Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

domingo, 19 de septiembre de 2010

Lecturas del día 19-09-2010

19 de Septiembre 2010, DOMINGO DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SS. Jenaro ob mr, Alonso de Orozco pb, Mariano er, María de Cervello vg, María Emilia de Rodat vg.

LITURGIA DE LA PALABRA

Amós 8, 4-7. Contra los que "compran por dinero al pobre"
Salmo responsorial: 112 Alabad al Señor, que alza al pobre.
1Timoteo 2, 1-8 .Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven
Lucas 16, 1-13 . No podéis servir a Dios y al dinero

PRIMERA LECTURA.
Amós 8, 4-7
Contra los que "compran por dinero al pobre"
Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: "¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?"

Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 112
R/.Alabad al Señor, que alza al pobre.
Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. R.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre los cielos. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? R.

Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo. R.

SEGUNDA LECTURA.
1Timoteo 2, 1-8
Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven
Querido hermano:

Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro.

Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: este es el testimonio en el tiempo apropiado: para él estoy puesto como anunciador y apóstol -digo la verdad, no miento-, maestro de los gentiles en fe y verdad.

Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 16, 1-13
No podéis servir a Dios y al dinero
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes.

Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido."

El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. " Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?"

Éste respondió: "Cien barriles de aceite." Él le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta." Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?"

Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta." Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.

Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado.

Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?

Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero."

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: Amós 8,4-7. Contra los que "compran por dinero al pobre"
La lectura profética de la liturgia de hoy nos proporciona un triste cuadro de la sociedad israelita del tiempo del profeta Amós, durante el reinado de Jeroboán II en Samaría. El oráculo constituye una violenta denuncia de la explotación de los pobres, muy particularizada en sus mínimos detalles, con el fin de describir ampliamente la situación de injusticia social de la época. Una época que, en buena parte, podría reflejar también la nuestra, que tal vez sea incluso más grave.

La mayor preocupación de estos traficantes es aumentar su comercio, vaciar sus sacos de trigo y de grano. Vender, vender siempre a toda costa o —mejor-- defraudar y engañar cada vez más. Amós denuncia algunas de sus prácticas: los comerciantes hacen trampas en las cantidades de las ventas, disminuyen las medidas, aumentan el precio y usan balanzas amañadas. El deseo de beneficio es tan fuerte que ya no celebran las fiestas del Señor; es más: no ven la hora de que éstas pasen de prisa para volver a sus comercios. Están dominados por eso que hoy podríamos llamar “sociedad de consumo”.

En esta situación, son los pobres y los menesterosos los que salen perdiendo. Son transformados en mercancía y quedan reducidos a sobrevivir en un nivel menos que humano. De ahí la cólera de Amós contra estas injusticias y contra los que las practican. Lo dice con severidad: «El Señor lo ha jurado, por el honor de Jacob: nunca olvidaré lo que han hecho» (v. 7).

En esta lectura del texto de Amós comienza el tema del dinero injusto, que tendrá su continuación en el evangelio. Con todo, la injusticia no está en el dinero, sino en el modo como se trata al hermano, al que Dios pide que amemos como nos amamos a nosotros mismos. Las palabras de Amós son más que actuales. Nos recuerdan el “sentido” de los bienes de la tierra, que están al servicio del hombre, en vistas a la comunión y a la fraternidad, nunca a la explotación.

Comentario al Salmo 118. Alabad al Señor, que alza al pobre. 
Jesús se goza en la obediencia amorosa a su Padre.

Toda la técnica que el hagiógrafo -bajo la inspiración del Espíritu Santo- invirtió en la composición de este salmo nos induce a considerarlo como un esforzado artesano que cincela versos al servicio de una sola idea: la Ley, cuyas excelencias proclama. Este amor a la Ley de Dios, es decir a su Palabra, a su designio, a su voluntad soberana, es tan acendrado, que el texto abraza en sí casi todos los géneros literarios. El acróstico agrupa, bajo cada una de las letras del alefato hebreo, ocho versículos (7+1, como expresión de una perfección consumada) y en cada estrofa suele mencionar ocho sinónimos de la Ley: leyes, decretos, palabras, promesa, mandamientos, preceptos...

