20 de Agosto 2010. VIERNES DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN BERNARDO, abad y doctor, Memoria obligatoria. SS. Samuel prof, Leovigildo y Cristobal mjs mrs.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ez 37, 1-14: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor.
Salmo 106: Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Mt 22, 34-40: Amarás al Señor tu Dios
Desde hace tiempo, los fariseos están tras Jesús y su grupo y andan preparando trampas para hacerlo caer. No es raro que los poderoso, casi todos ellos conocedores de la ley, poco la cumplan y la estén utilizando para dominar al pueblo y para enriquecerse con su manipulación. Jesús con sus respuestas, con su predicación y con sus acciones supera toda ley y va a lo esencial, su única ley que es el amor a Dios y a la Humanidad, al lado de eso toda ley es insignificante.
Hoy acudimos a una falta de amor en todas las esferas de la sociedad; las estructuras, están vacías y son endebles si no se fecundan con el amor que es la responsabilidad social, la solidaridad y la equidad. Por otra parte los cristianos solemos caer en el activismo y a veces nos olvidamos de lo fundamental: Dios el prójimo, Dios y su proyecto, El prójimo y su realidad, eso criterios unidos por el amor es lo que puede ayudar a una verdadera maduración de la fe cristiana.
Pidámosle a Dios Padre que nos haga seres sinónimos de amor, capaces de captar su voz y su voluntad y de sentir con el otro sus alegrías y sus dolores, sus miedos y sus esperanzas. Eso es amor.
PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 37, 1-14
Huesos secos, escuchad la palabra del Señor. Os haré salir de vuestros sepulcros, casa de Israel
En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí y, con su Espíritu, el Señor me sacó y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran innumerables sobre la superficie del valle y estaban completamente secos. Me preguntó: Hijo de Adán, ¿podrán revivir estos huesos?" Yo respondí: Señor, tú lo sabes."
Él me dijo: Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: "¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: Yo mismo traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis. Pondré sobre vosotros tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre vosotros piel, os infundiré espíritu, y viviréis. Y sabréis que yo soy el Señor.""
Y profeticé como me había ordenado y, a la voz de mi oráculo, hubo un estrépito, y los huesos se juntaron hueso con hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones, la carne había crecido, y la piel los recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me dijo: Conjura al espíritu, conjura, hijo de Adán, y di al espíritu: "Así dice el Señor: De los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan."" Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable.
Y me dijo: Hijo de Adán, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: "Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados." Por eso, profetiza y diles: "Así dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago."" Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 106
R/: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: norte y sur, oriente y occidente. R.
Erraban por un desierto solitario, no encontraban el camino de ciudad habitada; pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida. R.
Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Los guió por un camino derecho, para que llegaran a ciudad habitada. R.
Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Calmó el ansia de los sedientos, y a los hambrientos los colmó de bienes. R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 22, 34-40
Amarás al Señor tu Dios y / a tu prójimo como a ti mismo
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús, y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?" El le dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ez 37, 1-14: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor.
Salmo 106: Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Mt 22, 34-40: Amarás al Señor tu Dios
Desde hace tiempo, los fariseos están tras Jesús y su grupo y andan preparando trampas para hacerlo caer. No es raro que los poderoso, casi todos ellos conocedores de la ley, poco la cumplan y la estén utilizando para dominar al pueblo y para enriquecerse con su manipulación. Jesús con sus respuestas, con su predicación y con sus acciones supera toda ley y va a lo esencial, su única ley que es el amor a Dios y a la Humanidad, al lado de eso toda ley es insignificante.
Hoy acudimos a una falta de amor en todas las esferas de la sociedad; las estructuras, están vacías y son endebles si no se fecundan con el amor que es la responsabilidad social, la solidaridad y la equidad. Por otra parte los cristianos solemos caer en el activismo y a veces nos olvidamos de lo fundamental: Dios el prójimo, Dios y su proyecto, El prójimo y su realidad, eso criterios unidos por el amor es lo que puede ayudar a una verdadera maduración de la fe cristiana.
Pidámosle a Dios Padre que nos haga seres sinónimos de amor, capaces de captar su voz y su voluntad y de sentir con el otro sus alegrías y sus dolores, sus miedos y sus esperanzas. Eso es amor.
PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 37, 1-14
Huesos secos, escuchad la palabra del Señor. Os haré salir de vuestros sepulcros, casa de Israel
En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí y, con su Espíritu, el Señor me sacó y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran innumerables sobre la superficie del valle y estaban completamente secos. Me preguntó: Hijo de Adán, ¿podrán revivir estos huesos?" Yo respondí: Señor, tú lo sabes."
Él me dijo: Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: "¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: Yo mismo traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis. Pondré sobre vosotros tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre vosotros piel, os infundiré espíritu, y viviréis. Y sabréis que yo soy el Señor.""
Y profeticé como me había ordenado y, a la voz de mi oráculo, hubo un estrépito, y los huesos se juntaron hueso con hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones, la carne había crecido, y la piel los recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me dijo: Conjura al espíritu, conjura, hijo de Adán, y di al espíritu: "Así dice el Señor: De los cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan."" Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable.
Y me dijo: Hijo de Adán, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: "Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados." Por eso, profetiza y diles: "Así dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago."" Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 106
R/: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: norte y sur, oriente y occidente. R.
Erraban por un desierto solitario, no encontraban el camino de ciudad habitada; pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida. R.
Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Los guió por un camino derecho, para que llegaran a ciudad habitada. R.
Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Calmó el ansia de los sedientos, y a los hambrientos los colmó de bienes. R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 22, 34-40
Amarás al Señor tu Dios y / a tu prójimo como a ti mismo
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús, y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?" El le dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura de: (Ezequiel 37, 1-14) Huesos secos, escuchad la palabra del Señor. Os haré salir de vuestro sepulcros casa de Israel.
El fragmento está compuesto por dos partes: una visión (vt 1-10) y su explicación (v 11-14). El profeta es trasladado a un valle, probablemente el situado en la región de Quebar (Babilonia), donde vivían los israelitas exiliados. El espectáculo que se despliega ante sus ojos es sumamente desolador: un enorme montón de huesos secos y resquebrajados (w 2ss). A la pregunta, aparentemente absurda del Señor sobre si podrán revivir aquellos huesos, le da Ezequiel una respuesta discreta y llena de confianza: «Señor tú lo sabes» (v.3b). Dios lo puede todo, todo depende de su voluntad. Entonces le ordena el Señor profetizar sobre los huesos. Los restos de seres humanos deben «oír» ahora la palabra divina y «saber» que él es el Señor (v. 4). El Vocabulario usado por el Señor es muy concreto y rebosa vitalidad: «El espíritu penetró en ellos», «aparecían los tendones, crecía la carne y se cubrían de piel», «infundiré en vosotros mi espíritu». La Palabra de Dios se hace inmediatamente realidad, como en la creación. Los huesos se ponen de inmediato en movimiento produciendo un gran estruendo, se recomponen, se revisten de tendones y de piel, recobran vida, se ponen en pie y se convierten en una inmensa multitud.
Viene después la explicación —es el Señor quien la da explícitamente—: los huesos son los exiliados, privados de vida y de esperanza (vv. 11ss). El Señor los llama con ternura «pueblo mío» y, frente a su desconfianza, les asegura ni que llevará a cabo el prodigio de su restauración. A la imagen de los huesos vueltos a la vida se añaden otras para reforzar aún más el poder del Dios de la vida: «Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas» (vv. 12.1 3). Hasta en las situaciones de muerte más desesperadas puede hacer nacer el Señor nueva vida. Dios «no es un Dios de muertos, sino un Dios de vivos» (Mc 12,37) y «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37). Al final, es el Señor mismo quien da la respuesta a la pregunta planteada al profeta: « ¿Podrán revivir estos huesos?» (v.3). Sí: «Lo digo y lo hago» (v. 14).
