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jueves, 2 de septiembre de 2010

CAMINO MISIONERO 2/09/2010

  • Franciscano sin hábito
  • Óscar Romero
  • XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14. 25-33) - Ciclo C: SENTARSE
  • No temáis
  • Muchos se borran de la Iglesia porque no se sienten escuchados
  • Sobre la crisis actual del sacerdocio en la Iglesia Católica
  • Los que tienen fe (según el Evangelio)
  • Se va Arregui: gana Munilla, pierde la libertad
  • (In)humanos
  • Evangelio Misionero del Dia: 2 de Setiembre de 2010 - SEMANA XXII DURANTE EL AÑO
  • Lecturas y Liturgia de las Horas: 2 de Setiembre de 2010
  • TU CORAZON... EL ESTA LLAMANDO...
Posted: 01 Sep 2010 08:33 PM PDT




Hace un tiempo que corrían los rumores como vuelan las golondrinas, tan rápidas y libres, sin otra guía que el certero instinto de la vida (por cierto, ¡cómo se han multiplicado las golondrinas en Arantzazu, y aún siguen criando! Dios os bendice). Pero una vez desatados los rumores, a veces inocentes, a veces intencionados, es más difícil detenerlos que detener el vuelo de las aves.

Pues bien, la noticia ha estallado en todos los sentidos y, en contra de mi intención primera, no puedo menos de confirmarla ya: voy a dejar la Orden Franciscana. De paso, pido disculpas por alguna declaración mía ambigua que algunos pudieron entender como un desmentido. No quería serlo.

Voy a dejar la Orden franciscana. Lo he meditado mirando adentro entre mis luces y sombras, mirando afuera la montaña y el cielo, y las golondrinas. Lo he compartido con las personas que más me quieren y en las que más confío. Lo he hablado con los responsables de mi provincia franciscana que son también mis amigos. Dejaré este Arantzazu del alma, donde he vivido 17 años de los 57 que tengo; dejaré la Provincia franciscana que ha sido mi familia y mi hogar desde los 10 años; dejaré la Orden franciscana que ha dado enteramente forma a mi ser. No diré que la decisión no me produzca dolor y vértigo, pero doy el paso en paz.

Era previsible desde aquel 23 de diciembre en que me impusieron y yo prometí silencio para un año. Y era irreversible desde aquel 17 de junio en que rompí mi voto de silencio porque, previamente, mi obispo había derogado las condiciones que lo justificaban. Tomé la palabra, no porque tenga algún mensaje profético urgente que pregonar, sino simplemente porque ya pasaron los tiempos en que la libertad de palabra pudiera ser impedida en la Iglesia de Jesús con pretextos de dogmas y magisterios. Los dogmas y el magisterio no los puso Jesús. Muy al contrario, enseñó que no se ha de identificar la palabra de Dios con tradiciones humanas (Marcos 7,7-13), y denunció a los maestros de la ley que se apoderan de la cátedra y del magisterio (Mateo 23,2), prohibió tajantemente que nadie se llamara maestro o padre (Mateo 23,8-9), declaró solemnemente que “todo ser humano es señor del sábado” (Marcos 2,28), es decir, señor de toda ley religiosa por sagrada que fuere, y al sordomudo le dijo en arameo: Effeta, “ábrete”, “escucha y habla” (Marcos 7,34). Es más, y la Iglesia debiera reconocerlo ya sin más dilación: aunque Jesús hubiera establecido dogmas y magisterios –que ciertamente no estableció–, éstos no serían de ningún modo inamovibles, pues Jesús no tuvo otra ley ni otro criterio que el Espíritu de Dios, y el Espíritu es como el aire y el agua, y siempre se mueve. Y por si hiciera falta, lo dijo San Pablo: “Donde está el Espíritu de Jesús, hay libertad” (2 Cor 3,17).

Claro que la Iglesia, como todo grupo humano, requiere estructuras y un lenguaje más o menos común, pero las estructuras habrían de ser flexible y móviles, como todo lo vivo, y los dogmas deberían poder ser comprendidos y expresados en palabras siempre nuevas, como todo misterio; y en primer lugar debiera cambiar una Iglesia autoritaria en una Iglesia democrática, como la quiso Jesús. Y la Iglesia, que se ha tomado tantas libertades para contradecir a Jesús, con mucha más razón debiera ser libre para secundar el Espíritu de Jesús. Basta conocer la historia para saber cómo han cambiado las cosas, o basta gustar del Espíritu de Dios para saber cómo han de cambiar. Quien no conoce la historia, que guste al menos del Espíritu; quien no guste del Espíritu, que conozca al menos la historia. ¡Cuán anacrónica y contraria al evangelio es esta idolatría de la doctrina que nos tiene amordazados!

Simplemente por eso dije: “No callaré”. Y eso equivalía a una insumisión, y en la iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos, y yo lo sabía. Tampoco hay lugar para insumisos en la Orden franciscana que tenemos, y también esto lo sabía: los responsables franciscanos, aun en contra de su voluntad, y como única forma de evitar un grave conflicto interno, se verían obligados a exigirme sumisión a las órdenes del obispo. No he necesitado, pues, de grandes discernimientos: o acataba o me iba. Pensé que no debía acatar, para ser fiel al seguro Jesús, a mi insegura conciencia, a mi humilde misión, pero no quería ser así motivo de conflicto para los franciscanos, que son mis amigos y hermanos. La opción no era fácil, pero resultaba forzosa y simple.

Dejaré la Orden, y con ello pierdo mucho, pero quién sabe si, al final, el perder no será una ganancia también esta vez. Quiero escoger la vida con todos sus riesgos, incluida la palabra. No sé qué será de mí (¿quién sabe qué será de sí?), pero allí donde vaya Dios vendrá conmigo, y si en el camino me pierdo Él me encontrará. Quiero seguir siendo discípulo de Jesús de Nazaret, el hombre bueno y libre. ¡Oh, cuán lejos me siento de él! Pero él está cerca de mí, de ti. Jesús es el prójimo y todo prójimo es Jesús. Con él, como él, quiero seguir siendo Iglesia sin esas torpes dicotomías de clérigos y laicos, religiosos y seglares, fieles y herejes, creyentes e increyentes.

A mi obispo y hermano José Ignacio Munilla le deseo lo mejor, y pienso que lo mejor pasa por escuchar, respetar, secundar la voz de la inmensa mayoría de su comunidad diocesana, de la que seguiré formando parte activa. La voz de la comunidad es la voz del Espíritu, mucho más que la voz de Madrid o de Roma.

Ah, y quiero seguir siendo franciscano, un simple franciscano sin hábito. ¡Paz y Bien!


José Arregi




Para orar


Esta mañana
enderezo mi espalda,
abro mi rostro,
respiro la aurora,
escojo la vida.


Esta mañana
acojo mis golpes,
acallo mis límites,
disuelvo mis miedo,
escojo la vida.


Esta mañana
miro a los ojos,
abrazo una espalda,
doy una palabra,
escojo la vida.


Esta mañana
remanso la paz,
alimento el futuro,
comparto alegría,
escojo la vida


(Benjamín González Buelta, SJ)
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 01 Sep 2010 08:10 PM PDT


Por Roberto Arnanz
Publicado por Pastoral sj


Si por algo admiro a Romero es porque fue capaz de escuchar a Dios olvidándose de sus prejuicios e ideas. Salió de su mundo y sus tareas para vivir volcado en las necesidades de los más débiles. Desde que dejó que la realidad entrara en su corazón –y su oración- se fue enamorando, o mejor dicho reencontrando, con su pueblo, y pudo reconocer en él a los favoritos de Dios.

Miles de personas escuchaban cada domingo sus homilías emitidas por radio. Hablaba de Dios y del pueblo. Predicaba una Buena Noticia arraigada en su realidad y sus esperanzas. Fue voz de los campesinos explotados y altavoz de las injusticias que el gobierno acallaba. Fue la conciencia de muchos que tenían la suya dormida, y sus intereses como único criterio –los que con un disparo en el corazón creyeron acallar también aquella nueva conciencia.

No puso en riesgo su vida porque fuera valiente o intrépido; al contrario, siempre fue tímido e inseguro, aunque consciente del probable final de su vida. Pero no podía renunciar ni a su fe ni a lo que ella le empujaba. No podía dar la espalda a la realidad sufriente que veía a diario.

Muchas veces me pregunto dónde están los Romero de hoy. A cuántos dejo de escuchar para no recordar demasiado a menudo que éste sigue siendo un mundo esencialmente injusto. Para no inquietarme con la idea de que estoy entre los privilegiados que consciente o inconscientemente dejamos al margen a muchos hermanos nuestros, privándoles de sus recursos y sus oportunidades de cambio.

Pero también aprendo en Romero que mirando la realidad desde Dios, mi vida puede transformarse. Que mirando a los hombres y mujeres como hermanos puedo descubrir el sentido profundo de palabras como encarnación, bienaventurados, misericordia, justicia. Que las decisiones que cambian de verdad mi vida no dependen de mis fuerzas, sino de dejar que Dios haga en mí. Un Dios que se hace doblemente presente en mi vida desde la oración y el mundo. Dos caminos que nunca pueden separarse y que unidos me invitan a tomar partido en este mundo injusto desde mis posibilidades, capacidades y limitaciones. Y sobre todo Romero me recuerda que el Dios en el que creo es un Dios de esperanza y vida, para el que la muerte y el sufrimiento nunca tienen la última palabra, sino su deseo de salvación para todos los hombres.

