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martes, 31 de agosto de 2010

Lecturas del día 31-08-2010


31 de Agosto 2010. MARTES DE LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SS. Ramón Nonato rl, José de Arimatea y Nicodemo Nuevo Testament. Dominguito del Val mr, Beato Pedro Tarrés y com mrs.


LITURGIA DE LA PALABRA

1Corintios 2, 10b-16 A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios; en cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo.
Salmo responsorial: 144. El Señor es justo en todos sus caminos.
Lucas 4, 31-37. Sé quién eres: el Santo de Dios 

Luego del anuncio de su misión, Jesús va de Nazaret a Cafarnaún para continuar su ministerio. La gente se asombra porque les “habla con autoridad”, es decir, con argumentos respaldados en la vida. No es pura palabrería como los fariseos o los escribas. Son palabras que transmiten vida y “encienden el corazón de quienes le escuchan”. En el interior de la sinagoga hay un hombre con un espíritu inmundo. Hasta la institución religiosa más importante para el mundo judío estaba contaminada de corrupción y de falsedad; tengamos en cuenta que el redactor utiliza la primera persona del plural para referirse al endemoniado. El hombre no soporta la presencia de Jesús, porque lo pone en evidencia. Pero la palabra de Jesús tiene fuerza liberadora que es capaz de dominar el mal y expulsarlo, pues no serán la muerte, la enfermedad o la maldad quienes tengan la última palabra sobre la humanidad, sino la Palabra de Dios. Este hecho corrobora lo dicho antes: su palabra tiene autoridad para derrotar las fuerzas del mal que dominan al ser humano. Nuestra palabra tendrá autoridad, fuerza liberadora cuando esté suficientemente respaldada por el testimonio de vida. De lo contrario, serán palabras que “se lleva el viento”.

PRIMERA LECTURA.
1Corintios 2, 10b-16
A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios; en cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo 

Hermanos: El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. ¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues, lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos.


Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales. A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie. "¿Quién conoce la mente del Señor para poder instruirlo?" Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.


Salmo responsorial: 144
R/. El Señor es justo en todos sus caminos.
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R.



Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R.


Explicando tus hazañas a los hombres,  la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. R.


El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones.El Señor sostiene a los que van a caer, / endereza a los que ya se doblan. R.


SANTO EVANGELIO.
Lucas 4, 31-37
Sé quién eres: el Santo de Dios 

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de la Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios". Jesús le intimó: "¡Cierra la boca y sal!" El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: "¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen". Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 2, 10b-16. A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios; en cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo.
Pablo, queriendo profundizar en su propio pensamiento, afirma que ninguna persona, contando sólo con sus propias fuerzas, puede conocer a Dios, ni tampoco el misterio de la salvación que quiere entregarnos a todos. Todo es gracia, y sólo por gracia podemos participar nosotros en la salvación.



Esto es posible porque tenemos la revelación del Padre; es más, por medio de Cristo podemos decir que conocernos en cierto modo hasta los secretos de Dios, y nuestro lenguaje, apoyado por el Espíritu Santo, consigue balbucear algo verdadero y auténtico de lo que se refiere a la vida de Dios. Ahora bien, nosotros hemos recibido también el Espíritu que viene de Dios, es decir el don de Dios por excelencia, del que nos viene el don de la sabiduría. De este modo entramos en sintonía con el mensaje revelado; más aún, se establece una simpatía entre nosotros y todo lo que nos es comunicado. Quien no acoge este don no lo saborea a fondo y no puede comprender el misterio, los secretos de Dios, sino que queda escandalizado. Lo que debería ser sabiduría se convierte para ellos simplemente en locura.


Por último, nosotros poseernos también «el modo de pensar de Cristo» (v. 16), a saber: estamos iluminados por la luz del Evangelio sobre lo que complace a Dios simplemente porque es verdadero, justamente porque se ha realizado en Cristo Jesús: en su vida terrena y de modo señalado en su muerte y resurrección. Poseer el modo de pensar de Cristo es una expresión cargada de significado apocalíptico, es decir; revelador, y no debe ser entendida en una acepción básicamente ética.


