19 de Agosto 2010. JUEVES DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Feria o SAN EZEQUIEL MORENO DÍAZ, obispo, Memoria libre o SAN JUAN EUDES, prebítero, Memoria libre. SS. Luis ob, Sixto III pp, Magín mr. Beato Guerrico ab.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ez 36, 23-28: Les daré un corazón nuevo y les infundiré mi espíritu
Salmo 50: Derramaré agua pura que los purificará de todas sus inmundicias.
Mt 22, 1-14: A todos lo que encuentéis, convidadlos a la boda
Hablando nuevamente en parábolas, Jesús explica la naturaleza del plan de Dios. La figura de una fiesta de bodas resulta oportuna para representar la diversidad de actitudes que se da ante los llamados de Dios. Muchas personas han priorizado sus negocios, sus propiedades; otros se tornaron indiferentes y otras hasta agredieron y mataron a los emisarios del rey. Finalmente son los despreciados, los andariegos por los caminos quienes acuden al llamado. Pero eso no es todo; hay un detalle importantísimo: el vestido de fiesta, que representa la disposición para tomar parte en el plan salvífico de Dios; eso es lo que ponemos los seres humanos: disposición, preparación, conversión permanente; lo demás lo genera Dios. Por eso la elección depende de Dios y de la importancia que los seres humanos le demos. A lo largo de la historia han sido muchas las invitaciones enviadas, muchos los mensajeros asesinados, muchas las manifestaciones de Dios por acercarnos a su reino; sin embargo nosotros hemos puesto oídos sordos y nos hemos dejado enceguecer por nuestro propios intereses. Estamos avanzando hacía un caos en que ignoramos la presencia de Dios y sus gritos amorosos por enderezar nuestras existencias. Permitamos entonces que nuestros sentidos se agudicen para escuchar la voz de Dios, que nos convoca a su banquete fraterno, a su banquete de de justicia, de amor y de paz.
PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 36, 23-28
Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi espíritu
"Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor -oráculo del Señor-, cuando les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. R.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 22, 1-14
A todos los que encontréis convidadlos a la boda
En aquel tiempo volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: "El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda". Los convidados no hicieron caso, uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda". Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos"".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Ez 36, 23-28: Les daré un corazón nuevo y les infundiré mi espíritu
Salmo 50: Derramaré agua pura que los purificará de todas sus inmundicias.
Mt 22, 1-14: A todos lo que encuentéis, convidadlos a la boda
Hablando nuevamente en parábolas, Jesús explica la naturaleza del plan de Dios. La figura de una fiesta de bodas resulta oportuna para representar la diversidad de actitudes que se da ante los llamados de Dios. Muchas personas han priorizado sus negocios, sus propiedades; otros se tornaron indiferentes y otras hasta agredieron y mataron a los emisarios del rey. Finalmente son los despreciados, los andariegos por los caminos quienes acuden al llamado. Pero eso no es todo; hay un detalle importantísimo: el vestido de fiesta, que representa la disposición para tomar parte en el plan salvífico de Dios; eso es lo que ponemos los seres humanos: disposición, preparación, conversión permanente; lo demás lo genera Dios. Por eso la elección depende de Dios y de la importancia que los seres humanos le demos. A lo largo de la historia han sido muchas las invitaciones enviadas, muchos los mensajeros asesinados, muchas las manifestaciones de Dios por acercarnos a su reino; sin embargo nosotros hemos puesto oídos sordos y nos hemos dejado enceguecer por nuestro propios intereses. Estamos avanzando hacía un caos en que ignoramos la presencia de Dios y sus gritos amorosos por enderezar nuestras existencias. Permitamos entonces que nuestros sentidos se agudicen para escuchar la voz de Dios, que nos convoca a su banquete fraterno, a su banquete de de justicia, de amor y de paz.
PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 36, 23-28
Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi espíritu
"Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor -oráculo del Señor-, cuando les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. R.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 22, 1-14
A todos los que encontréis convidadlos a la boda
En aquel tiempo volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: "El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda". Los convidados no hicieron caso, uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda". Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos"".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Ezequiel 36,23-28. Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi espíritu.
A Jesús nos enseña en la oración del Padre nuestro a dirigirnos a Dios invocando: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9c). Aquí es el Señor mismo el que dice: «Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre» (Ez 36,23). En los versículos precedentes (16-22), él mismo cuenta que su nombre ha sido deshonrado entre los pueblos extranjeros a causa de Israel. Ahora va a darle la vuelta a la situación: liberará a Israel del yugo de sus enemigos, por amor a su pueblo y también por amor a su nombre, para manifestar su poder y su fidelidad ante todos los pueblos.
Dios hace saber también el modo como llevará a cabo su proyecto. Hará regresar a su pueblo del exilio: habrá como un nuevo éxodo, una nueva liberación. Purificará de manera radical a su pueblo, suprimiendo todo lo que hay de impuro en él. Pero, sobre todo, transformará al hombre por dentro, convirtiéndole en una criatura nueva. Esta transformación íntima está representada por el «corazón nuevo», una imagen que aparece también en Jr 31,31-34. El corazón es la sede del pensamiento, de la voluntad, del sentimiento, de la vida mora, de la decisión radical; el corazón es el yo profundo. Dios reemplazará en cada uno el «corazón de piedra» —duro, insensible, pesado— por un «corazón de carne», esto es, por un corazón capaz de amar y de ser amado, dócil, acogedor, vivo, en sintonía con su corazón. Ahora bien, el corazón nuevo puede envejecer aún y el corazón de carne también puede endurecerse; para garantizar la novedad perenne y la transformación continua, Dios infundirá dentro de cada hombre un espíritu nuevo. Como en la creación del primer hombre, también ahora el Espíritu da vida y mantiene siempre fresca y hermosa la relación entre el hombre y su Dios. Israel, animado por el Espíritu, será capaz de vivir las exigencias de la alianza del Sinaí, que no está no basada en la fría observancia de las prescripciones, sino en un principio interior de comportamiento religioso, en una inclinación de amor.