El texto representa, pues, el deseo -que en el salmista es vehemente- de que la Ley sea el principio conductor de la propia vida.

Pero nosotros, además, estamos en mejores condiciones que el hagiógrafo ya que disfrutamos del beneficio de la analogía de la fe. Gracias a ella podemos arrojar aún sobre el texto la luz de la doctrina de Pablo cuando -dirigiéndose a los cristianos de Roma- escribe: “Mi ley es Cristo.”He aquí la clave para la oración cristológica de quienes nos adelantamos a la aurora, en esta mañana de sábado, para esperar en las palabras inspiradas. Que este anhelo enamorado del salmista por la Ley se traduzca, en nuestro caso, en un poner a Cristo -nuestra Ley- como principio conductor de la entera jornada de hoy, en espera de mañana, el Domingo -ya inminente- en el que celebraremos su gloriosa Resurrección.

Al percibir la correspondencia que existe entre Cristo y el salmista, es fácil precisar el sentido que contiene cada versículo en labios de Jesús. Más aún, las estrofas de este salmo traducen sencilla y vigorosamente los más bellos sentimientos del Señor.

El tono personal e intimista del texto -Te invoco, respóndeme, a ti grito, me adelanto,... nos recuerda los momentos en los que Jesús expuso su dolor al Padre, acompañándolo con ruegos y súplicas. Dios le escuchó por su actitud reverente, le arrancó de sus inicuos perseguidores y transformó su Muerte en una exaltación de gloria. También Él se adelantaba a la aurora (v. 147) para orar a su Padre, "con una discreción que podríamos denominar “pudor viril”. En esos apartamientos hay algo más que el recogimiento ordinario del alma piadosa; se trata de la misteriosa soledad del Hijo. Había en Cristo algo íntimo, un “sancta sanctorum” al que no tenía acceso ni su misma Madre, sino únicamente su Padre. Cuando Jesús ora, se sale completamente del círculo de la humanidad para colocarse exclusivamente en el de su Padre celestial. Sólo al Padre necesita. ‘‘

"Así como Jesús, que, mientras estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (Lc 3: 21; Mc 1: 35), también el presbítero debe ser el hombre, que, en la soledad, encuentra la comunión con Dios, por lo que podrá decir con San Ambrosio: «Nunca estoy tan acompañado como cuando estoy solo»."

Una colecta sálmica, proveniente del antiguo rito visigótico, nos orienta al Padre para rogar con una plegaria que se forja con las palabras del salmo: "Responde, Señor, a nuestra voz por tu inmensa misericordia; y, ya que Tú mismo inspiras los bienes que te pedimos, concédenos también, propicio, la misericordia que imploramos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén."

Comentario de la Segunda lectura: 1 Timoteo 2,1-8 Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven
Pablo esboza en esta carta el ordenamiento más antiguo de la Iglesia: en primer lugar, la oración (capítulo 2); a continuación, más adelante, el ministerio del gobierno de la Iglesia (capítulo 3). En la Iglesia, todo empieza con la oración, y ésta, a su vez, es antes que nada una oración universal, mundial. La oración de la Iglesia no es, por tanto, de entrada, una oración por la prosperidad de la comunidad religiosa y de sus miembros, y sólo en segundo lugar también por el mundo, sino al contrario: el mundo exterior, los hombres de todos los pueblos y culturas, son lo primero, y la prosperidad de la Iglesia deriva, por consiguiente, de ahí.