Comentario del Salmo 144. El Señor es justo en todos sus caminos.
Este salmo es un himno de alabanza. Con él se abre la gran alabanza que cierra el Salterio. De hecho, todos los salmos, desde aquí hasta el final, pertenecen a este mismo tipo. Además es un salmo alfabético, esto es, cada uno de sus versículos comienza, por orden, con una letra del alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111-112; 119).



Este salmo consta de introducción (ib-2), cuerpo (3.20) y conclusión (21). El cuerpo (3-20) puede, a su vez, dividirse en cuatro partes, cada una de las cuales comienza con una afirmación referida al Señor: 3-7 (el Señor es justo); 8-13a (el Señor es clemente y misericordioso); 13b-16 (el Señor es fiel); 17-20 (el Señor es justo).


En la introducción (b-2), el salmista hace tres cosas: exalta, bendice (dos veces) y alaba. La razón de esta alabanza es Dios, al que se llama «Dios mío, mi rey», y su nombre (ese nombre es «el Señor» —Yavé en hebreo, cf. Ex 3,14— y aparecerá muchas veces a lo largo del cuerpo del salmo). Esta alabanza no cesará nunca. Encontramos tres referencias al respecto: se trata de las expresiones «por siempre jamás» (dos veces) y «todos los días». Por otro lado, resulta interesante constatar cómo este clima de totalidad y de perennidad recorre el salmo de un extremo a otro (véase, por ejemplo, la frecuencia de la palabra «todos» en 17-21).


La primera parte (3-7) desarrolla la cuestión «el Señor es grande» (3a). Este es el motivo de la alabanza. Encontramos algunos términos importantes que explican en qué consiste esa grandeza: obras, hazañas, maravillas, terrores, inmensa bondad y justicia. Detrás de todas estas expresiones se encuentran las grandes acciones del Señor; la creación y, sobre todo, la liberación de Egipto, calificada siempre de «maravilla» y «hazaña». La grandeza del Señor, por tanto, reside en su intervención en la historia, creando y liberando. El recuerdo de todas estas cosas, que pasa de generación en generación (4a), mantiene vivas la alabanza y la celebración. Cada una de las partes del cuerpo del salmo insiste en las obras del Señor (cf. 4a).


En la segunda parte (8-13a), se alaba al Señor por su clemencia, su misericordia y su bondad (8-9). Se trata del convencimiento de que Dios permanece fiel al pueblo a pesar de las infidelidades de sus aliados, La clemencia y la misericordia del Señor se traducen en que es lento a la cólera y rico en amor (8b). Aparece de nuevo el tema de las obras de Dios (9b.l0a), de sus hazañas (11b.12a) y se añade el tema de la realeza o reinado de Dios. Tres veces aparece la expresión «tu reino», que desarrolla el título inicial «mi rey»; y se afirma el carácter perenne de este reinado: «por todos los siglos», «por generaciones y generaciones» (13a). El motivo del reino o del reinado del Señor es interesante y se opone, en cierta manera, a los salmos reales. Se afirma la existencia de un Rey cuyo reinado es «para siempre». ¿Dónde estaban los reyes de Israel en la época en que surgió este salmo?


En la tercera parte (13b-16), se alaba la fidelidad del Señor, que se traduce en que es bondadoso en todas sus obras (13b). Hay cinco acciones que caracterizan esta bondadosa fidelidad: el Señor sostiene, endereza, da alimento, abre la mano y sacia. Aparece aquí el amor de Dios por los que caen y se doblan, es decir, su amor en favor de los oprimidos.


En la cuarta parte (17-20), se alaba al Señor justo en sus caminos y fiel en todas sus obras (17). Seis son los verbos que caracterizan su justicia: está cerca de cuantos lo invocan, satisface los deseos de los que lo temen, escucha su grito y los salva, guarda a los que lo aman y destruye a todos los malvados. La justicia del Señor es su alianza con quien lo invoca, lo teme, lo ama y dama a él. El Señor lo libera, destruyendo a los malvados.


La conclusión (21) retorna los temas de la introducción (ib-2). El salmista promete alabar a Dios con su boca (cf. 2b), bendecir su nombre santo con todo el ser (cf., por siempre jamás (compárese esta expresión con la introducción).