Comentario del Salmo 50. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias.
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50…).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..
Comentario del Santo Evangelio de: Mateo 22,1-14. A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.
Esta parábola está compuesta por dos fragmentos: los vv. 1 lo tienen como tema central el banquete nupcial, los vv. 11-14 se detienen en el tema del traje. El Reino de Dios es alegre y gozoso; es semejante a un banquete de bodas, que, en la tradición bíblica, es la expresión más elevada de la fiesta. Además, el banquete ha sido preparado por el rey para la boda de su hijo. Todo hace esperar un desarrollo feliz. Sin embargo, surgen imprevistos: los invitados se niegan a participar en el banquete. En la perspectiva teológica de Mateo no es difícil leer en esta parábola la historia de Israel desde los comienzos a los tiempos del Mesías. El banquete, para el que ya está todo preparado, no queda cancelado por el repetido rechazo de los primeros invitados, sino que se abre a otros, a todos. Los nuevos comensales constituyen el nuevo Israel: la Iglesia, santa y siempre necesitada de conversión, siempre atenta para conservar impecable su vestido nupcial.
Sin embargo, la parábola interpela también a cada cristiano en particular. La invitación a la alegría del banquete es una gracia, un don que compromete la vida y lo hace seriamente; la transforma, la hace nueva. Frente a esta invitación, el hombre dispone de la libertad de aceptarla o rechazarla. Quien la rechaza, siempre encuentra excusas y justificaciones que le parecen buenas y razonables. En el fondo, se trata de autoengaños que emergen de las profundidades tenebrosas de la psique humana. Con todo, el que ha entrado en la sala del banquete no por ello debe pensar que tiene asegurada la salvación. A pesar de que la entrada sea gratuita y se ofrezca a todos, se exige a los comensales que lleven el traje de boda y la disposición correspondiente. Los cristianos deben «revestirse de Cristo» (Rom 13,14; Gal 3,27), tener sus mismos pensamientos y sentimientos (cf. FIp 2,5). El final del intruso que participa en el banquete sin el traje de boda es triste. Es el mismo destino de la cizaña (Mt 13,42) y de los peces malos (13,50). La frase conclusiva de la parábola es un grave aviso a los lectores: «Son muchos los llamados, pero pocos los escogidos» (22,14).
Corazón nuevo y traje de boda: todo habla de novedad. La salvación no consiste en reparar lo que está estropeado y ajustar lo que ha funcionado mal, sino en crear en hacer nuevo. A Yavé le gusta presentarse en el Antiguo Testamento a su pueblo como un Dios vivo, dinámico, creativo, que proclama y lleva a cabo novedades sorprendentes: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, va está brotando, ¿no lo acojáis?» (Is 43,19). El Éxodo, la alianza, el retorno del exilio: todos los grandes acontecimientos de la historia de Israel son considerados desde esta perspectiva. La mayor novedad, la «buena nueva» por excelencia, es, a buen seguro, lo que ha llevado a cabo por medio de su Hijo, Jesucristo. Sin embargo, las novedades de Dios no son sólo las registradas en la historia, Dios continúa sorprendiendo al mundo cada día, hasta transformarlo en unos «cielos nuevos y una tierra nueva» (cf.: Ap 2 1, 1). «He aquí que hago nueva todas las cosas» (Ap 21,5): este anuncio se realiza no sólo en los grandes acontecimientos clamorosos, sino también en la intimidad de cada corazón.
Frente a la novedad de Dios, mantenemos a menudo una actitud ambigua. Por una parte, desearnos lo nuevo, nos molesta el aburrimiento expresado drásticamente en el libro del Eclesiastés: «Lo que fue, eso será; lo que se hizo, se liará: nada hay nuevo bajo el sol» (Eclo 1,9). Por otra parte, sin embargo, tenemos miedo a la novedad. Resulta más cómodo refugiarse en las antiguas costumbres, permanecer sobre terreno seguro, conocido. Frente a la invitación a la fiesta de la boda tenemos mil excusas para justificar nuestra pereza. Nos urge también una nueva evangelización y, sobre todo, un corazón nuevo.
Comentario del Santo Evangelio de: Mt 22, 1-14. para nuestros Mayores. Invitación a la boda.
La parábola de las bodas reales forma, junto con las dos precedentes, una trilogía que expresa, en un impresionante crescendo, el veredicto de condena de los jefes de los judíos que rechazan el Evangelio de salvación proclamado por Jesús. En la primera se indica el mal (Mt 21,32); en la segunda se presenta el castigo (Mt 21,43), y ahora se muestra su ejecución (v. 13).
Esta última parábola, continuación de la precedente, se dirige a los mismos oyentes y se articula asimismo en varias escenas. En la primera parte (vv. 2-10) se compara el Reino con un banquete ofrecido por el rey con motivo de las bodas de su hijo. Antes de la fiesta se invita a muchas personas, pero todas rechazan la invitación. Se renueva la invitación cuando el banquete ya está dispuesto, pero también ahora se produce un rechazo general; más aún, se insulta y asesina a algunos de los siervos del rey. Se trata de la síntesis de la parábola de los viñadores homicidas, en la que se presenta el itinerario de la historia de Israel desde el Éxodo hasta los tiempos de Jesús.
