7 de Septiembre 2010, MARTES DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SS. Regina mr, Madelberta ab, Clodoaldo pb
LITURGIA DE LA PALABRA
1Corintios 6, 1-11 Un hermano tiene que estar en pleito con otro, y además entre no creyentes
Salmo responsorial: 149. El Señor ama a su pueblo.
Lucas 6, 12-19. Pasó la noche orando. Escogió a doce y los nombró apóstoles
PRIMERA LECTURA.1Corintios 6, 1-11.
Un hermano tiene que estar en pleito con otro, y además entre no creyentes
Hermanos: Cuando uno de vosotros está en pleito con otro, ¿cómo tiene el descaro de llevarlo a un tribunal pagano y no ante los santos? ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo? Pues si vosotros vais a juzgar al mundo, ¿no estaréis a la altura de juzgar minucias?
Recordad que juzgaremos a ángeles: cuánto más asuntos de la vida ordinaria. De manera que para juzgar los asuntos ordinarios dais jurisdicción a ésos que en la Iglesia no pintan nada. ¿No os da vergüenza?
¿Es que no hay entre vosotros ningún entendido que sea capaz de arbitrar entre dos hermanos? No señor, un hermano tiene que estar en pleito con otro, y además entre no creyentes. Desde cualquier punto de vista ya es un fallo que haya pleitos entre vosotros.
¿No estaría mejor sufrir la injusticia? ¿No estaría mejor dejarse robar? En cambio, sois vosotros los injustos y los ladrones, y eso con hermanos vuestros. Sabéis muy bien que la gente injusta no heredará el reino de Dios.
No os llaméis a engaño: los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios.
Así erais algunos antes. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por Espíritu de nuestro Dios.
Salmo responsorial: 149
R/.El Señor ama a su pueblo.
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. R.
Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes. R.
Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas:con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles. R.
SANTO EVANGELIO
Lucas 6, 12-19
Pasó la noche orando. Escogió a doce y los nombró apóstoles
Por entonces subió Jesús a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso el nombre de Pedro; y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón apodado el Zelotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: 1 Corintios 6, 1-11. Un hermano tiene que estar en pleito con otro, y además entre no creyentes
De este fragmento se desprende otra situación de la vida comunitaria: algunos cristianos de Corinto, en su deseo de dirimir algunos litigios, apelan a tribunales paganos en vez de resolverlos entre ellos. El apóstol interviene, como siempre, con gran claridad y autoridad. Pongamos de manifiesto los tonos típicos de su intervención.
El discurso de Pablo es, en primer lugar, provocador (vv. 1,1-3): emplea un tono bastante fuerte para suscitar una sacudida en la conciencia de sus interlocutores sobre la gravedad y el carácter delicado de algunas de sus actitudes, pero lo hace, sobre todo, para recordarles que el juicio entre hermanos de la misma fe debería obedecer a criterios que esa misma fe sugiere y es capaz de formular. En caso contrario, debería deducirse que la fe cristiana de esa comunidad es absolutamente incapaz de orientar la vida de los creyentes y de iluminar sus decisiones.
A continuación, el discurso de Pablo se vuelve irónico (vv. 4-10): pretende nada menos que suscitar en los corintios un sentido de vergüenza por el simple hecho de que entre ellos no se encuentre ninguna persona entendida que pueda hacer de árbitro entre hermano y hermano. Se trata de una ironía mezclada de tristeza y tal vez también de rabia, actitudes que ya conocemos bien, porque Pablo las ha manifestado también en otros lugares de sus cartas.
Al final, el discurso se vuelve teológico (v. 11): en efecto, Pablo vuelve aquí al centro de su enseñanza y, refiriéndose al gran acontecimiento del bautismo, les recuerda a todos los cristianos de Corinto la novedad del don recibido: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios». De la novedad del don depende, como es obvio, la novedad de la vida.
Comentario del Salmo 149. El Señor ama a su pueblo.
Situamos este himno de alabanza y bendición en una fase, podríamos llamar, gloriosa del pueblo elegido: la vuelta del destierro. Israel es testigo de que Yavé ha escuchado sus súplicas, ha estado atento a su dolor y las grimas y le ha hecho volver a su tierra. Se da inicio así a la reconstrucción de Jerusalén y a la reedificación del templo santo. La alegría del pueblo, a pesar de su ardua y también conflictiva empresa, es indescriptible. El salmo es una expresión grandilocuente de la gratitud que empapa hasta la saciedad el alma del pueblo: « ¡Aleluya! ¡Cantad al Señor un cántico nuevo! ¡Cantad su alabanza en la asamblea de los fieles! ¡Que se alegre Israel por su Creador, que los hijos de Sión festejen a su rey! ¡Alabad su nombre con danzas, tocad para él la cítara y el tambor!
Encontramos en el himno diversos memoriales por los que Israel se rinde ante el amor que Yavé ha derramado sobre él. Hay uno que nos parece que sobresale por encima de los demás: Yavé se complace con su pueblo. Israel el pueblo apóstata, infiel e idólatra, es amado por Yavé, Se está anunciando el amor en su dimensión más profundas Yavé ha apartado de sus ojos todas las infidelidades de su pueblo y se complace en él: “¡Porque el Señor ama a su pueblo, y adorna a los pobres con la victoria! ¡Que los fíeles festejen su gloria, y canten jubilosos en filas!”.
Esta experiencia de Israel sobrepasa totalmente los cánones comúnmente establecidos acerca del amor. Lo cierto es que no es que simplemente sobrepase estos cánones o límites. Se está anunciando un amor diferente, único, nuevo..., el amor infinito e incondicional de Dios. Sólo Dios, que ama así, puede complacerse en el barro que es Israel por extensión, en el barro que es todo ser humano.
El complacerse de Dios con su pueblo nos viene también descrito, con unos tintes poéticos magistrales, por Isaías. El profeta, en nombre de Yavé, anuncia a Israel que su destierro es sólo temporal. Dios volverá a apiadarse, Israel seguirá siendo el pueblo de sus promesas.
Es posible que Israel, sumido en su nueva esclavitud, no diera mucho crédito al profeta. Unos por escepticismo, y otros por la carga de culpabilidad que sobrellevaban por el hecho de haber roto su alianza con Dios a causa de sus idolatrías. Sea como fuere, las palabras: perdón, compasión, benevolencia, les son difíciles de aceptar aunque vengan de parte de Dios.
Sin embargo, Isaías levanta los ánimos de su pueblo desterrado con unas palabras que hacen renacer en sus corazones las promesas de Yavé a sus patriarcas, y que creían ya anuladas: Israel sigue siendo el pueblo en el que Dios se complace, por más que ahora esté bajo el dominio de los gentiles: “No se dirá de ti jamás abandonada, ni de tu tierra se dirá jamás desolada, sino que a ti se te llamará “mi complacencia”, y a tu tierra “desposada” (Is 62,4).
