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jueves, 30 de septiembre de 2010

Lecturas del día 30-09-2010


30 de Septiembre 2010, JUEVES DE LA XXVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. SAN JERÓNIMO, presbítero y doctor. Memoria obligatoria. SS. Eusebia vg, Antonio mr, Honorio ob.

LITURGIA DE LA PALABRA 

Jb 19,21-27: Sé que mi defensor vive
Salmo responsorial 26: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Lc 10,1-12: Deseen la paz en cada casa
Lucas es el único evangelista que trasmite la misión de los Setenta (y Dos). El lenguaje del pasaje es claramente lucano, pero es probable que el relato esté basado en tradiciones que él examinó atentamente. El acento está puesto en la significación de las instrucciones de Jesús. Aunque parece que sus enseñanzas dirigidas a los Setenta y Dos son más extensas si se las compara con las dirigidas a los Doce, el significado de ambos grupos es prácticamente idéntico (ver Lc 9,1-6).

Las instrucciones que les da Jesús describen el ambiente contrario que encontrarán para llevar a cabo la misión (Lc 10,3) y que los discípulos tendrán que enfrentar.

Sin embargo llama la atención el resto de las instrucciones del Maestro: Nada material es necesario. La urgencia de su misión exige que vayan bien ligeros de equipaje; sin perder tiempo con los que rechazan su mensaje. La cosecha está madura y es menester que sea reunida en los graneros del reino de Dios. Su tarea es llevar el mensaje de la paz, el perdón y la esperanza. Tienen que proclamar “que el reino de Dios está por llegar”. El sustento de la misión no está en las cosas materiales ni en los mejores proyectos, sino en la fuerza de la Palabra: “ser llamados y enviados”.

PRIMERA LECTURA
Job 19, 21-27
Yo sé que está vivo mi Redentor

Job dijo: "¡Piedad, piedad de mí, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios! ¿Por qué me perseguís como Dios y no os hartáis de escarnecerme? ¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán. ¡Desfallezco de ansias en mi pecho!"

Palabra de Dios


Salmo responsorial: 26
R/.Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro." R.

Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches. R.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. R.

SANTO EVANGELIO
Lucas 10, 1-12
Descansará sobre ellos vuestra paz
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario.

No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios."

Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios."

Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo."

Palabra del Señor



Comentario de la Primera lectura: Job 19,21-27. Sé que mi defensor vive 
«Job tomó la palabra y dijo: “¿Hasta cuándo me afligiréis y me acribillaréis con vuestras palabras?”». Llegamos así, en el capítulo 19, a la cima de los diálogos entre Job y sus tres amigos. Estos últimos no hacen más que repetir la tesis, ya esgrimida en otras ocasiones, de que las pruebas son el signo de que Job es culpable ante Dios. A su vez, Job sigue confesando su inocencia. Para Job no hay mayor tormento que tener que resistir a las excesivas palabras de sus amigos. El diálogo, prolongado durante diversos días, ha extenuado verdaderamente a Job. El sufrimiento más fuerte con que se enfrenta ahora es no conseguir proclamar su inocencia. Su prueba consiste en considerarse inocente, pero no poder probarlo ni ante Dios ni ante sus amigos: «Grito: “¡violencia!” y nadie me responde. Pido auxilio y nadie me defiende. Dios me ha cerrado el camino para que no pase, ha envuelto en tinieblas mis senderos» (19, 7ss).


Entonces es cuando piensa Job en dejar por escrito su defensa, para que, un día, tal vez nosotros mismos que leemos hoy sus palabras, le hagamos justicia: « ¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en el bronce! ¡Ojalá con punzón de hierro y plomo se esculpieran para siempre en la roca!» (vv. 23ss). Pero esta solución no le convence. Piensa también en apelar al supremo «defensor» para que le haga justicia: «Pues yo sé que mi defensor (Go’el) está vivo» (v. 25). Este Go’el, según la Ley judía, es el único testigo que puede ser oído como defensa. Después de haber insultado a Dios, le llama ahora «defensor, redentor». Nosotros, que conocemos el Evangelio, apelamos, en cambio, al amor, a la caridad, al Dios omnipotente y misericordioso salvador.


Comentario del Salmo 27 . Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. 
En el Salmo anterior oíamos al autor exclamar desde lo más profundo de su alma: «Señor, yo amo la belleza de tu casa». En el salmo de hoy, que podríamos decir que es una continuación del anterior, el Espíritu Santo pone estas palabras en la boca de nuestro salmista: «Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor».


