30 de Agosto 2010. LUNES DE LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SS. Juana Jugan vg, Félix y Adauto mrs, Margarita Ward mr. Beato Alfredo Ildefonso Schuster ob.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Corintios 2, 1-5. Os anuncié el misterio de Cristo crucificado
Salmo responsorial 118. Cuánto amo tu voluntad, Señor
Lucas 4, 16-30. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres... Ningún profeta es bien mirado en su tierra
Nos encontramos con el “acto inaugural” de la misión de Jesús según Lucas. El texto de Isaías le servirá de telón de fondo para anunciar lo nuclear de su ministerio: dar buena noticia a los pobres, anunciar libertad a los cautivos, visión a los ciegos, liberación a los oprimidos, año de gracia para todos. Indudablemente estamos ante la irrupción de algo totalmente nuevo. Jesús no es un profeta más, sino el gran profeta por excelencia que anuncia la inauguración de una nueva etapa para todo el pueblo. Por eso “todos tenían los ojos fijos en él”. Alguien que quiere que las cosas cambien según el designio de Dios. Indudablemente que esto le traería incomprensión, pues no todos estaban dispuestos a entender la novedad del mensaje ni a dejarse arrebatar por esta propuesta inédita. Jesús les hace ver su incredulidad y su escepticismo. Por eso quieren despeñarlo, esto es, quitarlo de en medio porque se percibe como una amenaza. Bien sabemos que todo profeta trae esperanza para el pueblo, pero también devela situaciones contrarias al plan de Dios. Por eso el profeta es incómodo, controvertido, polémico. Sin embargo, esa es la esencia de nuestra vocación cristiana: ser profetas de esperanza en un mundo cansado de esperar y ahogado por la técnica y el mercado.
PRIMERA LECTURA
1Corintios 2, 1-5
Os anuncié el misterio de Cristo crucificado
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
¡Cuánto amo tu voluntad!: todo el día estoy meditando. R.
Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña. R.
Soy más docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos. R.
Soy más sagaz que los ancianos, porque cumplo tus leyes. R.
Aparto mi pie de toda senda mala, para guardar tu palabra. R.
No me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido. R.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 4, 16-30
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres... Ningún profeta es bien mirado en su tierra
En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Corintios 2, 1-5. Os anuncié el misterio de Cristo crucificado
Salmo responsorial 118. Cuánto amo tu voluntad, Señor
Lucas 4, 16-30. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres... Ningún profeta es bien mirado en su tierra
Nos encontramos con el “acto inaugural” de la misión de Jesús según Lucas. El texto de Isaías le servirá de telón de fondo para anunciar lo nuclear de su ministerio: dar buena noticia a los pobres, anunciar libertad a los cautivos, visión a los ciegos, liberación a los oprimidos, año de gracia para todos. Indudablemente estamos ante la irrupción de algo totalmente nuevo. Jesús no es un profeta más, sino el gran profeta por excelencia que anuncia la inauguración de una nueva etapa para todo el pueblo. Por eso “todos tenían los ojos fijos en él”. Alguien que quiere que las cosas cambien según el designio de Dios. Indudablemente que esto le traería incomprensión, pues no todos estaban dispuestos a entender la novedad del mensaje ni a dejarse arrebatar por esta propuesta inédita. Jesús les hace ver su incredulidad y su escepticismo. Por eso quieren despeñarlo, esto es, quitarlo de en medio porque se percibe como una amenaza. Bien sabemos que todo profeta trae esperanza para el pueblo, pero también devela situaciones contrarias al plan de Dios. Por eso el profeta es incómodo, controvertido, polémico. Sin embargo, esa es la esencia de nuestra vocación cristiana: ser profetas de esperanza en un mundo cansado de esperar y ahogado por la técnica y el mercado.
PRIMERA LECTURA
1Corintios 2, 1-5
Os anuncié el misterio de Cristo crucificado
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
¡Cuánto amo tu voluntad!: todo el día estoy meditando. R.
Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña. R.
Soy más docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos. R.
Soy más sagaz que los ancianos, porque cumplo tus leyes. R.
Aparto mi pie de toda senda mala, para guardar tu palabra. R.
No me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido. R.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 4, 16-30
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres... Ningún profeta es bien mirado en su tierra
En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 2,1-5. Os anuncié el misterio de Cristo crucificado
Frente a una comunidad que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de tener que llamar la atención de todos sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de Cristo, el Señor.
En sustancia, son tres los pensamientos que remacha: «Sólo, Jesucristo, y éste crucificado» (v. 2) constituye el acontecimiento histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su debilidad humana (“Me presenté ante vosotros débil, asustado Y temblando de miedo”: v.3) y no por la prepotente demagogia de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe como acogida de la Palabra de la cruz, la que revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias al carácter específico de la fe en Cristo.
