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lunes, 13 de septiembre de 2010

Lecturas del día 13-09-2010

13 de Septiembre 2010, LUNES DE LA XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SAN JUAN CRISÓSTOMO, obispo y doctor, Memoria obligatoria. SS. Julián pr mr, Marcelino mr.

LITURGIA DE LA PALABRA

1Corintios 11, 17-26. 33 .Si os dividís en bandos, os resulta imposible comer la cena del Señor
Salmo responsorial: 39 Proclamad la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Lucas 7, 1-10. Ni en Israel he encontrado tanta fe


PRIMERA LECTURA.
1Corintios 11, 17-26. 33
Si os dividís en bandos, os resulta imposible comer la cena del Señor
Hermanos: Al recomendaros esto, no puedo aprobar que vuestras reuniones causen más daño que provecho.

En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra Iglesia os dividís en bandos; y en parte lo creo, porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, para que se vea quiénes resisten a la prueba. Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os apruebe? En esto no os apruebo.

Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía." Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía."

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. Así que, hermanos míos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 39
R/.Proclamad la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,  y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy." R.

"-Como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad." Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R.

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes. R.

Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: "Grande es el Señor" los que desean tu salvación. R.


SANTO EVANGELIO.
Lucas 7, 1-10
Ni en Israel he encontrado tanta fe 

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaum. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: "Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga". Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace". Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía dijo: "Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor


Comentario de la Primera Lectura: 1 Corintios 11, 17-26. Si os dividís, en bandos, os resulta imposible comer la Cena del Señor. 
La institución de la eucaristía es una enseñanza recibida de la tradición apostólica que se remonta a Jesús (v. 23), y Pablo tiene el deber de transmitirla a las distintas comunidades. Sobre el valor histórico de estos dos verbos («recibir» - «transmitir») meditaremos más adelante; aquí vamos a considerar el valor que, según Pablo, tiene la celebración eucarística para la vida de la comunidad cristiana de Corinto.

La eucaristía es, en primer lugar una llamada, una vocación divina: no puede ni debe ser reducida a una mera convergencia de diferentes sujetos, aunque sea con intenciones respetables y dignas de alabanza. Al contrario, cada vez que la comunidad se reúne para celebrar la eucaristía, obedece a una invitación-mandato del Señor Jesús. Dicho aún con mayor precisión, la eucaristía es un hacer memoria del Señor muerto y resucitado:
no puede ni debe ser alterada su fuerza sobrenatural, que nos pone en comunión personal con aquel de quien hacemos memoria.

La fórmula e Haced esto en memoria mía» (vv. 24ss), que Pablo comparte con Lucas (22,19), no deja lugar a ninguna duda. Los exégetas señalan que Jesús no pretende dejar aquí a sus discípulos un testamento cualquiera, sino un auténtico memorial (según la terminología técnica hebrea: zikkarón).

Hoy, con una terminología exquisitamente más teológica, diríamos «memoria eficaz y actualizadora», capaz de producir lo que significa. La eucaristía es también comer la cena del Señor: no puede ni debe ser alterada esta dimensión convival de la eucaristía. Éste es el signo elegido por Jesús, un signo que la tradición apostólica respeta de manera escrupulosa; a falta de este signo, no tendríamos el fruto de la presencia sacramental de Jesús y de la eficacia salvífica de su muerte y resurrección.

Comentario del Salmo 39. Proclamad la muerte del Señor, hasta que vuelva. 
Este salmo anuncia a Jesucristo como aquel que, por su obediencia al Padre, revelará al hombre la dimensión de su relación con Dios basada en la verdad. «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído. Tú no pides holocaustos por el pecado. Entonces yo digo: Aquí estoy —como está escrito en el libro— para hacer tu voluntad».

El profeta Jeremías, llamando a conversión al pueblo de Israel, les dirá que lo que Dios les mandó no fue nada referido a holocaustos y sacrificios, sino estar de cara a Dios escuchando su palabra. «Cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien. Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la dureza de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara» (Jer 7,22-24).