Para Pablo, la Iglesia es, esencialmente, la que intercede por el conjunto; es la luz de Dios que se irradia en el conjunto. Es la luz de Dios sobre el mundo. En este sentido, la oración no tiene que ver únicamente con las personas y las cosas limitadas a su propio ámbito (como los miembros de la jerarquía y el pueblo cristiano), sino con la totalidad del mundo y de la sociedad. En concreto, la intención de la oración tiene como objeto la comunidad terrena. Se ora por el emperador (¡Nerón, en el caso que nos ocupa!), por los gobernadores de las provincias y por todos los que han sido confiados a su responsabilidad. La Iglesia debe hacer todo esto porque es la luz de Dios en el mundo y no hay salvación sin la Iglesia. De una manera indirecta, ora también por ella misma, porque, para ser luz del mundo, debe ser realmente luminosa. A la Iglesia no le importa que la persigan, sino que el mundo, con el emperador a la cabeza, se convierta.

En este sentido, la oración de la comunidad cristiana es por todo el mundo, o sea, por todos, a fin de que la voluntad salvífica de Dios no tenga límites. No puede quedarse encerrada en sí misma. La Iglesia no entra en cuanto tal en el plano político, en el económico o en el social. Su tarea es otra: debe hacer todo lo posible para que la luz de la fraternidad predicada por Cristo y la caridad penetren en estos ámbitos. En este sentido, la Iglesia es maestra de todas las naciones, también de las paganas. Su esperanza no tiene confines. Por eso la oración no tiene límites de espacio. No por nada dice Pablo que la oración cristiana puede ser hecha «en todo lugar», o bien «en todo momento» (Ef. 6,18), o también «incesantemente» (1 Tes 5,17). Estas expresiones son normales en el apóstol. La voluntad salvífica de Dios no tiene límites.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 16,1-13. No podéis servir a Dios y al dinero 

Lucas narra la parábola que llamamos del «administrado infiel», pero que tal vez sería mejor llamar del « administrador astuto». Jesús nos señala precisamente la habilidad con la que ha sido capaz de salir del enredo. «Y el amo alabó a aquel administrador inicuo, porque había obrado sagazmente. Y es que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su propia gente que los que pertenecen a la luz» (v. 8). El cálculo sagaz del administrador consiste en el hecho de que, cuando tenga lugar el despido, será recibido en casa de aquellos a quienes ha disminuido la deuda. Ha usado la riqueza que su señor le había confiado para hacerse amigos. El señor, que a buen seguro es Cristo (cf. Lc 16,6 y 11, 39), no alaba en absoluto el engaño, sino la astucia con la que «los que pertenecen a este mundo» se muestran más hábiles que los cristianos.

La enseñanza de Jesús es muy clara: los bienes son un obstáculo insuperable para el Reino; los ricos, que no invierten sus bienes en el gran río del Amor, no entrarán en el Reino. Dios y el dinero se oponen de manera frontal, como dos señores entre los que es preciso elegir: “Ningún criado puede servir a dos amos” (v. 13). O sea, no podemos servir a Dios y a este dinero, que Jesús llama «deshonesto» y que personifica en un poder absoluto opuesto al suyo —un poder que forma parte del reino de las tinieblas—. Jesús invita, en cambio, a sus discípulos a prevenir el posible despido dando su dinero en limosnas para ser recibidos «en las moradas eternas» (7,9). Este dinero tan peligroso puede ser convertido. Puede llegar a ser un tesoro para el Reino si es invertido por pura caridad en los hermanos. De este modo, el dinero puede convertirse también en una llave capaz de abrir el Reino. Ahora bien, con una condición: que sea gastado en obras de caridad.

«Ningún criado puede servir a dos amos..., no podéis servir a Dios y al dinero». Se trata de una declaración muy fuerte e incisiva, que pone claramente de manifiesto lo que está en juego. Es preciso saber elegir con precisión entre Dios y el dinero, o sea, entre el Dios del amor y el dios del dinero. El evangelio no subraya la falta de honestidad del administrador, sino la astucia de la que hace gala en la preparación de su futuro.

