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sábado, 21 de agosto de 2010

Lecturas del día 21-08-2010

21 de Agosto 2010. SÁBADO DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN PÍO X, papa, Memoria obligatoria. SS. Ciriaca vd, José Dang Dinh pb mr, Beatos Victoria Rasoamarivo es, Ramón Peiró pb mr.

LITURGIA DE LA PALABRA 

Ez 43, 1-7a: La gloria del Señor entró en el templo
Salmo 84: La gloria del Señor habitará en nuestra tierra.
Mt 23, 1-12: Hagan lo que ellos digan, pero no los imiten
El evangelio de hoy presenta nuevamente a Jesús en una crítica frontal contra el modo de ser de los letrados y fariseos. Ellos, conocedores de la ley, la predican pero no la cumplen; sin embargo les gusta que los llamen jefes y maestros. Ante tal situación Jesús hace un llamado profundo a cumplir lo que los fariseos predican, y no incurrir en su gran incoherencia. Finalmente recuerda que Maestro no es sino Dios, y Jefe sólo es el Mesías.

En la sociedad de Jesús, como en las nuestras, es fácil ver cómo las estructuras de poder que crean y predican las leyes, las hacen para que los pueblos las cumplan, pero no para aplicársela a sí mismos. Eso se llama corrupción. En nuestros países abundan las leyes, las reglas, los decretos y sus pregoneros, que son a la vez pregoneros de la corrupción y maestros en buscar beneficios y dominar al pueblo.

El evangelio de hoy nos está interpelando a vivir con coherencia con aquello que creemos y enseñamos. Como Iglesia nos sentimos obligados de decir menos y a hacer más, a condenar menos y a apoyar más, a controlar menos y a proponer más. Es hora de que asumamos los mandatos aún vigentes del Concilio Vaticano II y del magisterio latinoamericano que propende hacia una Iglesia pueblo de Dios, sin jerarquías dominadoras y sin exclusiones.

PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 43, 1-7a
La gloria del Señor entró en el templo 

En aquellos días, el ángel me condujo a la puerta oriental: vi la gloria del Dios de Israel que venía de oriente, con estruendo de aguas caudalosas: la tierra reflejó su gloria.

La visión que tuve era como la visión que había contemplado cuando vino a destruir la ciudad, como la visión que había contemplado a orillas del río Quebar.

Y caí rostro en tierra. La gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. Entonces me arrebató el espíritu y me llevó al atrio interior. La gloria del Señor llenaba el templo.

Entonces oí a uno que me hablaba desde el templo -el hombre seguía a mi lado-, y me decía: Hijo de Adán, éste es el sitio de mi trono, el sitio de las plantas de mis pies, donde voy a residir para siempre en medio de los hijos de Israel."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 84
R/. La gloria del Señor habitará en nuestra tierra. 

Voy a escuchar lo que dice el Señor:  "Dios anuncia la paz  a su pueblo y a sus amigos."  La salvación está ya cerca de sus fieles,  y la gloria habitará en nuestra tierra. R.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,  la justicia y la paz se besan;  la fidelidad brota de la tierra,  y la justicia mira desde el cielo. R.

El Señor nos dará la lluvia,  y nuestra tierra dará su fruto.  La justicia marchará ante él,  la salvación seguirá sus pasos. R.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 23, 1-12
No hacen lo que dicen 

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: "En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente a los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en la sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame "maestros". Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: (Ezequiel 43,1-7a). La gloria del Señor entró en el templo.
La historia de Israel presentada por el profeta Ezequiel es una historia de infidelidades, pero con un final feliz. Los últimos capítulos del libro (40-48) están decididamente proyectados hacia el futuro, representado por la renovación del templo y de Jerusalén, hasta alcanzar el punto culminante expresado en la frase final que cierra todo el libro: « Y desde aquel día el nombre de la ciudad será: “El Señor está aquí”» (48,35).

Ezequiel relata una visión. El profeta se encuentra en el atrio exterior y ve llegar la gloria de Dios. El movimiento de la gloria divina, acompañado de fragor y fulgor; toma la dirección de un retorno. Se había alejado de su santuario, saliendo hacia el este, y ahora vuelve del este, yendo hacia el interior, a través de la puerta que mira al este. El fulgor era exactamente como el que había visto el profeta junto a la orilla del Quebar (1, 1ss) y, más tarde, en el momento de la destrucción del templo (10,1 —22). Trasladado por el espíritu al atrio interior, ve el profeta una nube de luz que llena el templo, como sucedió en el Éxodo (Ex 40,32—36) y en el momento de la consagración del templo de Salomón (Re 8,10). La voz divina descifra el significado de esta visión: Dios ha vuelto a reinar en Israel, ha restablecido su trono en el templo; la restauración de Israel es definitiva, la presencia de Yavé en medio de su pueblo será «para siempre» (v.7).