La invitación se extiende ahora a todos indistintamente, buenos y malos: ahora, por fin, se llena de convidados la sala del banquete y puede comenzar la fiesta (vv. 8-10). Sin embargo, a uno de los comensales, que ha entrado sin el traje de boda, se le echa fuera a las tinieblas (v. 13).
También esta parábola, que se remonta en sus orígenes a Jesús, ha experimentado muchas transformaciones. Al significado primitivo del anuncio, dirigido en primer lugar a Israel —que lo rechazó— y después a todos, se añade una consideración sobre el hecho de que no basta con ser llamado al banquete y asistir, sino que es preciso presentarse con el traje nupcial. Este —según dicen algunos documentos históricos— se entregaba gratuitamente, aunque era preciso acercarse a la guardarropía contigua antes de entrar en la sala nupcial. O sea, que no es posible salvarse sin acoger la gracia —que el Señor das a todos los que la invocan— y dejarse transformar ---revestir--- por ella. Así pues, no basta con ser «llamado»; también es preciso ser “elegido” Cada uno será juzgado sobre la base de esta obra fundamental que es la conversión, fruto de la Palabra escuchada y puesta en práctica (cf. Mt 7,24).
Todo está dispuesto para el banquete nupcial del hijo del rey. Conocemos bien al protagonista de este relato. Todo se refiere a él, al gran director de la aventura humana. En la parábola no se registran otras palabras más que las suyas. Sabemos también quién es el hijo por cuyas bodas se ha dispuesto la cena festiva, Por tanto, tampoco debería resultarnos difícil reconocernos en los invitados que rechazan neciamente la ocasión de sentarse en el banquete nupcial. Es una negación obstina da que irrita al rey, defraudado en su amor apasionado. Con todo, no se rinde, no se da por vencido.
Hasta tal punto nos quiere que llega a destruir todo lo que es para nosotros causa de «distracción» y nos hace olvidar nuestro más profundo deseo de vida y de felicidad. Llega incluso a fingir que nos abandona, pero, de hecho, envía a sus siervos a buscar por todas partes —a los cruces de los caminos, a lo largo de los setos, a los lugares más escondidos y remotos— a otros invitados, sin importarle que sean buenos o malos: lo importante es que digan «sí».
¿Y entre estos últimos llamados no nos encontramos precisamente nosotros, que, después de nuestros rechazos, nos íbamos, cansados, abatidos, en busca de nuevas y sórdidas aventuras? Nosotros, los «elegidos» en virtud del bautismo, nos hemos convertido de nuevo en “paganos” a causa de nuestro modo de vivir, más de acuerdo con la mentalidad del mundo que con el Evangelio. Es la experiencia de la pobreza la que hace brotar, por fin, del corazón el “sí” que el Señor espera. Ahora bien, ¿Se trata verdaderamente de un «si» total, incondicional, de un «sí» bañado por las lágrimas del arrepentimiento e iluminado por la alegría del perdón? La parábola presenta todavía una nota triste, una nota que no puede dejar de hacernos reflexionar. Es posible tener el atrevimiento de presentarse en las bodas sin el traje nupcial. No se trata —como puede suceder en los desposorios humanos— de la pompa exterior, sino de una realidad muy profunda. El rito del bautismo prevé, entre otros símbolos, La entrega de la «vestidura blanca» al recién bautizado, que va acompañada por la siguiente oración: «…, eres ya nueva creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna». Presentarse en las bodas sin el traje de boda no significa tanto estar sucios por el pecado —los «últimos invitados son buenos y malos— como rechazar una vez más y con mayor descaro, la comunión de vida con Jesús. Y el rey, aunque la sala del banquete esté atestada, no podrá dejar de notar que falta todavía alguien. Si su reacción es fuerte y dura, lo es sólo por amor. Amenaza como lo hace un padre dolorosamente sorprendido por lo absurdo del comportamiento de un hijo disoluto. De hecho, ¿qué puede haber más increíble que nuestro obstinado rechazo del amor?
Comentario del Santo Evangelio de: Mt 22,1-14. de Joven para Joven. La parábola de la mesa de los invitados a la boda.
La invitación a una fiesta es un signo de estima y de amistad, un privilegio. Dios nos invita. ¿A qué? Los Padres de la Iglesia responden: a la existencia, a la creación. La tierra, su belleza, el cosmos, es como una mesa preparada para una fiesta, tanto en sentido material como espiritual. Desde el punto de vista material, la tierra nos ofrece todo lo necesario para el sustento y, espiritualmente, el cosmos es el primer estadio de revelación. Todo lo que viene de las manos del Creador es bello, es símbolo de la gracia divina y, por tanto, guía a la mente hacia algo superior. A cada uno de nosotros se le asigna un puesto en esta mesa.
En este sentido, esta parábola se adapta especialmente a la vida religiosa y sacerdotal. Jesús predicaba para todos pero, a la mesa, se sentaba con más frecuencia con sus discípulos, que estaban más cerca de Él y que recibieron de Él la tarea de llevar adelante su obra. Es una tarea, pero es también un don: cada vocación privilegiada es la gracia de la invitación a la fiesta.
Desde el medioevo, los autores espirituales discuten si se está obligado a aceptar la vocación al estado sacerdotal o religioso. Al igual que para el matrimonio, debe haber plena libertad de elección. La elección libre es irrenunciable, Por tanto, se puede rechazar, y no se puede decir que peca quien, aun sintiendo la vocación, no quiere entrar en un monasterio. Pero debemos decir que quien escapa a lo propia vocación es, en general, infeliz y es fácil entender el porqué.
