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domingo, 22 de agosto de 2010

Lecturas del día 22-08-2010


22 de Agosto 2010. DOMINGO DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SANTA MARIA VIRGEN REINA. SS.Sinforiano mr, Felipe Benizi pb, Juan Kemble pb mr.


LITURGIA DE LA PALABRA

Is 66, 18-21: De todos los países traerán a todos sus hermanos
Salmo 116: Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio
Heb 12, 5-7.11-13: El Señor reprende a los que ama
Lc 13, 22-30: Muchos intentarán entrar y no podrán
Jesús continua su viaje a Jerusalén hacia la cruz, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto uno pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvaran? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿ Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del "cuántos" al " Cómo" nos salvamos.



Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan "cuando" se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando "cómo" prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces Jesús aprovecha la oportunidad, en este evangelio, para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema. Pues bien, ¿ qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, una positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta, para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas... No sé de donde son ustedes" en el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: " Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros... pero la respuesta de Señor es la misma: ¡ no los conozco, apártense de mí! (Mt 7, 22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.


Justamente esta "otra cosa" es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la " puerta estrecha". Estamos en la respuesta positiva , en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad ( no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas - una estrecha y otra ancha - que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de (Deut 30,15ss) y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral . Hay dos caminos - leemos en la Didaché - uno de la vida y otro de la muerte; pero la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo , el bendecir a quien maldice, el mantenerse alejado de los deseos carnales, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma; los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.


La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: "El Señor corrige al que ama... " el camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino que se puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y "volver a entrar"


Pero ¿porqué camino "ancho" y camino " estrecho"? ¿acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del antiguo testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo esta siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas , como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos; el salmista se escandalizó por esto, al punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entro en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad ; comprendió "cuál es su fin" o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. Por consiguiente, la luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.


Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no solo es necesario pertenecer a una determinada "comunidad" ligada a una serie de practicas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto " no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos".


Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones es importante pero no es suficiente para alcanzar la Salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías " no puedo soportar falsedad y solemnidad" (1,13) al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la practica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús "aléjense de mi operarios de iniquidad, el acento esta en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.


La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la "puerta estrecha" ella representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por "esforzarse" indica una lucha, una especie de "agonía " incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.


La vida Cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.


Creer es una actitud seria y radical y no solo se reduce aciertos actos de devoción, estos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón, esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción.


PRIMERA LECTURA.
Isaías 66, 18-21
De todos los países traerán a todos vuestros hermanos
Así dice el Señor: "Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén -dice el Señor-, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes, y levitas" -dice el Señor-.



Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 116
R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos. R.



Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre. R.


SEGUNDA LECTURA.
Hebreos 12, 5-7 11-13
El Señor reprende a los que ama
Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: "Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos."



Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?


Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz.


Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.


Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 13, 22-30
Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios 

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" Jesús les dijo: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos"; y él os replicará: "No sé quiénes sois." Entonces comenzaréis a decir.


"Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas." Pero él os replicará: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados."


Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos."

Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: Isaías 66,18-21. De todos los países traerán a todos vuestros hermanos 
El último capítulo del libro de Isaías pertenece a una unidad literaria que tiene características absolutamente propias. Una de ellas es la gran apertura universalista que caracteriza al proyecto de Dios respecto a la humanidad. De proyecto se trata aquí, en efecto, y, para demostrarlo, en esta página profética todos los verbos están en tiempo futuro: «Inspiraré, vendré, vendrán, contemplarán, pondré, mandaré, anunciarán, traerán, elegiré...


El autor de esta parte del libro profético se pone, por consiguiente, no sólo al servicio de una historia de la salvación que pertenece al pasado, sino que, precisamente a partir de ella, hunde su mirada en un futuro que pertenece únicamente a Dios, pero que, no obstante, irrumpe ya en el presente. Esta es la actitud que como verdaderos creyentes estamos llamados a asumir cuando leemos y meditamos las profecías del Viejo Testamento.


Empleando términos más modernos, se diría que con esta profecía el Señor quiere abrir nuestra mente a las dimensiones de la convivencia interétnica, intercultural e interreligiosa que nos interpela hoy a todos como un auténtico desafío. Ahora bien, lo que importa subrayar, al considerar el problema con los ojos de la fe, es que tal situación no es absolutamente nueva ni debe ser considerada como algo inédito en la historia de la humanidad. Al contrario, corresponde exactamente al proyecto del Dios creador y libertador, que quiere hacer de todos los pueblos un solo pueblo, de todos los hombres una sola familia, de todos los grupos una sola comunidad.


Eso Únicamente será posible si todos reconocemos que el Señor es el único Dios, que a él se remonta cualquier iniciativa de salvación, que sólo él puede llevar a buen fin los proyectos humanos, haciéndolos converger hacia una única meta.

Comentario del Salmo 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

El más breve de todos los salmos es un himno de alabanza. Los salmos de este tipo celebran alguna acción significativa para la vida y la historia del pueblo de Dios. Los himnos de alabanza tienen un horizonte más amplio que los salmos de acción de gracias individual. Son de carácter más universal, mientras que la acción de gracias individual parte, por lo general, de un motivo que se limita a la vida de la persona.


