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viernes, 1 de octubre de 2010

Lecturas del día 01-10-2010


1 de Octubre 2010. VIERNES DE LA XXVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LAS MISIONES. SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, virgen y doctora, memoria obligatoria. SS. Verísimo, Máxima y Julia mrs, Román di mr

LITURGIA DE LA PALABRA

Jb 38,1.12-21; 40,3-5: ¿Has mandado a la mañana?
Salmo responsorial 138: Guíame, Señor, por el camino eterno.
Lc 10,13-16: Quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado.
Conforme a este castigo que se anuncia a las ciudades galileas puede calcular cada ciudad lo que le sucederá si repudia a los enviados de Jesús. Estas palabras las pronunció el Señor al abandonar Galilea, donde había trabajado en vano. Lo que había de ser salvación se convierte en sentencia de condenación, porque no se prestó atención al llamamiento a la conversión. La amenaza de castigo formulada por Jesús y sus enviados es un último llamamiento de Dios dirigido al duro corazón humano.

El enviado es como el que lo envía. En los enviados viene Jesús, y en Jesús viene Dios. La Palabra que pronuncian los enviados la pronuncia Jesús, y la Palabra de Jesús la pronuncia Dios. Aceptación o repudio de la Palabra de los enviados es aceptación o repudio de la Palabra de Jesús, aceptación o repudio de la Palabra de Dios. “Quien a ustedes los recibe, a mí me recibe; y quién a mí me recibe, recibe a aquél que me envío” (Mt 10,40). El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre que lo envió (Jn 5,23).

Entre los enviados, Jesús y Dios existe una cadena cuyos eslabones no se pueden separar. Jesús es el mediador. Para su mediación con el pueblo se sirve de los enviados.

El hombre es conducido a la salvación por medio de hombres. Nadie puede permanecer indeciso frente a la Palabra de Dios. El que no está a favor de Jesús, está contra él. El que no oye la Palabra, no la acepta y no la obedece, la desprecia.

PRIMERA LECTURA
Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5
¿Has mandado a la mañana o has entrado por los hontanares del mar?
El Señor habló a Job desde la tormenta: "¿Has mandado en tu vida a la mañana o has señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los bordes y sacuda de ella a los malvados, para que la transforme como arcilla bajo el sello y la tiña como la ropa; para que les niegue la luz a los malvados y se quiebre el brazo sublevado? ¿Has entrado por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano?

¿Te han enseñado las puertas de la muerte o has visto los portales de las sombras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuéntamelo, si lo sabes todo. ¿Por dónde se va a la casa de la luz y dónde viven las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su país o enseñarles el camino de casa? Lo sabrás, pues ya habías nacido entonces y has cumplido tantísimos años."

Job respondió al Señor:

"Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada."

Palabra de Dios


Salmo responsorial: 138
R/.Guíame, Señor, por el camino eterno.

Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. R.

¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. R.

Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. R.

Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, / porque son admirables tus obras. R.

SANTO EVANGELIO
Lucas 10, 13-16
Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado
En aquel tiempo dijo Jesús: "¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. T tú, Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado".


Palabra del Señor



Comentario de la Primera Lectura: Job 19,21-27.¿Has mandado a la mañana o has entrado por los hontanares del mar? 
«Job tomó la palabra y dijo: “¿Hasta cuándo me afligiréis y me acribillaréis con vuestras palabras?”». Llegamos así, en el capítulo 19, a la cima de los diálogos entre Job y sus tres amigos. Estos últimos no hacen más cine repetir la tesis, ya esgrimida en otras ocasiones, de que las pruebas son el signo de que Job es culpable ante Dios. A su vez, Job sigue confesando su inocencia. Para Job no hay mayor tormento que tener que resistir a las excesivas palabras de sus amigos. El diálogo, prolongado durante diversos días, ha extenuado verdaderamente a Job. El sufrimiento más fuerte con que se enfrenta ahora es no conseguir proclamar su inocencia. Su prueba consiste en considerarse nocente, pero no poder probarlo ni ante Dios ni ante sus amigos: “Grito: “¡Violencia!”, y nadie me responde. Pido auxilio y nadie me defiende. Dios me ha cerrado el cerrado el camino para que no pase, ha envuelto en tinieblas mis senderos» (19,7ss).