En el matrimonio, la propuesta de casarse viene de una persona de carne y hueso; uno puede pensarlo y decir sí o no. Dios, cuando llama, al mismo tiempo, crea. La llamada de Dios es siempre una llamada a existir y la vocación es un acto de creación. Quien se niega, cierra, limita la creación divina y, con ello, el propio crecimiento espiritual. Al rechazar ocuparse de cosas superiores, se sumerge en las inferiores y se sufre, porque se da cuenta dolorosamente de que la experiencia de la vocación ha sido un privilegio personal irrepetible, que difícilmente volverá de nuevo.
La parábola de la mesa se realiza, litúrgicamente, en la eucaristía. También en este caso, muchos rechazan la invitación y no acuden pero, incluso los que comulgan, de algún modo, lo rechazan. En la eucaristía encontramos a Cristo, su gracia infinita, omnipotente, creadora: una sola comunión bastaría para ser santos. Si la gracia de Dios permanece inactiva es porque se encuentra con el obstáculo de la voluntad humana. El encuentro con Cristo transforma al hombre, pero este rechaza ser transformado, San Ignacio de Loyola habla de tres grados de humildad. Hay algunos a quienes les basta recibir la eucaristía para dejar de cometer pecados graves; otros que rezan para ser más santos, pero no cambian su forma de vida. Sólo un tercer tipo corresponde plenamente a la gracia: el que consiente en hacer todo aquello a lo que Dios lo llama. En su corazón, la gracia no encuentra obstáculos y la comunión eucarística alcanza su efecto pleno.
Elevación Espiritual para este día.
Los primeros invitados fueron los hijos del pueblo de Israel. En efecto, este último fue llamado —mediante la Ley— a la gloria de la eternidad. Los siervos enviados a llamar a los invitados son los apóstoles: su tarea consistía en volver a llamar a aquellos a quienes los profetas ya habían invitado. Aquellos que fueron enviados de nuevo con disposiciones establecidas fueron los varones apostólicos, o sea, los sucesores de los apóstoles.
Los becerros son la imagen gloriosa de los mártires, que fueron inmolados como víctima elegida para dar testimonio de Dios. Los cebones son los hombres espirituales, que son como pájaros alimentados por el pan celestial para emprender el vuelo y están destinados a saciar a los otros con la abundancia del alimento recibido. Una vez terminados todos estos preparativos, cuando la multitud reunida ha alcanzado el número agradable a Dios, se anuncia —como las bodas— la gloria del Reino celestial.
Reflexión Espiritual para el día.
En nuestros días lleva uno vida dura el ángel del nuevo arranque. La atmósfera que se respira en nuestra época no es la del nuevo arranque, como sucedía, por ejemplo, cuando en los años sesenta, gracias sobre todo al Concilio Vaticano II estaba difundida en la sociedad y en la Iglesia la sensación de un nuevo comienzo. Hoy, la atmósfera dominante es más bien la de la resignación, la de la autocompasión, la de la depresión, la del lloriqueo. Estamos inclinados a lamentarnos porque todo es difícil y no hay nada que hacer.
Por eso, precisamente hoy, tenemos necesidad del ángel del nuevo arranque. Necesitamos que nos dé esperanza para nuestro tiempo. Necesitamos que nos haga partir para nuevas orillas. Necesitamos, por último, que nos haga capaces de incitarnos en el viaje, a fin de que puedan florecer nuevas perspectivas asociativas, nuevas posibilidades de relación con la creación y una nueva fantasía tanto en la política como en la economía.
Por estas razones es preciso abandonar ciertas representaciones demasiado estructuradas e imágenes endurecidas. Hay que hacer saltar los bloqueos interiores, hay que suprimir una cierta discreción, es preciso abandonar las costumbres antiguas y las seguridades patrimoniales: todo eso abre la posibilidad de encaminarse hacia nuevos modos de vida y hacia nuevas estaciones de la vida, más allá de nuestras dudas —porque no sabemos adónde nos conducirá este camino—. Tenemos, pues, como los israelitas, necesidad de un ángel que nos dé el coraje de ponernos en marcha, que levante su bastón sobre el mar Rojo de nuestra angustia, a fin de que podamos avanzar confiados y seguros a través de las olas de nuestra vida.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: “De todos vuestros ídolos os purificaré”
El pasaje de Ezequiel, propuesto para hoy, se lee también en la vigilia pascual. Esto nos dice su importancia y su simbolismo bautismal y pascual.
Palabra del Señor: os manifestaré mi santidad... Las naciones sabrán que Yo soy el Señor cuando por medio de vosotros manifieste mi santidad... Responsabilidad de los creyentes, de los bautizados. Ser la visibilidad de la santidad de Dios… ser una presencia de Dios.
Esta Palabra de Dios se pronunció por primera vez en Babilonia, en pleno corazón del paganismo. En medio de una civilización completamente entregada a los ídolos del mundo, los judíos fueron invitados por el profeta a dar a conocer, «por su vida», la santidad de Dios.
En nuestras sociedades actuales, tan a menudo entregadas a un seco materialismo, los creyentes han de repetir “por Su vida”, y por su oración: « ¡Santificado sea tu nombre!»
Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.
Tema de la unidad, de la reunión, de la catolicidad, del ecumenismo... tema que ya encontramos ayer.
Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras impurezas. De todos vuestros ídolos os purificaré.
