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viernes, 10 de septiembre de 2010

Lecturas del día 10-09-2010

10 de Septiembre 2010, VIERNES DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA, Feria, SAN PEDRO CLAVER, presbítero, Memoria libre. SS. San Nicilás de Tolentino pb, Pedro Mezonzo ob, Beatos: Alfonso Navarrete y co mrs, Francisco Gárate rl.

LITURGIA DE LA PALABRA

1Co 9,16-19.22b-27: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Salmo responsorial 83: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Lc 6,39-42: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego?

Un ciego no puede guiar a otro ciego: en esta instrucción de Jesús a la gente y a sus discípulos se ve una aclara alusión a los fariseos y maestros de la Ley. Ellos se han enceguecido con la propia luz de la Escritura al convertir la Ley en un yugo insoportable de cargar. ¿Cómo pretenden guiar al pueblo si ellos mismo no saben para dónde van? ¿Cómo mantener viva la esperanza del pueblo cuando la minucia de lo religioso la sofoca? Fijarse en la pelusa ajena sin darse cuenta de la viga que se tiene en el ojo. Con esto Jesús quiere advertir que no es legítimo cuestionar al otro por una pequeña trasgresión sin darse cuenta de que toda la vida es una gran equivocación. Sucede a menudo que nos ocupamos de pequeños detalles de la práctica litúrgica o sacramental, y nos olvidamos de la justicia y la solidaridad. A veces se coloca por encima de todo la normativa y la formalidad, y nos olvidamos de la situación de las personas; pretendemos mantener el cascarón e ignoramos lo que va adentro. La invitación de Jesús es a realizar una revisión de vida a fondo, para detectar cuáles son nuestras propias cegueras y vigas que nos impiden vivir auténticamente el Evangelio del reino.

PRIMERA LECTURA.
1Corintios 9, 16-19. 22b-27
Me he hecho todo a todos, para ganar a algunos

Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. Ya sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; boxeo, pero no contra el aire; mis golpes van a mi cuerpo y lo tengo a mi servicio, no sea que, después de predicar a los otros, me descalifiquen a mí.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 83
R/.¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela / los atrios del Señor, mi corazón y mi carne /retozan por el Dios vivo. R.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;  la golondrina, un nido  donde colocar sus polluelos:  tus altares, Señor de los ejércitos,  Rey mío y Dios mío. R.

Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre.  Dichosos los que encuentran en ti su fuerza  al preparar su peregrinación. R.

Porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria; el Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable. R.


SANTO EVANGELIO
Lucas 6, 39-42
¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

En aquel tiempo ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: "¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano".

Palabra del Señor

Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 9,16-19.22b-27. Ay de mí si no anuncio el Evangelio! 
Al igual que en el capítulo 4, también en éste se ve obligado Pablo a defender no tanto su propia persona como Su obra de apóstol en medio de la comunidad cristiana de Corinto. No han faltado, en efecto, algunos que —entre otras cosas— le acusaban de obrar por interés en el ejercicio de su ministerio, corno si buscara alguna recompensa material o, por lo menos, una afirmación personal. La reacción de Pablo se articula en unos cuantos pasajes fundamentales.

En primer lugar, afirma que es una «obligación» para él, y no un motivo de gloria, predicar el Evangelio (v. 16): emerge aquí la psicología del siervo-esclavo, esto es, del que se ha puesto libremente al servicio de su Señor y no puede sustraerse a esta obligación concreta. Pablo sabe que es un mandado y que no puede hacer huelga en la viña del Señor. Más aún, afirma Pablo: «¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!»: se sabe sometido constantemente al juicio de Dios, de quien espera todo veredicto de fidelidad o infidelidad. La amenaza que siente pesar sobre él, lejos de quitarle el espíritu de iniciativa, le invita a tomar siempre nuevas iniciativas apostólicas. La única recompensa que espera es la de predicar gratuitamente el Evangelio, que, de manera gratuita, le ha sido confiado (cf Mt 10,8).

En la cima de todas sus preocupaciones está ese santo orgullo que le lleva a decir: «Todo esto lo hago por el Evangelio» (v. 23). Es hermoso e instructivo señalar esta total concentración física y espiritual de Pablo en su ministerio, en el que se manifiesta cada vez más generoso cada vez más desinteresado, cada vez más consagrado (cf también 2 Cor 6,3-10; Flp 3,7-14).