¿Termina aquí la historia de final feliz? No del todo. Nos queda todavía una alegre sorpresa que Ezequiel no conocía: la presencia del Señor tendrá su morada no en un templo, sino en la carne humana, en Jesucristo, el Emmanuel, el «Dios—con—nosotros». El dirá al nuevo pueblo de Dios: « Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20).

Comentario del  Salmo 84. La gloria del Señor Habitará en nuestra tierra.
Este es un salmo de súplica colectiva. El pueblo está reunido y clama pidiendo que el Señor lo restaure y le dé la salvación (5-8).

Tiene tres partes: 2-4; 5-8; 9-14. En la primera (2-4), el pueblo recuerda el pasado reciente. Reconoce que el Señor ha sido bueno. Seis son las acciones de Dios en favor de Israel de las que se hace memoria: «has favorecido», «has restaurado» (2), “has perdonado”, «has sepultado» (3), «has reprimido» y «has frenado» (4). Estas acciones se refieren al final del exilio en Babilonia (año 538 a.C.). En cambio, en la segunda parte (5-8), el pueblo tiene la sensación de que el Señor se ha olvidado de todos estos favores, pues Israel necesita ser restaurado nuevamente. Surge, así, la súplica, caracterizada por cuatro peticiones: «restáuranos», «renuncia» (5), «muéstranos» y «concédenos» (8). Comparando la primera parte con la segunda, nos damos cuenta de lo siguiente: en la primera, el Señor había restaurado a los cautivos de Jacob (2b); ahora, en la segunda, estas mismas personas necesitan nuevamente ser restauradas (5ª). Antes, Dios había reprimido su cólera y había refrenado el incendio de su ira contra el pueblo (4); ahora, Israel tiene la sensación de que Dios ha desatado su ira y ha dado rienda suelta a su cólera, y el pueblo no sabe cuándo terminará esta situación (6). En la primera parte, el pueblo tenía vida y se alegraba; ahora, la vida y la alegría sólo son objeto de esperanza y mera expectativa (7). Antes, el pueblo sintió el amor del Señor y experimentó su salvación; ahora, se ve en la necesidad de pedir estas mismas cosas (8).

De en medio del pueblo surge una voz, que habla en nombre de Dios. Es la tercera parte (9-14). Este profeta anónimo afirma que el Señor anuncia la paz para quienes le son fieles (9). La paz, para el pueblo de la Biblia, significa plenitud de vida y de bienes. La salvación está próxima y la gloria de Dios volverá nuevamente a habitar en la tierra (10). El universo en su totalidad va a participar en una inmensa coreografía, Se trata de la danza de la vida, que está a punto de comenzar. Ya están formándose las parejas: el Amor con la Fidelidad, la Justicia con la Paz. (11- 12). Es una danza universal, pues de la tierra brota la Fidelidad y desde el cielo baja la Justicia. La coreografía del universo comienza con una inmensa procesión que recorre la tierra. Al frente va la Justicia, detrás le sigue el Señor y, después de él, la Salvación (14). ¿Cómo se va a concretar todo esto? Por medio de un intercambio de dones. El Señor envía la lluvia a la tierra, y la tierra da su fruto (13) para que el pueblo viva y celebre su fe, alegrándose con el Señor (7).

Este salmo da por supuesto que el pueblo está reunido y, además, vive una situación de catástrofe nacional. Estamos en el período posterior a la vuelta del exilio en Babilonia (2b). El texto menciona cuatro veces la tierra (2a. Todo parece indicar que estamos en un tiempo de sequía (13a), de hambre. El pueblo clama al Señor pidiéndole que le restaure, que le perdone y, sobre todo, que le dé vida. Cuando la tierra no da su fruto, el pueblo carece de vida (7a) y no tiene motivos para hacer fiesta (7b). No se habla de enemigos, pero ya sabemos cómo vivía el pueblo a su regreso de Babilonia. Políticamente, depende del imperio persa, económicamente, está bajo su explotación. Tenía que aumentar la producción para satisfacer el tributo a los persas. Si la tierra produjera, podrían vender los productos y comprar plata para enviarla en pago por el tributo a que les había sometido el imperio persa. En caso de que no lloviera, la situación empeoraba notablemente. A esto hay que añadir la corrupción interna. El libro de Nehemías (capítulo 5) muestra con toda claridad a qué situación llegó el pueblo a causa de todo esto. Sin ser los dueños de la tierra y sin que esta produjera sus frutos, el pueblo carecía de vida.