[Monseñor Oscar A. Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980]
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Posted: 01 Sep 2010 08:05 PM PDT


Por José Antonio Pagola
No se sienta primero


Son muchos los que viven sin detenerse nunca en su camino. Jamás se paran para preguntarse por el sentido de su vida o para reflexionar sobre el rumbo que va tomando con el pasar de los años. No conocen la sabiduría de quien se retira de vez en cuando a la soledad o, simplemente, se recoge en su habitación para «meditar» su vida.

En el relato evangélico (Lc 14, 28-32), Jesús emplea dos imágenes: la del hombre que quiere construir una torre y la del rey que se ve obligado a afrontar a un enemigo que viene a su encuentro. En ambos casos, se repite lo mismo: los dos personajes «se sientan» a reflexionar sobre las exigencias, los riesgos y las fuerzas con que cuentan para enfrentarse sabiamente a su vida.

¿Por qué no «sentarnos», terminadas ya las vacaciones, para reflexionar sobre la vida que reanudamos estos días? Esta reflexión nos ayudará a no dejarnos arrastrar tan fácilmente por la rutina o el ajetreo de cada día. Compromisos, obligaciones, trabajos..., todo tiene un sentido más humano cuando la persona vive esa «suave vigilancia» que permite a la persona ser dueña de su vida, reacciones y sentimientos.

Es conocida la sentencia de Pascal: «La desgracia de los hombres proviene de una sola cosa, de no saber permanecer sosegadamente en una habitación» (Pensamiento 136).

Más que discurrir, lo que necesitamos, tal vez, es mirar y aceptar con verdad nuestro ser. Acoger con sencillez nuestra vida cotidiana sin perdernos en la agitación de cada día. Disponernos a cuidar lo importante: la confianza en Dios, el amor a las personas, el gozo de vivir, el trabajo bien hecho, la paz interior.

Cuando en el corazón de la persona sigue viva la fe, estos momentos de reflexión sobre la vida se convierten muchas veces en oración sincera. Una oración que no es la repetición rutinaria de unas fórmulas aprendidas de niño, sino comunicación viva y espontánea con un Dios sentido como Padre y Amigo.

Las alegrías y los gozos de la vida llevan entonces al agradecimiento:

«Mi corazón se alegra con tu salvación, cantaré al Señor por el bien que me hace» (Salmo 12).

Los sufrimientos y problemas invitan a la invocación: «Me abandonan las fuerzas... Mi pena no se aparta de mí. No me abandones, Señor» (Salmo 37).

En medio de la oscuridad está Él: «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas» (Salmo 17).

En nuestra impotencia podemos contar con Él: «Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí» (Salmo 39).
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Posted: 01 Sep 2010 08:00 PM PDT


“No os inquietéis por vuestra vida, qué comeréis”
Publicado por Hesiquia


… Gran parte de nuestras inquietudes giran alrededor del tener que nos parece garantizar la seguridad del mañana. Cada uno conoce muy bien el miedo de que le falte algo. ¿Es necesario recordar el Evangelio?
“No os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Pues todas estas cosas preocupan a los paganos: pero ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad antes que nada el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Entonces, no os preocupéis del día de mañana, pues el día de mañana se preocupará de él mismo. Ya le basta a cada día su mal”. (Mt 6, 31-34).
Estas frases encantan a algunos e indignan a otros; demasiado rápido tal vez en ambos casos pues se evita establecer la relación entre la soberana despreocupación sobre el tener y la búsqueda de justicia. A quienes se entregan a la obra del Reino y en la medida de su donación, se les promete que serán liberados de la preocupación de lo que es anterior al Reino. Evidentemente, esta promesa se les ofrece a todos los que la reciben, no sólo a sacerdotes, a religiosos, a militantes.
Por cierto, que se realiza según diversos tipos. Ha ocurrido que el Señor haya manifestado por medio de milagros a alguna atención especial su providencia respecto de aquellos que se han expuesto vigorosamente por su justicia. Pero no es esto lo que se ha de retener esencialmente de la lección evangélica.
Aquí Jesús afirma sobre todo que el Reino nos basta en lo que respecta a nuestra vida y la felicidad de nuestra vida. Tenemos en él el gozo “que no nos será quitado”, “el tesoro al que no roe la polilla”. Y se nos llama a estar suficientemente unificados en nuestro interior para que la seguridad de la felicidad fundamental haga retroceder hasta hacerla desaparecer la inquietud sobre la añadidura.
Si damos respuesta correcta a la pregunta: “¿Dónde está tu tesoro? “ podremos saber si nuestro corazón comienza a establecerse donde ya no hay temor. Amor, desprendimiento y liberación de la preocupación están admirablemente vinculados con un lazo que solamente la gracia y el Espíritu saben atar.
“No tenemos acá ciudad permanente”
Tememos lo que amenaza nuestro haber, pero más aún lo que amenaza nuestro ser: la muerte o su equivalente, el sufrimiento insoportable, la locura, la pérdida de nuestros seres queridos o de nuestras razones de vivir. Los cristianos conocen más o menos que el misterio pascual es victoria sobre la muerte, pero raramente dan en su vida la imagen de esa muerte ya vencida, y como la mayoría de los hombres de hoy, se esconden a la realidad de la muerte…
Pero frente a la muerte tenemos en nuestra fe otros recursos que una sabiduría fugaz. La baja Edad Media conocía un “arte (cristiano) de morir”; nosotros preferiríamos descubrir un arte cristiano de vivir una vida desposeída.
El escándalo de la muerte procede en gran parte de que ella nos enseña que no poseemos nuestra vida. Habíamos creído tener derecho sobre ella y conservarla como en un depósito, y he aquí que se nos va a escapar de nuestras manos crispadas. Habíamos convertido nuestra existencia en un tener. Pues bien, Cristo nos enseña otra manera de tratar nuestra vida. En él, fue un don recibido siempre pronto a ser devuelto. “Nadie me quita la vida sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de volverla a tomar”, dice Jesús.
La vida ya no es más esa agua envasada que mientras podemos, conservamos avaramente en nosotros; es un torrente que surge y al que se lo deja correr libremente. Concepción sacrificial, tal vez, pero en modo alguno triste, y que permite comprender la muerte como un acto de la vida. Concepción exigente en la línea de pobreza de que hablábamos más arriba. Esta actitud de desposeimiento abre hacia una existencia continuamente recibida como un don maravilloso al que no se tiene derecho.
Torna la vida menos pesada y prepara al desposeimiento radical de la muerte sin que sea necesario pensar en ello especialmente. Tiene sentido y poder sobre nuestros miedos a condición de que vaya conjugado con otra actitud: la de una confianza en Dios que sólo Dios puede infundirnos. De otro modo sería tan solo una sombría resignación. Pero esta confianza, que se apoya en el amor que Jesús nos ha testimoniado, es a su vez una cierta desapropiación: quiere que arrojemos en Otro los fundamentos de la esperanza de nuestra vida.
Esta confianza tiene por horizonte –y digámoslo sin ambages– nuestra propia resurrección. Tal vez algunos hayan esperado que la mencionásemos antes para oponerla a nuestros temores. Pero el pensamiento de la resurrección tiene su lugar en la fe y su fuerza verdadera sólo cuando está en continuidad con una experiencia de confianza y de amor durante esta vida.
... Algunos santos frente a la muerte han experimentado audacia y hasta una extraña alegría. No es simplemente casual que hayan sido verdaderamente pobres y de aquellos que, según la expresión de la carta a los Hebreos, “no tienen acá ciudad permanente” (13,14).
Recordemos a Domingo en su misión en el Languedoc, afligido, desprovisto de todo recurso, perseguido. Cierto día, por un camino entre Prouille y Fanjeaux se dirige al encuentro de unos sicarios escondidos entre los matorrales; canta; su rostro irradia alegría; los asesinos estupefactos comprenden que nada pueden contra un hombre como este…



CLAUDE GEREST, OP
Tradujo: Hna. Paula Debussy, osb
Santa Escolástica
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Posted: 01 Sep 2010 07:55 PM PDT
Publicado por Vida Nueva


José Mª Rodríguez Olaizola sj considera necesaria la “autocrítica” en el tema de la apostasía

José Mª Rodríguez Olaizola, colaborador de Vida Nueva, opina que en el tema de la apostasía, “no basta culpar de todo a la sociedad, al contexto o a la ignorancia. También es necesaria la autocrítica”.
El jesuita reflexiona sobre este tema a propósito de la noticia de que un grupo de personas tienen la intención de apostatar públicamente en Galicia con motivo de la visita en otoño de Benedicto XVI.
En la columna titulada “Apostasía”, que Vida Nueva publica en su número 2.719, Rodríguez Olaizola se muestra disgustado por el hecho de “que haya gente que abandone la Iglesia”, pero también opina que “hay muchos que se borran porque a ellos también les gustaría decir algo. Y no se sienten escuchados”. “En su adiós hay una invitación a preguntarnos, con humildad, qué estamos haciendo mal”, añade.
El columnista asegura que le gustaría poder dirigirse a estas personas para transmitirles, “que la Iglesia es algo mucho más amplio, profundo, complejo y evangélico”, y “que hay mucha milonga anticlerical y mucha ideología simplificadora en bastantes discursos públicos sobre la Iglesia”.
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Posted: 01 Sep 2010 07:20 PM PDT


Por Herbert HAAG

Con el permiso de la Editorial Herder -a quien agradecemos esta gentileza- reproducimos el prólogo del autor y las páginas conclusivas últimas (98-156) del libro de Herbert HAAG (*1915), ¿Qué Iglesia quería Jesús? (Herder, Barcelona 1998, 156 pp)

Publicado por Somos Iglesia Andalucía


Es bien conocida la actual crisis del sacerdocio en la Iglesia católica. Cuantos esfuerzos se han hecho hasta ahora en círculos oficiales para intentar superarla han resultado ineficaces.