El Señor nos invita a preparar nuestro futuro y a darle cuentas de su gestión con la entrega de nuestros bienes a los pobres mediante un reparto que sea justo. La riqueza no es algo maldito en sí misma, sino un servicio y un don a los hermanos que el Señor nos da, una voluntad de compartir con ellos. Ahora bien, la riqueza puede ser asimismo un riesgo permanente. Una vez que la sed de riquezas se apodera de nosotros, ya no nos suelta. Tiende a someternos y a hacerse con todo nuestro interés. De este modo, poco a poco, Dios acaba por convertirse en algo secundario o, peor aún, acaba por convertirse en un adversario peligroso que es preciso eliminar absolutamente de nuestra propia vida. Por el contrario, cuanto más se convierte Dios en nuestro único amor, en el único sol de nuestra vida, en el todo de nuestro corazón, tanto más se debilita el amor a la riqueza, hasta desaparecer por completo, como en san Francisco de Asís, para quien Dios se convirtió en el único tesoro para compartir con los hermanos. O —como él mismo decía— en su “caja de caudales celestial”.

El Señor nos invita en la liturgia de hoy a practicar un discernimiento de lo que es esencial, de modo que nos desprendamos del dinero o —mejor— separemos el dinero de nosotros mismos para compartirlo como puro don de amor. En realidad, el problema principal no es apartar el dinero de nosotros, sino convertirlo en un valor para el Reino. Se trata de introducir el dinero en la corriente justa a través de la cual se abre la gracia de Dios un camino hasta nuestro corazón. Precisamente al lugar donde el amor de Dios impregna todo lo que constituye nuestra persona y donde, poco a poco, el amor lo invade todo hasta brillar como fuego incandescente de amor. Entonces tiene lugar el milagro: el dinero queda invertido en el Reino de Dios. Ya no hay «riqueza inicua».

Ahora, a través del amor a los necesitados, fructificará al ciento por uno. Ésa es la razón de que Pablo insista tanto en la necesidad de la oración: «Deseo, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos limpias de ira y altercados» (1 Tim 2,8). La pureza del corazón, desprendido de todo y orientado a Dios, es necesaria para que nuestra oración sea luz en un mundo plagado de injusticias, en donde el dinero se convierte con frecuencia en una trampa oscura para los hermanos.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 16, 1-13, para nuestros Mayores. Sabia previsión. 
Tanto si bajo la figura del amo (16,8) se está haciendo referencia a Jesús como si se está haciendo referencia al propietario terrateniente, la alabanza al administrador deshonesto resulta extraña. ¿Cómo puede ser alabado un hombre que se apropia indebidamente de los bienes de otro y se procura amigos a expensas del amo? Si prestamos más atención al texto, caemos en la cuenta de que la alabanza no va dirigida al comportamiento del administrador en su conjunto, sino sólo a su sagacidad. Él ha comprendido claramente la situación; ha reflexionado con atención sobre los pasos necesarios a dar y ha actuado de modo expeditivo y rápido. No se ha hecho ninguna ilusión y no ha dudado en absoluto. Mientras que todavía puede hacer algo, se preocupa de no quedarse, una vez despedido, sin casa y sin medios. Esta sagacidad es la alabada, no el medio injusto al que recurre para asegurarse el futuro. Los discípulos de Jesús deben actuar con idéntica sagacidad y sabia previsión. Jesús les dice que pueden aprender mucho de los hijos de este mundo respecto al análisis profundo de la situación, a la reflexión perspicaz y al comportamiento consecuente.

Con la expresión «los hijos de la luz» se alude a los discípulos de Jesús. El ha venido como luz del mundo. Quien le sigue tiene la luz, pero también debe dejarse guiar por la luz. Los discípulos de Jesús han de pensar con antelación en su porvenir para no encontrarse de improviso ante la nada. Deben preocuparse de ser acogidos en las moradas eternas. Su interés ha de dirigirse no tanto al futuro próximo, terreno, cuanto al futuro que se sitúa más allá de la muerte. Este futuro se gana o se pierde con la actuación del presente. Las «moradas eternas» indican la comunión estable, eterna con Dios. No se trata sólo de una vejez asegurada sobre esta tierra y de una acogida por parte de los hombres; se trata de la vida eterna y de la acogida por parte de Dios. Jesús hace accesible este futuro a los hijos de la luz. Pero ellos se han de preparar a él con un comportamiento previsor. También ellos deben usar los bienes terrenos de modo inteligente y capaz de asegurar el futuro, procurándose con ellos los amigos necesarios. Deben mostrarse administradores dignos de crédito y ser fieles hasta en las cosas más insignificantes. Esto lo podrán conseguir sólo si sirven a Dios, y no al dinero.