Vemos a este hombre no sólo con el deseo de una contemplación estática de la belleza del Templo que, como vimos en el salmo anterior, personifica el Rostro de Dios; sino que, en una actitud activa, el salmista desea vivamente vivir con Dios y saborear su dulzura. Para que no quepa la menor duda de interpretación del salmo, fijémonos en las palabras de su autor: «Y sólo eso es lo que busco...». Efectivamente, busca la comunión con el mismo Dios.


¿Cómo puede un hombre mantener y llevar adelante estos deseos e impulsos cuando a veces tenemos la impresión de que Dios no aparece por ninguna parte, cuando miramos dentro y fuera de nosotros mismos y sólo percibimos su angustiante ausencia? ¿Cómo avivar la esperanza cuando lo único que experimentamos de Dios es que nos ha abandonado, que se ha despreocupado de nosotros? ¿Hay algún motivo para seguir confiando, para orientar nuestra vida en una búsqueda aparentemente inútil? Dios responde a nuestro ser tentado, por medio de su propio Hijo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla, y al que llama se le abrirá» (Mt 7,7-8). Este nuestro Dios, al que a veces podemos considerar sordo, ciego e in sensible ante nuestros dramas, viene en nuestra búsqueda, viene en nuestro rescate bajo la figura del Buen Pastor. Dice Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,27-28).


Esta «Voz» es el Evangelio proclamado por Jesús; quien lo escucha saborea la dulzura de Dios como pedía el salmista; y así nos lo atestigua El mismo en el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Dios mismo entra en comunión con el hombre traspasando infinitamente los deseos del salmista.


Inmensurable la promesa de Dios, inmensurable también nuestra precariedad. Pero aun en esta nuestra pobreza, aun cuando en la tentación bajemos a lo profundo de nuestros abismos, siempre queda, por muy débil que sea, el grito de nuestro propio corazón insatisfecho. Como dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en Ti». Esta misma satisfacción profunda es, aun sin saberlo conscientemente, el grito que alcanza a Dios Continuemos con el salmo: «Escucha, Señor, mi grito de súplica, ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: “¡Buscad mi rostro!”, Tu rostro es lo que busco, Señor».


Sean cuales sean los caminos por donde ha sido llevado un hombre y, por muy débil e imperceptible que sea el grito de su corazón..., Dios lo oye, actúa y salva. No es en nuestros méritos, sino en las infinitas y misericordiosas entrañas de Dios, donde se apoya nuestra esperanza. Por eso escuchamos en el profeta Isaías una de las características que van a definir al Hijo de Dios: «Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará» (Is 42,3). Dios envió su Hijo al mundo para que todo el que se vuelva hacia Él buscando su rostro, sea cual sea su situación moral, no quede defraudado.


Jesucristo, que lleva en su carne la inagotable misericordia de su Padre, viendo a la humanidad doliente y su friendo con el hombre el cansancio de su propio corazón, proclama esta buena noticia: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).


El Hijo de Dios muere no para darnos ningún ejemplo moralizante, sino para comprarnos en rescate para el Padre. Así lo anuncia el apóstol Pedro: «Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Jesucristo» (lPe 1,18-19). Sangre preciosa del Cordero que ha hecho posible que el rostro de Dios que buscaba el salmista esté transparentado en toda su plenitud en el santo Evangelio.


Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10,1-12. Deseen la paz en cada casa
El «sí» total del corazón a Cristo por parte de quien sigue al Maestro irradia y se convierte en la fuerza de la misión evangélica. En los vv. 1-6 del capítulo 9 de Lucas veíamos que Jesús encargaba a los discípulos hacer lo mismo que él había hecho: expulsar a los demonios y curar a los enfermos (cf Lc 8,25-56). La iglesia no tiene otra misión que continuar la obra de aquel que la envió. Los doce apóstoles son el fundamento de la misión de la Iglesia. Ahora bien, junto con ellos, Jesús eligió a otros muchos. La mies es abundante, pero los obreros son siempre pocos. El fragmento del evangelio de hoy se refiere a los setenta (y dos) discípulos que anuncian el mensaje del Reino (10,1-12). El número «doce» recuerda a las doce tribus de Israel. El número «setenta y dos» remite, en cambio, a los setenta y dos pueblos de la tierra enumerados en Gn 10. La misión de los doce discípulos tiene por ello un aspecto universal, se extiende a toda la tierra. Estos setenta y dos discípulos constituyen el signo de todos aquellos que el dueño de la mies llama para llevar el Evangelio. No se trata, en realidad, de una empresa humana, de algo que dependa de nuestra capacidad; se trata del Reino de Dios.