Este breve salmo tiene dos de los elementos fundamentales de los himnos de alabanza: la introducción y el cuerpo. Normalmente, la introducción está compuesta por la invitación a la alabanza. Esta invitación puede dirigirse a uno mismo (por lo general, al «alma» del que compuso el salmo), a los demás, al pueblo o al mundo entero. Tras la invitación, se expone el motivo. En muchos salmos, como sucede en este, el motivo comienza con una conjunción («pues...», «porque...»). A continuación se enumeran las acciones del Señor que merecen alabanza, sus intervenciones en la vida y en la historia del pueblo.


Teniendo en cuenta lo dicho, en el salmo 116 podemos distinguir una introducción (1) y un cuerpo (2), que comienza con la conjunción «pues». Si así se quiere, el aleluya final puede hacer las veces de conclusión. De este modo, tendríamos un himno de alabanza con todos los elementos propios de este tipo de salmos.


Hay algún detalle interesante en el modo en que está organizado este salmo. Si nos fijamos en las dos frases que componen el primer versículo, podemos darnos cuenta de que son muy parecidas en cuanto al contenido. Se trata de un recurso característico de la poesía hebrea, conocido como paralelismo. La figura del paralelismo puede aparecer con diversas variaciones: en algunos casos, las dos líneas son muy parecidas; en ocasiones, una completa la otra; y, a veces, una niega o contradice lo que afirma la otra. En los dos casos del salmo 116, la segunda idea es muy semejante a la primera. Dicho de otro modo, en el versículo 1 tenemos las siguientes parejas: «alaben», «glorifiquen», «todas las naciones» y «todos los pueblos»; en la primera frase, se trata de alabar al Señor y en la segunda, de glorificarlo.


También en el cuerpo (2) encontramos elementos relacionados por parejas: «amor», «fidelidad», «firme», «por siempre». El Señor es mencionado explícitamente al principio (1a) y al final del salmo (2b).


En la introducción (1) se invita a la alabanza. Todos los pueblos y naciones están invitados a alabar y glorificar al Señor. El motivo (2), sin embargo, no es universal, sino que está restringido al pueblo de Dios: el amor y la fidelidad del Señor por Israel son firmes y duran por siempre. No se dice que el Señor ame también a otros pueblos.


Este salmo nació de la experiencia de Israel como aliado del Señor. Dios, su compañero de alianza, siempre se ha mostrado igual a lo largo de la historia del pueblo. Selló con Israel un compromiso de amor y fidelidad. El salmista reconoce que Dios nunca ha faltado a su palabra.


La historia del pueblo aliado del Señor está marcada por la infidelidad a la alianza. Sin embargo, Dios permanece siempre fiel. Esto es lo que este salmo pretende alabar. Y, para hacerlo, invita a los pueblos y a las naciones, Puede sonar un tanto raro, pero no lo es. En el comienzo de su historia, Israel creía en los dioses de otras naciones. Sin embargo, poco a poco fue descubriendo que sólo existe un único Dios, y que todos los pueblos y naciones están llamados a encontrarse con él. Israel, en este caso, cumple la misión de mediador: un pueblo que conduce a los demás pueblos hasta el encuentro con el único Dios. Un encuentro de amor y de vida para todos los pueblos y naciones. De este modo, se supera un conflicto religioso. De todo esto nos hablan muchos textos del Antiguo Testamento, sobre todo los que surgieron poco antes, durante o inmediatamente después del exilio babilónico. Vale la pena recordar, por ejemplo, Is 25,6-8, el banquete universal que el Señor preparará para todos los pueblos en el monte Sión (es decir, en Jerusalén; véase, también, Sal 87). Hay dos textos de Zacarías (que vivió después del exilio) que merecen ser recordados: «Canta y alégrate, hija de Sión, porque yo vengo a habitar en medio de ti, palabra del Señor. En aquel día muchos pueblos se unirán al Señor.


Ellos serán también mi propio pueblo... Esto dice el Señor todopoderoso: “En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas del mundo agarrarán a un judío de la orla de su vestido y le dirán: Dejadnos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros”» (Zac 2,14-15a; 8,23).


Se menciona al Señor al principio (1a) y al final del salmo (2b) y se le presenta como aliado de Israel. Dios hizo su compromiso con el pueblo con un amor fiel, firme y perpetuo. Al aceptar la invitación de Israel a la alabanza, los pueblos y las naciones descubren el rostro de Dios y también podrán experimentar a un Dios que ama fielmente y para siempre. No llegarán a ello porque la alabanza de Israel sea perfecta o porque el pueblo de Dios sea mejor que los demás. Descubrirán a Dios gracias a lo que confiesa Israel como fruto de su experiencia histórica, esto es, que Dios camina con su pueblo, que es su aliado y quien los ama con una fidelidad extrema.


Jesús, en el evangelio de Juan, se presenta exactamente con las mismas características del Dios de este salmo: «Porque la ley fue dada por Moisés, pero el amor y la fidelidad vinieron por Cristo Jesús» (Jn 1,17); «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16); «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le había llegado la hora... Jesús, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Además, llama la atención el modo en que actuó Jesús con respecto a los que no eran judíos (Jn 4,4-42; 12,20-22; Mt 8,5- 13; 15,2 1-28), y la forma en que los no judíos respondieron a la llamada de Jesús.