Este salmo es el himno de alabanza de una persona que invita a otras a que se unan a su oración. El contexto es público y el motivo de la alabanza son las obras del Señor en la historia del pueblo. Dicho con otras palabras, este salmo quiere alabar a Dios a partir de los siguientes motivos: el Señor es grande, el Señor es clemente y misericordioso, el Señor es fiel y bondadoso, el Señor es justo. Estos cuatro títulos resumen todo lo que ha sido Dios en la vida de Israel. Sus hazañas y maravillas están relacionadas, principalmente, con el éxodo.


En este salmo hay algunos focos de tensión, lo que indica que surgió en medio de un contexto difícil y conflictivo. No se habla del rey de Judá, sino de la realeza y del reinado del Señor. Se dice que hay gente que cae y que se dobla (14), es decir, que padece opresión. También sabemos de la existencia de malvados a los que destruirá el Señor (20b).


Los títulos que se da al Señor sintetizan el rostro de Dios en este salmo: grande, clemente, misericordioso, bueno, compasivo, fiel, bondadoso y justo. La expresión «Dios mío» lo presenta como el aliado que hace justicia, que defiende a los que ya se doblan de la ambición de los malvados. Su nombre es «el Señor» (Yavé) y es un nombre vinculado al éxodo, a la liberación y a la alianza, hechos que se consideran «hazañas» y «maravillas». Dios aparece también corno creador y dador de vida para todos.


Este salmo resuena de muchas maneras en Jesús, sobre todo en sus obras y en sus maravillas. El sostuvo a los que caían y, literalmente, enderezó a los que estaban doblados (Lc 13,10-17). El Reino que él inauguró no tiene fin (Lc 1,34), cada vez está más próximo (Mc 1,15) y nos compromete (Mt 10,7).


Hay que rezarlo como alabanza, contemplando las obras de Dios, sus hazañas, sus maravillas, su grandeza, su clemencia, su bondad, su fidelidad y su justicia; hay que alabar al Señor cuando vemos cómo su Reino echa raíces en la sociedad, cuando la gente tiene pan para comer, cuando se sostiene a los que caen, cuando se libera a los que viven doblegados y cuando se escucha el grito de los que claman...


Comentario del Santo Evangelio: Lc 4, 31-37. Sé quién eres: el Santo de Dios
El trayecto que separa Nazaret de Cafarnaún es relativamente corto y Jesús lo recorre con el solo objetivo de enseñar y curar. Estos son, según Lucas, los dos modos con los que Jesús muestra la autoridad de la que está investido. La de Jesús es una palabra eficaz: realiza lo que significa. Los gestos de Jesús son terapéuticos llevan consuelo y vida a todos los que los necesitan.



Las palabras y los gestos son el tejido de conexión de todo el Evangelio: Lucas lo afirma tanto en Lc 24,19 como en Hch 1,1. En el fragmento de hoy, que da testimonio del comienzo del ministerio público de Jesús, encontramos una confirmación más que evidente de lo que decimos. Jesús quiere ser escuchado y acogido por el hombre por cada hombre, por todo el hombre: por eso habla a su corazón y, al mismo tiempo, cura su cuerpo. La eficacia de la Palabra de Jesús se traduce en una intervención de liberación: un pobre enfermo es liberado de un demonio inmundo. Comienza así el combate frontal entre Jesús y el demonio, algo necesario para que Jesús pueda manifestar a cada persona que él ha venido como salvador en el sentido más cabal del término, esto es, como el que redime del reino de Satanás y nos rescata para Dios y para su Reino.


Bueno será destacar, por último, dos efectos secundarios de la intervención de Jesús: de este modo suscita «asombro» (v. 36) en algunos y su fama se difunde por toda la comarca. Es posible que aquí se entienda por asombro el sentimiento de estupor y temor que le asalta a toda criatura frente a la manifestación del misterio del Dios tremendum et fascinans.


La primera lectura de esta liturgia de la Palabra suscita una pregunta: ¿qué significa en concreto la expresión «nosotros poseemos el modo de pensar de Cristo»? Vale la pena que nos detengamos en la búsqueda del sentido profundo que, ciertamente, está escondido en esta frase paulina.