Por si este anuncio no termina de despertar los espíritus hundidos y adormecidos de los desterrados, el profeta les añade, valiéndose del signo del matrimonio, que Yavé está en comunión con ellos, aunque en esos momentos se consideren el último y el más desgraciado pueblo de la tierra: “Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia, se gozará por ti tu Dios” (Is 62,5).
Es indudable que estos anuncios-promesas del profeta nos sorprenden sobremanera. Nuestro concepto de justicia y, con él, el de culpabilidad, hacen inviable concebir un amor así, tan gratuito como impensable. Más aún, no es creíble, no hay mente humana que pueda abarcar y comprender un amor de esta dimensión. El caso es que estamos hablando de la mente de Dios. Ella sí abarca y es capaz de un amor así: que no lleva cuentas del mal, de la ofensa, de la agresión... Dios es amor, y así es como ama.
Veíamos en el salmo: «El Señor ama a su pueblo». Palabras que alcanzan su plenitud en el Mesías, como ya hemos visto repetidamente a lo largo de salmos anteriores.
En y por Jesucristo, Dios se complace en todos sus hijos. Fruto de esta complacencia —recordemos que Dios nos amó primero (1 Jn 4,19) —, los discípulos del Señor Jesús reciben la sabiduría para complacer y agradar a Dios, como Él ya mismo nos lo anunció proféticamente por medio del rey Salomón: “Contigo está la sabiduría que conoce y proclaman su gloria: « ¡Aleluya! ¡Alabad a Dios en sus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos! Envíala de los santos cielos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es agradable (Sab 9,9-10).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 6,12-19. Pasó la noche orando. Escogió a doce y los nombró apóstoles.
Siguiendo una indicación que le resulta entrañable, refiere Lucas que Jesús se retira a la montaña para orar y se pasa allí toda la noche (v. 12). Aunque la relación entre la oración de Jesús y la elección de los Doce no aparece de manera explícita, a la luz de la fe es más que legítimo establecer una relación íntima entre la seriedad de la acción que Jesús va a realizar y su actitud orante frente al Padre. La elección de los Doce está emparejada a una llamada: «Llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13). La vocación y la misión son inseparables entre sí: en caso contrario, la misión, en vez de equivaler al ministerio, se reduce a ser un oficio. Por otra parte, la vocación, sin el atraque en la misión, sería una acción incompleta.
«A quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13b): da la impresión de que Lucas cae aquí en un anacronismo, puesto que, a lo que parece, apóstol es un término típicamente pascual. Pero conocemos muchos de estos flash-back llevados a cabo no sólo por Lucas, sino también por Juan. Esto no supone ningún problema para nosotros; es más, nos alegra ver la luz pascual proyectada sobre el tiempo del ministerio público de Jesús, como para decir que esa misma luz se proyecta de hecho en nuestra vida y en nuestra historia. Por último, la relación de Jesús con la muchedumbre se caracteriza, una vez más, de un doble modo: la gente viene para escuchar a Jesús y para ser curada de sus enfermedades (v. 18). En ambos casos se trata, para Lucas, de una «fuerza» que da autoridad a su enseñanza y eficacia a sus acciones taumatúrgicas.
Puesto que la elección de los doce apóstoles constituye el centro del relato evangélico de hoy, parece oportuno meditar sobre la apostolicidad de la Iglesia. Como es sabido, ésta es una de las características de la Iglesia de Cristo, junto con la unidad, la santidad y la catolicidad.
Señalemos, en primer lugar, que no estamos frente a notas meramente jurídicas, es decir, que serían tales por derivar de un estatuto o de un acto humano en virtud del cual podría nacer sólo una sociedad más o menos perfecta. Se trata, más bien, de notas espirituales, esto es, dadas a la Iglesia por el Espíritu Santo y por el Señor resucitado. La Iglesia de Cristo no llega a ser apostólica en un determinado punto de su itinerario, sino que nació apostólica.
El motivo principal consiste en el hecho de que el mismo Jesús es el apóstol por excelencia, el misionero del Padre. Jesús no es sólo el fundador de la Iglesia, sino, antes aún, su salvador: la Iglesia nació del costado abierto de Cristo crucificado, con el poder del «espíritu» que exhaló desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19,30). A la misión que Jesús ha confiado a los Doce durante su ministerio público (cf. Mt 10,1ss) le corresponde otra más importante después de la resurrección (cf. 28,16-20).
Ahora bien, es preciso estar atentos y no confundir la apostolicidad de la Iglesia con su carácter misionero, aunque subsista entre ambos un nexo íntimo y profundo. La apostolicidad ha nacido de la Iglesia y está ligada al colegio de los Doce; mientras que el carácter misionero es tarea de la Iglesia y está ligado a la persona de todos sus miembros; la primera constituye un artículo de nuestra fe: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica», mientras que el segundo es objeto de nuestro testimonio.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 6,12-1 9, para nuestros Mayores. Escogió a doce y los nombró apóstoles.
Consultar a Dios. Después de haber presentado los debates de Jesús con los escribas y fariseos, Lucas ofrece su discurso misionero, que se inicia con la elección de los Doce.
Lucas es el evangelista de la oración de Jesús. Con frecuencia lo presenta orando, sobre todo antes de las grandes decisiones de su vida, como es la designación de los doce apóstoles, los doce patriarcas del nuevo pueblo de Dios. Montaña, noche, oración son tres símbolos del contacto de Jesús con el Padre: “Pasó la noche orando a Dios”.
Sin duda, al hablar de la oración de Jesús, Lucas tiene presente la figura de Moisés que también, antes de tomar grandes decisiones sobre el camino de su pueblo, se retira a ¡a soledad para comunicarse con Yavé. ¡Qué buena consigna para sus seguidores antes de hacer una opción vocacional, matrimonial, laboral, familiar o eclesial! Bernanos escribía: “¡Cómo cambian mis ideas cuando las llevo a la oración!”. ¡Cómo cambiarían nuestras opciones y acciones, a nivel personal, familiar, de grupo o comunidad, si pasaran por la oración!
Las primeras comunidades cristianas deciden y actúan bajo la mirada de Dios, discerniendo su voluntad en la oración. Antes de la elección de Matías “rezaron así: “Señor, tú que penetras el corazón de todos, muéstranos a cuál de los dos has elegido” (Hch 1,24). Un día que los miembros de la comunidad de Antioquía tenían una reunión litúrgica con ayuno, dijo el Espíritu Santo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado”. Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron (Hch 13,2-3). Cuando las comunidades o las familias cristianas se olvidan del presupuesto esencial de la oración, derivan a meras “organizaciones sociales” dominadas no por el Espíritu, sino por las leyes psicológicas y sociológicas del propio provecho, dominio o ambición.
