28 de Agosto 2010. SÁBADO DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA.. SAN AGUSTÍN obispo y doctor. Memoria obligatoria. SS. Julián mr, Hermes mr, Alejandro ob.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Cor 1, 26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo
Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Mt 25, 14-30: Sirviente honrado y cumplidor, has sido fiel en lo poco
En la parábola del dinero que leemos hoy en el evangelio de Mateo encontramos un realidad dura del cristianismo primitivo, ellos recibieron toda la riqueza del testimonio de Jesús, sin embargo no todos se dieron a la tarea misionera de anunciar es testimonio de propagar la fe en el resucitado.
Un talento, uno solo, era ya una cantidad de dinero que ningún jornalero, pescador ni pastor lograría en toda su vida trabajando sin parar. Jesús utiliza estas cifras incontables para representar la magnitud del proyecto de Dios que ha sido revelado en él y que los cristianos de ayer y de hoy tendríamos que hacer avanzar.
En la vida hemos recibido mucho; hasta lo poco que hayamos recibido es mucho, porque es don de Dios. Si nosotros asumimos con responsabilidad la tarea de ser misioneros de la vida, entonces nuestro camino es multiplicar lo que hemos recibido poniéndolo al servicio de los demás; ahí se da la multiplicación.
En la actualidad la mayoría de cristianos no hemos sabido aprovechar lo que tenemos para avanzar en el proyecto liberador de Jesús. Muchos hemos incurrido en el comportamiento del tercer servidor, que escondió lo que recibió, no encontró una alternativa y se anquilosó con su propio tesoro. Si ése es nuestro caso, estamos a tiempo de redescubrirnos como personas, de reconocer nuestras capacidades y de ponerlas al servicio del reino. Los desafíos son grandes y los tenemos todo el tiempo, solo tenemos que optar con radicalidad y responsabilidad.
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 1, 26-31
Dios ha escogido lo débil del mundo
Hermanos, fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder.
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así -como dice la Escritura- "el que se gloríe, que se gloríe en el Señor".
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 25, 14-30
Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco". Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor". Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos". Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor".
Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo". El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán; ¿conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas, allí será el llanto y el rechinar de dientes".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Cor 1, 26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo
Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Mt 25, 14-30: Sirviente honrado y cumplidor, has sido fiel en lo poco
En la parábola del dinero que leemos hoy en el evangelio de Mateo encontramos un realidad dura del cristianismo primitivo, ellos recibieron toda la riqueza del testimonio de Jesús, sin embargo no todos se dieron a la tarea misionera de anunciar es testimonio de propagar la fe en el resucitado.
Un talento, uno solo, era ya una cantidad de dinero que ningún jornalero, pescador ni pastor lograría en toda su vida trabajando sin parar. Jesús utiliza estas cifras incontables para representar la magnitud del proyecto de Dios que ha sido revelado en él y que los cristianos de ayer y de hoy tendríamos que hacer avanzar.
En la vida hemos recibido mucho; hasta lo poco que hayamos recibido es mucho, porque es don de Dios. Si nosotros asumimos con responsabilidad la tarea de ser misioneros de la vida, entonces nuestro camino es multiplicar lo que hemos recibido poniéndolo al servicio de los demás; ahí se da la multiplicación.
En la actualidad la mayoría de cristianos no hemos sabido aprovechar lo que tenemos para avanzar en el proyecto liberador de Jesús. Muchos hemos incurrido en el comportamiento del tercer servidor, que escondió lo que recibió, no encontró una alternativa y se anquilosó con su propio tesoro. Si ése es nuestro caso, estamos a tiempo de redescubrirnos como personas, de reconocer nuestras capacidades y de ponerlas al servicio del reino. Los desafíos son grandes y los tenemos todo el tiempo, solo tenemos que optar con radicalidad y responsabilidad.
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 1, 26-31
Dios ha escogido lo débil del mundo
Hermanos, fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder.
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.
Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así -como dice la Escritura- "el que se gloríe, que se gloríe en el Señor".
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 32
R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 25, 14-30
Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco". Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor". Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos". Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor".
Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo". El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán; ¿conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas, allí será el llanto y el rechinar de dientes".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 1,26-31. Dios ha escogido lo débil del mundo.
Para ilustrar de modo concreto la sabiduría-necedad en el plano de Dios no hace falta ir muy lejos. En la misma comunidad de Corinto hay ejemplos elocuentes.
Pablo invita ahora a los corintios a reflexionar con atención sobre su propia situación. La iglesia de Corinto, salvo algunas excepciones, está constituida por personas de humilde condición social y de bajo nivel cultural.
Aquí es donde Dios revela su extraño gusto: prefiere a los pobres y a los débiles antes que a los ricos y poderosos. Se trata de una lógica coherente con lo que ha llevado a cabo a través de su Hijo crucificado. Por eso no se puede presumir ante Dios, nadie puede presentar méritos, títulos de pretensión ni privilegios.
El tema de la «Jactancia» le resulta entrañable a Pablo. Este no pretende exaltar la nulidad del hombre ante la totalidad de Dios, y menos aún presentar la imagen de un Dios que aplasta la dignidad humana, sino que reconoce, con sinceridad y gratitud, la grandeza del hombre en virtud de la obra del don de Dios en Cristo.
Pablo prosigue en la misma carta demostrando que en Cristo lo tenemos todo (3,21-23) y que todo lo que poseemos lo hemos recibido de él (4,6). Por consiguiente, no dice que no haya que presumir en sentido absoluto, si no que «el que quiera presumir que lo haga en el Señor» (v. 31). Presumiendo en el Señor se da gloria a Dios.
Comentario del Salmo 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió por heredad.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 25,14-30 . Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.
Con el tema de la vigilancia hemos vuelto a la relación amo-criado. Aquí se pone de relieve el aspecto dinámico y fecundo de la espera. Los talentos, dispensados a cada uno según su capacidad, nos han sido dados para explotarlos y negociar con ellos. La parábola parece fácil de descifrar, pero sería un error reducir su mensaje a una enseñanza moralista genérica y obvia. En realidad, los talentos no son simplemente las cualidades dadas a cada uno en el momento del nacimiento, sino, sobre todo, lo que Jesús ha venido a traernos: la salvación, el amor del Padre, la vida en abundancia, el Espíritu. Se trata de tesoros que hemos de multiplicar y difundir hasta su vuelta «después de mucho tiempo (v. 19a). Todo don es al mismo tiempo un compromiso del que «hemos de dar cuenta» con seriedad.
