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sábado, 2 de octubre de 2010

Lecturas del día 02-10-2010


2 de Octubre 2010. SÁBADO DE LA XXVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LAS MISIONES. SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS, Memoria obligatoria. NUESTRA SEÑORA DE LA ACADEMIA. SS. Saturio er. Beato Antonio Chevrier pb.

LITURGIA DE LA PALABRA

Jb 42,1-3.5-6.12-16: Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto.
Sal 118: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Mt 18, 1-5: Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celerstial.
La vuelta de los Setenta y Dos da paso a una celebración gozosa, porque su éxito representa la victoria sobre las fuerzas del mal que mantiene atada a la humanidad. De cuanto experimentaron los enviados en su viaje sólo destacan el poder sobre los poderes demoníacos; el colmo era la sumisión de las fuerzas satánicas. Volvieron llenos de alegría, porque habían experimentado el reino de Dios que se había iniciado con Jesús. Y lo interpelan con el nombre de “Señor”; al pronunciar su nombre habían recibido señorío sobre los demonios. Gracias al Señor alcanza el poder de los enviados hasta el mismo reino de los poderes y potestades que ejercen invisiblemente su influjo pernicioso sobre este mundo. Aquel poder domina no sólo sobre lo terreno, sino también sobre la esfera que influye en la determinación del curso de lo terreno.

En las expulsiones de demonios practicadas por los discípulos se hace visible el triunfo del reino de Dios sobre los poderes satánicos. La inauguración del reino de Dios es un motivo de gozo todavía más profundo que el poder sobre los malos espíritus y el quebrantamiento del señorío de Satán. Para los discípulos la suprema razón de alegrarse es su elección y predestinación a la vida eterna.


PRIMERA LECTURA.
Job 42, 1-3. 5-6. 12-16
Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto
Job respondió al Señor: "Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión.

Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza."

El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas.

Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermanos.

Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos.

Y Job murió anciano y satisfecho.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 118
R/. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
.

Enséñame a gustar y a comprender, porque me fío de tus mandatos. R.

Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos. R.

Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos, que con razón me hiciste sufrir. R.

Por tu mandamiento subsisten hasta hoy, porque todo está a tu servicio. R.

Yo soy tu siervo: dame inteligencia, y conoceré tus preceptos. R.

La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes. R.


SANTO EVANGELIO
Mt 18, 1-5.10.
Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.
Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre."

Él les contestó: "Veía a Satanás caer del cielo como un rato. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.

Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo."

En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar." Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron."

Palabra del Señor




Comentario de la Primera Lectura: Job 42, 1 3.5.12-17. Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto
Los últimos versículos del libro de Job constituyen u acto de confianza y de abandono en Dios. Ya ante el espectáculo de la creación y de sus maravillas, había hecho Job una primera confesión a Dios: «Hablé a la Ligera, ¿qué puedo responderle? No diré una palabra ¡Hablé una vez, pero no volveré a hacerlo; dos veces, pero no insistiré!» (40,3-5). Ahora, en esta segunda confesión, Job no sólo reconoce el desorden de su mente, sino que confiesa la sabiduría y la omnipotencia de Dios. Retira todas las acusaciones que había movido antes contra Dios: «Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance» (42,2).



Job ha hecho un largo recorrido. Se ha adentrado, en situaciones de práctica desesperación, a través de la no che de los sentidos y del espíritu, en una experiencia que figura entre las más terribles de la vida. Ha comprendido que Dios se esconde para hacerse buscar y para que podamos encontrarle: este ingreso subraya su camino místico, el gran dinamismo de su vida espiritual. En consecuencia, puede afirmar Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Te conozco, ahora he entrado en lo profundo de tu misterio.


El conocimiento de Dios que ahora ha madurado en Job ya no es «de oídas», sino un conocimiento de quien se ha acercado a él y ha buscado asemejarse al Hijo (le Dios, que dio su vida por el hombre. Ahora compren demos bien que el problema de Job es, sobre todo, un gran problema de amor. El amor de quien, aun sintiéndose rechazado, no desiste a pesar de todo de continuar buscando y gritando a Dios su propia fidelidad. Satén había apostado con Dios que no había ningún amor gratuito. Job ha conseguido probar que, cuando el amor del hombre es atraído por el de Dios, es capaz de alcanzar una entrega total.


Comentario del Salmo 118. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.



Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.


1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.


9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).


17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.


25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.


33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).


41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).


49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.


57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).


65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).


73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).


81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave.
¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.


89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).


97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.


105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas 100a).


113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).


121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).


129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).


137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).


145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).


153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).


161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).


169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.


Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.


La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).


Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 1-5.10. Los ángeles custodios.
Una de mis hijas se llama María de los Ángeles. En este tiempo de nombres cinematográficos y televisivos, ella está encantada con su nombre cristiano. ¿Por qué la fe cristiana nos habla de los ángeles? ¿Por qué, de manera más específica, nos habla de unos ángeles que nos acompañan personalmente, que nos protegen en los senderos de la vida? Fácilmente podríamos despachar estas preguntas diciendo que se trata de meros símbolos (hermosos, eso sí) para hablar del amor providente de Dios, de recursos literarios provenientes de un contexto en el que era normal expresar las realidades misteriosas usando un lenguaje figurativo. Pero, procediendo así, no estaríamos siendo fieles a la fe de la Iglesia, que, a su vez, quiere ser fiel a la Palabra de Dios.



Hay personas que son insensibles a la realidad de los ángeles y hay otras, sin embargo, que, desde una fe bien fundamentada y sanamente vivida, perciben esta presencia y bendicen a Dios por ella. Sea cual fuere nuestra situación personal, hay algo que podemos pensar en una fiesta como la de hoy y, en general, en todas las ocasiones en las que se nos proponen aspectos "difíciles" del misterio cristiano: "Gracias, Señor, porque me quedan cabos sueltos, porque no puedo encajar todas las piezas de tu revelación, porque me desconciertas".


Los ángeles son un reflejo misterioso del rostro de Dios en nuestra realidad. Y, de hecho, cuando alguien, con su conducta desinteresada y alegre, nos refleja a Dios, solemos decir: "Es un ángel". Cuando desbloqueamos nuestros sentidos interiores, aunque no podamos dar cumplida explicación de todo, sí percibimos este paso protector de Dios por nuestra vida, expresado a través de esos seres misteriosos y a través de hombres y mujeres de carne y hueso que son un destello de Dios.


v. 1: Este episodio tiene lugar en la misma casa donde estaban Jesús y Pedro. Es la casa que representa la comunidad de Jesús. Comienza así una instrucción que tiene como punto de partida la pregunta de los discípulos. El reino de Dios es la comunidad cristiana; los discípulos, según la mentalidad del judaísmo, suponen que hay en ésta diferencias de rango.


v. 2: «A un criadito»: el griego paidion (diminutivo de pais = muchacho / mozo / chico) denota un niño o niña de hasta doce años (cf. Mc 5,42): mozuelo / chiquillo». En muchas lenguas, los términos que designan a un joven se emplean para designar a un sirviente: «mozo de cuerda / de cuadra / de café», «mancebo de botica», «el chico / la chica / muchacha». Griego pais = «chico / mozo / servidor / hijo»; diminutivo paidion, desde Aristófanes = «esclavito / chiquillo» (por ejemplo, «el chiquillo de la tienda»).


En este pasaje no se trata de un chiquillo cualquiera, como aparece claramente a continuación (4: «el chiquillo éste»; 5: «un chiquillo como éste/de esta clase»). El chiquillo es un joven sir¬viente. Al colocarlo en medio, lo hace Jesús centro de atención y modelo para los discípulos.


V. 3-4. «Si no cambiáis», lit. «Si no dais la vuelta», que significa un cambio de dirección (gr. stréphô, no epistrephô, convertirse). «Estos chiquillos», en gr. artículo anafórico; no se trata de chiquillos cualesquiera, sino de la clase representada por el que Jesús ha colocado en el centro. «Hacerse como los chiquillos/servidores» significa renunciar a toda ambición personal. Siendo este cambio condición para entrar en el reino, está en relación con la opción expresada en la primera bienaventuranza (5,3), que es la que permite entrar en el reino; lo mismo, con la fidelidad exigida en 5,20 y con «renegar de sí mismo», condición para el seguimiento (16,24).


«Se haga tan poca cosa», el verbo gr. tapeinoô, como el adjetivo tapeinos, no significan la humildad psicológica, sino la sociológica, la condición humilde. El paso a lo psicológico se hace añadiendo un complemento de interiorización, por ej., «de corazón» (cf. 11,29), o con palabra compuesta (tapeinophrosunê).


En la comunidad cristiana, la grandeza se juzga por criterios opuestos a los de la sociedad. El que sirve, no el que manda, es el más grande. Toda ambición de preeminencia o de dominio queda excluida.


v. 5: El chiquillo/servidor pasa a ser modelo de discípulo. La disposición al servicio debe acompañar al discípulo en la misión (cf. 10,14: «si alguien no os recibe/acoge»; 10,40); ella hace que el discípulo lleve consigo la presencia de Jesús.


v. 10: La conclusión de lo anterior viene enfatizada por Jesús con la comparación de los ángeles. Según la creencia judía, sólo podían contemplar el rostro de Dios los llamados siete ángeles del Servi¬cio. Más tarde, por subrayar la trascendencia divina, se pensó que ni siquiera éstos podían hacerlo. Para ponderar el respeto debido a los pequeños se apoya Jesús sobre esa imagen: los pequeños son delante de Dios los más importantes de los hombres; lo que a ellos ocurre tiene inmediata resonancia ante el Padre del cielo.