Los problemas relativos a la escasez de sacerdotes, las comunidades sin eucaristía, el celibato, la ordenación de mujeres, etc., determinan en gran medida, aunque no exclusivamente, la grave situación a la que nos referimos. Cada vez con mayor frecuencia vemos asumir el papel de guías o líderes parroquiales a seglares que, por no estar "ordenados", no pueden celebrar la eucaristía con sus feligreses, como sería su obligación.

Esto no planteaba problema alguno en la Iglesia primitiva, donde la celebración de la Eucaristía dependía sólo de la comunidad. Los encargados de presidir la eucaristía, de acuerdo con la comunidad, no eran "sacerdotes ordenados", sino feligreses absolutamente normales. En la actualidad los llamaríamos seglares, es decir, hombres e incluso mujeres, por lo común casados, aunque también los había solteros. Lo importante era su nombramiento por la comunidad. ¿Por qué lo que antaño fue posible no habría de serlo también hoy?

Si Jesús, como se afirma, fundó el sacerdocio de la Nueva Alianza, ¿por qué no hay de ello la menor mención durante los primeros cuatro cientos años de vida de la Iglesia? Se dice también que Jesús fundó los siete sacramentos administrados en la Iglesia católica. En más de un caso es difícil probarlo, pero en lo que atañe al sacramento del orden resulta totalmente imposible. Más bien mostró Jesús, con palabras y hechos, que no quería sacerdotes.

Ni él mismo era sacerdote ni lo fue ninguno de los "Doce", como tampoco Pablo. De igual manera es imposible atribuir a Jesús la creación del orden episcopal. Nada permite sostener que los Apóstoles, para garantizar la permanencia de su función, constituyeron a sus sucesores en obispos. El oficio de obispo es, como todos los demás oficios en la Iglesia, creación de esta última, con el desarrollo histórico que conocemos. Y así la Iglesia ha podido en todo tiempo y sigue pudiendo disponer libremente de ambas funciones, episcopal y sacerdotal, manteniéndolas, modificándolas o suprimiéndolas.

La crisis de la Iglesia perdurará mientras ésta no decida darse una nueva constitución que acabe de una vez para siempre con los dos estamentos actuales: sacerdotes y seglares, ordenados y no ordenados. Habrá de limitarse a un único "oficio", el de guiar a la comunidad y celebrar con ella la eucaristía, función que podrán desempeñar hombre o mujeres, casados o solteros. Quedarían así resueltos de un plumazo el problema de la ordenación de las mujeres y la cuestión del celibato.

A la pretensión de acabar con las "dos clases" existentes en la Iglesia suele objetarse, sobre todo, que siempre se han dado evoluciones estructurales fundantes -aunque indirectamente- en el Nuevo Testamento. El ejemplo aducido más a menudo es el del bautismo de los niños, que n aparece expresamente en el Nuevo Testamento, pero que tampoco lo contradice. Ahora bien, esa referencia a las "evoluciones estructurales" sólo puede tenerse por válida mientras tales evoluciones sean conformes a los enunciados básicos del Evangelio. Si se ponen a éste en puntos esenciales, han de considerarse ilegítimas, insostenibles y nocivas.

Esto se aplica sin duda alguna a la Iglesia "sacerdotal" o clerical. Interrogando a los testigos de los tiempos bíblicos y del cristianismo primitivo, llegamos a la conclusión clara y convincente de que episcopado y sacerdocio se desarrollaron en la Iglesia al margen de la Escritura y fueron más adelante justificados como parte del dogma. Todo parece hoy indicar que ha llegado la hora, para la Iglesia, de regresar a su ser propio y original.

FORMACION PROGRESIVA DE LA JERARQUÍA (págs. 98-156)

1. Comunidad y oficios en las cartas del Nuevo Testamento El modo concreto en que la Iglesia evolucionó hacia el establecimiento de una jerarquía ha sido ya ampliamente explicado por especialistas más competentes que el autor de este libro. El concepto de «autoridad» era ajeno a las primitivas comunidades cristianas.

Cierto que Pablo no vacilaba en zanjar con una palabra «autoritaria» algunas discusiones sobre aspectos secundarios (1Cor 11,16) Tampoco le repugnaba proponerse él mismo como ejemplo digno de imitación (1Cor 4, 16; cf. 11,1; Flp 4,9) a los ojos de sus «queridos hijos», a quienes «había engendrado por el Evangelio» (1Cor 4,14 s.; cf. Film 10), e incluso, en el peor de los casos, amenazarlos con «el palo» (1Cor 4,21).

Sin embargo, por cuanto cada comunidad encarnaba como tal la relación con Cristo, para Pablo toda la comunidad cristiana, es decir, todo el Cuerpo de Cristo, estaba obligada a un obrar común, y no a una obediencia pasiva. Así lo comprobamos con motivo de la «cena del Señor» (1Cor 11,17-34), y de la disciplina que debía reinar en la comunidad (1Cor 5,1-13).

Por eso a Pablo le parecía también evidente que, junto con los apóstoles (¡no a las órdenes de ellos!), actuaran como guías comunitarios los profetas y doctores (1Cor 12,28; cf. Efe 4,11), quienes a veces llegaron a desempeñar un papel decisivo en ciertas comunidades, por ejemplo en la de Antioquía (Act 13,1) y, como ya hemos visto (cf. supra, p. 73), en la comunidad destinataria de la Didakhé, donde a obispos y diáconos les costaba trabajo imponerse frente a los profetas y doctores. En las comunidades paulinas, también otros miembros ponían al servicio de los demás los dones que habían recibido del Espíritu, como curar, profetizar, consolar y ayudar de diversas maneras (Rom 12; 1Cor 12).

Todos los bautizados «deben estar bien persuadidos de que cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene una especial dignidad y comparte la responsabilidad común de construir una comunidad fraterna bajo la guía del Espíritu Santo; quedan excluidos, pues, cualesquiera privilegios y discriminaciones, ya que los distintos carismas y "oficios" no entrañan en la comunidad ningún tipo de dominio, siendo en definitiva cosa de todos y controlada por todos, y entendiéndose además como "servicio" (diakonía) prestado al Señor y a los hermanos».

En la carta a los Efesios, de fines del siglo I, topamos con una enumeración algo curiosa de los «dones» de Cristo: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros (Ef 4,11). La mirada se dirige tanto al pasado como al presente. La mención de los «pastores» indica que «a los dirigentes de la comunidad se les atribuía ya un papel de creciente importancia».

Cuanto con mayor claridad iba perfilándose el final de la era apostólica, tanto más parecía imponerse, casi por fuerza, una permanente estructura jerárquica. De ésta creemos percibir ya ciertos signos cuando en una de las últimas cartas de Pablo, la dirigida a los Filipenses, el Apóstol habla de «obispos» (epíscopoi = guardianes, inspectores) y «diáconos» (= servidores), aun si los cita después de los «santos», o sea de los fieles. En modo alguno, sin embargo, se trata aquí de oficios con carácter sagrado y menos de una jerarquía o de un orden sacerdotal. Tal era también el caso de los «ancianos» (o «presbíteros») que en las comunidades judeocristianas dirigían la Iglesia local (en Jerusalén: Act 11,30; 15,2.4.6; en Éfeso: Act 20,17).

Aquellos «ancianos», que también lo eran por su edad &endash;al menos en los comienzos &endash;mantenían idealmente en las comunidades paulinas y joánicas la continuidad de la Iglesia postapostólica con la generación de los fundadores. Ambas «instituciones» tenían un punto en común: la condición de dirigente entrañaba el ejercicio de ciertas funciones importantes para la comunidad, .

Desde luego, era inevitable que las dos «instituciones» (obispos/diáconos y presbíteros) se entremezclaran en la práctica, hasta el punto de que se hablara de «ancianos» o de «obispos» dando a esas palabras el mismo sentido (Tit 1,5-7). «De ahí podemos inferir que el autor de la carta equipara voluntariamente a los ancianos, cuya presencia al menos parcial presupone en las comunidades destinatarias, con los "obispos", para luego interpretar ambas funciones de la misma manera.

No se trata sólo de sustituir un concepto por otro. La institución de los ancianos, según los modelos judaicos, se basaba en el natural respeto debido a una persona por su avanzada edad, su experiencia y su posición social. El oficio de "anciano" era, pues, un cargo honorífico con rasgos netamente significativos. A ese grupo pertenecían los miembros de la comunidad que gozaban de consideración pública. Esto, sin embargo, se oponía al aprecio de la persona en razón de un carisma, ya que en las comunidades paulinas surgieron algunos servicios concretos por el hecho de reconocerse y utilizarse en beneficio de la Iglesia determinados carismas, talentos y dones particulares (1Cor 12,28-31).

Precisamente en ese principio descansaba la función de "obispo", que se definía por un cometido específico para el cual eran necesarias ciertas aptitudes y cualidades. Las cartas pastorales reflejan bien la tendencia paulina a favorecer este aspecto. En concreto parecen representarse el paso del orden de los "ancianos" al de los "obispos" de tal manera que, en cada caso, del grupo de los ancianos sale uno especialmente encargado de la predicación y de dirigir la comunidad, es decir, alguien apto para la función de "obispo" (1Tim 5,17). El presupuesto tácito es que cada comunidad debe tener un solo obispo como jefe responsable de la misma. Esto se desprende de la noción de la comunidad como una gran familia con un solo padre o responsable a la cabeza. Da así comienzo una evolución que necesariamente habrá de desembocar en el monoepiscopado.»

