27 de Agosto 2010. VIERNES DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SANTA MÓNICA mf. Memoria obligatoria. SS. Cesáreo de Arlés ob, Amadeo ob, David Lews pb mr. Beato Domingo Barberi pb.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Cor 1, 17-25: Anunciamos a Cristo crucificado
Salmo 32: La misericordia del Señor llena la tierra.
Mt 25, 1-13: ¡Llega el novio, salgan a recibirlo!
La inminente llegada del reino de Dios no tiene un día, un lugar y una hora precisa. De ahí el gran dilema sobre el cómo estar preparados para participar en él. El evangelio del día de hoy, a través de una parábola, explicita dos posibilidades y sus naturales consecuencias: quienes están preparados, no solo están despiertos, sino que están activos y tienen un acumulado fruto de la experiencia y el compromiso. La otra posibilidad, representada en la necedad, aunque permite estar ahí, se caracteriza por una actitud pasiva y desinteresada, que en cualquier momento es atacada por el sueño y fácilmente se puede quedar por fuera
En los dos casos encontramos experiencias diferentes de asumir nuestro compromiso bautismal. Cuando lo somos sencillamente de nombre, no estamos preparados; entonces ante cualquier eventualidad podemos cambiar nuestras opciones o traicionar la radicalidad del compromiso cristiano. Otro camino radicalmente distinto es permanecer haciendo el bien con una fe activa, renovada, con compromisos reales, pequeños pero reales, en los que el fuego no se apaga a pasar de las tempestades, la oscuridad y el cansancio.
Hoy acudimos a un mundo hostil que se empeña en eliminar la esperanza y someternos a la oscuridad del sinsentido. El fuego de nuestras lámparas tiene que arder, para dar luz y calor a nuestra luchas pequeñas, que se resisten a desparecer tragadas por las tempestades neoliberales. Hoy confirmamos que celebramos, porque queremos que el fuego de nuestras lámparas no se apague jamás, que estamos ahí vigilantes, alerta a la llegada de nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 1, 17-25
Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombres, pero para los llamados a Cristo, sabiduría de Dios
Hermanos: No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación-para nosotros- es fuerza de Dios.
Dice la Escritura: "Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces." ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?
Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes.
Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/. La misericordia del Señor llena la tierra.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.
El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 25, 1-13
¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas". Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis". Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos". Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco". Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Cor 1, 17-25: Anunciamos a Cristo crucificado
Salmo 32: La misericordia del Señor llena la tierra.
Mt 25, 1-13: ¡Llega el novio, salgan a recibirlo!
La inminente llegada del reino de Dios no tiene un día, un lugar y una hora precisa. De ahí el gran dilema sobre el cómo estar preparados para participar en él. El evangelio del día de hoy, a través de una parábola, explicita dos posibilidades y sus naturales consecuencias: quienes están preparados, no solo están despiertos, sino que están activos y tienen un acumulado fruto de la experiencia y el compromiso. La otra posibilidad, representada en la necedad, aunque permite estar ahí, se caracteriza por una actitud pasiva y desinteresada, que en cualquier momento es atacada por el sueño y fácilmente se puede quedar por fuera
En los dos casos encontramos experiencias diferentes de asumir nuestro compromiso bautismal. Cuando lo somos sencillamente de nombre, no estamos preparados; entonces ante cualquier eventualidad podemos cambiar nuestras opciones o traicionar la radicalidad del compromiso cristiano. Otro camino radicalmente distinto es permanecer haciendo el bien con una fe activa, renovada, con compromisos reales, pequeños pero reales, en los que el fuego no se apaga a pasar de las tempestades, la oscuridad y el cansancio.
Hoy acudimos a un mundo hostil que se empeña en eliminar la esperanza y someternos a la oscuridad del sinsentido. El fuego de nuestras lámparas tiene que arder, para dar luz y calor a nuestra luchas pequeñas, que se resisten a desparecer tragadas por las tempestades neoliberales. Hoy confirmamos que celebramos, porque queremos que el fuego de nuestras lámparas no se apague jamás, que estamos ahí vigilantes, alerta a la llegada de nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 1, 17-25
Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombres, pero para los llamados a Cristo, sabiduría de Dios
Hermanos: No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.
El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero para los que están en vías de salvación-para nosotros- es fuerza de Dios.
Dice la Escritura: "Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces." ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?
Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes.
Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/. La misericordia del Señor llena la tierra.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.
El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 25, 1-13
¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas". Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis". Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos". Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco". Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora".
Palabra del Señor.
Comentario Primera Lectura: 1 Co 17-25. Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombre, pero para los llamados, sabiduría de Dios.
Pablo no ha sido enviado a bautizar; sino a evangelizar (v. 17). Al decir esto, no pretende infravalorar el bautismo; sólo insiste en que su vocación —lo que realiza su identidad en el proyecto Divino— es la predicación del Evangelio. Bautizar en el nombre de Jesús sin dárselo a conocer al bautizado es un absurdo.
Por otra parte, en el orden cronológico y de la gracia, la predicación precede a la fe y, por consiguiente, al bautismo (Rom 10, 14ss). Ahora bien, ¿cómo predicar a Jesús? Pablo no lo hace con discursos de elocuente y penetrante sabiduría. Es posible que Pablo escriba aquí bajo la impresión del reciente «fracaso» de su predicación en el areópago de Atenas. La experiencia ha reforzado su convicción: predicar significa anunciar a Cristo crucificado, el único que nos da la salvación. La Palabra de Dios, sobre todo «la Palabra de la cruz», es en sí misma viva y eficaz (cf Heb 4,12), no tiene necesidad de apoyo humano; es más, la sabiduría humana corre el riesgo de oscurecerla, de amortiguar su fuerza cortante.
Pablo, citando el Antiguo Testamento y usando su arte retórica, insiste en lo que para él tiene una importancia decisiva. Cristo crucificado es «escándalo» para los judíos, por el hecho de que, por haber sitio colgado del madero, era alguien sobre el que recaía la maldición de la Ley (Dt 21,23), y «locura» para los paganos, en cuanto que a éstos les repugnaba una divinidad que se hubiera dejado crucificar: Ahora bien, precisamente a través de la cruz es como Dios manifiesta su poder. Los cristianos, procedentes tanto del judaísmo como del paganismo, en cuanto «llamados» por Dios a la fe, deben sintonizar con la lógica divina y vivir según la sabiduría de la cruz que según la humana.
Comentario al Salmo 32. La misericordia de Dios llena la tierra.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Esta parábola pone de relieve los mismos temas tratados en la anterior: el momento desconocido del retorno del Señor y la necesidad de vigilar y estar preparados. Con todo, el tejido narrativo y el contexto son diferentes: en vez del amo se espera aquí al esposo; en lugar del siervo fiel y del siervo malvado se habla aquí de cinco vírgenes sensatas y cinco necias. El lector de esta parábola, que no tiene paralelos en los otros sinópticos, puede tropezar con una serie de elementos de no inmediata comprensión: la reacción extremadamente severa y desproporcionada del esposo, la actitud poco caritativa de las vírgenes sensatas, etc. Sin embargo, el significado global es claro, sobre todo si leemos esta parábola en el contexto de la comunidad primitiva en la que vivía Mateo.