Los ángeles custodios nos revelan la presencia transcendente de Dios en cada persona, especialmente en los más pobres. El mayor en el Reino de Dios es el niño y el que se hace como niño, porque representa en forma paradigmática el despojo de todo poder. El despojo de la soberbia y de la prepotencia del poder, es la condición para entrar en el Reino. Uno entra en él cuando descubre el poder de Dios: el poder de su Amor, el poder de su Palabra y el poder de su Espíritu. Reino de Dios es Poder de Dios. Los primeros cristianos realizaban signos y prodigios, porque estaban llenos de ese poder. Esta presencia de Dios en los más pobres, que son los más grandes en el Reino, es lo que da a los pobres esa trascendencia: sus ángeles en los cielos ven continuamente el rostro de Dios.


Cada persona, cada familia, cada comunidad, cada pueblo, tiene su propio ángel custodio. El libro del Éxodo nos muestra al Pueblo de Dios conducido directamente por el ángel de Dios. El Pueblo debe portarse bien en su presencia, escuchar su voz y no ser rebelde. En el ángel está el Nombre de Dios. El Nombre es lo que Dios es. El ángel es esa presencia de Dios en el Pueblo de Dios.


Nosotros también debemos descubrir nuestro propio ángel custodio, sentir su presencia y escuchar su voz. Hay alguien en nosotros que ve continuamente el rostro de Dios. Debemos vivir conforme a esta presencia trascendente en nosotros y reflejarla continuamente en nuestro rostro.


Comentario del Santo Evangelio: Mt. 18, 1-5. 10, para nuestros Mayores. No podemos buscar sino dar seguridad.
Celebrando en este día la fiesta de los santos Ángeles custodios, meditemos en esta parte del Evangelio que nos presenta la Liturgia correspondiente. Dios, como Padre Providente, siempre vela por nosotros y se ha hecho cercanía a nosotros por medio de Jesús, su Hijo hecho Hombre. Él siempre manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores; Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano. Su amor preferencial para aquellos que son considerados como los niños, desprotegidos de todo y necesitados de todo, nos recuerda cuál debe ser también el camino preferencial en el amor de la Iglesia. Muchas veces nos encontraremos con quienes necesitan quien vele por ellos y por sus intereses. Dios nos ha enviado a ellos para que les manifestemos de un modo real, efectivo, el amor misericordioso del Señor que nos ha concedido y que quiere que llegue a todos por medio de su Iglesia.



En esta Eucaristía el Señor nos ha hecho conocer su voluntad. Él nos precede con la manifestación más grande de su amor por nosotros: su Misterio Pascual, mediante el cual nos dice, no sólo con palabras, sino con obras, que nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. Y nos invita a que también nosotros seamos sus amigos porque pongamos en práctica sus mandamientos. Tratemos de no sólo conformarnos con escuchar la Palabra de Dios y, meditándola, comprendiéndola, vivirla de un modo muy personalista, como quien enciende una lámpara y la oculta dentro de una vasija de barro. Quien en verdad celebra al Señor debe abrir los ojos ante los hambrientos y necesitados para compartir con ellos lo que Dios ha puesto en sus manos. Pues sólo en la alegría que se comparte remediando las necesidades de los pobres, podremos, en verdad, confesarnos discípulos de Aquel que salió a nuestro encuentro para anunciarnos la Buena Nueva del amor del Padre mediante sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma. Si en verdad entramos en comunión de vida con Él en esta Eucaristía, no podemos dejar de ser un signo creíble de su amor misericordioso para nuestros hermanos.