Estos tres acontecimientos —Cristo crucificado, la predicación apostólica y la fe— mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de ello, y lo experimentó personalmente en el camino de Damasco el día de su conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la predicación apostólica, que se concentra se agota en la proposición del mensaje pascual de Cristo muerto y resucitado. Es precisamente en este momento providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración del espíritu» (v. 4), que invade tanto al que evangeliza como a los que son evangelizados.
Comentario del Salmo 118. Cuánto amo tu voluntad, Señor.
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (100a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (115a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,16-30. “Hoy se ha cumplido el pasaje de la escritura que acabáis de escuchar”
La predicación de Jesús en Nazaret empieza con un rito: entra en la sinagoga, se levanta a leer le entregan el libro y al abrirlo encuentra el pasaje... (vv. 16ss). El momento es muy solemne y Lucas lo subraya con vigor: es una característica que se puede detectar con bastante facilidad en todo el relato. La página profética es proclamada por el mismo Jesús, que no tarda en dar la interpretación de la misma: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 11). Jesús es verdadero profeta, incluso el profeta escatológico (cf. Lc. 16,16), porque la profecía que proclama se cumple en su predicación, en sus gestos, en su persona. Por eso su tiempo es un kacairós —un tiempo providencial— para cualquiera que se abra mediante la escucha a la acogida del mensaje que salva. Y es la presencia de Jesús en persona la que justifica el valor de este «hoy» (v. 21). Lucas registra también la reacción de los presentes: en parte, positivamente estupefactos por las cosas que decía y por el modo como las decía («palabras de gracia»: v. 22); en parte, negativamente impresionados y, Por eso, críticos respecto al mismo Jesús (vv. 28ss). Como siempre, la reacción a la propuesta de salvación es de signo doble y contrario.
Encontramos, a continuación, una larga sección polémica: Jesús intuye que el ánimo de los presentes está, por lo general, indispuesto respecto a su predicación y presenta dos proverbios —el del médico y el del profeta ( 23.24)— que dejan entender con claridad lo que Jesús quiere decir. Las dos referencias bíblicas a las viudas de los tiempos de Elías y a los leprosos del tiempo de Eliseo (vv. 25-27) tienen también el objetivo polémico de desmantelar las disposiciones interiores de los presentes. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que, al final, Jesús sea objeto de una reticencia común y del rechazo más ciego.
Tanto Pablo como Lucas tocan en esta liturgia de la Palabra el tema de la predicación. Este se sitúa en el comienzo del camino de la fe, que por su propia naturaleza lleva a la salvación. Es ésta una ocasión propicia para detenernos en el valor teológico de la predicación, entendida como acto litúrgico que, en cuanto tal, participa de la economía sacramental. Esta última, en efecto, nos viene dada a través de los signos litúrgicos —y entre ellos hemos de enumerar, a buen seguro, la predicación—, los cuales «realizan lo que significan».
La predicación es antes que nada un acontecimiento de gracia: como los habitantes de Corinto, como los contemporáneos de Elías y de Eliseo y como los contemporáneos de Jesús, también nosotros nos encontramos situados no ante un o acontecimiento puramente humano, aunque en ocasiones sea digno de admiración, sino ante un gesto que, aunque sea en medio de la debilidad, es portador de un mensaje ajeno —el de Dios— y de una gracia que viene de lo alto. La predicación cristiana se vale de las profecías veteretestamentarias pero se sitúa en el presente histórico: « hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar». La referencia a los tiempos pasados no es, obviamente, un alarde de cultura, sino más bien memoria actualizadora de algunos profetas que contienen una promesa divina. De modo similar, la referencia al presente histórico no es violencia a la libertad de los individuos, sino más bien una invitación autorizada a no prescindir, por pereza o por ligereza, de la Palabra de Dios.
Por último, la predicación apostólica se encuentra en el comienzo de un itinerario de fe que Pablo, entre otros, se encarga de ti-azar también en los dos primeros capítulos de su primera carta a los cristianos de Tesalónica. Quien tenga la paciencia de leerlos encontrará en ellos un esbozo bastante completo de la «teología de la predicación». De todos modos, aconsejamos sopesar todo esto con lo que escribe Pablo en 1 Tes 2,13: “Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes”.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 4,16-30, para nuestros mayores. El tema de la predicación.
Con toda seguridad, la noticia de un fracaso de Jesús entre las gentes de su pueblo tiene un verdadero fondo histórico (Cf. MC 6, 1-6). Sobre esa noticia, Lucas ha tejido un espléndido relato que resume el contenido del evangelio y muestra las razones del rechazo de Jesús por parte de los suyos (Anisarte, todo Israel)
De las notas de ese evangelio hemos hablado en el comentario precedente (4, 14-22a). Allí decíamos que Jesús, cumpliendo las esperanzas del antiguo testamento, se ha presentado como el principio de un mundo nuevo, condensado en la liberación de los oprimidos y la plenitud de vida para los pobres (4, 17-2 1). Esa revelación ha suscitado una primera respuesta admirativa (4, 21a). Lucas sabe que los hombres de Israel no se han opuesto plenamente al Cristo; ellos son precisamente los que han constituido la primera base de la Iglesia (apóstoles, comunidad de Jerusalén). Sin embargo, junto a esa primera respuesta hay otra de escándalo y rechazo (4, 2 lb v.ss).