Toda la Iglesia espera expectante la venida del Señor, invocando con insistencia: «Maraná tha: ven, Señor», pero es de necios no tener en cuenta que éste puede «retrasarse». Cuando en el corazón de la noche se alza el grito: « Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (v. 6), los cristianos tienen que encontrarse preparados, no con las manos vacías, sino con la lámpara alimentada con el aceite de las buenas obras realizadas con amor día tras día.
No basta con estar preparado físicamente, no basta con el simple hecho de ser creyentes para salvarse. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Cuando las vírgenes necias llamen a la puerta y griten: “Señor, Señor, ábrenos” (v. 11), recibirán la terrible respuesta: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). El esposo esperado puede revelarse un juez severo para quien tenga su amor apagado.
«Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría.» Pablo describe muy bien las motivaciones religiosas de su tiempo. ¿Cómo se presenta la situación en nuestros días? A nuestro alrededor pululan nuevas expresiones de religiosidad, algunas de tipo sincretista, otras siguen la fascinación de lo exótico, otras aún apelan al sentimiento. La dificultad que representa predicar un Evangelio que se basa en la «locura de la cruz» no es menor que las dificultades encontradas en la comunidad de Corinto.
¿Qué le «piden» o qué «buscan» en él los discípulos de Jesús? Durante su vida terrena aparece ya Jesús como «el gran buscado». Lo buscan, en efecto, muchas personas, de modo particular o en grupo, con motivaciones variadas e intensidades diversas. En su nacimiento fue buscado por unos magos venidos de lejos para adorarle, por los pastores invitados por el mensajero celestial, y por Herodes, que quería matarle. Siendo adolescente en Jerusalén, lo buscan con ansia sus padres, al creerlo perdido. Durante su ministerio público es buscado por unos discípulos fascinados, por enfermos deseosos de ayuda y por adversarios dispuestos a cogerle en algún fallo. Hacia el final de su vida fue buscado por los sacerdotes y por los maestros de la Ley para eliminarlo, por Judas para traicionarle y por los soldados para capturarlo. Tras su muerte, lo buscaban también tanto amigos como enemigos en su sepulcro.
¿Y se deja encontrar Jesús? No siempre. Ante quien lo busca con la pretensión de encontrarle a su propia manera Jesús reacciona sistemáticamente con un rechazo claro. En Cafarnaún, cuando le dicen los discípulos: «Todos te buscan», Jesús responde de modo irónico: «Vamos a otra parte» (Mc 1, 37ss). Muchos de los que hoy buscan a Jesús podrían recibir de él la misma res puesta, o peor aún, la que el esposo dio a las vírgenes necias: «Os aseguro que no os conozco».
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25, 1-13. para nuestros Mayores."Vigilad porque no sabéis ni el día ni la hora"
La parábola se refiere a la segunda venida de Cristo. Describe la situación de los que viven, en la esperanza el tiempo intermedio entre la resurrección y la parusía del Señor (en todo caso es conveniente recordar para la precisión del significado de la «parusía» lo que dijimos en nuestro comentario a 24, 4-13). El contexto en el que Mateo ha encuadrado la parábola pone claramente de relieve su intención. Y, por si no quedase claro, añade las palabras finales: «Vigilad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13).
Para comprender la enseñanza parabólica debemos partir del supuesto que el reino de los cielos no es comparado con diez vírgenes, sino con la celebración solemne de una boda. Solemnidad que destaca en el último momento. En el que la consumación del mundo-juicio final juega un papel decisivo, aunque, por supuesto, no exclusivo (pero ahora la referencia se hace a este momento). Precisamente por esto, el reino puede ser comparado con la sala del festín donde entran las jóvenes sensatas. La introducción de la parábola debiera ser, pues, la siguiente: “Ocurre con el reino de los cielos como con diez vírgenes... invitadas a un banquete de boda”.
De modo análogo a la parábola del traje de boda, nos habla también ésta de la necesidad de estar preparados para poder participar en el banquete. Supuesta, pues, la comparación del reino con una boda, el centro del interés y del mensaje parabólico recae sobre la necesidad de la preparación.
La boda se celebra, todavía hoy, en Palestina con esa pompa última de la conducción de la novia a casa de los padres del novio. Las diez vírgenes o, más bien, diez jóvenes —la parábola no intenta darnos una lección sobre la virginidad— debían esperar, bien en casa de la novia o bien en sus inmediaciones. El número de las que esperan, cinco sensatas y cinco necias, no tiene significado alguno, La distinción entre ellas se halla exigida por la narración parabólica; es simplemente funcional.
Para que la comparación alcance su punto culminante y su centro de interés, son necesarias dos cosas el retraso del novio y el sueño de las que esperan. Pero entendámoslo bien. La insensatez de las vírgenes calificadas de necias no está en haberse dormido. Se durmieron todas.
La verdadera culpa está en que no iban preparadas para su misión. No habían contado con un posible retraso del novio. Y, en consecuencia no se habían provisto del aceite suficiente.
Inesperadamente llega el novio. Ante el grito que anuncia su presencia, todas avivan sus lámparas. Es entonces cuando tiene lugar el sobresalto de las necias. No tienen bastante aceite para mantener encendidas sus lámparas hasta llegar, acompañando al novio, a su casa. Las prudentes se niegan a dárselo. No por egoísmo, su negación es otro rasgo parabólico para hacernos comprender que la preparación requerida es personal e insustituible. Las mandan a comprarlo. En esta recomendación tampoco debe verse egoísmo ni ironía por parte de las vírgenes prudentes. Cierto que, durante la noche, no encontrarían abiertas las tiendas. Pero es necesario, para la narración, que, al llegar el novio falten parte de las que debían esperarlo. Por eso, la parábola recurre a este artificio. Mientras ellas van a comprar el aceite, llega el novio y se cierra la sala del festín.
La seriedad del momento presente exige una preparación personal e inaplazable. A la hora menos pensada llega el novio. Solamente aquéllos en cuyas lámparas existe aceite suficiente, solamente aquéllos que se hallen preparados en el momento crítico de su venida, podrán entrar en la sala del festín. El retraso, la falta de preparación, implica la exclusión definitiva del reino. Una vez que la puerta haya sido cerrada es inútil insistir, La respuesta será la misma que oyeron las vírgenes necias: “En verdad os digo que no os conozco”.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25, 1-13. de Joven para Joven. " La venida del esposo no sabéis cuando será".
La parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo presenta, más allá de su aparente simplicidad, numerosos problemas exegéticos, pero, a pesar de todo, éstos no impiden captar el mensaje de fondo. La escena está ambientada en el último día de los festejos según los usos matrimoniales palestinos, cuando, a la puesta del sol, el novio va con los «amigos del esposo» a la casa de la esposa, donde hacían fiesta las «vírgenes», es decir, las compañeras y amigas de ella. A la llegada del cortejo, se formaba una comitiva única para ir a la casa del esposo, donde se celebraba el matrimonio y tenía lugar el banquete nupcial final. El retraso que se produce en el relato de Mt 25,1-13, aunque previsto, se prolonga sobremanera. El sueño hace presa por igual en todas las muchachas. La necedad y la prudencia no están ligadas, por tanto, a la falta de vigilancia, sino más bien al hecho de no tener las lámparas encendidas en el momento en el que, en medio de la noche, se oye el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (v. 6). El aceite, símbolo de alegría y de fiesta, representa asimismo, según los rabinos, las obras justas que permiten participar en la alegría mesiánica. Cada uno debe estar preparado para no encontrar la puerta cerrada y oír la respuesta terrible: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). En este punto, el rostro del Esposo del banquete mesiánico se convierte, efectivamente, en el del Cristo juez, que rechaza a los que dicen: «Señor, Señor» (cf. Mt 7,22s), pero no hacen la voluntad del Padre. Estemos siempre atentos a la inminencia de su venida. En consecuencia, todos los discípulos están llamados en todo momento a ser luz del mundo, a fin de que los hombres, al ver sus obras buenas, den gloria al Padre (cf. Mt 5,16).