Entonces es cuando piensa Job en dejar por escrito su defensa, para que, un día, tal vez nosotros mismos que leemos hoy sus palabras, le hagamos justicia: ¡Ojala se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en el bronce! ¡Ojalá con punzón de hierro y plomo se esculpieran para siempre en la roca!» (vv. 23ss). Pero esta solución no le convence. Piensa también en apelar al supremo «defensor» para que le haga justicia: «Pues yo sé que mi defensor (Go’el) está vivo» (v. 25). Este Go’el, según la Ley judía, es el único testigo que puede ser oído como defensa. Después de haber insultado a Dios, le llama ahora “defensor, redentor”. Nosotros, que conocemos el Evangelio, apelamos, en cambio, al amor, a la caridad, al Dios omnipotente y misericordioso salvador.


Comentario del Salmo 138. Guíame, Señor, por el camino eterno. 
Estamos ante un salmo sapiencial, que concluye con una súplica (23-24). Trata de responder a la pregunta: « ¿Quién es el ser humano?», y pone de manifiesto que sólo Dios puede decir quiénes somos.


Este salmo consta de cinco partes: lb-6; 7-12; 13-18; 19-22; 23- 24. La primera (lb-6) insiste en el conocimiento que el Señor tiene de las personas. Son diversos los verbos que expresan este pensamiento: «sondear», “conocer”.


«Penetrar», “examinar”, etc. Hay una serie de cuatro parejas de términos opuestos que traducen la idea de totalidad: “sentarse + levantarse”, «andar + acostarse», «por detrás + por delante», «pensamiento + palabra». El Señor conoce totalmente la dimensión exterior de la persona. De su dimensión interior se hablará más adelante (13-18). El conocimiento que Dios tiene del ser humano excede la comprensión que la persona tiene de sí misma. Nuestro ser le es familiar, mientras que nosotros no logramos saber con exactitud quiénes o qué somos.


La segunda parte (7-12) esboza la primera reacción ante este conocimiento total y cristalino: el intento de huida. El salmista siente deseos de huir lejos del soplo y de la presencia de Dios (7). Intento frustrado, pues él, con su mano derecha y con su mano izquierda, en una especie de abrazo cósmico, envuelve y sujeta a toda persona (10). En esta parte también se juega con cuatro parejas de elementos en oposición que expresan la idea de totalidad. Se trata, en todos los casos, de intentos de huida: «subir al cielo + acostarse en el abismo», «volar hasta el margen de la aurora (huir hacia el este) + emigrar a los confines del mar (huir al oeste)», «las tinieblas + la claridad», «la noche + el día». Están presentes tanto la dimensión vertical (cielo - abismo), como la horizontal (este - oeste) y la dimensión temporal (noche - día). La conclusión a que se llega es que resulta inútil pretender huir de Dios. Ello conoce todo (primera parte) y lo abarca todo (segunda parte). ¿Cuál puede ser la solución?


La respuesta viene en la tercera parte (13-18) y constituye la segunda reacción, la actitud auténtica del ser humano: entregarse serenamente a Dios El lo conoce todo, no sólo el exterior, sino también lo más íntimo de la persona. En la cultura del pueblo de la Biblia, las entrañas —el texto hebreo habla literalmente de «riñones» (representa los deseos y las intenciones más recónditas de la persona. Dios se encuentra ahí, en el secreto más profundo del ser humano. Además, él ha sido el gran tejedor de cada ser humano, nos ha tejido en el seno de nuestra madre biológica, pero también en el inmenso seno de la gran madre Tierra (15). Las manos del Señor iban tejiendo, mientras que sus ojos contemplaban la maravilla que se iba formando poco a poco. Cada persona es un prodigio de Dios. Todo forma parte de un gran plan divino, el plan que se abre y estalla en maravilla y prodigio de vida. Todo está claro a los ojos del Señor, incluidos nuestros días, desde el primero hasta el último, antes incluso de que lleguen a existir.