El rechazo de los suyos se basa en dos razones. La primera se ha basado en la persona de Jesús: « ¿es éste el hijo de José?» Los que así preguntan han supuesto que el Mesías de Dios ha de mostrarse de una forma externa, esplendorosa, desconcertante. Dios se identifica para ellos con c misterio, con aquello que se impone ante la mente, pues procede desde fuera de la tierra. Por eso, conociendo que Jesús ha sido un hombre entre los hombres, piensan que es preciso rechazarle.
La segunda razón es semejante: quieren milagros. En el mismo plano se situaba el diablo de la tentación (LC 4, 9) y se sitúan los judíos de la polémica paulina (1Cor 1, 22): piden signos prodigiosos; quieren tener una seguridad absoluta y necesitan que Dios les demuestre su verdad. Por eso, cuando viene Jesús se escandalizan de su figura y terminan dejándole a un lado.
Es curioso observar que Lucas no ha ofrecido una respuesta a esas razones, limitándose a recordar un viejo enigma que se aplica a la situación del momento presente: los profetas de otro tiempo (Elías y Eliseo) no encontraron fe en las gentes de su pueblo; por eso ofrecieron salvación a los extraños (4, 25-27). La historia se repite el profeta que no ha sido escuchado entre los suyos (Cf. 4,24) ha venido a ofrecer su salvación a los gentiles. Para Lucas, la verdad de esta escena se ha cumplido de una forma total en la misión de los gentiles, narrada en el libro de los Hechos.
Ante este relato, que Lucas ha narrado de manera típica, queremos plantear una serie de interrogaciones: primer lugar, podemos preguntarnos por el contenido de nuestra fe: ¿Hemos valorado toda la profundidad del escándalo de Jesús, el hecho de que Dios haya venido revelarse por un hombre que, externamente, ha sido igual que los demás? ¿No queremos basar la fe en milagros de carácter aparatoso? Recordemos que el único milagro Jesús, su palabra, el signo de su vida, el testimonio de muerte, interpretada a la luz del mensaje de la pascua. A no ser que profundicemos en esa dirección es muy posible que nos pase aquello que ha pasado a Israel en otro tiempo: quizá perdamos al profeta mientras llegan gentes de otros pueblos a encontrarlo,
Comentario del Santo Evangelio: Mt 16, 21-27. De Joven para Joven. “Palabras de gracia”
El episodio ocupa un lugar central en los evangelios sinópticos. Mateo da un relieve particular a la identidad de Jesús y al papel de Pedro. Jesús se identifica aquí con el Hijo del hombre, el Juez universal esperado para el final de los tiempos: una figura gloriosa, humano-divina (cf. Dn 7, l3s), que no se presta a esperanzas políticas, corno la del Mesías/Cristo. Por lo demás, el sondeo de opiniones (v. 14) atestigua que la gente duda a la hora de proyectar sobre Jesús esperanzas de ese tipo: la res puesta de Pedro no es, por consiguiente, algo previsible. Jesús lo confirma solemnemente, constituyendo al apóstol en jefe de la nueva comunidad mesiánica e imponiéndole un nombre nuevo, signo de una nueva identidad y misión.
El mesianismo de Jesús, sin embargo, difiere radicalmente del sentir humano: la gente no está preparada para acogerlo (v. 20), ni siquiera Pedro lo está, a pesar de la revelación del Padre. En efecto, manifiesta toda su debilidad frente al primer anuncio de la pasión, en el que Jesús parece identificarse con el Siervo sufriente más que con el Cristo. Llegados ahí, Jesús emplea una expresión durísima dirigida a Pedro, le llama “Satanás”, dado que le presenta las mismas tentaciones mesiánicas que ya le había insinuado el demonio en el desierto.
Con todo, Jesús no revoca la misión que le había confiado a Pedro: de ahí que debamos reconocer que la Iglesia, desde la «roca» de su fundamento, aunque está constituida por hombres frágiles, permanecerá firme e inmortal en virtud de la presencia del mismo Cristo (v. l8b). Sin embargo, el camino de los discípulos debe calcar las huellas del Maestro: deberán compartir sus sufrimientos, humillaciones, aparentes fracasos, para compartir también la victoria.
Jesús lo asegura a través de la revelación implícita que en él realizan y unifican tres figuras proféticas de la Escritura tan diferentes que parecen antitéticas: la escatológica del Hijo del hombre, la real del Mesías y la misteriosa del Siervo sufriente.
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Hoy nos somete Jesús al examen de la fe. Como hizo Simón Pedro, tal vez pudiéramos superar la parte teórica con una respuesta exacta, fruto de la gracia de Dios que trabaja en nosotros. “Tú eres el Mesías”, la realización de las mejores esperanzas, “el Hijo de Dios vivo”. La afirmación de Pedro brota del corazón, no, a buen seguro, de sus nociones de teología, y suscita la igualmente cordial exclamación del Señor. Quisiéramos responder con el mismo ardor a Jesús.