«Yo duermo, pero mi corazón vela» (Cant 5,2). El tema nupcial nos traslada al corazón del misterio cristiano: el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una alianza nupcial. Con la encarnación vino a la tierra a elegir a la novia; ahora esperamos su retorno, cuando vuelva para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el Reino de los Cielos. Su retorno es cierto. Sin embargo, el día y la hora de su llegada, siempre inminente, los desconocemos. En la actitud de las diez vírgenes encontramos representados los dos modos de esperar al Señor, al Esposo, al que viene: puede ser una espera distraída, divertida, o bien una espera vigilante, preparada para salirle al encuentro aun cuando el sueño parezca tener las de ganar. Dar prioridad a una de las dos actitudes depende de la calidad del amor que hay en nosotros y nos convierte en personas tenebrosas o en lámparas encendidas, dispuestas para poder alumbrar y hacer cómoda la carrera en cuanto un grito en la noche haga presagiar la venida del Señor.
La existencia humana se puede vivir, efectivamente, como un cortejo de bodas que sale al encuentro del Señor. Por eso es esencial la virtud de la vigilancia. Vigilar es pensar en aquel que va a venir, considerar su ausencia como un vacío imposible de colmar, consumirse porque tarda su llegada, no aceptar nunca que otro u otros ocupen hasta tal punto nuestro corazón que lo separen de su deseo de él. Esta actitud interior de espera y de ansiedad no tiene precio: «Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa sería despreciable» (Cant 8,7); sin embargo, se puede volver contagiosa y comunicar a los otros el anhelo y el deseo. Por eso las vírgenes prudentes, por el hecho de negarse a compartir su aceite, no pueden ser consideradas unas egoístas antipáticas. En su corazón está la alegría del esposo al que hay que recibir de manera festiva, por que el hecho de esperarle es la realidad más importante de la vida, por la que es justo sacrificar cualquier otro interés. Ellas nos advierten: no asistir a esta cita de amor priva de sentido a toda la existencia. Sería trágico oír resonar la voz: « ¡No os conozco!».
Elevación Espiritual para este día.
Esta parábola de las vírgenes y la siguiente de los talentos se asemejan a la anterior del criado fiel y del otro ingrato y consumidor de los bienes de su señor. En conjunto, son cuatro las comparaciones que, en términos diferentes, nos dirigen la misma recomendación, es decir, el fervor con que hemos de dar limosna y ayudar al prójimo en todo cuanto podamos, comoquiera que de otro modo no es posible salvarse. Pero en la parábola de los criados se habla, de modo más general, de todo género de ayuda que hemos de prestar a nuestro prójimo; en ésta de las vírgenes nos encarece el Señor particularmente la limosna, y de modo más enérgico que en la parábola pasada. Porque en ésta castiga al mal siervo, aquel que golpea a sus compañeros y se emborracha y dilapida los bienes de su señor; en esta otra, al que no aprovecha ni da generosamente de lo suyo a los necesitados. Porque las vírgenes fatuas llevaban, sin duda, aceite, pero no abundante, y por eso son castigadas.
Mas ¿por qué motivo nos presenta el Señor esta parábola en la persona de unas vírgenes y no supuso otra cualquiera? Grandes excelencias había dicho sobre la virginidad: Hoy eunucos que se castraron a sí mismos por amor del Reino de los Cielos. Y: el que pueda comprender que comprenda. Por otra parte, sabe el Señor que la mayoría de los hombres tienen una alta idea sobre la misma virginidad. Y a la verdad, cosa es por naturaleza grande, como se ve claro por el hecho de que en el Antiguo Testamento no fue practicada por aquellos santos y grandes varones y en el Nuevo no llegó a imponerse por necesidad de Ley. En efecto, no la mandó el Señor, sino que dejó a la libre voluntad de sus oyentes practicarla o no. De ahí que diga también Pablo: Acerca de las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor. Alabo ciertamente a quien la guarde, pero no obligo al que no quiera ni hago de ella un mandato. Ahora bien, puesto que tan grande cosa es la virginidad y de tanta gloria goza entre los hombres, por que nadie al practicarla se imaginara haberlo ya hecho todo y anduviera tibio y descuidado en las demás virtudes, pone el Señor esta parábola, que basta para persuadirnos de que la virginidad, y aun todos los otros bienes, sin el bien de la limosna, es arrojada entre los fornicadores, y entre éstos pone el Señor al hombre cruel y sin misericordia. Y ello con mucha razón, pues el uno se dejó vencer del amor de la carne, y el otro del amor del dinero. Y no es igual el amor de la carne que el dinero. El de la carne es más ardiente y más tiránico. De ahí que cuanto el adversario es más débil, menos perdón merecen los derrotados. De ahí también que llame el Señor fatuas a aquellas vírgenes, pues, habiendo pasado el trabajo mayor; lo perdieron todo por el menor. Por lo demás, lámparas llama aquí al don Divino de la virginidad, a la pureza de la castidad, y aceite, a la misericordia, a la limosna, a la ayuda de los necesitados.
Reflexión Espiritual para el dia.
En primer lugar, la vida en si misma es el don más grande que se pueda ofrecer —cosa que nosotros olvidamos constantemente—. Cuando pensamos en nuestra entrega a los demás, lo que nos viene de inmediato a la mente son nuestros talentos únicos: nuestras capacidades para hacer cosas especiales particularmente bien […] Sin embargo, cuando hablamos de talentos, tendemos a olvidar que nuestro verdadero don no es lo que podemos hacer, sino quiénes somos. La verdadera pregunta no es: « ¿Qué podemos ofrecernos el uno al otro?», sino: « ¿Quiénes podemos ser para los otros?» Es a buen seguro una cosa estupenda que podamos repararle algo al vecino, ofrecerle consejos útiles a un amigo, sabios pareceres a un colega, volver a dar la salud a un enfermo o anunciar una buena noticia a un feligrés. Pero hay un don que es el mayor de todos. Se trata del don de nuestra vida, que brilla en todo lo que hacemos. Al envejecer, descubro cada vez más que el don más grande que tengo para ofrecer es mi alegría de vivir, mi paz interior, mi silencio y mi soledad, mi sentido del bienestar. Cuando me pregunto: « ¿Quién me es de más ayuda?», debo responder: «Aquel o aquella que esté dispuesto a compartir conmigo su vida».
