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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Lecturas del día 01-09-2010

1 de Septiembre 2010, MIÉRCOLES DE LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SS.Josué, Antiguo Testamento, Gil ob, Vicente ob

LITURGIA DE LA PALABRA


1Co 3,1-9: Ustedes son edificio de Dios
Salmo responsorial 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Lc 4,38-44: Anunciar el reino a los otros pueblos


El anuncio del reino de Dios está acompañado de signos de salvación. Jesús sale de la sinagoga, símbolo de la institución religiosa, y entra en la casa, símbolo de la comunidad del reino que va creciendo desde la pequeñez y la familiaridad. Pero en la casa también hay presencia del mal. Ahora es una mujer enferma con una fiebre muy alta. Le piden a Jesús que haga algo por ella. El increpa a la fiebre, y la mujer se levanta y se pone a servirles. Otras personas postradas por la enfermedad o poseídas por espíritus del mal son llevadas a la presencia de Jesús para que las cure. Jesús sigue demostrando su poder frente al mal. Definitivamente el reino de Dios ha irrumpido con fuerza en medio de la historia para vencer a la muerte e implantar la vida en abundancia. Esa es también nuestra misión: dejar atrás las fiebres causadas por el egoísmo, la ambición y la injusticia, y ponernos a servir a Jesús, que es servir incondicionalmente al reino de Dios. La comunidad eclesial, cuerpo de Cristo, está llamada a continuar la obra de Jesús a lo largo de la historia generando un dinamismo salvador capaz de llegar a todos los pueblos del mundo.

PRIMERA LECTURA.
1Corintios 3, 1-9
Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios, edificio de Dios
Hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora, que seguís los instintos carnales. Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os guían los instintos carnales y que procedéis según lo humano.

Cuando uno dice "yo soy de Pablo" y otro, "yo de Apolo", ¿no estáis procediendo según lo humano? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. El que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios, edificio de Dios.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 32
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. R.

Desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: él modeló cada corazón,  y comprende todas sus acciones. R.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo;  con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R.

SANTO EVANGELIO
Lucas 4, 38-44
También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta, y le pidieron que hiciera algo por ella. El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles.

Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Palabra del Señor


Comentario de la Primera Lectura: 1 Co 3, 1-9. Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios, edificio de Dios
La lectura comienza con una clara distinción entre “gente inmadura” y hombres que “poseen el Espíritu” (v. 1). La primera expresión, según Pablo, se refiere a personas abandonadas a sus propias fuerzas y guiadas por criterios humanos: gentes que podrían ser calificadas de personas “subdesarrolladas” desde el punto de vista espiritual tal vez también como personas que no han experimentado todavía la plenitud de la vida. Los hombres que poseen el Espíritu son aquellos que, de una manera libre y consciente, han entrado en una nueva mentalidad, en un modo de vida que comparte la novedad de Cristo.

¿Cómo se manifiesta la inmadurez de algunos cristianos? En que se deleitan en crear facciones, en sembrar discordias y en esparcir envidias, procediendo así, en vez de contribuir a edificar la comunidad, tienden a destruirla, y no sólo con los pensamientos que alimentan, sino también y sobre todo con las actitudes que asumen. Sin embargo, prosigue el apóstol, a todos les es posible vivir y comportarse como hombres que “poseen el Espíritu”, con la condición de que comprendamos bien qué es Pablo y qué es Apolo: ministros (esto es, siervos), simples colaboradores de Dios.

La iniciativa de la salvación corresponde sólo al Señor sólo a él le pertenecen el mérito y el honor Por consiguiente, es preciso saber y reconocer que el protagonista —más aún, el único verdadero realizador de la salvación— es Dios. Él es quien hace crecer lo que los siervos se han limitado a plantar y a regar. Es él quien salva a todos los que, mediante la escucha de la predicación, se abren al diálogo que lleva al descubrimiento de la verdad.
También es preciso respetar el orden jerárquico entre los agentes que colaboran en la obra de la salvación Dios: está siempre en primer lugar; después, todos lo demás. Por su parte, Pablo está sinceramente dispuesto a ponerse en el último lugar

Comentario Salmo 32.  Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.

Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.

La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.

En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «por que...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19

En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).

La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).

A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).

La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.

Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).

Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.

Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.

En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.

El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).

Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,38-44. También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado
Esta página evangélica presenta dos momentos muy distintos: por un lado, la curación de la suegra de Simón en el marco de otras curaciones (vv. 38ss y 4Oss); por otro, la autoconciencia de Jesús sobre su misión evangelizadora (v. 43). En cuanto al primer momento es oportuno poner de relieve que la curación habilita para el servicio: por lo general, a Lucas le gusta sacar a la luz este binomio. Es también obligado explicitar el hecho de que las curaciones de los enfermos, en cuanto liberación del demonio, se convierten en ocasión de auténticas profesiones de fe cristológica (véase en el v. 41, y también en el fragmento precedente en el v. 34). Poco importa que sean los demonios quienes profesen esta fe alguien los ha caracterizado también como “los teólogos de Jesús”

En la segunda parte del fragmento evangélico, Lucas se convierte en testigo e intérprete de dos acontecimientos fundamentales: el hecho de la evangelización, como característica esencial del cristianismo, y la conciencia mesiánica de Jesús, que explota sobre todo en la necesidad que tiene de anunciar el Reino de Dios. Se trata de una necesidad providencial, porque está inscrita en el designio salvífico de Dios. Jesús, por su parte, no puede sustraerse a este deber concreto, porque ésa es su misión: «Porque para esto he sido enviado» (4,43; cf también Lc 10,16).

Evangelización y nueva evangelización (esta última expresión se repite ahora de manera pacífica en nuestro vocabulario) son términos bastante difundidos en nuestros días. Se habla también, de una manera bastante espontánea, de evangelización de las culturas o de incultura en la fe. ¿Es posible clarificar estos términos a la luz de la página evangélica que hemos leído hoy? Parece ser que sí.

«Debo anunciar...»: en primer lugar; se requiere una sacudida que despierte la conciencia de todo cristiano a la ineludible tarea de ser testigo del Evangelio en todas las situaciones de la vida. También el Concilio Vaticano II ha subrayado y confirmado esta necesidad, y ha querido fundamentarla en el acontecimiento sacramental del bautismo. Podemos remitirnos al nº. 10 de la Lumen gentium o al nº. 3 de la Apostolicam actuositatem.

«Debo anunciar la Buena Noticia de Dios»: parece indispensable recordar que el objeto de la evangelización no es la Iglesia, sino el Reino de Dios: este término ha de ser entendido no en un sentido puramente local, como si hubiera que entrar en un determinado lugar, dentro de un recinto bien establecido; hemos de entenderlo más bien en un sentido espiritual destinado a señalar; en primer lugar, la soberanía de Dios a la que estamos sometidos y la comunidad de salvación que camina hacia el Reino.

«Para esto he sido enviado»: es como decir que no hay evangelización sin misión. No es indispensable una misión apostólica; es suficiente con referirse —como hace el Concilio Vaticano II— al bautismo y a la vocación que hemos abrazado. De ellos nos viene no sólo el derecho a ser servidores de la Palabra aquí y ahora, sino que también recibimos las energías espirituales necesarias para tal misión.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 4, 38-44, para nuestros Mayores. Jesús ofrece curación para todos los presentes.
Todo nos permite suponer que los diversos elementos que recoge nuestro texto están fundados en un recuerdo histórico: la curación de la suegra de Simón (Pedro) (4, 38-39), las curaciones numerosas (4, 40-41) la exigencia de extender el mensaje del reino Íbera de la ciudad de Cafarnaum (4, 42-44). Sin embargo, la elaboración de esos rasgos y la unidad del conjunto parecen ser obra de un redactor, probablemente de Marcos (1, 29-39), a quien Lucas ha seguido. Teniendo esto en cuenta veamos el sentido de los elementos del texto.

Sorprende el hecho de que Jesús ofrece curación a todos los presentes: la suegra de Simón, los enfermos y posesos. En su gesto de ayuda se ha expresado la verdad de la presencia del Espíritu que viene a transformar el mundo (cfr 4, 18-21). Su poder no es destrucción, sino comienzo de una vida verdadera; su juicio no es castigo, sino ofrenda de perdón que se dirige a todos los que estaban oprimidos por las tuerzas de lo malo. La presencia escatológica de Dios ha comenzado a realizarse de una forma decidida sobre el mundo.