Comentario del Salmo 106. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Este salmo presenta elementos propios de los salmos sapiencia les (42-43) y también de los salmos de acción de gracias colectiva (1). No obstante, nosotros vamos a considerarlo como un salmo de acción de gracias individual. Una persona da gracias, en público, por las maravillas de Dios a lo largo de la historia, sintetizadas en la liberación de las angustias.
Además de la introducción (1-3) y de la conclusión (42-43), tenemos un núcleo central que podemos dividir en cinco partes: 4-9; 10-16; 17-22; 23-32; 13-41.
La introducción (1-3) comienza con tina invitación a dar gracias (1), con a muchos salmos, No olvidemos que, según la división del Salterio en cinco libros, el salmo 106 da inicio al último de ellos (106-150). El motivo de la acción de gracias es el «amor para siempre» del Señor. Este tema se encuentra aquí, al inicio (1) y también al final (43b). Los destinatarios de esta invitación a la alabanza son los «redimidos por el Señor» (2a) de la mano del opresor (2b), los que se encuentran dispersos por todas partes, oriente y occidente, norte y sur (3). Los términos «redimidos» y «redimió» tienen mucha fuerza y son importantes. Ponen de manifiesto quién ha sido el Señor para su pueblo a lo largo de la historia.
La primera parte (4-9) habla de un desierto solitario por el que vaga perdido el pueblo, sin encontrar ninguna ciudad habitada, con hambre y sed, sin vida. Esta es la situación de angustia que provoca el clamor al Señor; la liberación y la acción de gracias. El clamor y la respuesta se caracterizan por esta expresión, que también aparece en las tres siguientes partes: «En su aflicción, clamaron al Señor y él los libró de sus angustias» (6. 13.19.28). La acción de gracias también aparece en forma de estribillo en el resto de las partes, exceptuando la quinta: «Que den gracias al Señor por su amor por las maravillas que hace en favor de los hombres» (8.15.21.31). En la acción de gracias aparece el amor del Señor (compárese con el v. 1), capaz de hacer maravillas (portentos, milagros), que son gestos de liberación. El Señor libra de la angustia: en el desierto solitario por el que anda, errante, el pueblo, sin encontrar ciudad habitada, hambriento y sediento, Dios le muestra el camino que conduce a una ciudad habitada, sacia su hambre y apaga su sed. Esta parte se refiere, tal vez, al período del éxodo.
La segunda parte (10-16) comienza hablando de las «sombras y tinieblas» en que vive el pueblo, cautivo de hierros y de miserias (10) por haberse rebelado contra las órdenes divinas (11). La estructura es la misma que en la parte anterior: situación difícil, clamor, liberación y acción de gracias. El Señor saca al pueblo de las «sombras y tinieblas», rompiendo sus cadenas (14), despedazando las puertas de bronce y haciendo saltar los candados de hierro (16). Es probable que el salmista se esté refiriendo al período de los Jueces. Las puertas y los candados nos recuerdan las aventuras de Sansón (Jue 16).
En la tercera parte (17-22), se dice que el pueblo camina por el camino de la transgresión y es víctima de sus propias maldades. Se trata de la enfermedad, entendida como consecuencia del pecado. Tenemos, una vez más, el esquema que ya conocemos: angustia, clamor, liberación y acción de gracias. Aquí se añaden los «sacrificios de alabanza» y los «gritos de júbilo» (la fiesta, 22). La respuesta del Seño es clara responde al pueblo enfermo con la palabra que cura, impidiendo así que el pueblo encuentre la muerte.
En la cuarta parte (23-32) el pueblo se dedica al comercio por mar (23). Estamos, con gran probabilidad, en tiempos del rey Salomón (1Re 9,26-28). Mediante la tempestad en el mar (25- 27), el Señor manifiesta sus maravillas (24) de dos modos: primero, haciendo que se produzca y, después, calmándola (29-30). El esquema de esta parte es el mismo que el de las anteriores, Al final, se añade el deseo de que el Señor sea aclamado en la asamblea del pueblo y en el consejo de los ancianos (32).
La quinta parte (33-41) no sigue el esquema de las anteriores. Centra su atención en una serie de acciones opuestas del Señor: la tierra que tiene agua, se convierte en desierto (33-34) y viceversa (35); así prepara un lugar confortable para los hambrientos, quienes fundan una ciudad y la habitan (36). Tenemos aquí un resumen genérico de las acciones del Señor en el pasado, desde los tiempos de Abrahán, hasta la conquista de la tierra. A continuación, se muestra la prosperidad del pueblo, que planta y recoge, que cría animales y que se multiplica gracias a las bendiciones de Dios (37-38). Estamos en el período de la toma de posesión de la tierra. Después, el pueblo mengua, los poderosos (tal vez los reyes) son objeto del desprecio de Dios y vagan, confundidos, sin encontrar la salida (39-40). Puede que tengamos aquí un tímido recuerdo del período comprendido entre la monarquía y el exilio. En esta parte, se sigue insistiendo en que el Señor saca al indigente de su miseria y multiplica a las familias como rebaños (41). Tenemos aquí una posible alusión al final del exilio.
La conclusión (42-43) es de estilo sapiencial. Muestra la existencia de corazones rectos y malvados (42). Los de corazón recto se alegran, los demás cierran la boca. Ante todo esto, se pregunta: « ¿Hay algún sabio? ¿Qué es la sabiduría?». La respuesta no se hace esperar: ser sabio es contemplar todas estas cosas y saber discernir dónde está el amor del Señor (43), que es para siempre (1).
Este salmo, ciertamente, surgió después del exilio en Babilonia (3.41). Supone que hay mucha gente congregada (1a.2a). El pueblo ha sido liberado de muchas angustias y opresiones a lo largo de la historia y el salmista quiere dar gracias por ello. Sin embargo, la sociedad de su tiempo está dividida en justos y malva dos (42), en sabios e insensatos (43). El pueblo se encontraba en situación de indigencia al volver del exilio (41) y parece que muchos siguen todavía en la misma situación a causa de las injusticias nacionales e internacionales (véase Neh 5). Este salmo, por tanto, surge como acción de gracias en este contexto conflictivo, para que toda injusticia tenga que callar la boca (42b) y la gente, al contemplar la historia y ver al Dios que está presente en ella, lleve a cabo un discernimiento, descubra el amor del Señor y adquiera sabiduría (43).
La palabra que mejor define quién es Dios en este salmo es, sin lugar a dudas, el verbo «redimir» (2). Todas las acciones del Señor aquí descritas pueden resumirse en esta expresión: él es el redentor de su pueblo. Caminando junto a él, siendo su aliado y escribiendo la historia con Israel, el Señor ha mostrado plena mente quién es. Y lo ha mostrado escuchando el clamor y liberando, características fundamentales del Dios de la Alianza. Las cuatro primeras partes del núcleo de este salmo presentan el mismo esquema del éxodo: angustia, clamor, liberación, acción de gracias. Estos cuatro pasos son las piedras fundamentales del culto de Israel, una liturgia orientada hacia el Dios que rescata al pueblo errante (4.7), hambriento y sediento (5.9), cautivo (10.14), afligido por la enfermedad (17.20), atemorizado en medio de las actividades con que se gana la vida (25-27; 29-30), indigente (41), etc. Es e1 Dios que cambia la suerte de su pueblo (33-41). El nombre propio de Dios —Yavé, el Señor— aparece doce veces en este salmo, Jesús asimiló todas las características del Dios de este salmo. Es el redentor (Lc 1,63; 2,29-30). María nos muestra cómo se produjo este cambio de suertes en su vida (Lc 1,51-55).