A la luz de la cita veterotestamentaria de Is 40,13 es cierto que nadie puede decir que conoce el pensamiento del Señor-Dios. Nos encontramos ante esa teología apofática —que prefiere callar antes que hablar— cultivada antes y también ahora sobre todo por los místicos y los contemplativos. Ahora bien, la referencia a Is 64,3 que encontramos en 2,9 nos hace saber que Dios ha preparado (esto es, revelado), para aquellos que le aman, cosas que el ojo y el oído humano nunca vio y oyó jamás. Así pues por divina benevolencia, se ha hecho posible al hombre lo que es humanamente imposible. De este modo se abre ante nosotros una nueva vía de conocimiento. Gracias a los dones divinos que caracterizan a los tiempos de Jesús, sobre todo gracias al don del Espíritu Santo, se desentraña ante nosotros un horizonte nuevo sobre el que podemos conocer lo que complace a Dios y reconocerlo con alegría interior. Como hijos en el Hijo, como oyentes de la Palabra, como discípulos del Evangelio, podemos decir muy bien, como Pablo, que “poseemos el modo de pensar de Cristo”: no porque lo hayamos descubierto con nuestro ingenio, sino porque lo hemos acogido con alegría. Tras la estela de Is 55,9 quizás podamos decir que los pensamientos de Cristo no son nuestros pensamientos y que nuestros caminos no son sus caminos; sin embargo, apoyados sobre el fundamento de las palabras de Pablo, podemos alimentar certezas que conocen la solidez de la roca.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 4,31-37,  para nuestros Mayores.  El pecado, la causa primera de todo mal.
¿Existen los espíritus inmundos? (Y, ¿cuál es su naturaleza y su poder?) La respuesta a estas preguntas se tiene gradualmente. No podemos entender el mal hasta que no conocemos su contrario, es decir, el bien. Sólo cuando nos damos cuenta de que todo el bien se concentra en la persona de Jesucristo, aceptamos la realidad de que también el mal es un elemento personal, el misterio de Satanás, el adversario. Al principio, las concepciones del demonio eran bastante vagas e incluso el evangelio usa a propósito el lenguaje de las creencias populares de aquel tiempo. Los antiguos pueblos orientales veían en el mundo una multitud de fuerzas tenebrosas, enemigas de los hombres, que los asaltaban, los paralizaban, los enfermaban, los privaban de la razón y los sometían fuerzas mágicas desconocidas. Fundamentalmente, todo esto no es contrario a la Biblia; también la Biblia presenta el pecado como la causa primera de todo mal.



Jesús, que cura milagrosamente a los enfermos, no quiere presentarse por este motivo como un curandero; quiere señalar cuál es la causa primera de nuestros achaques: el mal, que obstaculiza la obra de Dios en el mundo.


Aunque el evangelio habla con el lenguaje habitual de su tiempo, pone de relieve otro aspecto típico de la revelación Bíblica. El mal no es una fuerza trágica, impersonal, contra la que los dioses son impotentes. El mal está causado por seres malignos. Aparentemente, el mal domina el mundo, pero Jesús demuestra lo contrario, que los seres malignos son impotentes ante la gracia de Dios.


Es interesante el hecho de que los santos no tengan ningún miedo a los espíritus malignos. San Juan María Vianney se asustó cuando escuchó, durante la noche, un fuerte golpe en la puerta. Había comprado nuevos adornos para la iglesia y pensó que serían ladrones que venían a robar. Pero se tranquilizó inmediatamente cuando se dio cuenta de que se trataba de las turbaciones habituales que le causaba el demonio. Los monjes de Egipto iban a vivir, preferentemente, a donde se decía que había espíritus malignas, para expulsarlos con su oración. Los Padres de la Iglesia comparaban a Satanás con un perro atado a la correa: muerde solo a quien se acerca por libre elección. Nosotros estamos llamados a vencer el mal con Cristo


Estas palabras, dichas para quien está poseído por el diablo, nos sorprenden: son la confesión de la divinidad de Cristo, que los hombres alcanzan trabajosamente, de la que sólo los santos dan testimonio. El espíritu maligno posee una perspicacia especial que le permite advertir inmediatamente lo que está radicalmente en su contra y también el hecho de encontrarse, precisamente, en el lugar en que la fuerza de Dios debe manifestarse de modo especial.


San Ignacio de Loyola decía que estaba convencido de la santidad de uno de sus proyectos cuando encontraba dificultades inexplicables, adversarios imprevistos e irreducibles. El espíritu maligno siente que se trata de algo que puede limitar su influencia en el mundo y desencadena sus fuerzas contra Cristo. Pero también esto forma parte de la historia de la salvación.