Los obreros del Reino no son tanto aquellos que lo anuncian corno Cristo mismo en persona. Es él quien envía, quien torna la palabra, quien actúa. Se trata de dejar hacer a Jesús más que de hacer nosotros mismos. Lo importante es ser como él, adoptar su estilo, con su acontecer y sus Frutos, y gracias a ello con su alegría.


« ¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (v. 3). El Señor nos invita a no lamentarnos de los tiempos y de las dificultades de la misión. Más aún, las dificultades constituyen precisamente el signo del Reino. El signo con el que viene el Reino. Son la obra del Espíritu Santo. Jesús pide a los discípulos que no se preocupen: «no os preocupéis del modo de defenderos, ni de lo que vais a decir; el Espíritu Santo os enseñará en ese mismo momento lo que debéis decir» (12,11-12). El Maestro no quiere que caigamos en la ansiedad. La misión es siempre un milagro del Señor


En la primera lectura de hoy nos sorprende Job con su actitud. Después de haberse lanzado contra Dios y de haber maldecido el día de su nacimiento (3,1-10), ahora proclama, en cambio, su esperanza: «Pues yo sé que mi defensor está vivo y que él, al final, se alzará sobre el polvo; y después que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios. Yo mismo lo veré... » (vv. 25-27). Primero vino la lamentación y el llanto ante Dios, ahora aparece el grito de la victoria.


Llegados a este punto, nos preguntamos cómo llegó Job a este acto de fe profunda y de esperanza en el Señor. Cómo pasó de la angustia y del anhelo de la muerte a esta confianza en Dios. Basta con reflexionar atentamente. Job no ha cesado nunca de luchar en la oración: adoración, petición, súplica. Este diálogo interrumpido con Dios, incluso en la angustia más profunda, no ha disminuido. Job ha sabido luchar en la noche. Ha conocido a Dios corno adversario inhumano, como alguien que descarna y despoja, pero, al final, ha conocido en Dios el todo de su vida. De la nada al todo. Sólo a través de esta noche, a través de esta lucha inhumana, se hace posible llegar a Dios. Job nos hace ver que atravesar la nada es algo verdaderamente espantoso.


Para entrar en el «misterio de la luz infinita» es necesario sumergirse en la noche.


La plegaria de los salmos de lamentación es una confirmación de lo que decimos. Basta con ver el salmo 22. Comienza con un grito desesperado: « ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?, ¿por qué no escuchas mis gritos y me salvas?». Pero termina con un grito de esperanza: «Yo viviré para el Señor». Para llegar a la resurrección, no es posible evitar la agonía de Getsemaní. Para entrar en comunión con Dios, es preciso no alejar nos de él, continuar viviendo en su proximidad.


Comentario del Santo Evangelio de Lc: 10, 1-12, para nuestros Mayores. Descansará sobre ellos vuestra paz.
Lucas resalta expresamente que el Señor envía a los discípulos. Considerando que, para Lucas, “Señor” es un título cristológico, puede notarse en la redacción del texto la predicación de la iglesia. Los 72 discípulos se diferencian de los Doce. En la transmisión del texto, la mención del número oscila: 70 o 72. En el Antiguo Testamento, el número 70 era importante: setenta miembros de la familia de Santiago emigraron a Egipto (Ex 1,5); setenta de los más ancianos ascienden con Moisés y Aarón al monte de Dios (Ex 24,1.9; Nm 11,16.24). El número 72 aparece solamente una vez en el Antiguo Testamento, en Nm 31,38. Setenta y dos eruditos traducen el Antiguo Testamento al griego; el texto griego cuenta setenta y dos pueblos en Gn 10. Así es que ambos números tienen un profundo significado simbólico independientemente de esto, el número 72 refleja la organización del envío a los pueblos paganos. Con ello, Lucas prepara su concepción de la difusión del Evangelio como la relata en los Hechos de los apóstoles predican primero en Israel (Hch 2-7), luego anuncian la Palabra en Samaria (1- 8) y, finalmente, la anuncian a los paganos (Hch 10).



La composición total, o sea, envío de los Doce (Lc 9,1-6.10), llegada a un pueblo samaritano (Lc 9,52-56) y envío de los Setenta y dos (10,1-16), se convierte en un modelo de la difusión del Evangelio.