Podemos rezar este salmo corno acción de gracias por el amor de Dios en nuestra historia y en nuestro caminar; porque escucha los clamores y libera. Hay que rezarlo en sintonía con la lucha por la conquista de la tierra en el campo y de una vivienda en las ciudades (4.7.36); podemos rezarlo para adquirir sabiduría...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 22,34-40. Un mandamiento os doy: Amad a Dios y a tú prójimo sobre a ti mismo.
En la sección polémica de los capítulos 21 y 22 de Mateo los adversarios plantean a Jesús una serie de cuestiones: sobre el tributo al César (22,15-22), sobre la resurrección de los muertos (22,23-33). Eran todos los temas candentes de la época. Ahora nos encontramos en la tercera disputa. Tras los saduceos, ricos y poderosos, entran en escena los fariseos, doctos y observantes. La cuestión tiene que ver con el mandamiento más importante de la Ley. El fondo de la cuestión es complejo y la motivación poco recta: interrogan a Jesús «para ponerlo a prueba» (v.35). Los fariseos habían hecho derivar 613 preceptos a partir de las prescripciones de la Torá; de ellos 365 eran prohibiciones y 248 mandamientos positivos. Frente a esta gran cantidad de prescripciones tiene sentido querer saber cual es “el mandamiento más importante” (v.36). Sin embargo, Jesús no se sitúa en la lógica de una jerarquía de mandamientos. Recuerda más bien la esencia de la Ley, orienta la atención hacia el principio que la inspira y hacia la disposición interior a observarla. La respuesta de Jesús es clara y precisa: la fuente y el cumplimiento de la Ley es el amor en su doble movimiento: hacia Dios y hacia el prójimo (vv. 37ss).
Al hablar del amor a Dios, Jesús hace referencia a Dt 6,5, donde se subrayan la totalidad, la intensidad y la autenticidad: «Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Ahora bien, junto al amor de Dios —y a su mismo nivel— pone el amor al prójimo. Son dos dimensiones inseparables. Sólo quien ama a Dios con todo su ser es consciente de ser amado por él, sabe amarse a sí mismo y sabe amar a su prójimo, es decir; a toda persona que vive cerca de él, a todo alter ego, como alguien amado por el mismo Dios. Aquí se encuentra la síntesis de «toda la Ley y los profetas es decir; el núcleo esencial de la revelación, aquí se encuentra la voluntad de Dios para todos sus hijos.
La esencia de la vida cristiana consiste en el amor a Dios y en el amor al prójimo: ésta es una verdad que se enseña desde la primera catequesis. Se trata de una verdad indiscutible, invulnerable, invariable, universal. En teoría, todos la conocemos bien; sin embargo, no es siempre para todos una verdad «apropiada», esto es, una ley que hacemos nuestra, con un asentimiento real, vital, existencial, personal. Se dice que nadie se ha emborrachado por haber leído un docto tratado sobre el vino. Job, después de haber reflexionado y discutido tanto, especialmente después de una experiencia fuerte, llegó a decir a Dios: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Job 42,5). Entre el conocimiento «sólo de oídas» y el «te han visto mis ojos» existe una distancia enorme.
Tal vez, la respuesta de Jesús sobre el mandamiento más importante no le sonaba demasiado nueva y original al doctor de la Ley que le preguntaba con la intención de «ponerlo a prueba», ¿pero la habría comprendo de verdad? Las nociones no asumidas vitalmente son semejantes a los huesos secos de la visión de Ezequiel: son muchos, tantos que llenan todo el valle, pero están secos, calcificados, amontonados de modo desordenado, no tienen carne ni nervios y carecen sobre todo del soplo de vida.
Comentario del Santo Evangelio Mt.22, 34-40. Amad a Dios sobre todas las cosas. Para nuestros Mayores.
Si los árboles impiden ver el bosque, la multitud de prescripciones o prohibiciones imposibilita descubrir el principio supremo que las justifica y unifica. El hombre pierde su unidad y vive fragmentado. Disperso en múltiples compartimentos incomunicados a los que debe atender desde una conciencia atormentada. Sin un principio unificador, la vida se auto-destruye por una múltiple división en parcelas insignificantes que el hombre no puede cultivar debidamente. Ocurrió en los tiempos de Cristo con los 613 mandamientos, que, según se decía, derivaban de la Ley. Ocurre en todos los tiempos. ¿Cuál es el mandamiento supremo?
La triple versión sinóptica del evangelio recoge esta cuestión que le fue planteada a Jesús. De buena fe, según el relato de Marcos (Mc 12, 34: le fue planteada a Jesús por un escriba «que no estaba lejos del reino de Dios», según las mismas palabras de Jesús). De mala fe, según la narración de Mateo y también de Lucas (Lc 10, 25). No sabemos en qué sentido podía ser una «prueba» para Jesús la cuestión planteada. ¿Se le negaba la habilidad o competencia para pronunciarse en estos asuntos? ¿Se pretendía provocar su decisión a favor de unos mandamientos que considerase más importantes que otros? Probablemente aquí estaba la encerrona, porque esto permitiría a sus enemigos acusarle de hacer discriminaciones en los preceptos de la Ley y, en el fondo, de irrespetuosidad frente a ella.
La respuesta dada por Jesús no era nueva. Está en la línea de su enseñanza constante (5, 7-10. 21-26; 6, 12-15; 7, 1-2; 18, 35). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
Jesús unifica dos preceptos que, en la Ley, se hallaban separados: el amor a Dios (Deut 6, 5) y el amor al prójimo (Lev 19, 18). En e1 tiempo de Jesús ya se habían unido y Jesús se pronuncia por la necesidad de mantenerlos así. Como principio elemental de la conducta moral (aspecto acentuado por Marcos) y como principio abstracto, casi en el terreno académico (según la versión de Mateo).
La Ley y los profetas penden de estos dos mandamientos como la puerta gira sobre su quicio. No se trata, por tanto, de establecer una distinción entre los mandamientos o prescripciones de la Ley. Si la Ley expresa la voluntad de Dios es imposible establecer distinciones. Jesús afirma que todo lo demás, que al hombre le es exigido desde la Ley, debe ser deducido de estos dos mandamientos. Estamos, por tanto, ante el necesario principio unificador que resuelve tanta dispersión legal o ritual.
Comentario del Santo Evangelio de Mt 22, 34-40. "Un mandamiento nuevos os doy: Amaras a Dios y a tu prójimo como a ti mismo", de Joven para Joven.
El Antiguo y Nuevo Testamento y toda la tradición cristiana están de acuerdo en que la perfección está en la caridad. Pero, ¿cómo debemos entender esta afirmación? Los primeros discípulos de Jesús reciben su Espíritu y, en efecto, los Hechos de los Apóstoles son llamados el «Evangelio del Espíritu Santo». En ellos se narra el descenso del Espíritu Santo el día de Pentecostés y las manifestaciones y los efectos de su presencia. Por eso, para los cristianos, sólo puede ser «espiritual» quien tiene el Espíritu Santo.
