6 de Septiembre 2010, DOMINGO DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SS. Regina mr, Madelberta ab Clodoaldo pb.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Corintios 5, 1-8. Quitad la levadura vieja, porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo
Salmo responsorial: 5 Señor, guíame con tu justicia.
Lucas 6, 6-11. Estaban al acecho para ver si curaba en sábado
PRIMERA LECTURA
1Corintios 5, 1-8
Quitad la levadura vieja, porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo
Hermanos: Se sabe públicamente que hay un caso de unión ilegítima en vuestra comunidad, y tan grave que ni los gentiles la toleran; me refiero a ése que vive con la mujer de su padre.
¿Y todavía os engreís? Estaría mejor ponerse de luto, para que el que ha hecho eso desaparezca de vuestro grupo.
Lo que es yo, ausente en el cuerpo, pero presente en espíritu, ya he tomado una decisión como si estuviera presente: reunidos vosotros en nombre de nuestro Señor Jesús, y yo presente en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús entregar al que ha hecho eso en manos del diablo; en la carne quedará destrozado, pero así su espíritu se salvará en el día del Señor.
Ese orgullo vuestro no tiene razón de ser. ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 5
R/. Señor, guíame con tu justicia.
Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu presencia. R.
Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos; al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor. R.
Que se alegren los que se acogen a ti, /con júbilo eterno; protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu nombre. R.
SANTO EVANGELIO
Lucas 6, 6-11
Estaban al acecho para ver si curaba en sábado
Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los letrados y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: "Levántate y ponte ahí en medio". El se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: "Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido hacer en sábado: hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?" Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: "Extiende el brazo".
El lo hizo, y el brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Corintios 5, 1-8. Quitad la levadura vieja, porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo
Salmo responsorial: 5 Señor, guíame con tu justicia.
Lucas 6, 6-11. Estaban al acecho para ver si curaba en sábado
PRIMERA LECTURA
1Corintios 5, 1-8
Quitad la levadura vieja, porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo
Hermanos: Se sabe públicamente que hay un caso de unión ilegítima en vuestra comunidad, y tan grave que ni los gentiles la toleran; me refiero a ése que vive con la mujer de su padre.
¿Y todavía os engreís? Estaría mejor ponerse de luto, para que el que ha hecho eso desaparezca de vuestro grupo.
Lo que es yo, ausente en el cuerpo, pero presente en espíritu, ya he tomado una decisión como si estuviera presente: reunidos vosotros en nombre de nuestro Señor Jesús, y yo presente en espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús entregar al que ha hecho eso en manos del diablo; en la carne quedará destrozado, pero así su espíritu se salvará en el día del Señor.
Ese orgullo vuestro no tiene razón de ser. ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 5
R/. Señor, guíame con tu justicia.
Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu presencia. R.
Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos; al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor. R.
Que se alegren los que se acogen a ti, /con júbilo eterno; protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu nombre. R.
SANTO EVANGELIO
Lucas 6, 6-11
Estaban al acecho para ver si curaba en sábado
Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los letrados y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: "Levántate y ponte ahí en medio". El se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: "Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido hacer en sábado: hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?" Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: "Extiende el brazo".
El lo hizo, y el brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: 1 Corintios 5, 1-8. Quitad la levadura vieja, porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo.
En el caso que nos ocupa aquí, se trata de un caso de inmoralidad que aflige a la comunidad de Corinto: el asunto es extremadamente grave y no puede ser silenciado. Pero lo que más sorprende es el hecho de que, en vez de acumular prohibiciones o recomendaciones más o menos paternalistas, Pablo se remite al acontecimiento pascual, que, así como ha caracterizado la vida de Cristo, debe caracterizar también la vida de todo cristiano y la vida de cualquier comunidad cristiana auténtica: “Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva” (v. 7). La imagen se deja interpretar más bien con facilidad: tenemos delante el binomio «viejo» / «nuevo», y con él pretende Pablo remover no sólo una especie de pereza espiritual, sino también y sobre todo una adhesión estática y nostálgica a lo que con la venida de Cristo ha sido definitivamente superado. La comunidad de Corinto está amenazada, pues, con permanecer asentada en las posiciones de siempre, perdiendo el ritmo de marcha inaugurado por la presencia de Jesús.
«... pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta» (vv. 7b-8): ésta es la motivación pascual ofrecida por Pablo a una comunidad que debe vivir su propia fe en términos de gloriosa novedad, a fin de celebrar la fiesta superando toda referencia pasiva y servil a un pasado que ha encontrado ahora su plena realización.
Comentario del Salmo 5. Señor, guíame con tu justicia.
Se trata de un salmo de súplica individual. Los verbos en imperativo («escucha», «atiende», «haz caso», etc.) muestran cómo alguien está atravesando una experiencia difícil, tensa, de conflicto. Y dirige su súplica a Dios. La situación es grave, razón por la que esta persona le da órdenes a Dios (2-3.9, 11).
En este salmo podemos distinguir cinco partes: 2-4; 5-7; 8-9; 10- 11; 12-13. En la primera (2-4) el salmista se dirige a Dios con urgencia a causa de la gravedad de su situación. Le pide a Dios que escuche sus palabras, que atienda a sus gemidos y a sus gritos de socorro. Hay una referencia a la hora del día en que esto tiene lugar: por la mañana (4). La súplica hará acto de presencia en otras ocasiones a lo largo del salmo (9.11).
¿Por qué esta persona se atreve a dirigirse de este modo a Dios? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la segunda parte (5-7). El salmista muestra quién es Dios para él. Dicho brevemente, el Señor no pacta con la injusticia. Por eso el justo inocente puede recurrir a él.
En la tercera parte (8-9), el salmista habla de sí mismo y de la confianza que le proporciona el hecho de estar en la casa de Dios (tal vez, el templo de Jerusalén). Añade una petición personal: que el Señor lo guíe con su justicia y que enderece su camino, pues los malhechores injustos están el acecho.
A continuación, e salmo se vuelve a los enemigos del justo, aquellos con los que el Señor no establece ningún tipo de alianza (cuarta parte, 10-11). Están totalmente absorbidos por la mentira que engendra muerte. Su boca, su corazón, su garganta, su lengua, todo está penetrado por la mentira, de modo que se les puede comparar con un sepulcro abierto. El justo añade una petición más: que el Señor no permanezca inactivo, al margen. Le pide, más bien, que dicte una sentencia condenatoria.
En la quinta parte (12-13), aparece un nuevo grupo, el de los justos, de los que el salmista es una figura representativa. Da la impresión de que el justo inocente lucha contra un ejército armado, mientras que sus compañeros justos están acobardados, mudos y paralizados. La acción de Dios en favor de la justicia desencadenará la reacción de los justos: alegría, júbilo y gozo exultante por el hecho de que Dios bendice al justo y lo protege como un escudo.