Este salmo se presta para los momentos que ya hemos indicado a propósito de otros himnos de alabanza. Aquí podemos destacar la dimensión ecuménica. Es importante rezarlo tomando conciencia del modo en que se manifiestan, en nuestra historia, el amor y la fidelidad de Dios...


Comentario de la Segunda lectura: hebreos 12,5-7.11-13. El Señor reprende a los que ama.
Remitiéndose a una exhortación contenida en el libro de los Proverbios (3,11 ss), el autor de la Carta a los Hebreos formula algunos pensamientos que dejan ver un fin declaradamente pedagógico. No es difícil captar esa pedagogía divina que brota de toda la Biblia, aunque de modo especial de los libros sapienciales. Es ésta una clave de lectura muy importante: con ella podemos comprender que la Escritura no contiene sólo la memoria de la historia de la salvación, sino también un código de comportamiento que procede de esa historia y que le da cumplimiento.


La exhortación apostólica se desarrolla en dos direcciones: en primer lugar, hacia el sentido del sufrimiento humano, en todas sus expresiones. Para quien cree, nada acaece en la vida por casualidad o por necesidad, sino en virtud de una providencia, la cual, aunque en ocasiones resulte difícil identificarla, está, no obstante, siempre presente y activa en la historia de los hombres. Y por «sentido» se entiende aquí tanto significado como orientación. En efecto, todo hombre tiene necesidad de comprender para saber a dónde ir; la orientación de su vida no puede dejar de depender de las convicciones que consigue elaborarse. Dios respeta plenamente esta exigencia nuestra y, también con la Biblia, sale al encuentro de nuestra necesidad de luz y de claridad.


En segundo lugar, la exhortación apostólica tiende a dar fuerza y valor a cuantos se encuentran comprometidos todavía en una lucha sin fronteras contra las fuerzas del mal. Nosotros, en efecto, no encontramos sólo momentos de debilidad y de enervamiento, sino que también estamos expuestos al peligro de tomar caminos torcidos, alternativos y que nos desvían. La corrección tiene, en esos casos, un fin altamente terapéutico, como cualquier corrección paterna; y es que, según una ley de la naturaleza, todo hijo tiene la obligación de caminar por el mismo camino, con las mismas intenciones y por los mismos motivos que inspiraron la vida del Padre.


Según la enseñanza de la carta, el Señor emplea con cada uno de nosotros una corrección que puede provocarnos, en ese momento, tristeza y dolor, pero que todavía es más capaz de provocar reacciones fuertes y animosas, de dar alegría y de producir frutos de paz y de justicia. Es como decir que la corrección de Dios, cuando es acogida con un corazón filial, sincero y dócil, abre el horizonte a ulteriores etapas en la historia de cada hombre, en vistas a metas cada vez más apetecibles y satisfactorias.


Comentario del Santo Evangelio: Lucas 13,22-30. Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 
La página evangélica de hoy nos presenta dos grandes imágenes que sólo esperan ser interpretadas a la luz del contexto que las envuelve. Por una parte, está la imagen de la puerta estrecha, por la que hemos de esforzarnos en pasar, si queremos entrar; por otra, está la imagen del gran cortejo que se forma desde todas las partes de la tierra hacia aquella ciudad bendita en la que tiene lugar el banquete del Reino de Dios.


Con la primera imagen, Jesús no intenta ofrecernos una respuesta directa a los que le han preguntado si «son pocos los que se salvan»; se limita a invitarnos a la lucha, al compromiso, a la resistencia. Y es bastante significativo que, en este contexto, Lucas no pase, como Mateo, de la “puerta estrecha” a la «puerta ancha», sino de la «puerta estrecha» a la «puerta cerrada», con lo que acentúa el carácter dramático de un desenlace que podría revelarse absolutamente negativo. Jesús afirma una vez más con claridad que seguirle por el camino del Evangelio es una cosa muy seria, algo que requiere una opción fundamental y, sobre todo, un esfuerzo continuado. El verbo griego correspondiente a «esforzaos», en modo imperativo además, expresa la idea de lucha, de prontitud y de urgencia. No sólo es menester hacer acopio de todas las energías posibles, sino que no podemos perder ni un segundo de tiempo.


La segunda imagen le sirve al evangelista para desarrollar un segundo pensamiento, el que contrapone las pretensiones de unos pocos a la sorpresa de muchos. También aquí detectamos un tono polémico en las palabras de Jesús: ya tuvo que reaccionar otras veces contra la jactancia de los judíos, que se enorgullecían de sus tradiciones y, sobre todo, de su identidad nacional. Y es que para Jesús ya no existe ahora ninguna situación de vida que pueda poner a alguien por encima de otro. Dios mismo no hace acepción de personas (cf. Hch 10,34; véase también Lc 20,21). Ni siquiera tiene importancia el conocimiento personal del Jesús terreno; lo único que vale es seguirle con todo el esfuerzo, con plena libertad y con una disponibilidad total. La escena final, tan bien dibujada por esta página evangélica, nos pone ante una gran peregrinación en la que pueden participar todos los que, aunque no tengan vínculos de sangre con Abrahán, han heredado el don de la fe.


Esta liturgia de la Palabra nos pone ante dos grandes verdades, ambas relacionadas con Dios y su proyecto de salvación. Debemos detener nuestra atención sobre ellas, a fin de hacer crecer en nosotros la conciencia del gran don y del gran compromiso que van unidos a nuestra fe.