Su corazón ha de pertenecer a Dios. El debe ser el Señor que tienen y que aman. Sólo a partir de esta vinculación a él es posible una relación con los bienes terrenos que sea justa y capaz de asegurar el futuro. Quien reconoce a Dios como Señor, lo reconoce también como Señor de todos los bienes materiales y sabe que él no puede ser dueño absoluto, sino sólo administrador. De la justa relación con Dios depende todo lo demás. Quien sirve a Dios, está libre en relación con el dinero. El que sirve al dinero, constituye a este en su dios, se apega a él, espera de él la plenitud de la vida y no lo puede emplear ya libremente en favor de los demás.

La vinculación a Dios permite ser administradores fieles y fiables. Un administrador depende de su amo y es responsable ante él. No dispone de un bien propio, sino de los bienes de otro, de los bienes que Dios le ha confiado. Es fiel y digno de crédito si se deja guiar por la voluntad de su amo y no se comporta según su propio capricho. Todos sus pensamientos deben estar dirigidos a garantizar que no haya ningún perjuicio para el amo, que nada suceda contra la voluntad del amo y que se cumplan sus proyectos. Mediante la relación con los bienes del amo, el administrador muestra el valor de su relación con el amo. De este modo, los bienes terrenos nos son confiados para ponernos a prueba. Como administradores, debemos probar a través de estos bienes nuestra relación con Dios; debemos demostrar nuestra fidelidad y fiabilidad. Debemos emplear estos bienes en conformidad con las intenciones del Señor.

El uso justo de los bienes consiste en ganarse con ellos amigos, empleándolos en favor del prójimo. No debemos consumirlos para nosotros mismos. El administrador de la parábola, mientras podía hacer todavía algo, no utilizó los bienes del amo para pasar unos días espléndidos, sino que pensó en el futuro y lo preparó. Por tanto, los bienes terrenos no están destinados a ser consumidos de manera egoísta y a procuramos de este modo una buena vida, sino a ser empleados en relación con el futuro, de acuerdo con la voluntad de Dios. Ellos se han de convertir en bienes que aprovechen a nuestro prójimo. Jesús habla aquí sobre todo de los bienes materiales. Pero el discurso vale también para todos los demás bienes terrenos, entre los cuales están nuestras facultades espirituales, nuestras habilidades, talentos, conocimientos, etc. Todo esto se ha de emplear y administrar con fidelidad, sin ser derrochado para nuestro enaltecimiento y para el bienestar de nuestra persona.

Jesús exige sagacidad y previsión. Comienza así poniendo en crisis una relación con los bienes terrenos que sólo tenga en cuenta el presente. No es inteligente derrochar estos bienes en el goce del momento. Define además, y en ello insiste de manera especial, lo que es vinculante en nuestra relación con los bienes terrenos. Un punto de vista que atribuya al propio yo el derecho de disponer autónomamente de los propios bienes es falso. Las dimensiones «yo y mis bienes» no deben constituir un mundo cerrado. El Señor Dios y los otros hombres entran a formar parte de ese mundo de un modo determinante.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 16,1-13, de Joven para Joven. El mal administrador, es más astuto que los hijos de la luz. 

Jesús nos presenta hoy una parábola que provoca siempre en nosotros cierta incomodidad, porque habla de un administrador injusto al que alaba. Muchas de las personas que escuchan esta parábola se sienten desconcertadas al ver cómo Jesús alaba a un administrador injusto. Sin embargo, debemos tener presente lo que dice inmediatamente después de la alabanza: «Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».