En tal sentido se expresa también Pablo en Mileto, al despedirse de los presbíteros de Éfeso: (Act 20,28). La institución de los ancianos implicaba, por otra parte, que el «episcopado» era cosa de varones, mientras que al diaconado se admitían igualmente mujeres (1Tim 3,11), esclavas inclusive; en cuanto a la «diaconisa» Febe, en cuya casa se reunía sin duda la comunidad de Céncreas (Rom 16,1 s.), es probable que también presidiera allí la eucaristía. Lo mismo puede decirse de Prisca y Aquilas con «la comunidad que se reúne en su casa» (Rom 16,3-5), de Junia (Rom 16,7) y de Ninfa «con la comunidad de su casa» (Col 4,15). Llama la atención, en cambio, que en las cartas pastorales (1 y 2Tim; Tit) no se atribuya ninguna función cultual al obispo y a los presbíteros &endash;entre aquél y éstos no había ninguna diferencia de «grado»- cuya responsabilidad, .

Otro tanto sucede con la carta de Santiago (finales del siglo 1), en la que los presbíteros se mencionan &endash;casi podríamos decirlo&endash; como una extensión incidental de la comunidad, justo aptos para visitar a los enfermos y orar sobre ellos (Sant 5,14). Quienes parecen llevar la voz cantante son más bien los «doctores» (o «maestros»).

Si por una parte nadie pone en duda que el «Pastor de Hermas» desconocía el episcopado monárquico, por otra difieren las opiniones sobre el modo de interpretar, en las cartas pastorales, el papel del obispo único como jefe de la comunidad, y tampoco se sabe con certeza si Policarpo era o no obispo monárquico de Esmirna. Aún más importante que la cuestión de los cargos eclesiásticos es para nuestro tema esta otra: en las cartas pastorales se echa ya de ver cierto distanciamiento entre los dirigentes comunitarios y la comunidad misma. , una comunidad que ha dejado también de participar en la elección e investidura de sus jefes.

2. Ignacio de Antioquía Las cartas del obispo y mártir Ignacio de Antioquía, que la investigación moderna sitúa entre los años 160 y 170, reflejan un cambio decisivo en esa evolución. Por vez primera encontramos en ellas el episcopado monárquico y la jerarquía . Esto parece ser ya entonces el orden vigente en la Iglesia. Ignacio, como obispo de Antioquía, no es caso único; según él, hay otros obispos ya «establecidos hasta en los confines [de la tierra]» (ad kph. 3, 2). «No hagáis nada sin el obispo)), sigue diciendo. El obispo representa a Cristo. Por eso los fieles han de estarle sometidos, como lo están a Cristo (Trall. 2, 1). (Esm. 9, 1). La queja de Ignacio es ésta: (Magn. 4).

El obispo, uno solo, dirige la comunidad junto con los presbíteros y diáconos. Honrarlos y someterse a ellos es igualmente un deber para los fieles. (Magn. 7, 1). El que obra sin contar con el obispo, los presbíteros y los diáconos, se encuentra «fuera del santuario» (Trall. 7,2).

En esa triple gradación &endash;obispo, presbíteros y diáconos&endash; se percibe ya netamente el papel del clero y la jerarquía frente al resto de la comunidad. El círculo no tardará en cerrarse: la eucaristía determinará en gran medida el puesto singular del obispo. Obispo y eucaristía se funden en un todo. El obispo es garante de la unidad simbolizada y realizada por la eucaristía: (Philad. 4). Cierto que, al dar por legítima una sola celebración eucarística presidida por el obispo o un representante suyo (Esm. 8, 1), únicamente se afirma la autoridad del obispo, sin que esto implique una consagración u «ordenación» sacramental. La jerarquía de obispo, presbíteros y diáconos se opone, sí, a los fieles, pero todavía no como dos «clases» separadas: laicado y clero. Los dirigentes eclesiásticos no son «clérigos».

Este cambio de que estamos hablando se produjo a principios del siglo III, como quien dice «de la noche a la mañana». (Tales cambios «repentinos» han sido frecuentes en la historia, simplemente porque los tiempos estaban ya maduros para ello.) También es verdad que no descubrimos nada de esto en los escritos de Ireneo de Lyón (ca. 200). Como lo subraya von Campenhausen, Ireneo no alude a . Con todo, no se detendría ya el proceso hacia una Iglesia en dos estamentos, ordo y plebs, clero y laicado. Así lo atestiguan Tertuliano en la Iglesia de Cartago, Hipólito en la de Roma, Clemente y Orígenes en la de Alejandría.

3. La Iglesia se vuelve clerical En el transcurso del siglo III se consuma definitivamente la división entre clero y seglares. La Iglesia se vuelve clerical en el pleno sentido de la palabra. Por una parte existe el «presbiterado», presidido por el obispo (que puede o ser un presbítero como los demás o estar por encima de ellos), y por otra los fieles.79

Ya en el primer cuarto de siglo, san Hipólito, en su Tradición apostólica (no hace aquí al caso que Hipólito sea o no el autor original de esta obra), nos presenta la siguiente organización de la Iglesia: el obispo es sumo sacerdote, pastor, maestro y responsable de las decisiones en la comunidad. Le rodean y secundan los presbíteros. Éstos y los diáconos constituyen el clero (lat. ordo, clerus; gr. proedría). Lo que separa a todo este clero de los seglares es la celebración de la liturgia. Hay también otras categorías, pero sólo las determina su respectiva función.

El clero, en cambio, es ordenado mediante la imposición de manos en razón del papel que desempeña en la liturgia, la cual exigía una ordenación. Ésta no puede todavía compararse con la ordenación sacerdotal que hoy conocemos y que sólo aparecería en el siglo V. Tratábase no de una ordenación ad personam, o sea vinculada personalmente al que la recibía, sino ad officium, es decir, de la habilitación para ejercer un cargo u oficio específico, y duraba lo que duraba éste. La ordenación, pues, estaba estrictamente condicionada por el «cargo» y ligada a él. No era un sacramento, sino la encomienda de un oficio.

4 Sacrificio, luego sacerdote No es fruto del azar que el sacerdocio surgiera como institución desde principios del siglo III: . En efecto, la noción de la eucaristía como sacrificio estaba ya en aquel entonces firmemente arraigada, para lo cual habían bastado unos cien años. En la Iglesia primitiva, comenzando por los relatos neotestamentarios de la Ultima Cena, la celebración del ágape «con el Señor resucitado» se interpretaba obligatoriamente como memoria, es decir, a la vez recuerdo y actualización de su Pasión. A partir del siglo II, topamos ya cada vez más a menudo con la idea de que la comunidad ofrece su Señor al Padre como víctima. Cristo queda así transformado en el «sacrificio» de la Iglesia. Al desarrollo de este concepto contribuyó no poco, como antes veíamos (cf. supra, p. 96), la acusación de ateísmo de que fueron objeto los cristianos por parte del Estado romano.

Ya en la primera carta de san Clemente, se dice de los presbíteros obligados a renunciar a su ministerio (leiturgía), que habían (44, 3) y (dora, 44, 4). Se admite sin discusión que leiturgía no tiene aquí un significado cultual y que sólo se refiere al ejercicio de una función. Lo contrario sucede con la palabra «ofrendas», en la que algunos ven también o principalmente una alusión a la eucaristía.

San Justino, como hemos visto (cf. supra, p. 73), hace a su vez ciertas declaraciones que casi es forzoso interpretar en el sentido de la ulterior doctrina católica. San Ignacio de Antioquía no dice explícitamente que la eucaristía tenga carácter de sacrificio, «pero lo da bien a entender». Él mismo quisiera ser inmolado a Dios, si hubiese todavía un «altar» (thusiasterion), con lo cual presupone que la comunidad se reúne en torno a un sacrificio. En cuanto a san Clemente de Alejandría, en ninguna parte trata temáticamente de los sacramentos, incluida la eucaristía, pero de sus comentarios ocasionales se desprende que consideraba la eucaristía a un tiempo como oración, comida y sacrificio.

«Queda [...] por señalar que también Clemente relaciona con la eucaristía la idea de sacrificio.» La misma doctrina nos transmiten, por último, Tertuliano y san Cipriano, ambos de Cartago. Es curioso que Tertuliano escribiera todo un tratado sobre el bautismo y otro sobre la penitencia, pero ninguno acerca de la eucaristía. Sin embargo, a él debemos el vocabulario eucarístico más rico de la literatura cristiana, por ejemplo la expresión dominica sollemnia y en especial el nombre, ya clásico en la Iglesia, de «sacramento de la eucaristía» (eucharistiae sacramentum). La presencia real de Cristo y el sacrificio son para Tertuliano los rasgos esenciales de la eucaristía. Notemos también que, según este autor, los que presiden la eucaristía son «ancianos estimados» (probati seniores).

San Cipriano, obispo de Cartago, nos ocupará un poco más en las páginas que siguen. En lo que atañe a la eucaristía, tiene fama de ser quien subrayó con mayor fuerza su carácter de sacrificio. Mas aquí se impone cierta cautela. Como lo muestra sobre todo su LXIII carta, escrita en el año 253, la eucaristía es para él sacrificium, passio y oblatio («sacrificio», «pasión», «ofrenda»), pero siempre en el antiguo sentido de memoria o commemoratio («recuerdo», «conmemoración»). Es también dominicae passionis et nostrae redemptionis sacramentum (). La palabra sacramentum tiene aquí el significado de actualización sacramental.

Eso no nos impide reconocer, claro está, que el concepto dominante en el siglo III acerca de la eucaristía era no el de una actualización, sino el de una ofrenda del sacrificio de Jesús. Y, conforme a la mentalidad de la época, donde hay sacrificio hay sacerdote. «Primero surge la idea de una celebración típicamente cristiana del culto y sacrificio, y luego, naturalmente, la de una función y condición sacerdotal exigida por ese ministerio [...]. Así, la noción del sacerdocio se sigue, como hemos dicho, de la del sacrificio cultual.» En aquellos tiempos, sin embargo, el sacerdocio continuaba teniéndose únicamente por un «oficio» o cargo.