El Espíritu se manifiesta de muchas formas distintas, llamadas carismas. Los discípulos hablaban lenguas extranjeras, curaban milagrosamente, expulsaban demonios, profetizaban... En la Iglesia primitiva, según los Hechos, los carismas eran muy frecuentes, pero no se concedían a todos. Entonces, ¿de qué otra forma se podía probar la espiritualidad de una persona? Responde san Pablo, en la primera carta a los Corintios. No todos pueden curar enfermos, resucitar muertos, hablar lenguas o profetizar, Por tanto, buscad un carisma superior, es decir, la caridad. El escribe uno de los textos más hermosos del Nuevo Testamento sobre la caridad, el cántico de la caridad: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor... nada soy» (1Co 13, 1 -2). La caridad es un carisma único, porque no se da sólo por un período de tiempo: está eternamente unido a la vida.
En el mundo griego antiguo se tenía en gran estima el conocimiento. Heráclito, en el siglo VI a.C., decía que era mejor morir que no usar la razón. También en las religiones orientales, el sabio se identificaba con quien sabía más o mejor que los demás, con quien conoce las revelaciones misteriosas contenidas en libros inaccesibles a los no consagrados. En griego, conocimiento se dice gnosis. Esta palabra ha dado origen al término «gnóstico», es decir, quien cree que la perfección Consiste en un conocimiento superior. San Ireneo de Lyon escribió contra los gnósticos. Era muy polémico con quien se cree grande porque posee el saber. La perfección consiste en la caridad. Esto no quiere decir que los cristianos no aprecien la ciencia y el conocimiento. En todo caso, la inteligencia es una imagen de Dios en el hombre. Pero, sin caridad, el conocimiento es un árbol sin frutos. Por el contrario, quien ama alcanza un conocimiento superior; espiritual, que le abre los ojos al misterio del Padre, que es caridad (1Jn 4,8.16).
El corazón humano es pequeño. No puede amarlo todo, los distintos amores se quitarían fuerza unos a otros. Dios es tan grande que llena todo el corazón hasta que no queda sitio para nada más. Quien ama a Dios —dice un antiguo dicho indio— olvida a todo el mundo e, incluso, a sí mismo. Por el contrario, la Biblia une el amor a Dios y el amor al prójimo y considera estos dos amores inseparables. ¿Cómo es posible?
La primera razón la da el Antiguo Testamento. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1, 26—27). Quien ama al prójimo, ama una imagen de Dios; quien tiene nostalgia del amado, necesita contemplar su retrato. El Nuevo Testamento profundiza en esta reflexión. En Jesucristo, Dios y hombre están unidos en una sola persona; esto es válido también para todos los hombres, con los que Cristo se ha identificado expresamente: «Siempre que lo hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). El amor a Dios invisible se ha hecho visible y realizable en nuestro mundo humano.
Elevación Espiritual para este día.
Hay algunos que se maravillan de cómo puede revivir la carne reducida a polvo. Pero entonces deberían maravillarse de la extensión del cielo, de la mole de la tierra, de los abismos de las aguas, de todo lo que existe en este mundo, de los mismos ángeles creados de la nada. Es mucho menos hacer algo con algo que hacer todo de la nada. Los mismos elementos, la misma visión de las cosas nos ofrecen la imagen de la resurrección. Para nuestros ojos, el sol muere cada día y cada día vuelve a salir. Las estrellas desaparecen para nosotros en las horas de la mañana y vuelven a salir por la noche. En verano vemos los árboles llenos de hojas, de flores y de frutos, mientras que en invierno permanecen despojados de hojas, de flores y de frutos, y secos, pero apenas retorna el sol de primavera, cuando vuelve a subir la savia desde la raíz, se revisten nuevamente de su belleza. ¿Por qué, entonces, cuando se trata de los hombres, dudamos en creer lo que vemos cumplirse en las plantas?
Reflexión Espiritual para el día.
Pasar un período de forzado reposo en soledad entre las cimas de las montañas hace tanto bien al alma que todo hombre llegaría a ser mejor sí se impusiera realizar, de vez en cuando, un retiro de este tipo. La meditación tranquila, lejos de las prisas y de la agitación de la vida diaria, purifica el ánimo y le proporciona alivio e inspiración. Y mirando las cimas inmóviles bajo el sol, tal como durante milenios han hecho frente a tormentas y temporales, viene a la mente preguntarse: ¿por qué te enfadas por las calamidades del mundo que no puedes impedir? Pero ¿es verdad que no puedes? Sin embargo, gracias al Reino de Dios, cada uno tiene la posibilidad —más aún, el deber— de realizar la parte de trabajo que le corresponde para prevenir la repetición de esos males. Mi montaña dice: “Mira más lejos, mira más alto, mira más adelante y verás un camino”.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: la caridad, reina del cristiano.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34. No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad.
La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos.
La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida. 1 Jn. 4, 8.
La Caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios, Ej. Yo puedo ser amable, sólo con el fin de obtener una recompensa, sin embargo, con la caridad, la amabilidad, se convierte en virtudes que se practica desinteresadamente por amor a los demás. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas.
La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87.
Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro.
Existen dos tipos de amor: Amor desinteresado (o de benevolencia): desear y hacer el bien del otro aunque no proporcione ningún beneficio, porque se desea lo mejor para el otro.
Interesado: amar al otro por los beneficios que esperamos obtener. ¿Qué es, pues, la caridad? La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características.
La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. La caridad es amar como Dios, no con la perfección que Él lo hace, pero sí con el estilo que Él tiene. A eso nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que tenemos la capacidad de amar como Dios.
Hay que amar a Dios sobre todas las cosas. Si el objeto del amor es el bien, es decir cuando amamos, buscamos el bien, y si Dios es el “Bien” máximo, entonces Dios tiene que ser el objeto del amor. Además, Dios mismo es quien nos ordena y nos recompensa con el premio de la vida eterna.
Este tipo de amor, el más grande lo puede ser de tres tipos: Apreciativo, cuando la inteligencia comprende que Dios es el máximo Bien y esto es aceptado por la voluntad. Sensible, cuando el corazón lo siente. Efectivo cuando lo demostramos con acciones.
Para que sea verdadero amor es necesario que sea apreciativo y efectivo, aunque no sea sensible, ya que es más fácil sentir las realidades materiales o físicas, que las espirituales. Nos puede doler más una enfermedad, que el haber pecado gravemente.
Pecados contra el amor a Dios: El odio a Dios, que es el pecado de Satanás y de los demonios. Y se manifiesta en la blasfemias, las maldiciones, los sacrilegios.
La pereza espiritual, que es cuando el hombre no le encuentra el gusto a las cosas de Dios, es más las consideran aburridas y tristes. Aquí se encuentra la tibieza y la frivolidad o superficialidad. El amor desordenado a las criaturas, que es cuando primero que Dios y su Voluntad están personas o cosas. En todo pecado grave se pierde la caridad.
El amor al prójimo. El amor al prójimo es parte de la virtud de la caridad que nos hace buscar el bien de los demás por amor a Dios. Las características del amor al prójimo: Sobrenatural: se ama a Cristo en el prójimo, por su dignidad especial como hijo de Dios.
Universal: comprende a todos los hombres porque todos son creaturas de Dios. Como Cristo, incluso a pecadores y a los que hacen el mal.
Ordenado: es decir, se debe amar más al que está más cerca o al que lo necesite más. Ej. A el esposo, que al hermano, al hijo enfermo que a los demás. Interna y externa: para que sea auténtica tiene que abarcar todos los aspectos, pensamiento, palabra y obras.
Las obras de misericordia:
La caridad si no es concreta de nada sirve, sería una falsedad. Esta caridad concreta puede ser interna, con la voluntad que nos lleva a colaborar con los demás de muchas maneras. También puede ser con la inteligencia, a través de la estima y el perdón. Otra forma concreta de caridad es la de palabra, es decir, lo que llamamos obenedicencia, hablar siempre bien de los demás.