Jesús pone un ejemplo tomado de la vida concreta: el de un administrador que se encuentra en una situación difícil —está a punto de ser despedido— y encuentra un medio para asegurarse una vida tranquila en el futuro.

Este hombre, acusado de derrochar los bienes de su señor, debe darle cuentas de su administración antes de que se la quiten. Nos encontramos frente a una situación preocupante, aunque merecida. Lo que Jesús quiere subrayar es que este hombre, en una situación que podría provocar miedo, angustia, no se deja desanimar, sino que encuentra un medio para asegurarse una vida tranquila después de que le despidan.

Se trata de un administrador que reflexiona, que busca una solución. Piensa: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo?” Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza».

Descarta estas dos soluciones, que, a primera vista, parecen posibles, pero que no le convienen.

Busca entonces otra solución, y la encuentra. De momento todavía tiene poder y, por consiguiente, puede decidir sobre las deudas que la gente tiene contraídas con su señor. Así pues, «fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Éste respondió: Cien barriles de aceite. Él le dijo: Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? El contestó: Cien fanegas de trigo. Le dijo: Aquí está tu recibo: escribe ochenta».

De este modo se aseguró el administrador la gratitud de estos deudores, que podrán ayudarle cuando deje de ser administrador.

Jesús presenta este ejemplo no para animar a ser deshonesto, sino para animar a la astucia. Leemos, efectivamente, en el evangelio: «Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido».

Y es verdad lo que dice Jesús inmediatamente después, a saber: que los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz. Sucede muchas veces que las personas no creyentes, sin principios religiosos, se muestran más ingeniosas que los creyentes.

Jesús quiere suscitar en nosotros con esta parábola cierta emulación; quiere decirnos: «Estas personas no se dejan desanimar por las circunstancias: encuentran soluciones. Así pues, vosotros, que sois discípulos míos, también debéis mostraros astutos, ingeniosos, buscar soluciones, incluso inesperadas».

Y nos pone un ejemplo de este comportamiento: «Ganaos amigos con el dinero injusto». Ganarse amigos fue lo que hizo el administrador. Pero Jesús lo entiende de un modo muy distinto, y nos dice: «Vosotros tenéis una riqueza, el dinero, que de por sí es inicuo —el dinero es siempre fuente de tentaciones: el que ama el dinero se dirige hacia la injusticia, hacia la deshonestidad—, pero debéis mostraros astutos: ganaos amigos con este dinero, que, de por sí, lleva a la deshonestidad y al goce de la vida de una manera egoísta». Se trata, por tanto, de distribuir el dinero entre quien lo necesita.

De este modo, el dinero inicuo, peligroso, se convertirá en fuente de muchas gracias y muchos bienes. Dice Jesús: «Ganaos amigos con el dinero injusto para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».

Estos amigos son los pobres, los necesitados. Si les ayudamos, ellos serán nuestros abogados ante el Padre del cielo.

Podemos recordar aquí la parábola de Lázaro y del rico epulón (cf. Lucas 16,19-31). Este último no actuó de manera que pudiera tener a Lázaro como abogado en el más allá; estableció una fuerte separación entre Lázaro y él, y el resultado fue que Lázaro, que ahora se encuentra en las moradas eternas, no puede ayudarle de ninguna manera.

A continuación, para demostrar que no pretendía en modo alguno aprobar la deshonestidad, Jesús pone en guardia contra ella, diciendo: «El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?».

Jesús continúa repitiendo aquí que los bienes materiales son peligrosos para el alma, porque favorecen el egoísmo, en vez de ayudar a vivir generosamente. Nosotros, en cambio, debemos ser fieles, considerarnos administradores del Señor, a fin de practicar su caridad generosa y delicada.

Jesús nos dice, por último, que debemos elegir: o la esclavitud respecto al dinero, o el servicio a Dios. No es posible servir a Dios y al dinero inicuo.

De ahí que el Señor nos invite a tener una actitud clara: ser inteligentes, ingeniosos, en el sentido del bien y, especialmente, en el sentido de la caridad generosa.