Con todo, eso no bastaría para superar el examen: hemos comprendido que Jesús es Dios, pero debemos comprobar también nuestro concepto de Dios y de su obrar. En efecto, nuestro vínculo con él requiere la imitación, el seguimiento del Hijo: ésta es la prueba práctica, la comprobación de la fe. Nosotros creemos en el Dios omnipotente, pero no hemos comprendido aún de trianera suficiente que su omnipotencia es misericordia infinita, llegada hasta el sacrificio del Hijo. Por eso nos quedamos desconcertados o decepcionados frente a las oposiciones y a los fracasos: nos falta la conciencia de que Cristo está presente entre nosotros corno Crucificado-Resucitado, para salvarnos, abriéndonos por delante su mismo camino.
Si queremos ser discípulos suyos, no hay otro camino. Ese camino conduce a la plenitud de la vida, aunque a costa de renuncias y de fatigas: para avanzar es preciso rechazar tos falsos valores propuestos por la mentalidad mundana. El Hijo de Dios vivo es también verdadero hombre: sólo él puede enseñarnos a ser personas auténticas, capaces de realizar aquella humanidad que corresponde a las expectativas del Padre. Si siguiéramos con confianza la enseñanza y el ejemplo del Maestro, podríamos superar también el examen definitivo que el evangelio nos deja entrever hoy, puesto que “el Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta” (V, 27).
Elevación Espiritual para este día
¿Os dais cuenta, hermanos, de lo peligroso que puede resultar callarse? El malvado muere, y muere con razón; muere en su pecado y en su impiedad, pero lo ha matado la negligencia del mal pastor Pues podría haber encontrado al pastor que vive y que dice: Por mi vida, oráculo del Señor, pero como fue negligente el que recibió el encargo de amonestarlo y no lo hizo, él morirá con razón, y con razón se condenará el otro. En cambio, como dice el texto sagrado: “Si advirtieses al impío, al que yo hubiese amenazado con la muerte: Eres reo de muerte, y él no se preocupa de evitar la espada amenazadora, y viene la espada y acaba con él, él morirá en su pecado, y tú, en cambio, habrás salvado tu alma”. Por eso precisamente, a nosotros nos toca no callarnos, mas vosotros, en el caso de que nos callemos, no dejáis de escuchar las palabras del Pastor en las sagradas Escrituras.
Reflexión Espiritual para el día.
Cuando se habla de ciencia de la cruz, no hemos de entender la palabra ciencia en el sentido habitual. No se trata de una teoría, es decir, de un simple conjunto de proposiciones verdaderas —reales o hipotéticas— ni de una construcción ideal ensamblada por el proceso lógico del pensamiento. Se trata más bien de una verdad ya admitida —una teología de la cruz—, pero que es una verdad viva, real, activa. Es sembrar en el alma como un grano de trigo, que echa raíces y crece, dando al alma una impronta especial y determinante en su conducta, hasta el punto de resultar claramente discernible en el exterior. En este sentido es en el que hablamos de ciencia de la cruz. De este estilo y de esta fuerza —elementos vitales que actúan en lo más profundo del alma— brota también la concepción de la vida, la imagen que cada hombre se hace de Dios y del mundo, de modo que tales cosas puedan encontrar su expresión en una construcción intelectual, en una teoría [obstante], sólo se llega a poseer una scientia crucis cuando experimentamos la cruz hasta el fondo. De eso estuve convencida desde el primer momento, por eso dije de corazón: Ave crux, spes unica. E. Stein.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia. Fracaso Evangelizador de Pablo en Atenas.
Cuando fui a vosotros, hermanos, no fui a anunciaros el misterio de Dios con el prestigio de la palabra o de la sabiduría...
Antes de hablar en Corinto, Pablo había tratado de evangelizar Atenas, donde se encontró ante unos griegos ergotistas y frívolos, poco preocupados de buscar la verdad pero deseosos de discusiones a la moda del día. Allí fracasó. (Hechos 17, 16-32) Ante los corintios, cuya comunidad estaba constituida por gente sencilla —Dios escoge lo débil: Corintios 1, 26—, Pablo confirma este principio, proponiendo su propio ejemplo: no soy elocuente, sino débil, no soy más que un pobre testigo de algo que me sobrepasa.
La autoridad de los apóstoles no proviene de su ciencia ni de su valer humano. ¡Anuncian el «misterio» de Dios! Señor, hazme más humilde cuando escuche tu Palabra. Líbrame de los entusiasmos superficiales.
No quise saber otra cosa sino a Jesucristo... Ninguna otra cosa. A Jesucristo, mesías crucificado.
¡Ah! ¡Cuán lejos nos hallamos de la elocuencia humana y de las mentes cultivadas! El calvario no es el punto de reunión de los razonadores de este mundo: tan sólo se dan cita allí los que humildemente aceptan que Dios les conduzca donde no irían por sí mismos...