Y la caridad de obra que se resumen en las obras de misericordia, ya sean espirituales o materiales. Siendo las más importantes las espirituales, sin omitir las materiales. De ahí la necesidad de la corrección fraterna, el apostolado y la oración.
La corrección fraterna nos obliga a apartar al otro de lo ilícito o perjudicial. Siempre haciéndola en privado para no poner en peligro la fama del otro. El no hacerlo por cobardía, por falso respeto humano, sería una ofensa grave. Pero, siempre hay que tomar en cuenta la gravedad de la falta y la posibilidad de apartar al prójimo de su pecado.
Estamos obligados al apostolado porque cualquier bautizado debe de promover la vida cristiana y extender el Reino de Dios, llevando el Evangelio a los demás. Si yo amo a Dios, es lógico querer que los demás lo hagan también. El apostolado se desarrolla según las circunstancias de cada quien. Puede ser que en algunos casos el cambiar los pañales de un hijo sea una forma de apostolado o el escribir, o el predicar, etc.
Ahora bien, la causa y el fin de la caridad está en Dios no en la filantropía (amor a los hombres). La caridad tiene que ser siempre desinteresada, cuando hay interés siempre se cobra la factura, “hoy por ti, mañana por mí”. Obviamente tiene que ser activa y eficaz, no bastan los buenos deseos. Tiene que ser sincera, es una actitud interior. Debe ser superior a todo. En caso de que haya conflicto, primero está Dios y luego los hombres.
Pecados contra el amor al prójimo: El odio: desearle el mal al prójimo, ya sea porque es nuestro enemigo (odio de enemistad) o porque no nos es simpático (odio por antipatía). La antipatía natural no es pecado, salvo cuando la fomentamos, es decir es voluntaria y la manifestamos en acciones concretas.
La maldición: cuando expresamos el deseo de un mal para el otro que nace de la ira o del odio. La envidia: entristecerse o enojarse por el bien que le sucede al otro o alegrarse del mal del otro. Es un pecado capital porque de él se derivan muchos otros: chismes, murmuraciones, odio, resentimientos.
El escándalo: acción, palabra u omisión que lleva al prójimo a ocasión de pecado. Y puede ser directo cuando la intención es hacer que el otro peque o indirecto cuando no hay la intención, pero de todos modos se lleva al otro al pecado.
La cooperación en un acto malo que es participar en el pecado de otro. Otros pecados: los altercados, riñas, vandalismo. No olvidemos que es mucho más importante la parte activa de esta virtud. Hay que aplicarse a hacer cosas concretas, no tanto en los pecados en contra. Las casas se construyen “haciendo” y no dejando de destruir. Al final seremos juzgados por lo que hicimos, por lo que amamos, no por lo que dejamos de hacer. Mt 25, 31-46 +
El fragmento está compuesto por dos partes: una visión (vt 1-10) y su explicación (v 11-14). El profeta es trasladado a un valle, probablemente el situado en la región de Quebar (Babilonia), donde vivían los israelitas exiliados. El espectáculo que se despliega ante sus ojos es sumamente desolador: un enorme montón de huesos secos y resquebrajados (w 2ss). A la pregunta, aparentemente absurda del Señor sobre si podrán revivir aquellos huesos, le da Ezequiel una respuesta discreta y llena de confianza: «Señor tú lo sabes» (v.3b). Dios lo puede todo, todo depende de su voluntad. Entonces le ordena el Señor profetizar sobre los huesos. Los restos de seres humanos deben «oír» ahora la palabra divina y «saber» que él es el Señor (v. 4). El Vocabulario usado por el Señor es muy concreto y rebosa vitalidad: «El espíritu penetró en ellos», «aparecían los tendones, crecía la carne y se cubrían de piel», «infundiré en vosotros mi espíritu». La Palabra de Dios se hace inmediatamente realidad, como en la creación. Los huesos se ponen de inmediato en movimiento produciendo un gran estruendo, se recomponen, se revisten de tendones y de piel, recobran vida, se ponen en pie y se convierten en una inmensa multitud.
Viene después la explicación —es el Señor quien la da explícitamente—: los huesos son los exiliados, privados de vida y de esperanza (vv. 11ss). El Señor los llama con ternura «pueblo mío» y, frente a su desconfianza, les asegura ni que llevará a cabo el prodigio de su restauración. A la imagen de los huesos vueltos a la vida se añaden otras para reforzar aún más el poder del Dios de la vida: «Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas» (vv. 12.1 3). Hasta en las situaciones de muerte más desesperadas puede hacer nacer el Señor nueva vida. Dios «no es un Dios de muertos, sino un Dios de vivos» (Mc 12,37) y «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37). Al final, es el Señor mismo quien da la respuesta a la pregunta planteada al profeta: « ¿Podrán revivir estos huesos?» (v.3). Sí: «Lo digo y lo hago» (v. 14).
Comentario del Salmo 106. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
Este salmo presenta elementos propios de los salmos sapiencia les (42-43) y también de los salmos de acción de gracias colectiva (1). No obstante, nosotros vamos a considerarlo como un salmo de acción de gracias individual. Una persona da gracias, en público, por las maravillas de Dios a lo largo de la historia, sintetizadas en la liberación de las angustias.
Además de la introducción (1-3) y de la conclusión (42-43), tenemos un núcleo central que podemos dividir en cinco partes: 4-9; 10-16; 17-22; 23-32; 13-41.
La introducción (1-3) comienza con tina invitación a dar gracias (1), con a muchos salmos, No olvidemos que, según la división del Salterio en cinco libros, el salmo 106 da inicio al último de ellos (106-150). El motivo de la acción de gracias es el «amor para siempre» del Señor. Este tema se encuentra aquí, al inicio (1) y también al final (43b). Los destinatarios de esta invitación a la alabanza son los «redimidos por el Señor» (2a) de la mano del opresor (2b), los que se encuentran dispersos por todas partes, oriente y occidente, norte y sur (3). Los términos «redimidos» y «redimió» tienen mucha fuerza y son importantes. Ponen de manifiesto quién ha sido el Señor para su pueblo a lo largo de la historia.
La primera parte (4-9) habla de un desierto solitario por el que vaga perdido el pueblo, sin encontrar ninguna ciudad habitada, con hambre y sed, sin vida. Esta es la situación de angustia que provoca el clamor al Señor; la liberación y la acción de gracias. El clamor y la respuesta se caracterizan por esta expresión, que también aparece en las tres siguientes partes: «En su aflicción, clamaron al Señor y él los libró de sus angustias» (6. 13.19.28). La acción de gracias también aparece en forma de estribillo en el resto de las partes, exceptuando la quinta: «Que den gracias al Señor por su amor por las maravillas que hace en favor de los hombres» (8.15.21.31). En la acción de gracias aparece el amor del Señor (compárese con el v. 1), capaz de hacer maravillas (portentos, milagros), que son gestos de liberación. El Señor libra de la angustia: en el desierto solitario por el que anda, errante, el pueblo, sin encontrar ciudad habitada, hambriento y sediento, Dios le muestra el camino que conduce a una ciudad habitada, sacia su hambre y apaga su sed. Esta parte se refiere, tal vez, al período del éxodo.