Se trata, por tanto, de una súplica por la vida que brota de la tierra. Se le pide a Dios que responda con la salvación, que envíe la lluvia a la tierra, para que dé su fruto y produzca vida que le permita al pueblo celebrar y hacer fiesta. Entonces, tendrá lugar una gran celebración, la fiesta de la vida, que abarcará todo el universo: una danza a la que se verán arrastrados Dios y el pueblo, el cielo y la tierra, dando así comienzo a la procesión de la vida. Dios camina con su pueblo, precedido por la Justicia y seguido por la Salvación.

La primera parte (2-4) nos hace ver que Dios sigue liberando a su compañero de alianza. La segunda (5-8) habla de la ausencia de este compañero liberador. Su ausencia representa la falta de vida. La tercera (9-14) apunta a la esperanza en el Señor, aliado y liberador, capaz de devolver la vida Amor, Fidelidad, Justicia, Paz y Salvación son los rasgos característicos de este Dios que camina con su pueblo. Es un Dios que habita en el cielo, pero que hace brotar la Fidelidad de la tierra (12).

Además de lo dicho, este salmo pone de manifiesto que el Dios de Israel está vinculado a la tierra, símbolo de vida. Entre el Señor y la tierra hay un diálogo abierto y un intercambio de bienes. Dios envía la lluvia y la tierra le proporciona alimento al pueblo; el pueblo, por su parte, lo celebra con Dios, ofreciéndole las primicias. Conviene recordar, también, que el Señor camina con su pueblo precedido por la Justicia y seguido por la Salvación (14).

Al margen de lo que ya se ha dicho a propósito de los salmos de súplica colectiva, no está de más establecer algunas relaciones con Jesús. El es el amor y la fidelidad de Dios con respecto a la humanidad (Jn 1,17), el verdadero Camino hacia la Vida (Jn 14,6). El anciano Simeón, al tomar al niño Jesús en sus brazos, afirma estar viendo la gloria divina que habita en medio del pueblo (Lc 2,32). Jesús perdonó los pecados y, en lugar de airado, se mostró misericordioso, manso y humilde de corazón con los sencillos y los pobres, restaurando la vida de cuantos estaban oprimidos...

Es bueno rezar este salmo a partir de los clamores del pueblo que implora la libertad, la vida, la tierra (lluvia), la salud, la justicia; podemos rezarlo cuando tenemos la impresión de que Dios no nos escucha; cuando sentimos que camina con nosotros. La liturgia propone este salmo para el tiempo de Adviento, abriéndonos a todo tipo de espera y esperanza, preparándonos para la venida de Dios...

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 23,1-12. No hacen lo que dicen. 
El capítulo 23 de Mateo contiene una serie de invectivas contra los fariseos y los maestros de la Ley y marca la cima de la tensión acumulada desde el capítulo 21. Aquí Jesús no se dirige directamente a ellos, sino a la gente y a sus discípulos, poniéndoles en guardia contra un peligro que el Evangelio puede correr siempre en la historia: la discrepancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre la enseñanza y el testimonio. La intención ele Jesús no es aplastar a personas determinadas o rebatir sus doctrinas, sino denunciar su hipocresía, es decir, la interpretación y la practica aberrantes de una enseñanza en sí justa, condenando su comportamiento orgulloso.

En los vv. 1-4, Jesús desenmascara a los fariseos y a los maestros de la Ley en su actitud de fondo: se apoderan de la autoridad de enseñar, legislan para los otros, pero no hacen lo que dicen. Los vv. 5-7 indican, sin embargo, el motivo de su obrar: «Todo lo hacen para que los vea la gente», cuidan más las apariencias que el ser, les gusta ser honrados y estimados.