¿Qué tiempo dedicó a la contemplación de la cruz?
Perdón, Señor, por no detenerme a menudo, a fijar mis miradas en tus ojos de crucificado, para leer en ellos, mejor que en cualquier razonamiento, la locura de tu amor por mí.
Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Mi palabra y mi proclamación del evangelio no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría...
Pablo, uno de los más grandes santos, era consciente de su debilidad humana. Se confiesa «tímido y tembloroso». No busca salvaguardar ningún prestigio personal.
¡Qué gran ejemplo! Pablo no trataba de «convencer» a fuerza de argumentos.
Hablaba, como con cierta timidez. Exponía su testimonio. El valor de la evangelización no depende de los medios humanos empleados, sino de «la experiencia vivida del encuentro con Cristo». Pablo estaba impregnado de Cristo.
Pero el Espíritu y su poder eran los que se impusieron.
Esta inseguridad que experimenta Pablo ante los pobres medios humanos de que dispone, en vez de abatirle le confiere una razón de mayor seguridad: ¡el vacío que siente en sí mismo es el lugar donde puede expansionarse la «potencia del Espíritu»!
La Fe no es una adhesión de orden intelectual, de orden puramente humano. La teología dirá más tarde que es un don de la gracia.
Para que vuestra fe no repose en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.
La Fe que deseamos para las personas que amamos, no les llegará a fuerza de discutir o de querer probar... sólo llegará por un «testimonio de vida de fe» que, algún día quizá, los interpelará... y por la oración.
El cristianismo no es una demostración, ni una ideología, ni un sistema filosófico, es una «relación de amor» con Dios: y esta relación depende primero de una iniciativa divina. Toda nuestra cooperación, de hecho necesaria, consiste en dejarse modelar por Dios. ¡Esta postura es la contraria a la de «poner condiciones a Dios y querer que pase por nuestras propias exigencias»!
La primera «idolatría» es la del pensamiento seguro de sí mismo: tomar nuestro pensamiento como medida de lo divino; pretender que yo tendría que comprenderlo todo; ¡convertirme en medida de Dios! La Fe es el maravilloso privilegio de los «pobres». +
Frente a una comunidad que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de tener que llamar la atención de todos sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de Cristo, el Señor.
En sustancia, son tres los pensamientos que remacha: «Sólo, Jesucristo, y éste crucificado» (v. 2) constituye el acontecimiento histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su debilidad humana (“Me presenté ante vosotros débil, asustado Y temblando de miedo”: v.3) y no por la prepotente demagogia de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe como acogida de la Palabra de la cruz, la que revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias al carácter específico de la fe en Cristo.
Estos tres acontecimientos —Cristo crucificado, la predicación apostólica y la fe— mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de ello, y lo experimentó personalmente en el camino de Damasco el día de su conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la predicación apostólica, que se concentra se agota en la proposición del mensaje pascual de Cristo muerto y resucitado. Es precisamente en este momento providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración del espíritu» (v. 4), que invade tanto al que evangeliza como a los que son evangelizados.
Comentario del Salmo 118. Cuánto amo tu voluntad, Señor.
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (100a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (115a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,16-30. “Hoy se ha cumplido el pasaje de la escritura que acabáis de escuchar”
La predicación de Jesús en Nazaret empieza con un rito: entra en la sinagoga, se levanta a leer le entregan el libro y al abrirlo encuentra el pasaje... (vv. 16ss). El momento es muy solemne y Lucas lo subraya con vigor: es una característica que se puede detectar con bastante facilidad en todo el relato. La página profética es proclamada por el mismo Jesús, que no tarda en dar la interpretación de la misma: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 11). Jesús es verdadero profeta, incluso el profeta escatológico (cf. Lc. 16,16), porque la profecía que proclama se cumple en su predicación, en sus gestos, en su persona. Por eso su tiempo es un kacairós —un tiempo providencial— para cualquiera que se abra mediante la escucha a la acogida del mensaje que salva. Y es la presencia de Jesús en persona la que justifica el valor de este «hoy» (v. 21). Lucas registra también la reacción de los presentes: en parte, positivamente estupefactos por las cosas que decía y por el modo como las decía («palabras de gracia»: v. 22); en parte, negativamente impresionados y, Por eso, críticos respecto al mismo Jesús (vv. 28ss). Como siempre, la reacción a la propuesta de salvación es de signo doble y contrario.
Encontramos, a continuación, una larga sección polémica: Jesús intuye que el ánimo de los presentes está, por lo general, indispuesto respecto a su predicación y presenta dos proverbios —el del médico y el del profeta ( 23.24)— que dejan entender con claridad lo que Jesús quiere decir. Las dos referencias bíblicas a las viudas de los tiempos de Elías y a los leprosos del tiempo de Eliseo (vv. 25-27) tienen también el objetivo polémico de desmantelar las disposiciones interiores de los presentes. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que, al final, Jesús sea objeto de una reticencia común y del rechazo más ciego.