Son tres los siervos que entran en escena uno tras otro, dos «buenos y fieles» y otro «malvado Con pocas palabras y de una manera estereotipada, Jesús cuenta el encuentro del amo con los siervos buenos, que son alabados y premiados con la participación en la alegría del señor (vv. 20-23). El espacio reservado al siervo malvado es más amplio (vv 24-28). La excusa que formula en defensa de su propia conducta revela todo su mundo interior «Señor sé que eres hombre duro»: ésa es la imagen que tiene de su señor. “Tuve miedo y escondí tu talento en tierra El talento recibido es aún «tu talento», no un don, sino una deuda. Su actitud frente al señor es la de un esclavo temeroso «Aquí tienes lo tuyo»: piensa que la restitución del talento es un acto de justicia hacia el acreedor; sin embargo, es un insulto, un desprecio del don, un rechazo del amor. Por eso se le impone un duro castigo.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25,14-30, para nuestros Mayores. Hacer que su capital fructificase en manos de sus criados.
En las relaciones del hombre con Dios, no puede el hombre alegar pretendidos derechos. Debe, por el contrario tener presente su absoluta dependencia. Como el siervo ante su Señor. Y, como siervo que es, con la implacable necesidad de acatar las órdenes de su Señor y cumplirlas. Poniendo en ello todo el ardor y capacidad de trabajo que el mismo Dueño ha regalado a sus siervos. Sin pretendidas exigencias, pero con la esperanza consoladora y estimulante de que el Señor premia el esfuerzo personal desplegado en hacer fructificar el capital que ha confiado. Así lo enseña la parábola de los talentos.
El reparto desigual que un hombre rico hace de sus talentos entre sus siervos pretendía, ante todo, y así nos lo cuenta la parábola, hacer que su capital fructificase en manos de sus criados. Para ello tiene en cuenta su capacidad de trabajo y su habilidad para negociar. Los dos primeros siervos de la parábola duplican el capital inicial que les había sido confiado. No se nos dice cómo. Sencillamente porque no interesa para la lección de la parábola.
Mateo pasa inmediatamente de la comparación a su significado. La recompensa descrita en la parábola implica una clara referencia a la realidad religiosa. Entra en el gozo de tu Señor Este premio concedido a los dos siervos fieles, y precisamente por su fidelidad laboriosa a las consignas de su señor, significa evidentemente la vida eterna. Y el que así habla necesariamente ha de ser el Hijo del hombre en su calidad de juez. Y únicamente por tratarse de realidades sobrenaturales, los talentos duplicados son considerados como poco: “Fuiste fiel en lo poco...”
El tercer siervo deja improductivo el capital de su señor. Y argumenta, además, de una manera insolente, intentando, de ese modo, disculparse. No se ha atrevido a correr el riesgo. El talento no ha fructificado en sus manos pero se lo devuelve íntegro. Su señor le responde duramente. Ha defraudado las esperanzas que había puesto en él. También él conocía el riesgo, pero contaba con la diligencia fiel y laboriosa de su siervo. Su holgazanería es la causa única de que haya quedado improductivo el talento que le había sido confiado.
A continuación tenemos dos incongruencias: el señor manda, sin que se nos diga a quién se dirigen sus órdenes, que le quiten el talento y se lo entreguen al que tiene diez. Por otra parte, la parábola supone que los dos siervos primeros han entregado ya sus talentos a su señor. Son dos rasgos parabólicos que intentan poner de relieve, en primer lugar la condenación del siervo inútil precisamente por su holgazanería y, además, la norma de retribución seguida por el juez divino: “Al que tiene se le quitará”. Norma de acción indicada ya otras veces, por el Señor (13, 12; Mc 4, 25) y que fue colocada en lugar por el evangelista Mateo como resumen de la lección parabólica.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25, 14-30, de Joven para Joven. Rendición de cuentas.
Las diversas parábolas e imágenes que aparecen en el discurso escatológico ahondan en el tema bajo aspectos siempre nuevos. La parábola de los talentos considera la perspectiva de un tiempo prolongado de espera antes del retorno del Señor (v. 19); por eso nos enseña a vivir no sólo con fidelidad (24,42-44), vigilancia y sabiduría amorosa (25, 1ss), sino también con laboriosidad responsable y creativa, puesto que deberemos rendir cuentas de cómo hemos empleado los bienes que nos han sido confiados.
La parábola está centrada, efectivamente, en esa rendición de cuentas en la que se manifestará el corazón de cada uno de los siervos, dado que las realizaciones concretas nacen de la idea que nos hacemos del amo, de Dios. Los dos primeros siervos le recuerdan al cristiano que la gratuidad de Dios se convierte en tarea para el hombre; por eso hemos de invertir los bienes que nos ha confiado el Señor con sagacidad, a fin de entregárselos de nuevo con fruto. En consecuencia, hemos de vivir el Evangelio y anunciarlo a otros: se trata de un tesoro precioso que no debemos sepultar y volver ineficaz.
En el tercer siervo, sin embargo, se desenmascara la actitud del que, en la práctica, no cree en la bondad de Dios y considera que debe corresponder a sus pretensiones antes que a su amor de Padre (v. 24). La idea que nos hacemos de Dios genera, por consiguiente, un de terminado comportamiento, al que corresponderá el desenlace final del hombre. El que con fidelidad amorosa se compromete a corresponder a la gracia recibida en lo poco de las cosas de este mundo, entrará en la alegría eterna de la comunión con Dios y de él obtendrá la autoridad sobre el mucho de los bienes incorruptibles (vv. 21 .23). En cambio, el que considera al Padre un hombre duro y no se preocupa de hacer fructificar el Evangelio y los dones de la vida cristiana, se aleja ya desde esta vida del verdadero Dios, que es amor y se arriesga a quedar privado para siempre del sumo bien (vv. 26-30).
La parábola de los talentos, situada en el marco del discurso escatológico, nos invita a tomar conciencia de la grandeza de la llamada a la vida cristiana y de la responsabilidad que esa llamada comporta. En efecto, con frecuencia no nos damos cuenta de que el Padre nos ha confiado un tesoro inestimable, y dejamos inactivo y sin que dé fruto el talento destinado a adquirir la vida eterna para nosotros y para muchos hermanos.