El salmo 5 revela un terrible conflicto entre el justo y los injustos, entre una propuesta de sociedad basada en la justicia y otra en la injusticia. Se trata de un conflicto desigual, pues el texto da la impresión de que el justo está solo. Sólo al final (12-13) se habla de un grupo de justos, pero que parecen estar acobardados. La magnitud del conflicto se vuelve más patente si tenemos en cuenta que los injustos acechan al justo (9) para matar lo, pues son como un «sepulcro abierto» (10). Se trata de una verdadera batalla; y, en esta lucha desigual, Dios es como un «escudo» para el justo.
Vale la pena fijarse en los distintos «nombres» que reciben los injustos: son “malvados” (5); «arrogantes» y «malhechores» (6), «mentirosos», «sanguinarios» y «traicioneros» (7); enemigos que «acechan» al justo (9); «en su boca no hay sinceridad», tienen el corazón «lleno de maquinaciones», son como un «sepulcro abierto» y «halagan con su lengua» (10); hacen planes (para capturar a los justos); cometen numerosos crímenes (contra los que luchan por la justicia) y se rebelan contra Dios (11). Son «nombres» que revelan quiénes y cómo son, cómo actúan y contra quién. Se trata de un grupo organizado que no tolera la presencia de quien lucha por la justicia. El justo ha de ser eliminado a cualquier precio. ¿De qué manera?
Las diversas referencias a la mentira, a la falsedad, etc. sugieren un camino: el arma que los injustos emplean contra el justo es la calumnia. Injustamente acusado, el justo se siente como si le fallare el suelo bajo los pies. La única salida es huir para salvar la vida buscando asilo en el templo, que funcionaba como lugar de refugio (8). Una vez llegado a él, pasa la noche suplicando y a la espera, confiando en que, por la mañana (4), los sacerdotes lo declararán inocente. Es, con seguridad, otro salmo nacido en el templo, en una situación muy parecida a la del salmo 3.
La segunda parte (5-7) nos brinda un extraordinario retrato de Dios: no ama la injusticia, no acepta como huésped al malvado, en su presencia no se mantienen los arrogantes, detesta a los malhechores, destruye a los mentirosos, aborrece a cuantos derraman sangre y obran traición. En una palabra, el Dios de este salmo no se compromete con la injusticia ni con los que la cometen. Por el contrario, es el Dios que guía al justo con su justicia, enderezando ante sí su camino (9), bendiciéndolo y protegiéndolo como un escudo (13). En el conflicto entre justos e injustos, Dios está clara e indiscutiblemente de la parte de los justos.
Así pues, es el mismo Dios del Éxodo, el Dios de la Alianza, comprometido con una sociedad justa. Por eso el salmista se atreve a pedir con la confianza de que Dios dictará sentencia contra sus enemigos, haciendo fracasar sus planes, expulsándolos por sus numerosos crímenes (11).
El Nuevo Testamento ofrece varias pistas para la profundización de este salmo. Se puede, por ejemplo, recorrer los evangelios para ver cómo Jesús atiende las súplicas de la gente (por ejemplo, en Mt 8,1-4; Mc 10,46-52; Lc 17,11-19; Jn 4,46-54).
O bien, tomando el tema de la justicia, se puede recorrer el evangelio de Mateo para ver cómo Jesús anuncia y realiza la justicia que inaugura el Reino (3,15; 5,10.20; 6,33; 20,1-16).
Por tratarse de un salmo de súplica individual, se presta para los momentos en que sentimos necesidad de elevar nuestro clamor: contra la corrupción, contra la mentira que engendra muerte, contra las calumnias que arrasan a los que defienden al pueblo, contra la violencia; cuando tenemos la sensación de que los justos se encuentran paralizados; cuando nos sentirnos perseguidos; podemos rezarlo en nombre de cuantos son acusados injustamente; en solidaridad con los que no tienen abogado que los defienda...
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 6,6-11. Vigilaban a Jesús por si saba el Sábado.
La atención de Lucas vuelve sobre la polémica en torno al sábado; sin embargo, esta vez toma como ocasión una intervención taumatúrgica de Jesús en favor de un hombre que tenía la mano atrofiada y al que el Nazareno le ha restituido una salud perfecta. La acción milagrosa desencadena el espíritu crítico de sus adversarios, como antes había sucedido ya con respecto a la actitud de los discípulos de Jesús, que habían cogido y comido espigas de trigo en día de sábado. El contraste es aún más fuerte, pues una determinada mentalidad farisea hubiera deseado no sólo inmovilizar a los discípulos de Jesús, sino también bloquear la capacidad taumatúrgica del Maestro. Es absurda e inaceptable esta pretensión de los fariseos y de los maestros de la Ley, cuya presencia crítica y maldad de pensamiento señala Jesús. Este lee en el corazón del hombre: tanto en el de quienes le escuchan y le siguen como en el de quienes le espían y quisieran sorprenderle en un fallo.
Una vez realizada la acción taumatúrgica, Jesús se enfrenta a sus adversarios no tanto en el terreno de lo que es lícito hacer en día de sábado como en este otro: «¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?» (v. 9). La certeza que anima a Jesús es tal que no espera la respuesta de sus adversarios: la da por descontado, y lo mismo haríamos nosotros si nos atenemos con fidelidad a las indicaciones de su magisterio. Es inútil recordar que lo que Jesús ha hecho y ha dicho desencadena en sus adversarios tal rabia que se juran a sí mismos condenarlo a muerte. Antes de matarlo físicamente lo condenan a muerte espiritualmente: en la raíz de esto encontramos siempre la intolerancia y la violencia.
Todo creyente —más aún, toda persona— advierte la necesidad de ver con claridad en el gran tema de la libertad humana. Hay interrogantes que no podemos eludir: ¿qué valor tienen las leyes? ¿Hasta qué punto nos urge la misma Ley de Dios? Y, a continuación: ¿son propiamente iguales todas las leyes? ¿Existe un cierto espacio para una interpretación liberadora? ¿Cómo compaginar en la vida diaria la autoridad con la libertad, la norma escrita con la autodeterminación? Las páginas evangélicas dedicadas al sábado nos ofrecen algunos haces de luz.