La cuarta parte (19-22) deja a un lado el ambiente sereno y tranquilo, para dar paso a un clima de violencia. Aprovechando la intimidad con el Señor, el salmista pide justicia, deseando la muerte de los malvados y asesinos que se rebelan contra el Señor. Les declara un odio mortal por odiar ellos a Dios.


En la última parte (23-24), se retama el tema de la primera (lb-6) en forma de súplica. El salmista le pide al Señor que lo sondee, que lo conozca, que lo ponga a prueba, que mire su trayectoria y que lo guíe por el camino de la eternidad. Son los mismos motivos que aparecen al principio. Antes, el salmista afirmaba que el Señor lo conocía sobremanera. Ahora le pide que intensifique el sondeo, para que su camino no le resulte funesto.


Los caminos de la primera parte (3b) se convierten ahora en «camino eterno». El hecho de que Dios sondee da lugar a un efecto saludable: anima a que nuestros caminos cotidianos pasen de caminos funestos a camino de eternidad.


Este salmo tiene una parte violenta y de odio, en la que se pide la muerte de los malvados y el alejamiento de los asesinos (20). Este detalle es importante a la hora de comprender la situación que engendró este salmo. Por otro lado, hay que recordar lo que se ha dicho un poco antes: « ¡Si los cuento... son más numerosos que la arena! ¡Y, cuando despierto, todavía estoy contigo!» (18). Estos datos nos llevan enseguida a la siguiente conclusión: este es el salmo de una persona amenazada de muerte que se ha refugiado en el templo de Jerusalén (compárese con Sal 17; 27). El templo funcionaba entonces como lugar de refugio. Los asesinos están fuera, a la espera. La persona refugiada pasa la noche en el templo, reflexionando sobre Dios, que la conoce total y profundamente. Y se duerme con estos pensamientos. Cuando se despierta (18), todavía está envuelta en la contemplación de estos proyectos, prodigios y maravillas del Señor Los sacerdotes de guardia solían echar las suertes para ver si el refugiado era inocente o culpable. A la vista del texto de este salmo, también nosotros podemos, sin lugar a dudas, declarar inocente al salmista. Entonces se extiende la reacción de justicia contra los malvados e injustos asesinos. Así se explica el odio que les profesa el salmista. Obrando como obran, se convierten en enemigos de Dios, al que odian, detestan y contra el que se rebelan. El salmista hace suyos los sufrimientos del Señor: « ¡Los tengo por mis enemigos!» (22b).


Son muchos los rasgos que aparecen aquí; nos limitamos a destacar alguno de ellos. Está muy presente el motivo del Señor corno aliado y defensor del justo. Se considera el templo como casa del Señor, en la que el justo se refugia para que se le haga justicia. ¡El motivo de la alianza también está muy presente en la reacción del justo, que odia a los enemigos de! Señor. Un elemento que aparece con gran intensidad es el del conocimiento de Dios, que conoce incluso las profundidades de nuestro ser y de nuestro obrar que nosotros desconocernos. Nos conoce plenamente: por dentro, por fuera, conoce nuestras acciones y deseos más íntimos, nuestros pensamientos y palabras. Es un Dios que está, por tanto, en lo más profundo de nuestro ser, de nuestra historia personal. Se ha instalado ahí, desafiándonos e invitándonos a encontrarlo, no fuera de nosotros, sino en nuestra más profunda intimidad. De nada sirve huir de él, porque estaríamos huyendo de nosotros mismos y de nuestra identidad más secreta. Si él conoce de este modo nuestro ser, pasado, presente y futuro, sólo nos resta pedir que se nos revele y que, al mismo tiempo, nos revele cuál ha de ser nuestro camino, para que no sea un camino funesto, sino de eternidad...


