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martes, 21 de septiembre de 2010

Lecturas del día 21-09-2010

21 de Septiembre 2010 , MARTES DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. FIESTA SAN MATEO APÓSTOL EVANGELISTA.

LITURGIA DE LA PALABRA 

Efesios 4,1-7.11-13 . Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, evangelizadores
Salmo responsorial: 18. A toda la tierra alcanza su pregón.
Mateo 9,9-13 . Sígueme. Él se levantó y lo siguió

PRIMERA LECTURA.
Efesios 4,1-7.11-13
Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, evangelizadores
Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 18
R/.A toda la tierra alcanza su pregón. 

El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. R.

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.

SANTO EVANGELIO
Mateo 9,9-13
Sígueme. Él se levantó y lo siguió
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores."

Palabra de Dios.


San Mateo, es él mismo quien nos cuenta su conversión empleando unos términos extremadamente sencillos (Mt 9,1 -9). Por su parte, Lucas se complace en poner de relieve que, en aquella circunstancia, el banquete era signo del amor misericordioso de Jesús a todos los pecadores.

Mateo escribió un evangelio para la comunidad judeocristiana: esto se deduce de la estructura del mismo evangelio, que presenta a Jesús como el nuevo Moisés, como aquel que trae la ley del amor al nuevo pueblo de Dios. A continuación, Mateo pone una particular atención a la Iglesia, convocada, salvada e instituida por Jesús. Sólo él entre los evan9elistas sinópticos conoce el término «Iglesia», exactamente en dos lugares: 16,18 y 18,17.

Comentario de la Primera lectura: Efesios 4,1-7.11-13. Él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, evangelizadores
Pablo, al presentarse directamente como prisionero por el nombre del Señor, confiere una particular autoridad a su exhortación a vivir «con dignidad» la vocación cristiana. En virtud de esa vocación, todos los creyentes forman «un solo cuerpo» en Cristo Jesús, y eso exige un nuevo modo de vida, más allá del alejamiento de todo sentimiento de animosidad y discordia, para no romper «la unidad» llevada a cabo por el Espíritu Santo.

Es, efectivamente, el Espíritu Santo el que compagina el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, si los miembros se oponen entre ellos, ¿cómo podrá organizarse el cuerpo? La primera ley de vida es, pues, la armonía, la «paz», que es el indispensable cemento de la unidad. Se imponen, por consiguiente, motivos teológicos que impongan al cristiano la unidad espiritual con los hermanos: todo en su vida ha de tener un carácter de sociabilidad y una dimensión comunitaria. Es único el cuerpo de la Iglesia, y está animado por un único «Espíritu»; única es la «esperanza» de la salvación eterna a la que nos llama la fe en Cristo; único es el «Señor» Jesús, que ha roto el muro de la división y de la enemistad (cf. 2,14) y ha proporcionado a todos los mismos medios de salvación: la fe y el bautismo. Sin embargo, el motivo fundamental de esta unidad reside en la universal paternidad de Dios, que está presente en todo redimido con su acción y con su inhabitación mediante la gracia.

La clara profesión de fe trinitaria, contenida en nuestro pasaje, fundamenta el valor de los «carismas» aquí enumerados. De ellos se describe también el fin hacia el cual deben converger en la economía del cuerpo místico de Cristo: un fin eminentemente social, a saber: la edificación completa de este cuerpo, que se obtendrá cuando todos hayamos alcanzado la «perfecta unidad» de fe y de «conocimiento» amoroso de Cristo. De este modo, la perfección personal y colectiva expresará la medida en «que alcancemos en plenitud la talla de Cristo» (v. 13).

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 9,9-13. Sígueme. Él se levantó y lo siguió
Cafarnaún estaba situada en los confines del territorio de Herodes Antipa con el de su hermano Filipo, sobre la arteria comercial que conducía desde Damasco al Mediterráneo. Esto explica la presencia de numerosos encargados del cobro de las tasas, la odiada clase de los publicanos, en aquella zona.