En el anuncio profético del Juicio, la cosecha aparece como imagen del Juicio de Dios sobre Israel (Os 6,11; Is 17,5; 21,10; 28.28; Jer 13,24). También ilustra que a cada uno se le perdonará conforme a sus acciones (Jer 17,10; Os 10,12- 13). La bendición de Dios se representa con la imagen de una cosecha cien veces mayor (Gn 26,12), y la alegría por una gran cosecha sirve como descripción de la futura Salvación (Am 9,13; JI 4,1 8). En la predicación eclesiástica, la imagen de la cosecha generalmente indica la misión, pero también puede entenderse como la culminación escatológica.


Lucas pone en claro en esta imagen que la Salvación es completa y que, como tal, también es una realidad. Por ello, se requiere la ayuda de los colaboradores para que la abundancia de la Salvación pueda ser conocida.


La imagen de las ovejas entre los lobos procede de la apocalíptica judaica. En el libro de Enoc, se simboliza a Israel con la imagen de una oveja que, debido a sus malas acciones, es abandonada a merced de los leones, tigres, lobos, hienas y zorros (Enoc 89,55). Jesús Sira pone en claro, mediante la imagen de ovejas y lobos, que los justos no andan con los blasfemos (Sir 1,17).


En Lucas, la imagen ciertamente podría ser una alusión a que el anuncio del Reino de Dios va asociado a la persecución o, en su defecto, al desprecio: el destino de los discípulos corresponde al destino de Jesús; el camino de Jesús es el camino a Jerusalén, un camino a la cruz.


Para el camino de los discípulos no hay equipaje: ni un monedero, ni una bolsa de provisiones, ni unas sandalias.


De forma similar lo había formulado Lucas en 9,3: No lleven nada para el camino, ni un bastón de viaje, ni una bolsa de provisiones, ni un pan, ni una segunda túnica.


Pese a la diferencia de expresión entre Lc 9,3 y Lc 10,4, no se puede constatar ninguna diferencia esencial en el contenido. Se trata de la renuncia a todo lo superfluo, incluso a ciertas cosas que parecen necesarias.


Llama la atención la prohibición del saludo. El término griego utilizado por Lucas significa saludar a alguien, entrar en casa de alguien, visitar a alguien. O sea, no se trata solamente del saludo, sino también de la visita. Lc 10,4 es una prohibición de visitar. Esto está en relación con las palabras del seguimiento en Lc 9,58-62. La entrega al Señorío de Dios no tolera ningún aplazamiento. Este compromiso no deberá ser interferido por otros intereses.


A las instrucciones sobre el equipaje sigue la narración de tres situaciones con las que los discípulos pueden encontrarse:


1.- Recepción positiva en una casa (vv 5-7).


2.-Recepción positiva en una ciudad (vv. 8-9).


3.-Rechazo en una ciudad (vv. 10-12)


La casa es un punto de contacto para la predicación cristiana. El término griego señala tanto al edificio o vivienda como también a la gran familia y al clan, con esclavos, trabajadores, etc.; también a los amigos y la clientela. Era la más importante estructura socio-económica de la antigüedad y servía como base para el desarrollo de unidades políticas más grandes. También la religión llegaba hasta el interior del hogar en forma de cultos domésticos y usos hogareños.


La recepción en un hogar incluía igualmente la recepción en la comunidad de la casa. Con ello se creaban tanto la base comunicativa corno el material para la misión en la ciudad en la antigüedad. Esto hace comprensible la instrucción del ver sículo 7: ir de casa en casa equivale más bien a mendigar, y esto no puede ser en el sentido del anuncio del Evangelio. Con ello no se gana ninguna base comunicativa.


También el deseo de paz tiene aquí su lugar: paz (Schalóm) significa “Salvación”. El saludo de paz se convierte en clave que abre puertas y que, final posibilita el anuncio del Evangelio.


En la época clásica, elementos de una ciudad eran el ágora (mercado), el gymanasión (instalaciones para cultivarse y lugar de deporte), el edificio de funciones públicas, el teatro, las fuentes al aire libre (acrópolis) y los templos.


La asamblea popular, llamada ekklesia en griego, era la expresión de la soberanía popular de una ciudad.


Parte del campo semántico “anunciar el Evangelio” es curar (Lc 9,1: él les dio poder para exorcizar a todos los demonios y sanar a los enfermos). Esto también corresponde a la práctica de Jesús. Al mismo campo semántico pertenece también “Señorío de Dios”. Una vez que el contenido del mensaje de Jesús es determinado en Lc 4,16-30, este mensaje es llamado por Lucas con el término “Reino de Dios” (Lc 4,43). Para Lucas, Reino de Dios es el término central para el anuncio de Jesús. Él lo usa en total 46 veces en el evangelio y ocho veces en los Hechos de los apóstoles. De esta forma, la predicación de los discípulos es identificada con la de Jesús. Para Lucas, el Reino de Dios está históricamente presente, y su configuración interna está determinada por la actividad de Jesús.