El nuevo pueblo de Dios. Para indicar la solemnidad del momento, Lucas presenta la ceremonia de la investidura de los Doce al término de una noche de oración. Jesús es consciente de que está llamado por el Padre a realizar su proyecto en el mundo y que no puede llevarlo a cabo más que en unión con Él. Elige y nombra a doce. Los Doce tienen un valor simbólico: son las piedras vivas (tomando el relevo de las piedras de Gálgala: Jos 4,1-6) del nuevo santuario, los patriarcas del nuevo pueblo y los jueces a quienes será confiado el discernimiento de los ciudadanos del Reino futuro.
El proyecto fundamental es, por tanto, la constitución del nuevo pueblo de Dios ante el fracaso del antiguo. La nota geográfica de la procedencia (desde Jerusalén, Judea, hasta la costa pagana de Tiro y Sidón) sirve para representar de modo simbólico la eclesiología lucana. La afluencia desde diversas zonas geográficas simboliza la universalidad de la Iglesia, compuesta por judíos y paganos. El nuevo pueblo que instituye Jesús no se fundamenta en la raza ni en la historia común, sino en “escuchar la Palabra y ponerla por obra” (Lc 8,21), en la fe en Jesús y en la voluntad de seguimiento, que supone compromiso con el Reino, y siempre en comunidad.
Como los guías de Israel, también hay cristianos, pastores y laicos, que establecen fronteras ideológicas, de pensamiento, de comprensión del cristianismo, de opción política o social para la pertenencia eclesial, como si la Iglesia fueran sólo ellos. Jesús cuenta con gran número de discípulos; de entre ellos ha escogido a unos para apóstoles, para encargarles una misión especial; y de entre los apóstoles nombró a Doce “para que estuvieran con él” (Mc 3,14), para compartir estrechamente la vida comunitaria. Les recuerda para que nadie se envanezca: “No me habéis elegido vosotros; soy yo quien os ha elegido” (Jn 15,16).
El evangelista presenta a Jesús rodeado de los que van a ser el grupo de los íntimos, los Doce, de los discípulos y de la muchedumbre; se esboza ya aquí lo que va a ser la estructura eclesial: Jesús, los apóstoles, los discípulos y la multitud que compone el pueblo de Dios, mediador de la salvación para la humanidad. Cada uno tiene su llamada a ocupar un puesto en la comunidad eclesial: “Unos son llamados a ser apóstoles; otros, profetas; otros, maestros de la fe; otros, guías de la comunidad” (1 Co 12,28). Cada uno tiene su puesto en la comunidad según la llamada del Señor.
“Yo os he elegido” Si hubiéramos estado al lado de Jesús a la hora de llamar, seguramente le hubiéramos disuadido de hacer lo que hizo. Ciertamente no los llamó por su saber; la mayoría eran pescadores ignorantes. Ni por una especial santidad; los evangelistas los retratan como personas tercas, egoístas, ambiciosas... Ni por los recursos materiales para apoyar su causa; en su gran mayoría eran modestos pescadores. Ni por razones de homogeneidad. Elige a hombres maduros, como Pedro, que estaba casado; a un jovenzuelo, al menos, Juan; a fanáticos y radicales en política, simpatizantes de los zelotas, como Simón y Judas; a tranquilos y pacíficos como Bartolomé, y a fanáticos furibundos como los hijos del trueno; elige a judíos piadosos y a un pecador público, el publicano Mateo.
“Los eligió para que convivieran con él” y entre ellos fraternalmente a pesar de las diferencias. La convivencia no fue fácil al principio; tenían sus peleas, fruto de sus ambiciones. Pero con el aprendizaje al lado de Jesús, con el esfuerzo mutuo y con la acción del Espíritu, pudieron llegar a ser, junto con los demás miembros del grupo, “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Este milagro de convivencia nos indica que no tenemos razón cuando decimos: “Es que no podemos convivir dentro de la familia. Mi marido y yo somos tan distintos... y con los hijos “En nuestro grupo o comunidad cristiana hay tantas diferencias. Es posible vivir en armonía a pesar de las diferencias; éstas, bien asumidas, nos enriquecen; la belleza y la riqueza están en la “unidad dentro de la variedad”.
“Os he elegido a vosotros” (Jn 15,16). A ti y a mí también. Hemos sido llamados a ser “testigos” insustituibles de Jesús para dar testimonio en cadena hasta el final de los tiempos. Admite Pablo: “A mí, el más insignificante de los cristianos, se me ha concedido este privilegio: anunciar la insondable riqueza de Cristo” (Ef. 3,8).
Comentario del Santo Evangelio: Mc 3,13-19, de Joven para Joven. Llamados para hacer y dar comunión de vida.
La narración evangélica desarrolla una serie de recuerdos históricos sobre la relación entre Jesús y sus discípulos: en primer lugar, los llama, después los tiene junto a él para formarlos y, por último, los envía en misión. Aquí nos encontramos en la fase inicial, la fase de la llamada. Encontramos, por primera y única vez, la lista de los que Jesús invitó a participar más cercamente en su misión y a ser fieles testigos suyos.
Jesús se reúne con la muchedumbre a orillas del mar y les ofrece su enseñanza, manifestándose como maestro y profeta, mientras que cuando quiere orar o realizar actos importantes para sus discípulos sube al monte (v. 13), apartándose así de la muchedumbre. Estamos ante un movimiento cargado de mensaje y de luz: no se trata, a buen seguro, de rebajar a la muchedumbre respecto a los discípulos, y mucho menos de menospreciar la obra de evangelización, sino que, al contrario, lo que se pretende es ilustrar los dos momentos, complementarios entre ellos y no sólo sucesivos, de la única obra salvadora de Jesús: el servicio a la Palabra y la institución de instrumentos de servicio para el pueblo de Dios. La institución de los Doce forma parte constitutiva y esencial del proyecto salvífico de Jesús.
Los dos verbos que rigen toda la sintaxis de estos relatos son «llamó» y «designó» (este último se repite dos veces). Mientras que el primero remite a la vocación de Andrés y Simón, de Santiago y de Juan (1,16-20), el segundo preludia la misión de los Doce y su participación efectiva en la obra mesiánica (6,7-13). La misión presupone la vocación, y ésta fundamenta y justifica aquélla. Esto vale para los discípulos de todos los tiempos y de todos los lugares. Está trazado el itinerario completo para quien quiera ponerse a seguir a Jesús y colaborar en la difusión del Evangelio. En la raíz de todo esto se encuentran la acogida de su invitación, la aceptación de la tarea misionera y el compartir el misterio de aquel que llama, designa e invita.