Toda la atención del texto está centrada en la prontitud de la respuesta de Mateo, presentado como «Leví, hijo de Alfeo» en Marcos y Lucas, respecto a la llamada de Jesús, y también en el tipo de gente que asiste al banquete, tal vez de despedida, que Mateo ofrece a sus ex colegas a fin de subrayar la seriedad de su opción. El hecho de ver a muchos publicanos y pecadores comiendo con Jesús y con sus discípulos escandaliza a los fariseos, porque en Oriente comer juntos significaba comunidad de vida y de sentimientos. Al conversar con los publicanos y los pecadores, Jesús muestra que está en la línea de la «misericordia» y reprocha a los fariseos su legalismo, que los hace insensibles a las auténticas necesidades del Espíritu, además de incapaces de comprender las auténticas necesidades del prójimo.

El problema de las comidas tomadas en común por cristianos de procedencia pagana y los de origen judío fue muy importante en la primera generación cristiana. Mateo, ya evangelista, quiere presentar una enseñanza de Cristo a su Iglesia. El Maestro, tanto de palabra como con el ejemplo, les ofrece una lección: Dios exige de nosotros sobre todo gestos de misericordia, más que actos cultuales.

Jesús, al llamar a Mateo y sentarse a la mesa con los pecadores, aparece como aquel que ha realizado la voluntad de Dios. Y toda su misión de llamada misericordiosa a los pecadores a la salvación ha sido el cumplimiento de la Palabra de Dios expresada en las Escrituras.

Frente al Dios discriminador presentado por el culto de los judíos de estricta observancia, el Dios revelado por la palabra y por la acción de Jesús es un Dios de misericordia, un Dios que acoge a los perdidos y les ofrece una nueva posibilidad de rehacerse; hasta alcanzar, mediante su gracia, la «perfecta unidad» interior, que en la primera lectura es “hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo” (V. 13).

tera en el amor (Mt 5,45). En nuestra relación con el Señor no hemos de olvidar jamás que Dios Trinidad ama a los pecadores. M. Quoist ha dicho muy teológicamente: “Dios no es alguien al que hay que amar, sino Alguien por quien hay que dejarse amar”. Esta convicción es el punto de arranque de una espiritualidad verdaderamente evangélica, que implica una actitud de profunda humildad y de profunda gratitud.

“¿Qué es lo que tengo que hacer para ser un cristiano de verdad?”, pregunta el campesino Paolo a Francisco de Asís. “Creer que Dios te ama”, le responde el poverello. “¿Aunque sea un blasfemo y un perdido?”, pregunta Paolo. “Aunque seas un blasfemo y un perdido”, repite Francisco. Y añade: “Pero ten en cuenta que tienes que creerlo de verdad”. Sabía perfectamente que no es fácil creerlo en serio.

Éste es el mensaje nuclear que grita el relato de hoy. El amor gratuito e incondicional de Dios Padre-Madre ha de impulsarnos a amar a los alejados, a los pecadores, no “a pesar de”, sino precisamente “porque” son pecadores, como lo hace Jesús: son los hermanos “pródigos”, los más necesitados, los enfermos que necesitan del médico. Los amamos por el bien de ellos ya que anhelan, sin saberlo, la Buena Noticia, el encuentro con el Señor, como le ocurrió a Mateo, Zaqueo, Pablo y otros muchos...

Los alejados y pecadores, conscientes de su miseria, están más abiertos a la acción del Espíritu que los escribas y fariseos de todos los tiempos, que no se convierten porque creen que no tienen nada importante que cambiar en sus vidas anémicas. Hemos de acercarnos como Jesús a estas “malas compañías” por el bien de la comunidad cristiana, que los necesita. ¡Cuánto hubiéramos perdido sin la conversión de Mateo, Pablo, Francisco de Asís, L. Bloy, y. Messori...! Los convertidos son transfusiones de sangre vigorosa para las comunidades.

Hay que reconocer que es más lo que se habla que lo que se hace con respecto al acercamiento a los alejados. Muchas declaraciones, eso sí, pero pocos hechos. H. Cámara se quejaba de que le criticaran por hacerlo: “Que nadie se irrite al yerme con los considerados “pecadores”. Mi puerta y mi corazón estarán abiertos a todos, absolutamente a todos”. Esto es lo que dice Jesús en el relato de hoy.