Quienes vivimos unidos a Cristo preocupémonos de cuidar de nuestros hermanos necesitados como Dios ha velado por nosotros. No podemos, por tanto, buscar seguridad, sino dar seguridad; no podemos esperar recibir, sino dar, pues hay más alegría en dar que en recibir; no podemos tender la mano como pobres cuando esta actitud no es consecuencia de un seguimiento radical, serio, verdadero del Señor, y de una constante proclamación de su Evangelio, sino sólo consecuencia de nuestras flojeras y comodidades que nos encierran, incluso, en nuestra propia casa y nos hacen ser unos dependientes inútiles, que más que tener un compromiso con Cristo han hecho de su seguimiento del Señor un modo de vivir cómodo y fácil. Por eso debemos ser bien cuidadosos al socorrer a los necesitados para no provocar simplemente el dejarnos estafar por personas moralmente deshonestas. Ya nos dice la Didajé, que es un escrito del principio de nuestra era cristiana: A todo el que te pida, dale y no se lo reclames, pues el Padre quiere que a todos se dé de sus propios bienes. Bienaventurado el que, conforme al mandamiento, diere, pues es inocente. Pero ¡ay del que recibe! Pues si recibe por estar necesitado, será inocente; mas el que recibe sin sufrir necesidad, tendrá que dar cuenta por qué recibió y para qué. Será puesto en prisión, se le examinará sobre lo que hizo y no saldrá de allí hasta haber pagado el último cuadrante. Mas también acerca de esto fue dicho: Que tu limosna sude en tus manos, hasta que sepas a quién das. Amemos y socorramos pues, en verdad, a quienes, siendo real y no de un modo ficticio como los niños, necesitan de nuestra protección, de nuestra ayuda, de nuestro amparo.


Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María nuestra Madre, la gracia de saber amar, ciertamente a todos, buscando el bien de todos, conduciendo a todos hacia un encuentro personal con el Señor; sin olvidar que hemos de tener una amor preferencial, no exclusivo, por aquellos que viven en desgracia, o que han sido dominados por el pecado, para ayudarles a recobrar su dignidad humana y su dignidad de hijos de Dios. Amén.


Comentario al Santo Evangelio: Mt 18, 1-5.10, de Joven para Joven. Los Príncipes del Cielo.
Si fuésemos humildes siervos en la edad de oro de los poderes regios y topásemos con un príncipe sabio, magnífico y magnánimo, de poder invencible, dispuesto a ser nuestro protector y amigo, aliado en las batallas y servidor en nuestros varios menesteres, nos hallaríamos ante una sombra de nuestro Ángel Custodio. Asombro, admiración y gratitud no conocerían límites en nuestro ánimo y atenderíamos a sus más leves gestos.



La Iglesia entera proclama gozosa la existencia de esos Príncipes del Cielo que están junto a nosotros en la tierra; y lo celebra especialmente cada 2 de octubre. San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (1) decía en Argentina, ante una muchedumbre de hombres y mujeres de toda edad y condición: El Ángel Custodio es un Príncipe del Cielo que el Señor ha puesto a nuestro lado para que nos vigile y ayude, para que nos anime en nuestras angustias, para que nos sonría en nuestras penas, para que nos empuje si vamos a caer, y nos sostenga (2).Era un modo de expresar en síntesis lo que la Doctrina Católica ha enseñado de continuo: La Providencia de Dios ha dado a los Ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre; y no han sido enviados solamente en algún caso particular, sino designados desde nuestro nacimiento para nuestro cuidado, y constituidos para defensa de la salvación de cada uno de los hombres(3).


Mirad -decía el Señor a sus discípulos- que no despreciéis a algunos de estos pequeñuelos, porque os hago saber que sus Ángeles en los Cielos están siempre viendo el rostro de mi Padre celestial (4). Y los santos se asombran: Grande es la dignidad de las almas, cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un Ángel destinado para su custodia (5). ¡Amorosa providencia de nuestro Padre Dios!, gran bondad la suya, que otorga a sus criaturas parte de su poder, para que unos y otros seamos también difusores de bondad.


No imploramos bastante a los Ángeles, dice Bernanos. Inspiran cierto temor a los teólogos (a algunos, claro es), que los relacionan con aquellas antiguas herejías de las iglesias de Oriente; un temor nervioso, ¡vamos! El mundo está lleno de Ángeles (6).


Lo cierto es que nos acompañan a sol y sombra, por cumplir puntual y amorosamente, la misión que la Trinidad les ha confiado: que te custodien en todas tus andanzas (7). No parece sensato rehusar un auxilio tan precioso.


En Getsemaní –aquella altísima cumbre del dolor- se hallaba el Dios humanado en agonía, en lucha singular frente al pavor y hastío, con tristeza de muerte. Los apóstoles -incluso Pedro, Santiago y Juan- heridos por el sopor, dormitaban después de tensa jornada. Jesús, solo, se adentra en el insondable drama de la Redención de la humanidad caída. Gruesas gotas de sangre emanan de su piel y empapan la tierra (8), muestra elocuente de la magnitud de la angustia.


En esto se le apareció un Ángel del Cielo que le confortaba (9). ¿Qué Ángel sería aquél que recibió estremecido la misión de prestar vigor a la Fortaleza y consolar al Creador? ¡Qué humildad! ¡Que temblor! ¡Qué fortaleza!


