3 de Septiembre 2010, VIERNES DE LA XXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SAN GREGORIO MAGNO, pp y doctor. Memoria obligatoria. SS. Basilisa vg mr, Sandalio mr.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Co 4,1-5: El administrador debe ser fiel
Salmo responsorial 36: El Señor es quien salva a los justos.
Lc 5,33-39: A vino nuevo, odres nuevos.
Los fariseos y los letrados, expertos expositores de la Ley y los profetas, cuestionan el proceder de Jesús y sus discípulos porque no se ajusta a las tradiciones establecidas por la religión oficial. Más aún, según el texto que hemos leído parece que las prácticas de Jesús y sus seguidores son motivo de escándalo porque desafían el status vigente. Jesús responde con tres parábolas que dejan ver la novedad del reino con respecto a la caducidad del esquema mental vigente. El novio y sus amigos que están alegres por su presencia, el remiendo nuevo en el vestido viejo, y el vino fresco colocado en recipientes viejos. El contenido del reino no es para ser vertido en viejas y caducas estructuras, sino para inaugurar una era totalmente novedosa que no se deja atrapar en tradiciones e instituciones que pretendan ahogarlo. Nosotros tampoco estamos libres de esta tendencia. Queremos agotar las posibilidades insospechadas del mensaje liberador y humanizador del Evangelio en instituciones, estructuras, normas, ritos, tradiciones. Pero es imposible, porque el reino sigue creciendo allí donde menos lo esperamos, en quienes menos sospechamos y de la manera menos pensada. La alegría del reino nadie la puede arrebatar, porque el “novio” se ha quedado para siempre con nosotros.
PPRIMERA LECTURA
1Corintios 4, 1-5
El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón
Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.
Palabra de Dios
Salmo responsorial: 36
R/.El Señor es quien salva a los justos.
Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R.
Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará: hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía. R.
Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. R.
El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él. R.
EVANGELIO
Lucas 5, 33-39
Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán
En aquel tiempo dijeron a Jesús los fariseos y los letrados: "Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber". Jesús les contestó: "¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán".Y añadió esta comparación: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo, porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: Está bueno el añejo".
Palabra del Señor
LITURGIA DE LA PALABRA
1Co 4,1-5: El administrador debe ser fiel
Salmo responsorial 36: El Señor es quien salva a los justos.
Lc 5,33-39: A vino nuevo, odres nuevos.
Los fariseos y los letrados, expertos expositores de la Ley y los profetas, cuestionan el proceder de Jesús y sus discípulos porque no se ajusta a las tradiciones establecidas por la religión oficial. Más aún, según el texto que hemos leído parece que las prácticas de Jesús y sus seguidores son motivo de escándalo porque desafían el status vigente. Jesús responde con tres parábolas que dejan ver la novedad del reino con respecto a la caducidad del esquema mental vigente. El novio y sus amigos que están alegres por su presencia, el remiendo nuevo en el vestido viejo, y el vino fresco colocado en recipientes viejos. El contenido del reino no es para ser vertido en viejas y caducas estructuras, sino para inaugurar una era totalmente novedosa que no se deja atrapar en tradiciones e instituciones que pretendan ahogarlo. Nosotros tampoco estamos libres de esta tendencia. Queremos agotar las posibilidades insospechadas del mensaje liberador y humanizador del Evangelio en instituciones, estructuras, normas, ritos, tradiciones. Pero es imposible, porque el reino sigue creciendo allí donde menos lo esperamos, en quienes menos sospechamos y de la manera menos pensada. La alegría del reino nadie la puede arrebatar, porque el “novio” se ha quedado para siempre con nosotros.
PPRIMERA LECTURA
1Corintios 4, 1-5
El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón
Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.
Palabra de Dios
Salmo responsorial: 36
R/.El Señor es quien salva a los justos.
Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R.
Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará: hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía. R.
Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. R.
El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él. R.
EVANGELIO
Lucas 5, 33-39
Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán
En aquel tiempo dijeron a Jesús los fariseos y los letrados: "Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber". Jesús les contestó: "¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán".Y añadió esta comparación: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo, porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: Está bueno el añejo".
Palabra del Señor
Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 4,1-5 . El administrador debe ser fiel.
En el seno de la comunidad cristiana de Corinto había algunos que empezaban a contestar la legitimidad y la autenticidad del ministerio que Pablo ejercía entre ellos y sobre ellos. En primer lugar —afirma Pablo— somos “ministros de Cristo” esto es, servidores, siervos: nada más. Nos viene espontáneamente a la mente recordar aquellas palabras de Jesús a los apóstoles: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Este primer rasgo prueba la identidad del apóstol y le define en relación con Cristo, que le ha llamado.
Somos también “administradores de los misterios de Dios”, esto es, «ecónomos», porque somos responsables de la oikonomía que ve obrando tanto a Dios, que dispensa sus misterios, como a los apóstoles, que han sido llamados a dar lo que han recibido. Este segundo rasgo caracteriza al ministerio apostólico con respecto a los fieles, que tienen derecho a recibir lo que Dios, por manos de sus ministros, dispensa a manos llenas. A los ministros-administradores se les pide que sean «fieles»: el término griego empleado puede aludir a la fidelidad personal del apóstol respecto a su Señor; pero expresa, sobre todo, la fidelidad del siervo a su servicio o, mejor aún, a aquel que le ha llamado para este servicio. Por último, el apóstol se siente sometido sólo al juicio de Dios (vv, 3ss): de aquí podemos colegir la extrema libertad de Pablo frente a todos, aunque no respecto a Dios, al que se ha rendido de una vez para siempre y al que ahora permanece sometido en todo y para todo. No es difícil reconocer en estos elementos característicos del ministerio apostólico una auténtica espiritualidad, de la que, por otra parte, Pablo da testimonio en todas sus cartas.
Comentario del Salmo 36. El Señor es quien salva a los justos.
Es un salmo sapiencial. Reflexiona sobre uno de los grandes temas que aborda este tipo de salmos, a saber, el del sentido de la vida y la búsqueda de la felicidad. Ante la gente, se abren dos posibles caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte, el de la justicia y el de la injusticia. ¿Cuál de los dos caminos hace feliz? Sin lugar a dudas, el camino de la justicia que conduce a la vida. Este salmo nació de la experiencia acumulada a lo largo de la vida por parte de una persona anciana; quiere transmitir una enseñanza, razón por la que este es un salmo sapiencial: «Fui joven y ya soy viejo, pero nunca he visto un justo abandonado, ni a su descendencia mendigando pan».