La Ley —toda ley— debe ser considerada como don de Dios a su pueblo, tanto al antiguo como al nuevo, incluso a todo hombre y mujer que quiera prestar un oído activo a la Palabra portadora de la verdad. Si conseguimos considerar la Ley, toda ley de Dios, como don, entonces se abre ante nosotros un camino que hemos de recorrer con la libertad más genuina y auténtica. La Ley, toda ley, se nos ofrece como luz para nuestros pasos, como lámpara que ilumina nuestro camino. En consecuencia, es preciso confesar nuestra necesidad de disponer de una luz capaz de iluminar incluso los pliegues más íntimos de nuestro corazón, capaz de hacer luz en los ángulos más oscuros de nuestra vida, capaz de orientar nuestras decisiones en el acontecer de la historia.
La Ley, toda ley, se nos ofrece como pedagogo, es decir, como institución capaz de educarnos en el ejercicio de la libertad: la psicológica, con la que afirmamos nuestra dignidad frente a toda posible reducción a instrumento, y la evangélica, con la que reconocemos el primado de Dios y la prioridad de Cristo en cada una de nuestras decisiones.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 6,6-11, para nuestros Mayores. El hombre del brazo paralizado.
La liturgia de la liberación. Sigue la controversia entre Jesús y los fariseos en torno al sábado. En el pasaje del día anterior desataron la polémica los discípulos al “quebrantar” el descanso sabático arrancando espigas (“segando”, según los fariseos”). Ahora es el Maestro el que lo “quebranta” curando a un hombre con el brazo paralítico (“ejerciendo la medicina”), tarea prohibida según la legislación farisaica.
La ley del descanso sabático se había convertido en tiempos de Jesús en la ley suprema y absoluta, en una de las expresiones mas de la religiosidad israelita. Jesús, por el contrario, proclama que el fin de la religiosidad y del descanso es la liberación del hombre. Por eso se enfrenta con los idólatras del sábado, como se refleja en los milagros realizados en este día. Proclama que el sábado ha sido instituido para el hombre y no al contrario (Mc 2,27). Por eso cura en sábado, sin tener necesidad apremiante de hacerlo (podría haber pospuesto la curación para otro día). Cura a pesar de que sabe que con ello suscita la violenta oposición de los guardianes de la ley.
Jesús “provoca” para presentar una visión más humana de la religiosidad y proclamar su mensaje esencial al hilo de la vida y de los hechos: El hombre es lo que importa, el hombre es el centro de todo. Lucas contrapone dos talantes, dos estilos, dos modos de entender la religiosidad: el de los fariseos y el de Jesús. Éste interrumpe la reunión litúrgica del sábado, llama de entre la gente al hombre que tiene el brazo paralizado, le indica que se ponga de pie en medio de la asamblea y dirigiéndose a sus enemigos, les pregunta: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien (como yo pienso hacerlo) o el mal (como vosotros buscáis hacérmelo a mí), salvar a un hombre o dejarlo morir?”.
El evangelista brinda este pasaje para alertar a las personas y comunidades cristianas a que vivan animadas por el espíritu de Jesús y no se dejen contagiar del espíritu farisaico que les tienta, nos tienta y tentará siempre.
La gloria de Dios: que el hombre viva. Una vez más, sobresale el humanismo de Jesús. Los fariseos idolatran el descanso sabático, como si a Dios se le glorificara con el simple hecho de no hacer nada. ¿Qué más le da a Dios que trabajemos o descansemos? Él promulgó la ley para el bien del hombre, para que sus hijos se recuperaran del trabajo, se encontraran consigo mismos y recobraran el equilibrio en el encuentro y diálogo con Él y en el encuentro familiar y de amistad. Esto es lo que le importa a Dios. Es la consigna de un padre que dice al hijo: “Descansa, porque vas a caer en el estrés; convive con tu familia, con tus hermanos; venid a comer a casa y así charlamos y compartimos”. “Sólo un Dios puede ser tan humano como Jesús de Nazaret”, señala H. Küng. “La gloria de Dios es que el hombre viva”, dijo san Ireneo, es decir, que seamos felices.
Los tiempos mesiánicos se comprendían como el tiempo del Hombre nuevo, del universo recreado. Es lo que nos ilustra la curación del paralítico que, en sábado, recobró el uso de su mano derecha, es decir, de sus facultades de acción. Así pues, el sábado aparece como un día de gracia, el día de la restauración del universo entero. ¿No se celebraba la fiesta del sábado para conmemorar la liberación del pueblo judío? ¿Qué mejor forma de conmemorar la liberación que liberando? Sin embargo aquellos “moralistas” que autorizaban salvar la vida de un animal accidentado, por ejemplo: rescatar una oveja caída en una zanja en sábado (Mt 12,11), levantan el grito contra las curaciones de Jesús.
La religión en manos de un fanático escaso en humanidad se convierte en un instrumento satánico de dominio sobre el hombre. Los fariseos tienen escrúpulos en las minucias del descanso sabático y no tienen escrúpulos en planear la muerte de un profeta. La mejor forma de glorificar al Señor en su día, día de liberación por Cristo resucitado, es visitar a los enfermos, reanimar a los deprimidos, dar afecto y ayuda. Ésta es la gran liturgia.
Fidelidad al hombre, fidelidad a Dios. Jesús, en sintonía con el Padre, busca la liberación integral de sus hermanos. Recuerdo el martirio de un sacerdote entregado heroicamente a los pobres, pero que, por otra parte, tenía libertad evangélica frente a ciertas leyes menores y costumbres intrascendentes. Murió en plena madurez. Lo visité en los últimos días. Respiraba paz y alegría cristiana. Su cortejo fúnebre lo formaron los servidores de los pobres, los necesitados y marginados, y gente de buena voluntad. Los meticulosos de siempre, los fariseos de turno, lo habían atormentado con sus críticas al pasar por alto ciertas pequeñas normas litúrgicas.
La fidelidad a Dios está en la fidelidad al hombre, sobre todo al quebrantado. Tanto los fariseos como Jesús son personas religiosas, pero ¡de qué forma tan distinta! A los fariseos lo que les interesa es salvar la ley; a Jesús, salvar a la persona. Necesitamos personas que irradien humanidad, comprensión, preocupación por el otro.
Muchos cristianos adolecen también de verticalismo farisaico. Pretenden ser divinos sin ser humanos. Quieren entendérselas a solas con Dios. Llegan tarde a la celebración, se marchan a toda prisa... El culto más grato a Dios es la ayuda a los débiles, mancos, cojos o deprimidos que comparten la comida fraterna de la Eucaristía y a los que no han acudido, para liberarlos y poder celebrar con todo derecho el sacramento de la liberación. Los gestos litúrgicos más gratos al Padre son los de ayuda al hermano.
Éste era el espíritu que animaba la “fracción del Pan” de la comunidad de Jerusalén. Dios prefiere la reconciliación a las ofrendas (Mt 5,23-24). San Ignacio de Antioquia escribía a sus diocesanos: “Que con vuestra unión, como las cuerdas de una cítara, cantéis al Padre el salmo que más le gusta: vuestra armonía”.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 2, 23-28, de Joven para Joven. Sábado, día de liberación y de comunión.