Lo que se debe poner de relieve en estos dos momentos es la iniciativa de Jesús, que “llamó a los que quiso” (v. 13). En esta expresión reconocemos la autoridad (exusía), ya señalada por Marcos en 1,22.27, que caracteriza al Nazareno en las controversias que mantiene con los maestros de la ley, aunque Jesús ejerce también este poder respecto a los que llama a su lado, para investirles de su misión y para hacerles partícipes de sus prerrogativas mesiánicas. No cabe la menor duda de que, al obrar de este modo, Jesús apunta a garantizar una continuidad sólida y estable con la misión que él mismo recibió del Padre y que está desarrollando en beneficio de los hombres y las mujeres de su tiempo.
Es él quien designó a doce «para enviarlos» (vv. 14s): es el acto de la institución de los Doce, en la línea de lo que leemos en 1 Sm 12,6 respecto a Moisés y Aarón, o bien en 1 Re 12,31 respecto a los sacerdotes. Los Doce son exclusivamente creación de Jesús y representan la nueva comunidad salvífica. Al decir que los «designó» (literalmente: «hizo») indica que los «creó», llevando a cabo algo insólito. Jesús elige, entre el gran número de sus discípulos (cf. Mc 2,15), un círculo más restringido, el de los Doce. No son gente perfecta ni, mucho menos aún, están sustraídos a las lisonjas del mal. Con todo, se distinguen de los simples discípulos tanto por su particular vocación como por su especial misión. Son doce porque éste era el número de las tribus de Israel y, al elegir a doce apóstoles, Jesús remite a la continuidad y se sitúa también en la línea de un nuevo punto de partida, porque ahora serán ellos el punto de referencia.
Es preciso señalar el contraste entre el primero y el último de los Doce: Simón y Judas. Del primero se dice que Jesús le «dio el sobrenombre de Pedro» (v. 16; cf. 1 Cor 12,28) para subrayar la posición primacial de Pedro. El hecho de que Jesús cambiara el nombre de Simón por el de Pedro significa también, por una parte, que Jesús es superior a Pedro, como el que da el nombre respecto al que lo recibe, y, por otra, que Simón tendrá, de ahora en adelante, un destino nuevo, una nueva tarea que le cualifica —gracias al don que le otorga Jesús— frente a los otros apóstoles. A Judas, sin embargo, se le califica como «el que lo entregó» (v. 19). El detalle remite al acontecimiento de la Pasión de Jesús y, al mismo tiempo, imprime un tono de gran dramatismo a la lista de los Doce. El drama se consuma en la «entrega». A la traditio del Evangelio, que inaugura la gran tradición, corresponde dramáticamente la traditio del inocente, que desencadena la furia del maligno y de sus aliados.
La llamada de Jesús estimula numerosas reflexiones. En primer lugar, debemos señalar con placer que Jesús busca la colaboración, y en esto continúa la praxis divina del Antiguo Testamento. Jesús, como Yavé, continúa teniendo necesidad de los hombres y nos llama a través de la pluralidad de las vocaciones. Toda existencia es una llamada a la vida, vocación primordial de todo ser humano. Hay una vida física y hay una vida de gracia. El bautismo es la segunda vocación que aúna a todos los cristianos y nos da la dignidad real de hijos de Dios.
Se abre, por consiguiente, el abanico de las diversas formas posibles en la realización de la vocación según el estado de vida: la vocación al matrimonio, la vocación al sacerdocio, la vocación a la vida consagrada... La de los Doce es una vocación asimilable, en parte, a las otras y, en parte, dotada de un carácter original. Jesús llama a las personas para que estén con él. Se trata de una invitación a la comunión y a la intimidad con él; es la condición del «enamoramiento», necesaria para que se dispare la flecha del amor. Si bien toda vocación debe conocer este momento de amor, también es cierto que prolongamos la proximidad al Señor volcándonos en ella por completo. Se trata de una consagración especial al Señor, después de que él nos haya llamado. Aquí ejerce su derecho de llamada: la elección no recae, necesariamente, en los más generosos o los más dotados. No nos han sido dados a conocer los «parámetros» divinos. Mejor es dejarlo todo a su insondable voluntad de bien.
La intimidad con Cristo, alimentada sobre todo con la oración y con la coherencia de vida, prepara para la misión. Si verdaderamente hemos estado con Jesús, debemos darlo a conocer, anunciarlo a los otros, transmitir la alegría de haberle encontrado, hacer ver que nuestra vida ha cambiado para mejor. Entonces seremos puentes de comunión, preparados para hacer pasar el flujo del bien que ha invadido nuestra vida. Aunque no pertenezcamos al número de los Doce, nos hemos aprovechado de su experiencia y hemos tomado el agua saludable de la misma fuente: Cristo, el Señor.
Elevación Espiritual para este día.
Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo, la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.
Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente: nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno, es el Señor.
Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!».
Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna.
Reflexión Espiritual para el día.
—¿Tienes una buena noticia para darme y me haces suspirar tanto por ella?
—¿Yo una buena noticia? Tengo el infierno en el corazón, ¿y tendré una buena noticia para ti? Dime, si lo sabes, cuál es esa buena noticia que esperas a través de mí.
—¿Que Dios ha tocado tu corazón y quiere hacerte suyo, respondió con calma el cardenal.
—¿Dios! ¡Dios! ¡Si lo viera! ¡Si pudiera sentirlo! ¿Dónde está ese Dios?
—¿Tú me lo preguntas? ¿Tú? ¿Y quién lo tiene más cerca que tú? ¿No lo sientes en el corazón, no sientes que lo oprime, que lo agita, que no te deja estar, y, al mismo tiempo, te atrae, te hace presentir una esperanza de quietud, de consuelo, de un consuelo que será pleno, inmenso, en cuanto lo reconozcas, lo confieses, lo implores?
—¡Es cierto! Tengo algo aquí que me oprime, que me corroe. Pero ese Dios, si es que existe, si es lo que dicen, ¿qué quiere hacer de mí?.
—¿Qué puede hacer Dios contigo? ¿Perdonarte? ¿Salvarte? ¿Llevar a cabo en ti la obra de la redención? ¿No son cosas magníficas y dignas de él? Piensa. Si yo que soy un hominicaco, un miserable, y estoy lleno de mí mismo, si yo, tal cual soy, me atormento ahora de este modo por tu salud, que por ella daría con gozo (él me es testigo) estos pocos días que me quedan, ¡piensa! ¡cuánta, cómo debe de ser la caridad de aquel que me infunde ésta tan imperfecta, pero tan viva! ¡Cómo te ama, cómo te quiere! ¡Cómo debe de ser el que me manda y me inspira con un amor por ti que me devora!