Tanto Pablo como Lucas tocan en esta liturgia de la Palabra el tema de la predicación. Este se sitúa en el comienzo del camino de la fe, que por su propia naturaleza lleva a la salvación. Es ésta una ocasión propicia para detenernos en el valor teológico de la predicación, entendida como acto litúrgico que, en cuanto tal, participa de la economía sacramental. Esta última, en efecto, nos viene dada a través de los signos litúrgicos —y entre ellos hemos de enumerar, a buen seguro, la predicación—, los cuales «realizan lo que significan».
La predicación es antes que nada un acontecimiento de gracia: como los habitantes de Corinto, como los contemporáneos de Elías y de Eliseo y como los contemporáneos de Jesús, también nosotros nos encontramos situados no ante un o acontecimiento puramente humano, aunque en ocasiones sea digno de admiración, sino ante un gesto que, aunque sea en medio de la debilidad, es portador de un mensaje ajeno —el de Dios— y de una gracia que viene de lo alto. La predicación cristiana se vale de las profecías veteretestamentarias pero se sitúa en el presente histórico: « hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar». La referencia a los tiempos pasados no es, obviamente, un alarde de cultura, sino más bien memoria actualizadora de algunos profetas que contienen una promesa divina. De modo similar, la referencia al presente histórico no es violencia a la libertad de los individuos, sino más bien una invitación autorizada a no prescindir, por pereza o por ligereza, de la Palabra de Dios.
Por último, la predicación apostólica se encuentra en el comienzo de un itinerario de fe que Pablo, entre otros, se encarga de ti-azar también en los dos primeros capítulos de su primera carta a los cristianos de Tesalónica. Quien tenga la paciencia de leerlos encontrará en ellos un esbozo bastante completo de la «teología de la predicación». De todos modos, aconsejamos sopesar todo esto con lo que escribe Pablo en 1 Tes 2,13: “Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes”.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 4,16-30, para nuestros mayores. El tema de la predicación.
Con toda seguridad, la noticia de un fracaso de Jesús entre las gentes de su pueblo tiene un verdadero fondo histórico (Cf. MC 6, 1-6). Sobre esa noticia, Lucas ha tejido un espléndido relato que resume el contenido del evangelio y muestra las razones del rechazo de Jesús por parte de los suyos (Anisarte, todo Israel)
De las notas de ese evangelio hemos hablado en el comentario precedente (4, 14-22a). Allí decíamos que Jesús, cumpliendo las esperanzas del antiguo testamento, se ha presentado como el principio de un mundo nuevo, condensado en la liberación de los oprimidos y la plenitud de vida para los pobres (4, 17-2 1). Esa revelación ha suscitado una primera respuesta admirativa (4, 21a). Lucas sabe que los hombres de Israel no se han opuesto plenamente al Cristo; ellos son precisamente los que han constituido la primera base de la Iglesia (apóstoles, comunidad de Jerusalén). Sin embargo, junto a esa primera respuesta hay otra de escándalo y rechazo (4, 2 lb v.ss).
El rechazo de los suyos se basa en dos razones. La primera se ha basado en la persona de Jesús: « ¿es éste el hijo de José?» Los que así preguntan han supuesto que el Mesías de Dios ha de mostrarse de una forma externa, esplendorosa, desconcertante. Dios se identifica para ellos con c misterio, con aquello que se impone ante la mente, pues procede desde fuera de la tierra. Por eso, conociendo que Jesús ha sido un hombre entre los hombres, piensan que es preciso rechazarle.
La segunda razón es semejante: quieren milagros. En el mismo plano se situaba el diablo de la tentación (LC 4, 9) y se sitúan los judíos de la polémica paulina (1Cor 1, 22): piden signos prodigiosos; quieren tener una seguridad absoluta y necesitan que Dios les demuestre su verdad. Por eso, cuando viene Jesús se escandalizan de su figura y terminan dejándole a un lado.
Es curioso observar que Lucas no ha ofrecido una respuesta a esas razones, limitándose a recordar un viejo enigma que se aplica a la situación del momento presente: los profetas de otro tiempo (Elías y Eliseo) no encontraron fe en las gentes de su pueblo; por eso ofrecieron salvación a los extraños (4, 25-27). La historia se repite el profeta que no ha sido escuchado entre los suyos (Cf. 4,24) ha venido a ofrecer su salvación a los gentiles. Para Lucas, la verdad de esta escena se ha cumplido de una forma total en la misión de los gentiles, narrada en el libro de los Hechos.