Otro aspecto importante es la misteriosa atracción que ejerce este Dios. El conocimiento pleno que tiene del ser humano provoca en el salmista una reacción serena de entrega total, pidiendo que lo sondee, que lo conozca y lo guíe cada vez más por el camino eterno (compárese con Sal 103,14).


El Jesús del evangelio de Juan goza de ese profundo conocimiento de estas personas Qn 1,47-50; 2,23-25). Sus primeras palabras son estas: « ¿A quién estáis buscando?» (Jun 1,38). El sabe qué es lo que buscamos en lo más hondo de nuestro ser; y nos invita a tomar conciencia de ello, para que seamos felices. La samaritana es un claro ejemplo de todo esto (Jn 4,5-30). Jesús le reveló que andaba en busca del agua que calma la sed para siempre. Ella la estaba buscando sin tener conciencia de ello. Después de encontrarla, se convirtió en misionera.


Conviene tener presente cuanto se ha dicho a propósito de los demás salmos sapienciales. Podemos rezarlo cuando reconocemos que la decisión más sabia de la vida consiste en entregarse serenamente a Dios, poniéndose en sus manos, pues Dios nos conoce plenamente; también cuando experimentamos que Dios nos es trecha y abraza, no para condenarnos, sino para orientar nuestros pasos por el camino eterno; es un salmo para cuando necesitamos examinar nuestros caminos; también podemos rezarlo en los conflictos internos y externos de la vida...


Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10,13-16. Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.
El «sí» total del corazón a Cristo por parte de quien sigue al Maestro irradia y se convierte en la fuerza de la misión evangélica. En los vv. 1-6 del capítulo 9 de Lucas veíamos que Jesús encargaba a los discípulos hacer lo mismo que él había hecho: expulsar a los demonios y curar a los enfermos (cf. Lc 8,25-56). La iglesia no tiene otra misión que continuar la obra de aquel que los envió. Los doce apóstoles son el fundamento de la misión de la Iglesia. Ahora bien, junto con ellos, Jesús eligió a otros muchos. La mies es abundante, pero los obreros son siempre pocos. El fragmento del evangelio de hoy se refiere a los setenta (y dos) discípulos que anuncian el mensaje del Reino (10,1-12). El número «doce recuerda a las doce tribus de Israel. El número «setenta y dos» remite, en cambio, a los setenta y dos pueblos de la tierra enumerados en Gn 10. La misión de los discípulos tiene por ello un aspecto universal, se extiende a toda la tierra. Estos setenta y dos discípulos constituyen el signo de todos aquellos que el dueño de la mies llama para llevar el Evangelio. No se trata, en realidad, de una empresa humana, de algo que dependa de nuestra capacidad; se trata del Reino de Dios.



Los obreros del Reino no son tanto aquellos que lo anuncian como Cristo mismo en persona. Es él quien envía, quien toma la palabra, quien actúa. Se trata de dejar hacer a Jesús más que de hacer nosotros mismos. Lo importante es ser como él, adoptar su estilo, con su acontecer y sus frutos, y gracias a ello con su alegría. « “¡En marcha! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (v. 3). El Señor nos invita a no lamentarnos de los tiempos y de las dificultades de la misión. Más aún, las dificultades constituyen precisamente el signo del Reino. El signo con el que viene el Reino. Son la obra del Espíritu Santo. Jesús pide a los discípulos que no se preocupen: «no os preocupáis del modo de defenderos, ni de lo que vais a decir, el Espíritu Santo os enseñará en ese mismo momento lo que debéis decir» (12, 11, 12) El Maestro no quiere que caigamos en la ansiedad. La misión es siempre un milagro del Señor.