Es un salmo alfabético (cf Sal 9-10; 25; 34). En el texto original, cada una de sus estrofas comienza con una letra del alfabeto hebreo (las traducciones de que disponemos no conservan este detalle). Al margen de esto, podemos distinguir tres momentos importantes: 1-9; 10-33; 34-40. El sentido general del primero de ellos (1-9), compuesto principalmente por consejos, consiste en no irritarse a causa de la prosperidad de los malvados, pues se trata de algo pasajero. En lugar de irritarse, lo mejor es confiar en el Señor y hacer el bien. Los malvados desaparecerán. Tenemos aquí una imagen llena de energía: los injustos son tan frágiles como el césped: enseguida se secan.
El segundo momento (10-33) muestra, entre otras cosas, el conflicto que existe entre malvados e injustos. Los malvados desenvainan la espada y tensan el arco para matar al pobre y al indigente (14-15). El justo es fuente de bendición, mientras que el malvado no sobrevive. Todo lo contrario. Se marchita como la belleza de los prados verdes y se disipa como el humo (20). La belleza que se marchita y el humo que se deshace son dos vigorosas imágenes que caracterizan la fragilidad de los malvados.
En el tercer momento (34-40), el sabio que compuso este salmo presenta una nueva serie de consejos para disfrutar de una vida feliz. Vuelve el motivo de la confianza en el Señor, que libra a los justos de los malvados y los impíos, a los que se compara con un cedro frondoso que, de repente, deja de existir (35), mientras que la persona honrada, recta y pacífica (37) disfrutará de un futuro de felicidad.
El conflicto entre los malvados y los justos está constantemente presente. Vale la pena leer de corrido el salmo y tomar nota de cómo se les llama a los primeros: «malvados» e «injustos» (1), “los que triunfan” «el hombre que maneja intrigas» (7), «malvados» (9.10.12.13.l4.16.17.20.21.28.32.34.35.38.40), «asesinos» (14) y “enemigos del Señor” (20), malhechores (28), «impíos» (38). Por otro lado, tenemos a los justos: «los que esperan en el Señor” (9), «pobres» (11.14), «justos» (12.16.17.21.25.29.30.32.39.40.), «indigentes» y «hombres rectos» (14.37), «perfectos» (18), «fieles» (28), «honrados» y «hombres pacíficos» (37).
A cada paso encontramos una situación de tensión entre dos proyectos de sociedad: uno basado en la injusticia y en la desigualdad (la situación que se encuentra como trasfondo del salmo) y otro basado en la justicia y en la igualdad (presente en la lucha de los justos y del Señor su aliado).
El meollo de este conflicto es la cuestión de la tierra y de una descendencia que la cultive: “Porque los malvados serán excluidos, pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra” (9) «Los que el Señor bendice poseerán la tierra, y los que maldice serán excluidos» (22); «Confía en el Señor y sigue su camino; te ensalzará para que poseas la tierra» (34).
Así pues, este salmo pone al descubierto la existencia de un conflicto a causa de la tierra y, con toda claridad, toma partido a favor de los que han sido desposeídos de ella. El enfrentamiento es terrible: «Los malvados desenvainan la espada y tensan el arco para matar al pobre y al indigente, para asesinar al hombre recto» (14). Todo lleva a pensar que este conflicto dura desde hace tiempo, pues desde el punto de vista económico, los sin tierra son pobres (11.14) e indigentes (14).
En su defensa de los que no tienen tierra, este salmo pone de manifiesto la debilidad de los asesinos. Emplea imágenes de gran fuerza tomadas de la vida en el campo: los malvados son como la hierba: se secan enseguida, se agostan como el césped (2); los enemigos del Señor se marchitarán como la belleza de los prados (20); aparentan ser fuertes como un cedro frondoso (35), pero desaparecen en un instante (36). Los sin tierra, en cambio, que tienen al Señor como aliado, dispondrán de la tierra (11.22.29.34), tendrán descendencia (26.27) y una herencia que permanece para siempre (18). No se avergonzarán en tiempos de sequía, y en tiempos de hambre quedarán saciados (19).
En la Tierra Prometida, que todos debían compartir, el latifundismo fue imponiéndose cada vez más. Unos pocos, por medio de una violencia brutal, matan y se adueñan de la tierra. El Señor, Dios de la Alianza, siente como propias las ofensas que se infligen a los sin tierra. Por eso asume su defensa, restableciendo la justicia y eliminando para siempre las injusticias. Si no hubiera tenido fe en el Dios amigo y aliado, este sabio no habría compuesto el salmo que nos ocupa. El Dios de este salmo es un Dios que toma claramente partido. Se pone del lado de los desposeídos y afligidos por la pérdida de la tierra. Establece con ellos una alianza y les garantiza que no perderán la herencia (la tierra).
En el Nuevo Testamento, Jesús también tomó una postura clara que no deja lugar a dudas. Dijo que el reino de los cielos es de los pobres en el espíritu que son perseguidos a causa de la justicia (Mt 5,3.10). Estas personas son el vivo retrato de cómo eran las comunidades de Mateo y del pueblo en general en tiempos de Jesús: la pérdida de la tierra los afligía. Jesús, en el Sermón de la Montaña, asegura que los tristes serán consolados y que los desposeídos (los mansos) poseerán la tierra (5,4-5). Los sin tierra de tiempos de Jesús vivían afligidos y doblegados (“amansados”) por las ambiciones de los latifundistas. Jesús afirma que el Reino, entre otras cosas, significa tierra para todos.
Leído en clave sapiencial, se nos invita a rezar este salmo cuando queremos recuperar el camino de la vida y de la felicidad. Desde la clave de la lucha por la tierra, este salmo invita a la solidaridad: no sólo con los desposeídos y afligidos por la pérdida de la tierra, sino con todos los que se encuentran, a causa de la ambición de los poderosos, por debajo del umbral mínimo en cuanto a la dignidad humana. Por medio de este salmo, podemos con vertimos en portavoces de estos grupos ante Dios y aumentar nuestro conocimiento de sus planes pata la humanidad.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 5,33-39. A vino nuevo, odres nuevos.
De aquí en adelante la liturgia de la Palabra presenta tres páginas evangélicas que relatan tres polémicas mantenidas por Jesús con los discípulos de Juan el Bautista y con los fariseos: una tiene que ver con la práctica del ayuno y dos con la observancia del sábado.