5. Gran viraje con Cipriano Tampoco para san Cipriano es un sacramento la ordenación sacerdotal. No obstante, tanto él como toda su época &endash;mediados del siglo III&endash; representan un importante viraje en lo relativo a las estructuras del clero. El cambio se da en tres niveles.

1. Al principio se integran en la jerarquía, junto con los obispos y presbíteros, oficios exteriores al clero propiamente dicho, como el de los «doctores» o «maestros». Éstos quedan así sometidos a la vigilancia y control del obispo,

2. En adelante es posible el «ascenso» jerárquico, pasando de un oficio inferior que antes era permanente, por ejemplo el de lector, a otro superior como el de presbítero y hasta el de obispo. La asignación provisional de un rango inferior podía obedecer a distintos motivos: edad insuficiente, tiempo de prueba, compensación económica, etcétera. El presbítero estaba en otra «categoría salarial» .

3. Esto nos lleva al tercer punto. El cargo eclesiástico se convierte en una verdadera profesión que permite ganarse el pan, dejando ya de ser, como en épocas anteriores, un oficio «paralelo», añadido a otro profano. De esta suerte la Iglesia evolucionaba hacia una organización seudoestatal No es pues de extrañar que Cipriano nos presente un panorama totalmente cambiado del clero y su relación con los laicos. En el clero queda firmemente implantado el orden jerárquico . De cara a la «tradición apostólica», hay que señalar dos transformaciones de graves consecuencias: a) En primer lugar, la posición del obispo es revalorizada al máximo.

Con la palabra sacerdos, Cipriano designa siempre al obispo, es decir, al «sacerdote por excelencia», que ocupa el lugar de Cristo (sacerdos vice Christi). Como tal, es responsable de sus actos sólo ante Dios. Los obispos son los sucesores de los Apóstoles, primeros «obispos». Cipriano independiza también el estado de los presbíteros. Éstos presiden ya la eucaristía con pleno derecho, personificando así el sacerdocio levítico del Templo. El obispo transmite a los presbíteros sus prerrogativas (gracia de la elección, posesión del Espíritu, perdón de los pecados, eucaristía) y distribuye los «lotes» (kleroi) de la herencia, cuyos beneficiarios reciben por ello el nombre de «clérigos» (clerici) y, colectivamente, el de «clero» (clerus). Del clero forman parte no sólo los ministros de rango superior (obispo, presbíteros, diáconos), sino también los de grados inferiores (acólitos, lectores). Esta pertenencia no está ya determinada por la liturgia; clérigo es sin más el titular de un oficio eclesiástico.

b) Con ello se ahonda todavía más el foso existente entre clero y pueblo. El binomio clerus-plebs es frecuente en los escritos de Cipriano. Hay una neta división entre clérigos y laicos. Cuando el obispo &endash;o el presbítero que lo representa&endash; hace su entrada en la iglesia, el pueblo ha de ponerse en pie. De un «pueblo sacerdotal» se ha dado por fin el paso hacia un «pueblo de los sacerdotes».

En consecuencia, los seglares se verían condenados a una pasividad cada vez mayor. De esto nos brindan una buena ilustración las Seudoclementinas, novela del cristianismo primitivo &endash;la primera «novela» cristiana, podemos decir&endash; que data de la primera mitad del siglo lII. En ella Pedro da a Clemente, su sucesor (!), instrucciones sobre el modo de ejercer su función y sobre las respectivas obligaciones de presbíteros, diáconos, catequistas y fieles. la Iglesia se compara a un navío cuyo timonel es Cristo.

El obispo es el segundo timonel, los presbíteros constituyen la tripulación propiamente dicha, los diáconos son los remeros, y los catequistas los comisarios de a bordo. La «multitud de los hermanos», o sea los fieles, son los pasajeros. Éstos no conducen la nave, sino que son conducidos en ella; venga lo que viniere, el éxito de su viaje depende enteramente de lo que la tripulación pueda o no pueda hacer. He ahí el cuadro de la Iglesia clerical que había de perdurar a través de los siglos hasta los tiempos actuales.

Para completarlo, sólo faltaba el siguiente aviso: "Los viajeros deben mantenerse tranquilos y bien sentados en su spuestos, ya que un comportamiento desordenado pordía desequilibrar peligrosamente la nave y hacerla escorar".

6. Carácter indeleble del sacerdocio Con san Agustín (354-430) se da un nuevo paso en el modo de entender el sacerdocio, que adquiere una connotación personal. En efecto, Agustín . Aun si el sacerdote deja de serlo en cuanto a su función, subsiste el carácter impreso en él por el sacramento del orden. acaso alguien, por faltas cometidas, es depuesto de su oficio, conserva a pesar de todo el Sacramento del Señor, que recibió de una vez para siempre.

Por eso la ordenación, según san Agustín, no puede repetirse. Le ha sido conferida indeleblemente al sacerdote y pertenece ya a su «carácter». Es como la marca (character) que se imprime en la carne de esclavos, soldados y animales para denotar una inalienable relación de propiedad (esclavo - amo, soldado - emperador, ganado - pastor). ."’

Antes del siglo V, pues, no es posible hablar de un sacerdocio tal y como hoy se concibe. «De todas maneras, en los escritos de los anteriores Padres de la Iglesia no aparece el menor rastro de un "carácter indeleble" ni de un "sacramento" del orden, y quien crea haberlo encontrado es víctima de un malentendido [...] El cambio decisivo hacia esa noción absolutamente nueva del sacerdocio se produjo entre fines del siglo IV y principios del V».

Queda así demostrado que todos los cargos u «oficios» eclesiásticos son hechura de la Iglesia. Ninguno de ellos se remonta a Jesús, ni siquiera el de obispo y menos todavía el de sacerdote. La Iglesia, por tanto, sigue siendo también hoy libre de disponer de esos oficios a su guisa. La máxima diversidad se encuentra en la celebración de la eucaristía. Según las épocas y lugares, estuvo a cargo de la comunidad en bloque, de padres de familia, amas de casa, profetas, maestros, ancianos, obispos (en el sentido antiguo de la palabra), presbíteros y, a partir del siglo V, sacerdotes sacramentalmente ordenados. Durante casi cuatrocientos años no se requirió una «ordenación sacerdotal» para celebrar la eucaristía. ¿Por qué ha de ser hoy indispensable?

CONCLUSION

Resumiendo lo dicho en los capítulos que preceden, podemos retener lo siguiente: 1. En la Iglesia católica hay dos estamentos, clero y laicado, con distintos privilegios, derechos y deberes. Esta estructura eclesial no corresponde a lo que Jesús hizo y enseñó. Sus efectos, por tanto, no han sido beneficiosos para la Iglesia en el transcurso de la historia.

2. El concilio Vaticano II intentó, sí, salvar el foso existente entre clérigos y laicos, mas no logró suprimirlo. También en los documentos conciliares, los seglares aparecen como asistentes de la jerarquía, sin ninguna posibilidad de reivindicar sus derechos con eficacia.

3. Jesús rechazó el sacerdocio judío y los sacrificios cruentos de su época. Rompió las relaciones con el Templo y su culto. celebrado por sacerdotes. Anunció la ruina del Templo de Jerusalén y dio a entender que en su lugar no imaginaba ningún otro templo. Por eso fueron los sacerdotes judíos quienes le llevaron a la cruz.

4. Ni una sola palabra de Jesús permite deducir que deseara ver entre sus seguidores un nuevo sacerdocio y un nuevo culto con carácter de sacrificio. Él mismo no era sacerdote, como no lo fue ninguno de los doce apóstoles, ni Pablo. Tampoco en los restantes escritos neotestamentarios se percibe huella alguna de un nuevo sacerdocio.

5. Jesús no quiso que hubiera entre sus discípulos distintas clases o estados. «Todos sois hermanos», declara (Mt 23,8). Por ello los primeros cristianos se daban unos a otros el nombre de «hermanos» y «hermanas», teniéndose por tales.

6. En contradicción con esa consigna de Jesús, se constituyó a partir del siglo III una «jerarquía» o «autoridad sagrada», de resultas de la cual los fieles quedaron divididos en dos estamentos: clero y laicado, «ordenados» y «pueblo». La jerarquía reivindicó para sí la dirección de las comunidades y, sobre todo, la liturgia. Acrecentó más y más sus poderes hasta que el papel de los seglares quedó reducido al de meros servidores obligados a obedecer.

7. La extensión de la Iglesia por el mundo exigió cargos oficiales que, como demuestra la historia, tomaron formas muy diversas. Todos esos oficios, incluido el de obispo, son creaciones de la Iglesia misma. En su mano está, pues, conservarlos, modificarlos o suprimirlos, según lo requieran las circunstancias.

8. A partir del siglo V se hizo necesaria, para celebrar la eucaristía, la intervención de un sacerdote sacramentalmente ordenado. Desde entonces se abrió también camino la idea de que la ordenación sacerdotal imprime un «carácter» indeleble en quien la recibe. Esta doctrina, reelaborada por la teología medieval, sería elevada al rango de dogma de fe por el concilio de Trento, en el siglo XVI.

9. Durante cuatrocientos años, los «seglares» -según el término hoy utilizado- estuvieron presidiendo la eucaristía. Esto prueba que para ello no es necesario el concurso de un sacerdote que haya recibido el sacramento del orden, idea imposible de fundamentar tanto bíblica como dogmáticamente.

