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lunes, 5 de julio de 2010

Lecturas del día 05-07-2010

5 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. LUNES XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.(CIiclo C). 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SAN ANTONIO MARÍA ZACCARÍA, presbítero Memoria libre.. SS. Marta mf.

LITURGIA DE LA PALABRA

Os 2,16.17b-18.21-22: Me casaré contigo en matrimonio perpetuo
Salmo responsorial 144: El Señor es clemente y misericordioso
Mt 9,18-26: Mi hija ha muerto. Pero ven, y vivirá
Los dos relatos son complementarios, ponen de manifiesto, una fe que salva, la fe que es requerida para el comienzo del Reino. La actuación de la hemorroisa expresa la dependencia de esa relación y su fe de que se vería libre de la impureza que le había impedido vivir una vida normal y albergar esperanza para el Reino venidero. Jesús la reconoce como hija de Dios, y la curación llega inmediatamente como resultado directo de su Palabra.

Al llegar Jesús a la casa del funcionario, se encuentra con un ambiente de desconsuelo, las ruidosas plañideras profesionales se ríen burlonamente de la declaración hecha por Jesús de que la niña no esta muerta, sino dormida, Jesús señala que su muerte no es permanente, sino que despertara como de un sueño, lleno de fe, el funcionario despide a la multitud y Jesús toma la mano de la niña y la devuelve a la vida. Ambas actuaciones de Jesús son signos vivificantes del reinado de Dios.

El mensaje que el evangelista Mateo quiere transmitir es claro, para que se sigan manifestando los signos del reino, el creyente debe tener una fe en Jesús como la que manifiestan estos dos personajes. Es la fe en Jesús es la que permite que Jesús actué y pueda curar y sanar.

PRIMERA LECTURA.
Oseas 2, 16. 17b-18. 21-22
Me casaré contigo en matrimonio perpetuo
Así dice el Señor: "Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor-, me llamará Esposo mío, no me llamará Ídolo mío. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor."

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 144
R/.El Señor es clemente y misericordioso.
Día tras día, te bendeciré / y alabaré tu nombre por siempre jamás. / Grande es el Señor, merece toda alabanza, / es incalculable su grandeza. R.


Una generación pondera tus obras a la otra, / y le cuenta tus hazañas. / Alaban ellos la gloria de tu majestad, / y yo repito tus maravillas. R.

Encarecen ellos tus temibles proezas, / y yo narro tus grandes acciones; / difunden la memoria de tu inmensa bondad, / y aclaman tus victorias. R.

El Señor es clemente y misericordioso, / lento a la cólera y rico en piedad; / el Señor es bueno con todos, / es cariñoso con todas sus criaturas. R.

SANTO EVANGELIO
Mateo 9, 18-26
Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, y vivirá
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: "Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá". Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que, con sólo tocarle el manto, se curaría. Jesús se volvió, y al verla le dijo: "¡Animo, hija! Tu fe te ha curado. Y en aquel momento quedó curada la mujer.

Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: "¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida". Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por aquella comarca.

Palabra del Señor

Comentario de la Primera lectura: Os 2,16.17b-18.21-22. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo
 
El profeta Oseas escribió en tiempos de Jeroboán III (713-743 a. de C.), en un período bastante florido, desde el punto de vista social, para Israel, aunque amenazado por la prostitución del pueblo a los baales, ídolos cananeos de la sexualidad, de la fecundidad, de la vegetación. La misma mujer del profeta abandona a su marido y se convierte en prostituta sagrada en un templo de Baal. Oseas, con la pena del corazón traicionado, es introducido en un significado más amplio de ese adulterio: no sólo su mujer, sino todo Israel es adúltero respecto a Dios.

Y en el hecho de que el profeta, por voluntad del Señor; vuelva a tomar consigo a la mujer infiel comprende el autor sagrado que debe expresar, con su propia vida y con su escrito, el drama de un Dios hasta tal punto fiel a Israel que lo atrae de nuevo hacia sí para renovarlo en un encuentro de profunda intimidad. Los «viñedos», los bienes perdidos por Israel cuando abandonó al Señor; él mismo —el esposo— los devolverá o vez a la amada que se convierte a él.