Escuchar con el oído abierto es la actitud del Hijo de Dios, es, como dice el libro del Deuteronomio, escuchar la palabra de Dios con todo el corazón y con toda el alma. «Si vuelves a Yavé, tu Dios, si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, Yavé, tu Dios, cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti...» (Dt 30,2-3).

Escuchar a Dios que te habla, con todo tu corazón y con toda tu alma, es lo que hace posible que el hombre pueda un día llegar a amar a Dios con todo su corazón y con toda su alma, tal y como nos viene expresado en las palabras del Shemá: «Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es el único Yavé. Amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-6).

Jesucristo, porque escucha a su Padre con todo su corazón y con toda su alma, vive en un permanente gozo con Él. Esta complacencia viene expresada en el salmo: «Dios mío, yo quiero llevar tu ley en el fondo de mis entrañas». El hombre recibe este don de disfrutar y gozarse en Dios por medio de Jesucristo. Dice Jesús a sus discípulos: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» Un 15,11).

Vuestro gozo sea colmado, es decir, vuestras ansias de vivir están todas ellas contenidas en el Evangelio. En él tenéis la plenitud total, como personas, en todos vuestros deseos y proyectos de vida, Dios es nuestra plenitud, y cuando los profetas nos exhortan a volvernos a Dios, están preanunciando que un día el hombre podrá volver todo lo que es su vida hacia el Evangelio, pues en él está el Dios vivo.

La mutua complacencia que tienen Jesucristo y el Padre por la Palabra que fluye entre ambos provoca una presencia común e ininterrumpida, lo que hace que Jesucristo no sienta nunca la soledad, ni siquiera en medio de sus pruebas y tentaciones. «Él que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29).

Esta presencia continua del Padre en Jesús es lo que atestigua a su alma de que vive por el Padre. Escuchémosle: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» Jn 6,56-57).

Los santos Padres de la Iglesia primitiva llaman a esta comida y bebida la luz que ilumina los misterios: el de la Palabra y el de la Eucaristía. En ambos misterios está presente la divinidad de Jesucristo, Dice san Ambrosio: «No solamente bebéis la sangre de Cristo al participar de la Eucaristía, sino también al escuchar y acoger el santo Evangelio».

Volvemos al salmista y le oímos decir: «He proclamado tu justicia en la gran asamblea, y no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes». Expresa que no ha podido contener sus labios; por eso, de sus entrañas hacia fuera, le ha salido la predicación algo así como una necesidad imperiosa. Y así es: Si su gozo en Dios ha llegado a su plenitud, es entonces cuando se cumplen las palabras de Jesús: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).

Por eso la predicación del Evangelio no es una obligación o una meta que se haya propuesto la Iglesia. Nace de un corazón lleno, de alguien en quien el gozo de la Palabra, llena de vida, ha llegado a su plenitud. La audacia de estos hombres y mujeres llenos de la palabra, es decir, de Dios, no conoce obstáculos ni fronteras; si se les cierra una puerta, encontrarán otra y anunciarán la Buena Nueva porque saben por experiencia que solamente así el hombre recupera su dignidad. Predicación proclamada sin fanatismos; de lo contrario, el anunciador, más que ser un enviado de Dios, se presenta como defensor de sus propias ideas.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 7,1-10. Ni en Israel he encontrado tanta fe.
El relato de la curación que Lucas nos refiere en este fragmento se concentra más en la fe que obtiene el milagro que en el milagro mismo. La figura del centurión pagano asume de este modo un valor emblemático: no hay duda de que Lucas desea entregarnos un modelo tomado precisamente del mundo pagano.