10. El requisito previo para presidir la eucaristía debe ser, pues, no una consagración u ordenación sacramental, sino un encargo. Este cometido puede confiarse a un hombre o a una mujer, casados o célibes. Ambos por igual tienen derecho a postular cualquier oficio eclesiástico, lo que incluye automáticamente la facultad para celebrar la eucaristía.


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Posted: 01 Sep 2010 07:13 PM PDT


Por José María Castillo, teólogo


En esto de la religión y de las creencias, las cosas se han puesto de tal manera que, si todo este asunto se piensa detenidamente, pronto se tiene la sospecha (la fundada sospecha) de que hay gentes que se ven a sí mismos como agnósticos, heréticos o ateos, y que sin embargo lo más razonable es pensar que tienen fe, que (sin saberlo ellos) creen en Dios, buscan a Dios, son creyentes.
De la misma manera que, en el extremo opuesto, también hay personas (quizá más de las que imaginamos) que se ven a sí mismas como creyentes y, sin embargo, seguramente no lo son.
Para explicar lo que quiero decir, no me voy a andar con muchas elucubraciones. Lo que aquí me importa dejar claro es lo siguiente: en los evangelios sinópticos (Mc, Mt y Lc), cuando se dice de alguien que es una persona creyente (que tiene fe), no se trata de una persona religiosa, observante, piadosa y que acepta las enseñanzas de los sacerdotes y autoridades sagradas.
Nada de eso. La fe es asunto de personas que (por lo que sea) lo pasan mal en la vida, se ven en apuros, atraviesan situaciones de dolor y sufrimiento. Me refiero a los numerosos casos en los que Jesús les decía a quienes quedaban curados de sus males y penalidades: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5, 34; Mt 9, 22; Lc 8, 48; cf. Mc 10, 52; Mt 8, 10. 13; 9, 30; 15, 28; Lc 7, 9; 19, 19; 18, 42). Y conste que hay casos en los que Jesús elogia la fe de personas que eran paganos(no tenían ni las creencias, ni practicaban las normas de la religión de la Biblia).
Es lo que ocurrió con el Centurión romano, que estaba al servicio de Herodes (cosa que ocurría en Galilea, como cuenta el historiador Flavio Josefo). De este hombre dijo Jesús que era el hombre con más fe que había visto (Mt 8, 5 par). Es también el caso de la mujer pagana que vivía en Siria (Mt 7, 26). Y es igualmente el caso del samaritano leproso al que curó Jesús junto a otros nueve leprosos judíos, pero aquello ocurrió de forma que sólo al hereje y descreído samaritano es al que Jesús le dice: Tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19).
Jesús nunca dijo que quienes tenían fe fueran los sacerotes, los letrados y juristas, los senadores del Sanedrín, los piadosos fariseos, es decir, las “gentes religiosas” de entonces. Todo lo contrario. En uno de los últimos enfrentamientos, que tuvo Jesús con los sumos sacerdotes y con los senadores, el mismo Jesús les echó en cara a aquellos supremos dirigentes religiosos que ellos fueron los que “no creyeron” (oúk episteúsate) a Juan Bautista (Mt 21, 25 par), mientras que el pueblo (óchlos = gente que no practicaba la Ley y que se veía como maldita por los funcionarios del Templo) (Jn 7, 49), ésos fueron “los que creyeron” (Mt 21, 26 par).
Es más, Jesús llegó hasta el extremo de la provocación cuando les dijo a los sacerdotes y senadores que los prublicanos y las prostitutas entraban en el Reino de Dios antes que ellos, porque aquellas gentes a las que la religión tenía como indeseables, éllos fueron los que “creyeron” (Mt 21, 32).
Todo es extraño, sorprendente y posiblemente inaceptable, para nuestra mentalidad, educada en los catecismos de toda la vida. ¿No será que quienes redactaron esos catecismos no se habían fijado bien en lo que dice el Evangelio? ¿No será, por tanto, que nos han enseñado el asunto de la fe de forma incompleta? ¿No confirma esto que la teología “oficial” no casa bien con lo que dijo y lo que hizo Jesús en algunos asuntos que son capitales en la vida de los cristianos?
Pues ya anuncio que nos vamos a llevar una sorpresa mayor cuando veamos lo que dicen los evangelios sobre los que no tenían fe. Pero de eso hablaremos pronto.Con lo de hoy, ya tenemos suficiente para “atrevernos a pensar”.
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Posted: 01 Sep 2010 05:01 PM PDT




Se va el teólogo franciscano José Arregui. Se va "con dolor y vértigo, pero con paz". Se va sin reproches. Deseándole lo mejor al "hermano obispo José Ignacio Munilla". Se va sin hacer sangre. Y podía haberla hecho. Y mucha, me consta. Se va con espíritu franciscano. Con espíritu franciscano profético, se va haciendo un servicio al Evangelio: denunciando el sistema, la falta de libertad en la Iglesia, en la que presumimos que "la verdad nos hace libres". Se va un gran teólogo. Valiente y crítico. Gana Munilla o eso parece. En el fondo, pierde el obispo de San Sebastián, porque pierde la libertad y pierde la Iglesia entera.

De su despedida lúcida y evangélica, me duele especialmente es afrase en la que dice que "en la iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos". En la Iglesia del condenado a la cruz por insumisión.

Se va Arregui de la orden franciscana. No queda claro (al menor por ahora) que se vaya a secularizar. Me gustaría que no lo hiciese. Que siguiese siendo un sacerdote (ya no religioso), al que algún obispo tendría a bien acoger en su diócesis. Alguno habrá, digo yo. En cualquier caso, haga lo que haga, seguirá perteneciendo, como él mismo dice, a la comunidad de los seguidores de Jesús.

Y ya el colmo de la fraternidad sería que monseñor Munilla le tendiese su mano e, incluso, le ofreciese pasar a formar parte del presbiterio donostiarra. Desde el disenso, pero hermanos. Eso sí que sería un ejemplo para la sociedad y para la propia Iglesia. Y hasta creo que el obispo de San Sebastián tiene los suficientes reaños como para hacerlo. Y demostrar así que en su diócesis caben todos. Incluso los que lo critican y ejercen el carisma de la denuncia profética.

Arregui se va para no asfixiarse. Para ser fiel a su conciencia. Para poder respirar...Mala señal para la Iglesia que camina hacia el drama de convertirse en una institución "intelectualmente inhabitable", como dice Juan de Dios Martín Velasco. Y eso es un cáncer para cualquier institución. Y un pecado, un gran pecado, para la Iglesia de Jesús.

En la Iglesia española hemos tenido un "jesuita sin papeles" (el recintemente fallecido José maría Díez-Alegría) y, ahora, tenemos un "franciscano sin hábito". Ignacio y Francisco, Francisco e Ignacio se sentirán orgullosos de los dos.

Gracias por los servicios prestados, "hermano" Arregui, y por los que seguro seguirá prestando a tanta gente que alimenta su fe con sus escritos. Paz y Bien.
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Posted: 01 Sep 2010 04:52 PM PDT




Los últimos días de agosto nos han dejado varias noticias espeluznantes. En el norte de México, los cuerpos de 72 personas (54 hombres y 18 mujeres) fueron halladas por el ejército mexicano cerca de la frontera con EEUU. Todos eran migrantes procedentes de Brasil, Honduras, Ecuador y El Salvador que buscaban alcanzar el paso fronterizo para probar fortuna en EEUU. Fueron asesinados por una banda de Los Zetas, al parecer, por negarse a convertirse en sicarios. Este episodio pone de relieve algo que Amnistía Internacional lleva mucho tiempo denunciando: la desprotección total y el abuso, violaciones, palizas, secuestros, detenciones y extorsiones a los que los migrantes latinos se ven sometidos a su paso por México, donde las bandas del narcotráfico han encontrado en los migrantes un objetivo fácil y constante. Según un informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, sólo entre septiembre de 2008 a febrero de 2009, fueron secuestrados 9.758 migrantes, cerca de 1.600 por mes.

Ya en Europa, en Francia, el Gobierno Sarkozy nos ha dejado también una imborrable fotografía del millar de personas de etnia gitana que han sido expulsadas a Rumanía. Temerosa Europa del incremento en los últimos años de la extrema derecha encabezada por Le Pen, ahora resulta que se ha infiltrado en el mismo seno del Ejecutivo francés. El discurso del odio y del miedo que Sarkozy y su círculo más estrecho manejan desde hace tiempo, ha tenido algunas reacciones. Algunos sectores del propio Gobierno y los sectores de izquierda franceses han denunciado la deriva xenófoba emprendida con la decisión, la Comisión Europea está evaluando la posibilidad de emprender acciones y, en Rumanía, líderes gitanos han exhortado a emprender un boicot contra los productos franceses. A principios de agosto, 190 adultos y 49 niños inmigrados fueron también desalojados a la fuerza por la policía francesa de sus apartamentos en un barrio de París, en unas imágenes también imborrables.

Finalmente, en España, recientemente ha sido desarticulada una red de prostitución masculina que explotaba a 80 brasileños, los cuales habían sido engañados con el reclamo de obtener a su llegada un trabajo de modelo o de bailarín. Vivían hacinados en pequeños pisos y eran obligados a ejercer jornadas de trabajo interminables y a consumir estupefacientes y pastillas para mantener el ritmo de encuentros sexuales. Esta es la primera red de prostitución masculina que se ha desarticulado en España. En los últimos años, sin embargo, han sido numerosas las noticias relatando la existencia de redes de prostitución, en este caso, femeninas, que explotan de manera sistemática a mujeres que son engañadas con algún falso reclamo y que son obligadas a prostituirse.