Comentario Salmo 83. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Esta pieza mezcla diversos tipos de salmo (himno de alabanza, 2; súplica individual, 9-10). Pero su principal razón de ser y el centro de todas sus atenciones están en la ciudad de Jerusalén. Lo consideraremos, por tanto, como un himno de Sión.

Este salmo tiene tres partes: 2-4; 5-8; 9-13. En la primera (2-4), la persona en su totalidad —alma, corazón y carne— se agita y estremece por no estar en el templo del Señor (3). Después de llegar y contemplar la belleza del templo, el salmista descubre que Dios también acoge a otras criaturas, como los gorriones y las golondrinas, que han hecho sus nidos en el templo (4).

La segunda parte (5-8) arranca con dos bienaventuranzas. Los motivos de dicha de los peregrinos están en la preparación del viaje y en la llegada al templo (5-6). La peregrinación hasta Jerusalén se convierte en un rosario de bendiciones pues los peregrinos, como la lluvia temprana, van convirtiendo los valles secos en oasis (7). Este salmo muestra también las medidas de seguridad que van tomando los romeros: se desplazan de fortaleza en fortaleza, hasta llegar a Jerusalén (8).

En la tercera parte (9-13) encontramos una petición en favor del ungido, que podría ser e rey o, en el caso de que este salmo naciera después del exilio, el sumo sacerdote (9-10). Se identifica a la autoridad con un escudo, símbolo de la defensa del pueblo. El salmista hace una comparación: un día en el templo vale más que mil en la propia casa (11 a). Prefiere quedarse en sus atrios a vivir en compañía de los malvados (11b). Entonces se vuelve la mirada al Señor, al que se llama sol y escudo, dispensador de bienes, que es capaz de volver dichoso a cualquier individuo (12-13). Esta es la tercera bienaventuranza del salmo.

Este salmo nos abre el alma de un peregrino fascinado por el templo de Jerusalén, ciudad que recibe el nombre de Sión (8b). De hecho, se habla de «moradas» (2), «atrios» (3.11 a), «altares» (4h), «casa» (y «umbral de la casa de Dios» (11b). Después de llegar y contemplar la belleza del santuario, el salmista recuerda que vale la pena organizar y preparar una peregrinación como esta. Es motivo de bienaventuranza, pues el resultado que se obtiene es la dicha más pura. También los pájaros participan de este ambiente festivo, pues Dios los recibe como huéspedes en su templo, permitiendo que pongan en él sus nidos y críen allí a sus polluelos (4).

Apoyándonos en la expresión «las lluvias tempranas» (7b), podemos suponer que esta peregrinación habría tenido lugar con motivo de la fiesta de los Tabernáculos. Esta se celebraba normalmente después de la vendimia y recordaba el tiempo de peregrinación por el desierto, tras la salida de Egipto. Era una fiesta alegre; durante una semana, los peregrinos acampaban en tiendas o cabañas, recordando la gran peregrinación del pasado, el tiempo en el desierto.

A pesar del ambiente sereno y alegre que reina en este salmo, podemos descubrir algunos signos de conflicto. Se habla de las estrategias que siguen los peregrinos que van a Jerusalén: caminan de fortaleza en fortaleza (8), para tener mayor seguridad durante el viaje, evitando los peligros que supone dormir a cielo abierto. Se hace mención, además, de las tiendas de los malvados (11b), señal de que, a pesar del clima de fiesta, alegría, confianza y bienaventuranza, la sociedad sigue dividida entre justos y malvados. La súplica en favor del ungido —ya se trate del rey o del sumo sacerdote— revela la preocupación por el dirigente supremo del pueblo de Dios, cuya persona está siempre expuesta a riesgos y peligros. Este líder desempeña una función importante, que se compara con las acciones del Señor, a saber, la de ser un escudo para el pueblo (10.12a)

Son muchos los rasgos que componen el rostro de Dios en este salmo. Todos ellos, de un modo u otro, están relacionados con el Dios de la Alianza. En este sentido, Dios es el que acoge en su casa, el templo, y da refugio en ella. No sólo hospeda a las personas, sino también a las aves, que se multiplican fecundas en sus atrios.