La fe del centurión se compone de humildad y de confianza: ambas actitudes lo hacen no sólo abierto al don que va a recibir, sino también a la comunidad de los discípulos de Jesús, a la que pueden pertenecer personas de diferente extracción sociológica. Hay un detalle que nos sorprende y que tiene una gran actualidad. Mientras los ancianos judíos recomiendan el centurión a Jesús en virtud de algunos favores que les había hecho («Merece que se lo concedas»: v. 4), el centurión envía a decir a Jesús: «Señor, no te molestes. Yo no soy digno de que entres en mi casa» (v. 6). Está claro que para Jesús son más eficaces estas palabras, marcadas por una humildad grande y sincera, que las otras —demasiado interesadas— con las que los ancianos le formulan su recomendación.

Señalemos, por último, que, como Mateo, también Lucas considera este hecho un preludio de la llegada de los paganos a la Iglesia: el asunto le interesa aún más porque él y sólo él sentirá la necesidad de dedicar la segunda parte de su obra, los Hechos de los Apóstoles, a este gran acontecimiento. Se entrevé así el tema de la apertura universalista de la salvación traída por Jesús.

En la primera lectura de hoy, Pablo confía a sus comunidades un precioso bien testamentario mediante dos verbos técnico-teológicos (“recibir” - «transmitir»: cf. asimismo 1 Cor 15,3). Nos preguntamos qué puede enseñarnos este binomio, sobre todo en vistas a nuestro modo de ser una comunidad eucarística.

En primer lugar, aparece aquí la autoconciencia apostólica de Pablo, un rasgo —decíamos también— autobiográfico, aunque en el sentido más elevado del término. En efecto, el apóstol no quiere darse a conocer por sus características personales, sino por su misión, una misión a la que no puede sustraerse. Un elemento esencial e irrenunciable de tal misión apostólica es precisamente la transmisión de la memoria de lo que Jesús dijo e hizo la víspera de su pasión. En segundo lugar, se percibe la centralidad de la eucaristía en el tesoro de las verdades que los apóstoles están obligados a transmitir (por ejemplo, como en 1 Cor 15,3, la verdad histórico-salvífica del acontecimiento de la resurrección de Jesús). Es como decir que la comunidad cristiana —y dentro de ella todo verdadero discípulo de Jesús— no puede vivir y mucho menos atestiguar su propia fe si no tiene en el centro de su vida la eucaristía, considerada precisamente como memoria actualizadora del misterio pascual y, por ello, capaz de producir también en nosotros la gracia del misterio que significa. En tercer lugar, se percibe de manera concreta la verdad del dicho: «La eucaristía hace la Iglesia». Sería demasiado poco considerar y afirmar que la Iglesia «hace», es decir, celebra la eucaristía: sería reductor y unilateral. Es preciso que nos remontemos más arriba, al acontecimiento de la pascua de Jesús, del que la eucaristía es “memoria” fiel y actualizadora.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 7,1-10, para nuestros Mayores. Curación del siervo del centurión.
El texto original griego subraya la plenitud de las palabras de Jesús: “Después de que Jesús hubo dicho todo lo que quería decir...”. Tras el amplio discurso de las bienaventuranzas Jesús entra en la ciudad de Cafarnaún, lugar que conocemos todos como el primer sitio donde Jesús tuvo éxito con sus acciones (Lc 4,3 1-41).

El nombre de “centurión” desorienta ligeramente. Lucas nombra aquí un rango militar en el ejército (en latín, centurio) que pertenece a la carrera militar de los suboficiales. Los centuriones conducían a cien soldados, pero también podían ser empleados en la administración; esto último puede ser aplicado al centurión de Carfarnaún. El evangelio de Juan en el episodio paralelo habla de un alto funcionario del rey (cf. Jn 4,46-54). Él quiere mucho a su sirviente, y Lucas subraya la relación personal. No se trata de su valor económico, como esclavo, sino del valor que tiene como ser humano, como prójimo. En el versículo 7, el centurión llama al sirviente “mi hijo”, correspondientemente, “mi niño” (algunas traducciones no mencionan esta diferencia lingüística). Lucas parte tal vez de la idea de que el centurión es pagano, ya que no se acerca él mismo a Jesús, sino que envía a judíos. Al decir “los principales de los judíos” se refiere a los líderes religiosos de la comunidad judía en Cafarnaún.