Detrás de la imagen del talento —que equivaldría aproximadamente a una suma millonaria— se oculta la suma de los dones de gracia que nos ha otorgado el Señor. No se trata, por tanto, de dones particulares de la naturaleza, como el talento artístico o musical, sino más bien de bienes poco llamativos, aunque de capital importancia: la fe, la esperanza y la caridad —virtudes teologales con conferidas en el bautismo—, la posibilidad de escuchar la Palabra de Dios y de conocer al Señor Jesús, la vida sacramental, el don de la oración, de la comunidad eclesial...
Toda Palabra de Dios que escucharnos es parte de este ingente patrimonio. Tal vez éramos millonarios sin saberlo y por eso el Señor ha venido hoy a avisarnos con claridad: «Lleva cuidado, porque tendrás que dar cuenta de todo esto, pues te lo he confiado para el bien de tus hermanos: con ese tesoro debes construir el Reino de Dios para los otros». Jesús nos ha enseñado muchas cosas. Nos ha hablado como nadie lo ha hecho, indicándonos el camino de la vida. Nos ha dado su mismo Espíritu, a fin de que podamos vivir según la voluntad del Padre. El murió para romper las cadenas que nos ataban al pecado y resucitó para estar con nosotros hasta el final de los tiempos. ¿Queremos frustrar su obra? Él nos ha dicho: «Perdonad y seréis perdonados» (cf. Mc 11,25) Este es, por ejemplo, uno de los talentos que se nos ha confiado. Podemos sepultarlo o invertirlo: no nos faltarán las ocasiones concretas. Si optamos por hacerlo fructificar, el talento se multiplicará, por que el hermano al que hayamos perdonado podrá entrar también en la nueva lógica del amor más fuerte que la venganza y que el resentimiento. Si queremos invertir los tesoros con los que Dios nos colma cada día, estaremos entre aquellos pobres que hacen ricos a muchos (cf. 2 Cor 6,10). Esta fidelidad a la Palabra de Jesús en lo poco de los asuntos cotidianos nos adquiere el mucho de la vida eterna.
Elevación Espiritual para el día.
Más notad cómo nunca reclama el Señor inmediatamente. Así, en la parábola de la viña, la arrendó a los labradores y se fue de viaje; y aquí, les entregó el dinero a sus criados y se marchó también de viaje. Buena prueba de su inmensa longanimidad. Y, a mi parecer, en esta parábola de los talentos se refiere el Señor a su resurrección. Aquí ya no hay labradores y viña, sino que son todos trabajadores. Porque no habla ya sólo con los gobernantes y dirigentes, ni sólo con los judíos, sino con todos los hombres sin excepción. Y los que le presentan sus ganancias confiesan agradecidamente lo que es obra suya y lo que es don del Señor. El uno dice: Señor, cinco talentos me diste. Y el otro: Dos talentos me diste. Con lo que reconocen que de él recibieron la base para el negocio, y se lo agradecen sinceramente y, en definitiva, todo se lo atribuyen a él. ¿Qué responde a ello el Señor? Enhorabuena, siervo bueno y fiel (la bondad está en mirar por el prójimo); puesto que has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Palabra con la que el Señor da a entender la bienaventuranza toda.
Reflexión Espiritual para el día.
Cuando los cristianos decimos que creemos en la vida eterna que nos será dada, esta espera de lo que debe venir no es, en primer lugar, algo particularmente extraño. Por la general, se habla de la esperanza de la vida eterna con un cierto pathos afectado, y lejos de mí criticarla, en caso de que se trate de una convicción seria. Pero me sucede siempre algo extraño cuando oigo hablar de este modo. Me parece que todos los esquemas de la imaginación, con los que se intenta explicar la vida eterna, la mayoría de las veces se adaptan muy poco al corte radical que se produce con la muerte. Nos imaginamos la vida eterna, que extrañamente ya ha sido señalada como «el más allá» y como lo que hay “después” de la muerte, demasiado repleta de aquellas realidades que nos han sido confiadas aquí: como continuación de la vida, como encuentro con aquellos que estaban junto a nosotros, como alegría y paz, como banquete y júbilo, como todo esto y otras cosas semejantes, que nunca cesarán y que siempre continuarán. Temo que la radical incomprensibilidad de lo que significa realmente vida eterna se vea minimizada, y que lo que nosotros llamamos, en esta vida eterna, contemplación directa de Dios sea rebajado a una alegre ocupación junto a tantas otras que llenan nuestra vida; la inexpresable enormidad de que la misma absoluta divinidad, desnuda y simple, entre en nuestra angosta dimensión de criaturas no tiene que ser percibida como auténtica...
El rostro de los personajes,pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: En la debilidad se manifiesta la fuerza de Dios.
Los discípulos ponderan ante el Señor la grandeza del Templo. A este propósito Jesús desarrolla un largo discurso, conocido con el nombre de «discurso escatológico», porque versa sobre los acontecimientos finales de la historia. El pasaje es conservado también de una manera muy parecida por los otros Evangelios sinópticos (cfr. Mt 24,1-51; Mc 12,1-37).
En las palabras del Señor se enlazan tres cuestiones relacionadas entre sí: la destrucción de Jerusalén -ocurrida unos cuarenta años después-, el final del mundo, y la segunda venida de Cristo en gloria y majestad. Jesús, que también anuncia aquí persecuciones contra la Iglesia, exhorta insistentemente a la paciencia, a la oración y a la vigilancia.
El Señor habla aquí con el estilo y lenguaje propios de los profetas, con imágenes tomadas del Antiguo Testamento, además en este discurso se alternan profecías que se van a cumplir en breve con otras cuyo cumplimiento se difiere hasta el final de la historia. Con ellas Nuestro Señor no quiere saciar la curiosidad de los hombres acerca de los sucesos futuros, sino que trata de evitar el desaliento y el escándalo que podrían producirse ante las dificultades que se avecinan. Por eso exhorta: « (no os dejéis engañar» (v. 8); «no os aterréis» (v. 9); «vigilad sobre vosotros mismos» (v. 34).