El amor de Dios es un amor exigente: ¡es un amor de Dios! Ahora bien, es evidente que tal exigencia está dictada sólo por el amor. No puede ser signo de una voluntad despótica ni, mucho menos, indicio de una autoridad que no deja espacio a la libertad de los otros. También nosotros conocemos las exigencias del amor, unas exigencias que no son menos fuertes que las exigencias de la autoridad. No por ello nos producirá cansancio considerar las exigencias de Dios como signo manifestador de su amor absoluto e incondicionado, preveniente e indulgente. El amor de Dios es un amor universal: no puede ser constreñido dentro de categorías o límites humanos, sino que quiere moverse libremente sobre todos los tiempos y en todos los lugares, a fin de alcanzar a toda la humanidad. A diferencia del nuestro, el amor de Dios no disminuye cuando es participado; es más, cuando se comunica se realiza en plenitud.


Para el creyente, Dios está en el vértice de toda atención y de todo proyecto. Todo lo que constituye la red y el trenzado de nuestras relaciones adquiere significado y valor sólo si, de algún modo, deriva de nuestra relación con Dios y conduce a él. Esta verdad constituye algo así como una fuerza vital que es capaz de regenerar y de motivar todas nuestras decisiones. Para el creyente, Dios está en el centro de todo su pensamiento y de todos sus proyectos; en caso contrario, ya no se podría hablar de fe. Tener a Dios en el centro de nuestra propia vida significa, en concreto, no olvidarle nunca y, sobre todo, no sustituirle nunca con cualquier tipo de ídolos.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 13, 22-30, para nuestros Mayores. El camino hacia la felicidad.


Jesús se presenta aquí con gran coherencia y decisión. Se atiene a su propia misión y a su propio destino. Anuncia su mensaje, enseñando de ciudad en ciudad y de aldea en aldea. Al mismo tiempo, se encamina hacia Jerusalén, donde le espera su destino (cf. 13,33). No se deja disuadir de su propia misión, ni siquiera ante las amenazas de Herodes (13,3 1-33). Responde con firmeza a las preguntas que se le hacen. Dice también verdades incómodas y se ajusta a la realidad auténtica. No quiere engañar ni permite que los demás se forjen falsas ilusiones.


Esta pregunta da en el blanco: «Señor, ¿serán pocos los que se salvan?». Jesús ha venido como el Salvador (2,11). ¿Qué repercusión tendrá su obra? ¿Cuántos hombres alcanzarán la meta gracias a él? ¿Cuántos no la alcanzarán?


La preocupación por la salvación aparece con frecuencia soslayada, encubierta por la superficialidad o el activismo. Aquí, sin embargo, consigue imponerse. Jesús no responde directamente a la pregunta, no indica el número de los salvados. Desvía la mirada de la especulación estéril sobre el número y la dirige decididamente hacia lo que es necesario realizar. Recuerda lo que está en juego. La justa y necesaria preocupación por la salvación debe concretarse en un obrar que sea justo.


Lo que Jesús afirma sobre la puerta estrecha no ha de llevar a pensar que en la «entrada» de la vida eterna hay un gran gentío, que las personas se estorban unas a otras, que uno debe hacerse paso a la fuerza. Lo que quiere decir es que uno debe esforzarse. No basta con el solo deseo de llegar. Es cierto que nosotros somos salvados, que no podemos salvarnos por nuestras solas fuerzas. Pero esto no se da sin nuestra participación, en actitud de pura pasividad. Hemos de esforzamos y luchar. No podemos dejamos arrastrar por la corriente, llevando una vida apática. No hemos de creer que Dios ha de estar en cualquier caso satisfecho de nosotros, que ha de aceptarnos tal y como somos. Dios es el que salva. Pero nos toma en serio como personas libres y responsables. Quiere que nosotros queramos conquistar nuestra comunión con él. Esforzarse significa acercarse decidida y conscientemente a él, superar los obstáculos y dejar a un lado todo lo demás.


Con las afirmaciones sobre la puerta que el dueño de la casa llega a cerrar, Jesús quiere decir que debemos esforzarnos día a día. Hemos de tener en cuenta que nuestro tiempo es limitado. No podemos aplazar el esfuerzo para llegar a Dios. A lo más tardar con nuestra muerte, la puerta se cerrará y se decidirá nuestro destino. Entonces será ya demasiado tarde para desear, llamar y golpear. El tiempo es limitado y nosotros no disponemos de él de manera soberana. Lo hemos de tener en cuenta. Desde el inicio debemos ponernos en camino hacia Dios. No podemos vivir una vida a nuestro arbitrio y remitir a la vejez la preocupación por la salvación. No somos nosotros quienes hemos de cerrar la puerta, sino el Señor. Por eso debemos estar siempre preparados.


Las afirmaciones del dueño de casa esclarecen también que son necesarias las acciones justas. Una comunión sólo externa con el Señor no basta. No basta haberlo conocido, haber escuchado sus enseñanzas, haber llegado a conocer el Evangelio y el cristianismo. Se requieren las acciones justas. A los que son rechazados les dice el Señor: « ¡Apartaos de mí todos los que habéis obrado iniquidad!». Este es el motivo por el que no quiere tener nada en común con ellos. El esfuerzo y la oportuna orientación hacia Dios deben demostrarse en la acción, en el cumplimiento de su voluntad. Nuestra comunión con él comienza ante todo en nuestra comunión con su voluntad. Quien no se orienta hacia la voluntad de Dios con su actuar efectivo, quien rechaza esta comunión con Dios, se ha excluido ya por sí mismo de la salvación, de la comunión eterna con Dios. Esta decisión personal es respetada y confirmada por el Señor.