Debemos ser capaces de encontrar soluciones para ayudar a la gente necesitada; no debemos vivir con una actitud de inercia que nos impida hacer algo por ella, sino mostrarnos emprendedores.

En realidad, los cristianos se muestran a menudo muy generosos. La Iglesia no cesa de emprender iniciativas para ayudar a las personas necesitadas. Y esto facilita las cosas para los cristianos: cada uno puede colaborar con las iniciativas emprendidas ya por la Iglesia, a fin de progresar por el camino de la generosidad, en vez de dejarse contagiar por el espíritu del mundo, que lleva a la búsqueda del propio beneficio de todos los modos posibles.

La primera lectura nos muestra este espíritu mundano. El profeta Amós critica en ella con vigor la actitud del mundo, que anda siempre en busca de su propio beneficio, en vez de andar en busca de la justicia y de la verdad. Afirma: «Escuchad esto los que exprimís al pobre y despojáis a los miserables».

El espíritu del mundo es el de no tener ninguna piedad por los pobres, explotar su situación en beneficio propio, usando incluso medios deshonestos: «Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa».

El Señor no acepta nada de esto, no puede tolerarlo. Por eso debemos ser claros y saber que el Señor nos impulsa enérgicamente en el sentido de la verdadera generosidad.

La segunda lectura nos habla también de generosidad, aunque de una manera distinta y complementaria.

Los cristianos debemos ser generosos con todos los hombres, tener una caridad universal, que se manifiesta especialmente en la oración. Esta puede llegar, en efecto, a las personas allí donde se encuentren, mientras que los medios materiales son siempre limitados. Pablo dice a Timoteo: «Te ruego, pues, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres».

Vemos aquí la generosidad cristiana: debemos tener un corazón abierto a todo el mundo.

El apóstol afirma que es preciso orar de una manera particular por los que ejercen el poder, porque tienen una tarea muy importante para la vida de todos los hombres. Si los responsables del poder toman decisiones justas y generosas, quedan aseguradas la paz y «una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro» tanto para los cristianos como para los otros hombres.

Dios quiere que nuestra oración y nuestra caridad sean universales, porque su amor es universal. Pablo afirma que Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad». El Señor no se ocupa sólo de la salvación de unos pocos elegidos, sino de la de todos los hombres, y quiere que todos puedan beneficiarse de la redención llevada a cabo por medio de la cruz de Jesús.

Y continúa Pablo: «Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos». También está presente aquí la perspectiva universal.

Debemos tener esta perspectiva, sobre todo en la celebración de la Eucaristía dominical: vivir en el amor de Dios y, en unión con él, extender nuestra caridad a todos los necesitados del mundo.

La oración de los fieles, que hacemos después de recitar el Credo, va en este sentido: es una oración que busca corresponder a la invitación de Pablo a hacer «oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres».

Acojamos, por tanto, esta invitación del Señor, que pondrá en nuestro corazón un amor fuerte y generoso, y así nos guiará hacia la verdadera alegría.

Elevación Espiritual para este día.
Del amor a Dios nace el amor al prójimo, y el amor al prójimo alimenta el amor a Dios. Quien se olvida de amar a Dios no puede amar al prójimo; en cambio, progresamos en el más auténtico amor a Dios si antes nos alimentamos en el seno de su amor mediante el amor al prójimo. Puesto que el amor a Dios engendra el amor al prójimo, el Señor, que por medio de la ley había dicho: «Ama a tu prójimo» (Lv 19,18), dijo antes: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5); es decir, su amor debe echar raíces antes en el terreno de nuestro corazón, para que germine después a través de las ramas del amor fraterno.

Y que, a su vez, el amor de Dios se alimenta del amor al prójimo lo afirma Juan, el cual nos advierte: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). El amor a Dios nace, es cierto, por medio del temor, pero al crecer se transforma en afecto.