En este salmo, se recuerda a Dios muchas veces y con diferentes nombres o títulos, lo que indica que su presencia acogedora se experimenta con intensidad. Se le llama «Señor de los Ejércitos» (2b.4b.9a. 13a), expresión que nos lo muestra como guerrero y defensor del pueblo. Cuantas veces se le llama por su nombre propio, Yavé ( Señor»), sin más añadidos (3a.9a.l2a.12h), nombre que tenemos que asociar con la liberación de la esclavitud en Egipto. En cuatro ocasiones se le llama «Dios» (8b. l0a.11b.12a), y recibe también cuatro títulos: «Dios vivo» (3b), «rey mío» (4b), «Dios mío» (4b) y «Dios de Jacob» (9b), título que recuerda la época de los patriarcas y de las promesas. Además de todo esto, se dice que el Señor es «sol y escudo» (12a), símbolos de vida y protección, que indican exacta mente cómo se siente el peregrino, encantado, en el templo de Jerusalén. Estamos ante la fascinada visión de alguien que cree en la presencia de Dios en el templo.

El motivo de la peregrinación nos hace pensar en el largo viaje de Jesús a Jerusalén (Lc 9,51—19,28), pero un viaje con un desenlace diferente. Jesús afirmó que el templo de Jerusalén había dejado de ser casa de oración, para convertirse en una cueva de ladrones (Mt 21,12-13; Mc 11,11.15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,13- 22) Jesús, en su peregrinación hacia Jerusalén, se mostró en desacuerdo con dos de sus discípulos que pretendían destruir a los samaritanos por haberles negado hospedaje (Lc 9,51-55).

Lo que representaba el templo para nuestro salmista, lo re presentó Jesús para el pueblo, sobre todo para los enfermos, los pobres y marginados. Fue su sol y su escudo, y proclamó dichosos a los pobres (Lc 6,20).

Es un salmo para rezar en tiempos de romería o de peregrinación; podemos rezarlo cuando nos sentimos bien en la casa de Dios; cuando el Señor es nuestro sol y nuestro escudo; cuando querernos rezar con la creación; cuando nos vemos en la necesidad de superar la tentación de «vivir en la tienda de los malvados»; cuando nos sentimos felices o buscamos la felicidad; cuando queremos sentirnos libres como los pajarillos delante de Dios.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 39-42. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?
La paja o la mota «17 la viga: éste podría ser el título del fragmento evangélico que hemos leído hoy en la liturgia de la Palabra. En efecto, la enseñanza de Jesús versa sobre este gran contraste y se dirige a sus contemporáneos para ponerles en guardia contra el peligro de la presunción, que lleva a la ruina, precisamente como a los fariseos, que, en materia de presunción, no tenían rival. Estas palabras de Jesús van dirigidas a los discípulos: se trata de una parábola —escribe Lucas— que no tiene ciertamente necesidad de explicaciones, porque desmantela con toda claridad la actitud interior propia de quien ejerce un ministerio de guía respecto a sus hermanos. A contraluz aparece una insistente invitación de Jesús a la humildad, a la verdadera humildad, en virtud de la cual el que es guía no se erige en juez de los hermanos, sino que, a lo sumo, se expone voluntariamente a la recíproca corrección fraterna.

Del discurso parabólico pasa Jesús, de una manera insensible, a un discurso expositivo: «El discípulo no es más que su maestro», y a un discurso provocador: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano?... ¿Y como puedes decir a tu hermano?... ¡Hipócrita!» (vv 41ss la intención de Jesús es suscitar actitudes de vida comunitaria en aquellos a quienes confía su Evangelio, esto es, su propuesta de vida nueva. No hay verdadera espiritualidad cristiana sin la práctica de los mandamientos y, más aún, sin una adhesión total a la no vedad evangélica. En labios de Jesús, el discurso sobre una mota y la viga se convierte así en una invitación, ti insistente que nunca, a asumir con valor nuestras propias responsabilidades y a no caer en las trampas que, en su tiempo, habían enredado la práctica de los fariseos.