Subsiste un clima tenso entre Jesús y sus adversarios. Nos encontramos en el marco agreste de un campo sembrado de trigo. Podemos deducir el tiempo: la primavera. Jesús y sus discípulos van de camino. Los segundos arrancan espigas para alimentarse. El gesto —trivial en sí mismo, pero invalidado por el hecho de ser realizado en sábado, convirtiéndose así en ilícito— brinda la ocasión para una nueva disputa (la cuarta) con los fariseos. Como en la precedente, Jesús defiende a sus discípulos y así orienta en la siguiente hacia una mejor comprensión del sábado.
Según la ley de Moisés, el sábado es un día de reposo absoluto, un día consagrado al Señor (cf. Ex 20,8-11). La casuística farisaica había precisado una serie de treinta y nueve actividades prohibidas; entre ellas figuran las relacionadas con la siega y, en consecuencia, el hecho de espigar. De ahí que los fariseos, celosos guardianes de la ortodoxia, pidan a Jesús una explicación de ese comportamiento incorrecto que viola la santidad del sábado. Los fariseos se mueven en el terreno de la legalidad: tienen la palabra escrita y la tradición de su parte.
Jesús responde sacando a relucir sus conocimientos bíblicos. También él se mueve en el terreno del texto escrito y cita un conocido episodio, referido en 1 Sm 21,1 -7, relacionado con David y con sus compañeros. Todos ellos, que se encontraban en grave necesidad, reciben y comen los panes de la ofrenda, reservados a los sacerdotes. Fue el mismo sacerdote del santuario el que entregó los cinco panes a David: «No tengo a mano pan ordinario; sólo hay pan del que ha sido ofrecido al Señor». Jesús deja entender que, en algunos casos, las leyes tienen su justa derogación. El legislador tiene presente la situación común y general, y no puede pensar en todas las excepciones. El uso iluminado de la razón (¡no la propia conveniencia!) orienta hacia la justa aplicación de la norma. Se habla de epikéia, término técnico para intentar comprender la mentalidad del legislador y, por consiguiente, lo que éste pretendía al redactar la norma. Al mismo tiempo, se admite serenamente que el mismo legislador, en el caso particular, habría suspendido la regla general. Podríamos aplicar aquí este principio: “la excepción confirma la regla”.
La cita bíblica prepara una conclusión que va mucho más allá del hecho. Jesús extrae un principio general y, después, una aplicación a su propia persona. El principio se convierte en una máxima, muy conocida y citada con frecuencia: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (v. 27). La ley ha sido hecha para promover al hombre, para ayudarle a vivir mejor, no para aprisionarle en una red de observancias. El sábado es la fiesta de la liberación, la celebración de la liberación respecto a las cosas —incluso respecto a nosotros mismos—, para entrar en una comunión mayor con Dios. Somos libres de y, sobre todo, libres para. La aplicación, aunque no está propuesta de una manera explícita, es de una evidencia inmediata: los discípulos, mal alimentados, difícilmente habrían continuado el camino y tenían necesidad de reponerse, como los compañeros de David. Por eso era legítimo derogar la ley del rígido reposo sabático para espigolar en aquel sembrado.
La aplicación más importante viene al final y está referida a la persona de Jesús con un procedimiento a minori ad maius, que nosotros llamaríamos del «tanto más». Si David pudo transgredir un precepto en caso de necesidad, sin que por ello se le pueda incriminar, con mayor razón puede Jesús dejar hacer a sus discípulos. Jesús no sólo deroga el precepto, sino que es «Señor» del sábado, elevándose así con mucho respecto a la figura de David. Reivindica para sí una autoridad divina, que le permite una nueva reglamentación del sábado.
El capítulo 2 de Marcos acaba así con una solemne afirmación sobre la identidad de Jesús y recuerda otra, análoga, al comienzo del mismo capítulo. Con ocasión de la curación del paralítico bajado por el techo, Jesús había reivindicado ser el Hijo del hombre con poder para perdonar los pecados (cf. 2,10). Y ahora declara que es superior al sábado. Son mensajes fuertes, enviados a sus adversarios no menos que a sus discípulos.
Sentimos la urgencia de redescubrir el valor del sábado, el día del Señor, que para nosotros, los cristianos, es el domingo. No tenemos el rigor miope de los fariseos, pero hemos perdido el pudor de «dar a Dios lo que es de Dios». La obligación de los llamados trabajos serviles estaba destinada a garantizar el tiempo útil para el reposo, el estar juntos, la prolongación de nuestra permanencia en presencia de Dios.
Hemos acabado por rellenar el día del Señor con todo: cosas buenas, otras lícitas, otras sospechosas, otras todavía discutibles o negativas. Es hermoso el tiempo pasado en familia, visitando a los amigos y parientes, a fin de recuperar el sentido de la comunidad. Esto es todavía más hermoso si lo vivimos como una prolongación o extensión de otro modo de compartir, el eclesial, el de la Palabra y el Pan partidos. La celebración eucarística festiva debe caracterizar nuestra relación con Dios, hacernos sentir como su familia. De este modo se vuelve infinitamente más enriquecedor el sentido de la familia y de la amistad que compartimos con los otros.
No estamos llamados a emprender ninguna «cruzada». Las contraposiciones rígidas, o las tomas de posición fuertes, raramente producen un buen efecto. Es mejor seguir la vía más larga y también tortuosa del convencimiento poco a poco, del testimonio «puerta a puerta». Los otros, al ver las opciones y el estilo de vida que caracterizan a nuestros domingos, se mostrarán estimulados a reflexionar sobre el hecho de que existe un modo alegre y fructuoso de vivir el día del Señor, evitando el estrés y la sobrecarga de compromisos. Después de habernos repuesto «a la sombra de sus alas», podemos empezar la nueva semana laboral templados de nuevo en el aspecto físico y saciados por dentro.
Elevación Espiritual para este día.
Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la Ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos.
La Ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.
Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os ha- liáis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo heyaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra.
Reflexión Espiritual para el día.
La Iglesia —a saber, el conjunto de los cristianos— está llamada a valorar desapasionadamente las situaciones y a rechazar cuanto sofoca al hombre, su dignidad, sus valores. Rechaza, por consiguiente, todo materialismo que pretendiera inspirar un mundo nuevo, aunque sabe reconocer, no obstante, sobre todo en la masa de los hombres que esperan y preparan este mundo nuevo, los auténticos valores que son el reconocimiento del hombre, la solidaridad, el compromiso y el sacrificio. Por otra parte, mientras reconoce y alienta toda auténtica libertad, no deja de poner en guardia, a pesar de todo, contra los peligros de una búsqueda despreocupada, que acaba siempre en beneficio de un número limitado de personas, las cuales subordinan e instrumentalizan prácticamente para sus propios fines a la gran masa, exteriormente libre, pero sustancialmente condicionada y dominada en todos los aspectos de la vida.