Las tres noticias hablan de la explotación, violación y maltrato de unos seres humanos contra otros, de personas que obtienen beneficios económicos a costa de la humillación de otras, de la anulación absoluta de su dignidad. Las tres historias dejan vidas que no existen, que han sido negadas para que otras vivan por encima de sus posibilidades: unos, enriqueciéndose; otros, dibujando una ideología y un modelo de sociedad en la que muchos no caben; algunos, aprovechándose de una realidad que lejos de ser ajena, les convierte en cómplices, legitimando como usuarios la prostitución, por ejemplo. Es el mundo ‘patas arriba’ del que habla Eduardo Galeano, en el que lo humano y lo inhumano se mezclan con demasiada facilidad.
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Posted: 01 Sep 2010 04:49 PM PDT


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 1-11


En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes».
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres».
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

La cosa empezó a orillas del lago
“¡Duc in Altum!”

“La cosa empezó en Galilea”, predica Pedro en Hechos 10,37. El evangelio no sólo tiene un punto de partida en el Bautismo de Jesús (Lc 3,21-22) o en el discurso en la sinagoga de Nazareth (Lc 4,16-22), sino de manera especial en el llamado de los primeros discípulos en el lago de Genesaret (o lago de Galilea). Se puede decir, entonces, que la cosa empezó a orillas del Lago.

Estos –y los que vendrán más adelante- son los que se convertirán en los “Testigos” (24,48; Hch 1,22; 10,41-42: “testigos escogidos de antemano”) que continuarán su misión predicando el evangelio de la liberación y del Reino: “la conversión para el perdón de todos los pecados a todas la naciones” (24,47).

El relato tiene tres partes: (1) La predicación de Jesús a orillas del lago, desde la barca de Pedro (5,1-3); (2) la pesca milagrosa por el poder de la palabra de Jesús (5,4-7); y (3) el llamado de Simón Pedro y sus tres compañeros, y el comienzo del seguimiento (5,8-11). El movimiento de ida y vuelta, al interior y a orillas del lago, es significativo porque gira en torno a dos palabras de poder de Jesús que se colocan al mismo nivel: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (5,4) y “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (5,10).

La dinámica del relato impulsa hacia la tercera escena: el llamado a orillas del lago –con un gesto de perdón- y el comienzo del seguimiento de Jesús dejando atrás las barcas.

Notemos cómo en este relato se van describiendo cinco elementos clave del discipulado según el evangelista Lucas:

1. Una persona se hace discípula de Jesús después haber escuchado las palabras y de haber observado las obras poderosas de Jesús

A diferencia del relato paralelo en Marcos, donde la vocación se da casi de manera sorpresiva, constituyéndose en la aventura de seguir a uno a quien todavía no se le conoce, el evangelio de Lucas supone que el discípulo ya tiene un conocimiento previo del Maestro antes de comenzar a seguirlo.

También por este aspecto era importante el pasaje que leímos ayer: Jesús ya había estado en casa de Simón y éste había sido testigo de su poder sobre el mal cuando curó a su suegra (4,38-39). Por tanto Simón Pedro ya lo conocía.

Incluso en la primera parte del relato de hoy, vemos cómo Jesús ya ha contado con Simón al tomar prestada su barca para convertirla en el púlpito desde donde predica a “la gente que se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios” (5,1b). Allí también él tuvo la oportunidad de escuchar al Maestro. Por tanto Simón ya sabía de Jesús.

Pero luego vemos cómo se da un paso adelante: Simón es beneficiado directamente por Jesús en una pesca milagrosa después de una larga noche de fatiga infructuosa: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu Palabra, echaré las redes” (5,5). En este nuevo encuentro con Jesús, Simón ya no solamente “sabe” sino que “hace una experiencia” del poder de la Palabra del Maestro.

En este contexto, Simón Pedro llama por primera vez a Jesús “Maestro” (5,5; ver luego 8,24.45; 9,33.49; 17,13).

2. Jesús llama a pecadores y marginados

Después de la pesca milagrosa, Simón Pedro cae a los pies de Jesús para reconocer que es un pecador: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (5,8). Jesús, por su parte, le dice: “No temas” (5,10b). Este “no temas” equivale en el contexto a una declaración de perdón.

Frente a la grandeza de Jesús, el discípulo reconoce su indignidad. Esta conciencia del pecado es el punto de partida correcto de una camino en que se insistirá que “el que se humille será exaltado” (14,11; 18,14; ver el Magníficat). El reconocimiento del pecado no es impedimento sino más bien un punto de partida –casi un prerrequisito- para quien comienza a seguir a Jesús.

¿Y esto por qué? Porque la vocación sitúa la historia entera de la persona dentro del plan salvífico de Dios (ver 5,30). Se acoge el poder salvífico del perdón de Jesús en primera persona, para anunciarlo después –en calidad de testigo- como buena nueva al mundo entero: Jesús vino a salvar a todas las personas sometidas por mal.

¡Jesús es el Señor del perdón! Simón Pedro y sus compañeros se hacen discípulos del Señor de la misericordia.

3. El llamado al discipulado incluye una responsabilidad misionera

Jesús dice: “Desde ahora serás pescador de hombres” (5,10). Esta frase tiene una particularidad en su forma griega que suena así: “a partir de ahora cogerás”, es decir, se acentúa el hecho de recoger peces vivos, lo cual equivale a un gesto de salvación.

Por lo tanto, la formación que Jesús le ofrece al discípulo pretende capacitarlo para que sea capaz de salvar a otras personas. En los pasajes siguientes a este relato vocacional este tema se desarrolla en diversas escenas de salvación, hasta llegar a decir que lo que corresponde al querer de Dios “salvar una vida”, es la forma más elevada de “hacer el bien” (ver 6,9).

Este será el servicio concreto del discípulo. Los discípulos siguen al Señor del servicio (ver 22,24-27).

4. El discipulado tiene la forma de un viaje junto con Jesús

En este pasaje, Lucas termina haciendo esta anotación: “Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron” (5,11).

El último verbo es “seguir” (a Jesús). El corazón del discipulado es el “seguimiento” de Jesús, que no es otra cosa que una adhesión completa mediante la cual se comparte totalmente la vida del Maestro: su geografía física y espiritual, sus espacios y su tiempo, sus éxitos y sus fracasos, sus enseñanzas y sus obras de poder, sus palabras y sus silencios, pero sobre todo su visión de Dios y del mundo, raíz de la misión. El discípulo lo acompañará en todo perseverando hasta el fin.

En el seguimiento de Jesús la historia personal del discípulo entra en una nueva dinámica de vida y con el Maestro va elaborando un nuevo proyecto de vida. Los discípulos siguen al Señor de los caminos.

5. Aquel a quien Jesús llama debe adoptar una actitud de desapego de sus propios bienes

Para que la adhesión de corazón al Maestro sea posible también se requiere dejar atrás todo lo que impide la disponibilidad para caminar junto con él. Por eso el “seguir” tiene como presupuesto el “dejarlo todo” (ver 5,11a).

Símbolo de esto es el gesto del llevar “a tierra las barcas” (5,11a), que en nuestro pasaje describe el momento en el cual los discípulos las sacan completamente del agua y las dejan inutilizadas en tierra. Con esto se anuncia un nuevo comienzo.

Así como su Maestro, el discípulo debe ser una persona libre que no se deja atar por nada ni por nadie (ver el evangelio del próximo domingo). La renuncia a los bienes es la premisa de la construcción de una nueva jerarquía de valores y de una nueva visión de la vida que parte de la visión de Jesús.

Por otra parte, sin esta apertura total al Maestro, dejando atrás las propias seguridades, no es posible la formación, porque “el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos” (5,38).

El gesto de desapego –valiente y con prontitud- de los primeros discípulos, deja ver que la renuncia de todo lo que ata al pasado –por causa de Jesús- tiene un valor positivo: indica una actitud de apertura total, de abandono, de confianza absoluta en Jesús. Es un gesto de amor. Pero también es como firmar un documento en blanco, para que el conduzca sus vidas por los caminos que, como buen Maestro que es, considere pertinentes. Al “Maestro” (5,5) hay que dejarlo ser “Señor” (5,8).

Discípulo, entonces, es quien se deja conducir, dócilmente y con el corazón libre, por el Señor de sus vidas. Con Jesús se reaprende la vida.

Esta página que leemos hoy, y que está a la base de los relatos que leeremos a continuación, va más allá de la simple anécdota vocacional. Ella nos deja claro que todos los discípulos y discípulas de Jesús debemos volver una y otra vez a este momento primero. Sólo así se renovarán nuestras vidas y se hará más intensa la fuerza de la misión que nos ha sido confiada, en una fresca espiritualidad de la escucha del Maestro que nos llama constantemente con su palabra viva.





Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuáles son los cinco elementos claves del discipulado que nos describe el evangelio de Lucas?

2. ¿Por qué la conciencia del propio pecado y el pedir perdón son condiciones para seguir a Jesús? ¿Soy consciente de mí ser de pecador/a? ¿En qué forma pido a Dios el perdón de mis pecados?

3. ¿Cuáles son las cosas que poseo, pequeñas o grandes, de las cuales no me desprendería fácilmente? ¿Qué me pide Jesús en el evangelio de hoy al respecto?
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.

miércoles 1 de septiembre de 2010


Lecturas y Liturgia de las Horas: 2 de Setiembre de 2010


SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto 3, 18-23

 

Hermanos:
¡Que nadie se engañe! Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios. En efecto, dice la Escritura: "Él sorprende a los sabios en su propia astucia", y además: "El Señor conoce los razonamientos de los sabios y sabe que son vanos".
En consecuencia, que nadie se gloríe en los hombres, porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios.


Palabra de Dios.