Sabemos que la limosna, la oración y el ayuno constituyen tres compromisos inderogables para los discípulos de Cristo (cf Mt 6,1-18), pero lo que importa a Jesús es el modo en que sus discípulos aceptan hacer limosna, orar y ayunar. También este pasaje evangélico confirma la importancia del espíritu con el que el ayuno puede y debe ser practicado. La alegoría matrimonial nos impulsa a considerar a Jesús como «el esposo» (vv. 34ss), cuya presencia hoy no puede dejar de ser considerada motivo de alegría, y cuya ausencia mañana será, a buen seguro, motivo de tristeza. La espiritualidad cristiana no podrá separarse nunca de algunas expresiones personalísimas que pueden configurar una relación nuestra no sólo de hijos con su padre, sino también de esposa con esposo. Sabemos que ya desde el Antiguo Testamento se ha desarrollado ampliamente la alegoría matrimonial para iluminar tanto las relaciones de Israel con su Señor como las relaciones de todo creyente con su Dios.
No es difícil caer en la cuenta de que se distingue aquí con bastante claridad los tiempos de Jesús de los tiempos de la Iglesia (es ésta una perspectiva fuertemente lucana, como, por otra parte, han puesto de relieve no pocos exégetas). La Iglesia está representada por los invitados que participan de la alegría del esposo; sin embargo, en otras ocasiones está representada por la esposa o por el amigo del esposo, que está cerca de él y lo escucha (cf Jn 25,30).
Siempre es útil reflexionar sobre la novedad traída por Cristo y atestiguada por el Evangelio: novedad que el fragmento de Lucas que acabamos de meditar pone de manifiesto con las parábolas del traje nuevo y del vino nuevo. Señalemos, en primer lugar, el carácter paradójico con el que narra Lucas la primera parábola en efecto, no habla simplemente de un pedazo de tela para ponerlo en un traje viejo, sino de la acción de alguien en que «nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo». Está claro que Lucas quiere censurar la actitud de aquellos que, al rechazar la novedad del evangelio, acaban por estropear lo que es nuevo sin llevar a su consumación lo que es viejo.
«Nuevo» puede ser entendido en referencia al Antiguo Testamento: en este caso, el verdadero discípulo de Jesús desde los comienzos de su experiencia de fe intuye que la Palabra de Jesús llega como cumplimiento de las profecías y que su adhesión de fe a Jesús le pone en continuidad con todos aquellos que antes de Cristo ya se abrieron a la escucha de la Palabra de Dios y se dejaron guiar por los profetas. «Nuevo» puede ser entendido asimismo en referencia a los maestros alternativos que, con todos los medios posibles, hacían prosélitos también en tiempos de Jesús; en este caso, los apóstoles y los discípulos se encontraron en la necesidad de tomar decisiones drásticas (cf Jn 6,60-69) para no dejarse hipnotizar por falsos maestros y por guías ciegos e hipócritas (cf Mt 23,15-17). «Nuevo», por último, puede ser en tendido igualmente en referencia a ciertas actitudes que caracterizaban la vida de los discípulos de Jesús antes de su encuentro con el maestro: en este caso, el discípulo de Jesús advierte el deber de dejar para tomar; de abandonar para recibir, de perder para encontrar
Comentario al Santo Evangelio : Lc 5, 33-39, para nuestros Mayores. Limosna, oración y ayuno.
La novedad del mensaje de Jesús. El mensaje de Jesús no es algo absolutamente nuevo dentro del campo de la historia de los hombres: su verdad empalma de algún modo con las verdades y esperanzas de las religiones de la tierra. Pero, ala vez, debemos señalar que la palabra y el gesto de Jesús han inaugurado sobre el mundo una experiencia religiosa diferente; a la singularidad a la novedad definitiva de Jesús, alude nuestro texto.
Este tema de la novedad cristiana, interpretada sobre todo en forma de superación del judaísmo, se ha expresado en diferentes unidades literarias. La primera trata del problema del ayuno (5, 33-34); la segunda reproduce unas pequeñas parábolas antiguas (5, 36-39). En ambos casos, sobre la palabra primitiva se ha introducido una pequeña nota de carácter aclaratorio y analógico (5, 35 y 5, 39).
Vengamos a la primera unidad (5, 33-34), en que se alude a la costumbre del ayuno, observada en las dos líneas fundamentales del judaísmo palestino de aquel tiempo: lo practican los fariseos, sometiéndose de esa forma a la ley del antiguo testamento (cfr Lev 16, 29-31; 23, 27-32); lo cumplen los discípulos de Juan Bautista y los miembros de las diversas sectas apocalípticas, que acentúan de esa forma el carácter transitorio de la vida de los justos en el mundo. En contra de unos y de otros, los discípulos de Jesús no observan el ayuno. ¿Cuál es la causa? La respuesta de la Iglesia es clara: la actitud funda mental de los cristianos reproduce un gesto de alegría; el tiempo de las bodas (del esposo que es Jesús) se ha hecho presente; el reino ha aparecido, irrumpe sobre el mundo la verdad definitiva. (Por eso carece de sentido el mantenerse en actitud de espera y penitencia en el ayuno).
En un momento determinado, la Iglesia ha descubierto lo que esta verdad fundamental de la alegría del reino se halla unida a la tristeza de la marcha de Jesús, velado tras la Pascua. Entonces se ha añadido el verso 5, 35, señalando que también para los cristianos es posible el ayuno. Sin embargo, no podemos olvidar nunca que la penitencia cristiana está fundada sobre la experiencia básica de la llegada de la salvación. Dentro del contexto del evangelio de Lucas, el verdadero sentido de esa penitencia se traduce en forma de fraternidad y amor al prójimo.
La segunda unidad consta básicamente de dos parábolas (5, 36-37) que indican la novedad del mensaje Jesús. No es posible remendar un manto viejo (judaísmo, religiosidad humana) añadiéndole pequeños trozos de evangelio; hay que confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los gestos de Jesús. Ni puede verter el vino hirviente y poderoso del evangelio en los antiguos odres carcomidos de la religiosidad un día; quien acepte a Jesucristo tiene que cambiar sus odres, encontrar una manera enteramente nueva de existencia. También aquí, como en la unidad anterior se ha introducido una especie de nota marginal; a pesar de que el mensaje de Jesús tenga las características de un vino fuerte y nuevo, el vino bueno es el añejo. Mirado a partir de esta dimensión, el vino de Jesús (y los cristianos) resulta ser el viejo (5, 39).