Llama la atención que, aun cuando una ciudad reaccione en forma negativa, a ella se le tiene que anunciar la cercanía del Reino de Dios.


Existe un paralelismo entre Lc 10,8-9 y Lc 10,10-11. Así, el anuncio de que el Reino de Dios está cerca tiene para los que reciben a los mensajeros y el mensaje un carácter de Salvación. Para los que lo rechazan, esto significa el juicio.


Esto se hace claro a raíz de la observación conclusiva en Lc 10,12. Sodoma (Gn 18 y 19) es la ciudad del pecado, sin duda alguna, y es aniquilada por Dios con luego y azufre (cf. Gn 19,23). Un pecado de Sodoma consiste en no respetar la hospitalidad (Gn 19,1-1 1).


A estos versículos siguen los gritos de lamento sobre Corazaín y Beltsaida. Los gritos de lamento están documentados en la predicación profética del juicio divino. Ellos anuncian el juicio de Dios a los que ignoran a los pobres y a los débiles, cuyos derechos pisotean (Is 5,8.1 1.18.20-22; 10,1-2).


De acuerdo con Lucas, cerca de Betsaida tiene lugar la comida milagrosa (Lc 9,10). También en los otros evangelios se menciona Betsaida (Mt 11,21; Me 6,45): después de la multiplicación de los panes, los discípulos viajan por el lago a Betsaida. Aquí, Jesús cura a un ciego. Felipe es oriundo de Betsaida (Jn 1,44).


En el Nuevo Testamento, Corazaín sólo se menciona en Lc 10,13 y en el lugar paralelo de Mateo (11,21). Corazaín se encuentra aproximadamente tres kilómetros al norte de Cafarnaún. Ambos lugares, Betsaida y Corazaín, pudieron históricamente pertenecer al círculo de acción de Jesús.


Cafarnaún es considerada en la tradición sinóptica como la ciudad de Jesús, ya que en ella se estableció durante su vida pública. Fue punto de partida, punto central y punto de apoyo de la obra de Jesús en Galilea.


Tiro y Sidón son dos antiguas ciudades portuarias fenicias a orillas del mar Mediterráneo. En tiempos de Salomón había un activo intercambio mercantil entre Tiro e Israel (1 Re 5,15-28). Los profetas anunciaron a Tiro el juicio de Dios (Is 23; A 1,9s; Ez 26,1-28; Zac 9,3s). Los gritos de lamento sobre las dos ciudades en las que Jesús obra les anuncian ya su ocaso.


Los discípulos a los cuales Jesús envía son sus mensajeros.


De acuerdo con el antiguo derecho oriental, los mensajeros solamente ejecutan las órdenes del que los envió. Por ello, lo que tienen que decir no es su propia opinión; más bien, ellos transmiten el mensaje del que los envío.


Con ello Jesús une su palabra a la de los discípulos. Su anuncio es una continuación de lo que él anunció. Del mismo modo, Jesús relaciona su obra con su envío por parte del Padre, así que los discípulos, al anunciar el mensaje de Jesús, también anuncian la Palabra de Dios. Lucas no excluye la responsabilidad y el lenguaje individual de cada predicador. Esto lo demuestran los discursos de Pedro y Pablo en los Hechos de los apóstoles.


Como los Doce, también los 72 experimentan que su obra es exitosa (Lc 9,10). Hasta los demonios les obedecen.


De acuerdo con el pensamiento judío, Satanás tiene un reino de poderosos enemigos de Dios. A él están subordinados los demonios. Él es el autor del pecado y la blasfemia. Su existencia se remonta a la caída de los ángeles, relatada en Gn 6,1-4. En los círculos apocalípticos se esperaba una repetición de la caída de Satanás. Las palabras de Jesús parecen hacer alusión a dicho concepto. Con la obra de Jesús llegó el fin del dominio de Satanás.


En su propia obra, los discípulos experimentaron el final del poder de Satanás.


Por la comunión de los discípulos con Jesús, los peligros del poder satánico ya no les pueden afectar Sin embargo, es decisivo que sus nombres estén registrados en el cielo. Los nombres de los elegidos están en el libro de la vida, y los nombres de los blasfemos serán borrados de éste (Ex 32,32- 33; ls Sal 69,29). Este concepto judío del Antiguo
Testamento también está cimentado en la tradición cristiana (Hch 20,15).