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Falsos profetas.
Según Orígenes, “no todo el que se dedica a la medicina es médico, ni todo el que pinta es pintor, como tampoco todo el que profetiza es profeta” Los falsos profetas son de dos clases. Primera, los que pertenecen a falsas religiones y hablan en nombre de falsas divinidades. Segunda, los que pertenecen a la verdadera religión y equivocadamente pretenden hablar en nombre del verdadero Dios. Un ejemplo del primer grupo lo tenemos en los profetas de Baal. ¿Quién no recuerda la confrontación entre Elías, profeta de Yavé, y los 450 profetas de Baal (1 Re 18)? Las falsas religiones y las falsas divinidades, con sus correspondientes profetas, son fácilmente reconocibles y no crean mayor problema. La dificultad la plantea el segundo grupo. ¿Quiénes son los verdaderos y falsos profetas dentro de la verdadera religión? +
De este fragmento se desprende otra situación de la vida comunitaria: algunos cristianos de Corinto, en su deseo de dirimir algunos litigios, apelan a tribunales paganos en vez de resolverlos entre ellos. El apóstol interviene, como siempre, con gran claridad y autoridad. Pongamos de manifiesto los tonos típicos de su intervención.
El discurso de Pablo es, en primer lugar, provocador (vv. 1,1-3): emplea un tono bastante fuerte para suscitar una sacudida en la conciencia de sus interlocutores sobre la gravedad y el carácter delicado de algunas de sus actitudes, pero lo hace, sobre todo, para recordarles que el juicio entre hermanos de la misma fe debería obedecer a criterios que esa misma fe sugiere y es capaz de formular. En caso contrario, debería deducirse que la fe cristiana de esa comunidad es absolutamente incapaz de orientar la vida de los creyentes y de iluminar sus decisiones.
A continuación, el discurso de Pablo se vuelve irónico (vv. 4-10): pretende nada menos que suscitar en los corintios un sentido de vergüenza por el simple hecho de que entre ellos no se encuentre ninguna persona entendida que pueda hacer de árbitro entre hermano y hermano. Se trata de una ironía mezclada de tristeza y tal vez también de rabia, actitudes que ya conocemos bien, porque Pablo las ha manifestado también en otros lugares de sus cartas.
Al final, el discurso se vuelve teológico (v. 11): en efecto, Pablo vuelve aquí al centro de su enseñanza y, refiriéndose al gran acontecimiento del bautismo, les recuerda a todos los cristianos de Corinto la novedad del don recibido: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios». De la novedad del don depende, como es obvio, la novedad de la vida.
Comentario del Salmo 149. El Señor ama a su pueblo.
Situamos este himno de alabanza y bendición en una fase, podríamos llamar, gloriosa del pueblo elegido: la vuelta del destierro. Israel es testigo de que Yavé ha escuchado sus súplicas, ha estado atento a su dolor y las grimas y le ha hecho volver a su tierra. Se da inicio así a la reconstrucción de Jerusalén y a la reedificación del templo santo. La alegría del pueblo, a pesar de su ardua y también conflictiva empresa, es indescriptible. El salmo es una expresión grandilocuente de la gratitud que empapa hasta la saciedad el alma del pueblo: « ¡Aleluya! ¡Cantad al Señor un cántico nuevo! ¡Cantad su alabanza en la asamblea de los fieles! ¡Que se alegre Israel por su Creador, que los hijos de Sión festejen a su rey! ¡Alabad su nombre con danzas, tocad para él la cítara y el tambor!
Encontramos en el himno diversos memoriales por los que Israel se rinde ante el amor que Yavé ha derramado sobre él. Hay uno que nos parece que sobresale por encima de los demás: Yavé se complace con su pueblo. Israel el pueblo apóstata, infiel e idólatra, es amado por Yavé, Se está anunciando el amor en su dimensión más profundas Yavé ha apartado de sus ojos todas las infidelidades de su pueblo y se complace en él: “¡Porque el Señor ama a su pueblo, y adorna a los pobres con la victoria! ¡Que los fíeles festejen su gloria, y canten jubilosos en filas!”.
Esta experiencia de Israel sobrepasa totalmente los cánones comúnmente establecidos acerca del amor. Lo cierto es que no es que simplemente sobrepase estos cánones o límites. Se está anunciando un amor diferente, único, nuevo..., el amor infinito e incondicional de Dios. Sólo Dios, que ama así, puede complacerse en el barro que es Israel por extensión, en el barro que es todo ser humano.
El complacerse de Dios con su pueblo nos viene también descrito, con unos tintes poéticos magistrales, por Isaías. El profeta, en nombre de Yavé, anuncia a Israel que su destierro es sólo temporal. Dios volverá a apiadarse, Israel seguirá siendo el pueblo de sus promesas.
Es posible que Israel, sumido en su nueva esclavitud, no diera mucho crédito al profeta. Unos por escepticismo, y otros por la carga de culpabilidad que sobrellevaban por el hecho de haber roto su alianza con Dios a causa de sus idolatrías. Sea como fuere, las palabras: perdón, compasión, benevolencia, les son difíciles de aceptar aunque vengan de parte de Dios.
Sin embargo, Isaías levanta los ánimos de su pueblo desterrado con unas palabras que hacen renacer en sus corazones las promesas de Yavé a sus patriarcas, y que creían ya anuladas: Israel sigue siendo el pueblo en el que Dios se complace, por más que ahora esté bajo el dominio de los gentiles: “No se dirá de ti jamás abandonada, ni de tu tierra se dirá jamás desolada, sino que a ti se te llamará “mi complacencia”, y a tu tierra “desposada” (Is 62,4).
Por si este anuncio no termina de despertar los espíritus hundidos y adormecidos de los desterrados, el profeta les añade, valiéndose del signo del matrimonio, que Yavé está en comunión con ellos, aunque en esos momentos se consideren el último y el más desgraciado pueblo de la tierra: “Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia, se gozará por ti tu Dios” (Is 62,5).
Es indudable que estos anuncios-promesas del profeta nos sorprenden sobremanera. Nuestro concepto de justicia y, con él, el de culpabilidad, hacen inviable concebir un amor así, tan gratuito como impensable. Más aún, no es creíble, no hay mente humana que pueda abarcar y comprender un amor de esta dimensión. El caso es que estamos hablando de la mente de Dios. Ella sí abarca y es capaz de un amor así: que no lleva cuentas del mal, de la ofensa, de la agresión... Dios es amor, y así es como ama.