La segunda parte (10-16) comienza hablando de las «sombras y tinieblas» en que vive el pueblo, cautivo de hierros y de miserias (10) por haberse rebelado contra las órdenes divinas (11). La estructura es la misma que en la parte anterior: situación difícil, clamor, liberación y acción de gracias. El Señor saca al pueblo de las «sombras y tinieblas», rompiendo sus cadenas (14), despedazando las puertas de bronce y haciendo saltar los candados de hierro (16). Es probable que el salmista se esté refiriendo al período de los Jueces. Las puertas y los candados nos recuerdan las aventuras de Sansón (Jue 16).
En la tercera parte (17-22), se dice que el pueblo camina por el camino de la transgresión y es víctima de sus propias maldades. Se trata de la enfermedad, entendida como consecuencia del pecado. Tenemos, una vez más, el esquema que ya conocemos: angustia, clamor, liberación y acción de gracias. Aquí se añaden los «sacrificios de alabanza» y los «gritos de júbilo» (la fiesta, 22). La respuesta del Seño es clara responde al pueblo enfermo con la palabra que cura, impidiendo así que el pueblo encuentre la muerte.
En la cuarta parte (23-32) el pueblo se dedica al comercio por mar (23). Estamos, con gran probabilidad, en tiempos del rey Salomón (1Re 9,26-28). Mediante la tempestad en el mar (25- 27), el Señor manifiesta sus maravillas (24) de dos modos: primero, haciendo que se produzca y, después, calmándola (29-30). El esquema de esta parte es el mismo que el de las anteriores, Al final, se añade el deseo de que el Señor sea aclamado en la asamblea del pueblo y en el consejo de los ancianos (32).
La quinta parte (33-41) no sigue el esquema de las anteriores. Centra su atención en una serie de acciones opuestas del Señor: la tierra que tiene agua, se convierte en desierto (33-34) y viceversa (35); así prepara un lugar confortable para los hambrientos, quienes fundan una ciudad y la habitan (36). Tenemos aquí un resumen genérico de las acciones del Señor en el pasado, desde los tiempos de Abrahán, hasta la conquista de la tierra. A continuación, se muestra la prosperidad del pueblo, que planta y recoge, que cría animales y que se multiplica gracias a las bendiciones de Dios (37-38). Estamos en el período de la toma de posesión de la tierra. Después, el pueblo mengua, los poderosos (tal vez los reyes) son objeto del desprecio de Dios y vagan, confundidos, sin encontrar la salida (39-40). Puede que tengamos aquí un tímido recuerdo del período comprendido entre la monarquía y el exilio. En esta parte, se sigue insistiendo en que el Señor saca al indigente de su miseria y multiplica a las familias como rebaños (41). Tenemos aquí una posible alusión al final del exilio.
La conclusión (42-43) es de estilo sapiencial. Muestra la existencia de corazones rectos y malvados (42). Los de corazón recto se alegran, los demás cierran la boca. Ante todo esto, se pregunta: « ¿Hay algún sabio? ¿Qué es la sabiduría?». La respuesta no se hace esperar: ser sabio es contemplar todas estas cosas y saber discernir dónde está el amor del Señor (43), que es para siempre (1).
Este salmo, ciertamente, surgió después del exilio en Babilonia (3.41). Supone que hay mucha gente congregada (1a.2a). El pueblo ha sido liberado de muchas angustias y opresiones a lo largo de la historia y el salmista quiere dar gracias por ello. Sin embargo, la sociedad de su tiempo está dividida en justos y malva dos (42), en sabios e insensatos (43). El pueblo se encontraba en situación de indigencia al volver del exilio (41) y parece que muchos siguen todavía en la misma situación a causa de las injusticias nacionales e internacionales (véase Neh 5). Este salmo, por tanto, surge como acción de gracias en este contexto conflictivo, para que toda injusticia tenga que callar la boca (42b) y la gente, al contemplar la historia y ver al Dios que está presente en ella, lleve a cabo un discernimiento, descubra el amor del Señor y adquiera sabiduría (43).
La palabra que mejor define quién es Dios en este salmo es, sin lugar a dudas, el verbo «redimir» (2). Todas las acciones del Señor aquí descritas pueden resumirse en esta expresión: él es el redentor de su pueblo. Caminando junto a él, siendo su aliado y escribiendo la historia con Israel, el Señor ha mostrado plena mente quién es. Y lo ha mostrado escuchando el clamor y liberando, características fundamentales del Dios de la Alianza. Las cuatro primeras partes del núcleo de este salmo presentan el mismo esquema del éxodo: angustia, clamor, liberación, acción de gracias. Estos cuatro pasos son las piedras fundamentales del culto de Israel, una liturgia orientada hacia el Dios que rescata al pueblo errante (4.7), hambriento y sediento (5.9), cautivo (10.14), afligido por la enfermedad (17.20), atemorizado en medio de las actividades con que se gana la vida (25-27; 29-30), indigente (41), etc. Es e1 Dios que cambia la suerte de su pueblo (33-41). El nombre propio de Dios —Yavé, el Señor— aparece doce veces en este salmo, Jesús asimiló todas las características del Dios de este salmo. Es el redentor (Lc 1,63; 2,29-30). María nos muestra cómo se produjo este cambio de suertes en su vida (Lc 1,51-55).
Podemos rezar este salmo corno acción de gracias por el amor de Dios en nuestra historia y en nuestro caminar; porque escucha los clamores y libera. Hay que rezarlo en sintonía con la lucha por la conquista de la tierra en el campo y de una vivienda en las ciudades (4.7.36); podemos rezarlo para adquirir sabiduría...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 22,34-40. Un mandamiento os doy: Amad a Dios y a tú prójimo sobre a ti mismo.
En la sección polémica de los capítulos 21 y 22 de Mateo los adversarios plantean a Jesús una serie de cuestiones: sobre el tributo al César (22,15-22), sobre la resurrección de los muertos (22,23-33). Eran todos los temas candentes de la época. Ahora nos encontramos en la tercera disputa. Tras los saduceos, ricos y poderosos, entran en escena los fariseos, doctos y observantes. La cuestión tiene que ver con el mandamiento más importante de la Ley. El fondo de la cuestión es complejo y la motivación poco recta: interrogan a Jesús «para ponerlo a prueba» (v.35). Los fariseos habían hecho derivar 613 preceptos a partir de las prescripciones de la Torá; de ellos 365 eran prohibiciones y 248 mandamientos positivos. Frente a esta gran cantidad de prescripciones tiene sentido querer saber cual es “el mandamiento más importante” (v.36). Sin embargo, Jesús no se sitúa en la lógica de una jerarquía de mandamientos. Recuerda más bien la esencia de la Ley, orienta la atención hacia el principio que la inspira y hacia la disposición interior a observarla. La respuesta de Jesús es clara y precisa: la fuente y el cumplimiento de la Ley es el amor en su doble movimiento: hacia Dios y hacia el prójimo (vv. 37ss).
Al hablar del amor a Dios, Jesús hace referencia a Dt 6,5, donde se subrayan la totalidad, la intensidad y la autenticidad: «Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Ahora bien, junto al amor de Dios —y a su mismo nivel— pone el amor al prójimo. Son dos dimensiones inseparables. Sólo quien ama a Dios con todo su ser es consciente de ser amado por él, sabe amarse a sí mismo y sabe amar a su prójimo, es decir; a toda persona que vive cerca de él, a todo alter ego, como alguien amado por el mismo Dios. Aquí se encuentra la síntesis de «toda la Ley y los profetas es decir; el núcleo esencial de la revelación, aquí se encuentra la voluntad de Dios para todos sus hijos.