En la primera lectura de hoy nos sorprende Job con su actitud. Después de haberse lanzado contra Dios y de haber maldecido el día de su nacimiento (3,1-10), ahora proclama, en cambio, su esperanza: «Pues yo sé que mi defensor está vivo y que él, al final se alzará sobre el polvo; y después que mi piel se haya consumido, con mi propia carne veré a Dios. Yo mismo lo veré... » (vv. 25-27). Primero vino la lamentación y el llanto ante Dios, ahora aparece el grito de la victoria.


Llegados a este punto, nos preguntamos cómo llegó Job a este acto de fe profunda y de esperanza en el Señor Cómo pasó de la angustia y del anhelo de la muerte a esta confianza en Dios. Basta con reflexionar atentamente. Job no ha cesado nunca de luchar en la oración: adoración, petición, súplica. Este diálogo ininterrumpido con Dios, incluso en la angustia más profunda, no ha disminuido. Job ha sabido luchar en la noche. Ha conocido a Dios como adversario in humano, como alguien que descarna y despoja, pero, al final, ha conocido en Dios el todo de su vida. De la nada al todo. Sólo a través de esta noche, a través de esta lucha in humana, se hace posible llegar a Dios. Job nos hace ver que atravesar la nada es algo verdaderamente espantoso.


Para entrar en el «misterio de la luz infinita» es necesario sumergirse en la noche.


La plegaria de los salmos de lamentación es una confirmación de lo que decimos. Basta con ver el salmo 22. Comienza con un grito desesperado: « ¡Dios mío!, ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?, ¿porqué no escuchas mis gritos y me salvas?». Pero termina con un grito de esperanza: «Yo viviré para el Señor». Para llegar a la resurrección, no es posible evitar la agonía de Getsemaní. Para entrar en comunión con Dios, es preciso no alejar nos de él, continuar viviendo en su proximidad.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 10, 13-16, para nuestros Mayores. La condena de Betsaida, Corazaim y Cafarnaum…
Nuestro texto forma la conclusión del mensaje de envío de los setenta y dos discípulos que hemos comentado en la perícopa anterior (10, 1-12). Las palabras con que el alude a la suerte de Corozaim y de Betsaida (10, 14) retoman la fórmula de condena que se había utilizado al atar de los pueblos que no han recibido a los misioneros (10, 12); además, la afirmación de que Jesús está presente en sus enviados (10, 16) constituye la conclusión lógica de todo este mensaje.



La condena de Corozaim, Betsaida y Cafarnaum debe entenderse en tres niveles diferentes, a) Parece que en el mundo de todo se encuentra una experiencia de tragedia Jesús; extiende en Israel su gran mensaje de esperanza y, sin embargo, descubre que los suyos le abandonan. Es probable que el mismo Jesús haya presentido la condena de su pueblo; las viejas ciudades gentiles que fueron en un símbolo de corrupción y de condena —Tiro, Sidón, Nínive— tendrán un juicio más benigno que los pueblos de Israel, los elegidos. b) Todo nos permite suponer que esta experiencia continúa en el tiempo de la Iglesia; el evangelio va rompiendo las barreras de los pueblos y llega a los gentiles; pero, en cambio, las ciudades de Galilea que sintieron la palabra de Jesús y fueron cuna de sus primeros discípulos se van quedando solas, encerradas dentro de un judaísmo anticristiano, intolerante, c) Ese texto, en fin, se ha convertido en símbolo de la tragedia de todo el pueblo de Israel y de aquellos hombres que, sintiéndose escogidos, rechazan la esperanza de salvación que está llegando.


A la luz de esta experiencia se comprende el verdadero riesgo de la misión cristiana. Toda misión enfrenta a los hombres con la luz de Dios y les sitúa ante la urgencia definitiva de la salvación o la condena. Por eso es más benigna ante el juicio la suerte de aquéllos que no han escuchado la palabra que la suerte de aquéllos que, escuchada, la rechazan. Esa perspectiva nos puede ofrecer la tentación de permitir que todo siga como antes, sin llevar al mundo un riesgo de condena. Sin embargo, el evangelio nos asegura que ese riesgo merece la pena. La luz está hecha para alumbrar; el bien existe en orden a expandirse; por eso el misionero está obligado a iluminar con la verdad del Cristo.