En la mayoría de los casos, esta oración de Jesús es calificada como grito de júbilo. Estructuralmente, es un himno. Éste se inicia con la exhortación a la alabanza (aquí, en primera persona singular); a ello se añade el encabezado. Sigue una fundamentación en dos frases paralelas. Esta oración concluye nuevamente con una afirmaciónones:


1.-Yo te alabo,


2.- Padre, Señor del cielo y la tierra, porque ocultaste esto a los sabios y entendidos.


3.-Pero lo revelaste a los sencillos.


4.-Sí, Padre, así lo has querido tú.


Con esto, Jesús reacciona al informe de los discípulos sobre su actividad como anunciadores del Evangelio.


El comienzo “Yo te alabo” es típico de las oraciones judías de aquellos tiempos. Inicios de una oración como ésta también se encuentran en Qumrán: “Yo quiero alabar tu nombre” (1 QI-1 12,3-36); “Yo te quiero, Señor, alabar y glorificar” (1QH 14,1-28).


Jesús se dirige a Dios como Padre y a sus discípulos les enseña a hablar a Dios como al “Padre nuestro” (Lc 11,2). Los sabios y entendidos son confrontados con los menores (nêpiois). El término griego utilizado por Lucas sirve para ilustrar un comportamiento o una situación; en la mayoría de los casos, éste término tiene un significado negativo. En este caso, el sentido metafórico es el de ignorante y se concibe como opuesto a culto. El término expresa así el contraste social.


Revelar, en el contexto apocalíptico-escatológico no significa simplemente descubrir algo que antes estaba oculto, sino iluminar un hecho cuyo verdadero carácter se encuentra oculto.


Aquí, Lucas se remonta al anuncio hecho por los ángeles en el nacimiento de Jesús (Lc 2,14).


Así, esta oración de Jesús tiene el siguiente significado: alabanza y agradecimiento al Padre no solamente por el éxito referente al anuncio del Reino de Dios, sino también porque los incultos, es decir, la gente pequeña, conoce el Reino de Dios y lo comprende de tal manera que tienen la atención y el apoyo de Dios (Lc 2,14). En efecto, los poderosos y en tendidos de este mundo no comprenden esto.


Aquí se realza acentuadamente la unidad de Padre e Hijo. Llama la atención la figura lingüística exterior; las dos frases centrales están construidas paralelamente, de manera que el Padre y el Hijo se encuentran en una mutua correlación: nadie sabe quién es el Hijo, sino solamente el Padre, y nadie sabe quién ese el Padre, sino solamente el Hijo. La obra del Hijo es, en su más interno núcleo, la obra del Padre; mediante la obra del Hijo, la obra del Padre se hace visible y conocible. Solamente los que experimentan en la obra ele Jesús el Reino de Dios pueden entender esta conexión interna: los incultos y la gente pequeña (Lc 10,21).


VV. 23-24. Esto les fue revelado a los discípulos; por eso les corresponde la alabanza (literalmente: bienaventurados los ojos que ven, lo que ustedes ven).


Comentario del Santo Evangelio: Lc 10, 1-12, de Joven para Joven.  Es el reino el que suscita misioneros.
En el comentario de la perícopa anterior (9, 57-62) hemos podido descubrir que el seguimiento de Jesús es terriblemente duro; nos arranca de la seguridad de la tierra y nos introduce en un contexto de camino que conoce hacia el Calvario. Pues bien, después de resaltar esa dureza nos damos cuenta de que su valor fundamental reside en el hecho de que posibilite un esfuerzo misionero. Sólo aquéllos que siguiendo a Jesús se desprenden los viejos intereses y valores de la tierra pueden anunciar hasta el final el don y la verdad del reino. Eso es lo que veladamente se decía en 9, 59-60; es lo que se afirma aquí de una manera clara.



En el comentario alusivo a la misión de los doce (9, 1-6) decíamos que la obra de Jesús se encuentra internamente abierta y se realiza a través de los discípulos. Aquellos doce siguen siendo el fundamento de toda la misión de la Iglesia. Pero junto a ellos Jesús ha escogido a otros muchos. La mies es grande y los obreros resultan siempre pocos. Muestro texto alude a setenta y dos número de plenitud y signo de todos los misioneros posteriores que anuncian el mensaje del reino en nuestra Iglesia (10, 1-12).


