina hacia su pueblo (2 Mac 7,29; TgCant 8,5; TgIs 66,79.12-14; 1 Tes 4,13- 2 Tes 2, 16ss, etc.). Con maternal ternura, ese día el Señor «enjugará Las Lágrimas de sus ojos» (Ap 21,4; cf. Is 25,8). Cristo resucitado consuela y conforta a la iglesia sobre todo con su resurrección. Delante de nuestra mirada resplandecerá su humanidad, transfigurada por la gloria de la Pascua. El resucitado es el crucificado y el crucificado es el resucitado. La corporeidad asumida por Cristo en la encarnación y martirizada por la pesadez de nuestros egoísmos no es simplemente destruida o disuelta por la resurrección, sino transformada, y se convierte en imagen luminosa de los cielos nuevos y la tierra nueva. La continuidad es sublimada (no anulada) por la novedad.

Nosotros, discípulos del resucitado, estamos llamados a ejercer el ministerio de la consolación mediante una catequesis inspirada en la resurrección del Señor. En la órbita de Cristo resucitado se mueve la Asunta. En ella contemplamos la señal anticipada de la transformación final del mundo. La Asunta es la Dolorosa y la Dolorosa es la Asunta. Sale fortalecida la virtud de la esperanza, algo difícil, aunque no imposible.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,39-56, para nuestros Mayores. La Asunción de la Virgen María. 
La liturgia nos habla hoy de la Asunción de María, elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Y recurre a tres textos bíblicos para expresar este misterio. El primero, tomado del libro del Apocalipsis, habla del signo grandioso de una mujer vestida de sol. El segundo, tomado de la Primera Carta de Pablo a los Corintios, explica que la resurrección tiene lugar siguiendo un orden determinado. En el evangelio no se habla de la Asunción de María, porque este acontecimiento no se narra en ningún pasaje del Nuevo Testamento; se habla en su lugar de la Visitación, porque María expresó en aquella ocasión los sentimientos que debía de tener también en el gran día de su Asunción: son los sentimientos expresados en el Magníficat.

Es significativo que María entone su Magníficat en una ocasión de gran caridad fraterna. Ella recibió el anuncio de que se convertiría en la madre del Hijo de Dios; pero, al saber que Isabel, pariente suya, esperaba un niño, a pesar de lo avanzado de su edad, y, por consiguiente, necesitaba ayuda, se sintió impulsada por la caridad divina a ir a su encuentro.

El contacto con María es ocasión de gracias muy grandes. El evangelio dice que «cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre; Isabel se llenó de Espíritu Santo».

En esta comunicación de gracias, María expresa sus sentimientos de agradecimiento y de amor pleno de gratitud a Dios, que ha hecho grandes cosas en ella.

El Magníficat es un canto profético, porque anuncia, de una manera misteriosa, la exaltación de la misma María en el acontecimiento de la Asunción. De hecho, en aquel momento pudo proclamar, con una exultación todavía más fuerte: «Proclama mi alma la grandeza del Señor… Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí».

Este canto de María expresa verdaderamente su inmensa gratitud por la obra divina en ella. En el momento del nacimiento de Jesús ya podía decir María: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí». En el Calvario, incluso en medio de los grandísimos dolores que debía producirle la muerte de su hijo, fue capaz de decir: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí», porque me ha convertido en madre de los discípulos de Jesús, madre en el espíritu.

Por último, María pudo expresar su alegría y su gratitud de una manera definitiva y perfecta en el momento de su Asunción. Entonces pudo decir verdaderamente: «Mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo».

Año tras año, todas las generaciones proclaman en el día de la Asunción la bienaventuranza de María, su gran alegría, toda ella empapada de gratitud al Señor. La asunción es un privilegio de María, porque Dios no podía dejar que fuera abandonado a la corrupción el cuerpo que había acogido a su Hijo para darle la carne y la sangre que necesitaba para llevar a cabo la redención del mundo.