En este contexto se debe anotar la relación de Jesús Con los poderes malos. El hecho de que los demonios le Conozcan significa que su actividad se mantiene en el plano de la lucha contra todo lo que aquéllos significan opresión y destrucción para los hombres. Al conocerle (saber el nombre significa tener poder sobre alguien), los demonios pretenden inutilizar su obra, pero Jesús no les deja hablar y les expulsa (4, 41). En este rasgo, común en los antiguos exorcismos se descubre que es preciso luchar contra lo malo sin detenerse a discutir sus pretensiones Todos sabemos que el mal se puede revestir de una apariencia buena engañando a los que vienen a escuchar sus ruegos. Jesús no se ha parado. Sabía que todo lo que destruye al hombre es perverso y se ha esforzado por vencerlo.

La obra de Jesús suscita una reacción egoísta entre las gentes: quieren aprovecharle monopolizar el aspecto más extenso de su actividad y utilizarle como un simple en curandero. Por eso vienen a buscarle (4, 42). Nuestra relación con Jesús y el cristianismo puede moverse en ese plano: les aceptamos simplemente en la medida en que nos ayudan a resolver nuestros problemas (nos ofrecen tranquilidad psicológica garantizan un orden en la familia o el estado sancionan unas normas de conducta que pensamos provechosas). Esa forma de utilizar el evangelio es vieja; quizá puede aplicarse a ella las palabras de condena que Jesús dirige a Cafarnaum (Lc 10, 15), la ciudad que pretendía monopolizar sus obras milagrosas.

La respuesta de Jesús es clara: tiene que anunciar el reino en otros pueblos (4,43). Su exigencia se traduce en un don que se halla abierto a todos los que esperan. Ciertamente, el evangelio es un regalo que enriquece la existencia: pero es un regalo que no se puede encerrar un regalo que nos abre sin cesar hacia los otros.

Comentario del Santo Evangelio: Lc4, 42-44, de Joven para Joven. Jesús se retira en solitario
Cuando Lucas dice “al amanecer” crea una relación con las acciones anteriores de Jesús en Cafarnaún. Jesús abandona la ciudad y busca un lugar solitario. En el texto griego se encuentra la misma palabra que en Lc 4,1, ya que como traducción para “lugar solitario” también se puede usar la palabra “desierto” - Se retira al mismo sitio donde, con la ayuda del Espíritu de Dios, resistió las tentaciones de Satanás, donde se preparó para sus acciones públicas.

La gente se lo quiere impedir, pero el Evangelio del Reino de Dios tiene que ser proclamado y comunicado a todos los hombres; fue esto lo que se les dijo a los pastores en el nacimiento de Jesús (Lc 2,14). Y el anciano Simeón vio en Jesús la salvación que alcanza a todos los pueblos (Lc 2,30).

Después de que Lucas, en los episodios de Cafarnaún, nos narre la llegada de la salvación del hombre, cuenta la actividad de Jesús en otras ciudades del país. San Lucas nos narra que Jesús predicaba en las sinagogas: la sinagoga se convierte en el lugar preferencial de la proclamación de Jesús. Así muestra cuán profundas son las raíces que lo unen a su pueblo y sus tradiciones religiosas, viviendo y siguiendo Fiel a ellas. Es también a partir de su confrontación con el judaísmo como Jesús formulará su mensaje.

Lucas da la impresión de que Jesús ha cambiado de escenario y se ha pasado a Judea, en el sur de Palestina. Pero en realidad, en la narración del evangelista, Jesús está todavía en Galilea ya que Lucas toma “Judea” en un sentido más amplio, como todo el país de Israel (cf. Lc 1,5; 7,17; Hch 10,37; 28,1, etc). Este texto tiene paralelos en Mc 1,35-39; cf. Mt 4,23; 9,35.

a) El presente sumario, junto con el de 4,14 y otros que le siguen, nos están hablando de la misión universalista de Jesús: él salió a predicar a todos, y para eso ha sido enviado. Esto lleva al lector a dos conclusiones. Primera: no hay nadie que quede fuera del mensaje de Jesús. Jesús predicó para todos por igual. Esta observación debe hacer que el lector, si es verdadero continuador de la misión de Jesús, debe predicar a todos. Segunda: dice san Lucas que todos iban detrás de Jesús. Ésta es una invitación disimulada a los lectores para ir detrás de Jesucristo. La narración plantea al lector esta pregunta: “¿tú con este universalismo de Maestro?”; “¿abierto a su mensaje?”.

b) Con este texto cierra Lucas una parte de su evangelio, mientras prepara al lector para la siguiente parte de la actividad de Jesús en Galilea. Con esta primera parte ya terminada, el evangelista prepara también al lector para leer con atención lo que sigue, el final trágico, pero salvífico, de Jesús en Jerusalén. Lo prepara finalmente para observar con cuidado la postura de Jesús frente a la aceptación y el rechazo, los efectos de su mensaje y el desarrollo del tema del Reino a través de su vida pública.