Es útil practicar una distinción entre talentos y dones. Nuestros dones son más importantes que nuestros talentos. Podemos tener sólo pocos talentos, pero tenemos muchos dones. Nuestros dones son los muchos modos a través de los que expresamos nuestra humanidad. Forman parte de lo que somos: amistad, bondad, paciencia, alegría, paz, perdón, amabilidad, amor, esperanza, confianza, etc. Estos son los verdaderos dones que hemos de ofrecer a los otros.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Cafarnaún, "la ciudad de Jesús"
1.Cafarnaún.
Las excavaciones de Cafarnaún facilitan la ambientación de muchos pasajes del Evangelio. Jesús, según los Evangelios, "abandonó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaún" (Mt 4,13), que pasó a ser, en cierto aspecto, "su propio pueblo" (Mt 9,1). Cafarnaún ofrecía la ventaja de hallarse situada a lo largo de la gran arteria que conducía de Beisán a Damasco; permitía a Jesús encontrar a muchísimas personas, mientras que Nazaret era una aldehuela montañosa, aislada de las grandes vías de comunicación. Al mismo tiempo, Cafarnaún distaba lo suficiente de los grandes centros urbanos, en especial de Tiberíades, donde Herodes Antipas había establecido su capital. Así Jesús podía difundir ampliamente su mensaje mesiánico, sin provocar reacciones inmediatas de parte de los jefes políticos y religiosos. Además, al contrario que Nazaret, Cafarnaún tenía una población muy variada: pescadores, agricultores, artesanos, comerciantes, recaudadores, etc. Vivían en una misma población, pero al parecer sin graves desigualdades económicas. Incluso las relaciones entre los habitantes de Cafarnaún y los romanos se caracterizaban por una especial cordialidad, hasta el punto de que un centurión romano llegó a construirle la sinagoga a la comunidad hebrea, mientras los ancianos del poblado, en intercambio de similar generosidad, recomendaron a Jesús que curara al criado (Lc 7, 1 - 10).
Jesús dirigió su mensaje a esta gente laboriosa y de mente abierta y eligió de esta misma comunidad la mayoría de sus discípulos, ya entre los pescadores (Pedro y Andrés, Santiago y Juan), ya entre los publicanos (Mateo).
2. La casa de Simón Pedro
Como hemos visto, la comunidad cristiana de Cafarnaún tenía un miramiento especial por la casa de Simón Pedro. Bien pronto esta casa pasó a ser "la casa" de los seguidores de Jesús, o sea, una domus-ecclesia. En realidad, la redescubierta casa de Pedro nos ofrece el primer ejemplo en el mundo cristiano de una domus-ecelesia. Las razones especiales de esta elección pueden encontrarse, en los Evangelios mismos. Fue el propio Jesús quien escogió esta casa como su hogar de Cafarnaún. Y del mismo modo que Cafarnaún llegó a ser "la ciudad de Jesús, así a casa de Pedro puede ser justamente llamada la casa de Jesús".
Si pensamos en la proverbial concisión de los Evangelios, nos impresionan de inmediato las numerosas citas relativas a la casa de Pedro. He aquí algunos pasajes: "Al salir de la sinagoga, Jesús se fue inmediatamente a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. El curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no les dejaba hablar, pues le conocían" (Mc 1,29-34).
Estos dos fragmentos contienen algunos detalles que los recientes hallazgos arqueológicos pueden esclarecer de manera concreta. La casa visitada por Jesús se encontraba unos 30 mts al sur de la sinagoga. Era una vivienda grande, pues contaba con muchas habitaciones que daban a un amplio patio. No nos extraña, pues, al leer que tres familias compartían aquel hogar, esto es, la familia de Pedro, la de su hermano Andrés y la de la suegra. Este era en aquel tiempo el tipo común de las casas privadas que hemos descubierto en Cafarnaún. Leemos además que la ciudad entera se agolpaba ante la puerta". Este pormenor de Marcos permite suponer la existencia de un gran espacio libre delante de la puerta. Y así es, de hecho. La casa descubierta se hallaba a lo largo de la calle principal del poblado, que va en dirección norte-sur, y disponía de un espacio libre entre la puerta de entrada y la susodicha calle. Y no hay que olvidar que el lado sur, hacia el lago, estaba también exento de viviendas.
"Cuando llegaron a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y le dijeron: - ¿No paga vuestro maestro el impuesto? Pedro dijo: - sí. Pedro contestó: - De los extraños. Jesús le dijo: - Por tanto, los hijos están exentos. Pero para que no se escandalicen, vete al lago, echa el anzuelo y el primer pez que pique sácalo, ábrete la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti" (Mt 17,24-27).
Sólo narra esta escena Mateo, que era entonces recaudador de impuestos. Pedro aparece como intermediario entre los cobradores de tributos y Jesús. Al parecer, Pedro estaba dispuesto a pagar por sí y por Jesús, pero al final es Jesús mismo quien paga el tributo por los dos. El contexto da a entender que Jesús era el huésped de Pedro y que, como tal, se le consideraba miembro de la familia de Pedro. Por eso, Pedro y Jesús van a la par en cuestión de impuestos.
"Después de algunos días entró de nuevo en Cafarnaún y se corrió la voz de que estaba en casa. Acudieron tantos que no cabían ni delante de la puerta. Jesús se puso a hablarles. Le llevaron entonces un paralítico entre cuatro. Pero, no pudiendo presentárselo a causa del gentío, levantaron la techumbre por encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico tendido. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: - Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mc 2,1-3).
El inciso de que era tal el tropel de la multitud que no había sitio "ni delante de la puerta", es una cita literal de Mc 1,33. Se habla, pues, una vez más de la casa de Pedro. La expresión griega "en oikoi" se puede traducir tanto "en una casa" como "en (su) casa". Aquí es preferible la segunda versión. En otras palabras, la curación del paralítico ocurrió en la casa de Pedro, y ésta se consideraba la casa de Jesús. El descenso del paralítico, a través del techo levantado, no resulta extraño en la contextura de los barrios habitados de Cafarnaún, donde las viviendas de una planta se cubrían de techumbres ligeras, a las que se subía por unos peldaños.
"Volvió a casa, y de nuevo se reunió tanta gente que no podían ni comer un bocado. Sus parientes, al enterarse, fueron para hacerse cargo de él, pues decían: - Está fuera de sí. Llegaron su madre y sus hermanos y, desde fuera, le mandaron llamar. La gente estaba sentada a su alrededor, y le dijeron: ¡Oye! Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Jesús les respondió: - ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Miró entonces a los que estaban sentados a su alrededor. Y añadió: - Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,20-21 y 31-35).
El pasaje describe a grandes rasgos las dos familias de Jesús: los parientes que le aguardan en la calle, y los discípulos sentados en tomo a él, en la casa. En el estilo de Marcos, el contraste entre los que se hallan fuera y los que están sentados dentro de la casa, reviste connotaciones cristológico-eclesiales. En cierto modo, la casa de Jesús en Cafarnaún - la casa de Pedro - entraña la idea de una domus-ecclesia.
3.Jairo y el centurión romano
Además de la casa de Simón Pedro, los Evangelios recuerdan explícitamente otras tres casas: la casa de Mateo, donde Jesús comió en compañía de los recaudadores de tributos (Mc 2,15-17); la casa de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, cuya hija resucitó Jesús (Mc 5,22-24 y 35-43); y la casa del centurión romano (Lc 7,1-10).