Israel, yendo aún más al fondo en la alianza nupcial con Dios, experimentará la transfiguración de las mismas experiencias más dolorosas. Precisamente como el «valle de Acor», un estrecho y oscuro desfiladero que evocaba atroces recuerdos de estragos (cf. Jos 7,24ss), se convertirá en “puerta de esperanza”. Y será muy bello —dice Oseas—, como en los tiempos de la liberación de Egipto, dirigir cantos de amor a un Dios que desea cada vez más apasionadamente unir a la creación consigo, renovándola con sus dones nupciales.

Éstos son la justicia, fuente de toda la acción de Dios que une consigo a la esposa fiel; el derecho, que es defenderla del mal; la ternura y ese amor intenso y tiernísimo —rahªmîm- que caracteriza las nuevas relaciones del Dios-Esposo con Israel-Esposa, convertida en lo más profundo de su ser. De este modo es corno la esposa «conocerá» a su Dios: no de modo formal, exterior, sino en lo hondo del corazón.

Comentario del Salmo 144. El Señor es clemente y misericordioso.
Israel recuerda, agradecido, las victorias que Yavé ha realizado por su medio en sus combates contra sus enemigos. El presente salmo canta estas hazañas y puntualiza con insistencia que Yavé ha sido quien ha dado vigor y destreza a su brazo en todas sus batallas. Es tan palpable la ayuda que han recibido de Dios que siente la necesidad de alabarlo y bendecirlo. Proclaman que Él es su aliado, su alcázar, su escudo, su liberador, etc. «Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis dedos para la guerra. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte y mi libertador, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos».

Victorias y prosperidad van de la mano, de ahí la plasmación de toda una serie de imágenes poéticas que describen el crecimiento y desarrollo de Israel como pueblo elegido y bendecido por Dios: «Sean nuestros hijos como plantas, crecidos desde su adolescencia. Nuestras hijas sean columnas talladas, estructuras de un templo. Que nuestros graneros estén repletos de frutos de toda especie. Que nuestros rebaños, a millares, se multipliquen en nuestros campos».

El pueblo, que tan festivamente canta las bendiciones que Dios ha prodigado sobre él, deja una puerta abierta a todos los pueblos de la tierra. Todos ellos serán también bendecidos en la medida en que sean santos, es decir, en la medida en que su Dios sea Yavé: « ¡Dichoso el pueblo en el que esto sucede! ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!».

La intuición profética del salmista llega a su cumplimiento con Jesucristo. Él, mirando a lo lejos, no ve una multitud de pueblos fieles a Dios, sino un enorme y universal pueblo de multitudes.

Así nos lo hace ver al alabar la fe del centurión, quien le dijo que no era necesario que fuese hasta su casa para curar a su criado enfermo, Le hizo saber que creía en el poder absoluto de su Palabra, que era suficiente que sus labios pronunciasen la curación sobre su criado y esta se realizaría. Fue entonces cuando Jesús expresó su admiración, ensalzó la fe de este hombre y le anunció el futuro nuevo pueblo santo establecido a lo largo de todos los confines de la tierra: «Al oír esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande, Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos» (Mt 8,10-11).

Pueblo santo, pueblo universal, llamado a ser tal como fruto de la misión llevada a cabo por Jesús, el Buen Pastor. En Él, el pueblo cristiano es congregado y vive la experiencia de participar de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef. 4,5-6).

El apóstol Pedro anuncia la elección de la Iglesia como nación santa, rescatada y, al mismo tiempo, dispersa en medio de todos los pueblos de la tierra. Es un pueblo bendecido que canta la grandeza de su Dios. Cada discípulo del Señor Jesús proclama su acción de gracias que nace de su experiencia salvífica. Sabe que, por Jesucristo, ha vencido en sus combates, alcanzando así la fe, y ha sido trasladado de las tinieblas a la luz: «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1Pe 2,9).

San Agustín nos ofrece un texto bellísimo acerca del combate que todo discípulo del Señor Jesús debe enfrentar contra el príncipe del mal, y que es absolutamente necesario para su crecimiento y maduración en la fe, en su amor a Dios: “Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación; y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y tentaciones”.

Todo discípulo sabe y es consciente de que sus victorias contra el Tentador no surgen de sí mismo, de sus fuerzas sino que son un don de Jesucristo: su Maestro y vencedor. Por eso, bendice y da gloria a Dios con las mismas alabanzas que hemos oído entonar al salmista: Bendito seas, Señor y Dios mío, porque has adiestrado mis manos para el combate, has llenado de vigor mi brazo, has fortalecido mi alma; tú has sido mi escudo y mí alcázar en mis desfallecimientos. ¡Bendito seas, mi Dios! ¡Bendito seas Señor Jesús!