A veces, también nosotros, pequeños, débiles, medrosos, hemos de dar consuelo y energía a los más fuertes. Es tremendo, pero hay que hacerlo. Y si Cristo Jesús acude a un Ángel en busca de auxilio, ¿será tanta mi soberbia o mi ignorancia, que yo prescinda de semejante ayuda? Los Ángeles y demás Santos son como una escala de preciosas piedras que, como por ensalmo, nos elevan al trono de la gloria.


Hacer amistad con el Ángel Custodio


Sin duda he de tratar mucho más a mi Ángel. Es imponente su personalidad. Sin embargo, aunque muy superiores a nosotros por naturaleza, las criaturas angélicas son, por gracia, como nosotros, hijos del mismo Padre celestial: nos unen entrañables lazos de fraternidad. Cariño recíproco y personal, confidencia y común quehacer son hacederos con el ángel. Su amistad es en verdad factible. En espíritu están los ángeles pegados al hombre. Y van marchando con el tiempo histórico al compás de nuestra persona. El ángel se halla pronto a escuchar porque su guardia no la rinde el sueño ni el cansancio. Es vigilia sin relevo. Con él se puede departir en lenguaje franco de labios, aquél que se oye sin el servicio de la lengua, el verbo que ahorra fatigas y tiempo (10).


Es maravilloso que en este andar por la tierra, nos acompañen los Ángeles del Cielo. Antes del nacimiento de nuestro Redentor, escribe san Gregorio Magno, nosotros habíamos perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y nuestros pecados cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza... Pero desde el momento en que nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles nos han reconocido como conciudadanos.


Y como el Rey de los cielos ha querido tomar nuestra carne terrena, los ángeles ya no se alejan de nuestra miseria. No se atreven a considerar inferior a la suya esta naturaleza que adoran, viéndola ensalzada, por encima de ellos, en la persona del Rey del cielo; y no tienen ya inconveniente en considerar al hombre como un compañero (11).


Consecuencia lógica: Ten confianza con tu Ángel Custodio. -Trátalo como un entrañable amigo -lo es- y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día (12). Y te pasmarás con sus servicios patentes. Y no debieras pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti (13).


Su presencia se hace sentir en lo íntimo del alma. Tratando con él de los propios asuntos, se iluminan de súbito con luz divina. Y no es de maravillar, pues es verdadero lo que dicen aquellas letras grandes, inmensas, grabadas en un muro blanco de La Mancha, que transcribe Azorín: los ángeles poseen luces muy superiores a las nuestras; pueden contribuir mucho, por tanto, a que las ideas de los hombres sean más elevadas y más justas de lo que de otro modo lo serían, dada la condición del espíritu humano (14).


Precisamente, la misión de custodiar se ordena a la ilustración doctrinal como a su último y principal efecto (15). Los Ángeles Custodios nutren nuestra alma con sus suaves inspiraciones y con la comunicación divina; con sus secretas inspiraciones, proporcionan al alma un conocimiento más alto de Dios. Encienden así en ella una llama de amor más viva (16). No sólo llevan a Dios nuestros recaudos, sino también traen los de Dios a nuestras almas, apacentándolas, como buenos pastores, de dulces comunicaciones e inspiraciones de Dios, por cuyo medio Dios también las hace (17).


Aliado en las batallas


Cada día tiene su afán, y Satanás -el Adversario- anda siempre en torno nuestro, como león rugiente, buscando presa que devorar (18). El también ha sido Ángel, magnífico, poderosísimo. Solos estaríamos perdidos. Pero los Ángeles fieles, con el poder de Dios, como buenos pastores que son, nos amparan y defienden de los lobos, que son los demonios (19). También Nuestro Señor Jesucristo, cuando permitió -para nuestro consuelo y ejemplo- que el demonio le tentase en la soledad del desierto, en momentos de humana flaqueza, quiso la cercanía de los ángeles. La historia se repite en sus miembros: después de la lucha entre el amor de Dios en la libertad del hombre con el odio satánico, viene la victoria. Y los ángeles celebran el triunfo -nuestro y suyo- vertiendo a manos llenas en el corazón del buen soldado de Cristo la gracia divina, merecida y ganada no con las solas fuerzas humanas, sino más bien con las divinas, puestas por Dios en los brazos misteriosos de los Santos Ángeles, nuestros Príncipes del Cielo. ¿Estando con ellos, estamos con Dios, y si Deus nobiscum, quis contra nos? (20), si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?