No ha sido posible localizar e identificar estas casas. Vale también esta observación para la casa de los apóstoles Santiago y Juan, que sin duda residían en Cafarnaún (Mc 1,19-20). Parece que estas casas no tuvieron interés para la comunidad cristiana de Cafarnaún y su emplazamiento fue pronto olvidado. Tal vez una y otra se hallen entre las de la extensa zona ya excavada; pero, de momento, sólo la casa de Pedro ha sido identificada.
4.Jesús en la sinagoga
Los evangelistas no mencionan más que un edificio público en Cafarnaún: la sinagoga construida por el centurión romano (Lc 7,5) Naturalmente la sinagoga era el centro de la comunidad hebrea, y Jesús la frecuentaba; en ella predicaba y realizaba milagros.
"Llegaron a Cafarnaún y, apenas comenzó el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñanza. Se admiraban de su enseñanza porque los instruía con autoridad, y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había precisamente un hombre con espíritu inmundo, que se puso a gritar: - ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quién eres: el santo de Dios! Jesús le increpó diciendo: - ¡Cállate y sal de ese hombre! El espíritu inmundo le retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él. Todos se quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: - ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! Pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea" (Mc 1,21-28).
En la misma sinagoga Jesús prometió la Eucaristía. Juan consagró un largo capítulo al discurso de Jesús sobre el pan de la vida (Jn 6,23-71). He aquí un fragmento.
Ellos le replicaron: - ¿Qué señal puedes ofrecemos para que, al verla, te crearnos? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: - Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da viene del cielo y da la vida al mundo. Entonces le dijeron: - Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: - Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá más hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed... Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan del cielo, y ha bajado para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo. Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban: - ¿Cómo puede éste damos a comer su carne? Jesús les dijo: - Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día... Todo esto lo expuso Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaún" (Jn 6,30-59)
Algún vestigio de la sinagoga del siglo primero ha sido hallado bajo la monumental sinagoga blanca del siglo cuarto. Solamente Egeria menciona la sinagoga de Cafarnaún, mientras resulta verdaderamente extraño que las fuentes rabínicas no aludan nunca a este espléndido edificio. +
Pablo no ha sido enviado a bautizar; sino a evangelizar (v. 17). Al decir esto, no pretende infravalorar el bautismo; sólo insiste en que su vocación —lo que realiza su identidad en el proyecto Divino— es la predicación del Evangelio. Bautizar en el nombre de Jesús sin dárselo a conocer al bautizado es un absurdo.
Por otra parte, en el orden cronológico y de la gracia, la predicación precede a la fe y, por consiguiente, al bautismo (Rom 10, 14ss). Ahora bien, ¿cómo predicar a Jesús? Pablo no lo hace con discursos de elocuente y penetrante sabiduría. Es posible que Pablo escriba aquí bajo la impresión del reciente «fracaso» de su predicación en el areópago de Atenas. La experiencia ha reforzado su convicción: predicar significa anunciar a Cristo crucificado, el único que nos da la salvación. La Palabra de Dios, sobre todo «la Palabra de la cruz», es en sí misma viva y eficaz (cf Heb 4,12), no tiene necesidad de apoyo humano; es más, la sabiduría humana corre el riesgo de oscurecerla, de amortiguar su fuerza cortante.
Pablo, citando el Antiguo Testamento y usando su arte retórica, insiste en lo que para él tiene una importancia decisiva. Cristo crucificado es «escándalo» para los judíos, por el hecho de que, por haber sitio colgado del madero, era alguien sobre el que recaía la maldición de la Ley (Dt 21,23), y «locura» para los paganos, en cuanto que a éstos les repugnaba una divinidad que se hubiera dejado crucificar: Ahora bien, precisamente a través de la cruz es como Dios manifiesta su poder. Los cristianos, procedentes tanto del judaísmo como del paganismo, en cuanto «llamados» por Dios a la fe, deben sintonizar con la lógica divina y vivir según la sabiduría de la cruz que según la humana.
Comentario al Salmo 32. La misericordia de Dios llena la tierra.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Esta parábola pone de relieve los mismos temas tratados en la anterior: el momento desconocido del retorno del Señor y la necesidad de vigilar y estar preparados. Con todo, el tejido narrativo y el contexto son diferentes: en vez del amo se espera aquí al esposo; en lugar del siervo fiel y del siervo malvado se habla aquí de cinco vírgenes sensatas y cinco necias. El lector de esta parábola, que no tiene paralelos en los otros sinópticos, puede tropezar con una serie de elementos de no inmediata comprensión: la reacción extremadamente severa y desproporcionada del esposo, la actitud poco caritativa de las vírgenes sensatas, etc. Sin embargo, el significado global es claro, sobre todo si leemos esta parábola en el contexto de la comunidad primitiva en la que vivía Mateo.
Toda la Iglesia espera expectante la venida del Señor, invocando con insistencia: «Maraná tha: ven, Señor», pero es de necios no tener en cuenta que éste puede «retrasarse». Cuando en el corazón de la noche se alza el grito: « Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (v. 6), los cristianos tienen que encontrarse preparados, no con las manos vacías, sino con la lámpara alimentada con el aceite de las buenas obras realizadas con amor día tras día.
No basta con estar preparado físicamente, no basta con el simple hecho de ser creyentes para salvarse. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Cuando las vírgenes necias llamen a la puerta y griten: “Señor, Señor, ábrenos” (v. 11), recibirán la terrible respuesta: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). El esposo esperado puede revelarse un juez severo para quien tenga su amor apagado.
«Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría.» Pablo describe muy bien las motivaciones religiosas de su tiempo. ¿Cómo se presenta la situación en nuestros días? A nuestro alrededor pululan nuevas expresiones de religiosidad, algunas de tipo sincretista, otras siguen la fascinación de lo exótico, otras aún apelan al sentimiento. La dificultad que representa predicar un Evangelio que se basa en la «locura de la cruz» no es menor que las dificultades encontradas en la comunidad de Corinto.
¿Qué le «piden» o qué «buscan» en él los discípulos de Jesús? Durante su vida terrena aparece ya Jesús como «el gran buscado». Lo buscan, en efecto, muchas personas, de modo particular o en grupo, con motivaciones variadas e intensidades diversas. En su nacimiento fue buscado por unos magos venidos de lejos para adorarle, por los pastores invitados por el mensajero celestial, y por Herodes, que quería matarle. Siendo adolescente en Jerusalén, lo buscan con ansia sus padres, al creerlo perdido. Durante su ministerio público es buscado por unos discípulos fascinados, por enfermos deseosos de ayuda y por adversarios dispuestos a cogerle en algún fallo. Hacia el final de su vida fue buscado por los sacerdotes y por los maestros de la Ley para eliminarlo, por Judas para traicionarle y por los soldados para capturarlo. Tras su muerte, lo buscaban también tanto amigos como enemigos en su sepulcro.
¿Y se deja encontrar Jesús? No siempre. Ante quien lo busca con la pretensión de encontrarle a su propia manera Jesús reacciona sistemáticamente con un rechazo claro. En Cafarnaún, cuando le dicen los discípulos: «Todos te buscan», Jesús responde de modo irónico: «Vamos a otra parte» (Mc 1, 37ss). Muchos de los que hoy buscan a Jesús podrían recibir de él la misma res puesta, o peor aún, la que el esposo dio a las vírgenes necias: «Os aseguro que no os conozco».