Visión anticipada del bautismo. «Habéis sido lavados, santificados por el nombre de Jesucristo y por el Espíritu de Dios». (1 Corintios 6, 11) ¡Purifícanos, Señor! Renueva en nosotros la gracia vivificante de nuestro bautismo. ¿Cuáles son mis pecados habituales? ¿Cuáles son mis ídolos?
Creo en un solo bautismo para el perdón de mis pecados... para la destrucción de todo lo que me impide «vivir» de veras, de todo lo que me impide amar. Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
Operación radical. Renovación total, Recreación de un ser nuevo. El primer día de la humanidad, Dios «insufló» su Espíritu en el rostro de Adán. El día de la resurrección Jesús «infundió» su espíritu en los apóstoles. La iniciativa divina es necesaria para la gran transformación del hombre con la que El sueña. El surgimiento del «nuevo hombre» no se halla en las posibilidades de la naturaleza. «Yo» os daré... «Yo» infundiré en vosotros...
«Yo os quitaré...»
Señor, yo quisiera ser más consciente de esta gran operación que no cesas de querer realizar en mí: cambiar mi corazón de piedra, mi duro corazón, que no sabe amar bastante... en un corazón de carne, un corazón vulnerable y sensible que sepa amar sin medida.
Os infundiré mi espíritu.
¡Nada menos!... Esto va muy lejos. No hay nada más «fuerte» en todo el Nuevo Testamento. Jesús repetirá, palabra por palabra esta sorprendente afirmación de Ezequiel: «Voy a enviaros el Espíritu, Promesa de mi Padre.» (Lucas 24, 49)El Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestro espíritu. «El Espíritu de Dios “habita” en vosotros.» (Romanos 8, 9) Entonces cumpliréis mis leyes, observaréis fielmente mis mandamientos. Vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios.
Espontánea e interiormente estaréis de acuerdo con mi voluntad, con mi proyecto: os mantendréis en mi alianza y en comunión conmigo. ¿Qué oración me sugieren estas palabras? +
A Jesús nos enseña en la oración del Padre nuestro a dirigirnos a Dios invocando: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9c). Aquí es el Señor mismo el que dice: «Haré que sea reconocida la grandeza de mi nombre» (Ez 36,23). En los versículos precedentes (16-22), él mismo cuenta que su nombre ha sido deshonrado entre los pueblos extranjeros a causa de Israel. Ahora va a darle la vuelta a la situación: liberará a Israel del yugo de sus enemigos, por amor a su pueblo y también por amor a su nombre, para manifestar su poder y su fidelidad ante todos los pueblos.
Dios hace saber también el modo como llevará a cabo su proyecto. Hará regresar a su pueblo del exilio: habrá como un nuevo éxodo, una nueva liberación. Purificará de manera radical a su pueblo, suprimiendo todo lo que hay de impuro en él. Pero, sobre todo, transformará al hombre por dentro, convirtiéndole en una criatura nueva. Esta transformación íntima está representada por el «corazón nuevo», una imagen que aparece también en Jr 31,31-34. El corazón es la sede del pensamiento, de la voluntad, del sentimiento, de la vida mora, de la decisión radical; el corazón es el yo profundo. Dios reemplazará en cada uno el «corazón de piedra» —duro, insensible, pesado— por un «corazón de carne», esto es, por un corazón capaz de amar y de ser amado, dócil, acogedor, vivo, en sintonía con su corazón. Ahora bien, el corazón nuevo puede envejecer aún y el corazón de carne también puede endurecerse; para garantizar la novedad perenne y la transformación continua, Dios infundirá dentro de cada hombre un espíritu nuevo. Como en la creación del primer hombre, también ahora el Espíritu da vida y mantiene siempre fresca y hermosa la relación entre el hombre y su Dios. Israel, animado por el Espíritu, será capaz de vivir las exigencias de la alianza del Sinaí, que no está no basada en la fría observancia de las prescripciones, sino en un principio interior de comportamiento religioso, en una inclinación de amor.
Comentario del Salmo 50. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias.
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50…).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..
Comentario del Santo Evangelio de: Mateo 22,1-14. A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.
Esta parábola está compuesta por dos fragmentos: los vv. 1 lo tienen como tema central el banquete nupcial, los vv. 11-14 se detienen en el tema del traje. El Reino de Dios es alegre y gozoso; es semejante a un banquete de bodas, que, en la tradición bíblica, es la expresión más elevada de la fiesta. Además, el banquete ha sido preparado por el rey para la boda de su hijo. Todo hace esperar un desarrollo feliz. Sin embargo, surgen imprevistos: los invitados se niegan a participar en el banquete. En la perspectiva teológica de Mateo no es difícil leer en esta parábola la historia de Israel desde los comienzos a los tiempos del Mesías. El banquete, para el que ya está todo preparado, no queda cancelado por el repetido rechazo de los primeros invitados, sino que se abre a otros, a todos. Los nuevos comensales constituyen el nuevo Israel: la Iglesia, santa y siempre necesitada de conversión, siempre atenta para conservar impecable su vestido nupcial.