Aplicando este pasaje a nuestro mundo observamos: a) la alegría desbordante de la presencia del esposo y de las bodas parece haberse esfumado entre nosotros; b) nuestra actitud creyente está compuesta de remiendos, ¿No podemos descubrir un día la novedad absoluta, creadora y transformante del mensaje de Jesús en nuestra vida?
Comentario Santo Evangelio: Lc 5, 33-39, de Joven para Joven. Motivos con que se justifica el ayuno.
Cuando leemos las historias de los monjes antiguos y el modo en que ayunaban, nos preguntamos: ¿es posible?
Y, si es posible, ¿qué sentido tiene? ¿Acaso Dios mi ha preparado el mundo como una mesa dispuesta para los invitados- hombres? Entonces, debemos recibir sus dones con gratitud.
Para entender; debemos ponernos en el lugar de aquellos monjes y buscar los motivos con que justificaban sus ayunos. La primera y principal razón cristiana para ayunar es la caridad. Muchos mueren de hambre y, quien vive en la abundancia, renuncia gustosamente algunos bocados en favor de los demás. La otra razón es, siempre, la caridad: demostrar que las verdaderas necesidades de la vida no son grandes y que, para vivir; basta poco. Pero es, una vez más, la caridad la que nos empuja a sentarnos en la mesa con los amigos para celebrar algunas circunstancias felices y honestas. Así hacía Jesús. Ayunó durante cuarenta días, pero también participó en banquetes y dijo palabras para el bien de todos.
Con frecuencia oímos la frase: ¡los tiempos cambian! Así se justifican y se excusan muchas cosas de dudoso valor. El mundo está en continua evolución, en algunos períodos es más evidente, en otros, menos. Pero, de hecho, ¿qué cambia? Los vestidos que nos ponemos, los aparatos que utilizamos, las casas en que vivimos. Son mucho más importantes las mutaciones en el modo de pensar de la gente, en el sentido que se le da a las cosas. Si el cambio es radical puede ser considerado una revolución, término derivado del latín que significa, literalmente, vuelco. La predicación de Jesús comienza, precisamente, comienza precisamente cambio radical de opiniones: sobre la pobreza y la riqueza, sobre el valor de las cosas, sobre la actitud religiosa hacia Dios. Cuando Jesús predica, las multitudes corren a escucharlo. La gente escucha gustosamente programas nuevos, especialmente si se corresponden con los deseos secretos del corazón. Pero, después, sigue viviendo y juzgando como antes. Es decir, acoge lo nuevo pero sin tocar lo viejo, pone el vino nuevo en odres viejos.
Sucedía así en tiempos de Cristo y así sucede hoy. El mensaje del evangelio brilla un momento pero, después, no altera la situación.
Esta metáfora completa el discurso precedente: seguimos viviendo como antes, pero sentimos que algo no funciona y no conseguimos estar contentos. Es como si hubiera un roto en el vestido que deja descubierta y fría una parte del cuerpo. Entonces, intentamos meter un remiendo de paño nuevo para cubrir el agujero del vestido viejo.
En los ejercicios ignacianos se ilustra esta actitud con un ejemplo. Dos personas viven de dinero robado. Quieren reconciliarse con Dios y comienzan a orar, pero no devuelven el dinero. Sus oraciones son como el remiendo nuevo en el vestido viejo, que sigue rompiéndose. Un dicho popular dice: se dice B sólo después de haber dicho A. La conversión a Cristo no puede ser parcial: el carro no irá hacia delante mientras las ruedas no giren, y las ruedas son nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar.
Elevación Espiritual para este día
El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.
Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con La luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras. Y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edil le coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es corno si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.
Reflexión Espiritual para el día
Fundamento mi comprensión del mundo, de los otros y de mí mismo en la figura simbólica del siervo de Yavé o, bien, en un amor que no puede ser arrebatado sino ofrecido. El siervo de Yavé, «el cordero de Dios», es exactamente lo contrario que el «chivo expiatorio», ese que todos están de acuerdo en excluir para preservar la unidad del grupo. En el cristianismo, por el contrario, el grupo ha sido fundado por una víctima que fue excluida por los otros, pero que, aceptando ser excluida, denunció y puso al desnudo el sistema del «chivo expiatorio». Con la lógica simbólica de la víctima conforme, la cruz queda sustraída a una interpretación puramente punitiva, en términos de retribución (la sangre derramada a cambio de la Salvación), un hecho al que Job ya había puesto término con su propio sufrimiento. El extraordinario poder de Jesús reside en un sacrificio consentido que va a destruir de manera definitiva todo el sistema que se fundamento en la víctima. Eso es lo que subraya san Juan cuando hace decir a Jesús: «Nadie tiene poder para quitarme la vida; soy yo quien la doy por mi propia voluntad».
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: 1Co 4, 1-5…Los designios del corazón.
-Hermanos, es necesario que los hombres nos tengan simplemente por "servidores de Cristo"... Jesús, muchas veces, se ha dado este título de «servidor». Pablo lo toma, a su vez, como un título de gloria. ¿Soy yo, verdaderamente, servidor de Cristo?
-Y por «administradores de los misterios de Dios»... ¡Cuán grandes y temibles son estas palabras! Los ministros, en la Iglesia, tienen entre sus manos esta responsabilidad: ¡todos los medios de la gracia, la doctrina, los sacramentos... los misterios de Dios! Los han recibido para dispensarlos a los demás.
Tendrán que rendir cuenta de ellos, como decía Jesús (Mateo 24, 45-51) -Y lo que en definitiva se exige a los administradores es que sean fieles. Ser hallado "fiel"... en la administración de los bienes ajenos. Merecer confianza... y de modo desinteresado.
Ser hombre de confianza, para Dios. Ser hombre de Dios. Promover sus intereses. La fidelidad es una virtud que no tiene buena prensa hoy.
Es objeto de burla por doquier. Pero cuando llegamos a ser víctimas de una infidelidad, la apreciamos como uno de los valores esenciales del hombre. Que los apóstoles sean fieles al Evangelio, que no acomoden su mensaje a los gustos del día, a las ideologías que flotan en el aire...
Señor, concede a tus apóstoles, sacerdotes o laicos, esa fidelidad intransigente a lo que Tú quieres.