Así, Jesús vino a recoger a su madre después de la «dormición» —como se suele decir— de ésta, a fin de asociarla plenamente a su gloria en el cielo. Y desde allí continúa María su obra materna en favor de la Iglesia. Pablo habla de la resurrección en la segunda lectura. Afirma que «si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida». Ahora bien, «cada uno en su turno: la primicia es Cristo; después, cuando él vuelva, los cristianos».

Podemos especificar ulteriormente que entre los cristianos también hay un orden. María, asociada de una manera tan estrecha a la vida, pasión y muerte de Jesús, merece la precedencia sobre todos, y su asunción expresa esa precedencia.

La primera lectura, tomada del Apocalipsis, revela la gloria de María. El autor refiere una señal aparecida en el cielo: «Una mujer revestida del sol». El Apocalipsis no habla directamente de la Asunción de María. En efecto, de esta mujer revestida del sol se dice que «estaba encinta y gritaba de dolor en el trance del parto».

Sin embargo, la gloria de María está descrita con esta imagen grandiosa: «Una mujer revestida del sol, la luna bajo los pies y en la cabeza una corona de doce estrellas». Los artistas se han esforzado por representar a Nuestra Señora con estos elementos maravillosos.

El texto no nombra a María. Habla de la lucha con el dragón, que representa al demonio, el poder del mal, y dice: «El dragón estaba frente a la mujer en parto, dispuesto a devorar la criatura en cuanto naciera».

Esto nos hace pensar en el episodio de la matanza de los inocentes por obra de Herodes: el niño Jesús fue buscado para darle muerte. Se trata de un hecho diabólico. Pero Dios protegió a su Hijo encarnado, que debía llevar a cabo la redención de todos los hombres en la plenitud de su humanidad.

La mujer «dio a luz a un hijo varón, que ha de gobernar a todas las naciones». Tenemos aquí la descripción del Mesías, por lo que este texto se aplica en línea directa a María. Ahora bien, puede evocar asimismo la relación entre el Mesías y el pueblo elegido, por lo que se puede decir, en cierto sentido, que también la nación santa ha sido la madre del Mesías. Sin embargo, la madre del Mesías en línea directa ha sido María.

María aparece aquí como ocasión del triunfo de Dios, porque el Señor la ha protegido. Dice el texto: «Ha llegado la victoria, el poder y el reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Mesías». Todo esto se cumplió en la Asunción de María.

Esta fiesta pone en nuestros corazones una gran alegría. Somos felices por María, que no sólo fue preservada de la corrupción, sino que también ha sido glorificada junto a su Hijo y junto a Dios. Al mismo tiempo, sabemos que hay en el cielo una persona muy poderosa que intercede por nosotros. María está en el cielo para acoger nuestras oraciones humildes y confiadas, y para obtener que sean escuchadas.

Volviendo al Evangelio, podemos decir que María, tras haber sido asumida al cielo, no deja de visitar la tierra. La Visitación marca el destino de María de una manera muy duradera. Sabemos que Nuestra Señora se ha aparecido muchas veces, a fin de dar a los cristianos la confianza de que están siendo guiados hacia Dios de una manera muy segura. Viene a socorrer a los débiles, a curar a los enfermos, a invitar a todos a la conversión, a darnos la esperanza de que, al final, podremos reunirnos con ella en el cielo.

María, glorificada, no nos abandona; más aún, podemos sentirla muy cerca. Por eso podemos vivir en un clima de alegría y confianza.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,39-56, de Joven para Joven. Visitación y canto de María.

La Asunción de María. El día 1 de noviembre de 1.950 el papa Pío XII en su bula Munificentíssimus Deus declaró “dogma revelado por Dios que la inmaculada Madre de Dios, la Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (DS 3903). La bula definitoria no habla de argumentos bíblicos, pues la Escritura no afirma la Asunción de María; pero sí del “último fundamento escriturístico” en que se basan los santos Padres y los teólogos, además del común sentir del pueblo cristiano. Es decir, la sagrada Escritura presenta a María íntimamente vinculada a la persona y obra del Redentor; pues bien, de esta unión plena deriva su participación en el triunfo glorioso de su hijo, Cristo Jesús.