En el fragmento evangélico de hoy, sorprende el con traste entre la invitación dirigida al discípulo para que sea como el maestro y la sentencia de hipocresía pronunciada inmediatamente después. Se trata de la tensión en la que vive —y a la que tal vez no logra sustraerse— todo discípulo y todo seguidor de Jesús.

Por un lado, estamos invitados a poner al maestro Jesús frente a nosotros como el único digno de ser escuchado e imitado; al mismo tiempo, nos sentirnos invitados a ponernos frente a él como frente a un modelo difícilmente imitable: «El discípulo no es más que su maestro» (v. 40). Sabemos muy bien que no podemos tender a una perfección divina: sería una actitud temeraria, indigna de un verdadero discípulo; sin embargo, estamos invitados a prepararnos bien para seguir lo más cerca posible a nuestro maestro y guía. El jugo de toda esta enseñanza se encuentra aquí: quien ha sido llamado a ser guía de los otros ha de ponerse tras los pasos de Jesús como un discípulo fiel, ha de optar por Jesús corno su único guía y ha de perseverar en caminar detrás de él hasta Jerusalén, hasta el Calvario.

En un segundo momento, Jesús censura a los guías ciegos y necios como «hipócritas»: este término tiene en su uso bíblico un sentido más amplio que el que le atribuimos en nuestro lenguaje común. Si bien en ciertas ocasiones, como en Mt 22,18, indica un disimulo voluntario, en otras denota el contraste entre la conducta el temor y el pensamiento interior (cf asimismo Mt 15)7. 23,25.27) o bien, como ocurre en el caso que nos ocupa censura la falsedad más o menos consciente de aquellos.

a los que se dirige Jesús. Una falsedad que está tejida de soberbia y rezuma presunción. La advertencia es clara: sólo sabe mandar como es debido quien ha aprendido a obedecer bien; sabe juzgar bien a los hermanos y hermanas en la fe sólo quien se ha vuelto dócil a la escuela del Evangelio y del maestro Jesús.

Comentario del Santo Evangelio: Lc6, 39-42, para nuestros Mayores. ¿Un ciego puede llevar de la mano a otro ciego? 
Las comparaciones y sentencias de la presente perícopa se sitúan en un contexto en que se exige la superación una actitud de juicio (de dominio) respecto de los otros. Ese contexto viene dado por los vínculos precedentes (6, 37-38) donde se condena todo juicio interhumano y se presenta el ideal de una existencia convertida en regalo hacia los otros. Sobre ese fondo se comprenden las tres pequeñas unidades que componen nuestro texto.

La primera unidad, que en su origen parece un refrán de aquel tiempo, se refiere al ciego que pretende conducir a otro ciego en el camino. En el tondo de ese gesto se esconde la tendencia de dominio. Lo que parece amor (ayuda a un necesitado) se identifica con un rasgo de egoísmo: guiando al ciego me comporto como dueño de su destino y mi propia personalidad. El viejo refrán ha señalado ya la ridiculez de la pretensión del ciego: los dos terminarán cayendo dentro del hoyo.

También la segunda unidad (6, 40) nos transmite una sentencia conocida: el discípulo se mantiene en la línea del maestro. Pues bien, formulada en un contexto de revelación del amor cristiano, esta sentencia se nos manifiesta extraordinariamente rica. Jesús, el maestro verdadero, no ha querido arrogarse el derecho de guiar en el camino al ciego y dominarlo. No se ha permitido juzgar a los demás, sino que les ayuda: no ha intentado sacar provecho de ellos, les ofrece lo que tiene.

Este ejemplo del maestro se debe convertir en norma de conducta para todos los creyentes. Nuestro texto lo presupone así, pero no ha sentido la necesidad de ampliar o desarrollar esta idea, prefiriendo volver a un tipo de comparación más cercana, la del ojo (6, 41-42).

En el fondo, el sentido de esta comparación se mantiene en el mismo plano que la del ciego. Por más de que estén (aunque tengan una vida que nuble su ojo los hombres se encuentran siempre dispuestos a marcar el camino a los demás: son incapaces de ver su gran ceguera y, sin embargo, descubren el más mínimo rasgo imperfección en el prójimo (mota en el ojo ajeno). La solución de Jesús remite a las sentencias sobre el juicio (6, 37-38): nunca podemos dominar a los demás ni condenarlos por aquello que a nosotros nos parezcan sus defectos. Resulta que ningún hombre es dueño de los otros; nadie tiene, por lo tanto, el derecho de imponer criterio sobre los restantes hombres.