Los discípulos, al oír que Jerusalén iba a ser destruida, preguntan cuál será la señal que anuncie ese acontecimiento (vv. 5-7). Jesús contesta con una advertencia: «No os dejéis engañar», es decir, no esperéis ninguna señal; no os dejéis llevar por falsos profetas, permaneced fieles a Mí. Esos falsos profetas se presentarán afirmando que son el Mesías, esto es lo que significa la expresión «yo soy». La respuesta del Señor se refiere en realidad a dos acontecimientos, que la mentalidad judía veía relacionados entre sí: la destrucción de la Ciudad Santa y el fin del mundo. Por eso hablará a continuación de ambos acontecimientos y dejará entrever que debe transcurrir un lugar tiempo entre ellos; la destrucción del Templo y de Jerusalén es como un signo, un símbolo de las catástrofes que acompañarán el final del mundo. El Señor no quiere que los discípulos puedan confundir cualquier catástrofe -hambres, terremotos, guerras- o las mismas persecuciones con señales que anuncien la proximidad del final del mundo. La exhortación de Jesús es clara: «No os aterréis», porque esto ha de suceder, «pero el fin no es inmediato», sino que, en medio de tantas dificultades, el Evangelio se irá extendiendo hasta los confines del orbe. Estas circunstancias adversas no deben paralizar la predicación de la Fe.
Jesús anuncia persecuciones de todo género. Esto es inevitable: “Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim 3,12). Los discípulos deberán recordar aquella advertencia del Señor en la Última Cena: «No es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán» Sin embargo, estas persecuciones no escapan a la Providencia divina. Suceden porque Dios las permite. Y Dios las permite porque puede sacar de ellas bienes mayores. Las persecuciones serán ocasión de dar testimonio: sin ellas la Iglesia no estaría adornada de la sangre de tantos mártires. Promete el Señor además una asistencia especial a quienes estén sufriendo la persecución y les advierte que no han de temer: les dará su sabiduría para defenderse y no permitirá que perezca ni un cabello de su cabeza, es decir, que hasta lo que pueda parecer una desdicha y una pérdida será para ellos el comienzo de la gloria.
De las palabras de Jesús se deduce también la obligación que tiene todo cristiano de estar dispuesto a perder la vida antes que ofender a Dios. Sólo quienes perseveren hasta el fin en la fidelidad al Señor alcanzarán la salvación. La exhortación a la perseverancia está consignada por los tres Sinópticos en este discurso (cfr. Mt 24,13: Mc 13,13) y por San Mateo en otro lugar (Mt 10,22) y asimismo por San Pedro. Ello parece subrayar la importancia de esta advertencia de Nuestro Señor en la vida de todo cristiano.
Jesús profetiza con toda claridad la destrucción de la Ciudad Santa. Cuando los cristianos que vivían allí vieron que los ejércitos cercaban la ciudad recordaron la profecía del Señor y huyeron a Transjordania (cfr. Historia Eclesiástica, 111, 5). En efecto, Cristo recomienda que huyan con toda prontitud, porque es el tiempo de la aflicción de Jerusalén, de que se cumpla lo que está escrito en el Antiguo Testamento: Dios castiga a Israel por sus infidelidades (Is 5,5-6).
La Tradición católica considera a Jerusalén como figura de la Iglesia. De hecho la Iglesia triunfante es llamada en el Apocalipsis la Jerusalén celestial (Apc 21,2). Por eso, al aplicar este pasaje a la Iglesia, los sufrimientos de la Ciudad Santa pueden ser considerados como figura de las contradicciones que sobrevienen a la Iglesia peregrina a causa de los pecados de los hombres, pues «ella misma vive entre las criaturas que gimen con dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios,) (Lumen gentium, n. 48).
«Tiempo de los gentiles» quiere decir el tiempo en que los gentiles, que no pertenecen al pueblo judío, entrarán a formar parte del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, hasta que los mismos judíos se conviertan al final de los tiempos (cfr. Rom 11,11-32).
Jesús se refiere a la conmoción de los elementos de la naturaleza cuando llegue el fin del mundo. «Las potestades de los cielos se conmoverán», es decir, todo el universo temblará ante la venida del Señor en poder y gloria.
El Señor, aplicándose a Sí mismo la profecía de Daniel (7,13), habla de su venida gloriosa al final de los tiempos. Los hombres contemplarán el poder y la gloria del Hijo del Hombre que viene a juzgar a vivos y muertos. Este juicio corresponde a Cristo también en cuanto hombre. La Sagrada Escritura describe la solemnidad de este juicio. En él se confirma la sentencia dada ya a cada uno en el juicio particular, y brillarán con total resplandor la justicia y misericordia que Dios ha tenido con los hombres a lo largo de la historia. «Era razonable -enseña el Catecismo Romano- que no sólo se estableciesen premios para los buenos y castigo para los malos en la vida futura, sino que también se decretase en un juicio general y público, a fin de que resultase para todos más notorio y grandioso, y para que todos tributasen a Dios alabanzas por su justicia y providencia) (1, 8,4).
Es, pues, esta venida del Señor día terrible para los malos y día de gozo para quienes le fueron fieles. Los discípulos han de levantar la cabeza con gozo, porque se aproxima su redención. Para ellos es el día del premio. La victoria obtenido por Cristo en la Cruz -victoria sobre el pecado, sobre el demonio y sobre la muerte- se manifiesta aquí en todas sus consecuencias. Por eso nos recomienda el apóstol San Pablo que vivamos «aguardando la bienaventuranza esperada y la venida gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tit 2,13)., «(Subió al Cielo (el Señor), de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará» (Credo del pueblo de Dios, n. 12).
El Reino de Dios, anunciado por Juan Bautista (cfr. Mt 3,2) y descrito por el Señor en tantas parábolas (cfr. Mt 13; Lc 13,18-20), se encuentra ya presente entre los Apóstoles (Lc 17,20-21) y, sin embargo, todavía no ha llegado la plenitud de su manifestación. Jesús anuncia en este lugar la llegada en plenitud del Reino y nos invita a pedir esto mismo en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino". «El Reino de Dios, que ha tenido aquí en la tierra sus comienzos en la Iglesia de Cristo, no es de este mundo, cuya figura pasa (cfr.1 Cor 7,31); y sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres» (Credo del pueblo de Dios, n. 27). Al final del mundo todo será recapitulado en Cristo y Dios reinará definitivamente en todas las cosas (cfr. 1 Cor 15,24.28).