Contando asiduamente con los Custodios, seremos más señores de nosotros mismos y del mundo. Porque es de saber que los Ángeles gobiernan realmente el mundo material: dominan los vientos, la tierra, el mar, los árboles... (21). Con sabiduría divina la Escritura reduce las fuerzas naturales, sus manifestaciones y efectos, a su más alta causalidad, como más tarde lo haría San Agustín en la frase: «toda cosa visible está sujeta al poder de un ángel» (22).


Los Ángeles, junto al Sagrario


El mundo está lleno de Ángeles. El Cielo está muy cerca; el Reino de Dios se halla en medio de nosotros. Basta abrir los ojos de la fe para verlo. Y el pequeño mundo, los millares de pequeños mundos que entornan los Sagrarios, están llenos de Ángeles: Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor» (23).


Los Sagrarios nunca están solos. Demasiadas veces están solos de corazones humanos, pero nunca de espíritus angélicos, que adoran y desagravian por la indiferencia e incluso el odio de los hombres. Al entrar en el templo donde se halla reservada la Eucaristía, no debemos dejar de ver y saludar a los Príncipes del Cielo que hacen la corte a nuestro Rey, Dios y Hombre verdadero. Para agradecerles su custodia y rogarles que suplan nuestras deficiencias en el amor.


Y al celebrarse la Santa Misa, la tierra y el cielo se unen para entonar con los Ángeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplauso y ensalzo con los Ángeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa misa. Están adorando a la Trinidad (24). Con ellos, qué fácil resulta meterse en el misterio. Estamos ya en el Cielo, participando de la liturgia celestial, en el centro del tiempo, en su plenitud, metidos ya en la eternidad, gozando indeciblemente.


Los custodios de los demás


Pero ¿y los Custodios de los demás, no existen? ¡Claro que sí! También debemos contar con su presencia cierta: saludarles con veneración y cariño; pedirles cosas buenas para cuantos nos rodean o se cruzan en nuestro camino: en el lugar de trabajo, en la calle, en el autobús, en el tren, en el supermercado, por la escalera... Así, las relaciones humanas, se hacen más humanas, además de más divinas: Si tuvieras presentes a tu Ángel y a los Custodios de tus prójimos evitarías muchas tonterías que se deslizan en la conversación (25). Las nuestras serían entonces conversaciones de príncipes, con la digna llaneza de los hijos de Dios, gente noble, bien nacida, sin hiel en el alma ni veneno en la lengua, con calor en el corazón. Nuestra palabra sería siempre -ha de ser- sosegada y pacífica, afable, sedante, consoladora, estimulante, unitiva, educada (que todo lo humano genuino precisa de educación cuidadosa). Habría siempre -ha de haber- en la conversación, más o menos perceptible, un tono cristiano, sobrenatural, es decir, iluminado por la fe, movido por la esperanza e informado por la caridad teologal.


De este modo, también las gentes que nos tratan, descubrirán que el Cielo está muy cerca; que es hora de despertar del sueño, que ha pasado el tiempo de sestear como Pedro, Santiago y Juan en Getsemaní; que somos algo más que ilustres simios; que no somos ángeles, pero gozamos de alma espiritual e inmortal, y somos -como los Ángeles- hijos de Dios. Es hora de aliarse con todas las fuerzas del Bien, del Cielo y de la tierra, para ahogar el mal en su abundancia.


La Virgen Santa, Reina de los Ángeles, nos enseñará a conocer y a tratar a nuestro Ángel Custodio; sonreirá cuando nos vea conversar con él entrañablemente, porque nos verá en un camino bueno, en la escala que sube al trono de Dios. Pido al Señor que, durante nuestra permanencia en este suelo de aquí, no nos apartemos nunca del caminante divino. Para esto, aumentemos también nuestra amistad con los Santos Ángeles Custodios. Todos necesitamos mucha compañía: compañía del Cielo y de la tierra. ¡Sed devotos de los Santos Ángeles! Es muy humana la amistad, pero también es muy divina; como la vida nuestra, que es divina y humana (26).


Elevación Espiritual para este día
El amante no entra en el reino del amor con la alegría de haber encontrado por fin la culminación de todos sus propios deseos, sino en silencio y con humildad, porque el amor ha sobrepasado todas sus expectativas y a él mismo. Tiene que soportar lo insoportable: la presencia del amor. Sería poco dar a esta imposibilidad de soportar el nombre de bienaventuranza, de éxtasis de amor. En efecto, el amor es demasiado grande, y en este “demasiado” se incluye una especie de dolor, que sólo conoce quien ama, pero que es la flecha, la espina de toda felicidad espiritual. Sería asimismo poco describir este dolor como el límite de la propia respuesta, como desilusión respecto a la propia realidad, que incluso en el momento de la máxima entrega no ofrece nada verdaderamente digno del amor. En efecto, el amor demasiado grande no rebosa sólo en relación con el yo, a la persona a la que beneficia; ni siquiera un yo más grande, más digno, conseguiría contener este desbordamiento; tal prerrogativa, en efecto, está ínsita en el amor mismo, que, confrontado consigo mismo, resulta demasiado grande, y todo el que se vea herido por su maravilla y arrollado por sus olas debería caer en adoración frente a su extremo poder y a su victoria radiante.