¡Esto hay que celebrarlo! El banquete es un regalo mutuo entre Jesús y Mateo, Jesús le honra con su presencia, signo de su amistad. Y es un regalo de Mateo que quiere celebrar la nueva amistad y la nueva vida que ha iniciado. Es mucho lo que deja, a lo que renuncia. Es un hombre rico. Pero entiende que seguir al rabí de Nazaret es una gran ganancia. Ha vendido todo para comprar el tesoro del Reino (Mt 13,44). No sólo no se lamenta de lo que deja, sino que es tal su alegría por la dicha lograda, que necesita celebrarlo por todo lo alto y compartir su alegría con los compañeros.

Esta comida de Jesús con los pecadores es símbolo del gran banquete del Reino, abierto a todos. También a nosotros, pecadores, nos perdona y nos sienta a su mesa. Aquí somos invitados no a comer suculentos manjares corporales, sino los increíbles manjares del Reino: su palabra, su cuerpo y sangre, signos supremos de su amistad.

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 9, 9-13, para nuestros Mayores. Misericordia quiero y no tanto culto.
Este es un "relato de controversia" entre Jesús y los fariseos en el marco de la vocación de Mateo. El relato describe un encuentro casual con un hombre llamado Mateo que tiene como profesión ser recaudador de impuestos o tasas. El hecho de hallarse sentado en el despacho de impuestos, indica que es un empleado subalterno. Los recaudadores subalternos eran frecuentemente judíos y en Galilea estaban al servicio de la administración romana, su nacionalidad judía los hacía doblemente odiosos a sus compatriotas, quienes los consideraban instrumentos de dominación de los romanos y antipatriota por traicionar a su pueblo colaborando con el poder imperial invasor. La profesión de recaudador era considerada deshonesta, pues sus agentes aparecían ávidos de dinero, interesados y explotadores, renegados religiosa y políticamente. No se cuidaban ni poco ni mucho de la ley religiosa y, por otra parte, tenían trato frecuente con paganos, considerados pecadores e impuros. Por todo eso, los observantes de la ley los tachaban de pecadores; como a los paganos, los creían rechazados por Dios y los relegaban con sus familias, tratándolos de impuros.

Jesús invita a Mateo a que lo siga y de esta manera abre una nueva brecha en la discriminación religiosa y social, invitando a su grupo a un hombre de pésima reputación, a un indeseable excluido de la sociedad y del amor de Dios. Mateo es el prototipo de los pecadores o impuros que están fuera de Israel, y sin embargo es llamado por Jesús para que haga parte del reino de Dios. Con su llamado empieza la puesta en marcha del mensaje de la universalidad del Reino. Mateo se levantó y le siguió dejando su profesión, es decir, asumiendo la nueva condición de vida que le propone Jesús. Con su gesto, Mateo cumple la condición para el seguimiento, la ruptura con el pasado, manifiesta en la adhesión a Jesús que lo libera del pecado y le da la posibilidad de comenzar una nueva vida.

En los vv. 10-13 se narra la hospitalidad de Mateo y su invitación a Jesús a una comida de despedida con amigos "publicanos" y "pecadores". Sabemos que el Judaísmo farisaico evitaba el contacto con gentiles y judíos que no observaran la ley; estos eran los rechazados sociales de la comunidad y ningún rabino consentiría en juntarse con ellos. Los fariseos, al ver como Jesús se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, se sorprendieron de tal manera que no pudieron ocultar su hostilidad, lo cual provoca una respuesta tajante de Jesús. "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal". Jesús pone, por encima del culto y de la mera observancia de una forma externa de vida, las relaciones humanas. El texto expresa la compasión de Jesús hacia los pecadores, pero al mismo tiempo se enfrenta y ataca la justicia autosuficiente de los fariseos. Por tanto, los que no se reconocen enfermos no llaman al médico ni lo reciben; no tienen curación posible. Nadie puede acercarse a Jesús, a menos que se confiese pecador. Jesús es el médico; si cura al enfermo, al paralítico, es para simbolizar que también sana la enfermedad del pecado.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9-13; 26, de Joven para Joven. Jesús, los pecadores y el ayuno; curación de una mujer y resurrección de una niña.
El milagro de la curación del paralítico —en el que Jesús se manifiesta como alguien que tiene el poder de perdonar los pecados— va seguido en el relato de Mateo por la llamada de un publicano. Son dos episodios, a primera vista diferentes, pero, en realidad, afines entre sí. Sorprende, en primer lugar, el nombre: Mateo —«don de Dios)>— en vez de Leví, como se dice en el evangelio según Marcos y en el evangelio según Lucas. ¿Acaso fue Jesús mismo quien «renombró» precisamente a aquel a quien se atribuye el evangelio que estamos meditando?