Elevación Espiritual para este día.
La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: «Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades», se aplican con toda verdad a ella misma. Y, por su parte, ella añade de buen grado, siguiendo a san Pablo: «Porque, si evangelizo, no es para mí motivo ni gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!. Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: « Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia»; una turca y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir; para predicar y enseña ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa. Vínculos recíprocos entre la iglesia y la evangelización.

Reflexión Espiritual para el día.
Según un cuento que aparece en el Talmud, Dios quería dar su Torá a los romanos, pero éstos no la quisieron, porque una ley que prohibía matar y vengarse era demasiado contraria a sus inclinaciones. Entonces Dios ofreció la Torá a los griegos, pero éstos no quisieron una ley que prohibía desear a las mujeres y cometer adulterio. Más tarde ofreció Dios la Torá a los persas, pero éstos nada quisieron saber de una ley que impone decir la verdad. Y así Dios tuvo que endosársela a los pobres judíos.

Es un hecho que la conciencia de Israel no es una conciencia triunfalista. Saben que son los siervos de Dios; de él la han recibido el don de la Torá, pero este don es un gravamen, es un compromiso. El Concilio habla del carácter profético de los cristianos, de su carácter real y de su carácter sacerdotal, y este carácter, que todo cristiano posee y debe ejercer en servicio a los otros, es la condición de la comunicación que Dios ha hecho a su pueblo.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Los profetas.
No nos faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni la palabra del profeta (Jr 18,18).

Este texto de Jeremías engloba las tres instituciones que, junto con la monarquía, son las más importantes del Antiguo Testamento, a la vez que señala la tarea o misión que cada una de ellas desempeñaba. Los sacerdotes estaban adscritos a los santuarios, donde ejercían el ministerio cultual y enseñaban la ley y la tradición. Los sabios se dedicaban al estudio, al consejo y a la instrucción. Los profetas eran los pregoneros de la palabra de Dios. Mientras que el sacerdote (como el rey) lo era por herencia y el sabio por propia iniciativa y dedicación personal, el profeta lo era por vocación. Lo que mejor define al profeta frente al sacerdote y al sabio es precisamente su carácter carismático, .es decir, su condición de elegido y llamado directamente por Dios.

La identidad profética El abuso de las palabras (y, más en concreto, de las “grandes palabras”) provoca el deterioro, la devaluación de su sentido y la ambigüedad. Es lo que sucede actualmente con la palabra “profeta”, que para una gran mayoría es sinónimo de adivino, futurólogo, visionario y todo un repertorio de personajes esotéricos que pescan en los ríos revueltos de estos tiempos tan escasos de esperanzas y expectativas de futuro. Es verdad que los profetas bíblicos se refieren al futuro, anticipándolo y abriéndolo; pero también se refieren, mucho más frecuentemente, al presente y al pasado. Para aclarar confusiones y deshacer ambigüedades es preciso recuperar definiciones y perfilar identidades. Es lo que pretendemos hacer con los profetas bíblicos, a sabiendas de que no es tarea fácil (por la gran variedad de personajes y mensajes proféticos que nos ofrece el Antiguo Testamento) y conscientes de los riesgos (simplificación y conceptualismo) que ello comporta.

Para definir con un mínimo de objetividad a los profetas es preciso recurrir a los relatos de vocación, ya que son el mejor medio de que disponemos para saber cómo se comprendieron a sí mismos y cómo los vieron sus discípulos y contemporáneos. Aunque no disponemos de los relatos de vocación de todos los profetas, contamos con ejemplos abundantes y suficientemente representativos (Is 6; Jr 1; Ez 1-3; Os 1-3; Am 7,10- 17; Jon 1,1- 3; 3,1-4). Estos relatos coinciden en destacar cuatro rasgos principales que nos permiten reconstruir el “perfil del profeta”. +

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