Lo referente a la ruina y destrucción de Jerusalén, se cumplió unos cuarenta años después de la muerte del Señor, y pudo ser constatada la verdad de esta profecía por los contemporáneos de Jesús. Por otra parte, la ruina de Jerusalén es símbolo del fin del mundo, y así puede decirse que la generación a la que se refiere el Señor ha visto simbólicamente el fin del mundo. También se puede entender que el Señor hablaba de la generación de los creyentes (cfr. nota a Mt 24,32-35).
Al final de su discurso el Señor exhorta a la vigilancia como actitud necesaria para todos los cristianos. Debemos estar vigilantes porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor vendrá a pedirnos cuentas. Por ello hay que vivir en todo momento pendiente de la voluntad divina, haciendo en cada instante lo que hemos de hacer. Hay que vivir de tal modo que venga la muerte cuando venga siempre nos encuentre preparados. Para quienes viven así la muerte repentina nunca es una sorpresa. A éstos les dice San Pablo: “Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para que aquel día os arrebate como un ladrón”. Vivamos, pues, en continua vigilancia. Consiste la vigilancia en la lucha constante por no apegarnos a las cosas de este mundo (la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida; y en la práctica asidua de la oración que nos hace estar unidos a Dios. Si vivimos de este modo, aquel día será para nosotros un día de gozo y no de terror, porque nuestra vigilancia tendrá como resultado, con la ayuda de Dios, que nuestras almas estén prontas, en gracia, para recibir al Señor. Así nuestro encuentro con Cristo no será un juicio condenatorio sino un abrazo definitivo con el que Jesús nos introducirá a la casa del Padre. “¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre-Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar?” +
Para ilustrar de modo concreto la sabiduría-necedad en el plano de Dios no hace falta ir muy lejos. En la misma comunidad de Corinto hay ejemplos elocuentes.
Pablo invita ahora a los corintios a reflexionar con atención sobre su propia situación. La iglesia de Corinto, salvo algunas excepciones, está constituida por personas de humilde condición social y de bajo nivel cultural.
Aquí es donde Dios revela su extraño gusto: prefiere a los pobres y a los débiles antes que a los ricos y poderosos. Se trata de una lógica coherente con lo que ha llevado a cabo a través de su Hijo crucificado. Por eso no se puede presumir ante Dios, nadie puede presentar méritos, títulos de pretensión ni privilegios.
El tema de la «Jactancia» le resulta entrañable a Pablo. Este no pretende exaltar la nulidad del hombre ante la totalidad de Dios, y menos aún presentar la imagen de un Dios que aplasta la dignidad humana, sino que reconoce, con sinceridad y gratitud, la grandeza del hombre en virtud de la obra del don de Dios en Cristo.
Pablo prosigue en la misma carta demostrando que en Cristo lo tenemos todo (3,21-23) y que todo lo que poseemos lo hemos recibido de él (4,6). Por consiguiente, no dice que no haya que presumir en sentido absoluto, si no que «el que quiera presumir que lo haga en el Señor» (v. 31). Presumiendo en el Señor se da gloria a Dios.
Comentario del Salmo 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió por heredad.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 25,14-30 . Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.
Con el tema de la vigilancia hemos vuelto a la relación amo-criado. Aquí se pone de relieve el aspecto dinámico y fecundo de la espera. Los talentos, dispensados a cada uno según su capacidad, nos han sido dados para explotarlos y negociar con ellos. La parábola parece fácil de descifrar, pero sería un error reducir su mensaje a una enseñanza moralista genérica y obvia. En realidad, los talentos no son simplemente las cualidades dadas a cada uno en el momento del nacimiento, sino, sobre todo, lo que Jesús ha venido a traernos: la salvación, el amor del Padre, la vida en abundancia, el Espíritu. Se trata de tesoros que hemos de multiplicar y difundir hasta su vuelta «después de mucho tiempo (v. 19a). Todo don es al mismo tiempo un compromiso del que «hemos de dar cuenta» con seriedad.
Son tres los siervos que entran en escena uno tras otro, dos «buenos y fieles» y otro «malvado Con pocas palabras y de una manera estereotipada, Jesús cuenta el encuentro del amo con los siervos buenos, que son alabados y premiados con la participación en la alegría del señor (vv. 20-23). El espacio reservado al siervo malvado es más amplio (vv 24-28). La excusa que formula en defensa de su propia conducta revela todo su mundo interior «Señor sé que eres hombre duro»: ésa es la imagen que tiene de su señor. “Tuve miedo y escondí tu talento en tierra El talento recibido es aún «tu talento», no un don, sino una deuda. Su actitud frente al señor es la de un esclavo temeroso «Aquí tienes lo tuyo»: piensa que la restitución del talento es un acto de justicia hacia el acreedor; sin embargo, es un insulto, un desprecio del don, un rechazo del amor. Por eso se le impone un duro castigo.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25,14-30, para nuestros Mayores. Hacer que su capital fructificase en manos de sus criados.
En las relaciones del hombre con Dios, no puede el hombre alegar pretendidos derechos. Debe, por el contrario tener presente su absoluta dependencia. Como el siervo ante su Señor. Y, como siervo que es, con la implacable necesidad de acatar las órdenes de su Señor y cumplirlas. Poniendo en ello todo el ardor y capacidad de trabajo que el mismo Dueño ha regalado a sus siervos. Sin pretendidas exigencias, pero con la esperanza consoladora y estimulante de que el Señor premia el esfuerzo personal desplegado en hacer fructificar el capital que ha confiado. Así lo enseña la parábola de los talentos.
El reparto desigual que un hombre rico hace de sus talentos entre sus siervos pretendía, ante todo, y así nos lo cuenta la parábola, hacer que su capital fructificase en manos de sus criados. Para ello tiene en cuenta su capacidad de trabajo y su habilidad para negociar. Los dos primeros siervos de la parábola duplican el capital inicial que les había sido confiado. No se nos dice cómo. Sencillamente porque no interesa para la lección de la parábola.