Esos setenta y dos misioneros están arraigados en el tiempo de Jesús, pero a la vez son signo de todos los obreros que el Señor resucitado está enviando en el tiempo de la Iglesia. Lo que en ellos interesa no es una posible función jerárquica, sino el trabajo misionero que realizan.


A través de esos discípulos la misión de Jesús alcanza todas las fronteras de la historia, llegando a su plenitud en la gran meta de la siega escatológica. Desde aquí, en el principio de la subida hacia Jerusalén, advertimos que el maestro no está solo. Camina con los suyos a la siega y con ellos lo encamina todo hacia su reino. De esta forma, la misión de los discípulos se integra en el camino de Jesús hacia su Padre.


Después de precisare sentido que la misión recibe en el transfundo del camino de Jesús, tenemos que fijarnos explícitamente en alguno de sus rasgos más salientes: a) El punto de partida está en el hecho de que el reino llega (10, 9. 11). No es la misión la que origina el reino, sino todo lo contrario; es el reino el que suscita misioneros que lo anuncien y dispongan. Por encima de todo, las vacilaciones de los hombres está la certeza de que Dios salva, es decir, «el reino está llegando».


b) Mirado en sí mismo el reino viene como «paz». Mirando eso los misioneros tienen que invocar la paz de Dios sobre las casas y ciudades donde llegan. Recuérdese que desde el trasfondo bíblico, esa paz no consiste en la ausencia de una guerra abierta, sino en la irrupción y la presencia de los bienes mesiánicos, entre los que se incluye fundamentalmente la abertura a Dios y la justicia interhumana.


c) La palabra de Jesús asegura al misionero la posibilidad de que se escuche su mensaje; todo el texto presupone que hay familias y ciudades que reciben la llamada sobre el reino. En esta situación se alude a la necesidad de un reparto de bienes. El mensajero dedicado enteramente a la tarea del reino ofrece gratuitamente la palabra; aquellos que le escuchan tienen que ofrecerle su hogar y su comida. Cada uno entrega lo que tiene y todos comparten fraternalmente sus haberes.


d) En el fondo de todo el mensaje de Jesús se alude, finalmente, a la posibilidad de un enfrentamiento. En ese caso, la situación de cada parte es diferente: los discípulos se encuentran como ovejas en manos de los lobos; carecen de la posibilidad de una defensa y no tienen más salida que el camino de Jesús, que les dirige hacia la muerte. Los perseguidores, por su parte, corren el riesgo de un fracaso escatológico.


Reflexión Espiritual para este día 
Tú eres el santo, Señor Dios único, el que haces maravillas (Sal 76,15). Tú eres el fuerte, tú eres el grande (cf Sal 85,10), tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipotente; tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra (cf Mt 11,25). Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses (ct Sal 135,2); tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero (cf 1 Tes 1,9).


Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres la paciencia (Sal 70,5); tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre; tú eres la seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.


Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector (Sal 30,5); tú eres nuestro custodio y defensor; tú eres la fortaleza (cf Sal 42,2), tú eres el refrigerio. Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, omnipotente Dios, misericordioso Salvador.

Reflexión Espiritual para el día

Si de algunos —entre todos los seres deformes e infortunados del mundo— se apartaba instintivamente can horror Francisco era de los leprosos. Un día que paseaba a caballo por las cercanías de Asís le salió al paso uno. Y por más que le causaba no poca repugnancia y horror, para no faltar, como trasgresor del mandato, a la palabra dada, soltando del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle el leproso la mano en ademán de recibir algo, Francisco, besándosela, le dio dinero. Volvió a montar el caballo, miró luego a uno y otro lado y, aunque ero aquél un campo abierto sin estorbos a la vista, ya no vio al leproso. Lleno de admiración y de gozo por lo acaecido, pocos días después trata de repetir la misma acción. Se va al lugar donde moran los leprosos y, según va dando dinero a cada uno, le beso la mano y la boca. Así toma lo amargo por dulce y se prepara varonilmente para realizar lo que le espera.


El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia. Job: yo se que vive mi Dios.
-¡Piedad, piedad de mí, vosotros mis amigos! ¿Por qué me perseguís, como hace Dios? El rechazo de la consolación. ¡Callaos! No aumentéis mi pena. ¡Guardad silencio a mí alrededor!



-Quisiera que se escribiera lo que voy a deciros, que mis palabras se grabaran sobre bronce con punzón de hierro y con buril, que para siempre en la roca se esculpieran.