Como el paralítico, también Mateo fue liberado del gran pecado que le tiranizaba: el apego al dinero. Al breve e intenso relato de la vocación —una simple orden por parte de Jesús y un acto de prontísima obediencia por parte del llamado (v. 9) — le sigue una controversia: los fariseos murmuran porque Jesús se sienta a la mesa con personas consideradas «impuras». En efecto, los publicanos, como recaudadores de impuestos, tenían fama de ladrones y favorecedores del dominio extranjero. Mateo, poniendo en labios del Rabí una sentencia bíblica por la que siente un particular aprecio, ilumina el comportamiento del Maestro: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6). Si participa en banquetes con pecadores es para manifestar la misericordia infinita del Padre, que le ha enviado a la tierra como médico de los enfermos para llevar la salvación a todos.

La persona de Jesús está destinada a suscitar las reacciones más diversas: asombro y alegría en los corazones abiertos, hostilidad y escándalo en el que se considera justo. Está también el que, perplejo y desorientado, emprende un camino de búsqueda: los discípulos de Juan, que practicaban ayunos suplementarios para apresurar la venida del Reino, interrogan a Jesús sobre el comportamiento anómalo de sus seguidores. La respuesta de Jesús, que alude a sí mismo como al esposo, representa el punto focal del fragmento. Desde ahora se revela que su acción salvífica está unida inseparablemente a la perspectiva de una suerte trágica que le arrancará con violencia de sus discípulos (cf. Is 53, en particular el v. 8).

Vienen, a continuación, las dos sentencias parabólicas del remiendo de paño nuevo al vestido viejo y del vino nuevo puesto en odres viejos (vv. 16s): ambas manifiestan que la novedad del evangelio no puede ser encerrada en los esquemas religiosos precedentes. Jesús comunica una nueva vida que supera y derriba todas las barreras, incluso la de la muerte. Lo experimenta el que cree en la eficacia de su palabra, como atestiguan los dos milagros referidos en los versículos siguientes: la curación de la mujer que sufría pérdidas de sangre y la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga. Los relatos, despojados de todo detalle anecdótico, hacen converger la mirada sobre Jesús, el único Salvador.

La vocación de Mateo está contada en un solo versículo. Jesús vio a un hombre, le llamó y él «se levantó y lo siguió». Esta puede ser la historia de cada uno de nosotros, si reconocemos a Jesús cuando sale a nuestro encuentro en medio de nuestros compromisos, de nuestro pecado. La vocación no es, en efecto, únicamente un acontecimiento extraordinario que sucede una vez en la vida para transformarla de manera radical. El Señor renueva cada día su llamada y nos lleva siempre más adelante por el camino del seguimiento; Jesús posa su mirada sobre nosotros en cada momento cargada con el mismo amor con el que desde siempre pensó y quiso nuestra existencia. No desdeña sentarse a la mesa con nosotros, pecadores, entra en comunión con nosotros y acepta comer nuestro pan, mientras que él mismo es para nosotros Pan de vida.

Cada hombre está invitado a la mesa del Señor: por muy pecador que sea, por muy indigno que se reconozca, puede aceptar la invitación con alegría, porque Jesús viene a buscar precisamente al que está enfermo y perdido, sin escandalizarse de nuestra miseria ni detenerse ante la dureza de nuestro corazón. No es que esté ciego para no ver el mal, pero es un Esposo enamorado: sólo el amor cura las heridas más graves. No tengamos miedo, por tanto, a presentarnos ante él. Es seguro que nuestros odres viejos no pueden contener la fragancia espumante de la vida nueva que Jesús viene a ofrecernos, pero es él mismo quien nos llama: es preciso que seamos capaces de captar el momento, de decir sí simplemente y seguirle sin dudas.

El camino nos llevará a revivir también el momento en que el Esposo será perseguido, condenado y ejecutado. Es la hora de la cruz, la hora de la fidelidad a toda prueba, la hora de la gracia suprema, porque es precisamente en el momento de la mayor debilidad cuando Jesús, Jesús se hace reconocer como fuerza de vida, capaz de hacer resucitar incluso a los muertos.

A nosotros se nos pide una fe sencilla y perseverante; una fe —como la de la hemorroisa y la del jefe de la sinagoga— simultáneamente audaz e indiferente a ser objeto de mofa, una fe que encuentra su fuerza en mantenerse adherida de una manera tenaz al «manto de Jesús», es decir, a la lectura y a la relectura del evangelio, segura de que sólo en Cristo hay salvación y de que sólo él tiene derecho a ser el «Señor» de nuestra vida.

Elevación Espiritual para este día.
Gracias, Señor, por la compasión tan grande que te has dignado dispensar por nuestra redención, y te mego: haz que podamos ser en verdad partícipes eternamente de esta redención y de la salvación eterna que hay en ti. “¿Quién al oír decir al apóstol: «Esta palabra es verdadera: Jesucristo ha venido a este mundo para salvar a los pecadores?”, no pronunciará al mismo tiempo una alabanza y una oración ni dirá: «A ti, Señor, la alabanza, a ti la acción de gracias, porque en tu gran misericordia buscas la vida y no la muerte del pecador. Dígnate, Señor, concedernos tu justificación por nuestros pecados y salvarnos con la salvación eterna»?

Cuando oímos, pues, las palabras de Cristo con las que se nos refieren o prometen sus beneficios, debemos abundar, como nos enseña el apóstol, en acciones de gracias a él. Ahora bien, el ánimo de aquel que ama y está repleto de deseo, una vez realizada la acción de gracias, debe añadir la oración para ser hecho digno de sus promesas (Juan el Cartujo).

Reflexión Espiritual para el día.
Las palabras «quiero misericordia, no sacrificios» (Mt 9,1 3) marcan un importante paso hacia adelante de la conciencia humana, pero, por desgracia, después de dos mil años, son muy pocos los que se han dado cuenta de esto: el paso de la religión del Padre a la del Hijo. El Padre experimentado como Soberano absoluto, como el Juez inapelable, que premio a los buenos y castiga a los pecadores; la conciencia necesitada de sacrificios expiatorios, de machos cabríos sobre los que depositar los pecados propios y los comunitarios. Por otra parte, la conciencia solar, creadora y portadora de vida. El árbol frutal da con arrebato sus frutos, y su alegría aumenta con el crecimiento de la abundancia de los frutos; no castiga a los animales y a los hombres que los comen; su tarea es sustentar a las criaturas que tienen necesidad de sus dones. Del mismo modo, el seguidor de la religión del Hijo vive para distribuir la misericordia, no para levantar altares sobre los que inmolar víctimas.

La experiencia cristiana se encuentra en el fatigoso y laborioso camino que va de la religión del Padre, del Rigor y del Juicio irreformable, a la religión del Hijo, que no juzga, no condena, no culpa a ninguna criatura, sino que con mano generosa distribuye amor y misericordia, no apaga el pábilo vacilante, no quiebra la caña cascada. Moisés había declarado que el hombre es la imagen de Dios en la creación; Cristo nos dice que el Hijo y los hijos del hombre están llamados a despojarse del temor y del temblor de los siervos, y a abrirse a la alegría vital de sentirse hijos de Dios.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Mateo es llamado por dos evangelistas, Levi .
Ambos nombres son de origen judíos. El último lo obtuvo antes de su conversión, el otro lo tomo después, para mostrar la renuncia a su profesión y que era un hombre nuevo. Hijo de Alfeo, vivió en Cafarnaúm, en el lago de Galilea.

Fue por profesión un publicano, o colector de impuestos para los romanos. Entre los judíos, estos publicanos fueron más infames y odiosos porque esta nación los miraba como enemigos de su privilegio de libertad natural que Dios les había dado, y como personas manchadas por su conversación frecuente y asociación con los paganos, y la esclavización sobre sus compatriotas. Los Judíos los aborrecían universalmente, veían sus propiedades o dinero como fortunas de ladrones, les prohibieron su comunión y participación en su actividades religiosas, al igual que de todos eventos de la sociedad cívica y de comercio. Tertuliano esta ciertamente equivocado cuando afirma que solo los gentiles fueron empleados en este oficio sórdido como San Jerónimo demuestra en varios pasajes de los evangelios. Y es cierto que San Mateo fue Judío, aunque un publicano.