Mateo pasa inmediatamente de la comparación a su significado. La recompensa descrita en la parábola implica una clara referencia a la realidad religiosa. Entra en el gozo de tu Señor Este premio concedido a los dos siervos fieles, y precisamente por su fidelidad laboriosa a las consignas de su señor, significa evidentemente la vida eterna. Y el que así habla necesariamente ha de ser el Hijo del hombre en su calidad de juez. Y únicamente por tratarse de realidades sobrenaturales, los talentos duplicados son considerados como poco: “Fuiste fiel en lo poco...”
El tercer siervo deja improductivo el capital de su señor. Y argumenta, además, de una manera insolente, intentando, de ese modo, disculparse. No se ha atrevido a correr el riesgo. El talento no ha fructificado en sus manos pero se lo devuelve íntegro. Su señor le responde duramente. Ha defraudado las esperanzas que había puesto en él. También él conocía el riesgo, pero contaba con la diligencia fiel y laboriosa de su siervo. Su holgazanería es la causa única de que haya quedado improductivo el talento que le había sido confiado.
A continuación tenemos dos incongruencias: el señor manda, sin que se nos diga a quién se dirigen sus órdenes, que le quiten el talento y se lo entreguen al que tiene diez. Por otra parte, la parábola supone que los dos siervos primeros han entregado ya sus talentos a su señor. Son dos rasgos parabólicos que intentan poner de relieve, en primer lugar la condenación del siervo inútil precisamente por su holgazanería y, además, la norma de retribución seguida por el juez divino: “Al que tiene se le quitará”. Norma de acción indicada ya otras veces, por el Señor (13, 12; Mc 4, 25) y que fue colocada en lugar por el evangelista Mateo como resumen de la lección parabólica.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 25, 14-30, de Joven para Joven. Rendición de cuentas.
Las diversas parábolas e imágenes que aparecen en el discurso escatológico ahondan en el tema bajo aspectos siempre nuevos. La parábola de los talentos considera la perspectiva de un tiempo prolongado de espera antes del retorno del Señor (v. 19); por eso nos enseña a vivir no sólo con fidelidad (24,42-44), vigilancia y sabiduría amorosa (25, 1ss), sino también con laboriosidad responsable y creativa, puesto que deberemos rendir cuentas de cómo hemos empleado los bienes que nos han sido confiados.
La parábola está centrada, efectivamente, en esa rendición de cuentas en la que se manifestará el corazón de cada uno de los siervos, dado que las realizaciones concretas nacen de la idea que nos hacemos del amo, de Dios. Los dos primeros siervos le recuerdan al cristiano que la gratuidad de Dios se convierte en tarea para el hombre; por eso hemos de invertir los bienes que nos ha confiado el Señor con sagacidad, a fin de entregárselos de nuevo con fruto. En consecuencia, hemos de vivir el Evangelio y anunciarlo a otros: se trata de un tesoro precioso que no debemos sepultar y volver ineficaz.
En el tercer siervo, sin embargo, se desenmascara la actitud del que, en la práctica, no cree en la bondad de Dios y considera que debe corresponder a sus pretensiones antes que a su amor de Padre (v. 24). La idea que nos hacemos de Dios genera, por consiguiente, un de terminado comportamiento, al que corresponderá el desenlace final del hombre. El que con fidelidad amorosa se compromete a corresponder a la gracia recibida en lo poco de las cosas de este mundo, entrará en la alegría eterna de la comunión con Dios y de él obtendrá la autoridad sobre el mucho de los bienes incorruptibles (vv. 21 .23). En cambio, el que considera al Padre un hombre duro y no se preocupa de hacer fructificar el Evangelio y los dones de la vida cristiana, se aleja ya desde esta vida del verdadero Dios, que es amor y se arriesga a quedar privado para siempre del sumo bien (vv. 26-30).
La parábola de los talentos, situada en el marco del discurso escatológico, nos invita a tomar conciencia de la grandeza de la llamada a la vida cristiana y de la responsabilidad que esa llamada comporta. En efecto, con frecuencia no nos damos cuenta de que el Padre nos ha confiado un tesoro inestimable, y dejamos inactivo y sin que dé fruto el talento destinado a adquirir la vida eterna para nosotros y para muchos hermanos.
Detrás de la imagen del talento —que equivaldría aproximadamente a una suma millonaria— se oculta la suma de los dones de gracia que nos ha otorgado el Señor. No se trata, por tanto, de dones particulares de la naturaleza, como el talento artístico o musical, sino más bien de bienes poco llamativos, aunque de capital importancia: la fe, la esperanza y la caridad —virtudes teologales con conferidas en el bautismo—, la posibilidad de escuchar la Palabra de Dios y de conocer al Señor Jesús, la vida sacramental, el don de la oración, de la comunidad eclesial...
Toda Palabra de Dios que escucharnos es parte de este ingente patrimonio. Tal vez éramos millonarios sin saberlo y por eso el Señor ha venido hoy a avisarnos con claridad: «Lleva cuidado, porque tendrás que dar cuenta de todo esto, pues te lo he confiado para el bien de tus hermanos: con ese tesoro debes construir el Reino de Dios para los otros». Jesús nos ha enseñado muchas cosas. Nos ha hablado como nadie lo ha hecho, indicándonos el camino de la vida. Nos ha dado su mismo Espíritu, a fin de que podamos vivir según la voluntad del Padre. El murió para romper las cadenas que nos ataban al pecado y resucitó para estar con nosotros hasta el final de los tiempos. ¿Queremos frustrar su obra? Él nos ha dicho: «Perdonad y seréis perdonados» (cf. Mc 11,25) Este es, por ejemplo, uno de los talentos que se nos ha confiado. Podemos sepultarlo o invertirlo: no nos faltarán las ocasiones concretas. Si optamos por hacerlo fructificar, el talento se multiplicará, por que el hermano al que hayamos perdonado podrá entrar también en la nueva lógica del amor más fuerte que la venganza y que el resentimiento. Si queremos invertir los tesoros con los que Dios nos colma cada día, estaremos entre aquellos pobres que hacen ricos a muchos (cf. 2 Cor 6,10). Esta fidelidad a la Palabra de Jesús en lo poco de los asuntos cotidianos nos adquiere el mucho de la vida eterna.
Elevación Espiritual para el día.