Jesús no menciona ningún número en relación con los salvados, pero ofrece una indicación sobre cómo está compuesta la comunidad de los salvados. De ella forman parte los patriarcas del pueblo de Israel (Abrahán, Isaac y Jacob), los mensajeros de Dios (los profetas) y los hombres que provienen de los cuatro puntos cardinales, de todos los pueblos. En el reino de Dios, en la plena comunión con Dios, se realiza también la comunión con los hombres. La plenitud y la riqueza de nuestra vida humana consisten también en la plenitud y profundidad de nuestras relaciones con los demás hombres. La bienaventuranza del reino de Dios consiste también en que estas relaciones, lejos de quedar truncadas, se extienden y llegan a perfecto cumplimiento. Los patriarcas y los profetas representan todo aquello que Dios ha dado al pueblo elegido. Pertenecer al pueblo de Dios significa pertenecer a ellos, estar en comunión viva con ellos. Esta comunión, presente aquí sobre la tierra sólo de forma inicial, será vivida entonces con plena intensidad. A esto se añade la comunión con los hombres de todas las naciones. Con la imagen del «sentarse a la mesa», del banquete, se expresa el carácter gozoso y festivo de esta comunión. Comunión con Dios y comunión con los hombres en una plenitud de gozo y de fiesta caracterizan la salvación en el reino de Dios.


Todo esto está en juego. Quien no se esfuerza a tiempo, obrando con justicia, se excluye de esta salvación. Como consecuencia de ello, el Señor habla de llanto y rechinar de dientes. Dolor inconsolable y rabia atroz dominarán al que se da cuenta de todo lo que ha perdido. El esfuerzo es el camino hacia la felicidad. Dejarse llevar y arrastrar, sin esfuerzo de ninguna índole, es el camino hacia la desesperación.


La Buena Noticia de Jesús no dice cosas que agradan al oído ni nos promete una vida fácil y cómoda. Contiene algunas verdades molestas. Pero precisamente porque no nos oculta nada, porque pone de manifiesto la verdad completa, ella nos indica el verdadero camino hacia la felicidad. Y precisamente por esto es Buena Noticia, que podemos acoger sólo con gratitud y docilidad.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 13,22-30, de Joven para Joven. “Esforzaos en entrar…” 

Jesús no responde a la pregunta sobre el número de los que se salvarán. Esta es la característica del evangelio de hoy, en el que Jesús, en vez de responder a una pregunta teórica, dirige una enérgica exhortación. Plantearse preguntas teóricas puede ser útil, pero es algo secundario en la vida, en la que necesitamos tomar decisiones. Jesús se preocupa de llevarnos a tomar decisiones válidas, que vayan en la dirección adecuada.


Él nos dice: «Esforzaos en entrar. . . ». Esto es lo que debemos hacer, mejor que preguntarnos si son muchos o pocos los que se salvarán.


Con todo, Jesús tampoco esconde la dificultad que supone salvarse: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». Para salvarnos nos hace falta coraje, fidelidad, correspondencia a la gracia de Dios. En efecto, «muchos intentarán entrar y no podrán», porque no tomarán las decisiones adecuadas.


A renglón seguido, y para reforzar su exhortación, Jesús pronuncia un discurso de tono amenazador. Se da cuenta de que demasiados hombres son negligentes, descuidados y piensan que se puede ir adelante sin ser realmente honestos, animosos, caritativos. Jesús dice a estos hombres: «Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos, y él os replicará: No sé quiénes sois».


Estos hombres apelarán a su comportamiento religioso: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». Han tenido un contacto repetido con el Señor, pero un contacto externo, sin un compromiso personal, sin validez alguna. No basta con haber ido a la iglesia y haber escuchado las homilías. Esto es, a buen seguro, pero es sólo un primer paso; después, con la gracia de Dios, hay que poner en práctica lo que se ha oído.


Sin embargo, estos hombres, tras haber escuchado la enseñanza del Señor y después de haber tenido cierto contacto exterior con él, han obrado la iniquidad. Por eso, el Señor les responde: «No sé quiénes sois, es decir, no tengo una relación auténtica con vosotros, como vosotros no la tenéis conmigo. Alejaos de mí, malvados».


Jesús anuncia con severidad: «Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera». Tenemos aquí una advertencia muy fuerte y rigurosa.


Sin embargo, Jesús abre inmediatamente después una perspectiva muy positiva, porque afirma: «Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios».


Tenemos aquí una respuesta indirecta a la pregunta inicial que le habían planteado a Jesús.


La primera lectura comenta esta visión positiva que presenta Jesús al final de su discurso. Se trata de un texto del libro de Isaías en el que promete: «Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria».


Este texto presenta una perspectiva universal, y se inserta en toda una corriente profética que ha ensanchado las perspectivas de Israel, prometiendo que todas las naciones habrían de venir para adorar al Señor, el verdadero Dios.


