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lunes, 16 de agosto de 2010

Lecturas del día 16-08-2010

16 de Agosto 2010. LUNES DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Feria o SAN ESTEBAN DE HUNGRIA, Memoria libre. SS. Roque cf, Teodoro ob.

LITURGIA DE LA PALABRA

Ez 24, 15-24: Ezequiel servirá de señal: harán lo mismo que él ha hecho
Interleccional: Dt 32, 18-21. Despreciaste a la Roca que te engendró.
Mt 19, 16-22: ¿Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, así tendrás un tesoro en el cielo?
La preocupación por la vida eterna, lleva a un joven a establecer un diálogo con Jesús. A este respecto, el joven, quien dice ser cumplidor de todos los mandamientos expresados en la ley, sabe que algo hace falta; él sabe que su riqueza es consecuencia del empobrecimiento de otros, así que no basta con cumplir al pie de la letra los mandamientos, pues es necesario expresar el amor eficaz al prójimo desinstalándose de toda riqueza y poniendo el dinero al servicio de los pobres; después vendrá el seguimiento de Jesús. Pero todo eso es lo que más le cuesta al joven, que parece ser muy rico.

No siempre hemos comprendido con claridad la envergadura de nuestro compromiso bautismal, que nos configura misioneros al servicio de la vida, y por ende provoca la desinstalación para vivir al servicio del prójimo como camino para la configuración con Cristo. Por otra parte hemos caído históricamente en una idolatría del dinero como razón de ser de la existencia. Trabajamos para tener dinero, estudiamos para tener más dinero y nos asociamos para conseguir más dinero; esa es la lógica de las sociedades capitalistas que nos han invertido los valores convirtiendo lo instrumental en lo esencial y lo realmente esencial en secundario.

Dejemos que el cuestionamiento de Jesús llegue a quienes han hecho de la acumulación de capital la razón de ser de su existencia. Esos poderosos de la tierra son los directos responsables del empobrecimiento, el hambre y la indigencia de más de la mitad de la humanidad. Para ellos va el llamado innegociable del señor Jesús: vendan lo que tienen y devuelvan a los pobres lo que les pertenece.

PRIMERA LECTURA
Ezequiel 24, 15-24
Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho
Me vino esta palabra del Señor: "Hijo de Adán, voy a arrebatarte repentinamente el encanto de tus ojos no llores ni hagas duelo ni derrames lágrimas; aflígete en silencio como un muerto, sin hacer duelo; líate el turbante y cálzate las sandalias; no te emboces la cara ni comas el pan del duelo." Por la mañana, yo hablaba a la gente; por la tarde, se murió mi mujer; y, a la mañana siguiente, hice lo que se me había mandado.

Entonces me dijo la gente: "¿Quieres explicarnos qué nos anuncia lo que estás haciendo?" Les respondí: "Me vino esta palabra del Señor: "Dile a la casa de Israel: 'Así dice el Señor: Mira, voy a profanar mi santuario, vuestro soberbio baluarte, el encanto de vuestros ojos, el tesoro de vuestras almas.

Los hijos e hijas que dejasteis caerán a espada. Entonces haréis lo que yo he hecho: no os embozaréis la cara ni comeréis el pan del duelo; seguiréis con el turbante en la cabeza y las sandalias en los pies, no lloraréis ni haréis luto; os consumiréis por vuestra culpa y os lamentaréis unos con otros.

Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho. Y, cuando suceda, sabréis que yo soy el Señor."'

Palabra de Dios.

Salmo Interleccional: Deuteronomio 32
R/. Despreciaste a la Roca que te engendró.
Despreciaste a la Roca que te engendró,  y olvidaste al Dios que te dio a luz.  Lo vio el Señor, e irritado  rechazó a sus hijos e hijas. R.

Pensando: "Les esconderé mi rostro y veré en qué acaban,  porque son una generación depravada, unos hijos desleales." R.

"Ellos me han dado celos con un dios ilusorio,  me han irritado con ídolos vacíos;  pues yo les daré celos con un pueblo ilusorio,  los irritaré con una nación fatua." R.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 19, 16-22
Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, / así tendrás un tesoro en el cielo
En aquel tiempo se acercó uno a Jesús y le preguntó: "¿Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: "¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos". El le preguntó: "¿Cuáles?". Jesús le contestó: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo". El muchacho le dijo: "Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?". Jesús le contestó: "Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego vente conmigo". Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.

Palabra del Señor.


Comentario del la Primera Lectura: Ez 24, 15-24. Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho.
Con el capítulo 24 se cierra la primera parte del libro de Ezequiel y también la primera de la actividad del profeta. Ezequiel, sacerdote, llevado a Babilonia en la primera deportación judía, fue llamado por Dios para desarrollar su un ministerio en la tierra del exilio. Durante seis años anunció un juicio inminente. Ahora el asedio a Jerusalén está ya a las puertas: Ezequiel recibe la revelación de la fecha exacta y la orden de anunciar el acontecimiento no sólo con palabras, sino con su propia experiencia personal. Se trata de una experiencia dolorosa: le es arrebatada la persona a quien más quiere, su mujer, «la que hace tus delicias» (v. 16), y se le manda también no manifestar ningún signo de duelo (vv 16ss). Este extraño comportamiento suscita, como es natural, la curiosidad de la gente (v. 19). Y éste es el resorte que hace desencadenar la profecía.

Lo que le ha sucedido a Ezequiel debe ser una señal para los israelitas en el exilio. Ha llegado la hora más trágica de su historia: su amada ciudad caerá en manos de los babilonios, sus hijos que se queden en la patria morirán. La catástrofe será tan fuerte y tan imprevista que no tendrán ni la fuerza ni el tiempo necesario para hacer luto y sólo podrán gemir en silencio (vv. 22ss). En vez de derramar lágrimas de desesperación y manifestar su dolor al exterior, harán mejor en entrar en la intimidad de su alma para reconocer el mal que ha causa do todo esto: haber olvidado a su Dios, que los ama como un esposo ama a su esposa. De este modo conseguirán arrepentirse sinceramente, reanimar su esperanza y volver a ponerse en el camino recto. Reaccionar ante el dolor con llantos y lamentos es algo instintivo, pero las lágrimas no lo son todo y por sí solas no cambian nada; al menos, no sirven para hacer eficaz el potencial salvífico y sapiencial encerrado en el misterio del dolor.

En el camino hacia el Calvario, cargado con la cruz, dirá Jesús a las mujeres que derramaban lágrimas por él: «Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23,28).

Comentario del salmo Interlacional: Dt 32. Despreciaste a la Roca que te engendró.

«
Moisés, ante toda la asamblea de Israel, pronunció hasta el fin las palabras de este cántico» (Dt 31,30). Así se introduce el cántico recién proclamado, tomado de las últimas páginas del libro del Deuteronomio, precisamente del capítulo 32. De él la liturgia de Laudes ha seleccionado los primeros doce versículos, reconociendo en ellos un gozoso himno al Señor que protege y cuida de su pueblo con amor en medio de los peligros y de las dificultades de la jornada. El análisis del cántico ha revelado que se trata de un texto antiguo, pero posterior a Moisés, en cuyos labios fue puesto para conferirle un carácter de solemnidad. Este canto litúrgico se remonta a los inicios de la historia del pueblo de Israel. No faltan en esa página orante referencias o semejanzas con algunos salmos y con el mensaje de los profetas. Así, se convirtió en una expresión sugestiva e intensa de la fe de Israel.

El cántico de Moisés es más amplio que el pasaje propuesto por la liturgia de Laudes, que constituye sólo su preludio. Algunos estudiosos han creído detectar en esta composición un género literario que se define técnicamente con el vocablo hebreo rîb, es decir, «pleito», «litigio procesal». La imagen de Dios que se nos presenta en la Biblia no es de ningún modo la de un ser oscuro, una energía anónima y violenta, o un hado incomprensible. Es, por el contrario, una persona que tiene sentimientos, actúa y reacciona, ama y corrige, participa en la vida de sus criaturas y no es indiferente a sus obras. Así, en nuestro caso, el Señor convoca una especie de tribunal, en presencia de testigos, denuncia los delitos del pueblo acusado y exige una pena, pero su veredicto está impregnado de una misericordia infinita. Sigamos ahora las etapas de esta historia, considerando sólo los versículos que nos propone la liturgia.

Se mencionan inmediatamente los espectadores, testigos cósmicos: «Escuchad, cielos; (...) oye, tierra...» (Dt 32,1). En este proceso simbólico Moisés actúa casi como un fiscal. Su palabra es eficaz y fecunda como la de los profetas, expresión de la palabra divina. Notemos la significativa serie de imágenes que se usa para definirla: se trata de signos tomados de la naturaleza, como la lluvia, el rocío, la llovizna, el chubasco y el orvallo, gracias a los cuales la tierra verdea y se cubre de brotes (cf. v. 2).

La voz de Moisés, profeta e intérprete de la palabra divina, anuncia la inminente entrada en escena del gran juez, el Señor, cuyo nombre santísimo pronuncia, exaltando uno de sus numerosos atributos. En efecto, el Señor es llamado la Roca (cf. v. 4), título que aparece con frecuencia en nuestro cántico (cf. vv. 15, 18, 30, 31 y 37); es una imagen que exalta la fidelidad estable e inquebrantable de Dios, opuesta a la inestabilidad y a la infidelidad de su pueblo. El tema se desarrolla mediante una serie de afirmaciones sobre la justicia divina: «Sus obras son perfectas; sus caminos son justos; es un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto» (v. 4).

Después de la solemne presentación del Juez supremo, que es también la parte agraviada, la atención del cantor se dirige hacia el acusado. Para definirlo recurre a una eficaz representación de Dios como padre (cf. v. 6). A sus criaturas, tan amadas, las llama hijos suyos, pero, desgraciadamente, son «hijos degenerados» (cf. v. 5). En efecto, sabemos que ya el Antiguo Testamento presenta una concepción de Dios como padre solícito con sus hijos, que a menudo lo defraudan (cf. Ex 4,22; Dt 8,5; Sal 102,13; Si 51,10; Is 1,2; 63,16; Os 11,1-4). Por eso, la denuncia no es fría, sino apasionada: « ¿Así le pagas al Señor, pueblo necio e insensato? ¿No es él tu padre y tu creador, el que te hizo y te constituyó?» (Dt 32,6). Efectivamente, no es lo mismo rebelarse contra un soberano implacable que contra un padre amoroso.

Para hacer concreta la acusación y lograr que la conversión aflore de un corazón sincero, Moisés apela a la memoria: «Acuérdate de los días remotos, considera las edades pretéritas» (v. 7). En efecto, la fe bíblica es un «memorial», o sea, es redescubrir la acción eterna de Dios que se manifiesta a lo largo del tiempo; es hacer presente y eficaz la salvación que el Señor donó y sigue ofreciendo al hombre. El gran pecado de infidelidad coincide, entonces, con la «falta de memoria», que borra el recuerdo de la presencia divina en nosotros y en la historia.

El acontecimiento fundamental, que no se ha de olvidar, es el paso por el desierto después de la salida de Egipto, tema central del Deuteronomio y de todo el Pentateuco. Así se evoca el viaje terrible y dramático en el desierto del Sinaí, «en una soledad poblada de aullidos» (cf. v. 10), como se dice con una imagen de fuerte impacto emotivo. Pero allí Dios se inclina sobre su pueblo con una ternura y una dulzura sorprendentes. Además del símbolo paterno, se alude al materno del águila: «Lo rodeó cuidando de él; lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas» (vv. 10-11). El camino por la estepa desértica se transforma, entonces, en un itinerario tranquilo y sereno, porque está el manto protector del amor divino.

El cántico evoca también el Sinaí, donde Israel se convirtió en aliado del Señor, su «porción» y su «heredad», es decir, su realidad más valiosa (cf. v. 9; Ex 19,5). De este modo, el cántico de Moisés se transforma en un examen de conciencia coral para que, por fin, a los beneficios divinos ya no responda el pecado, sino la fidelidad.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 16-22. Si quieres llegar al final, vende lo que tienes, así tendrás un tesoro en el cielo.

Todos y cada uno deseamos la vida y la Felicidad eternas, y cada uno de nosotros pregunta qué debe hacer para obtenerla. Así le preguntaban a Juan el Bautista sus oyentes, movidos por su predicación (cf. Lc 3,10), así le preguntaba la gente a Pedro después del sermón del día de Pentecostés (cf. Hch 2,37). Ahora le plantea la pregunta a Jesús un joven que anda a la búsqueda, un joven que quiere hacer algo para conseguir la vida eterna, que quiere pasar a la acción su deseo profundo. Jesús se complace de la buena voluntad y le guía de manera gradual.

Con la contra pregunta: « ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno?, y la afirmación: «Uno solo es bueno» (v. 17), recuerda el hecho de que la búsqueda de la vida eterna es, a fin de cuentas, la búsqueda de alguien. Lo «bueno» no es un principio ético abstracto, sino que tiene un rostro. Tras esta premisa, le indica Jesús a su interlocutor el camino según la doctrina tradicional: observar los mandamientos, que son expresiones explicitas— de la voluntad divina. Pero el joven no se contenta con algo que le parece bastante obvio y piensa que todo eso ya lo ha cumplido (v. 20). Busca algo más, algo que vaya más allá de lo ya conocido y practicado. Entonces Jesús le hace la propuesta: «Si quieres ser perfecto...» (v. 21) Jesús aprecia el esfuerzo encaminado a ir más allá. Él mismo, en efecto, en el sermón de la montaña, exhorta a no contentarse con el mínimo indispensable, sino a apuntar a lo máximo posible: « Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Ahora pone a este joven en el camino justo, dándole sugerencias concretas: dar todo a los pobres y seguir a Jesús.

Los bienes, mientras no son compartidos con los hermanos, alejan al hombre del Bien sumo, que es Dios: «Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (6,21). Para iniciar el seguimiento de Cristo es necesario tener el corazón en el lugar adecuado. Por desgracia, no es el caso de este joven, que, aunque dotado de buenas intenciones, no consigue despegar. Para él, sus bienes son todavía sus «muchos bienes» (v. 22b). Al final, «se fue muy triste» (v. 22a),

A los judíos exiliados se les brinda la ocasión de reconocer el verdadero rostro de Dios en el dolor que va más allá de las lágrimas. «Cuando esto suceda… sabréis que yo soy el Señor». El joven rico, en cambio, por propia iniciativa y repleto de celo juvenil, busca el camino para obtener la vida eterna: pide consejo sobre lo que es bueno y sobre lo que se debe hacer para alcanzarlo.

Tenemos aquí dos modalidades de «trascendencia», es decir, de ir el hombre más allá de sí mismo. Una toma el camino del descenso. Cuando el hombre toca el fondo de su miseria, cuando experimenta su extrema impotencia, se encuentra ante un momento de gracia en el que se le invita a descubrir la presencia misteriosa del Dios que lo sostiene. «El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí mismo»: así escribe Juan Pablo I en la carta apostólica Salvifici doloris (n. 2).

El otro camino es un impulso hacia lo alto. El hombre descubre que puede más, que debe ir más allá de lo que es necesario y se le exige; entonces Dios lo anima y lo impulsa a dar el salto. La vida del hombre es una trama de altos y bajos, de impulsos y caídas, de entusiasmos y depresiones, pero Dios está siempre dispuesto a salirle al encuentro en cualquier punto del camino: «Si subo hasta los cielos, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro» (Sal 139,7).

Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 16-22, para nuestros Mayores. ¿Por qué me llamas bueno ?
Este célebre encuentro de Jesús con el joven rico se halla referido por los tres Sinópticos. Se ha puesto de relieve las diferencias entre Mateo y los otros dos Sinópticos. El joven (sólo Mateo le llama así) se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (Maestro «bueno» añaden Marco y Lucas). Lo más sorprendente se encuentra en la respuesta de Jesús: “¿me preguntas acerca de los buenos?” « Uno solo es el bueno» Nuestro evangelista ha intentado, como es su costumbre, evitar el escándalo que supondrían las palabras de Jesús según la versión de Marcos y Lucas: « ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios» (Mc 10, 18). Entonces, ¿Jesús no era bueno? ¿Cómo se explican estas palabras?

Evidentemente Mateo intentó suavizar las palabras de Jesús y la paradoja que suponen, porque, si él no era bueno, ¿con qué derecho interviene en la vida de un hombre imponiéndole las mismas exigencias que a los discípulos más estrictos? Lo que Marcos parece negar de palabra, lo afirma con los hechos. Mateo dice, más suavemente, lo mismo que Marcos: uno solo es “bueno” (V.17). Dios no es mencionado por su nombre. Se le designa por uno de sus sucedáneos, “el bueno”, que se habían inventado para no pronunciar por respeto el nombre de Dios. Es la única vez que, en todo el Nuevo Testamento se llama así a Dios. Por el contrario «lo bueno » se llamaba, desde el profeta Amós, a todo aquello que se halla exigido por la voluntad de Dios: «buscad lo bueno y viviréis» (Am 5, 14) es frase paralela con “buscadme y viviréis” (Am 5, 4. 6). Cuando alguien preguntaba por «lo bueno» estaba situándose en la recta relación con Dios.

Jesús contesta enumerando alguno de los mandamientos y añade el precepto del amor al prójimo (Lev 19, 18), que era considerado como el resumen más acabado de la ley. El joven rico afirma que él ha cumplido todo eso. Entonces Jesús, sin criticar este esfuerzo desplegado en el cumplimiento de la ley, le abre las exigencias del reino de Dios que él predicaba (en la línea de las célebres antítesis, 5, 20ss, y en las exigencias de perfección como el Padre celestial es perfecto, 5, 48; ver los comentarios correspondientes)

Al joven rico le parece excesivo el precio que tiene que pagar para entrar en el discipulado de Jesús, porque era muy rico. El esperaba de Jesús otra cosa: que le hubiese mandad o hacer obras buenas, dar limosna en mayor cantidad, algo que pudiese hacer desde su riqueza sin perturbar su vida. Para ser discípulo de Jesús se pide que el hombre entero —sin distinción entre lo que él es y lo que tiene— siga las directrices del maestro y llegue, cuando la voluntad de Dios así se exprese, a renuncias totales, a la total desvinculación de aquello en lo que el hombre suele apoyarse, teniendo como motivación última “el reino de los cielos”

Comentario del Santo Evangelio: Mt 19, 16-22, de Joven para Joven. El joven rico.
Los Padres de la Iglesia sostienen que la exhortación a ser perfectos está dirigida a todos los amigos de Jesús. Rezamos el Padre nuestro: las palabras de esta oración contienen toda la perfección del cielo y de la tierra. El problema es «cómo» llegar a la perfección. En la vida, crecemos y nos desarrollamos gradualmente. El progreso psicológico no es igual para todos y, también en el camino de la salvación, algunos proceden más rápidamente y otros son más lentos. San Basilio no admite una actitud tibia y un camino medio para el cristiano. Cree que la conversión a Dios debe ser total: cuando el hombre comprende que quiere vivir unido a Cristo, inmediatamente, todo el evangelio debería convertirse en su regla de vida Su amigo Gregorio Nacianceno no es tan radical. La vida está hecha de etapas; y en el crecimiento espiritual se pone en práctica primero una virtud y después otra, en el esfuerzo continuo por mejorar. La perfección es un fin común, pero el camino para alcanzarla puede ser más o menos largo.

Si quieres entrar en la vida; si quieres ser perfecto.

La conciencia del ritmo personal de la vida espiritual llevó a la distinción entre los llamados preceptos y los consejos. Los preceptos son el mínimo requerido, el escalón más bajo del recorrido hacia la perfección, la base para «entrar en la vida». Quien los trasgrede comete pecado. Los consejos son una ayuda para obtener un bien superior, la perfección.

Ningún cristiano puede robar; pero no todos deben renunciar a lo que poseen más allá de lo necesario para la vida cotidiana. Renunciar a lo superfluo con amor al prójimo lleva adelante en el camino espiritual y, por esto, los religiosos toman este consejo como programa de vida y hacen voto de pobreza. Todos los cristianos, cuando oran, piden pureza de corazón, pero no todos eligen la virginidad, sólo quien busca una pureza más radical para una relación más íntima con Dios. Orando, decimos «hágase tu voluntad»; es decir, la obediencia es una virtud cristiana fundamental y, también Jesús decía que sólo hacía lo que le pedía el Padre que está en los cielos (Jn 5, 19). Pero la obediencia religiosa conlleva confiarse plenamente al padre espiritual o al superior, para que interpreten la voluntad de Dios en las distintas situaciones de la vida cotidiana. Por tanto, preceptos y consejos conducen al mismo fin.

Este célebre encuentro de Jesús con el joven rico se halla referido por los tres Sinópticos. Se ha puesto de relieve las diferencias entre Mateo y los otros dos Sinópticos. El joven (sólo Mateo le llama así) se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (Maestro «bueno» añaden Marco y Lucas). Lo más sorprendente se encuentra en la respuesta de Jesús: “¿me preguntas acerca de los buenos?” « Uno solo es el bueno» Nuestro evangelista ha intentado, como es su costumbre, evitar el escándalo que supondrían las palabras de Jesús según la versión de Marcos y Lucas: « ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios» (Mc 10, 18). Entonces, ¿Jesús no era bueno? ¿Cómo se explican estas palabras?

Evidentemente Mateo intentó suavizar las palabras de Jesús y la paradoja que suponen, porque, si él no era bueno, ¿con qué derecho interviene en la vida de un hombre imponiéndole las mismas exigencias que a los discípulos más estrictos? Lo que Marcos parece negar de palabra, lo afirma con los hechos. Mateo dice, más suavemente, lo mismo que Marcos: uno solo es “bueno” (V.17). Dios no es mencionado por su nombre. Se le designa por uno de sus sucedáneos, “el bueno”, que se habían inventado para no pronunciar por respeto el nombre de Dios. Es la única vez que, en todo el Nuevo Testamento se llama así a Dios. Por el contrario «lo bueno » se llamaba, desde el profeta Amós, a todo aquello que se halla exigido por la voluntad de Dios: «buscad lo bueno y viviréis» (Am 5, 14) es frase paralela con “buscadme y viviréis” (Am 5, 4. 6). Cuando alguien preguntaba por «lo bueno» estaba situándose en la recta relación con Dios.

Jesús contesta enumerando alguno de los mandamientos y añade el precepto del amor al prójimo (Lev 19, 18), que era considerado como el resumen más acabado de la ley. El joven rico afirma que él ha cumplido todo eso. Entonces Jesús, sin criticar este esfuerzo desplegado en el cumplimiento de la ley, le abre las exigencias del reino de Dios que él predicaba (en la línea de las célebres antítesis, 5, 20ss, y en las exigencias de perfección como el Padre celestial es perfecto, 5, 48; ver los comentarios correspondientes)

Al joven rico le parece excesivo el precio que tiene que pagar para entrar en el discipulado de Jesús, porque era muy rico. El esperaba de Jesús otra cosa: que le hubiese mandad o hacer obras buenas, dar limosna en mayor cantidad, algo que pudiese hacer desde su riqueza sin perturbar su vida. Para ser discípulo de Jesús se pide que el hombre entero —sin distinción entre lo que él es y lo que tiene— siga las directrices del maestro y llegue, cuando la voluntad de Dios así se exprese, a renuncias totales, a la total desvinculación de aquello en lo que el hombre suele apoyarse, teniendo como motivación última “el reino de los cielos”

Elevación Espiritual para este día
«¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es bueno». ¿Qué es lo que impulsa a Jesús a dar esta respuesta al joven y qué ventaja espera obtener de ella? En primer lugar, Jesús quiere elevar gradualmente su alma, enseñarle a huir de toda adulación, levantarlo de la tierra y acercarlo a Dios. Quiere persuadirle a buscar los bienes futuros, a desear el conocimiento de aquel que es verdaderamente bueno y constituye la raíz y la fuente de todos los bienes, a fin de que dé a Dios la gloria que le es debida. « En cuanto a vosotros, no llaméis a nadie maestro en la tierra»: dice esto para enseñarnos a distinguir entre él y todos los hombres y a reconocer quién es el principio y el origen de todos los seres.

Debemos señalar por otra parte, que este joven, con semejante deseo, demuestra un fervor insólito para aquel tiempo. Todos los que se acercan a Cristo lo hacen para tentarle o para obtener de él la curación de alguna enfermedad de ellos mismos o de sus propios parientes.

Este joven, en cambio, se acerca a Jesús para preguntarle sobre la vida eterna. Se parece a una tierra feraz donde, no obstante, hay una gran cantidad de zarzas que sofocan la simiente. Considera, por otra parte, que se declara presto a obedecer los mandamientos de Cristo: « ¿Que he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?».

Reflexión Espiritual para el día.
La respuesta de Jesús es la que lo desenmascara. Él nombró los mandamientos y, al nombrarlos, los confirma de nuevo como mandamientos de Dios. El joven se siente atrapado de nuevo. Esperaba poder desembocar en una conversación poco comprometedora sobre problemas eternos. Esperaba que Jesús le ofreciese una solución a su conflicto ético. Pero Jesús no se preocupa de su problema, sino de él mismo.

« ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es bueno». ¿Qué es lo que impulsa a Jesús a dar esta respuesta al joven y qué ventaja espera obtener de ella? En primer lugar, Jesús quiere elevar gradualmente su alma, enseñarle a huir de toda adulación, levantarlo de la tierra y acercarlo a Dios. Quiere persuadirle a buscar los bienes futuros, a desear el conocimiento de aquel que es verdaderamente bueno y constituye la raíz y la fuente de todos los bienes, a fin de que dé a Dios la gloria que le es debida. « En cuanto a vosotros, no llaméis a nadie maestro en la tierra»: dice esto para enseñarnos a distinguir entre él y todos los hombres y a reconocer quién es el principio y el origen de todos los seres.

Debemos señalar por otra parte, que este joven, con semejante deseo, demuestra un fervor insólito para aquel tiempo. Todos los que se acercan a Cristo lo hacen para tentarle o para obtener de él la curación de alguna enfermedad de ellos mismos o de sus propios parientes.

Este joven, en cambio, se acerca a Jesús para preguntarle sobre la vida eterna. Se parece a una tierra feraz donde, no obstante, hay una gran cantidad de zarzas que sofocan la simiente. Considera, por otra parte, que se declara presto a obedecer los mandamientos de Cristo: « ¿he de hacer lo bueno para obtener la vida eterna?».

La respuesta de Jesús es la que lo desenmascara. Él nombró los mandamientos y, al nombrarlos, los confirma de nuevo como mandamientos de Dios. El joven se siente atrapado de nuevo. Esperaba poder desembocar en una conversación poco comprometedora sobre problemas eternos. Esperaba que Jesús le ofreciese una solución a su conflicto ético. Pero Jesús no se preocupa de su problema, sino de él mismo.

La única respuesta a la preocupación suscitada por el conflicto ético es el mandamiento de Dios, que implica la exigencia de no seguir discutiendo y obedecer por fin. Sólo el diablo ofrece una solución al conflicto ético; continúa preguntando y no te verás obligado a obedecer. Jesús no se fija en el problema del joven, sino en él mismo. No toma en serio el conflicto ético que el joven se toma tan en serio. Lo único que le interesa es que el joven termine escuchando el mandamiento y obedeciendo. Precisamente donde el conflicto ético quiere ser tomado en serio, donde atormenta y esclaviza al hombre, no dejándole llegar al acto de obediencia que le tranquilizaría, es donde se revela toda su impiedad, y es también allí donde conviene desenmascararlo en su ausencia impía de seriedad, como desobediencia definitiva. Sólo es serio el acto de obediencia que pone fin al conflicto y lo destruye, el que nos deja libres para llegar a ser hijos de Dios. Este es el diagnóstico divino que se da al joven.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Comentario al Evangelio por: San Atanasio (295-373), Obispo de Alejandría, Doctor de la Iglesia.
La Vida de San Antonio, Padre de Monjes, 2-4: «Tendrás un Tesoro en el Cielo»

Después de la muerte de sus padres, cuando Antonio tenía entre dieciocho y veinte años..., un día entró en la iglesia en el momento en que leían el Evangelio y escuchó lo que dijo el Señor a un rico: «Si quieres ser perfecto, ves, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; después, ven, sígueme y tendrás un tesoro en el cielo.» Antonio tuvo la sensación de que esta lectura estaba dicha para él. Salió inmediatamente y dio a los habitantes del pueblo todas sus propiedades familiares. Después de haber vendido todos sus bienes muebles, repartió entre los pobres todo el oro que la venta de sus bienes le había proporcionado, poniendo a un lado una pequeña parte para mantener a su hermana.

Otro día que entró también en la iglesia, oyó que el Señor decía en el Evangelio: «No os preocupéis por el día de mañana» (Mt 6,34). No pudiendo soportar el haber guardado alguna parte de sus bienes, la distribuyó también entre los más pobres. Confió a unas vírgenes conocidas y fieles que vivían juntas en una casa, el cuidado de su hermana para que la educaran. Y desde entonces, viviendo cerca de su casa, se consagró al trabajo ascético, atento sobre sí mismo y perseverando en una vida austera...

Trabajaba con sus propias manos porque había escuchado esta frase: «Si alguno no quiere trabajar, que no coma» (2Tes 3,10). Compraba su alimento de pan con lo que ganaba y distribuía entre los indigentes el resto que le quedaba. Oraba sin cesar porque había aprendido que es necesario «orar sin cesar» (Lc 21,36) en privado. Prestaba tal atención a lo que leía de las Escrituras que no se olvidaba de nada sino que lo retenía todo; desde entonces su memoria podía suplir sus libros. Todos los habitantes del pueblo y la gente de bien que lo visitaban asiduamente, viéndole vivir así, le llamaban amigo de Dios. Unos lo amaban como si fuera su hijo, otros como si fuera su hermano.+

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