Más notad cómo nunca reclama el Señor inmediatamente. Así, en la parábola de la viña, la arrendó a los labradores y se fue de viaje; y aquí, les entregó el dinero a sus criados y se marchó también de viaje. Buena prueba de su inmensa longanimidad. Y, a mi parecer, en esta parábola de los talentos se refiere el Señor a su resurrección. Aquí ya no hay labradores y viña, sino que son todos trabajadores. Porque no habla ya sólo con los gobernantes y dirigentes, ni sólo con los judíos, sino con todos los hombres sin excepción. Y los que le presentan sus ganancias confiesan agradecidamente lo que es obra suya y lo que es don del Señor. El uno dice: Señor, cinco talentos me diste. Y el otro: Dos talentos me diste. Con lo que reconocen que de él recibieron la base para el negocio, y se lo agradecen sinceramente y, en definitiva, todo se lo atribuyen a él. ¿Qué responde a ello el Señor? Enhorabuena, siervo bueno y fiel (la bondad está en mirar por el prójimo); puesto que has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Palabra con la que el Señor da a entender la bienaventuranza toda.
Reflexión Espiritual para el día.
Cuando los cristianos decimos que creemos en la vida eterna que nos será dada, esta espera de lo que debe venir no es, en primer lugar, algo particularmente extraño. Por la general, se habla de la esperanza de la vida eterna con un cierto pathos afectado, y lejos de mí criticarla, en caso de que se trate de una convicción seria. Pero me sucede siempre algo extraño cuando oigo hablar de este modo. Me parece que todos los esquemas de la imaginación, con los que se intenta explicar la vida eterna, la mayoría de las veces se adaptan muy poco al corte radical que se produce con la muerte. Nos imaginamos la vida eterna, que extrañamente ya ha sido señalada como «el más allá» y como lo que hay “después” de la muerte, demasiado repleta de aquellas realidades que nos han sido confiadas aquí: como continuación de la vida, como encuentro con aquellos que estaban junto a nosotros, como alegría y paz, como banquete y júbilo, como todo esto y otras cosas semejantes, que nunca cesarán y que siempre continuarán. Temo que la radical incomprensibilidad de lo que significa realmente vida eterna se vea minimizada, y que lo que nosotros llamamos, en esta vida eterna, contemplación directa de Dios sea rebajado a una alegre ocupación junto a tantas otras que llenan nuestra vida; la inexpresable enormidad de que la misma absoluta divinidad, desnuda y simple, entre en nuestra angosta dimensión de criaturas no tiene que ser percibida como auténtica...
El rostro de los personajes,pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: En la debilidad se manifiesta la fuerza de Dios.
Los discípulos ponderan ante el Señor la grandeza del Templo. A este propósito Jesús desarrolla un largo discurso, conocido con el nombre de «discurso escatológico», porque versa sobre los acontecimientos finales de la historia. El pasaje es conservado también de una manera muy parecida por los otros Evangelios sinópticos (cfr. Mt 24,1-51; Mc 12,1-37).
En las palabras del Señor se enlazan tres cuestiones relacionadas entre sí: la destrucción de Jerusalén -ocurrida unos cuarenta años después-, el final del mundo, y la segunda venida de Cristo en gloria y majestad. Jesús, que también anuncia aquí persecuciones contra la Iglesia, exhorta insistentemente a la paciencia, a la oración y a la vigilancia.
El Señor habla aquí con el estilo y lenguaje propios de los profetas, con imágenes tomadas del Antiguo Testamento, además en este discurso se alternan profecías que se van a cumplir en breve con otras cuyo cumplimiento se difiere hasta el final de la historia. Con ellas Nuestro Señor no quiere saciar la curiosidad de los hombres acerca de los sucesos futuros, sino que trata de evitar el desaliento y el escándalo que podrían producirse ante las dificultades que se avecinan. Por eso exhorta: « (no os dejéis engañar» (v. 8); «no os aterréis» (v. 9); «vigilad sobre vosotros mismos» (v. 34).
Los discípulos, al oír que Jerusalén iba a ser destruida, preguntan cuál será la señal que anuncie ese acontecimiento (vv. 5-7). Jesús contesta con una advertencia: «No os dejéis engañar», es decir, no esperéis ninguna señal; no os dejéis llevar por falsos profetas, permaneced fieles a Mí. Esos falsos profetas se presentarán afirmando que son el Mesías, esto es lo que significa la expresión «yo soy». La respuesta del Señor se refiere en realidad a dos acontecimientos, que la mentalidad judía veía relacionados entre sí: la destrucción de la Ciudad Santa y el fin del mundo. Por eso hablará a continuación de ambos acontecimientos y dejará entrever que debe transcurrir un lugar tiempo entre ellos; la destrucción del Templo y de Jerusalén es como un signo, un símbolo de las catástrofes que acompañarán el final del mundo. El Señor no quiere que los discípulos puedan confundir cualquier catástrofe -hambres, terremotos, guerras- o las mismas persecuciones con señales que anuncien la proximidad del final del mundo. La exhortación de Jesús es clara: «No os aterréis», porque esto ha de suceder, «pero el fin no es inmediato», sino que, en medio de tantas dificultades, el Evangelio se irá extendiendo hasta los confines del orbe. Estas circunstancias adversas no deben paralizar la predicación de la Fe.
Jesús anuncia persecuciones de todo género. Esto es inevitable: “Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim 3,12). Los discípulos deberán recordar aquella advertencia del Señor en la Última Cena: «No es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán» Sin embargo, estas persecuciones no escapan a la Providencia divina. Suceden porque Dios las permite. Y Dios las permite porque puede sacar de ellas bienes mayores. Las persecuciones serán ocasión de dar testimonio: sin ellas la Iglesia no estaría adornada de la sangre de tantos mártires. Promete el Señor además una asistencia especial a quienes estén sufriendo la persecución y les advierte que no han de temer: les dará su sabiduría para defenderse y no permitirá que perezca ni un cabello de su cabeza, es decir, que hasta lo que pueda parecer una desdicha y una pérdida será para ellos el comienzo de la gloria.