Job es consciente de que lo que ahora dirá es decisivo. Sus palabras han sido elegidas por la Iglesia para una de las Lecturas de la liturgia de difuntos: cinco siglos antes de Jesucristo; ¡realmente son notables!


-Sé que mi libertador está vivo, y que al final se levantará sobre el polvo de los muertos. Job se halla a las puertas de la muerte. No ha ganado su pleito. Desea que, por lo menos, sus palabras queden grabadas de modo definitivo sobre un material indestructible, para que, algún día después de su muerte, el proceso pueda continuarse. En efecto, hay que afrontar la muerte misma para descubrir el sentido último del sufrimiento.


La respuesta final a la cuestión, no está "aquí abajo". Hay que esperar hasta «el final» para juzgar la obra de Dios.
-Tras mi despertar me mantendré en pie y con mis ojos de carne veré a Dios.


¿Cómo no ver en esas palabras el anuncio de la resurrección? Vimos ayer que la respuesta de Job a la pregunta: « ¿por qué existe el mal, el sufrimiento y la muerte?» era: «el mal es incomprensible, pero soy demasiado débil para comprender, y quiero confiar en Dios que ha hecho cosas tan buenas y tan hermosas?». Aquí su pensamiento ha progresado, hasta el punto de creer que nada es imposible a Dios...


Incluso la muerte no puede ser un obstáculo a Dios... Más todavía: si todas las apariencias terrenas me dicen lo contrario, yo continúo creyendo en Dios». La fe es una apuesta, un salto en lo desconocido total, pero confiando también totalmente en «aquel a quien me he confiado».


-Sí, yo mismo veré a Dios y cuando mis ojos le mirarán, El no se apartará de mí.


El punto final será allá, y sólo allá y no antes.


Hoy, en efecto, la «obra de Dios» está inacabada. Hay que esperar el final.


Y Job llega a pensar que el horizonte no se iluminará aquí abajo; que no ganará el proceso antes de morir: a pesar de todo, sigue esperando... a pesar de todo, espera una salvación... a pesar de todo espera la felicidad...


Pero es más allá de la muerte, cuando todo quedará iluminado. El que confía en Dios afrontando la muerte, lanzándose a lo desconocido de la muerte... este tal, no cae en la nada, sino en las manos del Padre y cara a cara con ese Padre: « ¡veré a Dios, con mis ojos, y El no se apartará de mí!» Así lo hizo Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. » +

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1 comentario:

Newton Hermógenes dijo...

Comentario del Evangelio de Lucas 10, 1-12.

El Ir sigue, Jesús envía a sus primeros doce apóstoles y luego enviar los 72 para mostrarnos que todo el mundo puede y debe proclamar el reino de Dios, todos tenemos una parte de responsabilidad en el Reino, sin embargo, hay quienes les resulta difícil continuar la obra de Dios, y ni siquiera intentarlo, y otros tratan de renunciar a las dificultades que surgen, otros no les importa, aunque prefieren ignorar.
Si queremos ser parte del Reino de Dios, cada uno de nosotros para cumplir nuestra parte, teniendo en cuenta que este reino no hay lugar para la gente perezosa, ya que incluso hizo Jesús y sus palabras reflejan la importancia del trabajo cuando habla de los trabajadores la cosecha, cuando se utiliza la parábola de los trabajadores de los viñedos, y la parábola de los talentos, y también dijo: "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo." (Efesios 5: 1)
Dios permite que cada uno, y al igual que la parábola de los talentos, debemos, pero no usar lo que Él nos da para hacer nuestra parte, teniendo en cuenta que cada uno se le da un don diferente, así que no debemos estar preocupados por el otro está haciendo y está haciendo más o menos, cada uno de nosotros hacer nuestra parte, de acuerdo a nuestra capacidad, pero se hace bien, es con amor a la obra de Dios.
Seamos fieles a Dios lo que Él nos da, multiplicando este talento, el Reino de Dios es grande, hay espacio para todos, con una variedad de puestos de trabajo, pero hay pocos trabajadores, y si dudamos de lo que hacemos en la oración es el camino que tenemos que pedir sabiduría y discernimiento, y si pedimos con fe, el Espíritu Santo nos guía y nos permitirá lo que debemos hacer. Si estamos cumpliendo con nuestra parte, pero a veces hay dificultades, y nos sentimos desalentados, es también a través de la oración que vamos a manejar la fuerza para continuar con nuestra misión.
Todo el mundo estancia en la paz de Cristo!
Newton Hermógenes
Santos Dumont - Minas Gerais - Brasil