La Iglesia se encuentra así —para repetir una definición de Pablo VI— como «conciencia crítica de la humanidad». Por tanto, deberá señalar valerosamente en cada situación las injusticias que deben ser eliminadas y sugerir soluciones más humanas, sintiéndose solidaria con quienes luchan en favor de una mayor justicia para sí mismos y para los hermanos.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Un mensaje en dos direcciones.
El encargo recibido por Jeremías para arrancar y destruir..., para edificar y plantar (Jr 1,10) resume admirablemente las dos vertientes de la palabra profética. La expresión arrancar y destruir refleja la dimensión crítica del profeta, conocida también como denuncia profética ejercida sobre el pasado y el presente del pueblo (o las naciones extranjeras) y sus más cualificados representantes. El profeta se convierte así en instancia crítica frente al orden (o desorden) establecido, proyectando su denuncia a todas las áreas de la vida (religiosa, social, económica, política, etc.).
Pero su mensaje va más allá de la denuncia y el castigo. Su objetivo último es edificar y plantar, es decir, promover el cambio y la conversión, alimentar la esperanza, anunciar la salvación prometida, construir el futuro. Esta dimensión esperanzadora y salvífica se refleja especialmente en las llamadas utopías proféticas. +
En el caso que nos ocupa aquí, se trata de un caso de inmoralidad que aflige a la comunidad de Corinto: el asunto es extremadamente grave y no puede ser silenciado. Pero lo que más sorprende es el hecho de que, en vez de acumular prohibiciones o recomendaciones más o menos paternalistas, Pablo se remite al acontecimiento pascual, que, así como ha caracterizado la vida de Cristo, debe caracterizar también la vida de todo cristiano y la vida de cualquier comunidad cristiana auténtica: “Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva” (v. 7). La imagen se deja interpretar más bien con facilidad: tenemos delante el binomio «viejo» / «nuevo», y con él pretende Pablo remover no sólo una especie de pereza espiritual, sino también y sobre todo una adhesión estática y nostálgica a lo que con la venida de Cristo ha sido definitivamente superado. La comunidad de Corinto está amenazada, pues, con permanecer asentada en las posiciones de siempre, perdiendo el ritmo de marcha inaugurado por la presencia de Jesús.
«... pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta» (vv. 7b-8): ésta es la motivación pascual ofrecida por Pablo a una comunidad que debe vivir su propia fe en términos de gloriosa novedad, a fin de celebrar la fiesta superando toda referencia pasiva y servil a un pasado que ha encontrado ahora su plena realización.
Comentario del Salmo 5. Señor, guíame con tu justicia.
Se trata de un salmo de súplica individual. Los verbos en imperativo («escucha», «atiende», «haz caso», etc.) muestran cómo alguien está atravesando una experiencia difícil, tensa, de conflicto. Y dirige su súplica a Dios. La situación es grave, razón por la que esta persona le da órdenes a Dios (2-3.9, 11).
En este salmo podemos distinguir cinco partes: 2-4; 5-7; 8-9; 10- 11; 12-13. En la primera (2-4) el salmista se dirige a Dios con urgencia a causa de la gravedad de su situación. Le pide a Dios que escuche sus palabras, que atienda a sus gemidos y a sus gritos de socorro. Hay una referencia a la hora del día en que esto tiene lugar: por la mañana (4). La súplica hará acto de presencia en otras ocasiones a lo largo del salmo (9.11).
¿Por qué esta persona se atreve a dirigirse de este modo a Dios? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la segunda parte (5-7). El salmista muestra quién es Dios para él. Dicho brevemente, el Señor no pacta con la injusticia. Por eso el justo inocente puede recurrir a él.
En la tercera parte (8-9), el salmista habla de sí mismo y de la confianza que le proporciona el hecho de estar en la casa de Dios (tal vez, el templo de Jerusalén). Añade una petición personal: que el Señor lo guíe con su justicia y que enderece su camino, pues los malhechores injustos están el acecho.
A continuación, e salmo se vuelve a los enemigos del justo, aquellos con los que el Señor no establece ningún tipo de alianza (cuarta parte, 10-11). Están totalmente absorbidos por la mentira que engendra muerte. Su boca, su corazón, su garganta, su lengua, todo está penetrado por la mentira, de modo que se les puede comparar con un sepulcro abierto. El justo añade una petición más: que el Señor no permanezca inactivo, al margen. Le pide, más bien, que dicte una sentencia condenatoria.
En la quinta parte (12-13), aparece un nuevo grupo, el de los justos, de los que el salmista es una figura representativa. Da la impresión de que el justo inocente lucha contra un ejército armado, mientras que sus compañeros justos están acobardados, mudos y paralizados. La acción de Dios en favor de la justicia desencadenará la reacción de los justos: alegría, júbilo y gozo exultante por el hecho de que Dios bendice al justo y lo protege como un escudo.
El salmo 5 revela un terrible conflicto entre el justo y los injustos, entre una propuesta de sociedad basada en la justicia y otra en la injusticia. Se trata de un conflicto desigual, pues el texto da la impresión de que el justo está solo. Sólo al final (12-13) se habla de un grupo de justos, pero que parecen estar acobardados. La magnitud del conflicto se vuelve más patente si tenemos en cuenta que los injustos acechan al justo (9) para matar lo, pues son como un «sepulcro abierto» (10). Se trata de una verdadera batalla; y, en esta lucha desigual, Dios es como un «escudo» para el justo.
Vale la pena fijarse en los distintos «nombres» que reciben los injustos: son “malvados” (5); «arrogantes» y «malhechores» (6), «mentirosos», «sanguinarios» y «traicioneros» (7); enemigos que «acechan» al justo (9); «en su boca no hay sinceridad», tienen el corazón «lleno de maquinaciones», son como un «sepulcro abierto» y «halagan con su lengua» (10); hacen planes (para capturar a los justos); cometen numerosos crímenes (contra los que luchan por la justicia) y se rebelan contra Dios (11). Son «nombres» que revelan quiénes y cómo son, cómo actúan y contra quién. Se trata de un grupo organizado que no tolera la presencia de quien lucha por la justicia. El justo ha de ser eliminado a cualquier precio. ¿De qué manera?