Veíamos en el salmo: «El Señor ama a su pueblo». Palabras que alcanzan su plenitud en el Mesías, como ya hemos visto repetidamente a lo largo de salmos anteriores.
En y por Jesucristo, Dios se complace en todos sus hijos. Fruto de esta complacencia —recordemos que Dios nos amó primero (1 Jn 4,19) —, los discípulos del Señor Jesús reciben la sabiduría para complacer y agradar a Dios, como Él ya mismo nos lo anunció proféticamente por medio del rey Salomón: “Contigo está la sabiduría que conoce y proclaman su gloria: « ¡Aleluya! ¡Alabad a Dios en sus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos! Envíala de los santos cielos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es agradable (Sab 9,9-10).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 6,12-19. Pasó la noche orando. Escogió a doce y los nombró apóstoles.
Siguiendo una indicación que le resulta entrañable, refiere Lucas que Jesús se retira a la montaña para orar y se pasa allí toda la noche (v. 12). Aunque la relación entre la oración de Jesús y la elección de los Doce no aparece de manera explícita, a la luz de la fe es más que legítimo establecer una relación íntima entre la seriedad de la acción que Jesús va a realizar y su actitud orante frente al Padre. La elección de los Doce está emparejada a una llamada: «Llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13). La vocación y la misión son inseparables entre sí: en caso contrario, la misión, en vez de equivaler al ministerio, se reduce a ser un oficio. Por otra parte, la vocación, sin el atraque en la misión, sería una acción incompleta.
«A quienes dio el nombre de apóstoles» (v. 13b): da la impresión de que Lucas cae aquí en un anacronismo, puesto que, a lo que parece, apóstol es un término típicamente pascual. Pero conocemos muchos de estos flash-back llevados a cabo no sólo por Lucas, sino también por Juan. Esto no supone ningún problema para nosotros; es más, nos alegra ver la luz pascual proyectada sobre el tiempo del ministerio público de Jesús, como para decir que esa misma luz se proyecta de hecho en nuestra vida y en nuestra historia. Por último, la relación de Jesús con la muchedumbre se caracteriza, una vez más, de un doble modo: la gente viene para escuchar a Jesús y para ser curada de sus enfermedades (v. 18). En ambos casos se trata, para Lucas, de una «fuerza» que da autoridad a su enseñanza y eficacia a sus acciones taumatúrgicas.
Puesto que la elección de los doce apóstoles constituye el centro del relato evangélico de hoy, parece oportuno meditar sobre la apostolicidad de la Iglesia. Como es sabido, ésta es una de las características de la Iglesia de Cristo, junto con la unidad, la santidad y la catolicidad.
Señalemos, en primer lugar, que no estamos frente a notas meramente jurídicas, es decir, que serían tales por derivar de un estatuto o de un acto humano en virtud del cual podría nacer sólo una sociedad más o menos perfecta. Se trata, más bien, de notas espirituales, esto es, dadas a la Iglesia por el Espíritu Santo y por el Señor resucitado. La Iglesia de Cristo no llega a ser apostólica en un determinado punto de su itinerario, sino que nació apostólica.
El motivo principal consiste en el hecho de que el mismo Jesús es el apóstol por excelencia, el misionero del Padre. Jesús no es sólo el fundador de la Iglesia, sino, antes aún, su salvador: la Iglesia nació del costado abierto de Cristo crucificado, con el poder del «espíritu» que exhaló desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19,30). A la misión que Jesús ha confiado a los Doce durante su ministerio público (cf. Mt 10,1ss) le corresponde otra más importante después de la resurrección (cf. 28,16-20).
Ahora bien, es preciso estar atentos y no confundir la apostolicidad de la Iglesia con su carácter misionero, aunque subsista entre ambos un nexo íntimo y profundo. La apostolicidad ha nacido de la Iglesia y está ligada al colegio de los Doce; mientras que el carácter misionero es tarea de la Iglesia y está ligado a la persona de todos sus miembros; la primera constituye un artículo de nuestra fe: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica», mientras que el segundo es objeto de nuestro testimonio.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 6,12-1 9, para nuestros Mayores. Escogió a doce y los nombró apóstoles.
Consultar a Dios. Después de haber presentado los debates de Jesús con los escribas y fariseos, Lucas ofrece su discurso misionero, que se inicia con la elección de los Doce.
Lucas es el evangelista de la oración de Jesús. Con frecuencia lo presenta orando, sobre todo antes de las grandes decisiones de su vida, como es la designación de los doce apóstoles, los doce patriarcas del nuevo pueblo de Dios. Montaña, noche, oración son tres símbolos del contacto de Jesús con el Padre: “Pasó la noche orando a Dios”.
Sin duda, al hablar de la oración de Jesús, Lucas tiene presente la figura de Moisés que también, antes de tomar grandes decisiones sobre el camino de su pueblo, se retira a ¡a soledad para comunicarse con Yavé. ¡Qué buena consigna para sus seguidores antes de hacer una opción vocacional, matrimonial, laboral, familiar o eclesial! Bernanos escribía: “¡Cómo cambian mis ideas cuando las llevo a la oración!”. ¡Cómo cambiarían nuestras opciones y acciones, a nivel personal, familiar, de grupo o comunidad, si pasaran por la oración!
Las primeras comunidades cristianas deciden y actúan bajo la mirada de Dios, discerniendo su voluntad en la oración. Antes de la elección de Matías “rezaron así: “Señor, tú que penetras el corazón de todos, muéstranos a cuál de los dos has elegido” (Hch 1,24). Un día que los miembros de la comunidad de Antioquía tenían una reunión litúrgica con ayuno, dijo el Espíritu Santo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado”. Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron (Hch 13,2-3). Cuando las comunidades o las familias cristianas se olvidan del presupuesto esencial de la oración, derivan a meras “organizaciones sociales” dominadas no por el Espíritu, sino por las leyes psicológicas y sociológicas del propio provecho, dominio o ambición.
El nuevo pueblo de Dios. Para indicar la solemnidad del momento, Lucas presenta la ceremonia de la investidura de los Doce al término de una noche de oración. Jesús es consciente de que está llamado por el Padre a realizar su proyecto en el mundo y que no puede llevarlo a cabo más que en unión con Él. Elige y nombra a doce. Los Doce tienen un valor simbólico: son las piedras vivas (tomando el relevo de las piedras de Gálgala: Jos 4,1-6) del nuevo santuario, los patriarcas del nuevo pueblo y los jueces a quienes será confiado el discernimiento de los ciudadanos del Reino futuro.