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9,18-26. Mi hija ha muerto, si tú vienes vivirá.
Este relato presenta la típica estructura de encaje. Se trata, en efecto, de dos episodios tan insertados entre sí que se revelan como dos aspectos de una única realidad: la fe en Jesús, que, si es auténtica, hace pasar de la muerte a la vida. Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún, se postra ante Jesús en casa de Mateo precisa mente cuando estaba hablando de bodas, de ropa nueva y de vino nuevo (cf. 9,16ss). En su discurso de vida se inserta la pena de quien acaba de ver morir a su hija de doce años (cf. Lc 8,42), la edad de las nupcias para los judíos. Jesús se dirige hacia la casa de la difunta cuan do una mujer, que sufría hemorragias desde hacía doce años, le toca la orla de su manto, persuadida, por la fe, de que «tocarle» significa salvarse. Y eso es precisa mente lo que le oye decir al Señor: «Ánimo, hija, tu fe te ha salvado» (v. 22). Si perder sangre de continuo simboliza la amenaza de la muerte, la curación de la mujer es preludio de la victoria sobre la muerte que lleva a cabo Jesús enseguida en casa de Jairo. Dice Jesús: «La niña no ha muerto; está dormida» (v.24).

En efecto, allí donde se hace sitio a Jesús, que vivió la muerte por nosotros en su persona y la «engulló» con su resurrección (cf. 1Cor 15,55), la muerte corporal se convierte en «dormición», y dejarse «tocar» por Jesús se convierte en certeza de resurrección. La vida —como un caminar hacia la plenitud de las bodas de amor eterno, teniendo plena confianza en Jesús— encuentra en esta página una interpretación ejemplar. Vivir es caminar en la fe, en esa fe que, en concreto, es «tocar» y «dejarse tocar» por Cristo vivo en la Palabra, en la eucaristía y en el prójimo.

Los baales, los ídolos de muerte denunciados por Oseas, también nos seducen hoy. Son el dinero, la ropa, el culto a la imagen, el sexo, el hedonismo y también ese sutil, aunque obstinado, dominio del ego, mediante el cual, incluso cuando hacemos el bien, nos buscamos más a nosotros mismos y nuestras propias gratificaciones que la gloria del Señor y la venida del Reino. Sin embargo, nuestro corazón está profundamente insatisfecho e inquieto. Es preciso escucharlo mientras grita la desolación de su vacío, de ese adulterio que es dejar perder a Dios en el torbellino del activismo, en la carrera hacia la exageración para prostituirse con alguno de los ídolos que hemos citado más arriba. Y es preciso que nos dejemos conducir por el Señor «al desierto». Para ver con perspicacia que la idolatría del vivir compro metidos con las lógicas de este mundo no sólo es un insulto al Señor de la vida, sino también una progresiva pérdida de vida, como experimentaba la mujer antes de tocar la orla del manto de Jesús, para todo esto, decíamos, resultan preciosos algunos momentos de meditación. Poco a poco se pierde el gusto por la oración, la alegría de hacer el bien, la sensibilidad del “hacerse prójimo”. Y, a la larga, se va apagando la vida espiritual. Hay muertos ambulantes con mucho activismo por dentro y apariencia -¡puede darse!- de bien.

Con todo, es posible la salvación. Se llama Jesús. Este sólo pide que le conozcamos, aunque en lo pro fundo del corazón: con ese conocimiento de la fe que es «tocarle» como la mujer del evangelio y “dejarse tocar” (coger por la mano) por él como la niña de doce años que se levanta. Jesús es el Esposo que libera a quien habita en las tinieblas (en el vacío) y en sombras de muerte (todo adulterio, prostitución a los ídolos). Con todo, es preciso entrar en contacto con él con una fe orante.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9,18-26, para nuestros Mayores. Dueño de la vida
La perícopa recoge dos escenas entremezcladas que nos son narradas por los tres Sinópticos. La relación entre ellos resulta más complicada que de lo ordinario. Mateo, una vez más, parece haber estilizado la historia prescindiendo de rasgos de tipo anecdótico que no interesaban para la narración. La diferencia más grande entre los Sinópticos es que, según Mateo, la niña ya había muerto cuando su padre —que era un «jefe» según su versión, y jefe o presidente de la sinagoga, según la versión de Marcos y Lucas— se llega a Jesús para pedirle ayuda (los otros dos Sinópticos dicen que estaba muy grave). ¿Qué ha pretendido Mateo al introducir este cambio? ¿Poner más de relieve la magnitud del milagro? Probablemente lo ha hecho, en el caso de haber sido él el responsable del cambio, por razones teológicas: entre las obras que realizaría el Mesías, y como signo para reconocerlo, figuraba también la resurrección de los muertos. Y antes de mencionar expresamente estos signos (11, 5) quiere adelantar ejemplos de todas y cada una de las obras que realizaría el Mesías. Así quedaría más patente el mesianismo de Jesús.