Naturalmente, esta promesa vale también para los judíos dispersados entre las naciones. Dice el profeta: «Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos». Sin embargo, en la primera frase que hemos citado se trata de la reunión de todos los pueblos, de todas las lenguas.


Estamos ante una perspectiva maravillosa, una perspectiva que se realiza en la Iglesia. En ella se reúnen, en efecto, muchos pueblos, del norte y del sur, del este y del oeste, y todos son testigos de la gloria de Cristo y de la santidad de Dios. La palabra de Jesús se ha realizado de una manera cada vez más eficaz y poderosa.


La segunda lectura completa esta perspectiva, y anima a superar la prueba.


Jesús nos dice en el evangelio: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». La «puerta estrecha» significa las circunstancias en que se presenta una dificultad muy fuerte, una prueba, un sufrimiento y, en consecuencia, la tentación de renunciar, de perder el ánimo. Ahora bien, el autor de la Carta a los Hebreos afirma que la prueba constituye un motivo de esperanza, no de desánimo, «porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».


El que considera la prueba como una corrección que hace el Señor con amor paterno con vistas a una purificación y a una unión más profunda con él, ya no se siente tentado por el desánimo, ni renuncia a seguir adelante. Al contrario, encuentra en la prueba un motivo de esperanza. Afirma el autor: «Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?».


Contemplar este aspecto educativo de la prueba y del sufrimiento es muy importante, porque nos hace comprender que no son sólo realidades negativas, sino que tienen un aspecto positivo muy real: a través de ellas Dios nos da siempre su gracia.


Las gracias más preciosas nos vienen precisamente en los momentos de prueba y de sufrimiento. En ellos existe, efectivamente, una posibilidad muy real de unión con el misterio de la pasión de Cristo y de su glorificación.


«Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele.» Esta es la primera impresión. Pero debemos saber que «después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz».


Por eso, nos dice el autor: «Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» y seguid adelante con valor y confianza. El Señor está lleno de bondad. Su amor es, a buen seguro, exigente, porque es un amor auténtico, y todo amor auténtico es exigente. Ahora bien, esta exigencia es completamente positiva y, por consiguiente, fuente de alegría y de confianza.

Elevación Espiritual para este día. 

La caridad que baja de Dios se transforma en caridad que sube a Dios, y del hombre tiende a volver a Dios.


Este proceso de la caridad debería caracterizar la conclusión de nuestro sínodo ecuménico. Nosotros deberíamos capacitamos lo más posible para realizarlo en nosotros mismos, a fin de dar a este momento de plenitud vital de la Iglesia su más alto significado y su valor más eficiente. De la unidad debemos sacar el estímulo y la guía hacia la verdad, que aquí deseamos poner de manifiesto, y hacia los propósitos que queremos hacer; verdad y propósitos que, anunciados por este concilio, órgano él mismo de la más alta y la más amorosa autoridad pastoral, no podrán menos de ser expresiones de caridad. Hacia esta búsqueda de verdad, así doctrinal como normativa, nos dirige el amor, acordándonos de la luminosa sentencia de san Agustín: “Ninguna cosa se conoce perfectamente si no se ama perfectamente”.


Y no parece difícil dar a nuestro concilio ecuménico el carácter de un acto de amor, de un grande y triple acto de amor: a Dios, a la Iglesia, a la humanidad.


Reflexión Espiritual para el día.
Si deseo intentar expresar quién es este «tú» que me busca, que me llama —como se manifiesta en la conciencia de quien cree—, puedo dar algunas de sus características, que son también un intento de descripción de la experiencia de fe, aunque no la agotan, y no son sino el esfuerzo por decir algo que está más allá de nuestras palabras.


El «tú» que busca al creyente se presenta, en primer lugar, como un misterio indisponible, sobre el que no podemos poner las manos, que está siempre más allá de cuanto pensamos haber comprendido o captado de él. Se presenta asimismo con la característica de don, o sea, algo que no podemos pretender, sino que se da, y cuyo darse nos sorprende, porque tiene siempre la connotación de lo gratuito, de lo no debido.


Se presenta aún como alguien que habla, que dice palabras de consuelo, de aliento, incluso de juicio, pero que siempre levantan y hacen caminar de nuevo. Se presenta como alguien que atrae con una atracción que suscita una búsqueda continua. Quien cree, cuando reflexiona sobre su fe, siente como muy verdaderas las palabras del salmo: «Como busca la cierva corrientes de agua, así, Dios mío, te busca todo mi ser» (Sal 42), o bien: «oh Dios, tú eres mi Dios, desde el alba te deseo; estoy sediento de ti» (Sal 63).


Y este «tú» misterioso, que se hace buscar, que nos atrae continua y misteriosamente, se presenta también como un aliado, como alguien que está de mi parte, que me permite decir en cualquier circunstancia: «Dios me ama y no temo ningún mal». Se presenta como alguien que abre siempre nuevas perspectivas, nuevos horizontes de acción, y, por consiguiente, suelta de continuo los lazos de la vida, plantea nuevas vías de salida, nuevos posibles comienzos. Por último, se presenta como alguien que se entrega, que se comunica, que se manifiesta, que ofrece una comunicación de experiencia.