En los 8-12, Jesús pasa al «vosotros», interpelando directamente a sus discípulos, a los de entonces y a los de todas las generaciones. Al contrario de la lógica de los fariseos y los maestros de la Ley, la verdadera grandeza en la comunidad cristiana consiste en ser pequeño, y la verdadera gloria, en servir con humildad. La comunidad está formada por hermanos y hermanas, los títulos y los honores son relativos, porque «el Maestro» es sólo Jesús, y «el Padre» es sólo uno, el de los ciclos.

La página de Ezequiel refleja la línea teológica marca durante el exilio, una línea que se prolongará también tras el retorno: la reconstrucción de Israel implica la restauración del culto centrado en el templo de Jerusalén. El pueblo deberá mantenerse en presencia de Dios con pureza y humildad para recibir las abundantes bendiciones del Señor que proceden de su templo.

El lugar sagrado, así como las fiestas (el tiempo sagrado), constituyen un elemento importante en toda religión, aunque no deben ser convertidos en absolutos, con perjuicio de la actitud interior Jesús hablará de la adoración «en espíritu Y en verdad» en la nueva economía salvífica iniciada con él, verdadero templo, verdadera fiesta, verdadero espacio y momento de encuentro con Dios (cf. Jn 4,23). Además del tiempo y del lugar sagrados, otro elemento importante son las personas sagradas, es decir, las personas con una relación íntima con Dios y que tienen la tarea de guiar a otros a Dios. Los maestros de la Ley y los Fariseos hubieran debido asumir este papel, junto con los sacerdotes y otros jefes del pueblo, en tiempos de Jesús. Sin embargo, se limitaban a enseñar, sin dar testimonio, puesto que no hacían lo que decían: y al obrar de este modo sus palabras estaban vacías, carecían de significado y no producían ningún efecto.

La dura crítica lanzada por Jesús sigue siendo actual en nuestros días. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan».

Comentario del Santo Evangelio: (Mateo 23, 1-12) A mayor servicio prestado mayor dignidad,  para nuestros Mayores.
La presente sección comienza un ataque durísimo a los escribas y fariseos, que se prolonga a lo largo de todo el capítulo 23. Mateo ha sistematizado y coleccionado aquí todas las recriminaciones que Jesús hizo a los dirigentes espirituales de su pueblo. Interesa ver, en primer lugar, quiénes eran los escribas y fariseos.

Los escribas (según las antiguas versiones) o letrados (según las nuevas) eran los doctores de la Ley, profesionales de la Ley de Moisés con reconocimiento oficial, Hombres de gran influencia en la sociedad por su tarea específica de formar a los demás, dictar sentencia en los tribunales y determinar el sentido de la Ley y las normas de conducta. Una clase que estaba desplazando a la antigua aristocracia judía. Normalmente el estudio de la Ley lo hacían compatible con otra profesión que les daba para vivir.

Los fariseos no constituían una clase especial. Aunque su origen es oscuro, debe remontarse al tiempo de los Macabeos (siglo segundo antes de Cristo). Sus antecesores fueron los Hasideos, defensores más entusiastas e intransigentes de la Ley, cuando tuvo lugar la helenización de Palestina (2, 42)- Los fariseos del tiempo de Jesús seguían la misma trayectoria. La Ley era absolutamente válida e intangible para ellos. Vivían bajo la convicción de tener en ella todas las normas reguladas del orden religioso y civil, tanto a nivel de sociedad como de individuo. Se consideraban a sí mismos como los “puros”, separados de los demás, y constituían un grupo integrado, en general, por laicos piadosos, algunos de los cuales adquirían una verdadera especialización en la Ley, que interpretaban literalmente, y consideraban válida hasta en sus más mínimos y nimios detalles. Constituían un elemento muy importante en la sociedad judía con gran influencia sobre ella, sobre todo, por la administración de la justicia y la formación de los demás. Aquí había un punto de contacto con los escribas. Tanto es así que algunos doctores de la Ley pertenecían a la secta de los fariseos.

Nosotros hemos unido estas dos clases «escribas y fariseos» como si se tratase del mismo grupo. Pero, originariamente, eran bien distintos, nuestra unión obedece a que, frecuentemente, también aparecen unidos en el evangelio. Pero la razón de esta unión en el evangelio es la crítica dura que Jesús hizo de los dos grupos, aunque fuese por razones distintas; ambos eran opresores del pueblo: los escribas aplicando el peso de la Ley a los de más, aunque ellos eran poco escrupulosos y no presumían de ser santos; los fariseos por su puritanismo exclusivista, que había quitado a la Ley todo su humanitarismo y prescindía olímpicamente de las necesidades del prójimo. Por eso Jesús les llama «hipócritas».

