Contra la tibieza, Eucaristía
Porque la tibieza lleva al alma a la rutina, a la indiferencia, a la frialdad, al apartamiento de las cosas de Dios. 
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net   
 
Nos asusta el avance del ateísmo y de la indiferencia religiosa  en el mundo. Pero nos debería asustar igual o más ver cómo la tibieza  anida en tantos corazones cristianos.
Porque la tibieza lleva al alma a la rutina, a la indiferencia, a la frialdad, al apartamiento de las cosas de Dios.
Porque  la tibieza arruina a los jóvenes, los acerca al pecado, los aleja de  los sacramentos, los empequeñece en su formación católica.
Porque  la tibieza lleva a los esposos a descuidar los gestos de cariño, a no  rezar en la mañana o en la noche, a no ir a misa los domingos, a no  confesarse más que una vez al año (o incluso más tarde), a usar  anticonceptivos con excusas vanas y contra lo que enseña la Iglesia, a  no tener aquellos hijos que podrían recibir amorosamente como regalo de  Dios.
Porque la tibieza lleva a los trabajadores al mínimo esfuerzo, a pequeñas trampas y robos “insignificantes”, a la  mentira, a crearse certificados falsos para no ir a la oficina, a  arrojar palabras de crítica para que otro “baje” y uno pueda ascender.
Porque  la tibieza lleva a los mismos consagrados, a los religiosos, a los  sacerdotes, a pensar más en sí mismos que en las almas que tienen  encomendadas, a buscar el menor esfuerzo, a rehuir los trabajos  difíciles, a evitarse problemas y “enemigos” al precio de no enseñar a  los hombres la belleza y la exigencia del Evangelio.
Pero la  tibieza se rompe si nos acercamos al fuego, si dejamos a Dios el primer  lugar en la propia vida, si tomamos la Palabra divina y la aplicamos en  serio, si estudiamos (para vivirlas) las enseñanzas de la Iglesia.
La tibieza queda herida de muerte, sobre todo, si nos acercamos a la Eucaristía. Si hacemos de la Misa dominical el centro de toda la semana. Si buscamos momentos para visitar, en una iglesia, a Jesucristo presente en el Tabernáculo.
La  tibieza retrocede, incluso se apaga, ante la compañía del Cordero, que  da su Cuerpo, que da su Sangre, que lava, que cura, que anima, que  corrige, que enseña, que susurra al corazón palabras llenas de Amor  pleno.
Valen, para romper el cerco de la tibieza, las palabras sinceras y exigentes que Dios dirigió a la Iglesia de Laodicea:
“Conozco  tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o  caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a  vomitarte de mi boca.
Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido;  nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de  compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me compres oro  acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al  descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en  los ojos y recobres la vista.
Yo, a los que amo, los reprendo y  corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y  llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y  cenaré con él y él conmigo.
Al vencedor le concederé sentarse  conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su  trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias”  (Ap 3,15-22).
 
Hace 6 años

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