Reflexión Espiritual para el día.
He aquí una de las páginas más bellas que escribió santo Tomás Moro en la cárcel antes de ser ejecutado: «Cristo sabía que muchos, por su misma debilidad física, se habrían dejado aterrorizar par la sola idea del suplicio..., y quiso confortar su ánimo con el ejemplo de su dolor, de su tristeza, de su angustia, de su miedo. Y a quienes estuvieran constituidos físicamente de este modo, o sea, a los débiles y a los miedosos, les quiso decir casi hablándoles directamente: “Ten valor, tú que eres tan débil; aun que te sientas cansado, triste, temeroso e importunado por el terror de crueles tormentos, ten valor: porque también yo, ante el pensamiento de la acérrima y dolorosísima pasión que me apremiaba de cerca, me sentí todavía más cansado, triste, temeroso y sometido a una íntima angustia... Piensa que te bastará con caminar detrás de mí... Confíate a mí, si no puedes tener con fianza en ti mismo. Mira: yo camino delante de ti por este sendero que te da tanto miedo; agárrate al borde de mi túnica y de él obtendrás la fuerza que impedirá que tu sangre se disperse en vanos temores y mantendrá firme tu ánimo con el pensamiento de que estás caminando detrás de mis huellas. Fiel a mis promesas, no permitiré que seas tentado por encima de tus fuerzas”



El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: -Job dio esta respuesta a las palabras del Señor: «Sé que eres todopoderoso...»
Contestar a Dios

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Dios habla: el hombre escucha, y el hombre contesta a Dios. Es una de las mejores definiciones de la «Fe»: la respuesta del hombre a Dios.


Tomar una actitud activa y libre ante Dios.


Es también una de las mejores definiciones de la "oración»: dialogar con Dios.


Escuchar a Dios, hablar a Dios.


La "Fe", como la «oración», son a la vez:


--algo muy «personal», muy subjetivo... porque ciertamente soy «yo» quien ha de creer y ha de orar, es una experiencia personal en la que nadie puede ocupar mi lugar... y mi relación con Dios está marcada por lo que soy, mi estado, mi talante, mi temperamento, mis responsabilidades. Job respondía a Dios a partir de su experiencia de sufrimiento. ¿Y yo? ¿respondo a Dios con toda mi vida?


--algo muy «dado», muy objetivo... porque es a Dios, el Todopoderoso a quien se contesta. «Yo sé que Tú eres Todopoderoso». Es de tal manera exterior a Job que se enfrentó, y el sufrimiento sirvió de revelador: «el sufrimiento es siempre algo otro que no se esperaba... y mata algo en nosotros para reemplazarlo por algo que no es nuestro... así el sufrimiento es en nosotros como una siembra, puede ser el camino del amor efectivo porque nos desprende de nosotros para darnos al prójimo y para solicitar de nosotros que nos demos al prójimo...»


Son palabras de M. •Blondel-M, uno de los grandes filósofos de nuestro siglo.


¿Acepto dejarme desprender de mí mismo para abrirme a lo que quizá no había previsto?
-Sé que ningún proyecto es irrealizable para Ti Era yo que, con razones sin sentido, embrollaba tus pensamientos. Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.


Con ello Job reconoce que, anteriormente, su encuentro con Dios había sido defectuoso.


Que el sufrimiento le ha puesto entre la espada y la pared y que ha sido para él un "revelador"... esto lo ha obligado, por así decir, a plantearse unas cuestiones y a llegar a un encuentro vital con Dios: «¡ahora te he visto!». Es también así para muchos. La prosperidad y la dicha son ámbitos válidos para encontrar a Dios; pero, a menudo desgraciadamente ¡la felicidad llega a bastarse a sí misma! Felices los pobres. Felices los afligidos. Felices los perseguidos... porque se abren a otra dimensión de la existencia.


¡Para ellos es el Reino de los cielos!


-Entonces el Señor bendijo a Job... y le colmó de bienes.