La leyenda checa de san Procopio, fundador del monasterio de Sazava, cuenta que araba los campos con el diablo en el lugar de los caballos. Es un episodio simbólico: un santo obliga al mal a colaborar con el bien.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 4, 31-37, de Joven para Joven. La curación de los endemoniados.
La curación del endemoniado. Este relato, estructurado de forma típica, pretende mostrar el sentido de la autoridad de Jesús y su victoria sobre las fuerzas de lo demoníaco. Vimos en las tentaciones (4, 1-13) que el poder del diablo y la exigencia de Jesús se hallaban frente a frente. Del sentido de esa lucha, expresada en la curación de los endemoniados, habla nuestro texto.



Los demonios (del griego dainmon, daimonion) constituían en el mundo antiguo una especie de «realidad numinosa» intermedia entre Dios y la materia (o el hombre). Originalmente podían ser beneficiosos o maléficos, y se manifestaban en estados o situaciones muy diversas: la enfermedad, el éxtasis, los hechos prodigiosos.


En sus capas populares, los judíos participan de la fe ambiental de los demonios. Sin embargo, Israel ha introducido dos elementos fundamentales: por un lado, se descubre que los demonios pertenecen al plano de lo creado y se distinguen con nitidez de todo lo divino; en segundo lugar, se advierte que su acción y su carácter es algo radicalmente perverso, pues se encuentran sometidos al imperio de Satán, el espíritu rebelde o diablo.


En un ámbito helenista, la posesión o presencia de lo demoníaco en el hombre ofrece un carácter neutral y se convierte en positiva o negativa según los diferentes casos, pudiendo ser origen de genialidad (estar poseído por un “genio”) o de locura. Para Israel toda posesión «demoníaca» es negativa: los demonios de la tierra se encuentran sometidos a Satán y tientan a los hombres, les acusan ante Dios y les pervierten. La primera expresión de su presencia es el pecado; pero, con el pecado, se asocia íntimamente la enfermedad, sobre todo, en su costado psíquico (epilepsia, locura, esquizofrenia). En el fondo, todo lo que destruye al hombre en su unidad de vida personal (humana y religiosa) se viene a mostrar como efecto de un influjo demoníaco.


Frente al peligro de la posesión se conoce desde antiguo el exorcismo: una práctica apotropaica de carácter fundamentalmente mágico, por medio de la cual se pretende alejar a los malos espíritus de un lugar o una persona. Estas prácticas, corrientes en el mundo helenista, han recibido en Israel un contenido más profundamente religioso: a los demonios hay que expulsarlos con la fuerza del verdadero Dios y no por medio de ritos ocultos y con la ayuda de los poderes demoniacos


Jesús se comportó como exorcista. Resulta indudable que acogió a los que, de acuerdo con la mentalidad del tiempo, estaban poseídos por demonios. Les acogió y les concedió su fuerza, obrando con ellos de una forma que a los ojos de la gente se mostró maravillosa. Externamente, su manera de actuar, tal como aparece narrada en nuestro texto, se ajusta a un patrón convencional: a) El Espíritu le reconoce (4, 34); b) Jesús le ordena que se calle, impidiéndole que se aproveche de sus conocimientos; c) después le manda que se aleje (4, 35); d) termina la escena con un signo en que se indica la expulsión (el poseso cae al suelo) y el efecto que causa en los asistentes.


Decimos que en su actuación externa Jesús no se ha distinguido de otros exorcistas de su tiempo. Sin embargo, hay en su gesto algo absolutamente nuevo: es nueva la autoridad con que realiza sus curaciones y es nueva toda la hondura de su vida y su doctrina en que muestra el verdadero sentido de la liberación humana.


A través de sus exorcismos y en la tónica constante de su vida, los judíos aguardaban la venida de un Espíritu de Dios que iba a cambiar violentamente el mundo, por medio de la guerra santa o el éxtasis colectivo del pueblo. Jesús no ha traído nada de eso. En vez de un éxtasis colectivo suscita un campo de fe. En lugar de la derrota de los enemigos ofrece el exorcismo en que se ayuda sin condiciones a unos cuantos desgraciados de su tiempo Quien descubra esta verdad, quien reconozca que la victoria decisiva de Jesús contra el poder de lo demoníaco (o del diablo) se realiza en el Calvario y en la Pascua estará en condiciones de entender todo su gesto.