Poco a poco la teología fue afianzando el terreno de la tradición oral, basándose en dos funciones marianas: la maternidad divina y la corredención. La referencia máxima en toda la persona y misterio de María siempre es, en primer lugar, Cristo y después la Iglesia; es decir, su maternidad divina y su maternidad espiritual.

La maternidad crea entre María y Jesús un vínculo corporal y espiritual simultáneamente, que debe adquirir toda su fuerza expresiva por la presencia de María en cuerpo y alma en el cielo después de su muerte. “Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro, la mujer que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo”

La corredención, a su vez, significa la asociación de María tanto a la cruz de Jesús como a su resurrección y exaltación gloriosa o ascensión. Esta razón teológica tiene su fundamento en el triunfo de Cristo sobre la muerte, del que nos hace partícipes a todos los cristianos mediante la fe y el bautismo. Por analogía y por antonomasia se ve plasmada esta victoria de Cristo en María asunta al cielo, en ella que es la primera cristiana, discípula y creyente. María asunta al cielo es también el anticipo de la imagen final de la Iglesia resucitada, el signo de esperanza que antecede con su luz al pueblo peregrino de Dios.

El magníficat, un canto de liberación. El evangelio de hoy contiene dos partes: 1a Visita de María a su pariente Isabel. Canto de María o “magníficat”. Para la primera parte, ver el cuarto domingo de adviento, año C; ahora nos fijamos en la segunda parte.

El lenguaje y sabor del magníficat son viejotestamentarios por sus múltiples referencias textuales, pero la intención y la perspectiva son absolutamente nuevas. A la luz de la fe pascual la primitiva comunidad cristiana se expresa por boca de María de Nazaret, poniendo en sus labios un canto de liberación mesiánica que invierte revolucionariamente el viejo orden socioreligioso. Con Jesús ha llegado un cambio decisivo en la historia de la humanidad, tal como la ve y la quiere Dios. Los que no cuentan desde las estructuras de poder, es decir, los pobres y olvidados, los humildes y los hambrientos, pasan a ser los protagonistas de la historia de Dios, quien los prefiere a los soberbios, a los poderosos y a los ricos de este mundo. De los primeros se sirve el Señor para hacer su obra, tal es el caso de Cristo y María.

En este contexto de denuncia profética hay una crítica y contestación a la situación establecida, y una reivindicación de los derechos de los marginados. Esto va a suponer una inversión total de criterios, actitudes y acción, porque “la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

Lecturas del magníficat. Tales términos descartan dos lecturas falsas de la liberación del magníficat: la meramente espiritualista y la futurista de los últimos tiempos. Al igual que para las bienaventuranzas, la interpretación que dio al canto de María una espiritualidad alienante e intimista, en contra de lo que afirma inequívocamente el texto, acabó por vaciarlo de su contenido liberador. Desde esta perspectiva, la salvación de Dios se deshumaniza y no se proyecta como de hecho es: humana en sentido pleno, estructural y personal, temporal y eterna, integral, en una palabra.

La liberación mesiánica tampoco es futurista, ni mera promesa escatológica del final de los tiempos. La salvación del Dios del magníficat supone un programa actual de liberación presente de las esclavitudes intramundanas, provenientes de las ideologías y de los sistemas sociales, políticos y económicos.

Según los profetas del antiguo testamento y el mensaje de Cristo, los nombres que definen al Dios bíblico son santidad, justicia, misericordia. Este último término “miseri-cordia” en su propio valor semántico significa precisamente: corazón sensible a la miseria humana. Pues bien, el Dios misericordioso que canta María pone en marcha y activa en presente un proceso histórico —lento pero inexorable— que revoluciona el orden viejo, invirtiendo el centro de gravedad de los valores sociales, que no serán ya la prepotencia, el orgullo, la explotación y el dominio, sino la pobreza, el vacío de sí mismo, la fraternidad y la solidaridad en el vivir y el compartir.