El proyecto fundamental es, por tanto, la constitución del nuevo pueblo de Dios ante el fracaso del antiguo. La nota geográfica de la procedencia (desde Jerusalén, Judea, hasta la costa pagana de Tiro y Sidón) sirve para representar de modo simbólico la eclesiología lucana. La afluencia desde diversas zonas geográficas simboliza la universalidad de la Iglesia, compuesta por judíos y paganos. El nuevo pueblo que instituye Jesús no se fundamenta en la raza ni en la historia común, sino en “escuchar la Palabra y ponerla por obra” (Lc 8,21), en la fe en Jesús y en la voluntad de seguimiento, que supone compromiso con el Reino, y siempre en comunidad.
Como los guías de Israel, también hay cristianos, pastores y laicos, que establecen fronteras ideológicas, de pensamiento, de comprensión del cristianismo, de opción política o social para la pertenencia eclesial, como si la Iglesia fueran sólo ellos. Jesús cuenta con gran número de discípulos; de entre ellos ha escogido a unos para apóstoles, para encargarles una misión especial; y de entre los apóstoles nombró a Doce “para que estuvieran con él” (Mc 3,14), para compartir estrechamente la vida comunitaria. Les recuerda para que nadie se envanezca: “No me habéis elegido vosotros; soy yo quien os ha elegido” (Jn 15,16).
El evangelista presenta a Jesús rodeado de los que van a ser el grupo de los íntimos, los Doce, de los discípulos y de la muchedumbre; se esboza ya aquí lo que va a ser la estructura eclesial: Jesús, los apóstoles, los discípulos y la multitud que compone el pueblo de Dios, mediador de la salvación para la humanidad. Cada uno tiene su llamada a ocupar un puesto en la comunidad eclesial: “Unos son llamados a ser apóstoles; otros, profetas; otros, maestros de la fe; otros, guías de la comunidad” (1 Co 12,28). Cada uno tiene su puesto en la comunidad según la llamada del Señor.
“Yo os he elegido” Si hubiéramos estado al lado de Jesús a la hora de llamar, seguramente le hubiéramos disuadido de hacer lo que hizo. Ciertamente no los llamó por su saber; la mayoría eran pescadores ignorantes. Ni por una especial santidad; los evangelistas los retratan como personas tercas, egoístas, ambiciosas... Ni por los recursos materiales para apoyar su causa; en su gran mayoría eran modestos pescadores. Ni por razones de homogeneidad. Elige a hombres maduros, como Pedro, que estaba casado; a un jovenzuelo, al menos, Juan; a fanáticos y radicales en política, simpatizantes de los zelotas, como Simón y Judas; a tranquilos y pacíficos como Bartolomé, y a fanáticos furibundos como los hijos del trueno; elige a judíos piadosos y a un pecador público, el publicano Mateo.
“Los eligió para que convivieran con él” y entre ellos fraternalmente a pesar de las diferencias. La convivencia no fue fácil al principio; tenían sus peleas, fruto de sus ambiciones. Pero con el aprendizaje al lado de Jesús, con el esfuerzo mutuo y con la acción del Espíritu, pudieron llegar a ser, junto con los demás miembros del grupo, “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Este milagro de convivencia nos indica que no tenemos razón cuando decimos: “Es que no podemos convivir dentro de la familia. Mi marido y yo somos tan distintos... y con los hijos “En nuestro grupo o comunidad cristiana hay tantas diferencias. Es posible vivir en armonía a pesar de las diferencias; éstas, bien asumidas, nos enriquecen; la belleza y la riqueza están en la “unidad dentro de la variedad”.
“Os he elegido a vosotros” (Jn 15,16). A ti y a mí también. Hemos sido llamados a ser “testigos” insustituibles de Jesús para dar testimonio en cadena hasta el final de los tiempos. Admite Pablo: “A mí, el más insignificante de los cristianos, se me ha concedido este privilegio: anunciar la insondable riqueza de Cristo” (Ef. 3,8).
Comentario del Santo Evangelio: Mc 3,13-19, de Joven para Joven. Llamados para hacer y dar comunión de vida.
La narración evangélica desarrolla una serie de recuerdos históricos sobre la relación entre Jesús y sus discípulos: en primer lugar, los llama, después los tiene junto a él para formarlos y, por último, los envía en misión. Aquí nos encontramos en la fase inicial, la fase de la llamada. Encontramos, por primera y única vez, la lista de los que Jesús invitó a participar más cercamente en su misión y a ser fieles testigos suyos.
Jesús se reúne con la muchedumbre a orillas del mar y les ofrece su enseñanza, manifestándose como maestro y profeta, mientras que cuando quiere orar o realizar actos importantes para sus discípulos sube al monte (v. 13), apartándose así de la muchedumbre. Estamos ante un movimiento cargado de mensaje y de luz: no se trata, a buen seguro, de rebajar a la muchedumbre respecto a los discípulos, y mucho menos de menospreciar la obra de evangelización, sino que, al contrario, lo que se pretende es ilustrar los dos momentos, complementarios entre ellos y no sólo sucesivos, de la única obra salvadora de Jesús: el servicio a la Palabra y la institución de instrumentos de servicio para el pueblo de Dios. La institución de los Doce forma parte constitutiva y esencial del proyecto salvífico de Jesús.
Los dos verbos que rigen toda la sintaxis de estos relatos son «llamó» y «designó» (este último se repite dos veces). Mientras que el primero remite a la vocación de Andrés y Simón, de Santiago y de Juan (1,16-20), el segundo preludia la misión de los Doce y su participación efectiva en la obra mesiánica (6,7-13). La misión presupone la vocación, y ésta fundamenta y justifica aquélla. Esto vale para los discípulos de todos los tiempos y de todos los lugares. Está trazado el itinerario completo para quien quiera ponerse a seguir a Jesús y colaborar en la difusión del Evangelio. En la raíz de todo esto se encuentran la acogida de su invitación, la aceptación de la tarea misionera y el compartir el misterio de aquel que llama, designa e invita.
Lo que se debe poner de relieve en estos dos momentos es la iniciativa de Jesús, que “llamó a los que quiso” (v. 13). En esta expresión reconocemos la autoridad (exusía), ya señalada por Marcos en 1,22.27, que caracteriza al Nazareno en las controversias que mantiene con los maestros de la ley, aunque Jesús ejerce también este poder respecto a los que llama a su lado, para investirles de su misión y para hacerles partícipes de sus prerrogativas mesiánicas. No cabe la menor duda de que, al obrar de este modo, Jesús apunta a garantizar una continuidad sólida y estable con la misión que él mismo recibió del Padre y que está desarrollando en beneficio de los hombres y las mujeres de su tiempo.