De las palabras de Jesús se deduce también la obligación que tiene todo cristiano de estar dispuesto a perder la vida antes que ofender a Dios. Sólo quienes perseveren hasta el fin en la fidelidad al Señor alcanzarán la salvación. La exhortación a la perseverancia está consignada por los tres Sinópticos en este discurso (cfr. Mt 24,13: Mc 13,13) y por San Mateo en otro lugar (Mt 10,22) y asimismo por San Pedro. Ello parece subrayar la importancia de esta advertencia de Nuestro Señor en la vida de todo cristiano.
Jesús profetiza con toda claridad la destrucción de la Ciudad Santa. Cuando los cristianos que vivían allí vieron que los ejércitos cercaban la ciudad recordaron la profecía del Señor y huyeron a Transjordania (cfr. Historia Eclesiástica, 111, 5). En efecto, Cristo recomienda que huyan con toda prontitud, porque es el tiempo de la aflicción de Jerusalén, de que se cumpla lo que está escrito en el Antiguo Testamento: Dios castiga a Israel por sus infidelidades (Is 5,5-6).
La Tradición católica considera a Jerusalén como figura de la Iglesia. De hecho la Iglesia triunfante es llamada en el Apocalipsis la Jerusalén celestial (Apc 21,2). Por eso, al aplicar este pasaje a la Iglesia, los sufrimientos de la Ciudad Santa pueden ser considerados como figura de las contradicciones que sobrevienen a la Iglesia peregrina a causa de los pecados de los hombres, pues «ella misma vive entre las criaturas que gimen con dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios,) (Lumen gentium, n. 48).
«Tiempo de los gentiles» quiere decir el tiempo en que los gentiles, que no pertenecen al pueblo judío, entrarán a formar parte del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, hasta que los mismos judíos se conviertan al final de los tiempos (cfr. Rom 11,11-32).
Jesús se refiere a la conmoción de los elementos de la naturaleza cuando llegue el fin del mundo. «Las potestades de los cielos se conmoverán», es decir, todo el universo temblará ante la venida del Señor en poder y gloria.
El Señor, aplicándose a Sí mismo la profecía de Daniel (7,13), habla de su venida gloriosa al final de los tiempos. Los hombres contemplarán el poder y la gloria del Hijo del Hombre que viene a juzgar a vivos y muertos. Este juicio corresponde a Cristo también en cuanto hombre. La Sagrada Escritura describe la solemnidad de este juicio. En él se confirma la sentencia dada ya a cada uno en el juicio particular, y brillarán con total resplandor la justicia y misericordia que Dios ha tenido con los hombres a lo largo de la historia. «Era razonable -enseña el Catecismo Romano- que no sólo se estableciesen premios para los buenos y castigo para los malos en la vida futura, sino que también se decretase en un juicio general y público, a fin de que resultase para todos más notorio y grandioso, y para que todos tributasen a Dios alabanzas por su justicia y providencia) (1, 8,4).
Es, pues, esta venida del Señor día terrible para los malos y día de gozo para quienes le fueron fieles. Los discípulos han de levantar la cabeza con gozo, porque se aproxima su redención. Para ellos es el día del premio. La victoria obtenido por Cristo en la Cruz -victoria sobre el pecado, sobre el demonio y sobre la muerte- se manifiesta aquí en todas sus consecuencias. Por eso nos recomienda el apóstol San Pablo que vivamos «aguardando la bienaventuranza esperada y la venida gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tit 2,13)., «(Subió al Cielo (el Señor), de donde ha de venir de nuevo, entonces con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según los propios méritos: los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que los hayan rechazado hasta el final serán destinados al fuego que nunca cesará» (Credo del pueblo de Dios, n. 12).
El Reino de Dios, anunciado por Juan Bautista (cfr. Mt 3,2) y descrito por el Señor en tantas parábolas (cfr. Mt 13; Lc 13,18-20), se encuentra ya presente entre los Apóstoles (Lc 17,20-21) y, sin embargo, todavía no ha llegado la plenitud de su manifestación. Jesús anuncia en este lugar la llegada en plenitud del Reino y nos invita a pedir esto mismo en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino". «El Reino de Dios, que ha tenido aquí en la tierra sus comienzos en la Iglesia de Cristo, no es de este mundo, cuya figura pasa (cfr.1 Cor 7,31); y sus crecimientos propios no pueden juzgarse idénticos al progreso de la cultura de la humanidad o de las ciencias o de las artes técnicas, sino que consiste en que se conozcan cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en que se ponga cada vez con mayor constancia la esperanza en los bienes eternos, en que cada vez más ardientemente se responda al amor de Dios; finalmente, en que la gracia y la santidad se difundan cada vez más abundantemente entre los hombres» (Credo del pueblo de Dios, n. 27). Al final del mundo todo será recapitulado en Cristo y Dios reinará definitivamente en todas las cosas (cfr. 1 Cor 15,24.28).
Lo referente a la ruina y destrucción de Jerusalén, se cumplió unos cuarenta años después de la muerte del Señor, y pudo ser constatada la verdad de esta profecía por los contemporáneos de Jesús. Por otra parte, la ruina de Jerusalén es símbolo del fin del mundo, y así puede decirse que la generación a la que se refiere el Señor ha visto simbólicamente el fin del mundo. También se puede entender que el Señor hablaba de la generación de los creyentes (cfr. nota a Mt 24,32-35).
Al final de su discurso el Señor exhorta a la vigilancia como actitud necesaria para todos los cristianos. Debemos estar vigilantes porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor vendrá a pedirnos cuentas. Por ello hay que vivir en todo momento pendiente de la voluntad divina, haciendo en cada instante lo que hemos de hacer. Hay que vivir de tal modo que venga la muerte cuando venga siempre nos encuentre preparados. Para quienes viven así la muerte repentina nunca es una sorpresa. A éstos les dice San Pablo: “Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para que aquel día os arrebate como un ladrón”. Vivamos, pues, en continua vigilancia. Consiste la vigilancia en la lucha constante por no apegarnos a las cosas de este mundo (la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida; y en la práctica asidua de la oración que nos hace estar unidos a Dios. Si vivimos de este modo, aquel día será para nosotros un día de gozo y no de terror, porque nuestra vigilancia tendrá como resultado, con la ayuda de Dios, que nuestras almas estén prontas, en gracia, para recibir al Señor. Así nuestro encuentro con Cristo no será un juicio condenatorio sino un abrazo definitivo con el que Jesús nos introducirá a la casa del Padre. “¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre-Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar?” +
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