Después de profundas reflexiones, encontramos en ese final, el cuento popular folklórico: en aquella época no se estaba sin duda preparado a admitir radicalmente la tesis de Job y se sentía la necesidad de tranquilizarse concretamente... Entonces el drama termina bien, color de rosa, podríamos decir. En parte, es una lástima. Porque sabemos que el problema propuesto no se resuelve aquí abajo. ¡Hay tantos enfermos incurables! ¡Y tanto duelo irremediable! ¡Y tantos fracasos, aparentemente, definitivos! Cristo vendrá a compartir nuestro sufrimiento -sin suprimirlo- tomándolo sobre El y transformándolo desde el interior.


Es evidente que el autor de Job no posee la ciencia divina; de lo contrario, no habría drama. Pero su teología supera a la de los amigos de Job. Cuando Dios se digna responder, no lo hace directamente, sino con un interrogatorio, y el v 8 tiene una respuesta no sólo para Job, que ha pedido entablar una discusión con Dios, sino también para sus amigos: "¿Te atreves a condenarme para salir tú airoso?", dice Dios. En otras palabras: no es lícito intentar establecer un orden de Dios diferente del orden -supuestamente injusto- fijado por él.


Esta tentación está muy arraigada en el corazón del hombre y, de una forma o de otra, se manifiesta de cuando en cuando. Muchos escritores antiguos y, sobre todo, modernos hablan de la misma manera, y para todos vale la misma respuesta, que es de absoluta actualidad.


Lo que sucede en realidad -y Job da aquí un paso muy importante en la teología- es que no se puede abandonar a Dios en nombre de una justicia mejor para el hombre. Los misterios continúan; pero, si aceptamos el enigma en el caso del hipopótamo («Behemot» de los vv 15s), no será difícil aceptarlo en el caso del hombre. El hipopótamo es el caso más barroco de la creación: ¿por qué tal cantidad de fuerzas, con el agrado de Dios, en una criatura que no se sirve de ellas y además es torpe? Toda la creación parece un conjunto de bienes derramados al azar que se acumulan en un punto y dejan vacíos otros.


El misterio o enigma reina por todas partes. ¡No renunciemos a Dios por querer descifrar el enigma!


Nos hallamos ante un riesgo semejante a la tentación de Adán, que deseó la ciencia absoluta. La consecuencia es condenar a Dios para justificar al hombre. Job lo ha comprendido, y concluye con una frase sumamente útil en el presente: «¡Te conocía sólo de oídas; ahora te han visto mis ojos» (42,5). El Dios de Elifaz era sólo un razonamiento. No basta oír hablar de Dios, hay que incorporarlo vitalmente a nuestra existencia. Entonces adquiere las dimensiones que el hombre puede asimilar. Dios deja a Job sumergido en el enigma, pero confiado.


Es difícil saber exactamente qué significa este epílogo del libro de Job. Sin duda forma parte de un drama primitivo en que faltaba la parte del diálogo entre Job y sus amigos. El autor del libro de Job, según nos lo presenta ahora, respeta dicho epílogo porque, a fin de cuentas, quiere mostrar que Job es justo y Dios lo recompensa. El autor no hace la escatología, al menos tal como hoy la entendemos, ya que desconoce la retribución eterna. Pero hace teología y afirma claramente que quien tiene un concepto mejor de Dios es Job y no sus amigos.


El Dios de Job es misterioso y desconcertante. Según el autor del libro, el hombre no es capaz de tener de Dios un conocimiento que le permita saber siempre qué significa un suceso de los que ocurren en el mundo. La justicia de Dios se manifiesta a veces de una manera que supera al hombre, al igual que la creación escapa a su comprensión.


Por esto, tal vez era oportuno que el autor conservara el epílogo. Job sufrió lo indecible y era inocente; la idea de él ya quedaba clara, no era menester decir más. Pero la literatura del libro de Job es didáctica: una vez aprendida la tesis, el autor ya puede contentar al auditorio, y parece que actúa así y conserva el epílogo porque sabe que el espíritu de los lectores no es tan genial como el suyo.


Todo el epílogo tiene un aire patriarcal. Volvemos, efectivamente, a una época distinta. Los hombres no utilizan siempre el mismo lenguaje, y conviene fijarse más en el espíritu que en la letra
.
La conclusión del libro de Job es, pues, la siguiente: también el hombre justo puede sufrir en esta vida, y tal vez más que los otros. Pero ni el sufrimiento es un castigo ni Dios se complace en ver sufrir.


Poco importa que en tiempos de Job se dijera que Dios volvió a dar a Job el doble de lo que tenía. En otra época se dirá que siete veces... Ahora sabemos que la recompensa a una vida honesta es el propio Dios.
Job no lo sabía aún. +


Copyright © Reflexiones Católicas.

1 comentario:

gallantearnest dijo...

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