-Por mi parte, lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ¡ni siquiera me juzgo a mí mismo! Esto tiene un gran alcance.
Pablo ha hablado de la gran dignidad de los fieles. «Todo es vuestro, Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro. Todo es vuestro...» Pero de ahí no se sigue que los cristianos tengan derecho a erigirse en jueces de sus apóstoles. ¡Es a Dios, a quien los ministros tendrán que rendir cuentas!
-Mi conciencia no me reprocha nada, mas no por ello soy justo. El Señor es mi juez.
Cuando Pablo retira a cualquiera el derecho de juzgar a su hermano, aunque fuera ministro del Señor, no es una manera de situarse por encima de todo juicio, para actuar a su gusto y modo; nada de esto. ¡Pablo tiene su conciencia! Pero ésta, de por sí, no es tampoco una justificación. La responsabilidad final no es ni ante la comunidad, ni ante uno mismo, sino ante Dios.
Señor, ayúdanos a considerar de ese modo todas nuestras responsabilidades.
Mt 07-01 -Por lo tanto, no juzguéis «prematuramente»; esperad la venida del Señor, El iluminará lo secreto en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón.
Jesús había repetido: « ¡No juzguéis!» (Mt 7, 1; Lc 06-37) Pablo añade un matiz capital: no juzguéis, porque vuestro juicio es siempre "prematuro"... no lo sabéis todo para que vuestro juicio sea equitativo, os falta conocer las intenciones secretas de la gente que juzgáis.
¡Todo esto es verdad! Cuando nos acontece ser mal juzgados, sabemos muy bien que los que nos critican no tienen todos los elementos para que su apreciación sea correcta.
-Entonces, cada cual recibirá del Señor, la alabanza que le corresponda.
Pablo y los primeros cristianos estaban realmente polarizados hacia esa espera, hacia ese día donde todo, al fin será clarificado. Día feliz cuando nuestros valores desconocidos recibirán «la alabanza que les corresponda»; día veraz en que estallará a plena luz la belleza escondida... que no sabemos captar suficientemente. +
En el seno de la comunidad cristiana de Corinto había algunos que empezaban a contestar la legitimidad y la autenticidad del ministerio que Pablo ejercía entre ellos y sobre ellos. En primer lugar —afirma Pablo— somos “ministros de Cristo” esto es, servidores, siervos: nada más. Nos viene espontáneamente a la mente recordar aquellas palabras de Jesús a los apóstoles: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Este primer rasgo prueba la identidad del apóstol y le define en relación con Cristo, que le ha llamado.
Somos también “administradores de los misterios de Dios”, esto es, «ecónomos», porque somos responsables de la oikonomía que ve obrando tanto a Dios, que dispensa sus misterios, como a los apóstoles, que han sido llamados a dar lo que han recibido. Este segundo rasgo caracteriza al ministerio apostólico con respecto a los fieles, que tienen derecho a recibir lo que Dios, por manos de sus ministros, dispensa a manos llenas. A los ministros-administradores se les pide que sean «fieles»: el término griego empleado puede aludir a la fidelidad personal del apóstol respecto a su Señor; pero expresa, sobre todo, la fidelidad del siervo a su servicio o, mejor aún, a aquel que le ha llamado para este servicio. Por último, el apóstol se siente sometido sólo al juicio de Dios (vv, 3ss): de aquí podemos colegir la extrema libertad de Pablo frente a todos, aunque no respecto a Dios, al que se ha rendido de una vez para siempre y al que ahora permanece sometido en todo y para todo. No es difícil reconocer en estos elementos característicos del ministerio apostólico una auténtica espiritualidad, de la que, por otra parte, Pablo da testimonio en todas sus cartas.
Comentario del Salmo 36. El Señor es quien salva a los justos.
Es un salmo sapiencial. Reflexiona sobre uno de los grandes temas que aborda este tipo de salmos, a saber, el del sentido de la vida y la búsqueda de la felicidad. Ante la gente, se abren dos posibles caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte, el de la justicia y el de la injusticia. ¿Cuál de los dos caminos hace feliz? Sin lugar a dudas, el camino de la justicia que conduce a la vida. Este salmo nació de la experiencia acumulada a lo largo de la vida por parte de una persona anciana; quiere transmitir una enseñanza, razón por la que este es un salmo sapiencial: «Fui joven y ya soy viejo, pero nunca he visto un justo abandonado, ni a su descendencia mendigando pan».
Es un salmo alfabético (cf Sal 9-10; 25; 34). En el texto original, cada una de sus estrofas comienza con una letra del alfabeto hebreo (las traducciones de que disponemos no conservan este detalle). Al margen de esto, podemos distinguir tres momentos importantes: 1-9; 10-33; 34-40. El sentido general del primero de ellos (1-9), compuesto principalmente por consejos, consiste en no irritarse a causa de la prosperidad de los malvados, pues se trata de algo pasajero. En lugar de irritarse, lo mejor es confiar en el Señor y hacer el bien. Los malvados desaparecerán. Tenemos aquí una imagen llena de energía: los injustos son tan frágiles como el césped: enseguida se secan.
El segundo momento (10-33) muestra, entre otras cosas, el conflicto que existe entre malvados e injustos. Los malvados desenvainan la espada y tensan el arco para matar al pobre y al indigente (14-15). El justo es fuente de bendición, mientras que el malvado no sobrevive. Todo lo contrario. Se marchita como la belleza de los prados verdes y se disipa como el humo (20). La belleza que se marchita y el humo que se deshace son dos vigorosas imágenes que caracterizan la fragilidad de los malvados.
En el tercer momento (34-40), el sabio que compuso este salmo presenta una nueva serie de consejos para disfrutar de una vida feliz. Vuelve el motivo de la confianza en el Señor, que libra a los justos de los malvados y los impíos, a los que se compara con un cedro frondoso que, de repente, deja de existir (35), mientras que la persona honrada, recta y pacífica (37) disfrutará de un futuro de felicidad.
El conflicto entre los malvados y los justos está constantemente presente. Vale la pena leer de corrido el salmo y tomar nota de cómo se les llama a los primeros: «malvados» e «injustos» (1), “los que triunfan” «el hombre que maneja intrigas» (7), «malvados» (9.10.12.13.l4.16.17.20.21.28.32.34.35.38.40), «asesinos» (14) y “enemigos del Señor” (20), malhechores (28), «impíos» (38). Por otro lado, tenemos a los justos: «los que esperan en el Señor” (9), «pobres» (11.14), «justos» (12.16.17.21.25.29.30.32.39.40.), «indigentes» y «hombres rectos» (14.37), «perfectos» (18), «fieles» (28), «honrados» y «hombres pacíficos» (37).