La esencia de la vida cristiana consiste en el amor a Dios y en el amor al prójimo: ésta es una verdad que se enseña desde la primera catequesis. Se trata de una verdad indiscutible, invulnerable, invariable, universal. En teoría, todos la conocemos bien; sin embargo, no es siempre para todos una verdad «apropiada», esto es, una ley que hacemos nuestra, con un asentimiento real, vital, existencial, personal. Se dice que nadie se ha emborrachado por haber leído un docto tratado sobre el vino. Job, después de haber reflexionado y discutido tanto, especialmente después de una experiencia fuerte, llegó a decir a Dios: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Job 42,5). Entre el conocimiento «sólo de oídas» y el «te han visto mis ojos» existe una distancia enorme.
Tal vez, la respuesta de Jesús sobre el mandamiento más importante no le sonaba demasiado nueva y original al doctor de la Ley que le preguntaba con la intención de «ponerlo a prueba», ¿pero la habría comprendo de verdad? Las nociones no asumidas vitalmente son semejantes a los huesos secos de la visión de Ezequiel: son muchos, tantos que llenan todo el valle, pero están secos, calcificados, amontonados de modo desordenado, no tienen carne ni nervios y carecen sobre todo del soplo de vida.
Comentario del Santo Evangelio Mt.22, 34-40. Amad a Dios sobre todas las cosas. Para nuestros Mayores.
Si los árboles impiden ver el bosque, la multitud de prescripciones o prohibiciones imposibilita descubrir el principio supremo que las justifica y unifica. El hombre pierde su unidad y vive fragmentado. Disperso en múltiples compartimentos incomunicados a los que debe atender desde una conciencia atormentada. Sin un principio unificador, la vida se auto-destruye por una múltiple división en parcelas insignificantes que el hombre no puede cultivar debidamente. Ocurrió en los tiempos de Cristo con los 613 mandamientos, que, según se decía, derivaban de la Ley. Ocurre en todos los tiempos. ¿Cuál es el mandamiento supremo?
La triple versión sinóptica del evangelio recoge esta cuestión que le fue planteada a Jesús. De buena fe, según el relato de Marcos (Mc 12, 34: le fue planteada a Jesús por un escriba «que no estaba lejos del reino de Dios», según las mismas palabras de Jesús). De mala fe, según la narración de Mateo y también de Lucas (Lc 10, 25). No sabemos en qué sentido podía ser una «prueba» para Jesús la cuestión planteada. ¿Se le negaba la habilidad o competencia para pronunciarse en estos asuntos? ¿Se pretendía provocar su decisión a favor de unos mandamientos que considerase más importantes que otros? Probablemente aquí estaba la encerrona, porque esto permitiría a sus enemigos acusarle de hacer discriminaciones en los preceptos de la Ley y, en el fondo, de irrespetuosidad frente a ella.
La respuesta dada por Jesús no era nueva. Está en la línea de su enseñanza constante (5, 7-10. 21-26; 6, 12-15; 7, 1-2; 18, 35). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
Jesús unifica dos preceptos que, en la Ley, se hallaban separados: el amor a Dios (Deut 6, 5) y el amor al prójimo (Lev 19, 18). En e1 tiempo de Jesús ya se habían unido y Jesús se pronuncia por la necesidad de mantenerlos así. Como principio elemental de la conducta moral (aspecto acentuado por Marcos) y como principio abstracto, casi en el terreno académico (según la versión de Mateo).
La Ley y los profetas penden de estos dos mandamientos como la puerta gira sobre su quicio. No se trata, por tanto, de establecer una distinción entre los mandamientos o prescripciones de la Ley. Si la Ley expresa la voluntad de Dios es imposible establecer distinciones. Jesús afirma que todo lo demás, que al hombre le es exigido desde la Ley, debe ser deducido de estos dos mandamientos. Estamos, por tanto, ante el necesario principio unificador que resuelve tanta dispersión legal o ritual.
Comentario del Santo Evangelio de Mt 22, 34-40. "Un mandamiento nuevos os doy: Amaras a Dios y a tu prójimo como a ti mismo", de Joven para Joven.
El Antiguo y Nuevo Testamento y toda la tradición cristiana están de acuerdo en que la perfección está en la caridad. Pero, ¿cómo debemos entender esta afirmación? Los primeros discípulos de Jesús reciben su Espíritu y, en efecto, los Hechos de los Apóstoles son llamados el «Evangelio del Espíritu Santo». En ellos se narra el descenso del Espíritu Santo el día de Pentecostés y las manifestaciones y los efectos de su presencia. Por eso, para los cristianos, sólo puede ser «espiritual» quien tiene el Espíritu Santo.
El Espíritu se manifiesta de muchas formas distintas, llamadas carismas. Los discípulos hablaban lenguas extranjeras, curaban milagrosamente, expulsaban demonios, profetizaban... En la Iglesia primitiva, según los Hechos, los carismas eran muy frecuentes, pero no se concedían a todos. Entonces, ¿de qué otra forma se podía probar la espiritualidad de una persona? Responde san Pablo, en la primera carta a los Corintios. No todos pueden curar enfermos, resucitar muertos, hablar lenguas o profetizar, Por tanto, buscad un carisma superior, es decir, la caridad. El escribe uno de los textos más hermosos del Nuevo Testamento sobre la caridad, el cántico de la caridad: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor... nada soy» (1Co 13, 1 -2). La caridad es un carisma único, porque no se da sólo por un período de tiempo: está eternamente unido a la vida.
En el mundo griego antiguo se tenía en gran estima el conocimiento. Heráclito, en el siglo VI a.C., decía que era mejor morir que no usar la razón. También en las religiones orientales, el sabio se identificaba con quien sabía más o mejor que los demás, con quien conoce las revelaciones misteriosas contenidas en libros inaccesibles a los no consagrados. En griego, conocimiento se dice gnosis. Esta palabra ha dado origen al término «gnóstico», es decir, quien cree que la perfección Consiste en un conocimiento superior. San Ireneo de Lyon escribió contra los gnósticos. Era muy polémico con quien se cree grande porque posee el saber. La perfección consiste en la caridad. Esto no quiere decir que los cristianos no aprecien la ciencia y el conocimiento. En todo caso, la inteligencia es una imagen de Dios en el hombre. Pero, sin caridad, el conocimiento es un árbol sin frutos. Por el contrario, quien ama alcanza un conocimiento superior; espiritual, que le abre los ojos al misterio del Padre, que es caridad (1Jn 4,8.16).
El corazón humano es pequeño. No puede amarlo todo, los distintos amores se quitarían fuerza unos a otros. Dios es tan grande que llena todo el corazón hasta que no queda sitio para nada más. Quien ama a Dios —dice un antiguo dicho indio— olvida a todo el mundo e, incluso, a sí mismo. Por el contrario, la Biblia une el amor a Dios y el amor al prójimo y considera estos dos amores inseparables. ¿Cómo es posible?
La primera razón la da el Antiguo Testamento. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1, 26—27). Quien ama al prójimo, ama una imagen de Dios; quien tiene nostalgia del amado, necesita contemplar su retrato. El Nuevo Testamento profundiza en esta reflexión. En Jesucristo, Dios y hombre están unidos en una sola persona; esto es válido también para todos los hombres, con los que Cristo se ha identificado expresamente: «Siempre que lo hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). El amor a Dios invisible se ha hecho visible y realizable en nuestro mundo humano.
Elevación Espiritual para este día.