El que conoce un poco la Biblia se da cuenta de que en cada página vibra la presencia de un «tú» que continuamente nos sorprende, nos impulsa, estimula la vida cotidiana y la abre a la novedad. Y el que cree, cuando lee las palabras bíblicas, siente de una manera eficaz su verdad para su vida; vive, por así decirlo, su confirmación.


El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: El Señor corrige a los que ama. 
¿Son muchos los que se salvan? Esta pregunta se oía en tiempos de Jesús, y se oye hoy.


Quien formula la pregunta cree que es fácil salvarse. Jesús advierte: atención a las falsas seguridades, "esforzaos en entrar por la puerta estrecha". No es suficiente pertenecer a un pueblo o estar bautizado o formar parte de una asociación.


Como el movimiento se demuestra andando, así la vida cristiana se demuestra por las obras según el Evangelio, a saber: negarse a sí mismo, amar a todos: amigos y enemigos.


Es hermoso pensar que Dios desea que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. Pero ello pide nuestra responsabilidad: es necesario esforzarse por entrar por "la puerta estrecha" para no encontrarse con la desagradable sorpresa de oír: "no sé quiénes sois. Alejaos de mi, malvados". Palabras duras. Pertenece al Reino de Dios quien vive en y según Dios, no aquel que cree pertenecer sólo por seguir algunas prácticas religiosas o por una fe demasiado "presuntuosa" y poco responsable en las obras evangélicas.


La gloria de una raza: "Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. . . “Las fronteras cerradas y estrechas del judaísmo se rompen con la llegada del Mesías. Antes de venir Cristo, los judíos pensaban que sólo los hijos de Abraham, los de raza hebrea, podrían entrar en el Reino de Dios. Llevados de ese racismo procuraban no mezclarse con los gentiles, consideraban incluso como una mancha entrar en una casa de paganos. Jesús vino a decir que no es la sangre ni la carne la que salva, que no basta con tener por antepasados a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Ante el escándalo de sus oyentes, Cristo llega a afirmar que Dios puede hacer brotar hijos de Abraham, de las mismas piedras. Y que muchos de Oriente y de Occidente se sentarán un día en la mesa del Reino. Entre nosotros puede ocurrir algo parecido. Podemos pensar que por el mero hecho de pertenecer a una familia cristiana ya somos cristianos. Hay que salir de ese error. Se es cristiano no por unas creencias o por unas prácticas semanales, sino por toda una vida en conformidad con el Evangelio.


"Vendrá a ver mi gloria. . . La gloria de Dios, ese resplandor que llena de gozo y de paz el corazón del hombre. El ver la gloria divina, en efecto, es suficiente para colmar todas las ansias que acucian el espíritu humano. Buena prueba de ello es la exclamación de san Pedro cuando, en el Tabor, contempla por unos momentos la gloria del Señor. Es cierto que esa gloria sólo en el cielo se podrá contemplar plenamente, gozando sin término el mayor bien que jamás podremos ni imaginar. Pero también es cierto que el gozo de la vida eterna se comienza a gustar en esta vida de aquí abajo. Por eso los cristianos que son fieles son también felices. El Señor quiere adelantarnos, deseoso de nuestra felicidad, algo de la dicha y la alegría del cielo. Por eso se preocupa de señalarnos bien claro el camino por medio de sus Mandamientos, inscritos en nuestro mismo corazón como una Ley natural que determina lo bueno y lo malo. Ley que Él da a todos los hombres, pues todos están destinados a ser sus hijos, a gozar un día de la gloria eterna, a pregustar, entre amarguras quizá, el sabor inefable de su cercanía y su amor.


Alabad al Señor."Alabad al Señor todas las naciones. . . “Hay un período de la historia de la salvación en el que Dios se fija de modo casi exclusivo en un pueblo, el de Israel. Con los hijos de Jacob, en efecto, sella una Alianza por la que establece unas relaciones de intimidad como jamás se conoció entre los pueblos y sus dioses. Bien podían los judíos estar orgullosos de aquella situación, considerarse privilegiados con respecto a las demás naciones. Pero aquella situación era provisoria, un primer paso hacia una realidad distinta. Ya desde Abraham se habló de que las promesas hechas al patriarca alcanzarían también a otros pueblos, innumerables como las estrellas, y que serían bendecidos con Él. Con Jesús se cumplen dichas promesas. Las predicciones de los antiguos profetas se cumplieron con creces. Ocurrió como tantas otras veces, las palabras de Dios fueron sobrepasadas por sus obras. Su Alianza, por tanto, se extiende a todas las razas y los pueblos, que desde Cristo alcanzan la misma categoría de hijos de Dios que quienes eran herederos directos de las promesas.


"Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre" El motivo principal para aclamar al Señor, para alabarle desde lo más íntimo de nuestro ser, es la firmeza de su misericordia para con nosotros, su fidelidad que dura por siempre, la certeza de que el amor divino no es voluble y caduco como el amor humano. Los hombres, efectivamente, suelen amar de modo irregular. Hay momentos en los que el amor humano alcanza cotas muy elevadas, momentos en los que parece imposible que se pueda amar tanto. Pero también es verdad que ese mismo amor puede decaer y enfriarse, desaparecer incluso, y lo que es peor, convertirse en odio. En cambio el amor de Dios es siempre vivo y fuerte, ardiente y apasionado. Amor que ni la muerte es capaz de apagar. Amor sin límites, amor inefable, indefinible, muy por encima de cuanto podamos decir o imaginar. Por eso precisamente todos los pueblos y todas las naciones, cada uno de nosotros en nuestro corazón, ha de alabar y proclamar al Señor.