A cada paso encontramos una situación de tensión entre dos proyectos de sociedad: uno basado en la injusticia y en la desigualdad (la situación que se encuentra como trasfondo del salmo) y otro basado en la justicia y en la igualdad (presente en la lucha de los justos y del Señor su aliado).
El meollo de este conflicto es la cuestión de la tierra y de una descendencia que la cultive: “Porque los malvados serán excluidos, pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra” (9) «Los que el Señor bendice poseerán la tierra, y los que maldice serán excluidos» (22); «Confía en el Señor y sigue su camino; te ensalzará para que poseas la tierra» (34).
Así pues, este salmo pone al descubierto la existencia de un conflicto a causa de la tierra y, con toda claridad, toma partido a favor de los que han sido desposeídos de ella. El enfrentamiento es terrible: «Los malvados desenvainan la espada y tensan el arco para matar al pobre y al indigente, para asesinar al hombre recto» (14). Todo lleva a pensar que este conflicto dura desde hace tiempo, pues desde el punto de vista económico, los sin tierra son pobres (11.14) e indigentes (14).
En su defensa de los que no tienen tierra, este salmo pone de manifiesto la debilidad de los asesinos. Emplea imágenes de gran fuerza tomadas de la vida en el campo: los malvados son como la hierba: se secan enseguida, se agostan como el césped (2); los enemigos del Señor se marchitarán como la belleza de los prados (20); aparentan ser fuertes como un cedro frondoso (35), pero desaparecen en un instante (36). Los sin tierra, en cambio, que tienen al Señor como aliado, dispondrán de la tierra (11.22.29.34), tendrán descendencia (26.27) y una herencia que permanece para siempre (18). No se avergonzarán en tiempos de sequía, y en tiempos de hambre quedarán saciados (19).
En la Tierra Prometida, que todos debían compartir, el latifundismo fue imponiéndose cada vez más. Unos pocos, por medio de una violencia brutal, matan y se adueñan de la tierra. El Señor, Dios de la Alianza, siente como propias las ofensas que se infligen a los sin tierra. Por eso asume su defensa, restableciendo la justicia y eliminando para siempre las injusticias. Si no hubiera tenido fe en el Dios amigo y aliado, este sabio no habría compuesto el salmo que nos ocupa. El Dios de este salmo es un Dios que toma claramente partido. Se pone del lado de los desposeídos y afligidos por la pérdida de la tierra. Establece con ellos una alianza y les garantiza que no perderán la herencia (la tierra).
En el Nuevo Testamento, Jesús también tomó una postura clara que no deja lugar a dudas. Dijo que el reino de los cielos es de los pobres en el espíritu que son perseguidos a causa de la justicia (Mt 5,3.10). Estas personas son el vivo retrato de cómo eran las comunidades de Mateo y del pueblo en general en tiempos de Jesús: la pérdida de la tierra los afligía. Jesús, en el Sermón de la Montaña, asegura que los tristes serán consolados y que los desposeídos (los mansos) poseerán la tierra (5,4-5). Los sin tierra de tiempos de Jesús vivían afligidos y doblegados (“amansados”) por las ambiciones de los latifundistas. Jesús afirma que el Reino, entre otras cosas, significa tierra para todos.
Leído en clave sapiencial, se nos invita a rezar este salmo cuando queremos recuperar el camino de la vida y de la felicidad. Desde la clave de la lucha por la tierra, este salmo invita a la solidaridad: no sólo con los desposeídos y afligidos por la pérdida de la tierra, sino con todos los que se encuentran, a causa de la ambición de los poderosos, por debajo del umbral mínimo en cuanto a la dignidad humana. Por medio de este salmo, podemos con vertimos en portavoces de estos grupos ante Dios y aumentar nuestro conocimiento de sus planes pata la humanidad.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 5,33-39. A vino nuevo, odres nuevos.
De aquí en adelante la liturgia de la Palabra presenta tres páginas evangélicas que relatan tres polémicas mantenidas por Jesús con los discípulos de Juan el Bautista y con los fariseos: una tiene que ver con la práctica del ayuno y dos con la observancia del sábado.
Sabemos que la limosna, la oración y el ayuno constituyen tres compromisos inderogables para los discípulos de Cristo (cf Mt 6,1-18), pero lo que importa a Jesús es el modo en que sus discípulos aceptan hacer limosna, orar y ayunar. También este pasaje evangélico confirma la importancia del espíritu con el que el ayuno puede y debe ser practicado. La alegoría matrimonial nos impulsa a considerar a Jesús como «el esposo» (vv. 34ss), cuya presencia hoy no puede dejar de ser considerada motivo de alegría, y cuya ausencia mañana será, a buen seguro, motivo de tristeza. La espiritualidad cristiana no podrá separarse nunca de algunas expresiones personalísimas que pueden configurar una relación nuestra no sólo de hijos con su padre, sino también de esposa con esposo. Sabemos que ya desde el Antiguo Testamento se ha desarrollado ampliamente la alegoría matrimonial para iluminar tanto las relaciones de Israel con su Señor como las relaciones de todo creyente con su Dios.
No es difícil caer en la cuenta de que se distingue aquí con bastante claridad los tiempos de Jesús de los tiempos de la Iglesia (es ésta una perspectiva fuertemente lucana, como, por otra parte, han puesto de relieve no pocos exégetas). La Iglesia está representada por los invitados que participan de la alegría del esposo; sin embargo, en otras ocasiones está representada por la esposa o por el amigo del esposo, que está cerca de él y lo escucha (cf Jn 25,30).
Siempre es útil reflexionar sobre la novedad traída por Cristo y atestiguada por el Evangelio: novedad que el fragmento de Lucas que acabamos de meditar pone de manifiesto con las parábolas del traje nuevo y del vino nuevo. Señalemos, en primer lugar, el carácter paradójico con el que narra Lucas la primera parábola en efecto, no habla simplemente de un pedazo de tela para ponerlo en un traje viejo, sino de la acción de alguien en que «nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo». Está claro que Lucas quiere censurar la actitud de aquellos que, al rechazar la novedad del evangelio, acaban por estropear lo que es nuevo sin llevar a su consumación lo que es viejo.