Ante este relato, que Lucas ha narrado de manera típica, queremos plantear una serie de interrogaciones: primer lugar, podemos preguntarnos por el contenido de nuestra fe: ¿Hemos valorado toda la profundidad del escándalo de Jesús, el hecho de que Dios haya venido revelarse por un hombre que, externamente, ha sido igual que los demás? ¿No queremos basar la fe en milagros de carácter aparatoso? Recordemos que el único milagro Jesús, su palabra, el signo de su vida, el testimonio de muerte, interpretada a la luz del mensaje de la pascua. A no ser que profundicemos en esa dirección es muy posible que nos pase aquello que ha pasado a Israel en otro tiempo: quizá perdamos al profeta mientras llegan gentes de otros pueblos a encontrarlo,
Comentario del Santo Evangelio: Mt 16, 21-27. De Joven para Joven. “Palabras de gracia”
El episodio ocupa un lugar central en los evangelios sinópticos. Mateo da un relieve particular a la identidad de Jesús y al papel de Pedro. Jesús se identifica aquí con el Hijo del hombre, el Juez universal esperado para el final de los tiempos: una figura gloriosa, humano-divina (cf. Dn 7, l3s), que no se presta a esperanzas políticas, corno la del Mesías/Cristo. Por lo demás, el sondeo de opiniones (v. 14) atestigua que la gente duda a la hora de proyectar sobre Jesús esperanzas de ese tipo: la res puesta de Pedro no es, por consiguiente, algo previsible. Jesús lo confirma solemnemente, constituyendo al apóstol en jefe de la nueva comunidad mesiánica e imponiéndole un nombre nuevo, signo de una nueva identidad y misión.
El mesianismo de Jesús, sin embargo, difiere radicalmente del sentir humano: la gente no está preparada para acogerlo (v. 20), ni siquiera Pedro lo está, a pesar de la revelación del Padre. En efecto, manifiesta toda su debilidad frente al primer anuncio de la pasión, en el que Jesús parece identificarse con el Siervo sufriente más que con el Cristo. Llegados ahí, Jesús emplea una expresión durísima dirigida a Pedro, le llama “Satanás”, dado que le presenta las mismas tentaciones mesiánicas que ya le había insinuado el demonio en el desierto.
Con todo, Jesús no revoca la misión que le había confiado a Pedro: de ahí que debamos reconocer que la Iglesia, desde la «roca» de su fundamento, aunque está constituida por hombres frágiles, permanecerá firme e inmortal en virtud de la presencia del mismo Cristo (v. l8b). Sin embargo, el camino de los discípulos debe calcar las huellas del Maestro: deberán compartir sus sufrimientos, humillaciones, aparentes fracasos, para compartir también la victoria.
Jesús lo asegura a través de la revelación implícita que en él realizan y unifican tres figuras proféticas de la Escritura tan diferentes que parecen antitéticas: la escatológica del Hijo del hombre, la real del Mesías y la misteriosa del Siervo sufriente.
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Hoy nos somete Jesús al examen de la fe. Como hizo Simón Pedro, tal vez pudiéramos superar la parte teórica con una respuesta exacta, fruto de la gracia de Dios que trabaja en nosotros. “Tú eres el Mesías”, la realización de las mejores esperanzas, “el Hijo de Dios vivo”. La afirmación de Pedro brota del corazón, no, a buen seguro, de sus nociones de teología, y suscita la igualmente cordial exclamación del Señor. Quisiéramos responder con el mismo ardor a Jesús.
Con todo, eso no bastaría para superar el examen: hemos comprendido que Jesús es Dios, pero debemos comprobar también nuestro concepto de Dios y de su obrar. En efecto, nuestro vínculo con él requiere la imitación, el seguimiento del Hijo: ésta es la prueba práctica, la comprobación de la fe. Nosotros creemos en el Dios omnipotente, pero no hemos comprendido aún de trianera suficiente que su omnipotencia es misericordia infinita, llegada hasta el sacrificio del Hijo. Por eso nos quedamos desconcertados o decepcionados frente a las oposiciones y a los fracasos: nos falta la conciencia de que Cristo está presente entre nosotros corno Crucificado-Resucitado, para salvarnos, abriéndonos por delante su mismo camino.
Si queremos ser discípulos suyos, no hay otro camino. Ese camino conduce a la plenitud de la vida, aunque a costa de renuncias y de fatigas: para avanzar es preciso rechazar tos falsos valores propuestos por la mentalidad mundana. El Hijo de Dios vivo es también verdadero hombre: sólo él puede enseñarnos a ser personas auténticas, capaces de realizar aquella humanidad que corresponde a las expectativas del Padre. Si siguiéramos con confianza la enseñanza y el ejemplo del Maestro, podríamos superar también el examen definitivo que el evangelio nos deja entrever hoy, puesto que “el Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta” (V, 27).
Elevación Espiritual para este día
¿Os dais cuenta, hermanos, de lo peligroso que puede resultar callarse? El malvado muere, y muere con razón; muere en su pecado y en su impiedad, pero lo ha matado la negligencia del mal pastor Pues podría haber encontrado al pastor que vive y que dice: Por mi vida, oráculo del Señor, pero como fue negligente el que recibió el encargo de amonestarlo y no lo hizo, él morirá con razón, y con razón se condenará el otro. En cambio, como dice el texto sagrado: “Si advirtieses al impío, al que yo hubiese amenazado con la muerte: Eres reo de muerte, y él no se preocupa de evitar la espada amenazadora, y viene la espada y acaba con él, él morirá en su pecado, y tú, en cambio, habrás salvado tu alma”. Por eso precisamente, a nosotros nos toca no callarnos, mas vosotros, en el caso de que nos callemos, no dejáis de escuchar las palabras del Pastor en las sagradas Escrituras.