Esta exigencia de Jesús resulta impresionante y dura. Los imperios de este mundo se arrogan el derecho de dictaminar sobre lo bueno y lo malo de los hombres; los gobiernos ejercen su poder juzgando a los súbditos; los que tienen autoridad la imponen sobre aquéllos que se encuentran sometidos. Todos piensan que pueden dominar de alguna forma sobre aquéllos que se encuentran a su lado. Vivimos en un mundo dividido en dos mitades: los que mandan (o quieren mandar) y aquéllos que están obligados a obedecer o someterse. ¿Cómo romper esta cadena? ¿Cómo lograr una comunión humana en la que nadie juzgue ni domine a nadie? El único camino es el amor tal como se precisa en la pericopa precedente (6, 27-36)

Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 39-42, de Joven para Joven. Un ciego cuidando de otro ciego. 
En esta última parte del discurso del llano, Lucas presenta una serie de cuadros que muestran la urgencia de su mensaje y la necesidad de tornar en serio la situación que se vive.

Lucas ha elaborado un texto a base de paralelismos en torno al tema del hablar (enseñanza) y del escuchar (discipulado). Los va ligando por concatenación de ideas. El tema de las buenas obras entra como parte y garantía del discipulado; en Mateo, por el contrario, pasa a formar parte de un texto más autónomo en el que son las obras las que cuentan para la vida eterna (cf. Mt 7,21-23). Si comparamos Mt 12,33-35 con Lc 6,44-45, notamos también en Lucas la inserción en el contexto que mencionábamos, mientras que, en Mateo, el mensaje viene autónomo y en forma de diatriba.

Las presentes imágenes son llamadas por Lucas “parábolas” (parabolé), concepto que incluye ejemplos, proverbios, comparaciones, etc.

Entre otros medios, también las imágenes son un medio que va muy de acuerdo con la retórica antigua. Las imágenes poseen una tendencia a la analogía y renuncian a las aclaraciones de los conceptos y explicaciones teóricos. Ellas expresan el asunto del tratan como se da en la experiencia cotidiana. Así que también las imágenes presentadas por Lucas (ver 6,39-45) surgen de la experiencia cotidiana. Dichas imágenes tienen su origen en la vida cotidiana, tienen lógica y son fáciles de comprender. Sin embargo, no se pueden pasar simplemente a una situación concreta: ellas tienen también carácter argumentativo fuerza de expresión resulta de la situación comunicativa en la que se usan. Se formulan de tal manera que los lectores no pueden dejar de asentir Es, por ejemplo, bien sabido que un ciego no puede guiar a otro ciego o que un discípulo no puede estar sobre su maestro. San Lucas presenta sus imágenes utilizando muchas preguntas retóricas. La dualidad de las imágenes hace posible una oposición entre el mal y el bien, entre lo correcto y lo incorrecto. Al hacer eso, el texto retoma la tradición bíblica de la existencia de los dos caminos. Existe un camino derecho irreprochable (Sal 101,1-2; Sir 11,15) que lleva a la vida, y hay un camino de los pecadores (Sal 1,6) que lleva a la perdición. Sólo el camino de Dios es el camino de la justicia (Jer 5,4). Para él no existe otra alternativa real, y el judaísmo siguió desarrollando esa idea. Qumrán hace una diferencia entre el camino de la luz y el de la oscuridad (QS 3.13-4,26). La convicción de la fe cristiana reconoce en el camino a Jesús y en sus palabras el camino de Dios (Didajé 1,1).

Las imágenes casi no contienen indicaciones precisas para el comportamiento, sino que las tienen para la descripción de la acción y poseen validez general. Exigen a los lectores una aprobación incondicional y no les permiten ningún otro espacio de acción. Por el hecho de que san Lucas las menciona en relación con el discurso del llano, aclara que para los cristianos no existe una alternativa de acción con respecto al contenido de las bienaventuranzas, de las malaventuranzas, del amor al enemigo o de la renuncia. Las palabras de Jesús marean el camino de la vida; quien actúa según sus indicaciones recibirá la recompensa prometida. Este pasaje contiene una advertencia insistente a los lectores para que tomen muy en serio las exigencias del discurso de Jesús y ajusten sus propias acciones a estas exigencias.