«Nuevo» puede ser entendido en referencia al Antiguo Testamento: en este caso, el verdadero discípulo de Jesús desde los comienzos de su experiencia de fe intuye que la Palabra de Jesús llega como cumplimiento de las profecías y que su adhesión de fe a Jesús le pone en continuidad con todos aquellos que antes de Cristo ya se abrieron a la escucha de la Palabra de Dios y se dejaron guiar por los profetas. «Nuevo» puede ser entendido asimismo en referencia a los maestros alternativos que, con todos los medios posibles, hacían prosélitos también en tiempos de Jesús; en este caso, los apóstoles y los discípulos se encontraron en la necesidad de tomar decisiones drásticas (cf Jn 6,60-69) para no dejarse hipnotizar por falsos maestros y por guías ciegos e hipócritas (cf Mt 23,15-17). «Nuevo», por último, puede ser en tendido igualmente en referencia a ciertas actitudes que caracterizaban la vida de los discípulos de Jesús antes de su encuentro con el maestro: en este caso, el discípulo de Jesús advierte el deber de dejar para tomar; de abandonar para recibir, de perder para encontrar
Comentario al Santo Evangelio : Lc 5, 33-39, para nuestros Mayores. Limosna, oración y ayuno.
La novedad del mensaje de Jesús. El mensaje de Jesús no es algo absolutamente nuevo dentro del campo de la historia de los hombres: su verdad empalma de algún modo con las verdades y esperanzas de las religiones de la tierra. Pero, ala vez, debemos señalar que la palabra y el gesto de Jesús han inaugurado sobre el mundo una experiencia religiosa diferente; a la singularidad a la novedad definitiva de Jesús, alude nuestro texto.
Este tema de la novedad cristiana, interpretada sobre todo en forma de superación del judaísmo, se ha expresado en diferentes unidades literarias. La primera trata del problema del ayuno (5, 33-34); la segunda reproduce unas pequeñas parábolas antiguas (5, 36-39). En ambos casos, sobre la palabra primitiva se ha introducido una pequeña nota de carácter aclaratorio y analógico (5, 35 y 5, 39).
Vengamos a la primera unidad (5, 33-34), en que se alude a la costumbre del ayuno, observada en las dos líneas fundamentales del judaísmo palestino de aquel tiempo: lo practican los fariseos, sometiéndose de esa forma a la ley del antiguo testamento (cfr Lev 16, 29-31; 23, 27-32); lo cumplen los discípulos de Juan Bautista y los miembros de las diversas sectas apocalípticas, que acentúan de esa forma el carácter transitorio de la vida de los justos en el mundo. En contra de unos y de otros, los discípulos de Jesús no observan el ayuno. ¿Cuál es la causa? La respuesta de la Iglesia es clara: la actitud funda mental de los cristianos reproduce un gesto de alegría; el tiempo de las bodas (del esposo que es Jesús) se ha hecho presente; el reino ha aparecido, irrumpe sobre el mundo la verdad definitiva. (Por eso carece de sentido el mantenerse en actitud de espera y penitencia en el ayuno).
En un momento determinado, la Iglesia ha descubierto lo que esta verdad fundamental de la alegría del reino se halla unida a la tristeza de la marcha de Jesús, velado tras la Pascua. Entonces se ha añadido el verso 5, 35, señalando que también para los cristianos es posible el ayuno. Sin embargo, no podemos olvidar nunca que la penitencia cristiana está fundada sobre la experiencia básica de la llegada de la salvación. Dentro del contexto del evangelio de Lucas, el verdadero sentido de esa penitencia se traduce en forma de fraternidad y amor al prójimo.
La segunda unidad consta básicamente de dos parábolas (5, 36-37) que indican la novedad del mensaje Jesús. No es posible remendar un manto viejo (judaísmo, religiosidad humana) añadiéndole pequeños trozos de evangelio; hay que confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los gestos de Jesús. Ni puede verter el vino hirviente y poderoso del evangelio en los antiguos odres carcomidos de la religiosidad un día; quien acepte a Jesucristo tiene que cambiar sus odres, encontrar una manera enteramente nueva de existencia. También aquí, como en la unidad anterior se ha introducido una especie de nota marginal; a pesar de que el mensaje de Jesús tenga las características de un vino fuerte y nuevo, el vino bueno es el añejo. Mirado a partir de esta dimensión, el vino de Jesús (y los cristianos) resulta ser el viejo (5, 39).
Aplicando este pasaje a nuestro mundo observamos: a) la alegría desbordante de la presencia del esposo y de las bodas parece haberse esfumado entre nosotros; b) nuestra actitud creyente está compuesta de remiendos, ¿No podemos descubrir un día la novedad absoluta, creadora y transformante del mensaje de Jesús en nuestra vida?
Comentario Santo Evangelio: Lc 5, 33-39, de Joven para Joven. Motivos con que se justifica el ayuno.
Cuando leemos las historias de los monjes antiguos y el modo en que ayunaban, nos preguntamos: ¿es posible?
Y, si es posible, ¿qué sentido tiene? ¿Acaso Dios mi ha preparado el mundo como una mesa dispuesta para los invitados- hombres? Entonces, debemos recibir sus dones con gratitud.
Para entender; debemos ponernos en el lugar de aquellos monjes y buscar los motivos con que justificaban sus ayunos. La primera y principal razón cristiana para ayunar es la caridad. Muchos mueren de hambre y, quien vive en la abundancia, renuncia gustosamente algunos bocados en favor de los demás. La otra razón es, siempre, la caridad: demostrar que las verdaderas necesidades de la vida no son grandes y que, para vivir; basta poco. Pero es, una vez más, la caridad la que nos empuja a sentarnos en la mesa con los amigos para celebrar algunas circunstancias felices y honestas. Así hacía Jesús. Ayunó durante cuarenta días, pero también participó en banquetes y dijo palabras para el bien de todos.