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25, 1-13. para nuestros Mayores."Vigilad porque no sabéis ni el día ni la hora"
La parábola se refiere a la segunda venida de Cristo. Describe la situación de los que viven, en la esperanza el tiempo intermedio entre la resurrección y la parusía del Señor (en todo caso es conveniente recordar para la precisión del significado de la «parusía» lo que dijimos en nuestro comentario a 24, 4-13). El contexto en el que Mateo ha encuadrado la parábola pone claramente de relieve su intención. Y, por si no quedase claro, añade las palabras finales: «Vigilad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13).
Para comprender la enseñanza parabólica debemos partir del supuesto que el reino de los cielos no es comparado con diez vírgenes, sino con la celebración solemne de una boda. Solemnidad que destaca en el último momento. En el que la consumación del mundo-juicio final juega un papel decisivo, aunque, por supuesto, no exclusivo (pero ahora la referencia se hace a este momento). Precisamente por esto, el reino puede ser comparado con la sala del festín donde entran las jóvenes sensatas. La introducción de la parábola debiera ser, pues, la siguiente: “Ocurre con el reino de los cielos como con diez vírgenes... invitadas a un banquete de boda”.
De modo análogo a la parábola del traje de boda, nos habla también ésta de la necesidad de estar preparados para poder participar en el banquete. Supuesta, pues, la comparación del reino con una boda, el centro del interés y del mensaje parabólico recae sobre la necesidad de la preparación.
La boda se celebra, todavía hoy, en Palestina con esa pompa última de la conducción de la novia a casa de los padres del novio. Las diez vírgenes o, más bien, diez jóvenes —la parábola no intenta darnos una lección sobre la virginidad— debían esperar, bien en casa de la novia o bien en sus inmediaciones. El número de las que esperan, cinco sensatas y cinco necias, no tiene significado alguno, La distinción entre ellas se halla exigida por la narración parabólica; es simplemente funcional.
Para que la comparación alcance su punto culminante y su centro de interés, son necesarias dos cosas el retraso del novio y el sueño de las que esperan. Pero entendámoslo bien. La insensatez de las vírgenes calificadas de necias no está en haberse dormido. Se durmieron todas.
La verdadera culpa está en que no iban preparadas para su misión. No habían contado con un posible retraso del novio. Y, en consecuencia no se habían provisto del aceite suficiente.
Inesperadamente llega el novio. Ante el grito que anuncia su presencia, todas avivan sus lámparas. Es entonces cuando tiene lugar el sobresalto de las necias. No tienen bastante aceite para mantener encendidas sus lámparas hasta llegar, acompañando al novio, a su casa. Las prudentes se niegan a dárselo. No por egoísmo, su negación es otro rasgo parabólico para hacernos comprender que la preparación requerida es personal e insustituible. Las mandan a comprarlo. En esta recomendación tampoco debe verse egoísmo ni ironía por parte de las vírgenes prudentes. Cierto que, durante la noche, no encontrarían abiertas las tiendas. Pero es necesario, para la narración, que, al llegar el novio falten parte de las que debían esperarlo. Por eso, la parábola recurre a este artificio. Mientras ellas van a comprar el aceite, llega el novio y se cierra la sala del festín.
La seriedad del momento presente exige una preparación personal e inaplazable. A la hora menos pensada llega el novio. Solamente aquéllos en cuyas lámparas existe aceite suficiente, solamente aquéllos que se hallen preparados en el momento crítico de su venida, podrán entrar en la sala del festín. El retraso, la falta de preparación, implica la exclusión definitiva del reino. Una vez que la puerta haya sido cerrada es inútil insistir, La respuesta será la misma que oyeron las vírgenes necias: “En verdad os digo que no os conozco”.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25, 1-13. de Joven para Joven. " La venida del esposo no sabéis cuando será".
La parábola de las diez vírgenes que esperan la venida del esposo presenta, más allá de su aparente simplicidad, numerosos problemas exegéticos, pero, a pesar de todo, éstos no impiden captar el mensaje de fondo. La escena está ambientada en el último día de los festejos según los usos matrimoniales palestinos, cuando, a la puesta del sol, el novio va con los «amigos del esposo» a la casa de la esposa, donde hacían fiesta las «vírgenes», es decir, las compañeras y amigas de ella. A la llegada del cortejo, se formaba una comitiva única para ir a la casa del esposo, donde se celebraba el matrimonio y tenía lugar el banquete nupcial final. El retraso que se produce en el relato de Mt 25,1-13, aunque previsto, se prolonga sobremanera. El sueño hace presa por igual en todas las muchachas. La necedad y la prudencia no están ligadas, por tanto, a la falta de vigilancia, sino más bien al hecho de no tener las lámparas encendidas en el momento en el que, en medio de la noche, se oye el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (v. 6). El aceite, símbolo de alegría y de fiesta, representa asimismo, según los rabinos, las obras justas que permiten participar en la alegría mesiánica. Cada uno debe estar preparado para no encontrar la puerta cerrada y oír la respuesta terrible: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). En este punto, el rostro del Esposo del banquete mesiánico se convierte, efectivamente, en el del Cristo juez, que rechaza a los que dicen: «Señor, Señor» (cf. Mt 7,22s), pero no hacen la voluntad del Padre. Estemos siempre atentos a la inminencia de su venida. En consecuencia, todos los discípulos están llamados en todo momento a ser luz del mundo, a fin de que los hombres, al ver sus obras buenas, den gloria al Padre (cf. Mt 5,16).
«Yo duermo, pero mi corazón vela» (Cant 5,2). El tema nupcial nos traslada al corazón del misterio cristiano: el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una alianza nupcial. Con la encarnación vino a la tierra a elegir a la novia; ahora esperamos su retorno, cuando vuelva para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el Reino de los Cielos. Su retorno es cierto. Sin embargo, el día y la hora de su llegada, siempre inminente, los desconocemos. En la actitud de las diez vírgenes encontramos representados los dos modos de esperar al Señor, al Esposo, al que viene: puede ser una espera distraída, divertida, o bien una espera vigilante, preparada para salirle al encuentro aun cuando el sueño parezca tener las de ganar. Dar prioridad a una de las dos actitudes depende de la calidad del amor que hay en nosotros y nos convierte en personas tenebrosas o en lámparas encendidas, dispuestas para poder alumbrar y hacer cómoda la carrera en cuanto un grito en la noche haga presagiar la venida del Señor.
La existencia humana se puede vivir, efectivamente, como un cortejo de bodas que sale al encuentro del Señor. Por eso es esencial la virtud de la vigilancia. Vigilar es pensar en aquel que va a venir, considerar su ausencia como un vacío imposible de colmar, consumirse porque tarda su llegada, no aceptar nunca que otro u otros ocupen hasta tal punto nuestro corazón que lo separen de su deseo de él. Esta actitud interior de espera y de ansiedad no tiene precio: «Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa sería despreciable» (Cant 8,7); sin embargo, se puede volver contagiosa y comunicar a los otros el anhelo y el deseo. Por eso las vírgenes prudentes, por el hecho de negarse a compartir su aceite, no pueden ser consideradas unas egoístas antipáticas. En su corazón está la alegría del esposo al que hay que recibir de manera festiva, por que el hecho de esperarle es la realidad más importante de la vida, por la que es justo sacrificar cualquier otro interés. Ellas nos advierten: no asistir a esta cita de amor priva de sentido a toda la existencia. Sería trágico oír resonar la voz: « ¡No os conozco!».