En su discurso mencionan y ponen el énfasis en la actitud positiva del centurión hacia el judaísmo: “El ama a nuestro pueblo y también donó la sinagoga”. Existe el testimonio de actas de inauguración y bendición de sinagogas construidas por hombres que no eran judíos. Es muy posible que Lucas presente al centurión como “temeroso de Dios”. En los Hechos, pero también en el escritor judío Flavio Josefo, se nombra así a personas que mostraban simpatía hacía el judaísmo, participaban en los servicios religiosos en las sinagogas y adoptaban tradiciones especificas judías (Hch 17,4-12; 18,4; Jos., Ant. III 217). Esas personas tuvieron una gran importancia para la misión cristiana en sus primeras décadas, ya que honraban al Dios único y conocían el Antiguo Testamento.

La narración se interrumpe por el segundo envío de parte del centurión, pero al mismo tiempo aumenta la tensión del episodio. El centurión desiste de encontrarse personalmente con Jesús, porque considera que no es digno de ello; literalmente, dice “adecuado, lo suficientemente grande”. La actitud humilde del centurión se muestra en el hecho de que él se dirige a Jesús con el título de “Señor”, en griego Kyrios. Al guardar esa distancia el centurión manifiesta la grandeza de Jesús. El oficial le hace una propuesta a Jesús: una palabra suya bastará para que sane su sirviente. Con su propia experiencia de mando, el centurión ilustra su actitud reverente.

Jesús, por las palabras del centurión, se da cuenta de la confianza que éste le tiene y lo pone como ejemplo: la fe de este pagano rebasa la fe que Jesús encontró en Israel.

A pesar de que en la historia no se menciona nada explícitamente sobre la curación hecha personalmente por Jesús, el lector debe suponer, por la narración, que ésta sí tuvo lugar.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 7,1-10, de Joven para Joven. “Dilo de palabra y mi criado quedará sano”.
El milagro de este pasaje lo evocamos diariamente cuando antes de la comunión repetimos las palabras del centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi alma quedará sana”. El relato es una catequesis. Pretende poner de manifiesto la actitud universalista de Jesús, que transciende la condición social de la persona, para amar a cada uno en sí mismo. Es una llamada a la condición universal de la Iglesia.

Con el relato Lucas legitima su apertura a los paganos desde la actitud de Jesús, superando miedos y tensiones que habían surgido en sus comunidades. Si Jesús les abrió decididamente sus brazos, cómo la Iglesia va a dudar de dar este paso.
En cualquier estamento se encuentran personas buenas, bien intencionadas, de buen corazón. Jesús odia las etiquetas sociales y ofrece la salvación a toda persona, a todo pueblo, a toda colectividad. ¿Es así nuestra mentalidad de cristianos o, tal vez, integramos ámbitos que monopolizan la “autenticidad cristiana” y excluyen de la acción salvadora de Jesús a otros ámbitos sociales, políticos o religiosos?

A los cristianos nos falta mucho todavía para aprender bien la actitud ecuménica y la misión universal de Jesús.

“No he encontrado tanta fe en Israel” El centurión tuvo como panegirista nada menos que al mismo Jesús: “Ni en Israel he encontrado tanta fe”. Desde el punto de vista social y religioso, el centurión no podía ser más reprobable: Era un “pagano”, para los judíos un impuro, cuya casa no se podía visitar sin contaminarse. Políticamente era un oficial militar, jefe de una centuria (cien soldados). Estaba allí para defender los intereses del imperio romano, potencia de ocupación. Era, por tanto, un agente del poder opresor.