El escuchar y el actuar forman una unidad, siendo esto también una convicción judía y bíblica. A diferencia del judaísmo, aquí se trata de las palabras de Jesús que son decisivas y no de lo que dice la Torá. Esa dimensión cristológica se subraya por el uso repetitivo del “yo” (primera persona singular y Jesús como hablante).

La parábola que finaliza el episodio retoma la unidad entre el escuchar y el actuar. Quien actúa adecuadamente se basa en terreno firme y tendrá éxito en los retos de la vida.

Las imágenes que presenta Lucas no dejan escapatoria al lector. Si él las acepta, deberá aceptar la lógica de comportamiento de acuerdo al discurso del llano, las bienaventuranzas, la ley del perdón, la misericordia, la generosidad, el amor a los enemigos, etc., respectivamente, lo ilógico de no seguir estas indicaciones, ya que son el único camino bueno.

El texto expone en forma de ejemplo y de comparaciones una teoría sobre la enseñanza y el discipulado. Tanto el que enseña como el que es discípulo tienen sus condicionamientos. Lucas requiere del lector en su papel de testigo y en su papel de discípulo, cordura para su actuar conveniente. Ni el maestro debe ser ciego, ni el alumno deberá ser tan ciego como para seguir a otro ciego; ni el alumno, si ve que el árbol produce malos frutos, lo debe tomar como planta buena, ni tampoco el maestro que produce malos frutos puede adjudicarse la categoría ele árbol bueno. Finalmente, nadie es tan tonto como para edificar sobre tierra movediza, sin cimientos; pues así de tonto sería quien quisiera edificar sobre un terreno que no sea la escucha sincera de la palabra. Sólo quien escucha de esta forma la Palabra tiene la posibilidad de ser parte de la verdadera familia de Jesús (Lc 8,19-21).

Es una tentación constante en el nuevo pueblo de Dios llamar a Jesús “Señor pero sin prestar atención a sus palabras. Marta llama a Jesús “Señor”, y lo acepta como tal al ponerlo como quien decide lo correcto en su actuar y en su familia (Lc 10,38-42). En la tradición bíblica) sobre todo en el Deutero-Isaías, el Señorío de Dios debe manifestarse en situaciones nuevas concretas de justicia y de amor; de acuerdo con la pedagogía de Dios (cf. Lc 4,16-31). Esto significa reconocer a Jesús como Señor: reconocer su señorío. Y esto sólo sucede si se trata a los otros como uno desearía que se le tratara.

Elevación Espiritual para este día
Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, pata que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre, pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada, es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará atento a tus necesidades.

Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podernos hacer por nosotros solos, va que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por eso, debemos darle siempre gracias, amarle, obedecerle y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él.

Él se nos ha en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa de recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para ti; mas, para conseguirlo, no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda.

Reflexión Espiritual para el día
No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia —por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro—. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.

Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclino libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde. Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» —si se me permite hablar de este modo— ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Historia del profetismo bíblico.
Tradicionalmente se creía que el fenómeno profético era un producto propio y peculiar de la religión yahvista. Sin embargo, los recientes hallazgos arqueológicos y literarios han sacado a la luz, aquí y allá, por todo el antiguo Oriente Medio indicios y ejemplos de manifestaciones proféticas más o menos afines al profetismo israelita. Se pueden citar, entre otros, los videntes y mensajeros no profesionales de los archivos de Mari, el relato del viaje de Wen Amón a Fenicia, la estela de Zakir, rey de Jamat. El adivino Balaán (Nm 22-24) y los profetas de Baal (1 Re 18) se mueven asimismo en un contexto similar.

Al lado de los paralelismos y coincidencias estructurales, e incluso literarias, que existen entre los videntes y mensajeros extrabíblicos y los profetas israelitas, se dan a su vez diferencias esenciales. La fe en un Dios único y personal, creador del cosmos y Señor de la historia, junto con la referencia a la alianza como base de las relaciones especiales entre el Señor y su pueblo, colocan al profetismo bíblico en una categoría aparte. +

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