Las diversas referencias a la mentira, a la falsedad, etc. sugieren un camino: el arma que los injustos emplean contra el justo es la calumnia. Injustamente acusado, el justo se siente como si le fallare el suelo bajo los pies. La única salida es huir para salvar la vida buscando asilo en el templo, que funcionaba como lugar de refugio (8). Una vez llegado a él, pasa la noche suplicando y a la espera, confiando en que, por la mañana (4), los sacerdotes lo declararán inocente. Es, con seguridad, otro salmo nacido en el templo, en una situación muy parecida a la del salmo 3.
La segunda parte (5-7) nos brinda un extraordinario retrato de Dios: no ama la injusticia, no acepta como huésped al malvado, en su presencia no se mantienen los arrogantes, detesta a los malhechores, destruye a los mentirosos, aborrece a cuantos derraman sangre y obran traición. En una palabra, el Dios de este salmo no se compromete con la injusticia ni con los que la cometen. Por el contrario, es el Dios que guía al justo con su justicia, enderezando ante sí su camino (9), bendiciéndolo y protegiéndolo como un escudo (13). En el conflicto entre justos e injustos, Dios está clara e indiscutiblemente de la parte de los justos.
Así pues, es el mismo Dios del Éxodo, el Dios de la Alianza, comprometido con una sociedad justa. Por eso el salmista se atreve a pedir con la confianza de que Dios dictará sentencia contra sus enemigos, haciendo fracasar sus planes, expulsándolos por sus numerosos crímenes (11).
El Nuevo Testamento ofrece varias pistas para la profundización de este salmo. Se puede, por ejemplo, recorrer los evangelios para ver cómo Jesús atiende las súplicas de la gente (por ejemplo, en Mt 8,1-4; Mc 10,46-52; Lc 17,11-19; Jn 4,46-54).
O bien, tomando el tema de la justicia, se puede recorrer el evangelio de Mateo para ver cómo Jesús anuncia y realiza la justicia que inaugura el Reino (3,15; 5,10.20; 6,33; 20,1-16).
Por tratarse de un salmo de súplica individual, se presta para los momentos en que sentimos necesidad de elevar nuestro clamor: contra la corrupción, contra la mentira que engendra muerte, contra las calumnias que arrasan a los que defienden al pueblo, contra la violencia; cuando tenemos la sensación de que los justos se encuentran paralizados; cuando nos sentirnos perseguidos; podemos rezarlo en nombre de cuantos son acusados injustamente; en solidaridad con los que no tienen abogado que los defienda...
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 6,6-11. Vigilaban a Jesús por si saba el Sábado.
La atención de Lucas vuelve sobre la polémica en torno al sábado; sin embargo, esta vez toma como ocasión una intervención taumatúrgica de Jesús en favor de un hombre que tenía la mano atrofiada y al que el Nazareno le ha restituido una salud perfecta. La acción milagrosa desencadena el espíritu crítico de sus adversarios, como antes había sucedido ya con respecto a la actitud de los discípulos de Jesús, que habían cogido y comido espigas de trigo en día de sábado. El contraste es aún más fuerte, pues una determinada mentalidad farisea hubiera deseado no sólo inmovilizar a los discípulos de Jesús, sino también bloquear la capacidad taumatúrgica del Maestro. Es absurda e inaceptable esta pretensión de los fariseos y de los maestros de la Ley, cuya presencia crítica y maldad de pensamiento señala Jesús. Este lee en el corazón del hombre: tanto en el de quienes le escuchan y le siguen como en el de quienes le espían y quisieran sorprenderle en un fallo.
Una vez realizada la acción taumatúrgica, Jesús se enfrenta a sus adversarios no tanto en el terreno de lo que es lícito hacer en día de sábado como en este otro: «¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?» (v. 9). La certeza que anima a Jesús es tal que no espera la respuesta de sus adversarios: la da por descontado, y lo mismo haríamos nosotros si nos atenemos con fidelidad a las indicaciones de su magisterio. Es inútil recordar que lo que Jesús ha hecho y ha dicho desencadena en sus adversarios tal rabia que se juran a sí mismos condenarlo a muerte. Antes de matarlo físicamente lo condenan a muerte espiritualmente: en la raíz de esto encontramos siempre la intolerancia y la violencia.
Todo creyente —más aún, toda persona— advierte la necesidad de ver con claridad en el gran tema de la libertad humana. Hay interrogantes que no podemos eludir: ¿qué valor tienen las leyes? ¿Hasta qué punto nos urge la misma Ley de Dios? Y, a continuación: ¿son propiamente iguales todas las leyes? ¿Existe un cierto espacio para una interpretación liberadora? ¿Cómo compaginar en la vida diaria la autoridad con la libertad, la norma escrita con la autodeterminación? Las páginas evangélicas dedicadas al sábado nos ofrecen algunos haces de luz.
La Ley —toda ley— debe ser considerada como don de Dios a su pueblo, tanto al antiguo como al nuevo, incluso a todo hombre y mujer que quiera prestar un oído activo a la Palabra portadora de la verdad. Si conseguimos considerar la Ley, toda ley de Dios, como don, entonces se abre ante nosotros un camino que hemos de recorrer con la libertad más genuina y auténtica. La Ley, toda ley, se nos ofrece como luz para nuestros pasos, como lámpara que ilumina nuestro camino. En consecuencia, es preciso confesar nuestra necesidad de disponer de una luz capaz de iluminar incluso los pliegues más íntimos de nuestro corazón, capaz de hacer luz en los ángulos más oscuros de nuestra vida, capaz de orientar nuestras decisiones en el acontecer de la historia.
La Ley, toda ley, se nos ofrece como pedagogo, es decir, como institución capaz de educarnos en el ejercicio de la libertad: la psicológica, con la que afirmamos nuestra dignidad frente a toda posible reducción a instrumento, y la evangélica, con la que reconocemos el primado de Dios y la prioridad de Cristo en cada una de nuestras decisiones.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 6,6-11, para nuestros Mayores. El hombre del brazo paralizado.
La liturgia de la liberación. Sigue la controversia entre Jesús y los fariseos en torno al sábado. En el pasaje del día anterior desataron la polémica los discípulos al “quebrantar” el descanso sabático arrancando espigas (“segando”, según los fariseos”). Ahora es el Maestro el que lo “quebranta” curando a un hombre con el brazo paralítico (“ejerciendo la medicina”), tarea prohibida según la legislación farisaica.
La ley del descanso sabático se había convertido en tiempos de Jesús en la ley suprema y absoluta, en una de las expresiones mas de la religiosidad israelita. Jesús, por el contrario, proclama que el fin de la religiosidad y del descanso es la liberación del hombre. Por eso se enfrenta con los idólatras del sábado, como se refleja en los milagros realizados en este día. Proclama que el sábado ha sido instituido para el hombre y no al contrario (Mc 2,27). Por eso cura en sábado, sin tener necesidad apremiante de hacerlo (podría haber pospuesto la curación para otro día). Cura a pesar de que sabe que con ello suscita la violenta oposición de los guardianes de la ley.