Sin embargo, la parábola interpela también a cada cristiano en particular. La invitación a la alegría del banquete es una gracia, un don que compromete la vida y lo hace seriamente; la transforma, la hace nueva. Frente a esta invitación, el hombre dispone de la libertad de aceptarla o rechazarla. Quien la rechaza, siempre encuentra excusas y justificaciones que le parecen buenas y razonables. En el fondo, se trata de autoengaños que emergen de las profundidades tenebrosas de la psique humana. Con todo, el que ha entrado en la sala del banquete no por ello debe pensar que tiene asegurada la salvación. A pesar de que la entrada sea gratuita y se ofrezca a todos, se exige a los comensales que lleven el traje de boda y la disposición correspondiente. Los cristianos deben «revestirse de Cristo» (Rom 13,14; Gal 3,27), tener sus mismos pensamientos y sentimientos (cf. FIp 2,5). El final del intruso que participa en el banquete sin el traje de boda es triste. Es el mismo destino de la cizaña (Mt 13,42) y de los peces malos (13,50). La frase conclusiva de la parábola es un grave aviso a los lectores: «Son muchos los llamados, pero pocos los escogidos» (22,14).
Corazón nuevo y traje de boda: todo habla de novedad. La salvación no consiste en reparar lo que está estropeado y ajustar lo que ha funcionado mal, sino en crear en hacer nuevo. A Yavé le gusta presentarse en el Antiguo Testamento a su pueblo como un Dios vivo, dinámico, creativo, que proclama y lleva a cabo novedades sorprendentes: «Mirad, voy a hacer algo nuevo, va está brotando, ¿no lo acojáis?» (Is 43,19). El Éxodo, la alianza, el retorno del exilio: todos los grandes acontecimientos de la historia de Israel son considerados desde esta perspectiva. La mayor novedad, la «buena nueva» por excelencia, es, a buen seguro, lo que ha llevado a cabo por medio de su Hijo, Jesucristo. Sin embargo, las novedades de Dios no son sólo las registradas en la historia, Dios continúa sorprendiendo al mundo cada día, hasta transformarlo en unos «cielos nuevos y una tierra nueva» (cf.: Ap 2 1, 1). «He aquí que hago nueva todas las cosas» (Ap 21,5): este anuncio se realiza no sólo en los grandes acontecimientos clamorosos, sino también en la intimidad de cada corazón.
Frente a la novedad de Dios, mantenemos a menudo una actitud ambigua. Por una parte, desearnos lo nuevo, nos molesta el aburrimiento expresado drásticamente en el libro del Eclesiastés: «Lo que fue, eso será; lo que se hizo, se liará: nada hay nuevo bajo el sol» (Eclo 1,9). Por otra parte, sin embargo, tenemos miedo a la novedad. Resulta más cómodo refugiarse en las antiguas costumbres, permanecer sobre terreno seguro, conocido. Frente a la invitación a la fiesta de la boda tenemos mil excusas para justificar nuestra pereza. Nos urge también una nueva evangelización y, sobre todo, un corazón nuevo.
Comentario del Santo Evangelio de: Mt 22, 1-14. para nuestros Mayores. Invitación a la boda.
La parábola de las bodas reales forma, junto con las dos precedentes, una trilogía que expresa, en un impresionante crescendo, el veredicto de condena de los jefes de los judíos que rechazan el Evangelio de salvación proclamado por Jesús. En la primera se indica el mal (Mt 21,32); en la segunda se presenta el castigo (Mt 21,43), y ahora se muestra su ejecución (v. 13).
Esta última parábola, continuación de la precedente, se dirige a los mismos oyentes y se articula asimismo en varias escenas. En la primera parte (vv. 2-10) se compara el Reino con un banquete ofrecido por el rey con motivo de las bodas de su hijo. Antes de la fiesta se invita a muchas personas, pero todas rechazan la invitación. Se renueva la invitación cuando el banquete ya está dispuesto, pero también ahora se produce un rechazo general; más aún, se insulta y asesina a algunos de los siervos del rey. Se trata de la síntesis de la parábola de los viñadores homicidas, en la que se presenta el itinerario de la historia de Israel desde el Éxodo hasta los tiempos de Jesús.
La invitación se extiende ahora a todos indistintamente, buenos y malos: ahora, por fin, se llena de convidados la sala del banquete y puede comenzar la fiesta (vv. 8-10). Sin embargo, a uno de los comensales, que ha entrado sin el traje de boda, se le echa fuera a las tinieblas (v. 13).
También esta parábola, que se remonta en sus orígenes a Jesús, ha experimentado muchas transformaciones. Al significado primitivo del anuncio, dirigido en primer lugar a Israel —que lo rechazó— y después a todos, se añade una consideración sobre el hecho de que no basta con ser llamado al banquete y asistir, sino que es preciso presentarse con el traje nupcial. Este —según dicen algunos documentos históricos— se entregaba gratuitamente, aunque era preciso acercarse a la guardarropía contigua antes de entrar en la sala nupcial. O sea, que no es posible salvarse sin acoger la gracia —que el Señor das a todos los que la invocan— y dejarse transformar ---revestir--- por ella. Así pues, no basta con ser «llamado»; también es preciso ser “elegido” Cada uno será juzgado sobre la base de esta obra fundamental que es la conversión, fruto de la Palabra escuchada y puesta en práctica (cf. Mt 7,24).
Todo está dispuesto para el banquete nupcial del hijo del rey. Conocemos bien al protagonista de este relato. Todo se refiere a él, al gran director de la aventura humana. En la parábola no se registran otras palabras más que las suyas. Sabemos también quién es el hijo por cuyas bodas se ha dispuesto la cena festiva, Por tanto, tampoco debería resultarnos difícil reconocernos en los invitados que rechazan neciamente la ocasión de sentarse en el banquete nupcial. Es una negación obstina da que irrita al rey, defraudado en su amor apasionado. Con todo, no se rinde, no se da por vencido.