Al estilo de Moisés, los escribas y fariseos interpretaban la Ley y juzgaban a los transgresores. Eran, en este sentido, continuadores de Moisés (por eso se dice que se sientan en la cátedra de Moisés; ¿había también una Cátedra en los lugares de reunión desde la que impartía sus enseñanzas? Probablemente sí). Pero estos jueces oficiales no eran precisamente modelos de conducta a seguir. Se les echa en cara lo siguiente: a) habían hecho de la Ley un yugo «insoportable» para los demás (He 15, 10); pero los escribas, especialistas en ella, siempre encontraban alguna excusa para no cumplirla; b) actuaban siempre de cara a la galería, para ser vistos y alabados, sin un principio interior verdaderamente determinante de la conducta humana y que sitúa al hombre frente a Dios y al prójimo en auténtica profundidad c) las filacterias eran cajitas en las que llevaban escritos algunos pasajes cortos de la Ley (Deut 6, 11; Ex 13). Estaba mandado en la Ley hacerlo así para inculcar la obediencia de la misma y para que no se olvidasen sus preceptos. La misma finalidad tenían los «flecos, del manto (Núm 15, 38ss; y sabemos que Jesús mismo se adaptó a esta costumbre de su época, ver Mt 9, 20 y el correspondiente comentario que allí se hace); d) ambición de figurar y ser respetados. Soberbia y vanagloria por razón de su influencia. e) Les gustaba que les llamasen «Rabbí». Como título oficial de doctor no aparece hasta después del 70. En tiempos de Cristo era un título honorífico dado espontáneamente a maestros cualificados. Si Jesús prohíbe esto a sus discípulos, la prohibición debe entenderse desde el texto de Jeremías (Jer 31, 34): cuando llegue la plenitud de los tiempos, todos serán enseñados por Dios. De ahí que único maestro sea Dios. Porque todos vosotros sois hermanos. Por la ley del paralelismo, lo lógico sería esperar: todos vosotros sois discípulos. Los discípulos de Jesús son hermanos, porque son hijos del Padre celestial.

f) ¿A quién llamaban «padre»? Aquí se ataca el privilegio del que tanto se gloriaban los judíos: llamaban «padres» a los patriarcas, especialmente a Abraham (3, 9; Jn 8, 33). Desde la aparición de Jesús ha aparecido un nuevo orden de cosas, con la revelación de la paternidad de Dios y de nuestra filiación g) ¿A qué se refiere el otro titulo de «maestro-preceptor», prohibido también a los discípulos de Jesús? Alguna diferencia tiene que haber con el título de «Rabbí» ya mencionado. Probablemente el último título mencionado aluda más que a la categoría de «maestro» a la de «dirigente». Aquí, el único dirigente es Cristo. Nótese que no es mencionado Dios en el contrapunto sino Cristo. Y ello para destacar que el único camino hacia Dios es Cristo.

Entre los discípulos de Jesús (así termina nuestra perícopa) la máxima dignidad es el servicio: a mayor servicio prestado mayor dignidad y a mayor dignidad mayor el servicio exigido. El que se ensalza o enorgullece será humillado por Dios y el que se humilla ante él será por él exaltado.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 23, 1-12. de Joven para Jove. Los escribas y Fariseos.

Algunos son maestros de profesión pero, en cierto sentido, todos somos maestros. Cada uno de nosotros enseña algo a los demás, Y lo hace en distintas ocasiones, incluso simplemente indicando un Camino. El maestro debe saber lo que enseña, para no inducir a los demás a error, y tendrá el mismo valor que lo que enseña. Cristo es maestro universal. Por medio de Él ha sido creado todo (Col 1,16). Él conoce al Padre y nos lleva a Él; por tanto, es verdad y vida (Jn 14,6). Hay quienes ironizan sobre Jesús maestro diciendo: ¿Enseña Cristo también matemáticas y medicina? Parece extraño, pero así es. Él ha creado la inteligencia que han recibido médicos y matemáticos y, con su inteligencia, participan en el plan de la salvación. Todo lo que los hombres saben y pueden saber viene directamente de Cristo. El nos revela, de modo directo e inmediato, los conocimientos para la vida eterna. El es camino, verdad y vida.