Pero el centurión es un hombre bueno; no es un fanático. Es un hombre de corazón abierto que colabora con los judíos, a los que ha hecho una sinagoga; cree y acepta a Jesús, y reconoce la bondad en quien esté, sin prejuicios raciales, nacionales o religiosos. Es un hombre de corazón magnánimo. Se compadece, “estima mucho”, ama a su criado, que está a punto de morir. Intercede ardientemente por él, no por interés propio. Si moría aquel criado, el Imperio pondría al momento otro para hacer sus servicios. Pide por él como por un hijo. ¡Se hace su amigo!, cosa inaudita en aquel ambiente social. Es un hombre de gran humanidad y de una fe profunda, un modelo para muchos judíos, cargados de ritos y formalismos religiosos, que “honran a Dios con los labios, pero su corazón está lejos de Él” (Is 29,13).

La fe del centurión es humilde; ni siquiera se atreve a presentarse ante Jesús; envía a unos ancianos judíos para decirle: “No soy digno de que entres en mi casa”. A pesar de que Jesús se muestra dispuesto a transgredir la prohibición de entrar en la casa de un pagano y ser declarado impuro, el centurión no quiere comprometerle porque, además, su fe en él entraña la confianza de que “con una sola palabra”, sin su presencia física, sin gestos rituales, puede curar a su criado.

Su fe es desnuda; no exige ceremoniales. No cree en el poder mágico de los ritos, sino en su persona, en su poder salvador. Esta fe tan recia del centurión fue la que hizo el milagro, no el milagro el que engendró la fe, aunque sin duda la fortaleció. La fe es, ciertamente, la premisa indispensable del milagro. Además, un matiz significativo de este relato es que Jesús se pone en camino para hacer un milagro y se lo encuentra ya por el camino.

Contrastar nuestra fe. La fe de este hombre tiene muchas semejanzas con la nuestra. Se relaciona “a distancia”, no trata con Jesús personalmente. Cree que tiene poder para actuar desde lejos, no es necesario que venga, que toque al criado, que le imponga las manos; “con una sola palabra tuya quedará sano”. Y aduce como argumento la eficacia de sus propias órdenes militares, obedecidas al momento.

Esta fe resulta iluminadora para nosotros, porque a veces da la impresión de que muchas personas creen más en ritos, gestos y “cosas sagradas” que en la persona de Jesús. Él viene a nosotros sacramentalmente, pero a menudo la rutina hace imposible el milagro de nuestra curación.

¿Creemos desnudamente en Jesús? Nuestra situación es semejante a la del centurión. Hemos de creer en la acción salvadora de Jesús “a distancia”, a la enorme distancia histórica de veinte siglos y a la distancia que supone su presencia invisible. “¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!” (Jn 20,29).

Pedro también elogia esta fe: “Vosotros no lo visteis, pero lo amáis; ahora, creyendo en él sin verlo, sentís un gozo indecible, porque obtenéis el resultado de vuestra fe, la salvación personal” (1 P 1,8-9). ¡Bienaventurados los que creen que él puede seguir liberando, confortando a “distancia”, invisiblemente! ¡Bienaventurados los que creen de verdad su promesa: “Mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo”! (Mt 28,20). ¡Bienaventurados los que tienen experiencia de su cercanía!

Cristiano es aquel que se siente contemporáneo y compañero de Jesús, el que cree que Jesús sigue actuando como en su vida terrena, pero ahora a través de mediaciones. “Quien come mi cuerpo vive en mí y yo en él”; pero la eficacia de su acción depende del grado de fe de cada uno.

Elevación Espiritual para este día. 
El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete, en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Se ofrece, en la iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos los dones espirituales.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras, y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia (Tomás de Aquino, Opúsculo 57, 1-4).

Reflexión Espiritual para el día.
Las vidas de los santos católicos bullen de milagros, y no hay razón para dudar de que un gran porcentaje de ellos sean auténticos. El máximo, el genuino milagro, son los santos mismos; el resto está por añadidura. En los manuales de apologética no se ha probado casi nunca a extraer una «prueba» de los milagros de los santos, a diferencia de lo que es, o al menos era, habitual con los de Jesús.