Pienso que el ser fieles a la actividad exorcista de Jesús no consiste en repetir hoy día curaciones como aquéllas. Lo que importa es liberar al pobre y oprimido en toda la extensión de este concepto, ayudándole a encontrar a Dios (el verdadero sentido de su vida).


Elevación Espiritual para este día.
Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. El es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre.


Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en vosotros.


Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas tus energías.


Reflexión Espiritual para el día.
Esta sencilla experiencia me proporcionó una alegría muy profunda, puesto que supe que Jesús me mostraba que aquel a quien amamos y adoramos en el Santísimo Sacramento es aquel a quien amamos y servimos en los más pobres entre los pobres. Nuestra adoración al Santísimo Sacramento no tiene valor si descuidamos a Jesús, presente también en el último de nuestros hermanos, en el más pobre entre los pobres, en el más pecador entre los pecadores, en el más débil entre los débiles. A la mañana siguiente le conté todo a nuestra madre Teresa, la cual me confirmó que ésa era en verdad la experiencia de nuestro carisma. Cualquier cosa que hagamos al último de estos hermanos suyos es como si se la hiciéramos a él, y nos recompensa por ello dos veces, aquí en la tierra y con la vida eterna en los cielos.



El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Dios no va contra la inteligencia: es la Inteligencia suprema.
Pablo, al condenar la elocuencia y la sabiduría humanas, ¿condenará también todo esfuerzo de reflexión y de pensamiento? No se trata de esto. «Ciertamente hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero de una sabiduría que no es de este mundo.» (1 Corintios 2, 6) Cuando el hombre ha aprendido a «ceder» delante de Dios, cuando ha reconocido su insuficiencia y pobreza, entonces un campo infinito se abre a su investigación intelectual. Hermanos, el Espíritu Santo puede sondear incluso las profundidades de Dios.


El dominio infinito. Las profundidades. Lo que cae fuera de las posibilidades del hombre orgulloso, abandonado a sus solas fuerzas. Todo ello puede «sondearlo» Dios por sí mismo.


Todo. Todo. Dios lo conoce todo. Dios no va contra la inteligencia: es la Inteligencia suprema. ¿Quién, pues, entre los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el mismo Dios.


Cuando quiero conocer una «cosa», la analizo, compruebo su medida, su peso. La naturaleza material es un libro abierto que la ciencia descifra poco a poco.


Cuando quiero conocer a «alguien» no tengo otra solución que esperar a que él quiera revelárseme. El hombre más sabio del mundo, capaz de analizar el átomo, es impotente para descubrir lo que piensa su mujer... si ella no quiere decírselo. «Mi secreto es mío. Te lo diré si quiero, lo querré, si te amo.»


Esto puede hacernos comprender la inmensa diferencia que existe entre el conocimiento de tipo científico o racional y el conocimiento de tipo «fe» o «revelación».


Se conquista una cosa. Se acoge a alguien. Sólo el Espíritu de Dios conoce lo que hay en Dios. El espíritu que nosotros hemos recibido, no es el del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios y por Él conocemos las gracias que Dios nos ha otorgado. La sabiduría de Pablo, la sabiduría del creyente tiene su fuente en el mismo Espíritu de Dios. Se trata de «recibir»... y no de «conquistar»...


El hombre, por sus solas fuerzas humanas... Admirable fórmula, que derriba al hombre del trono de sus pretensiones. No puede recibir los dones del Espíritu de Dios. Así esta nueva sabiduría comunicada solamente por los que han recibido del Espíritu el modo de enseñarla..., no puede ser tampoco recibida más que por aquellos que se han abierto a su comprensión.


A falta de todo ello, esta sabiduría no es sino locura y sinrazón. En cambio el hombre, animado por el Espíritu, lo juzga todo y a él nadie puede juzgarle. La Escritura dice: “¿quién conoció la mente del Señor?” ¡Pues bien! ¡Nosotros tenemos la mente de Cristo! Nada más. Y es el mismo san Pablo quien se encuentra a la vez «tímido y tembloroso». No, la Fe no es un privilegio para la élite, para los mandarines de la inteligencia: el verdadero conocimiento de Dios es accesible a todos los que se dejan «animar» por el espíritu. Y en este caso: ¡qué finura de percepción! +


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