SALMO RESPONSORIAL 23, 1-4b. 5-6

R. Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella.

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque Él la fundó sobre los mares,
Él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos. R.

El recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 1-11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes».
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres».
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.


Palabra del Señor.


LITURGIA DE LAS HORAS
TIEMPO ORDINARIO
JUEVES DE LA SEMANA XXII
De la feria. Salterio II.


2 de septiembre


LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

INVITATORIO

Ant. Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Himno: SEÑOR, TÚ ME LLAMASTE.

Señor, tú me llamaste
para ser instrumento de tu gracia,
para anunciar la buena nueva,
para sanar las almas.

Instrumento de paz y de justicia,
pregonero de todas tus palabras,
agua para calmar la sed hiriente,
mano que bendice y que ama.

Señor, tú me llamaste
para curar los corazones heridos,
para gritar, en medio de las plazas,
que el Amor está vivo,
para sacar del sueño a los que duermen
y liberar al cautivo.
Soy cera blanda entre tus dedos,
haz lo que quieras conmigo.

Señor, tú me llamaste
para salvar al mundo ya cansado,
para amar a los hombres
que tú, Padre, me diste como hermanos.
Señor, me quieres para abolir las guerras,
y aliviar la miseria y el pecado;
hacer temblar las piedras
y ahuyentar a los lobos del rebaño. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos.

Salmo 79 - VEN A VISITAR TU VIÑA

Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como a un rebaño;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece
ante Efraím, Benjamín y Manasés;
despierta tu poder y ven a salvarnos.

¡Oh Dios!, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

Señor Dios de los ejércitos,
¿hasta cuándo estarás airado
mientras tu pueblo te suplica?

Le diste a comer llanto,
a beber lágrimas a tragos;
nos entregaste a las disputas de nuestros vecinos,
nuestros enemigos se burlan de nosotros.

Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

Sacaste una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste;
le preparaste el terreno y echó raíces
hasta llenar el país;

su sombra cubría las montañas,
y sus pámpanos, los cedros altísimos;
extendió sus sarmientos hasta el mar,
y sus brotes hasta el Gran Río.

¿Por qué has derribado su cerca
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa.

La han talado y le han prendido fuego:
con un bramido hazlos perecer.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.

Señor Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos.

Ant. 2. Anunciad a toda la tierra que el señor hizo proezas.

Cántico: ACCION DE GRACIAS DEL PUEBLO SALVADO - Is 12, 1-6

Te doy gracias, Señor,
porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira
y me has consolado.

Él es mi Dios y salvador:
confiare y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

Aquel día, diréis:
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.

Tañed para el Señor, que hizo proezas;
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«¡Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel!».

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Anunciad a toda la tierra que el señor hizo proezas.

Ant. 3. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Salmo 80 - SOLEMNE RENOVACIÓN DE LA ALIANZA

Aclamad a Dios, nuestra fuerza;
dad vítores al Dios de Jacob:

acompañad, tocad los panderos,
las cítaras templadas y las arpas;
tocad la trompeta por la luna nueva,
por la luna llena, que es nuestra fiesta;

porque es una ley de Israel,
un precepto del Dios de Jacob,
una norma establecida para José
al salir de Egipto.

Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.

Clamaste en la aflicción, y te libré,
te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.

Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel!

No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto;
abre tu boca y yo la saciaré.

Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios;

los que aborrecen al Señor te adularían,
y su suerte quedaría fijada;
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

LECTURA BREVE Rm 14, 17-19

El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres. Por tanto, trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación.

RESPONSORIO BREVE

V. Velando medito en ti, Señor.
R. Velando medito en ti, Señor.

V. Porque fuiste mi auxilio.
R. Medito en ti, Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Velando medito en ti, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Anuncia, Señor, la salvación a tu pueblo y perdónanos nuestros pecados.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Anuncia, Señor, la salvación a tu pueblo y perdónanos nuestros pecados.

PRECES

Bendigamos a Dios, nuestro Padre, que mira siempre con amor a sus hijos y nunca desatiende sus súplicas, y digámosle con humildad:

Ilumínanos, Señor.

Te damos gracias, Señor, porque nos has iluminado con la luz de Jesucristo;
que esta claridad ilumine hoy todos nuestros actos.

Que tu sabiduría nos dirija en nuestra jornada;
así andaremos por sendas de vida nueva.

Ayúdanos a superar con fortaleza las adversidades
y haz que te sirvamos con generosidad de espíritu.

Dirige y santifica los pensamientos, palabras y obras de nuestro día
y danos un espíritu dócil a tus inspiraciones.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Dirijamos ahora, todos juntos, nuestra oración al Padre y digámosle:

Padre nuestro...

ORACIÓN

A ti, Señor, que eres la luz verdadera y la fuente misma de toda luz, te pedimos humildemente que meditando fielmente tu palabra vivamos siempre en la claridad de tu luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



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VÍSPERAS
Oración de la tarde

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CUANDO LA LUZ SE HACE VAGA

Cuando la luz se hace vaga
y está cayendo la tarde,
venimos a ti, Señor,
para cantar tus bondades.

Los pájaros se despiden
piadosamente en los árboles,
y buscan calor de nido
y blandura de plumajes.

Así vuelven fatigados
los hombres a sus hogares,
cargando sus ilusiones
o escondiendo sus maldades.

Quieren olvidar la máquina,
olvidar sus vanidades;
descansar de tanto ruido
y morir a sus pesares.

Ya todo pide silencio,
se anuncia la noche amable:
convierte, Padre, sus penas
en abundancia de panes.

Alivie tu mano pródiga,
tu mano buena de Padre,
el cansancio de sus cuerpos,
sus codicias y sus males. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta el fin de la tierra.

Salmo 71 I - PODER REAL DEL MESÍAS

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna.

Que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta el fin de la tierra.

Ant. 2. Socorrerá el Señor a los hijos del pobre; rescatará sus vidas de la violencia.

Salmo 71 II

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;

él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba;
él intercederá por el pobre
y lo bendecirá.

Que haya trigo abundante en los campos,
y ondee en lo alto de los montes,
den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso,
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Socorrerá el Señor a los hijos del pobre; rescatará sus vidas de la violencia.

Ant. 3. Ahora se estableció la salud y el reinado de nuestro Dios.

Cántico: EL JUICIO DE DIOS Ap. 11, 17-18; 12, 10b-12a

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las naciones,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por eso, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Ahora se estableció la salud y el reinado de nuestro Dios.

LECTURA BREVE 1Pe 1, 22-23

Por la obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor fraternal no fingido; amaos, pues, con intensidad y muy cordialmente unos a otros, como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. El Señor es mi pastor, nada me falta.
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

V. En verdes praderas me hace recostar.
R. Nada me falta.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. A los que tienen hambre de ser justos el Señor les colma de bienes.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. A los que tienen hambre de ser justos el Señor les colma de bienes.

PRECES

Elevemos a Dios nuestros corazones agradecidos porque ha bendecido a su pueblo con toda clase de bienes espirituales y digámosle con fe:

Bendice, Señor, a tu pueblo.

Dios todopoderoso y lleno de misericordia, protege al Papa Benedicto XVI y a nuestro obispo N.,
que tú mismo has elegido para guiar a la Iglesia.

Protege, Señor, a nuestros pueblos y ciudades
y aleja de ellos todo mal.

Multiplica como renuevo de olivo alrededor de tu mesa hijos que se consagren a tu reino,
siguiendo a Jesucristo en pobreza, castidad y obediencia.

Conserva el propósito de aquellas de tus hijas que han consagrado a ti su virginidad, para que, en la integridad de su cuerpo y de su espíritu, sigan al cordero donde quiera que vaya.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Da la paz a los difuntos
y permítenos encontrarlos nuevamente un día en tu reino.

Ya que por Jesucristo hemos llegados a ser hijos de Dios, acudamos con confianza a nuestro Padre:

Padre nuestro...

ORACIÓN

Al ofrecerte, Señor, nuestro sacrificio vespertino de alabanza, te pedimos humildemente que, meditando día y noche en tu palabra, consigamos un día la luz y el premio de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



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COMPLETAS
(Oración antes del descanso nocturno)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

EXAMEN DE CONCIENCIA

Hermanos, habiendo llegado al final de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos sinceramente nuestros pecados.

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

V. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Himno: CRISTO, SEÑOR DE LA NOCHE

Cristo, Señor de la noche,
que disipas las tinieblas:
mientras los cuerpos reposan,
se tú nuestro centinela.

Después de tanta fatiga,
después de tanta dureza,
acógenos en tus brazos
y danos noche serena.

Si nuestros ojos se duermen,
que el alma esté siempre en vela;
en paz cierra nuestros párpados
para que cesen las penas.

Y que al despuntar el alba,
otra vez con fuerzas nuevas,
te demos gracias, oh Cristo,
por la vida que comienza. Amén.

SALMODIA

Ant. Mi carne descansa serena.

Salmo 15 - CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Mi carne descansa serena.

LECTURA BREVE 1Ts 5, 23

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

V. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

V. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R. Te encomiendo mi espíritu.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

CÁNTICO DE SIMEÓN Lc 2, 29-32

Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

ORACIÓN

OREMOS,
Señor, Dios nuestro, concédenos un descanso tranquilo que restaure nuestras fuerzas, desgastadas ahora por el trabajo del día; así, fortalecidos con tu ayuda, te serviremos siempre con todo nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Por Cristo nuestro Señor.
Amén

BENDICIÓN

V. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una santa muerte.
R. Amén.

ANTÍFONA FINAL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Salve, Reina de los cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a nuestra luz.

Alégrate, virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
salve, agraciada doncella,
ruega a Cristo por nosotros.

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