Elevación Espiritual para este día.
Esta parábola de las vírgenes y la siguiente de los talentos se asemejan a la anterior del criado fiel y del otro ingrato y consumidor de los bienes de su señor. En conjunto, son cuatro las comparaciones que, en términos diferentes, nos dirigen la misma recomendación, es decir, el fervor con que hemos de dar limosna y ayudar al prójimo en todo cuanto podamos, comoquiera que de otro modo no es posible salvarse. Pero en la parábola de los criados se habla, de modo más general, de todo género de ayuda que hemos de prestar a nuestro prójimo; en ésta de las vírgenes nos encarece el Señor particularmente la limosna, y de modo más enérgico que en la parábola pasada. Porque en ésta castiga al mal siervo, aquel que golpea a sus compañeros y se emborracha y dilapida los bienes de su señor; en esta otra, al que no aprovecha ni da generosamente de lo suyo a los necesitados. Porque las vírgenes fatuas llevaban, sin duda, aceite, pero no abundante, y por eso son castigadas.
Mas ¿por qué motivo nos presenta el Señor esta parábola en la persona de unas vírgenes y no supuso otra cualquiera? Grandes excelencias había dicho sobre la virginidad: Hoy eunucos que se castraron a sí mismos por amor del Reino de los Cielos. Y: el que pueda comprender que comprenda. Por otra parte, sabe el Señor que la mayoría de los hombres tienen una alta idea sobre la misma virginidad. Y a la verdad, cosa es por naturaleza grande, como se ve claro por el hecho de que en el Antiguo Testamento no fue practicada por aquellos santos y grandes varones y en el Nuevo no llegó a imponerse por necesidad de Ley. En efecto, no la mandó el Señor, sino que dejó a la libre voluntad de sus oyentes practicarla o no. De ahí que diga también Pablo: Acerca de las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor. Alabo ciertamente a quien la guarde, pero no obligo al que no quiera ni hago de ella un mandato. Ahora bien, puesto que tan grande cosa es la virginidad y de tanta gloria goza entre los hombres, por que nadie al practicarla se imaginara haberlo ya hecho todo y anduviera tibio y descuidado en las demás virtudes, pone el Señor esta parábola, que basta para persuadirnos de que la virginidad, y aun todos los otros bienes, sin el bien de la limosna, es arrojada entre los fornicadores, y entre éstos pone el Señor al hombre cruel y sin misericordia. Y ello con mucha razón, pues el uno se dejó vencer del amor de la carne, y el otro del amor del dinero. Y no es igual el amor de la carne que el dinero. El de la carne es más ardiente y más tiránico. De ahí que cuanto el adversario es más débil, menos perdón merecen los derrotados. De ahí también que llame el Señor fatuas a aquellas vírgenes, pues, habiendo pasado el trabajo mayor; lo perdieron todo por el menor. Por lo demás, lámparas llama aquí al don Divino de la virginidad, a la pureza de la castidad, y aceite, a la misericordia, a la limosna, a la ayuda de los necesitados.
Reflexión Espiritual para el dia.
En primer lugar, la vida en si misma es el don más grande que se pueda ofrecer —cosa que nosotros olvidamos constantemente—. Cuando pensamos en nuestra entrega a los demás, lo que nos viene de inmediato a la mente son nuestros talentos únicos: nuestras capacidades para hacer cosas especiales particularmente bien […] Sin embargo, cuando hablamos de talentos, tendemos a olvidar que nuestro verdadero don no es lo que podemos hacer, sino quiénes somos. La verdadera pregunta no es: « ¿Qué podemos ofrecernos el uno al otro?», sino: « ¿Quiénes podemos ser para los otros?» Es a buen seguro una cosa estupenda que podamos repararle algo al vecino, ofrecerle consejos útiles a un amigo, sabios pareceres a un colega, volver a dar la salud a un enfermo o anunciar una buena noticia a un feligrés. Pero hay un don que es el mayor de todos. Se trata del don de nuestra vida, que brilla en todo lo que hacemos. Al envejecer, descubro cada vez más que el don más grande que tengo para ofrecer es mi alegría de vivir, mi paz interior, mi silencio y mi soledad, mi sentido del bienestar. Cuando me pregunto: « ¿Quién me es de más ayuda?», debo responder: «Aquel o aquella que esté dispuesto a compartir conmigo su vida».
Es útil practicar una distinción entre talentos y dones. Nuestros dones son más importantes que nuestros talentos. Podemos tener sólo pocos talentos, pero tenemos muchos dones. Nuestros dones son los muchos modos a través de los que expresamos nuestra humanidad. Forman parte de lo que somos: amistad, bondad, paciencia, alegría, paz, perdón, amabilidad, amor, esperanza, confianza, etc. Estos son los verdaderos dones que hemos de ofrecer a los otros.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Cafarnaún, "la ciudad de Jesús"
1.Cafarnaún.
Las excavaciones de Cafarnaún facilitan la ambientación de muchos pasajes del Evangelio. Jesús, según los Evangelios, "abandonó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaún" (Mt 4,13), que pasó a ser, en cierto aspecto, "su propio pueblo" (Mt 9,1). Cafarnaún ofrecía la ventaja de hallarse situada a lo largo de la gran arteria que conducía de Beisán a Damasco; permitía a Jesús encontrar a muchísimas personas, mientras que Nazaret era una aldehuela montañosa, aislada de las grandes vías de comunicación. Al mismo tiempo, Cafarnaún distaba lo suficiente de los grandes centros urbanos, en especial de Tiberíades, donde Herodes Antipas había establecido su capital. Así Jesús podía difundir ampliamente su mensaje mesiánico, sin provocar reacciones inmediatas de parte de los jefes políticos y religiosos. Además, al contrario que Nazaret, Cafarnaún tenía una población muy variada: pescadores, agricultores, artesanos, comerciantes, recaudadores, etc. Vivían en una misma población, pero al parecer sin graves desigualdades económicas. Incluso las relaciones entre los habitantes de Cafarnaún y los romanos se caracterizaban por una especial cordialidad, hasta el punto de que un centurión romano llegó a construirle la sinagoga a la comunidad hebrea, mientras los ancianos del poblado, en intercambio de similar generosidad, recomendaron a Jesús que curara al criado (Lc 7, 1 - 10).
Jesús dirigió su mensaje a esta gente laboriosa y de mente abierta y eligió de esta misma comunidad la mayoría de sus discípulos, ya entre los pescadores (Pedro y Andrés, Santiago y Juan), ya entre los publicanos (Mateo).