Con frecuencia oímos la frase: ¡los tiempos cambian! Así se justifican y se excusan muchas cosas de dudoso valor. El mundo está en continua evolución, en algunos períodos es más evidente, en otros, menos. Pero, de hecho, ¿qué cambia? Los vestidos que nos ponemos, los aparatos que utilizamos, las casas en que vivimos. Son mucho más importantes las mutaciones en el modo de pensar de la gente, en el sentido que se le da a las cosas. Si el cambio es radical puede ser considerado una revolución, término derivado del latín que significa, literalmente, vuelco. La predicación de Jesús comienza, precisamente, comienza precisamente cambio radical de opiniones: sobre la pobreza y la riqueza, sobre el valor de las cosas, sobre la actitud religiosa hacia Dios. Cuando Jesús predica, las multitudes corren a escucharlo. La gente escucha gustosamente programas nuevos, especialmente si se corresponden con los deseos secretos del corazón. Pero, después, sigue viviendo y juzgando como antes. Es decir, acoge lo nuevo pero sin tocar lo viejo, pone el vino nuevo en odres viejos.
Sucedía así en tiempos de Cristo y así sucede hoy. El mensaje del evangelio brilla un momento pero, después, no altera la situación.
Esta metáfora completa el discurso precedente: seguimos viviendo como antes, pero sentimos que algo no funciona y no conseguimos estar contentos. Es como si hubiera un roto en el vestido que deja descubierta y fría una parte del cuerpo. Entonces, intentamos meter un remiendo de paño nuevo para cubrir el agujero del vestido viejo.
En los ejercicios ignacianos se ilustra esta actitud con un ejemplo. Dos personas viven de dinero robado. Quieren reconciliarse con Dios y comienzan a orar, pero no devuelven el dinero. Sus oraciones son como el remiendo nuevo en el vestido viejo, que sigue rompiéndose. Un dicho popular dice: se dice B sólo después de haber dicho A. La conversión a Cristo no puede ser parcial: el carro no irá hacia delante mientras las ruedas no giren, y las ruedas son nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar.
Elevación Espiritual para este día
El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.
Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con La luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras. Y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edil le coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es corno si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.
Reflexión Espiritual para el día
Fundamento mi comprensión del mundo, de los otros y de mí mismo en la figura simbólica del siervo de Yavé o, bien, en un amor que no puede ser arrebatado sino ofrecido. El siervo de Yavé, «el cordero de Dios», es exactamente lo contrario que el «chivo expiatorio», ese que todos están de acuerdo en excluir para preservar la unidad del grupo. En el cristianismo, por el contrario, el grupo ha sido fundado por una víctima que fue excluida por los otros, pero que, aceptando ser excluida, denunció y puso al desnudo el sistema del «chivo expiatorio». Con la lógica simbólica de la víctima conforme, la cruz queda sustraída a una interpretación puramente punitiva, en términos de retribución (la sangre derramada a cambio de la Salvación), un hecho al que Job ya había puesto término con su propio sufrimiento. El extraordinario poder de Jesús reside en un sacrificio consentido que va a destruir de manera definitiva todo el sistema que se fundamento en la víctima. Eso es lo que subraya san Juan cuando hace decir a Jesús: «Nadie tiene poder para quitarme la vida; soy yo quien la doy por mi propia voluntad».
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: 1Co 4, 1-5…Los designios del corazón.
-Hermanos, es necesario que los hombres nos tengan simplemente por "servidores de Cristo"... Jesús, muchas veces, se ha dado este título de «servidor». Pablo lo toma, a su vez, como un título de gloria. ¿Soy yo, verdaderamente, servidor de Cristo?
-Y por «administradores de los misterios de Dios»... ¡Cuán grandes y temibles son estas palabras! Los ministros, en la Iglesia, tienen entre sus manos esta responsabilidad: ¡todos los medios de la gracia, la doctrina, los sacramentos... los misterios de Dios! Los han recibido para dispensarlos a los demás.
Tendrán que rendir cuenta de ellos, como decía Jesús (Mateo 24, 45-51) -Y lo que en definitiva se exige a los administradores es que sean fieles. Ser hallado "fiel"... en la administración de los bienes ajenos. Merecer confianza... y de modo desinteresado.
Ser hombre de confianza, para Dios. Ser hombre de Dios. Promover sus intereses. La fidelidad es una virtud que no tiene buena prensa hoy.
Es objeto de burla por doquier. Pero cuando llegamos a ser víctimas de una infidelidad, la apreciamos como uno de los valores esenciales del hombre. Que los apóstoles sean fieles al Evangelio, que no acomoden su mensaje a los gustos del día, a las ideologías que flotan en el aire...
Señor, concede a tus apóstoles, sacerdotes o laicos, esa fidelidad intransigente a lo que Tú quieres.
-Por mi parte, lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ¡ni siquiera me juzgo a mí mismo! Esto tiene un gran alcance.
Pablo ha hablado de la gran dignidad de los fieles. «Todo es vuestro, Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro. Todo es vuestro...» Pero de ahí no se sigue que los cristianos tengan derecho a erigirse en jueces de sus apóstoles. ¡Es a Dios, a quien los ministros tendrán que rendir cuentas!
-Mi conciencia no me reprocha nada, mas no por ello soy justo. El Señor es mi juez.
Cuando Pablo retira a cualquiera el derecho de juzgar a su hermano, aunque fuera ministro del Señor, no es una manera de situarse por encima de todo juicio, para actuar a su gusto y modo; nada de esto. ¡Pablo tiene su conciencia! Pero ésta, de por sí, no es tampoco una justificación. La responsabilidad final no es ni ante la comunidad, ni ante uno mismo, sino ante Dios.
Señor, ayúdanos a considerar de ese modo todas nuestras responsabilidades.
Mt 07-01 -Por lo tanto, no juzguéis «prematuramente»; esperad la venida del Señor, El iluminará lo secreto en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón.
Jesús había repetido: « ¡No juzguéis!» (Mt 7, 1; Lc 06-37) Pablo añade un matiz capital: no juzguéis, porque vuestro juicio es siempre "prematuro"... no lo sabéis todo para que vuestro juicio sea equitativo, os falta conocer las intenciones secretas de la gente que juzgáis.
¡Todo esto es verdad! Cuando nos acontece ser mal juzgados, sabemos muy bien que los que nos critican no tienen todos los elementos para que su apreciación sea correcta.
-Entonces, cada cual recibirá del Señor, la alabanza que le corresponda.
Pablo y los primeros cristianos estaban realmente polarizados hacia esa espera, hacia ese día donde todo, al fin será clarificado. Día feliz cuando nuestros valores desconocidos recibirán «la alabanza que les corresponda»; día veraz en que estallará a plena luz la belleza escondida... que no sabemos captar suficientemente. +
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