Ante el riesgo de los hombres que pueden aceptar o rechazar la verdad del evangelio la palabra de Jesús ha resonado cristalinamente clara: “Quien a vosotros me escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mi me rechaza” (10, 16). Jesús envía a los suyos; les ha encomendado un tesoro y quiere que lo extiendan ante todas las gentes de la tierra.


Desde aquí se descubre la doble presencia de Jesús. Entre los hombres. Como hemos visto al comentar Lc 46-50, Jesús se encuentra en los pequeños y perdidos la tierra (los niños, indefensos, sin valores); por eso el que Jesús recibe a uno de esos pequeños a Jesús mismo le recibe. Lc 9 46-50. Pues bien, en la nueva perspectiva en que ahora nos hallarnos, se descubre que el mismo Jesús está en aquellos que extienden su palabra entre los hombres (los que han sido enviados). Como habíamos insinuado ya, al tratar de aquella perícopa, estas dos presencias se complementan: Jesús está en los pobres (que pueden ser los no cristianos) y se encuentra en aquéllos que socorren pobres (sobre todo en los misioneros que les conducen a la luz del Cristo y les ayudan a comprender el verdadero sentido de su vida).


Comentario del Santo Evangelio: Lc 10, 13-16, de Joven para Joven. Anuncio del Reino de Dios.
Dios habla a Job irónicamente para hacerle comprender que Él no tiene que rendir cuentas a nadie. Job es el que pretendía poner en tela de juicio el orden del mundo. ¿Y qué es lo que conoce de la creación? ¿Qué sabe él de la marcha del mundo y de los fenómenos meteorológicos? ¿Conoce acaso las costumbres desconcertantes de los mismos animales? Todas estas descripciones son coloristas en extremo: revelan a un poeta, a un apasionado por la naturaleza, a un amante de los animales. Finalmente, Job confiesa su ligereza. La inteligencia del hombre queda desconcertada por estas maravillas, con frecuencia gratuitas, de la creación; tiene que aceptar las aparentes inconsecuencias de Dios en el gobierno del mundo sin exigir explicaciones.


La mentalidad con que está redactado este texto parecerá sin duda inactual al hombre de hoy, embarcado en la noble empresa de descubrir hasta los últimos secretos de la naturaleza. Solamente quien alcance a comprender que no basta conocer las cosas, sino que se requiere, por encima de todo, que esas cosas conocidas adquieran un sentido profundo en función del resto de la creación, será capaz de captar el anuncio del Reino, temporal y escatológico al mismo tiempo, del que nos habla el evangelio.


Anuncio del Reino de Dios como acontecimiento de salud eterna para los pecadores. Anuncio que la Iglesia tiene que proclamar y aplicarse a sí misma.


Anuncio que obliga a esa misma Iglesia a no tomar como fin de su actividad la representación de una comedia de alta moralidad, como si en ella todo estuviera cabal y cumplido, sin que exista el riesgo de que también en ella se encuentre lo frágil, lo problemático lo que necesita de constante corrección y mejora.


Elevación Espiritual para este día 
Tú eres el santo, Señor Dios único, el que haces maravillas (Sal 76,15). Tú eres el fuerte, tú eres el grande (cf. Sal 85,10), tú eres el altísimo, tú eres el rey omnipotente; tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra (cf. M 11,25). Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses (cf. Sal 135,2); tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero (cf. 1 Tes 1,9).


Tú eres el amor, la caridad; tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres la paciencia (Sal 70,5); tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre; tú eres la seguridad, tú eres la quietud, tú eres el gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia, tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.


Tú eres la hermosura, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector (Sal 30,5); tú eres nuestro custodio y defensor; tú eres la fortaleza (cf. Sal 42,2), tú eres el refrigerio. Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, omnipotente Dios, misericordioso Salvador.