Es él quien designó a doce «para enviarlos» (vv. 14s): es el acto de la institución de los Doce, en la línea de lo que leemos en 1 Sm 12,6 respecto a Moisés y Aarón, o bien en 1 Re 12,31 respecto a los sacerdotes. Los Doce son exclusivamente creación de Jesús y representan la nueva comunidad salvífica. Al decir que los «designó» (literalmente: «hizo») indica que los «creó», llevando a cabo algo insólito. Jesús elige, entre el gran número de sus discípulos (cf. Mc 2,15), un círculo más restringido, el de los Doce. No son gente perfecta ni, mucho menos aún, están sustraídos a las lisonjas del mal. Con todo, se distinguen de los simples discípulos tanto por su particular vocación como por su especial misión. Son doce porque éste era el número de las tribus de Israel y, al elegir a doce apóstoles, Jesús remite a la continuidad y se sitúa también en la línea de un nuevo punto de partida, porque ahora serán ellos el punto de referencia.
Es preciso señalar el contraste entre el primero y el último de los Doce: Simón y Judas. Del primero se dice que Jesús le «dio el sobrenombre de Pedro» (v. 16; cf. 1 Cor 12,28) para subrayar la posición primacial de Pedro. El hecho de que Jesús cambiara el nombre de Simón por el de Pedro significa también, por una parte, que Jesús es superior a Pedro, como el que da el nombre respecto al que lo recibe, y, por otra, que Simón tendrá, de ahora en adelante, un destino nuevo, una nueva tarea que le cualifica —gracias al don que le otorga Jesús— frente a los otros apóstoles. A Judas, sin embargo, se le califica como «el que lo entregó» (v. 19). El detalle remite al acontecimiento de la Pasión de Jesús y, al mismo tiempo, imprime un tono de gran dramatismo a la lista de los Doce. El drama se consuma en la «entrega». A la traditio del Evangelio, que inaugura la gran tradición, corresponde dramáticamente la traditio del inocente, que desencadena la furia del maligno y de sus aliados.
La llamada de Jesús estimula numerosas reflexiones. En primer lugar, debemos señalar con placer que Jesús busca la colaboración, y en esto continúa la praxis divina del Antiguo Testamento. Jesús, como Yavé, continúa teniendo necesidad de los hombres y nos llama a través de la pluralidad de las vocaciones. Toda existencia es una llamada a la vida, vocación primordial de todo ser humano. Hay una vida física y hay una vida de gracia. El bautismo es la segunda vocación que aúna a todos los cristianos y nos da la dignidad real de hijos de Dios.
Se abre, por consiguiente, el abanico de las diversas formas posibles en la realización de la vocación según el estado de vida: la vocación al matrimonio, la vocación al sacerdocio, la vocación a la vida consagrada... La de los Doce es una vocación asimilable, en parte, a las otras y, en parte, dotada de un carácter original. Jesús llama a las personas para que estén con él. Se trata de una invitación a la comunión y a la intimidad con él; es la condición del «enamoramiento», necesaria para que se dispare la flecha del amor. Si bien toda vocación debe conocer este momento de amor, también es cierto que prolongamos la proximidad al Señor volcándonos en ella por completo. Se trata de una consagración especial al Señor, después de que él nos haya llamado. Aquí ejerce su derecho de llamada: la elección no recae, necesariamente, en los más generosos o los más dotados. No nos han sido dados a conocer los «parámetros» divinos. Mejor es dejarlo todo a su insondable voluntad de bien.
La intimidad con Cristo, alimentada sobre todo con la oración y con la coherencia de vida, prepara para la misión. Si verdaderamente hemos estado con Jesús, debemos darlo a conocer, anunciarlo a los otros, transmitir la alegría de haberle encontrado, hacer ver que nuestra vida ha cambiado para mejor. Entonces seremos puentes de comunión, preparados para hacer pasar el flujo del bien que ha invadido nuestra vida. Aunque no pertenezcamos al número de los Doce, nos hemos aprovechado de su experiencia y hemos tomado el agua saludable de la misma fuente: Cristo, el Señor.
Elevación Espiritual para este día.
Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo, la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.
Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente: nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno, es el Señor.
Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!».
Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna.
Reflexión Espiritual para el día.
—¿Tienes una buena noticia para darme y me haces suspirar tanto por ella?
—¿Yo una buena noticia? Tengo el infierno en el corazón, ¿y tendré una buena noticia para ti? Dime, si lo sabes, cuál es esa buena noticia que esperas a través de mí.
—¿Que Dios ha tocado tu corazón y quiere hacerte suyo, respondió con calma el cardenal.
—¿Dios! ¡Dios! ¡Si lo viera! ¡Si pudiera sentirlo! ¿Dónde está ese Dios?
—¿Tú me lo preguntas? ¿Tú? ¿Y quién lo tiene más cerca que tú? ¿No lo sientes en el corazón, no sientes que lo oprime, que lo agita, que no te deja estar, y, al mismo tiempo, te atrae, te hace presentir una esperanza de quietud, de consuelo, de un consuelo que será pleno, inmenso, en cuanto lo reconozcas, lo confieses, lo implores?
—¡Es cierto! Tengo algo aquí que me oprime, que me corroe. Pero ese Dios, si es que existe, si es lo que dicen, ¿qué quiere hacer de mí?.
—¿Qué puede hacer Dios contigo? ¿Perdonarte? ¿Salvarte? ¿Llevar a cabo en ti la obra de la redención? ¿No son cosas magníficas y dignas de él? Piensa. Si yo que soy un hominicaco, un miserable, y estoy lleno de mí mismo, si yo, tal cual soy, me atormento ahora de este modo por tu salud, que por ella daría con gozo (él me es testigo) estos pocos días que me quedan, ¡piensa! ¡cuánta, cómo debe de ser la caridad de aquel que me infunde ésta tan imperfecta, pero tan viva! ¡Cómo te ama, cómo te quiere! ¡Cómo debe de ser el que me manda y me inspira con un amor por ti que me devora!
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Falsos profetas.
Según Orígenes, “no todo el que se dedica a la medicina es médico, ni todo el que pinta es pintor, como tampoco todo el que profetiza es profeta” Los falsos profetas son de dos clases. Primera, los que pertenecen a falsas religiones y hablan en nombre de falsas divinidades. Segunda, los que pertenecen a la verdadera religión y equivocadamente pretenden hablar en nombre del verdadero Dios. Un ejemplo del primer grupo lo tenemos en los profetas de Baal. ¿Quién no recuerda la confrontación entre Elías, profeta de Yavé, y los 450 profetas de Baal (1 Re 18)? Las falsas religiones y las falsas divinidades, con sus correspondientes profetas, son fácilmente reconocibles y no crean mayor problema. La dificultad la plantea el segundo grupo. ¿Quiénes son los verdaderos y falsos profetas dentro de la verdadera religión? +
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