2. La casa de Simón Pedro
Como hemos visto, la comunidad cristiana de Cafarnaún tenía un miramiento especial por la casa de Simón Pedro. Bien pronto esta casa pasó a ser "la casa" de los seguidores de Jesús, o sea, una domus-ecclesia. En realidad, la redescubierta casa de Pedro nos ofrece el primer ejemplo en el mundo cristiano de una domus-ecelesia. Las razones especiales de esta elección pueden encontrarse, en los Evangelios mismos. Fue el propio Jesús quien escogió esta casa como su hogar de Cafarnaún. Y del mismo modo que Cafarnaún llegó a ser "la ciudad de Jesús, así a casa de Pedro puede ser justamente llamada la casa de Jesús".
Si pensamos en la proverbial concisión de los Evangelios, nos impresionan de inmediato las numerosas citas relativas a la casa de Pedro. He aquí algunos pasajes: "Al salir de la sinagoga, Jesús se fue inmediatamente a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. El curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no les dejaba hablar, pues le conocían" (Mc 1,29-34).
Estos dos fragmentos contienen algunos detalles que los recientes hallazgos arqueológicos pueden esclarecer de manera concreta. La casa visitada por Jesús se encontraba unos 30 mts al sur de la sinagoga. Era una vivienda grande, pues contaba con muchas habitaciones que daban a un amplio patio. No nos extraña, pues, al leer que tres familias compartían aquel hogar, esto es, la familia de Pedro, la de su hermano Andrés y la de la suegra. Este era en aquel tiempo el tipo común de las casas privadas que hemos descubierto en Cafarnaún. Leemos además que la ciudad entera se agolpaba ante la puerta". Este pormenor de Marcos permite suponer la existencia de un gran espacio libre delante de la puerta. Y así es, de hecho. La casa descubierta se hallaba a lo largo de la calle principal del poblado, que va en dirección norte-sur, y disponía de un espacio libre entre la puerta de entrada y la susodicha calle. Y no hay que olvidar que el lado sur, hacia el lago, estaba también exento de viviendas.
"Cuando llegaron a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y le dijeron: - ¿No paga vuestro maestro el impuesto? Pedro dijo: - sí. Pedro contestó: - De los extraños. Jesús le dijo: - Por tanto, los hijos están exentos. Pero para que no se escandalicen, vete al lago, echa el anzuelo y el primer pez que pique sácalo, ábrete la boca y encontrarás en ella una moneda de plata. Tómala y dásela por mí y por ti" (Mt 17,24-27).
Sólo narra esta escena Mateo, que era entonces recaudador de impuestos. Pedro aparece como intermediario entre los cobradores de tributos y Jesús. Al parecer, Pedro estaba dispuesto a pagar por sí y por Jesús, pero al final es Jesús mismo quien paga el tributo por los dos. El contexto da a entender que Jesús era el huésped de Pedro y que, como tal, se le consideraba miembro de la familia de Pedro. Por eso, Pedro y Jesús van a la par en cuestión de impuestos.
"Después de algunos días entró de nuevo en Cafarnaún y se corrió la voz de que estaba en casa. Acudieron tantos que no cabían ni delante de la puerta. Jesús se puso a hablarles. Le llevaron entonces un paralítico entre cuatro. Pero, no pudiendo presentárselo a causa del gentío, levantaron la techumbre por encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico tendido. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: - Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mc 2,1-3).
El inciso de que era tal el tropel de la multitud que no había sitio "ni delante de la puerta", es una cita literal de Mc 1,33. Se habla, pues, una vez más de la casa de Pedro. La expresión griega "en oikoi" se puede traducir tanto "en una casa" como "en (su) casa". Aquí es preferible la segunda versión. En otras palabras, la curación del paralítico ocurrió en la casa de Pedro, y ésta se consideraba la casa de Jesús. El descenso del paralítico, a través del techo levantado, no resulta extraño en la contextura de los barrios habitados de Cafarnaún, donde las viviendas de una planta se cubrían de techumbres ligeras, a las que se subía por unos peldaños.
"Volvió a casa, y de nuevo se reunió tanta gente que no podían ni comer un bocado. Sus parientes, al enterarse, fueron para hacerse cargo de él, pues decían: - Está fuera de sí. Llegaron su madre y sus hermanos y, desde fuera, le mandaron llamar. La gente estaba sentada a su alrededor, y le dijeron: ¡Oye! Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Jesús les respondió: - ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Miró entonces a los que estaban sentados a su alrededor. Y añadió: - Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,20-21 y 31-35).
El pasaje describe a grandes rasgos las dos familias de Jesús: los parientes que le aguardan en la calle, y los discípulos sentados en tomo a él, en la casa. En el estilo de Marcos, el contraste entre los que se hallan fuera y los que están sentados dentro de la casa, reviste connotaciones cristológico-eclesiales. En cierto modo, la casa de Jesús en Cafarnaún - la casa de Pedro - entraña la idea de una domus-ecclesia.
3.Jairo y el centurión romano
Además de la casa de Simón Pedro, los Evangelios recuerdan explícitamente otras tres casas: la casa de Mateo, donde Jesús comió en compañía de los recaudadores de tributos (Mc 2,15-17); la casa de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, cuya hija resucitó Jesús (Mc 5,22-24 y 35-43); y la casa del centurión romano (Lc 7,1-10).
No ha sido posible localizar e identificar estas casas. Vale también esta observación para la casa de los apóstoles Santiago y Juan, que sin duda residían en Cafarnaún (Mc 1,19-20). Parece que estas casas no tuvieron interés para la comunidad cristiana de Cafarnaún y su emplazamiento fue pronto olvidado. Tal vez una y otra se hallen entre las de la extensa zona ya excavada; pero, de momento, sólo la casa de Pedro ha sido identificada.
4.Jesús en la sinagoga
Los evangelistas no mencionan más que un edificio público en Cafarnaún: la sinagoga construida por el centurión romano (Lc 7,5) Naturalmente la sinagoga era el centro de la comunidad hebrea, y Jesús la frecuentaba; en ella predicaba y realizaba milagros.
"Llegaron a Cafarnaún y, apenas comenzó el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñanza. Se admiraban de su enseñanza porque los instruía con autoridad, y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había precisamente un hombre con espíritu inmundo, que se puso a gritar: - ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quién eres: el santo de Dios! Jesús le increpó diciendo: - ¡Cállate y sal de ese hombre! El espíritu inmundo le retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él. Todos se quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: - ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos le obedecen! Pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea" (Mc 1,21-28).
En la misma sinagoga Jesús prometió la Eucaristía. Juan consagró un largo capítulo al discurso de Jesús sobre el pan de la vida (Jn 6,23-71). He aquí un fragmento.
Ellos le replicaron: - ¿Qué señal puedes ofrecemos para que, al verla, te crearnos? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo. Jesús les respondió: - Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da viene del cielo y da la vida al mundo. Entonces le dijeron: - Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: - Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá más hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed... Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan del cielo, y ha bajado para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo. Esto suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban: - ¿Cómo puede éste damos a comer su carne? Jesús les dijo: - Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día... Todo esto lo expuso Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaún" (Jn 6,30-59)
Algún vestigio de la sinagoga del siglo primero ha sido hallado bajo la monumental sinagoga blanca del siglo cuarto. Solamente Egeria menciona la sinagoga de Cafarnaún, mientras resulta verdaderamente extraño que las fuentes rabínicas no aludan nunca a este espléndido edificio. +
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