También los padres enseñan pero, a diferencia de los maestros, no transmiten sólo conocimientos: dan la vida. Cristo es maestro que da vida y sin embargo, no quiere ser llamado Padre. También Él recibe la vida del Padre que está en los cielos, en quien tiene origen todo el bien en el cielo y en la tierra (Ef. 3,15). Jesús tampoco quiere que los discípulos sean llamados «padre». Pero parece que a esto último no han obedecido, El título «padre», en la tradición cristiana, se da habitualmente a religiosos y sacerdotes, a veces, en la misma lengua de Jesús, abbá. ¿Por qué? El apelativo «padre» tiene la función de recordar a religiosos y sacerdotes que no tienen que calumniar sólo el conocimiento sino, también, la vida de Dios. Y es lo pueden hacer sólo en unión con Cristo y según la vocación que les ha dado el Padre celestial. El Padre es la única fuente de vida para quienes creen, escuchan la palabra de Dios y la observan. También ellos son, como dice Jesús, madres de los hijos de Dios (Mt 12,50).

Nadie Puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre, dice un viejo adagio. Al igual que Cristo es maestro, la Iglesia también enseña y da a luz a los hijos para la vida eterna, según la vocación recibida de Dios Padre. La Iglesia es cuerpo de Cristo (Col 1, 1 3). Como dice el concilio Vaticana II no se puede comparar la Iglesia con ninguna otra sociedad humana. Existen muchas instituciones con distintas finalidades que, a veces, para alcanzar sus objetivos, intervienen con métodos de coerción. Los que forman parte de estas instituciones son miembros, no hijos.

Sin embargo, en la Iglesia se vive el misterio de su maternidad, desde el bautismo hasta la extremaunción. No es sólo una afirmación, es un hecho real. Los sacramentos y las oraciones de la Iglesia hacen lo que dicen y esto es posible porque la Iglesia dice las palabras de Cristo, presente en cada acto suyo. Al igual que la Madre ha dado su cuerpo para que naciera el Salvador, del mismo modo, la Iglesia le presta la voz para que hable a los pueblos. Le da visibilidad místicamente a través de aquellos que envía a todo el mundo en su nombre.

Reflexión Espiritual para este día 
¿Quién, según tú, es más grande en el Reino de los Cielos? Los discípulos iban discutiendo sobre quién sería el más grande en el Reino de los Cielos, mientras que, a no dudar, a los ojos de Dios es considerado más grande el que se muestra más humilde, como precisamente dice él: «El que se exalta será humillado, y e/que se humilla será exaltado». Por eso, no injustamente, para acabar con una contienda tan inútil, «Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos”».

Reflexión Espiritual para el día.

La humilitas tiene que ver también con el sentido del humor. El que es humilde posee el sentido del humor. Consigue reírse de sí mismo. Se desintereso de sí mismo. Puede mirarse de una manera serena, porque se ha permitido a sí mismo ser tal como es, una persona de la tierra y del cielo, con defectos y debilidades y, al mismo tiempo, digna de amor y de valor.

Te deseo que el ángel de la humildad te dé el coraje de aceptarte y de amarte en tu dimensión terrena y en tu humanidad. Entonces brotarán de ti esperanzo y confianza para todos aquellos con quienes te encuentres. El ángel de la humildad creará a tu alrededor un espacio en el que los otros encontrarán el coraje para bajar a su realidad y para subir después a la verdadera vida. La humildad entendida como el valor para mirar de frente nuestra propia verdad, es el distintivo de uno espiritualidad auténtica. El que se ha vuelto presuntuoso, el que se pone por encima de los otros —que son oprimidos por sus caprichos y por sus necesidades—, no ha encontrado todavía su verdad.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Censuro la infidelidad del pueblo Judío. 
san Ezequiel, profeta, hijo del sacerdote Buzi, que elegido durante la visión de la gloria de Dios que tuvo en su exilio en el país de los caldeos, y puesto como atalaya para vigilar a la casa de Israel, censuró por su infidelidad al pueblo elegido y previó que la ciudad santa de Jerusalén sería destruida y su pueblo deportado. Estando en medio de los cautivos, alentó a éstos a tener esperanza y les profetizó que sus huesos áridos resucitarían y tendrían nueva vida.

Cuando vive, ya se ha terminado el imperio asirio con la caída de Nínive; ahora los poderosos son los caldeos, con Nabucodonosor.