Castigo de Padre. "Hermanos: habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron" Con qué facilidad nos olvidamos de las cosas. Bastan a veces unas horas para que ya no recordemos lo que se nos dijo. Incluso sentimientos fuertes o palabras que nos llegaron muy hondo se borran con el correr del tiempo. La Santa Madre Iglesia, conoce- dora de nuestro modo de ser, nos repite sin cesar las enseñanzas de Cristo para que nunca las olvidemos y las tengamos siempre presentes.


Hoy nos habla de una cuestión que sin duda es fundamental en nuestra vida. Hijo mío, nos dice, no rechaces el castigo del Señor, ni te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Sí, Dios es un padre bueno y justo para nosotros, nos ama entrañablemente, se preocupa de nuestro bien. Nos corrige con amor y con fortaleza... Sería muy triste que Dios se desentendiera de nosotros, que no nos apartara del mal camino, que no nos quitara de las manos lo que puede perjudicarnos, que no nos hiciera caer en la cuenta de nuestros errores. Gracias, Dios mío, por tu paternidad eficiente y auténtica, gracias por tus castigos que brotan de tu profundo y sincero amor.


"Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele" (Heb 12,11).


Dios castiga de verdad. Entonces el hombre siente con intensidad el dolor y la amargura. El peso de la pena divina le doblega hasta hacerle recordar su pecado, le mueve al arrepentimiento, le impulsa a volverse compungido a Dios y pedir perdón de su pecado. Sí, Dios no es como lo imaginamos, tan bonachón y tan débil. Ese Dios es sólo un ídolo que nosotros mismos nos fabricamos. Pudiera ser que el dolor y el sufrimiento endurecieran el corazón del hombre, hicieran de él un rebelde que se levanta contra los planes de Dios. Esa actitud sería inútil y perjudicial. La culpa, en lugar de desaparecer, se acrecentaría. Y en vez de atraer la misericordia divina se encendería más y más la terrible ira de Dios. Hay que mirar las cosas con ojos de fe, con la actitud humilde del buen hijo que reconoce su culpa y se duele de haber ofendido a su padre. En ese caso renace el fruto de una vida honrada y en paz. Por eso -termina el texto sacro- fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes y caminad por la senda llana... Sí, vamos a ver la mano de Dios Padre en cada encrucijada dolorosa, recordemos que Dios nos ama y por tanto nos castiga a veces y así nos corrige.


Amor y temor. "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" San Lucas nos presenta en el Evangelio de hoy a Jesús que camina hacia Jerusalén. Es un viaje prolongado que el tercer evangelista refiere en más de una ocasión. En este detalle han visto los exégetas la intención de presentar toda la vida pública de Jesucristo como un largo itinerario hacia la Ciudad Santa, el lugar del sacrificio supremo del Señor, y también de victoria total sobre la muerte y sus enemigos. Jesús avanza, día a día, hacia la inmolación de su vida en la cruz, camina sin tregua hacia la entrega decidida y generosa a la voluntad del Padre. Es un itinerario largo, y penoso a veces, que conduce, sin embargo, al triunfo y la gloria. Un recorrer las etapas que conducen a la salvación, un ejemplo claro para que también nosotros hagamos de nuestros días un camino, empinado o llano, que nos lleva hasta Jerusalén, hasta la cruz y la gloria. Alguien le propone al Señor una cuestión que a todos nos interesa, ya que a todos nos afecta. Le dicen si serán pocos los que se salven. La misma formulación parece esperar ya una respuesta restrictiva. No obstante, Jesús no responde en ese sentido. Se limita a decir que hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Añade que muchos intentarán entrar y no podrán hacerlo. Pudiera parecer a primera vista que entonces serán menos los que se salven que los que se condenen. En realidad el Señor sólo intentará inútilmente. Eso no excluye que sean más los que también lo intenten con buen resultado. Por otra parte, hemos de pensar que el sacrificio redentor de Jesucristo es de un valor infinito, capaz de cubrir con el amor que supone todos los pecados del mundo.


Además hemos de tener presentes otros pasajes de las Sagradas Escrituras en los que se habla de la muchedumbre enorme que nadie podría contar. Así en el Apocalipsis, además de los escogidos de Israel, se habla de esa multitud innumerable perteneciente a toda nación, tribu, pueblo y lengua. Otro dato que nos ha de llenar de esperanza es el saber que en Dios destaca de forma particular su misericordia, su capacidad infinita de perdón y de olvido. Dios es amor, nos dice san Juan en una descripción sencilla y entrañable. Amor que sabe de compasión y de perdón. Sin embargo, no nos engañemos, no nos fijemos sólo en un aspecto de la cuestión. En este mismo pasaje habla Jesús de que habrá quienes se queden fuera, quienes sean arrojados a las tinieblas exteriores, al fuego eterno donde reina la tristeza y el dolor, donde habrá llanto y rechinar de dientes... Ojalá que el amor divino nos mueva eficazmente a cumplir siempre la voluntad de Dios. Y si tan grande amor no nos mueve, que al menos nos conmueva la terrible y cierta amenaza de un castigo eterno. +



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