Sin embargo, es de presumir que tanto los unos como los otros, en su mayor parte (no todos necesariamente) han sido milagros discretos, hechos diríamos casi en voz baja, y que han sido los biógrafos (en el caso de Jesús, los evangelistas y sus fuentes) los que han subido el volumen, y lo hicieron precisamente porque eran milagros cuyo carácter extraordinario podía ser llevado a un grado pleno de conciencia sólo después, en el relato de los testigos y en los otros que se originarían a partir de aquí. En más de un caso se ha dado ciertamente un posterior engrandecimiento de los hechos. ¿Quién sabe si los miles de personas hambrientas en el desierto no se dieron cuenta sino en un segundo momento de que había tenido lugar algo anormal?.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Géneros literarios proféticos.
Los libros proféticos contienen las palabras de los profetas y las palabras sobre los profetas. Esta doble clase de material da lugar a dos grandes géneros literarios: oráculos proféticos (las palabras de los profetas) y narraciones proféticas (las palabras sobre los profetas). Cada uno de estos dos grandes grupos se subdivide, a su vez, en múltiples formas, algunas de las cuales señalamos a continuación.

Oráculos proféticos. El oráculo es una “declaración solemne hecha en nombre de Dios”. Unas veces son sentencias breves; otras son exposiciones más amplias. En su estado puro, el oráculo presenta la siguiente estructura: Introducción: Suelen empezar con éstas o parecidas expresiones: “Así dice el Señor”. “Oíd lo que dice el Señor”. “Escuchad esta palabra”. “La palabra del Señor me fue dirigida en estos términos”.

Cuerpo: Contenido del oráculo, que puede ser de condena o de salvación, según se trate de “arrancar y destruir” o de “edificar y plantar”, como dice Jr 1,10.

Conclusión: Suelen terminar con una rúbrica final de este tenor: “Así dice el Señor”.”Oráculo del Señor!”. Oráculos de condena. Los oráculos de condena coinciden prácticamente con la llamada “denuncia profética”, que recae sobre todas las áreas de la vida (religiosa, social, política, económica). La mayor parte de las condenas proféticas están dirigidas contra el pueblo elegido en general. Existen secciones enteras de esta clase de oráculos; por ejemplo en Am 3-6 se hallan agrupados seis oráculos de condena contra Israel. Son numerosos asimismo en Oseas, Miqueas, Isaías, Jeremías y la primera parte de Ezequiel. Otras veces los destinatarios de las condenas proféticas son los dirigentes del pueblo: los reyes, los sacerdotes, los jueces, los falsos profetas (Jr 22, 10-30; Os 4,4-14; Am 5,7; Jr 23,9-40).

Son muy conocidos los oráculos contra las naciones, porque vienen agrupados en secciones aparte, por ejemplo: Am 1-2; Is 13-23; Sof 2,4-15; Jr 46-51; Ez 25-32.

Una forma muy afín al oráculo de condena es la requisitoriajudicial. Es una especie de pleito, que presenta la siguiente estructura. Tomemos como ejemplo Jr 2,4-37: 1ºTestigos y presentación de personajes (Jr 2,4). Aquí se pone por testigo del juicio que Dios tiene planteado contra su pueblo al propio Israel. Otras veces se apela a todos los pueblos de la tierra, incluso a la creación (ver Miq 1,2; 6,1-2). 2° Declaración de la rectitud del Señor y breve interrogatorio (Jr 2,5) 3° Requisitoria propiamente dicha (Jr 2,6- 11). 4° Declaración de culpabilidad (Jr 2,12-13). 5° Sentencia final, mitad condenación mitad exhortación, con el fin de suscitar y mover al pueblo a la conversión (Jr 2,14-37).

Otros ejemplos de requisitoria judicial pueden verse en: Os 2,4-15; 4,1-3; 4.4-6; Is 5,3- 7; Miq 1,2-7; 6,1-5. Existen unas cuantas agrupaciones de oráculos de condena que empiezan con la interjección ¡Ay!, por lo cual reciben el nombre de ayes: Encontramos tres en Am 5,7-6,14; siete en Is 5,8-24; 10,1-4; seis en Is 28-33; cinco en Hab 2,6-20.. +


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