Dios de los pobres, de los humildes y de los olvidados, hoy te bendecimos con María de Nazaret, la madre de Jesús, porque tu misericordia llega a tus fieles de generación en generación, invirtiendo el viejo orden establecido y haciendo justicia a los menospreciados y los oprimidos. Con María ha llegado un cambio decisivo en la historia, al encarnarse Cristo en la vida y conciencia de los pobres, destinatarios preferidos de la liberación mesiánica de Dios. ¡Gracias, Señor! Ayúdanos a asimilar los valores de tu reino: pobreza y vacío de sí mismo en vez de prepotencia y orgullo, fraternidad y solidaridad en vez de explotación y dominio. Amén.

Elevación Espiritual para este día 
Entiendo que a continuación ocurrieron unos hechos que fueron como el coronamiento de los anteriores. Me refiero a la llegada del Rey celestial junto a su propia Madre para recibir en sus divinas y purísimas manos el alma santa e incólume de toda mancha, de la Virgen. Ella pronunció entonces estas oportunas y apropiadas palabras: «A tus manos, Elijo mío, encomiendo mi espíritu. Recibe, pues, mi alma, que tanto amas y que preservaste de toda culpa. A ti y no a la tierra entrego mi cuerpo. Guarda sano y salvo este cuerpo en el que te dignaste habitar y cuya virginidad preservaste cuando naciste. Llévame contigo para que donde tú estás esté también yo, habitando en tu compañía. Voy presurosa hacia ti, que bajaste a mi seno sin causar detrimento alguno. Al producirse mi tránsito, consuela a estos amadísimos hijos míos, a quienes te dignaste llamar hermanos tuyos. Cuando yo extienda sobre ellos mis manos para bendecidles, otórgales también tu bendición».

Seguidamente, alzando ella las manos, bendijo a los que estaban reunidos. Entonces el Señor dirigió a la Virgen estas palabras: « Ven a mi descanso, OH bendita Madre mía. Levántate hermosa entre las mujeres. Ha pasado el invierno y llega el tiempo de la poda» (Cant 2, 10-11). “Eres toda hermosa, amiga mía y no hay en ti mancha alguna» (Cant 4,7). «El aroma de tus perfumenes sobrepuja toda fragancia» (Cant 4,1 0). Después de haber escuchado estas cosas, la Virgen santa entregó el espíritu en las manos de su Hijo.

Con David (2 Sam 6,14), saltemos de júbilo en el Espíritu, pues hoy el arca del Señor ha entrado en el lugar de su reposo. Con el príncipe de los ángeles Gabriel, exclamemos: «Salve, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1,28). Salve, OH inagotable mar de gracia. Salve, OH única libertadora de toda tristeza. Salve, OH medicina que de todos los corazones hace desaparecer el dolor. Salve, OH María, por cuya mediación ha sido expulsada la muerte y nos ha llegado la vida.

Reflexión Espiritual para este día. 
La gloria contemplada hoy en rostro de la Virgen, nos descubre en cualquier rostro, no importa que sean pobres y humillados, el mismo diseño de gloria. La grandeza de la dignidad del hombre y su inestimable valor se fundamentan tanto en su origen como en su destino. El hombre es creado en su realidad carnal por manos divinas antes de que el Espíritu habite en él y para que el Espíritu pueda habitar en él. Y es recreado en la resurrección can las mismas manos —manos horadadas, ahora— para que toda confluya en quien ha venido expresamente a su encuentro.

Caridad para nuestras vidas, misericordia para nuestros cuerpos. La salvación camina can el son de los latidos de nuestro pobre corazón de carne. En el mundo actual —no importa que hay sea fiesta— hay 1.500 millones de pobres que no comen la suficiente, 1.500 millones de trabajadores que no tienen un suelda suficiente para vivir dignamente. Nosotros hacemos Fiesta en honor de la Asunción de la Virgen, la Madre de todas, y está bien, pero, tal vez, no nos demos cuenta de que en su gloria inmaculada extendemos una sombra de injusticia tejida con nuestras manos.