Reflexión Espiritual para el día.
El testimonio de la pobreza evangélica reviste diversas formas, que van desde el compromiso para desarraigar la pobreza a poner todos los bienes a disposición de la causa evangélica; desde llevar una vida sobria a compartir la vida de los más pobres. Cada Instituto tiene su forma de pobreza. Lo importante es que no sea sólo decorativa o de sólo palabras, sino que se caracterice por la entrega y la austeridad personal.

En el sínodo sobre la Vida consagrada, impresionó la intervención del japonés monseñor Soto, que confesó cándidamente que había comprendido a fondo el valor de la pobreza leyendo esta frase de santa Clara: «Amo la pobreza, porque fue amada por Jesús». Ahí reside el significado de la pobreza religiosa.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Labán
Especulación en los mercados, fraudes fiscales y comerciales, corrupciones políticas, esto es más o menos la denuncia que el profeta Amós (8,4-7) lanza con vehemencia contra la sociedad hebrea del siglo VIII a,C. También Jesús, con la parábola del administrador astuto pero infiel, explica una situación equívoca con una especie de contabilidad falsa (Lc 16,1-13). Las lecturas bíblicas de este domingo litúrgico ponen al descubierto una situación que es antigua y moderna, porque es constante la tentación del dinero y de la inmoralidad. Sobre este tema tendremos múltiples testimonios bíblicos que alegar: en realidad la Sagrada Escritura es una historia de la salvación y como «historia» incluye también el mal que Dios juzga y condena.

Por consiguiente vamos a escoger un personaje menor, el suegro del patriarca Jacob, Labán, para representar (también en el comportamiento para con el yerno) ese entramado de pequeños o grandes engaños que muchas veces regulan las relaciones económicas. El nombre Labán significa «blanco» y con él también se denominaba una localidad que cita la Biblia (Dt 1,1) aunque desconocida. Tal vez el término, usado también en Asiria, evocaba el candor de la luna, venerada como una divinidad. En el capítulo 29 del Génesis se relata el acuerdo estipulado entre Labán y Jacob —que estaban emparentados entre sí— para conceder a este último por mujer a una hija suya.

Pero en el antiguo Oriente Próximo este contrato suponía un importante aspecto económico (era la «dote» o mohar, es decir, el precio que había que pagar al padre de la esposa). Jacob se enamora a primera vista de Raquel, una muchacha fascinante; pero Labán quiere arreglar primero a la poco agraciada Lía. El acuerdo para obtener a Raquel comprende siete años de trabajo de Jacob para Labán. Pero, cumplido el plazo, Labán consigue con un truco endosarle a su sobrino a la pobre Lía. Ante las protestas de Jacob, aquel recurre a un sofisma jurídico para justificar su acción y propone un nuevo contrato para Raquel con otra prestación de Jacob de otros siete años.

De este modo el patriarca se encuentra al final con dos mujeres, después de una pesada dependencia del suegro prevaricador. Pero la avidez de Labán no terminará ahí, poniendo al descubierto esa aun sacra fames, es decir, esa abominable ansia de oro que ataca tantas veces a la humanidad. Cuando Jacob decida regresar a la tierra de Israel desde Siria, donde habitaba Labán, este vuelve a hacerle otra petición, una especie de contrato de rescisión a cambio de la cesión de la parte más importante y mejor del rebaño. Jacob recurre entonces a una técnica de reproducción muy curiosa para castigar el egoísmo de su suegro.

No podemos describirla ahora, pero forma parte de los antiguos conocimientos etológicos, es decir, del comportamiento animal; por consiguiente sugerimos a nuestros lectores que tomen la Biblia y lean el capítulo 30 del Génesis, versículos 25-43. Como un bumerán, la astucia de Labán es burlada y castigada por la astucia más aguda de su víctima, su sobrino y yerno, Jacob. Porque, como dice el Salmista, el injusto «cava una fosa bien profunda y cae en la fosa que él mismo excavó; su crimen cae sobre su cabeza y su violencia sobre su propia cerviz» (7,16-17). +

Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: