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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Lecturas del día 29-09-2010


29 de Septiembre 2010, MIÉRCOLES DE LA XXVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SANTOS ARCÁNGELES MIGUEL, RGABRIEL Y RAFAEL.

LITURGIA DE LA PALABRA

Daniel 7,9-10.13-14. Miles y miles le servían
O bien: Apocalipsis 12,7-12a. Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón
Salmo responsorial: 137. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Juan 1,47-51. Veréis a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre


El 29 de septiembre se celebraba en Roma, en el siglo V, el aniversario de la Dedicación de una iglesia en honor al arcángel san Miguel. La iglesia estaba situada en la calle Salario. A esa fecha se pensó añadir el recuerdo de los otros arcángeles y de «todas las potencias incorpóreas» recordadas en días diferentes.

Miguel, nombre que en hebreo significa «¿quién como Dios?», es el arcángel defensor contra Satanás y sus satélites (Ap 12,7), el protector de los amigos de Dios (Dn 10,13.21), el que vigila sobre el pueblo (Dn 1 2,1).

De Gabriel —«fuerza de Dios», al pie de la letra— dice la Escritura que está «en la presencia de Dios» (Lc 1 ,1 9). Es el ángel enviado a llevar los anuncios alegres: el nacimiento del Bautista (Lc 1,11-20) y el de Jesús (Lc 1 ,26-38); por otra parte, en el Antiguo Testamento, había revelado ya a Daniel los secretos del plan de Dios respecto a la historia (Dn 8,16; 9,21ss).

Rafael —que significa «Dios ha curado»— figura también entre los siete ángeles que están ante el trono de Dios (Tob 1 2,15; cf. Ap 8,2). Tiene una función de asistencia; acompañó a Tobías en su viaje y curó a su padre de la ceguera.

Cristo, que abarca el cosmos y da sentido a la historia, y en cuyo servicio cooperan miríadas de ángeles.

El mundo trascendente de Dios —el cielo— está ahora abierto: en Jesús, Hijo del hombre, Dios desciende entre los hombres, y los hombres pueden subir en él a Dios. Y los ángeles son ministros de este maravilloso intercambio, de esta inesperada comunión.

Formamos parte de un designio de contornos ilimitados, cuyo artífice es Dios. Inmersos en un cosmos animado por presencias invisibles que participan con nosotros en el proyecto de Dios, somos constructores de una historia que tiene en Cristo su centro y su término. El camino prosigue en la lucha, en un conflicto implacable con las fuerzas del mal, las cuales, sin embargo, no podrán destruir nunca el Reino que Dios ha confiado al Hijo del hombre. El combate durará hasta el final de los tiempos, llevado adelante en primera línea por los santos ángeles de Dios: los arcángeles, guiados por Miguel, y todas las criaturas espirituales fieles al Señor.

Esta realidad que nuestros ojos no pueden ver nos ha sido revelada a fin de que, con la fe, la esperanza y la caridad abundante en la vida diaria, combatamos el buen combate y apresuremos así la consumación del Reino de Dios. Si ofrecemos humildemente nuestra contribución, se nos concederá una límpida mirada interior: contemplaremos entonces la Misericordia que ha abierto los cielos y ha venido a morar entre nosotros para abrirnos el acceso al Padre, a fin de que con los ángeles podamos subir hasta su intimidad. El ha desvelado para nosotros el misterio del hombre, para que con los ángeles aprendamos a descender junto a cada hermano. Nos ha introducido en su Reino a fin de que, convertidos en voz de toda criatura, cantemos eternamente con el coro angélico la gloria de Dios.

PRIMERA LECTURA.
Daniel 7,9-10.13-14
Miles y miles le servían
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.



Palabra de Dios

O bien:

Apocalipsis 12,7-12a
Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón 

Se trabó una batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles declararon la guerra al dragón. Lucharon el dragón y sus ángeles, pero no vencieron, y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y al gran dragón, a la serpiente primordial que se llama diablo y Satanás, y extravía la tierra entera, lo precipitaron a la tierra, y a sus ángeles con él. Se oyó una gran voz en el cielo: Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Pero esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 137
R/.Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;  delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario. R.



Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R.


Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,  al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R.


SANTO EVANGELIO.
Juan 1,47-51
Veréis a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Natanael le contesta: "¿De qué me conoces?" Jesús le responde: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi." Natanael respondió: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel." Jesús le contestó: "¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores." Y añadió: "Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."



Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: Daniel 7,9-10.13ss. Miles y miles le servían.
A Daniel se le concede la visión de acontecimientos futuros (vv. 1-8) y, de un modo más profundo, se le hace partícipe del juicio de Dios sobre ellos y sobre toda la historia (vv. 9ss). Más allá de las apariencias, los poderosos de este mundo no son nada; el Señor es el verdadero y único Rey (v. 9c). Una corte inmensa de ángeles le sirve y le asiste en la realización de su designio. La contemplación del profeta se vuelve después todavía más penetrante: se le concede vislumbrar cuál es ese designio. Ve, en efecto, aparecer un «hijo de hombre» de origen divino (viene, de hecho, sobre las nubes), a quien Dios confía la soberanía universal, un poder eterno y su mismo Reino, que las fuerzas del mal nunca podrán destruir (v. 14). El «Hijo de hombre» es, por consiguiente, el centro y el fin del proyecto de Dios sobre la historia, pero su cumplimiento —anticipado ahora en la profecía— tendrá lugar en el tiempo establecido y los ángeles colaborarán en ello.



Comentario de la Primera Lectura: Ap 12,7-12ª. Miguel y, sus ángeles declararon la guerra al dragón.

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.
El cántico que acabamos de elevar al «Señor Dios omnipotente», propuesto por la Liturgia de las Vísperas, es el resultado de una selección de algunos versículos de los capítulos 11 y 12 del Apocalipsis. Ya se ha escuchado la última de las siete trompetas que resuenan en este libro de lucha y de esperanza. Entonces, los veinticuatro ancianos de la corte celestial, que representan a todos los justos de la Antigua y de la Nueva Alianza (Cf. Apocalipsis 4, 4; 11, 16), entonan un himno que quizá ya era utilizado en la asambleas litúrgicas de la Iglesia de los orígenes. Adoran al Dios soberano del mundo y de la historia, dispuesto a instaurar su reino de justicia, de amor y de verdad.



En esta oración se siente palpitar el corazón de los justos que esperan la venida del Señor para que haga más luminosas las vicisitudes humanas, con frecuencia sumergidas en las tinieblas del pecado, de la injusticia, de la mentira y de la violencia.


El canto entonado por los veinticuatro ancianos queda modula por la referencia a dos salmos: el salmo 2, que es un canto mesiánico (Cf. 2, 1-5) y el salmo 98, que celebra la realeza divina (Cf. 98, 1). De este modo, se exalta el juicio justo y resolutivo que el Señor va a pronunciar sobre toda la historia humana.


Esta intervención benéfica tiene dos aspectos, como dos son las características que definen el rostro de Dios. Él es juez, sí, pero también salvador; condena el mal, pero recompensa la fidelidad; es justicia, pero sobre todo amor.


La identidad de los justos, ya salvados en el Reino de Dios, es significativa. Se distribuyen en tres categorías de «siervos» del Señor, es decir, los profetas, los santos, y quienes temen su nombre (Cf. Apocalipsis 11, 18). Es una especie de retrato espiritual del pueblo de Dios, según los dones recibidos en el bautismo y florecidos en la vida de fe y de amor. Un perfil que se encarna tanto en los pequeños como en los grandes (Cf. 19, 5).


Nuestro himno, como ya se ha dicho, se elabora también utilizando versículos del capítulo 12, que hacen referencia a un escenario grandioso y glorioso del Apocalipsis. En él se enfrentan la mujer que ha dado a luz al Mesías y el dragón de la maldad y de la violencia. En este duelo entre el bien y el mal, entre la Iglesia y Satanás, de repente resuena una voz celestial que anuncia la derrota del «Acusador» (Cf. 12, 10). Este nombre es la traducción del nombre hebreo «Satán», dado a un personaje que, según el libro de Job, es miembro de la corte celestial de Dios, en el que desempeña el papel de fiscal (Cf. Job 1, 9-11; 2, 4-5; Zacarías 3, 1).


«Acusaba a nuestros hermanos ante nuestro Dios día y noche», es decir, ponía en duda la sinceridad de la fe de los justos. Ahora el dragón satánico es acallado y en la raíz de su derrota está «la sangre del Cordero» (Apocalipsis 12, 11), la pasión y la muerte de Cristo redentor.


A su victoria se le asocian el testimonio del martirio de los cristianos. Se da una partición en la obra redentora del Cordero por parte de los fieles que «no amaron tanto su vida que temieran la muerte» (ibídem). Recuerda las palabras de Cristo: «El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna» (Juan 12, 25).


El solista celestial que entona el cántico lo concluye invitando a todo el coro angélico a unirse al himno de alegría por la salvación alcanzada (Cf. Apocalipsis 12, 12). Nosotros nos unimos a esa voz en nuestra acción de gracias festiva y llena de esperanza, a pesar de las pruebas que marcan nuestro camino hacia la gloria.


Lo hacemos escuchando las palabras que el mártir san Policarpo dirigía al «Señor Dios omnipotente» cuando ya estaba atado para ser quemado: «Señor Dios omnipotente, padre de tu amado y bendito hijo Jesucristo..., ¡Te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!» («Actas y pasiones de los mártires» --«Atti e passioni dei martiri»--, Milán 1987, p. 23).




Comentario al Salmo 137. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
A la sombra de Israel. Este salmo proclama la "trascendencia" de Dios: "¡qué grande es tu gloria!" nada original, esto lo hacen todas las religiones auténticas. Toma tiempo dejarse invadir por este sentimiento de adoración que hace "prosternar", el rostro contra el polvo, como dice el salmo, hasta tomar conciencia de "ante quién estás".



Lo que es original, en la revelación que Dios hace de sí mismo a Israel es ante todo, que este Dios "trascendente" mira a los humildes con predilección. Prodigio de lo infinitamente grande, ante lo infinitamente pequeño. La grandeza de Dios no es aplastante, es la grandeza del amor, la "Hessed", sentimiento que llega hasta las entrañas. La palabra aparece dos veces en este salmo. Si es amor, Dios da la vida, Dios salva. Dios está contra todo lo que hace daño, su mano se abate contra los enemigos del hombre", su mano "protege al pobre rodeado de peligros"... ¡Que tu "mano", Señor, no deje incompleta su obra!


Finalmente este mensaje, esta "palabra" (aparece dos veces en este salmo) recibida gozosamente por Israel, y destinada un día a todos los hombres. "Te alabarán, todos los reyes de la tierra, cuando oigan las palabras de tu boca". Los reyes representan a su pueblo; a través de ellos, todos los pueblos darán gracias a Dios, en el día escatológico del Mesías. ¡Admirable visión universalista!


Lectura del Salmo con Jesús. Nada cuesta poner este salmo en boca de Jesús. Repitamos una vez más, nunca lo diremos bastante, que Jesús "dijo" este salmo, dándole una dimensión de oración personal. La suya.
¡La gloria del Padre! "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". "Padre, glorifica tu nombre". (Juan 12,28). "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos". (Mateo 5,16).


Acción de gracias. Sentimiento dominante del alma de Jesús, una especie de exultación sonora, íntima, que sin cesar, afloraba a sus labios: "te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los pequeños".(Mateo 11,25). Aun los milagros, a menudo, los hacía con una oración de alabanza: "tomó los siete panes y los peces, dio gracias, y los repartió..." (Mateo 15,36). El instante cumbre de su vida, su "hora", como decía el mismo Jesús, fue una celebración de acción de gracias, que nos pidió repetir "en memoria suya": "tomó el pan, y después de dar gracias, lo partió diciendo: esto es mi cuerpo entregado por vosotros. Y con la copa hizo lo mismo después de la comida".(Lucas 22,19 - 20).


El amor a los humildes, a los pequeños... Esta "mirada" divina que transforma las situaciones, desinflando a los orgullosos, y exaltando a los pequeños. Escuchamos, anticipadamente el canto de acción de gracias del Magníficat. Para Jesús, la "grandeza del Altísimo", lejos de ser un poder aterrador, era la seguridad llena de dulzura de que un amor todopoderoso se ocupa de esta creación hecha por El. "Ni un pajarillo cae a tierra sin que vuestro Padre celestial lo vea". Y continúa el salmo: "por excelso que sea el Señor, atiende al más humilde". Fórmulas como éstas, nos muestran hasta qué punto Jesús estaba familiarizado con el pensamiento de los salmos.


Lectura del Salmo en nuestro tiempo. El redescubrimiento de la "adoración". Mientras más se manifiesta el mundo moderno como un mundo vacío de Dios y de sentido, hombres y mujeres experimentan por contraste el deseo de una gran "respiración" en "aquello que los supera": la opinión cada vez más frecuente de que el hombre es pequeño, de que la naturaleza y el cosmos son más grandes que nosotros. Esto ha sido siempre verdad. No es nada nuevo. Pero puede llevar al hombre contemporáneo hacia "el más allá de todo", Dios. Hay días en que estamos forzados a reconocer que "¡Dios es el más fuerte!" Y lo que llama la atención, como dice el salmo, es que nuestra derrota aparente, nuestra confesión, se convierten maravillosamente en acción de gracias. Porque el poder, la trascendencia de Dios es de amarnos con amor de "Hessed", de ternura hacia los más pequeños. Entonces, alegre, me rindo, me doy por vencido, y estoy feliz. ¡Adoro la prodigiosa grandeza de tu amor que supera todo!


El redescubrimiento del "amor"... Del amor de Dios para nosotros. Pensamos demasiado en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por El! ¡No sé si te amo, Señor, pero si de algo estoy seguro, es que Tú me amas! Y este amor, el tuyo, es eterno... Aun si el mío es voluble, pasajero, infiel. Para Ti, lo "dado" es dado. Lo "prometido, es prometido". "Te doy gracias por tu palabra". La fidelidad conyugal, los esfuerzos que muchas parejas tienen que hacer para mantenerla y acrecentarla, son gracia de Dios. ¡La fuente del amor es Dios! "Todo hombre que ama verdaderamente, conoce a Dios", nos dice San Juan (Juan 4,7-8). Hagamos la experiencia: somos amados de Dios, y "el otro-difícil-de-amar" ¡es también amado por Dios! Eso cambia todo. Nos preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir: "amad a vuestros enemigos". Pues bien, meted en la cabeza y en el corazón que Dios, El, ama a vuestros enemigos. Entonces, si decís que amáis a Dios... sacad la conclusión.


El universalismo del proyecto de Dios. Que Israel, pueblo "escogido", haya podido, hace más de 20 siglos, pensar en una religión universal, en una inmensa "acción de gracias" que sube de todos los pueblos, da una idea de la verdad de su experiencia religiosa. Nosotros, creyentes de hoy, no pensamos a veces que nuestras "eucaristías" no son un pequeño culto de privilegiados, sino la inmensa proa de este navío que lleva hacia Dios la humanidad, ¡lo sepa ella o no! Las pobres eucaristías de nuestras grandes ciudades paganas... son la punta de lanza de la caravana humana. ¡Un día, "todos los reyes, todos los pueblos, celebrarán la acción de gracias" que es ya la nuestra por el amor y la verdad de Dios que se han revelado en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros!


"¡No abandones Señor, la obra de tus manos!" Oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy. Dios en acción, hoy. Y si mi oración no es perezosa... Yo también, Señor, en acción contigo. En "acción"... ¿para hacer qué? Para amar, porque "Dios es amor".


Comentario del Santo Evangelio: Juan 1,47-51. Veréis a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.
Se trata de una visión de la realidad que va más allá de la percepción inmediata; esta perícopa la revela. « Ven y verás», había sido la invitación de Felipe a Natanael. Y Jesús, al ver a Natanael que venía a su encuentro, exclama: «Ve (así al pie de la letra) un israelita...». Su ver es un «conocer», que llega al mismo tiempo al corazón y a los acontecimientos que vive el hombre (v. 48). De este sentirse vistos/conocidos en todos los aspectos de la propia vida nace la apertura a la fe y la disponibilidad al seguimiento (v. 49). Entonces es cuando Jesús puede prometer al discípulo la entrada en una visión de la realidad semejante a la que tiene él mismo: «¡Verás cosas mucho más grandes que ésa! veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (vv. 5Oss), es decir, que el discípulo comprenderá la inmensa profundidad del misterio de Cristo, que abarca el cosmos y da sentido a la historia, y en cuyo servicio cooperan miríadas de ángeles.



El mundo trascendente de Dios —el cielo— está ahora abierto: en Jesús, Hijo del hombre, Dios desciende entre los hombres, y los hombres pueden subir en él a Dios. Y los ángeles son ministros de este maravilloso intercambio, de esta inesperada comunión.


Formamos parte de un designio de contornos ilimitados, cuyo artífice es Dios. Inmersos en un cosmos animado por presencias invisibles que participan con nosotros en el proyecto de Dios, somos constructores de una historia que tiene en Cristo su centro y su término. El camino prosigue en la lucha, en un conflicto implacable con las fuerzas del mal, las cuales, sin embargo, no podrán destruir nunca el Reino que Dios ha confiado al Hijo del hombre. El combate durará hasta el final de los tiempos, llevado adelante en primera línea por los santos ángeles de Dios: los arcángeles, guiados por Miguel, y todas las criaturas espirituales fieles al Señor.


Esta realidad que nuestros ojos no pueden ver nos ha sido revelada a fin de que, con la fe, la esperanza y la caridad abundante en la vida diaria, combatamos el buen combate y apresuremos así la consumación del Reino de Dios. Si ofrecemos humildemente nuestra contribución, se nos concederá una límpida mirada interior: contemplaremos entonces la Misericordia que ha abierto los cielos y ha venido a morar entre nosotros para abrirnos el acceso al Padre, a fin de que con los ángeles podamos subir hasta su intimidad. El ha desvelado para nosotros el misterio del hombre, para que con los ángeles aprendamos a descender junto a cada hermano. Nos ha introducido en su Reino a fin de que, convertidos en voz de toda criatura, cantemos eternamente con el coro angélico la gloria de Dios.


Comentario del Santo Evangelio: Juan 1, 47-51, para nuestros Mayores. Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
Dios nos ha enviado a su propio Hijo para que quienes, por medio de la fe, entremos en comunión de vida con Él, vivamos como verdaderos hijos de Dios sin doblez. Dios sabe de nuestra cercanía a Él. Él nos contempla aún antes de que iniciemos nuestro camino que nos lleve a encontrarnos y a unirnos a Él. Esforcémonos continuamente en escuchar con fidelidad su Palabra para que, en verdad, seamos dignos de contemplar y gozar lo máximo que Dios puede ofrecernos: su Gloria como hijos en el Hijo. Jesús se ha convertido para nosotros como en la Scala Sancta (Escalera Santa) por la cual podemos llegar a la posesión de los Bienes que nuestro Padre Dios ha reservado para lo que le viven fieles. Fuera de Jesús no hay otro Camino que nos conduzca al Padre, no hay otro camino que nos haga conocer el amor de Dios. Por Él suben los mensajeros divinos para experimentar el amor de Dios y volver después a sus hermanos para proclamarles lo que sus ojos vieron, lo que sus oídos oyeron, lo que sus manos tocaron, lo que en su vida experimentaron acerca del Hijo de Dios, acerca del amor que Dios nos tiene, y acerca de los bienes que Dios ha reservado para nosotros. Nadie puede pretender convertirse en mensajero de la Buena Nueva, si antes no ha subido a Dios mediante la oración, meditación y experiencia de su Palabra, pues sólo quienes vienen del Desierto Sonoro, donde sólo se ha vivido en intimidad con Dios, pueden darnos testimonio de Él, ya que no son los sabios conforme a los criterios de este mundo, sino los santos quienes pueden colaborar para que la salvación llegue a nosotros.



Celebrando en esta Eucaristía la festividad de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, celebramos al mismo Dios que ha santificado, por medio de Jesús, incluso a los mismos espíritus celestes, pues nadie puede ver ni gozar de Dios sino por medio de Jesús, ya que no hay otro Nombre en el cielo (para los espíritus celestes) ni en la tierra (para los hombres) mediante el cual se pueda alcanzar la salvación. Se está a favor o en contra de Jesús; quien lo acepta y está dispuesto a hacer su voluntad, alcanza la perfección, la santidad que nos viene por medio de Él. Nosotros, mientras caminamos por este mundo, decidimos hacer nuestra la fe en Jesús y entrar en comunión de vida con Él. Vivimos la fe en un constante vaivén de fidelidad-infidelidad-fidelidad. Terminado nuestro camino por este mundo no habrá posibilidad de rectificación de aquello que, finalmente hayamos decidido. Entonces quedaremos estables en un punto de perfección o imperfección; entonces, por medio de Cristo, habremos subido para estar con el Señor eternamente; o por nuestro rechazo de Cristo habremos descendido para alejarnos para siempre de Él; finalmente Él hará que muchos caigan o se levanten convirtiéndose, así, en signo de contradicción. Ojalá y nuestra unión con el Señor en esta Eucaristía no sea sólo un haber venido a su presencia movidos por la tradición cristiana, sino por la frescura del amor que nos lleve a entrar en comunión de Vida con Cristo para iniciar un camino que nos haga ser, día a día, un signo cada vez más claro del Amor de Dios y de su Vida, de su Salvación que se hace entrega a favor de todos los hombres por medio de su Iglesia; entonces, nuestra Comunidad de Fe, será, por su unión con Cristo, la forma que la Providencia ha querido regalar a la humanidad para que todos puedan subir, acercarse, tener acceso a Aquel que es la Vida, el Amor, la Paz, la Gloria que se ofrece a toda la humanidad.


Dios, habiéndonos llenado de su Vida, de su Amor, de su Misericordia; finalmente llenándonos de su Presencia, quiere que vayamos a nuestras labores diarias como mensajeros suyos, llevando todos estos dones a todas las personas. Quien vive como mensajero de la destrucción y de la muerte quiere decir que, aun cuando aparentemente se une a Dios mediante el Culto en comunidad y la oración personal, finalmente ha unido su vida al mal y no a Dios, que es la Bondad misma. Tratemos de no ser mensajeros de malas, sino de la Buena Noticia del amor misericordioso de Dios. Que llevemos ese mensaje de salvación no sólo con los labios, sino con las obras, con las actitudes y con la vida misma. Entonces, en verdad, estaremos colaborando para que, quienes entren en contacto con nosotros, puedan acercarse cada día más a Dios con un corazón que no sólo se purifique del mal, sino que se llene de la presencia del mismo Dios para pasar, por esta vida, haciendo el bien a todos.


Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María y de los santos Arcángeles que hoy celebramos, la gracia de tener una fuerte experiencia personal de Cristo en nosotros, de tal forma que, en verdad, seamos portadores de la vida de la gracia que Dios quiere que llegue a todos los hombres. Amén.


Miguel, Gabriel, Rafael.


¡Oh espíritus señeros


arcángeles mensajeros de Dios, que estáis junto a él!


A vuestro lado se sienten


alas de fiel protección,


el incienso de oración y el corazón obediente.


‘¿Quién como Dios?’


es la enseña; es el grito de Miguel...


Gabriel trae la embajada...,


al ‘Sí’ de la Virgen Madre...


Rafael


nos encamina por la ruta verdadera...


¡Oh Dios!, Tú que nos diste a los ángeles por guías y mensajeros, concédenos ser también sus compañeros del cielo. Amén.


Comentario del Santo Evangelio: Jn 1, 47-51,de Joven para Joven. Veréis a los mensajeros de Dios bajando y subiendo sobre el hijo del Hombre.
En el evangelio de hoy, día de los tres arcángeles, Gabriel, Rafael y Miguel, Jesús, anuncia a Natanael -que lo reconoce como Hijo de Dios y rey de Israel-, un tiempo en el que el cielo quedará abierto y los ángeles, mensajeros de Dios, antes recluidos en el cielo, bajarán y subirán trayendo y llevando mensajes de Dios a los hombres y de éstos a Dios, modo de decir que llegará un día en el que Dios y el hombre podrán comunicarse directamente. Este texto alude al sueño de Jacob en Betel (Gn 28,11-27). Según este, Jacob vio “una rampa que arrancaba del suelo y tocaba el cielo con la cima. Ángeles (mensajeros) de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en lo alto y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra donde te has acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur, y todas las naciones del mundo serán benditas por causa tuya y de tu descendencia”. Este sueño se hace realidad con Jesús, el Hijo del hombre, que hace posible en la cruz la plena comunicación del hombre con Dios, a cuyos pies nace un nuevo pueblo formado, no sólo por judíos, sino por todos los pueblos de la tierra, sobre el que Dios reinará. La promesa de Dios a Abrahán llega a su plena realización en Jesús. Nunca antes había existido una comunicación tan plena entre Dios y los hombres.



Gabriel, Rafael y Miguel son símbolos de esa comunicación entre Dios y los hombres, un Dios que en Jesús infunde fuerza, (Gabriel= Dios es fuerte), sana (Rafael: Dios sana) y se muestra totalmente diferente (Miguel = quién como Dios), como Padre de todos.


«Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»


Hoy, en la fiesta de los Santos Arcángeles, Jesús manifiesta a sus Apóstoles y a todos la presencia de sus ángeles y la relación que con Él tienen. Los ángeles están en la gloria celestial, donde alaban perennemente al Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios. Lo rodean y están a su servicio.


«Subir y bajar» nos recuerda el episodio del sueño del Patriarca Jacob, quien dormido sobre una piedra durante su viaje a la tierra de origen de su familia (Mesopotamia), ve a los ángeles que “bajan y suben” por una misteriosa escalera que une el cielo y la tierra, mientras Dios mismo está de pié junto a él y le comunica su mensaje. Notemos la relación entre la comunicación divina y la presencia activa de los ángeles.


Así, Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Se llaman, precisamente, “arcángeles”, es decir, príncipes de los ángeles, porque son enviados para las más grandes misiones.


Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención (cf. Lc 1). Miguel lucha contra los ángeles rebeldes y los expulsa del cielo (cf. Ap 12). Nos anuncia, así, el misterio de la justicia divina, que también se ejerció en sus ángeles cuando se rebelaron, y nos da la seguridad de su victoria y la nuestra sobre el mal. Rafael acompaña a Tobías “junior”, lo defiende y lo aconseja y cura finalmente al padre Tobit (cf. Tob). Por esta vía, nos anuncia la presencia de los ángeles junto a cada uno de nosotros: el ángel que llamamos de la Guarda.


Aprendamos de esta celebración de los arcángeles que “suben y bajan” sobre el Hijo del hombre, que sirven a Dios, pero le sirven en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien.


Los ángeles ministros de Dios. En estos días en que vivimos tan dependientes de lo inmediato y tangible, tan condicionados por lo práctico a corto plazo, tan predispuestos a no aceptar sino lo que podemos directamente comprobar, pues la mentira se ha establecido entre los hombres, podría parecer de ilusos hablar de ángeles; si no fuera porque se refiere Jesús a ellos en distintos momentos y porque la Iglesia los describe como seres espirituales, no corporales, como enseña unánimemente la Sagrada Escritura y la Tradición. Son criaturas personales e inmortales, dotadas de inteligencia y voluntad, que superan en perfección a todos los seres visibles.


La fe católica y la aceptación de la Biblia conducen de modo necesario a considerar a las criaturas angélicas como otra más de las obras de Dios. Los ángeles se encuentran presentes de tal modo en la historia de la relación de los hombres con Dios, que si negáramos su existencia nada de esa relación se podría sostener. Aparecen, de hecho, junto al hombre con toda naturalidad, como un elemento más de esa existencia sobrenatural y trascendente, que nos ha sido revelada. Y su presencia es habitual: unos personajes espirituales, según se desprende de su comportamiento –no están sujetos a las leyes físicas como el hombre– que, en ocasiones, se designan por su nombre propio, como es el caso de Miguel, Gabriel y Rafael. Los vemos al comienzo de la historia de la salvación, en el Paraíso, y en otros numerosos momentos de esa historia, casi siempre como mensajeros de Dios. Especialmente significativo, en este sentido, es el anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios a María, por medio del arcángel Gabriel, con lo que dio comienzo la singular y salvadora presencia de Dios en el mundo.


El mismo Jesucristo habla de ellos varias veces. Por ejemplo, cuando se refiere al fin del mundo: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles... Pero antes habían aparecido ya en gran número con ocasión de su nacimiento, anunciando el hecho a los pastores de Belén; le sirvieron en el desierto después de su ayuno y de haber sido tentado por el diablo; un ángel le confortará en la agonía de Getsemaní; están presentes junto al sepulcro de Cristo resucitado; cuando ascendió finalmente a los cielos, hacen caer a sus discípulos en la cuenta de la realidad que vivían, para que comenzarán sin más dilación la extensión del Evangelio.


Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar y que sirven a sus designios salvíficos con las otras criaturas, declara el "Catecismo de la Iglesia Católica". Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos, afirma santo Tomás de Aquino. Y el propio "Catecismo": Los ángeles rodean a Cristo, su Señor. Le sirven particularmente en el cumplimiento de su misión salvífica para con los hombres y la Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano. Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral. Si no mantuviéramos con segura certeza la existencia de los ángeles, ya que aparecen como otra más de las verdades reveladas, estaríamos negando la razón de credibilidad en la fe, que no es verdadera y cierta por ser razonable, sino por la autoridad infalible de Dios que revela.


La Iglesia habla asimismo de la existencia de los demonios, que son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios, como afirma el "Catecismo de la Iglesia Católica", y repetidamente han recordado los últimos Romanos Pontífices: que es un ser personal que induce a los hombres a separarse de Dios.


La fiesta de los tres arcángeles que hoy celebramos, debe ser una buena ocasión para que fomentemos más el trato con estos espíritu celestiales. Los ángeles custodios está junto cada uno para asistirnos en nuestro camino hasta la casa del Cielo. No queramos menospreciar a ese príncipe del Paraíso, que desea colaborar con nuestras fuerzas, mientras deseamos ser cada día más agradables a Dios. San Josemaría nos recuerda uno de tantos detalles, recogidos en la Escritura, de natural familiaridad de los primeros fieles con sus ángeles: Bebe en la fuente clara de los "Hechos de los Apóstoles": en el capítulo XII, Pedro, por ministerio de Ángeles libre de la cárcel, se encamina a casa de la madre de Marcos. —No quieren creer a la criadita, que afirma que está Pedro a la puerta. "Ángelus ejus est!" — ¡será su Ángel!, decían.


—Mira con qué confianza trataban a sus Custodios los primeros cristianos.


— ¿Y tú?


Entre muchos otros piropos, dedicamos a nuestra Madre del Cielo el de Reina de los Ángeles. A Ella suplicamos confiadamente que nos recuerde, siempre que sea preciso, que contamos para nuestro bien con la poderosa y amable asistencia de nuestro ángel.


Los grandes arcángeles de Dios testimonian para nosotros la fidelidad y la pasión y celo con que los hijos de Dios han de alabar a su Creador. Ellos, lejos de ser seres desconocidos y “mitológicos” representan los mejores compañeros de viaje, los mejores sanadores del corazón, los mejores defensores de los intereses de Dios en el mundo.


San Miguel es el fiero defensor de Dios. La narración del Apocalipsis nos lo muestra expulsando a Satanás de los dominios de Dios, al gran traidor y padre de la mentira que osó rebelarse contra un Dios tan bondadoso. Encendido de celo por el Señor blandió la espada y arrojó a todos los obradores de iniquidad al único lugar en donde pudiesen soportar su soberbia y su rebelión. Por eso san Miguel es en quien el cristiano halla el mejor baluarte para defenderse de las asechanzas demoníacas y gran modelo de fidelidad a Dios. De él hemos de aprender el celo por las cosas de Dios, celo que consume de pasión y que lleva a una acción inmediata, tajante, sobre todo cuando Dios se está viendo ofendido por sus enemigos que incitan sin cesar a la rebelión y desunión.


San Gabriel quizás fue el más afortunado de entre todas las criaturas celestes. A él siempre lo mandaron a dar mensajes. A él le tocó dar el mensaje más hermoso jamás oído a la criatura más hermosa jamás vista. Hablar de él lleva irremediablemente a la contemplación de la Toda Pura, Nuestra Madre de cielo, María. Su ejemplo nos debe enseñar a predicar sin miedos los designios de Dios a nuestros hermanos en la fe y, sobre todo, a testimoniar las maravillas obradas por Dios en Ella. Levantemos confiados la mirada a la Madre y pidamos auxilio al arcángel mensajero para ser fieles a la palabra de Dios en el mundo.


San Rafael representa la mano providente de Dios que no se olvida de sus hijos que sufren en el mundo. A él le tocó sanar muchas heridas del cuerpo y, sobre todo, del alma. Por eso es el arcángel que cura, que alivia las penas del alma, que sabe confortar y comprender al que sufre. De él hemos de aprender a ser un consuelo más que un horrible peso, para el hermano que lo necesita. De él, la confianza inamovible en la acción cierta de Dios en el mundo.


De los tres hemos de aprender a saber servir más que ser servidos. Porque los ángeles son ministros de Dios. Y de los tres a estar pendientes de su cierta acción en favor nuestro. ¿Quién sabe si un día cualquiera hemos sido ayudados por un ángel del Señor?


No cerremos las puertas a nadie, no sea que se las estemos cerrando a uno de estos mensajeros, o más terriblemente, al mismo Señor de la vida y de la historia.


Los testimonios sobre la existencia de los ángeles en la Sagrada Escritura no deja dudad de la existencia de estos seres espirituales creados por Dios para su servicio, pero también para el servicio de nosotros los hombres. Por ello la Iglesia invoca a san Miguel Arcángel como fiel defensor de los proyectos de Dios y para someter el ataque de Satanás sobre los cristianos. Invoca a san Rafael en las enfermedades y para proteger las ciudades contra las grandes catástrofes. Finalmente invoca a san Gabriel, como el mensajero de confianza de Dios por medio del cual nos da a conocer sus proyectos salvíficos y por medio del cual nuestra respuesta llega a su presencia. No tengamos temor de invocarlos y de solicitar su intercesión.


En la lectura continuada que venimos haciendo del libro de Job y del evangelio de Lucas, hoy la liturgia nos propone un paréntesis con la celebración de los Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.


Los tres textos de este día están unidos exteriormente por los personajes de los ángeles, si bien tratan temas diversos. La primera lectura habla del triunfo de Cristo y sus seguidores sobre sus enemigos, el salmo responsorial es una acción de gracias a Dios por sus expresiones (misericordia, fidelidad, gloria, etc.), y en el evangelio se condensa la teología joánica: Jesús es rabí, Hijo de Dios, Rey de Israel.


Volvamos al punto de unión, los ángeles. Son seres que adquirieron un protagonismo excepcional en la literatura sagrada y profana del pueblo hebreo, conocida como apocalíptica, entre los siglos III a.C. y II d.C. Había ángeles buenos y malos, de rango inferior y de grado superior, novato y veterano. Capaces todos ellos de dominar cualquier situación o criatura mundana o semimundana. Se les veía generalmente en los espacios celestes sosteniendo luchas perpetuas acompañadas de los más extraordinarios fenómenos atmosféricos o de cualquier otro orden imaginable. Y por encima de todo estaba el Dios supremo, el dueño de todo y conocedor del desenlace de todas las batallas.


¿Por qué este tipo de imágenes? Exactamente no lo sabemos (como ocurre al preguntarnos por la causa de la aparición de un determinado género literario). Lo que sí es cierto es que en esta época Israel, por un lado, y los cristianos por otro, comparten situaciones similares: el rechazo, unas veces directo y otras más encubierto, por parte de las autoridades civiles y/o religiosas, o de cualquier otro grupo influyente. Los grados a los que llegó esta oposición fue muy variada.


La actualización del mensaje es clara: la celebración de los Santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael nos acerca a las situaciones de rechazo individuales o comunitarias, para confiar que el bien tendrá la última palabra en nuestro mundo, y para que esta convicción nos haga ser personas y comunidades de salvación.


Elevación Espiritual para este día.
No debemos creer que se confíe un determinado encargo a un ángel por casualidad: por ejemplo, a Rafael el encargo de curar y medicar; a Gabriel, el de apoyar en el combate contra las pasiones; a Miguel, el de ocuparse de las oraciones y de las súplicas de los mortales. Cada uno de ellos ha recibido estas tareas por los méritos, las inclinaciones, y las capacidades de las que dio pruebas antes de la creación de este mundo. Entonces se asignó a cada uno este o aquel ministerio; otros merecieron ser asignados al orden de los ángeles y actuar bajo este o aquel arcángel, este o aquel guía de su orden. Todo esto fue ordenado por el apropiado y justo juicio de Dios y dispuesto por aquel que ha juzgado y analizado los méritos de cada uno: así, a uno le ha sido confiada la Iglesia de los efesios, y a otro, la de los esmirniotas (cf. Ap 2,1.8); éste es el ángel de Pedro, aquél el de Pablo (cf. Hch 12,7; 27,23). A cada uno de los más pequeños de la Iglesia se le ha asignado este o aquel ángel, que contempla cada día el rostro de Dios (cf. Mt 18,10), y se señala al ángel que se disponga en torno a los que temen a Dios.


No debemos pensar que todo esto sucede así de manera accidental o por casualidad, ni siquiera porque hayan sido creados tales por naturaleza, para evitar que también a este respecto se acuse al Creador de parcialidad. Creamos, más bien, que todo fue asignado por Dios, absolutamente justo y rector imparcial del universo, según los méritos, las capacidades, la energía y el ingenio de cada uno.


Reflexión Espiritual para el día.
Según los Padres, los ángeles personifican las potencias celestes y han sido puestos por Dios junto a los pueblos como guías. Los ángeles toman una parte muy activa en la existencia histórica del mundo: llevan a cabo, bajo la guía del arcángel Miguel, una batalla contra los demonios, potencias de la nada y remedos de los ángeles, y salvaguardan el orden cósmico. Según san Basilio, los ángeles del Juicio «pesan» las almas. Ellos, que asisten a toda acción divina, están presentes de un modo particular en el martirio. La escala de Jacob los muestra como mensajeros de Dios. Están como «adheridos» a la Palabra y a la voluntad de Dios y las personifican. Cuando Dios decide curar, su voluntad toma la figura del ángel Rafael.


Cada vez que un ángel aparece es para transmitir y realizar algo de parte de Dios. Los ángeles muestran el «cielo», puesto que existen y actúan en un sentido que va de Dios hacia los hombres. Aunque mantiene su poder de revelación directa, Dios se revela la mayoría de las veces por medio de los ángeles, que son como los portadores de sus energías, de su luz y de su revelación. Hasta el punto de que los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en el encinar de Mambré son considerados, sobre todo en la tradición iconográfica, como las figuras de las tres Personas divinas, el icono de la Trinidad. El ángel es un lugar teofánico, manifestación viviente de Dios: el nombre de Dios está en él y con el nombre su presencia.


El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Los ángeles le servian por miles.
Contexto: La visión de las cuatro bestias y el "hijo del hombre".



-Siguiendo la línea del cap. 2, este cap. 7 nos habla de la sucesión de diversos imperios en el devenir histórico bajo el símbolo de cuatro bestias que salen del mar, fuerza caótica y morada de seres hostiles a la divinidad.


-La liturgia nos tiene acostumbrados a recortar los textos bíblicos del Antiguo Testamento. Pero como nosotros nos preocupamos más de la intelección del texto que de la mera duración temporal, propongo leer todo el cap.: vs. 1-14, visión, y vs. 15-28, explicación: - Según la concepción mítica, el océano del que surgen las bestias es morada de potencias hostiles a la divinidad. Y de esta concepción mítica se hace eco la Biblia para presentarnos el mar como algo hostil, caótico... del que surgen las cuatro bestias que representan cuatro imperios. El león alado es Nabucodonosor, monarca de Babilonia (cfr. cap. 2): cortadas las alas de su soberbia puede razonar, comportarse como hombre. El oso, medio erguido, representa a Media, animal feroz siempre dispuesto a atacar y nunca satisfecho. El leopardo o pantera, con cuatro cabezas y cuatro alas, simboliza al imperio persa con su gran agilidad para apoderarse de todo el mundo. La cuarta fiera no es identificable, pero es más feroz que las demás. Los dientes de hierro pueden hacer alusión a Alejando Magno y al imperio griego; los diez cuernos aludirían a los sucesores de Alejandro y el cuerno más pequeño sería el perverso Antíoco, quien vence a los otros tres cuernos para hacerse con el poder.


-Las cuatro fieras se suceden en la historia, pero no han sido capaces de mejorar a la humanidad. Por eso es necesario un juicio universal. El anciano es el mismo Dios, con un vestido blanco como símbolo de victoria y de poder; el fuego que de él brota ejecuta la sentencia, sentándose sobre un trono (=tribunal) para juzgar a la vez a todas las potencias de nuestra historia. Por su gran perversidad la última bestia es consumida por el fuego, a las otras tres se les arrebata el poder, pero pueden continuar existiendo.


-En los vs. 13-14 aparece "como un hombre", es decir, una figura humana, un ser no divino que contrasta con las bestias ya descritas y a quien se le concede todo el poder y autoridad que antes poseía Nabucodonosor; su reino no tendrá fin. La interpretación del v. 18 no identifica a este hombre con un ser individual (luego tampoco con el Mesías), sino con la comunidad de Israel, "los Santos del Altísimo" (vs. 18. 22. 27). Y esta comunidad no puede ser un imperio más que se limita a destronar a los anteriores, sino que debe instaurarse con ella una nueva vida que haga posible el reinado de Dios en nuestro mundo, la instauración de una vida humana, la implantación y dominio de la razón sobre la fuerza y la sinrazón.


-La sucesión de imperios no ha mejorado la humanidad. Las estructuras políticas, sociales, religiosas... de nuestro mundo son muy distintas; pero toda estructura es poder, y todo poder puede conllevar ferocidad, afán devastador... Por eso, como antídoto a la sinrazón de la fuerza, a la violencia, a las fieras de turno..., debe oírse la voz humana de la razón, debe implantarse un nuevo reino. Esta es la tarea de los nuevos "Santos del Altísimo", la comunidad cristiana que no puede conformarse con implantar un nuevo poder, sino un "modo de vida" distinto.


-Muchos intérpretes han visto en el cuerno pequeño que profería insolencias al Anticristo en oposición a ese "hijo de hombre" a quien identifican con el Mesías. Interpretación que no fluye del texto, pero que es válida como símbolo. El Mesías es el "hijo del hombre" perfecto, no como título, sino como representante más perfecto; la verdadera imagen del padre. De la misma manera el "cuerno" simboliza toda la sinrazón, la brutalidad, lo inhumano.


Comienza aquí la segunda parte del libro de Daniel. Después de los relatos relativos a Daniel y sus compañeros, encontramos ahora las visiones de Daniel, clasificadas según un orden cronológico análogo al de los relatos. La primera visión está contada como un sueño simbólico. Trata de las cuatro fieras y el Hijo del Hombre (vv. 2-14), lo que será explicado por un ángel posteriormente (vv. 15-28). Se quiere presentar a Dios como señor del tiempo y de la historia. Para evocar su presencia el lenguaje de la fe recurre a representaciones simbólicas donde subsisten los vestigios de antiguas mitologías despojadas de su lado negativo: Dios es presentado como un anciano sin edad rodeado de una corte de servidores. Dios queda velado pero se reconoce su presencia y su acción en la historia del hombre. Apocalipsis de consuelo y coraje.


No hay asesor para Dios. El solamente juzga. En el NT, será el Hijo del Hombre el que se constituirá en juez, asistido por los ángeles (Mt 25, 31) y descrito con los rasgos del anciano de Dn 7 (Ap 1, 13-14). Cristo prometerá a sus discípulos participar en esta función judicial (Mt 19, 28; Lc 22, 30). Hay aquí subyacente toda una concepción de la historia de pecado. Todo conduce hacia un juicio final, hacia un gran discernimiento histórico. Aquí se inscriben todas las pruebas que el pueblo de Dios pasará en cualquier tiempo a causa de su fe. El rechazo o aceptación del reino se convertirá en un motivo de discernimiento en el momento último.


v. 13: "una especie de hombre".- Lit.: "un hijo de la humanidad". El simbolismo del hombre se opone aquí al de los monstruos que le han precedido: su venida entre las nubes lo sitúa en un contexto de divinidad. Tenemos aquí una influencia clara de las teofanías del AT en las que Dios aparece en la nube (cf. Ex 34, 6; Lev 16, 2; Núm. 11, 25). La tradición judía posterior lo identificará con el mesías (Parábolas de Enoc, 46), lo que se justifica en un contexto cultural en el que todo grupo se incorpora, de alguna manera, a su jefe. La liturgia, en la misma línea, ve en este Hombre a aquel, que constituye la esperanza del creyente. De ahí que este pasaje, aplicado al triunfo de Jesús, sea también un mensaje de esperanza.


El triunfo de este Hijo de Hombre lleva al creyente a ver reflejada en él su aspiración personal. Así, incluso en el mismo libro de Daniel, se comienza a esbozar el triunfo en categorías de resurrección. El desarrollo ulterior de la revelación no se contentará con mantener esta doctrina. Encontrará un marco muy apropiado para hacer inteligibles la muerte y la resurrección de Jesús. Una prefiguración y una base para comprender la significación de la transfiguración.


El libro de Daniel, impropiamente considerado como "profético", está compuesto por materiales sapienciales y apocalípticos de la época helenística (ss. II-II aC). En una época de enfrentamiento cultural y religioso entre la cultura sincrética helenística y la cultura tradicional bíblica, el autor quiere animar a sus contemporáneos a mantenerse firmes en la vivencia de la fe y a confiar en el Señor de la historia. Una época paralela a la nuestra, en la que intentamos vivir nuestra fe en un ambiente que no la considera significativa.


El c. 7 pertenece a la parte apocalíptica del libro (c. 7-12). Después de la alegoría de la historia humana bajo la figura de cuatro fieras, la última de las cuales representa al imperio griego (cf. 7,1-8), el autor nos presenta al "pueblo de los santos" bajo una figura humana (el Hijo del hombre) que es elevada hasta la presencia de Dios: el anciano vestido de blanco. El blanco, en el lenguaje apocalíptico, expresa la trascendencia divina.


La comunidad fiel a la alianza, en medio de las pruebas y de la cultura helenística que invitaba a la apostasía, representada en el Hijo del hombre, está llamada a participar de la trascendencia de Dios y a ser su testigo a lo largo de la historia humana. También nosotros somos llamados a ser testigos de Cristo, el verdadero Hijo del hombre, en medio de la sociedad secularizada que invita a dejar de lado a la fe. +

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