Reflexión Espiritual para el día.
Cuando se habla de ciencia de la cruz, no hemos de entender la palabra ciencia en el sentido habitual. No se trata de una teoría, es decir, de un simple conjunto de proposiciones verdaderas —reales o hipotéticas— ni de una construcción ideal ensamblada por el proceso lógico del pensamiento. Se trata más bien de una verdad ya admitida —una teología de la cruz—, pero que es una verdad viva, real, activa. Es sembrar en el alma como un grano de trigo, que echa raíces y crece, dando al alma una impronta especial y determinante en su conducta, hasta el punto de resultar claramente discernible en el exterior. En este sentido es en el que hablamos de ciencia de la cruz. De este estilo y de esta fuerza —elementos vitales que actúan en lo más profundo del alma— brota también la concepción de la vida, la imagen que cada hombre se hace de Dios y del mundo, de modo que tales cosas puedan encontrar su expresión en una construcción intelectual, en una teoría [obstante], sólo se llega a poseer una scientia crucis cuando experimentamos la cruz hasta el fondo. De eso estuve convencida desde el primer momento, por eso dije de corazón: Ave crux, spes unica. E. Stein.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia. Fracaso Evangelizador de Pablo en Atenas.
Cuando fui a vosotros, hermanos, no fui a anunciaros el misterio de Dios con el prestigio de la palabra o de la sabiduría...
Antes de hablar en Corinto, Pablo había tratado de evangelizar Atenas, donde se encontró ante unos griegos ergotistas y frívolos, poco preocupados de buscar la verdad pero deseosos de discusiones a la moda del día. Allí fracasó. (Hechos 17, 16-32) Ante los corintios, cuya comunidad estaba constituida por gente sencilla —Dios escoge lo débil: Corintios 1, 26—, Pablo confirma este principio, proponiendo su propio ejemplo: no soy elocuente, sino débil, no soy más que un pobre testigo de algo que me sobrepasa.
La autoridad de los apóstoles no proviene de su ciencia ni de su valer humano. ¡Anuncian el «misterio» de Dios! Señor, hazme más humilde cuando escuche tu Palabra. Líbrame de los entusiasmos superficiales.
No quise saber otra cosa sino a Jesucristo... Ninguna otra cosa. A Jesucristo, mesías crucificado.
¡Ah! ¡Cuán lejos nos hallamos de la elocuencia humana y de las mentes cultivadas! El calvario no es el punto de reunión de los razonadores de este mundo: tan sólo se dan cita allí los que humildemente aceptan que Dios les conduzca donde no irían por sí mismos...
¿Qué tiempo dedicó a la contemplación de la cruz?
Perdón, Señor, por no detenerme a menudo, a fijar mis miradas en tus ojos de crucificado, para leer en ellos, mejor que en cualquier razonamiento, la locura de tu amor por mí.
Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Mi palabra y mi proclamación del evangelio no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría...
Pablo, uno de los más grandes santos, era consciente de su debilidad humana. Se confiesa «tímido y tembloroso». No busca salvaguardar ningún prestigio personal.
¡Qué gran ejemplo! Pablo no trataba de «convencer» a fuerza de argumentos.
Hablaba, como con cierta timidez. Exponía su testimonio. El valor de la evangelización no depende de los medios humanos empleados, sino de «la experiencia vivida del encuentro con Cristo». Pablo estaba impregnado de Cristo.
Pero el Espíritu y su poder eran los que se impusieron.
Esta inseguridad que experimenta Pablo ante los pobres medios humanos de que dispone, en vez de abatirle le confiere una razón de mayor seguridad: ¡el vacío que siente en sí mismo es el lugar donde puede expansionarse la «potencia del Espíritu»!
La Fe no es una adhesión de orden intelectual, de orden puramente humano. La teología dirá más tarde que es un don de la gracia.
Para que vuestra fe no repose en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.
La Fe que deseamos para las personas que amamos, no les llegará a fuerza de discutir o de querer probar... sólo llegará por un «testimonio de vida de fe» que, algún día quizá, los interpelará... y por la oración.
El cristianismo no es una demostración, ni una ideología, ni un sistema filosófico, es una «relación de amor» con Dios: y esta relación depende primero de una iniciativa divina. Toda nuestra cooperación, de hecho necesaria, consiste en dejarse modelar por Dios. ¡Esta postura es la contraria a la de «poner condiciones a Dios y querer que pase por nuestras propias exigencias»!
La primera «idolatría» es la del pensamiento seguro de sí mismo: tomar nuestro pensamiento como medida de lo divino; pretender que yo tendría que comprenderlo todo; ¡convertirme en medida de Dios! La Fe es el maravilloso privilegio de los «pobres». +
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