Jesús “provoca” para presentar una visión más humana de la religiosidad y proclamar su mensaje esencial al hilo de la vida y de los hechos: El hombre es lo que importa, el hombre es el centro de todo. Lucas contrapone dos talantes, dos estilos, dos modos de entender la religiosidad: el de los fariseos y el de Jesús. Éste interrumpe la reunión litúrgica del sábado, llama de entre la gente al hombre que tiene el brazo paralizado, le indica que se ponga de pie en medio de la asamblea y dirigiéndose a sus enemigos, les pregunta: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien (como yo pienso hacerlo) o el mal (como vosotros buscáis hacérmelo a mí), salvar a un hombre o dejarlo morir?”.
El evangelista brinda este pasaje para alertar a las personas y comunidades cristianas a que vivan animadas por el espíritu de Jesús y no se dejen contagiar del espíritu farisaico que les tienta, nos tienta y tentará siempre.
La gloria de Dios: que el hombre viva. Una vez más, sobresale el humanismo de Jesús. Los fariseos idolatran el descanso sabático, como si a Dios se le glorificara con el simple hecho de no hacer nada. ¿Qué más le da a Dios que trabajemos o descansemos? Él promulgó la ley para el bien del hombre, para que sus hijos se recuperaran del trabajo, se encontraran consigo mismos y recobraran el equilibrio en el encuentro y diálogo con Él y en el encuentro familiar y de amistad. Esto es lo que le importa a Dios. Es la consigna de un padre que dice al hijo: “Descansa, porque vas a caer en el estrés; convive con tu familia, con tus hermanos; venid a comer a casa y así charlamos y compartimos”. “Sólo un Dios puede ser tan humano como Jesús de Nazaret”, señala H. Küng. “La gloria de Dios es que el hombre viva”, dijo san Ireneo, es decir, que seamos felices.
Los tiempos mesiánicos se comprendían como el tiempo del Hombre nuevo, del universo recreado. Es lo que nos ilustra la curación del paralítico que, en sábado, recobró el uso de su mano derecha, es decir, de sus facultades de acción. Así pues, el sábado aparece como un día de gracia, el día de la restauración del universo entero. ¿No se celebraba la fiesta del sábado para conmemorar la liberación del pueblo judío? ¿Qué mejor forma de conmemorar la liberación que liberando? Sin embargo aquellos “moralistas” que autorizaban salvar la vida de un animal accidentado, por ejemplo: rescatar una oveja caída en una zanja en sábado (Mt 12,11), levantan el grito contra las curaciones de Jesús.
La religión en manos de un fanático escaso en humanidad se convierte en un instrumento satánico de dominio sobre el hombre. Los fariseos tienen escrúpulos en las minucias del descanso sabático y no tienen escrúpulos en planear la muerte de un profeta. La mejor forma de glorificar al Señor en su día, día de liberación por Cristo resucitado, es visitar a los enfermos, reanimar a los deprimidos, dar afecto y ayuda. Ésta es la gran liturgia.
Fidelidad al hombre, fidelidad a Dios. Jesús, en sintonía con el Padre, busca la liberación integral de sus hermanos. Recuerdo el martirio de un sacerdote entregado heroicamente a los pobres, pero que, por otra parte, tenía libertad evangélica frente a ciertas leyes menores y costumbres intrascendentes. Murió en plena madurez. Lo visité en los últimos días. Respiraba paz y alegría cristiana. Su cortejo fúnebre lo formaron los servidores de los pobres, los necesitados y marginados, y gente de buena voluntad. Los meticulosos de siempre, los fariseos de turno, lo habían atormentado con sus críticas al pasar por alto ciertas pequeñas normas litúrgicas.
La fidelidad a Dios está en la fidelidad al hombre, sobre todo al quebrantado. Tanto los fariseos como Jesús son personas religiosas, pero ¡de qué forma tan distinta! A los fariseos lo que les interesa es salvar la ley; a Jesús, salvar a la persona. Necesitamos personas que irradien humanidad, comprensión, preocupación por el otro.
Muchos cristianos adolecen también de verticalismo farisaico. Pretenden ser divinos sin ser humanos. Quieren entendérselas a solas con Dios. Llegan tarde a la celebración, se marchan a toda prisa... El culto más grato a Dios es la ayuda a los débiles, mancos, cojos o deprimidos que comparten la comida fraterna de la Eucaristía y a los que no han acudido, para liberarlos y poder celebrar con todo derecho el sacramento de la liberación. Los gestos litúrgicos más gratos al Padre son los de ayuda al hermano.
Éste era el espíritu que animaba la “fracción del Pan” de la comunidad de Jerusalén. Dios prefiere la reconciliación a las ofrendas (Mt 5,23-24). San Ignacio de Antioquia escribía a sus diocesanos: “Que con vuestra unión, como las cuerdas de una cítara, cantéis al Padre el salmo que más le gusta: vuestra armonía”.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 2, 23-28, de Joven para Joven. Sábado, día de liberación y de comunión.
Subsiste un clima tenso entre Jesús y sus adversarios. Nos encontramos en el marco agreste de un campo sembrado de trigo. Podemos deducir el tiempo: la primavera. Jesús y sus discípulos van de camino. Los segundos arrancan espigas para alimentarse. El gesto —trivial en sí mismo, pero invalidado por el hecho de ser realizado en sábado, convirtiéndose así en ilícito— brinda la ocasión para una nueva disputa (la cuarta) con los fariseos. Como en la precedente, Jesús defiende a sus discípulos y así orienta en la siguiente hacia una mejor comprensión del sábado.
Según la ley de Moisés, el sábado es un día de reposo absoluto, un día consagrado al Señor (cf. Ex 20,8-11). La casuística farisaica había precisado una serie de treinta y nueve actividades prohibidas; entre ellas figuran las relacionadas con la siega y, en consecuencia, el hecho de espigar. De ahí que los fariseos, celosos guardianes de la ortodoxia, pidan a Jesús una explicación de ese comportamiento incorrecto que viola la santidad del sábado. Los fariseos se mueven en el terreno de la legalidad: tienen la palabra escrita y la tradición de su parte.