Hasta tal punto nos quiere que llega a destruir todo lo que es para nosotros causa de «distracción» y nos hace olvidar nuestro más profundo deseo de vida y de felicidad. Llega incluso a fingir que nos abandona, pero, de hecho, envía a sus siervos a buscar por todas partes —a los cruces de los caminos, a lo largo de los setos, a los lugares más escondidos y remotos— a otros invitados, sin importarle que sean buenos o malos: lo importante es que digan «sí».
¿Y entre estos últimos llamados no nos encontramos precisamente nosotros, que, después de nuestros rechazos, nos íbamos, cansados, abatidos, en busca de nuevas y sórdidas aventuras? Nosotros, los «elegidos» en virtud del bautismo, nos hemos convertido de nuevo en “paganos” a causa de nuestro modo de vivir, más de acuerdo con la mentalidad del mundo que con el Evangelio. Es la experiencia de la pobreza la que hace brotar, por fin, del corazón el “sí” que el Señor espera. Ahora bien, ¿Se trata verdaderamente de un «si» total, incondicional, de un «sí» bañado por las lágrimas del arrepentimiento e iluminado por la alegría del perdón? La parábola presenta todavía una nota triste, una nota que no puede dejar de hacernos reflexionar. Es posible tener el atrevimiento de presentarse en las bodas sin el traje nupcial. No se trata —como puede suceder en los desposorios humanos— de la pompa exterior, sino de una realidad muy profunda. El rito del bautismo prevé, entre otros símbolos, La entrega de la «vestidura blanca» al recién bautizado, que va acompañada por la siguiente oración: «…, eres ya nueva creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna». Presentarse en las bodas sin el traje de boda no significa tanto estar sucios por el pecado —los «últimos invitados son buenos y malos— como rechazar una vez más y con mayor descaro, la comunión de vida con Jesús. Y el rey, aunque la sala del banquete esté atestada, no podrá dejar de notar que falta todavía alguien. Si su reacción es fuerte y dura, lo es sólo por amor. Amenaza como lo hace un padre dolorosamente sorprendido por lo absurdo del comportamiento de un hijo disoluto. De hecho, ¿qué puede haber más increíble que nuestro obstinado rechazo del amor?
Comentario del Santo Evangelio de: Mt 22,1-14. de Joven para Joven. La parábola de la mesa de los invitados a la boda.
La invitación a una fiesta es un signo de estima y de amistad, un privilegio. Dios nos invita. ¿A qué? Los Padres de la Iglesia responden: a la existencia, a la creación. La tierra, su belleza, el cosmos, es como una mesa preparada para una fiesta, tanto en sentido material como espiritual. Desde el punto de vista material, la tierra nos ofrece todo lo necesario para el sustento y, espiritualmente, el cosmos es el primer estadio de revelación. Todo lo que viene de las manos del Creador es bello, es símbolo de la gracia divina y, por tanto, guía a la mente hacia algo superior. A cada uno de nosotros se le asigna un puesto en esta mesa.
En este sentido, esta parábola se adapta especialmente a la vida religiosa y sacerdotal. Jesús predicaba para todos pero, a la mesa, se sentaba con más frecuencia con sus discípulos, que estaban más cerca de Él y que recibieron de Él la tarea de llevar adelante su obra. Es una tarea, pero es también un don: cada vocación privilegiada es la gracia de la invitación a la fiesta.
Desde el medioevo, los autores espirituales discuten si se está obligado a aceptar la vocación al estado sacerdotal o religioso. Al igual que para el matrimonio, debe haber plena libertad de elección. La elección libre es irrenunciable, Por tanto, se puede rechazar, y no se puede decir que peca quien, aun sintiendo la vocación, no quiere entrar en un monasterio. Pero debemos decir que quien escapa a lo propia vocación es, en general, infeliz y es fácil entender el porqué.
En el matrimonio, la propuesta de casarse viene de una persona de carne y hueso; uno puede pensarlo y decir sí o no. Dios, cuando llama, al mismo tiempo, crea. La llamada de Dios es siempre una llamada a existir y la vocación es un acto de creación. Quien se niega, cierra, limita la creación divina y, con ello, el propio crecimiento espiritual. Al rechazar ocuparse de cosas superiores, se sumerge en las inferiores y se sufre, porque se da cuenta dolorosamente de que la experiencia de la vocación ha sido un privilegio personal irrepetible, que difícilmente volverá de nuevo.
La parábola de la mesa se realiza, litúrgicamente, en la eucaristía. También en este caso, muchos rechazan la invitación y no acuden pero, incluso los que comulgan, de algún modo, lo rechazan. En la eucaristía encontramos a Cristo, su gracia infinita, omnipotente, creadora: una sola comunión bastaría para ser santos. Si la gracia de Dios permanece inactiva es porque se encuentra con el obstáculo de la voluntad humana. El encuentro con Cristo transforma al hombre, pero este rechaza ser transformado, San Ignacio de Loyola habla de tres grados de humildad. Hay algunos a quienes les basta recibir la eucaristía para dejar de cometer pecados graves; otros que rezan para ser más santos, pero no cambian su forma de vida. Sólo un tercer tipo corresponde plenamente a la gracia: el que consiente en hacer todo aquello a lo que Dios lo llama. En su corazón, la gracia no encuentra obstáculos y la comunión eucarística alcanza su efecto pleno.
Elevación Espiritual para este día.
Los primeros invitados fueron los hijos del pueblo de Israel. En efecto, este último fue llamado —mediante la Ley— a la gloria de la eternidad. Los siervos enviados a llamar a los invitados son los apóstoles: su tarea consistía en volver a llamar a aquellos a quienes los profetas ya habían invitado. Aquellos que fueron enviados de nuevo con disposiciones establecidas fueron los varones apostólicos, o sea, los sucesores de los apóstoles.