Incluso en la gloria, la Virgen no deja de ser Madre ni de estremecerse en cada momento con infinita piedad por nuestra pobre carne, que le atañe de igual manera con la que pertenecemos a la gloriosa humanidad de Cristo. El Calvario aún no ha sido desmantelado; a las pies de la cruz está la Madre, suya y nuestra, que deposito en sus brazos justo aquello con la que no queremos cargar, la aflicción o congoja, el lamento y la angustia del Unigénito. Y así hasta el final de los tiempos, cuando todos serán recapitulados en la gloria eterna del Hijo y de la Madre y sobre la tierra «los miembros de Cristo no tendrán nunca más ni hambre ni sed».

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia:  Ester.
«¡Poned fin a los lamentos! Yo haré de abogada ante mi Hijo... No os atormentéis más, dejad vuestros miedos: iré yo, llena de gracia, a hablarle a Él». Así se dirige María a Adán y Eva en el segundo de los Himnos sobre la Navidad del gran poeta sirio bizantino Romano el Méloda (siglo IV). La madre de Cristo está representada como la que intercede, la «abogada» de la humanidad sufriente y pecadora. Bien, pues con frecuencia la tradición ha trazado este carácter mariano modelándolo sobre la historia ejemplar de una heroína veterotestamentaria, Ester, cuya historia narra el libro que lleva su nombre, que ha llegado a nosotros en una doble versión, la hebrea y la griega, esta última más amplia que la otra.

La obra tiene como fondo la corte persa del rey Asuero, es decir, Jerjes, muerto en el 465 a.C., aunque fue compuesta después, tal vez en el siglo II a.C. y refleja una época de persecuciones sufridas por los hebreos diseminados en la Diáspora. El nombre Ester es curioso, porque podría ser el de Ishtar, la Venus oriental, así como el co-protagonista, Mardoqueo, su tío, lleva el nombre del dios Marduk de la religión babilónica, aunque también podría venir del persa stareh, «estrella», vocablo que ha dado origen a nuestro término «astro». En realidad Ester se llamaba originariamente Hadasa, nombre hebreo que significa «mirto».

Huérfana de padres, Ester-Hadasa había sido adoptada por su tío Mardoqueo. En el relato, lleno de golpes de escena, ambos se convertirán en instrumentos de salvación para los de su pueblo, sometido al riesgo del exterminio a causa de las maquinaciones hostiles de Amán, un ministro del rey de Persia. Todo se desarrolla en Susa, en el actual Irán, metrópoli persa cuyas gloriosas ruinas con la acrópolis y el palacio real han sacado a la luz los arqueólogos.

El edicto real de exterminio de los hebreos, que iba a ponerse en ejecución en una fecha determinada a través del recurso a las «suertes» (purim), es finalmente cancelado por intercesión de Ester, la estupenda hebrea que Asuero había colocado en el puesto más alto de su harén, sustituyendo a Vasti, su primera mujer. El final del libro está dedicado al sorprendente y gozoso desenlace de la historia: la fecha de las «suertes» se convierte en ocasión de fiesta, la de Purim justamente, que todavía hoy celebran los hebreos de modo folclórico y en muchos aspectos semejante a nuestro carnaval, aun cuando siempre con signo religioso.

La intercesión decisiva de Ester, aplicada libremente por el cristianismo a María, es, por consiguiente el centro de la narración. De esta forma esta mujer hebrea es cantada en el libro dedicado a ella: «Había una pequeña fuente que se transformaba en río, había una luz que despuntaba, había sol y agua abundante. Este río es Ester, A través de ella el Señor ha salvado a su pueblo, nos ha liberado de todos estos males y ha obrado signos y prodigios grandes como nunca había sucedido entre las naciones» (del capítulo 10 del texto griego de Ester). +

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