Jesús responde sacando a relucir sus conocimientos bíblicos. También él se mueve en el terreno del texto escrito y cita un conocido episodio, referido en 1 Sm 21,1 -7, relacionado con David y con sus compañeros. Todos ellos, que se encontraban en grave necesidad, reciben y comen los panes de la ofrenda, reservados a los sacerdotes. Fue el mismo sacerdote del santuario el que entregó los cinco panes a David: «No tengo a mano pan ordinario; sólo hay pan del que ha sido ofrecido al Señor». Jesús deja entender que, en algunos casos, las leyes tienen su justa derogación. El legislador tiene presente la situación común y general, y no puede pensar en todas las excepciones. El uso iluminado de la razón (¡no la propia conveniencia!) orienta hacia la justa aplicación de la norma. Se habla de epikéia, término técnico para intentar comprender la mentalidad del legislador y, por consiguiente, lo que éste pretendía al redactar la norma. Al mismo tiempo, se admite serenamente que el mismo legislador, en el caso particular, habría suspendido la regla general. Podríamos aplicar aquí este principio: “la excepción confirma la regla”.
La cita bíblica prepara una conclusión que va mucho más allá del hecho. Jesús extrae un principio general y, después, una aplicación a su propia persona. El principio se convierte en una máxima, muy conocida y citada con frecuencia: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (v. 27). La ley ha sido hecha para promover al hombre, para ayudarle a vivir mejor, no para aprisionarle en una red de observancias. El sábado es la fiesta de la liberación, la celebración de la liberación respecto a las cosas —incluso respecto a nosotros mismos—, para entrar en una comunión mayor con Dios. Somos libres de y, sobre todo, libres para. La aplicación, aunque no está propuesta de una manera explícita, es de una evidencia inmediata: los discípulos, mal alimentados, difícilmente habrían continuado el camino y tenían necesidad de reponerse, como los compañeros de David. Por eso era legítimo derogar la ley del rígido reposo sabático para espigolar en aquel sembrado.
La aplicación más importante viene al final y está referida a la persona de Jesús con un procedimiento a minori ad maius, que nosotros llamaríamos del «tanto más». Si David pudo transgredir un precepto en caso de necesidad, sin que por ello se le pueda incriminar, con mayor razón puede Jesús dejar hacer a sus discípulos. Jesús no sólo deroga el precepto, sino que es «Señor» del sábado, elevándose así con mucho respecto a la figura de David. Reivindica para sí una autoridad divina, que le permite una nueva reglamentación del sábado.
El capítulo 2 de Marcos acaba así con una solemne afirmación sobre la identidad de Jesús y recuerda otra, análoga, al comienzo del mismo capítulo. Con ocasión de la curación del paralítico bajado por el techo, Jesús había reivindicado ser el Hijo del hombre con poder para perdonar los pecados (cf. 2,10). Y ahora declara que es superior al sábado. Son mensajes fuertes, enviados a sus adversarios no menos que a sus discípulos.
Sentimos la urgencia de redescubrir el valor del sábado, el día del Señor, que para nosotros, los cristianos, es el domingo. No tenemos el rigor miope de los fariseos, pero hemos perdido el pudor de «dar a Dios lo que es de Dios». La obligación de los llamados trabajos serviles estaba destinada a garantizar el tiempo útil para el reposo, el estar juntos, la prolongación de nuestra permanencia en presencia de Dios.
Hemos acabado por rellenar el día del Señor con todo: cosas buenas, otras lícitas, otras sospechosas, otras todavía discutibles o negativas. Es hermoso el tiempo pasado en familia, visitando a los amigos y parientes, a fin de recuperar el sentido de la comunidad. Esto es todavía más hermoso si lo vivimos como una prolongación o extensión de otro modo de compartir, el eclesial, el de la Palabra y el Pan partidos. La celebración eucarística festiva debe caracterizar nuestra relación con Dios, hacernos sentir como su familia. De este modo se vuelve infinitamente más enriquecedor el sentido de la familia y de la amistad que compartimos con los otros.
No estamos llamados a emprender ninguna «cruzada». Las contraposiciones rígidas, o las tomas de posición fuertes, raramente producen un buen efecto. Es mejor seguir la vía más larga y también tortuosa del convencimiento poco a poco, del testimonio «puerta a puerta». Los otros, al ver las opciones y el estilo de vida que caracterizan a nuestros domingos, se mostrarán estimulados a reflexionar sobre el hecho de que existe un modo alegre y fructuoso de vivir el día del Señor, evitando el estrés y la sobrecarga de compromisos. Después de habernos repuesto «a la sombra de sus alas», podemos empezar la nueva semana laboral templados de nuevo en el aspecto físico y saciados por dentro.
Elevación Espiritual para este día.
Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la Ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos.
La Ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.
Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os ha- liáis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo heyaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra.
Reflexión Espiritual para el día.
La Iglesia —a saber, el conjunto de los cristianos— está llamada a valorar desapasionadamente las situaciones y a rechazar cuanto sofoca al hombre, su dignidad, sus valores. Rechaza, por consiguiente, todo materialismo que pretendiera inspirar un mundo nuevo, aunque sabe reconocer, no obstante, sobre todo en la masa de los hombres que esperan y preparan este mundo nuevo, los auténticos valores que son el reconocimiento del hombre, la solidaridad, el compromiso y el sacrificio. Por otra parte, mientras reconoce y alienta toda auténtica libertad, no deja de poner en guardia, a pesar de todo, contra los peligros de una búsqueda despreocupada, que acaba siempre en beneficio de un número limitado de personas, las cuales subordinan e instrumentalizan prácticamente para sus propios fines a la gran masa, exteriormente libre, pero sustancialmente condicionada y dominada en todos los aspectos de la vida.
La Iglesia se encuentra así —para repetir una definición de Pablo VI— como «conciencia crítica de la humanidad». Por tanto, deberá señalar valerosamente en cada situación las injusticias que deben ser eliminadas y sugerir soluciones más humanas, sintiéndose solidaria con quienes luchan en favor de una mayor justicia para sí mismos y para los hermanos.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Un mensaje en dos direcciones.
El encargo recibido por Jeremías para arrancar y destruir..., para edificar y plantar (Jr 1,10) resume admirablemente las dos vertientes de la palabra profética. La expresión arrancar y destruir refleja la dimensión crítica del profeta, conocida también como denuncia profética ejercida sobre el pasado y el presente del pueblo (o las naciones extranjeras) y sus más cualificados representantes. El profeta se convierte así en instancia crítica frente al orden (o desorden) establecido, proyectando su denuncia a todas las áreas de la vida (religiosa, social, económica, política, etc.).
Pero su mensaje va más allá de la denuncia y el castigo. Su objetivo último es edificar y plantar, es decir, promover el cambio y la conversión, alimentar la esperanza, anunciar la salvación prometida, construir el futuro. Esta dimensión esperanzadora y salvífica se refleja especialmente en las llamadas utopías proféticas. +
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