Los becerros son la imagen gloriosa de los mártires, que fueron inmolados como víctima elegida para dar testimonio de Dios. Los cebones son los hombres espirituales, que son como pájaros alimentados por el pan celestial para emprender el vuelo y están destinados a saciar a los otros con la abundancia del alimento recibido. Una vez terminados todos estos preparativos, cuando la multitud reunida ha alcanzado el número agradable a Dios, se anuncia —como las bodas— la gloria del Reino celestial.
Reflexión Espiritual para el día.
En nuestros días lleva uno vida dura el ángel del nuevo arranque. La atmósfera que se respira en nuestra época no es la del nuevo arranque, como sucedía, por ejemplo, cuando en los años sesenta, gracias sobre todo al Concilio Vaticano II estaba difundida en la sociedad y en la Iglesia la sensación de un nuevo comienzo. Hoy, la atmósfera dominante es más bien la de la resignación, la de la autocompasión, la de la depresión, la del lloriqueo. Estamos inclinados a lamentarnos porque todo es difícil y no hay nada que hacer.
Por eso, precisamente hoy, tenemos necesidad del ángel del nuevo arranque. Necesitamos que nos dé esperanza para nuestro tiempo. Necesitamos que nos haga partir para nuevas orillas. Necesitamos, por último, que nos haga capaces de incitarnos en el viaje, a fin de que puedan florecer nuevas perspectivas asociativas, nuevas posibilidades de relación con la creación y una nueva fantasía tanto en la política como en la economía.
Por estas razones es preciso abandonar ciertas representaciones demasiado estructuradas e imágenes endurecidas. Hay que hacer saltar los bloqueos interiores, hay que suprimir una cierta discreción, es preciso abandonar las costumbres antiguas y las seguridades patrimoniales: todo eso abre la posibilidad de encaminarse hacia nuevos modos de vida y hacia nuevas estaciones de la vida, más allá de nuestras dudas —porque no sabemos adónde nos conducirá este camino—. Tenemos, pues, como los israelitas, necesidad de un ángel que nos dé el coraje de ponernos en marcha, que levante su bastón sobre el mar Rojo de nuestra angustia, a fin de que podamos avanzar confiados y seguros a través de las olas de nuestra vida.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: “De todos vuestros ídolos os purificaré”
El pasaje de Ezequiel, propuesto para hoy, se lee también en la vigilia pascual. Esto nos dice su importancia y su simbolismo bautismal y pascual.
Palabra del Señor: os manifestaré mi santidad... Las naciones sabrán que Yo soy el Señor cuando por medio de vosotros manifieste mi santidad... Responsabilidad de los creyentes, de los bautizados. Ser la visibilidad de la santidad de Dios… ser una presencia de Dios.
Esta Palabra de Dios se pronunció por primera vez en Babilonia, en pleno corazón del paganismo. En medio de una civilización completamente entregada a los ídolos del mundo, los judíos fueron invitados por el profeta a dar a conocer, «por su vida», la santidad de Dios.
En nuestras sociedades actuales, tan a menudo entregadas a un seco materialismo, los creyentes han de repetir “por Su vida”, y por su oración: « ¡Santificado sea tu nombre!»
Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.
Tema de la unidad, de la reunión, de la catolicidad, del ecumenismo... tema que ya encontramos ayer.
Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras impurezas. De todos vuestros ídolos os purificaré.
Visión anticipada del bautismo. «Habéis sido lavados, santificados por el nombre de Jesucristo y por el Espíritu de Dios». (1 Corintios 6, 11) ¡Purifícanos, Señor! Renueva en nosotros la gracia vivificante de nuestro bautismo. ¿Cuáles son mis pecados habituales? ¿Cuáles son mis ídolos?
Creo en un solo bautismo para el perdón de mis pecados... para la destrucción de todo lo que me impide «vivir» de veras, de todo lo que me impide amar. Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
Operación radical. Renovación total, Recreación de un ser nuevo. El primer día de la humanidad, Dios «insufló» su Espíritu en el rostro de Adán. El día de la resurrección Jesús «infundió» su espíritu en los apóstoles. La iniciativa divina es necesaria para la gran transformación del hombre con la que El sueña. El surgimiento del «nuevo hombre» no se halla en las posibilidades de la naturaleza. «Yo» os daré... «Yo» infundiré en vosotros...
«Yo os quitaré...»
Señor, yo quisiera ser más consciente de esta gran operación que no cesas de querer realizar en mí: cambiar mi corazón de piedra, mi duro corazón, que no sabe amar bastante... en un corazón de carne, un corazón vulnerable y sensible que sepa amar sin medida.
Os infundiré mi espíritu.
¡Nada menos!... Esto va muy lejos. No hay nada más «fuerte» en todo el Nuevo Testamento. Jesús repetirá, palabra por palabra esta sorprendente afirmación de Ezequiel: «Voy a enviaros el Espíritu, Promesa de mi Padre.» (Lucas 24, 49)El Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestro espíritu. «El Espíritu de Dios “habita” en vosotros.» (Romanos 8, 9) Entonces cumpliréis mis leyes, observaréis fielmente mis mandamientos. Vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios.
Espontánea e interiormente estaréis de acuerdo con mi voluntad, con mi proyecto: os mantendréis en mi alianza y en comunión conmigo. ¿Qué oración me sugieren estas palabras? +
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