Es una época dificultosa para el pueblo de Israel. En Jerusalén reina Joaquín, hijo del piadoso rey Josías que murió en la batalla de Megiddo (609 a. C.). En un primer momento, Joaquín intenta halagar al coloso babilónico, pero termina uniéndose en coalición con pequeñas potencias contra Nabucodonosor. Jeremías ya dio la voz de alerta, sugiriendo la sumisión, pero el orgullo de los elegidos la hizo imposible. En 598 los babilonios ponen cerco a Jerusalén y capitula Judá. Su precio es la deportación de gran parte de la población, entre ellos el rey Jeconías, hijo de Joaquín que murió durante el asedio. Con los deportados va también el joven Ezequiel que será el profeta del exilio.

Dos etapas enmarcan su acción profética. La primera es antes de la destrucción de Jerusalén por los caldeos (598 a. C.). Aquí el hombre de Dios se encuentra con un pueblo ranciamente orgulloso y lleno de falso optimismo, fruto de la presunción. "¿Cómo va Dios a abandonarnos? ¡Están las Promesas! Es imposible una catástrofe total". Así razonaban ante los requerimientos del profeta. Es verdad que siglo y medio antes había permitido Dios la desaparición de Samaría, el Reino del Norte; pero Jerusalén es otra cosa; Yavé habita en ella. Pensaban que pasaría como en tiempos de Senaquerib, un siglo antes, cuando tuvo que abandonar el asedio por una intervención milagrosa; ahora Dios repetiría el prodigio. Ezequiel no piensa como ellos. Afirma y predica que Jerusalén será destruida con el Templo. Dice a todos que ha llegado la hora del castigo divino para el pueblo israelita pecador; sólo queda aceptar con compunción y humildad los designios punitivos de Yavé. A esta altura el profeta tiene una misión ingrata porque es un agorero de males futuros y próximos. Para la gente sencilla y las autoridades pasa por ser considerado como un judío despreciable que no tiene categoría para comprender los altos designios del Pueblo; es un derrotista ciego de pesimismo.

La segunda fase de su profecía se desarrolla una vez consumada la catástrofe. Ahora ha de levantar los ánimos oprimidos; debe dar esperanzas luminosas sobre un porvenir mejor. Creían sus compatriotas deportados que Dios se había excedido en el castigo, o que les había hecho cargar con los pecados de los antepasados. "¡Nuestros padres comieron las agraces y nosotros sufrimos la dentera!", es el grito unánime de protesta. Ezequiel se preocupará de hacerles ver que Dios ha sido justo y que el castigo no tiene otra finalidad que la de purificarlos antes de pasar a una nueva etapa gloriosa nacional.

Y esto lo hace Ezequiel empleando un estilo que no tiene nada que ver con el de los profetas preexílicos Amós, Oseas, Isaías y Jeremías; no goza de su sencillez y frescor. Ezequiel pertenece a la clase sacerdotal, está cabalgando entre dos épocas y se aproxima a la literatura apocalíptica del judaísmo tardío. Frecuentemente su mensaje viene expresado con el simbolismo de las visiones y también con el simbolismo de su propia existencia. Es conocidísima la visión "de los cuatro vivientes" (c. 1) en la que, toda la creación simbolizada en el hombre, el toro, el león y el águila, son el trono del Creador que viene triunfante y esplendoroso a visitar a los exiliados de Mesopotamia. Y el expresivo contenido de la visión del "campo lleno de huesos" (c. 37) que reviven por el poder de Yavé, cubriéndose de nervios y carne, cobrando vida nuevamente. O la otra del "Templo que mana un torrente de aguas" (c. 47) para regar y hacer feracísima la nueva tierra con plenitud edénica. En todas ellas está vivo el mensaje de restauración nacional; volverá del exilio un pueblo purificado y vendrá con certeza una teocracia mesiánica.

Fue la vida profética de Ezequiel un período de veinte años (593-573) de amplia actividad para salvar las esperanzas mesiánicas de sus compañeros de infortunio, al derrumbarse la monarquía israelita.

Quizá hoy en la Iglesia convenga también un nuevo tipo religioso que, surgido en horas de aturdimiento y desaliento general, sea instrumento de Dios para salvar la crisis de conciencia que trae el desmoronamiento de los principios. Bien puede estar el secreto en copiar la fidelidad de Ezequiel. +


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