Su oficio dice haber consistido particularmente en acumular costumbres de comodidades que vinieron por el Genesareth o Tiberias, y un peaje que los pasajeros pagaban al venir por agua; San Marco dice que San Mateo mantuvo su oficio de cobro de peaje al lado del lago, donde él se sentaba. Jesús, habiendo últimamente curado un paralítico famoso, salió de Cafarnaúm, y camino sobre los bancos del lago o mar de Genesareth, enseñando las personas que le seguían. Aquí el observó a Mateo que realizaba su trabajo de cobro de peaje a quien él llamó a venir y a seguirle. El hombre era rico, disfrutaba de un sueldo lucrativo, era un hombre sabio y prudente, y entendía perfectamente lo que seguir a Jesús le costaría. Pero el no tuvo miramientos y dejo todos sus intereses y relaciones para hacerse un discipular del Señor. No sabemos si el ya estaba relacionado con la persona o doctrina de nuestro Salvador, especialmente como estaba cerca de Cafarnaúm, y su casa parece haber sido en la ciudad, donde Cristo había vivido por algún tiempo, había predicado y hechos muchos milagros, por lo cual él estaba en algún medido preparando a recibir la impresión que el llamado de Jesús había hecho sobre él.

San Jerónimo dice que un cierto aire de majestad brilló en la continencia de Nuestro Divino Redentor, y traspaso su alma y lo atrajo fuertemente. Este apóstol, a la primera invitación, rompió todas ataduras; dejo sus riquezas, su familia, su preocupaciones del mundo, sus placeres, y su profesión. Su conversión fue sincera y perfecta. San Mateo nunca regreso a su oficio porque era una profesión peligrosa, y una ocasión de avaricia, opresión, y extorsión. San Mateo, al convertirse, para mostrar que no estaba descontento con su cambio, pero que lo miraba como su mas gran felicidad, entretuvo a Nuestro Señor y sus discípulos en una gran comida en su casa a donde invito sus amigos, especialmente los de su ultima profesión, como si esperaba que por medio de la divina conversación de Nuestro Salvador, ellos también quizás sean convertidos.

Después de la ascensión de Nuestro Señor, San Mateo predicó por varios años en Judea y en los países cercanos hasta la dispersión de los apóstoles. Un poco antes de la dispersión escribió su evangelio, o pequeña historia de Nuestro Bendito Redentor. Que la compiló antes de su dispersión aparece no solo porque fue escrito antes de los otros evangelios, sino también el Apóstol Bartolomé se llevo una copia con el a la India, y la dejo allí. San Mateo escribió su evangelio para satisfacer los conversos de Palestina. El Evangelio de San Mateo desciende a un detalle más particular y completo en las acciones de Cristo que los otros tres, pero desde el Capitulo V al XIV el frecuentemente se distingue de los otros en la serie de su narrativos, ignorando el orden del tiempo, para que esas instrucciones que tienen más afinidad una con la otra, estén relacionadas juntas. Este evangelista más bien enfoca sobre las lecciones de moralidad de Nuestro Salvador, y describe su temporal o generación humana, en que las promesas hechas a Abraham y David respecto al nacimiento del Mesías de su semilla fueron realizados; tal argumento inducía de manera particular a los Judíos para que creyeran en el.

San Mateo, después de haber hecho una gran cosecha de almas en Judea, fue a predicar la fe a las naciones bárbaras e incivilizadas del Este. El era una persona muy devota a la contemplación celestial y llevaba una vida austera, usando una dieta muy rigurosa; pues no comía carne en vez satisfacía su apetito con hierbas, raíces, semillas. San Ambrosio dice que Dios le abrió el País de los Persas. Rufinus y Sócrates nos dicen que el llevo el evangelio a Etiopía, significando probablemente las partes Sur y Este de Asia. San Paulino menciona que el terminó su curso en Parthia. Venantus Fortunatus relata que el sufrió el martirio en Nudubaz, una ciudad en esas partes. Dorotheus dice que él fue honorablemente enterrado en Hierapolis en Porthia. Sus reliquias fueron traídas al Oeste. El Papa Gregorio VII, en una carta al Obispo de Salerno en 1.080, testifica que fueron guardados en una iglesia que tenía el nombre de la ciudad. Todavía están en este lugar.+


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