Hay algunos que se maravillan de cómo puede revivir la carne reducida a polvo. Pero entonces deberían maravillarse de la extensión del cielo, de la mole de la tierra, de los abismos de las aguas, de todo lo que existe en este mundo, de los mismos ángeles creados de la nada. Es mucho menos hacer algo con algo que hacer todo de la nada. Los mismos elementos, la misma visión de las cosas nos ofrecen la imagen de la resurrección. Para nuestros ojos, el sol muere cada día y cada día vuelve a salir. Las estrellas desaparecen para nosotros en las horas de la mañana y vuelven a salir por la noche. En verano vemos los árboles llenos de hojas, de flores y de frutos, mientras que en invierno permanecen despojados de hojas, de flores y de frutos, y secos, pero apenas retorna el sol de primavera, cuando vuelve a subir la savia desde la raíz, se revisten nuevamente de su belleza. ¿Por qué, entonces, cuando se trata de los hombres, dudamos en creer lo que vemos cumplirse en las plantas?
Reflexión Espiritual para el día.
Pasar un período de forzado reposo en soledad entre las cimas de las montañas hace tanto bien al alma que todo hombre llegaría a ser mejor sí se impusiera realizar, de vez en cuando, un retiro de este tipo. La meditación tranquila, lejos de las prisas y de la agitación de la vida diaria, purifica el ánimo y le proporciona alivio e inspiración. Y mirando las cimas inmóviles bajo el sol, tal como durante milenios han hecho frente a tormentas y temporales, viene a la mente preguntarse: ¿por qué te enfadas por las calamidades del mundo que no puedes impedir? Pero ¿es verdad que no puedes? Sin embargo, gracias al Reino de Dios, cada uno tiene la posibilidad —más aún, el deber— de realizar la parte de trabajo que le corresponde para prevenir la repetición de esos males. Mi montaña dice: “Mira más lejos, mira más alto, mira más adelante y verás un camino”.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: la caridad, reina del cristiano.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34. No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad.
La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos.
La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida. 1 Jn. 4, 8.
La Caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios, Ej. Yo puedo ser amable, sólo con el fin de obtener una recompensa, sin embargo, con la caridad, la amabilidad, se convierte en virtudes que se practica desinteresadamente por amor a los demás. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas.
La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87.
Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro.
Existen dos tipos de amor: Amor desinteresado (o de benevolencia): desear y hacer el bien del otro aunque no proporcione ningún beneficio, porque se desea lo mejor para el otro.
Interesado: amar al otro por los beneficios que esperamos obtener. ¿Qué es, pues, la caridad? La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características.
La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. La caridad es amar como Dios, no con la perfección que Él lo hace, pero sí con el estilo que Él tiene. A eso nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que tenemos la capacidad de amar como Dios.
Hay que amar a Dios sobre todas las cosas. Si el objeto del amor es el bien, es decir cuando amamos, buscamos el bien, y si Dios es el “Bien” máximo, entonces Dios tiene que ser el objeto del amor. Además, Dios mismo es quien nos ordena y nos recompensa con el premio de la vida eterna.
Este tipo de amor, el más grande lo puede ser de tres tipos: Apreciativo, cuando la inteligencia comprende que Dios es el máximo Bien y esto es aceptado por la voluntad. Sensible, cuando el corazón lo siente. Efectivo cuando lo demostramos con acciones.
Para que sea verdadero amor es necesario que sea apreciativo y efectivo, aunque no sea sensible, ya que es más fácil sentir las realidades materiales o físicas, que las espirituales. Nos puede doler más una enfermedad, que el haber pecado gravemente.
Pecados contra el amor a Dios: El odio a Dios, que es el pecado de Satanás y de los demonios. Y se manifiesta en la blasfemias, las maldiciones, los sacrilegios.
La pereza espiritual, que es cuando el hombre no le encuentra el gusto a las cosas de Dios, es más las consideran aburridas y tristes. Aquí se encuentra la tibieza y la frivolidad o superficialidad. El amor desordenado a las criaturas, que es cuando primero que Dios y su Voluntad están personas o cosas. En todo pecado grave se pierde la caridad.
El amor al prójimo. El amor al prójimo es parte de la virtud de la caridad que nos hace buscar el bien de los demás por amor a Dios. Las características del amor al prójimo: Sobrenatural: se ama a Cristo en el prójimo, por su dignidad especial como hijo de Dios.
Universal: comprende a todos los hombres porque todos son creaturas de Dios. Como Cristo, incluso a pecadores y a los que hacen el mal.
Ordenado: es decir, se debe amar más al que está más cerca o al que lo necesite más. Ej. A el esposo, que al hermano, al hijo enfermo que a los demás. Interna y externa: para que sea auténtica tiene que abarcar todos los aspectos, pensamiento, palabra y obras.
Las obras de misericordia:
La caridad si no es concreta de nada sirve, sería una falsedad. Esta caridad concreta puede ser interna, con la voluntad que nos lleva a colaborar con los demás de muchas maneras. También puede ser con la inteligencia, a través de la estima y el perdón. Otra forma concreta de caridad es la de palabra, es decir, lo que llamamos obenedicencia, hablar siempre bien de los demás.
Y la caridad de obra que se resumen en las obras de misericordia, ya sean espirituales o materiales. Siendo las más importantes las espirituales, sin omitir las materiales. De ahí la necesidad de la corrección fraterna, el apostolado y la oración.
La corrección fraterna nos obliga a apartar al otro de lo ilícito o perjudicial. Siempre haciéndola en privado para no poner en peligro la fama del otro. El no hacerlo por cobardía, por falso respeto humano, sería una ofensa grave. Pero, siempre hay que tomar en cuenta la gravedad de la falta y la posibilidad de apartar al prójimo de su pecado.
Estamos obligados al apostolado porque cualquier bautizado debe de promover la vida cristiana y extender el Reino de Dios, llevando el Evangelio a los demás. Si yo amo a Dios, es lógico querer que los demás lo hagan también. El apostolado se desarrolla según las circunstancias de cada quien. Puede ser que en algunos casos el cambiar los pañales de un hijo sea una forma de apostolado o el escribir, o el predicar, etc.
Ahora bien, la causa y el fin de la caridad está en Dios no en la filantropía (amor a los hombres). La caridad tiene que ser siempre desinteresada, cuando hay interés siempre se cobra la factura, “hoy por ti, mañana por mí”. Obviamente tiene que ser activa y eficaz, no bastan los buenos deseos. Tiene que ser sincera, es una actitud interior. Debe ser superior a todo. En caso de que haya conflicto, primero está Dios y luego los hombres.
Pecados contra el amor al prójimo: El odio: desearle el mal al prójimo, ya sea porque es nuestro enemigo (odio de enemistad) o porque no nos es simpático (odio por antipatía). La antipatía natural no es pecado, salvo cuando la fomentamos, es decir es voluntaria y la manifestamos en acciones concretas.
La maldición: cuando expresamos el deseo de un mal para el otro que nace de la ira o del odio. La envidia: entristecerse o enojarse por el bien que le sucede al otro o alegrarse del mal del otro. Es un pecado capital porque de él se derivan muchos otros: chismes, murmuraciones, odio, resentimientos.
El escándalo: acción, palabra u omisión que lleva al prójimo a ocasión de pecado. Y puede ser directo cuando la intención es hacer que el otro peque o indirecto cuando no hay la intención, pero de todos modos se lleva al otro al pecado.
La cooperación en un acto malo que es participar en el pecado de otro. Otros pecados: los altercados, riñas, vandalismo. No olvidemos que es mucho más importante la parte activa de esta virtud. Hay que aplicarse a hacer cosas concretas, no tanto en los pecados en contra. Las casas se construyen “haciendo” y no dejando de destruir. Al final seremos juzgados por lo que hicimos, por lo que amamos, no por lo que dejamos de hacer. Mt 25, 31-46 +
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