Reflexión Espiritual para el día.
Si de algunos —entre todos los seres deformes e infortunados del mundo— se apartaba instintivamente con horror Francisco era de los leprosos. Un día que paseaba a caballo por las cercanías de Asís te salió al paso uno. Y por más que le causaba no poco repugnancia y horror; para no faltar, como transgresor del mandato, a la palabra dado, soltando del caballo, corrió a besarlo. Y, al extenderle el leproso la mano en ademán de recibir algo, Francisco, besándosela, le dio dinero. Volvió a montar el caballo, miró luego a uno y otro lado y, aunque era aquél un campo abierto sin estorbos a la vista, ya no vio al leproso. Lleno de admiración y de gozo por lo acaecido, pocos días después trata de repetir la misma acción. Se va al lugar donde moran los leprosos y, según va dando dinero a cada uno, le beso la mano y la boca. Así toma lo amargo por dulce y se prepara varonilmente para realizar lo que le espera.



El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Los amigos de Job sugieren su condena.
Después de dejar hablar a los «amigos» de Job... 



Después de haber escuchado la vacilante y dolorosa búsqueda de Job... 


Dios, a su vez, toma la palabra. Y no es para condenar a Job como le sugerían sus amigos, sino para aprobarlo. 


-Desde el seno de la tempestad, dijo el Señor a Job: « ¿Has mandado una vez en tu vida a la mañana, has asignado a la aurora su lugar?» Job, lo había dicho ya. 


Dios es grande, no hay órdenes para Dios. 


¡Cuán presuntuosa es la inteligencia humana que quisiera penetrar todos los misterios, incluso el secreto del mal, siendo así que no hace más que rozar el misterio de las cosas! 


¿Quién manda salir el sol? dice Dios. 


¿Quién inventó la «luz»? ¿Qué es la «luz»? ¿Quién decidió la velocidad de la luz: 300.000 kilómetros por segundo? 


Ayúdanos, Señor, a saber contemplar tu obra. Ayúdanos a saber admirar. Ayúdanos a reconocer nuestros límites y nuestras ignorancias, danos esta humildad radical que nos viene de la constatación de nuestra «condición humana»: soy "criatura", y Tú eres mi «Creador», y no al revés... dependo totalmente de Ti, y no... a la inversa. 


-¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿Has explorado el fondo del abismo? ¿Has descubierto las puertas de la muerte? Dime... ¿dónde está la morada de la luz? Y ¿cuál es el sitio de las tinieblas? ¿Puedes conducirlas a su casa?
El hombre ha preguntado a Dios. Y es normal. 


¡Y Dios replica con una ráfaga de «preguntas»! Es verdad. En el fondo, es Dios quien «interroga al hombre». No se tendrían que invertir los papeles. El hombre es una parte del universo... El universo existe antes que él y es exterior a él... ¿cómo puede el hombre pretender ser la regla, la medida y el censor de ese universo? El hombre es infinitamente «pequeño» ante el universo y ante Dios. Quizá no nos agrada que nos lo recuerden, pero esto no cambia en nada la realidad: es así queramos o no lo queramos. Entonces, ¿por qué no lo «reconocemos»? 


Concédenos, Señor, que sepamos someternos a la realidad y aceptarla. 


-Job contestó al Señor: «Soy muy poca cosa para replicar. Taparé mi boca con la mano y ya no insistiré...» 


El hombre debe aceptar esas zonas formidables de misterio. El científico y el técnico lo admiten con dificultad porque su afán es reducirlo todo a su servicio y utilidad. Al hombre moderno, Job le recuerda que las cosas no existen solamente en vistas a satisfacer sus necesidades: un misterio sigue subsistiendo en ellas, incluso cuando cree haberlas pesado, disecado, medido, analizado, definitivamente. 


Danos, Señor, el sentido del misterio: lo que comprendo de los seres, y de las personas no agota su insondable misterio.
Concédenos ser capaces de callar y de admirar en silencio.


Copyright © Reflexiones Católicas.

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