A pesar de que Mateo ha abreviado la narración de Marcos, nos conserva dos detalles sumamente interesantes porque recuerdan las costumbres judías. Uno se refiere a las borlas que llevaba Jesús en el borde de su manto (v. 20). Todo judío piadoso las llevaba, para que le evocasen los mandamientos del Señor (25, 5; Núm 15, 38ss). Jesús se adaptó a las costumbres y modo de vestir de sus contemporáneos. El otro detalle nos lo ofrece con la mención de los flautistas profesionales que eran llamados para hacer el duelo más solemne.

La finalidad del evangelista Mateo es clara. Ya nos ha dicho que Jesús es el vencedor de la muerte (ver el comentario a8, 18-22). El cuarto evangelio acentuará más este aspecto: Jesús es la vida, la resurrección y la vida. Al enfrentarse con la muerte, ene caso presente, Mateo nos presenta una parábola en acción: Jesús, que es la resurrección y la vida, es el vencedor de la muerte, tiene poder sobre ella. Como Mesías es el portador del reino de Dios, donde la muerte no es el estadio final del hombre, porque el reino de Dios significa la vida, vida inextinguible o eterna, como la llama el cuarto evangelio. Desde este punto de vista toda la vida de Jesús fue una parábola en acción: caminó hacia la muerte para superarla en la resurrección. Desde la resurrección adquiere pleno sentido cuanto dijo e hizo. Y desde la resurrección de Cristo adquiere su último sentido lo que él realizó durante su ministerio terreno. Sólo teniendo esto en cuenta puede comprenderse la profundidad de la afirmación de Jesús cuando, al referirse a la niña muerta, dijo que estaba dormida. En el lenguaje bíblico la imagen del sueño significa que los muertos esperan ser despertados, resucitados (Is 57, 2; Dn 12,2; 1Tes 4, 13-14).

Algo parecido puede decirse del caso de la hemorroisa. El vencedor de la muerte puede vencer la enfermedad. Quien puede lo más puede lo menos. Ni podemos leer despectivamente una historia como ésta pensando que la acción de Dios se limita siempre y exclusivamente al interior del hombre. Afecta al hombre en su totalidad. Y la ruptura que nosotros hemos hecho en él —alma y cuerpo, como realidades tan distintas y distantes— no responde a la mentalidad bíblica.

Otro motivo presente en estas dos historias es la fe. Fe en el poder de Jesús sobre la muerte, como la que tiene Jairo (así llaman Marcos y Lucas al padre de la niña muerta). Fe en el poder de Jesús sobre la enfermedad (como lo demuestra el caso de la hemorroísa). Donde existe esta fe es donde se realiza el milagro. Y no es que Jesús sea un “milagrero”, pero una cosa es clara: se le conocerá tanto mejor cuanto mejor sean conocidos sus milagros.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9,18-26, de Joven para Joven. Los primeros encuentros con Cristo.
El encuentro con los demás tiene lugar de distintas formas, desde el simple estrechar de manos hasta la intimidad. La mujer enferma creía que el simple contacto con Jesús podía tener un poder especial. Orígenes ve en este episodio el símbolo de nuestros primeros encuentros con Cristo, que nos habla a través de la Sagrada Escritura.

Cuando leemos los textos, al principio no los entendemos, por lo menos, no en sentido espiritual. Sólo desciframos el sentido externo de las palabras, de modo superficial. Es como si, también nosotros, tocásemos sólo las vestiduras de Cristo. Pero ya en este primer contacto se manifiesta la fuerza divina. Aunque el sentido profundo de las palabras divinas siga escondido, la lectura comienza a santificarnos. Lentamente, progresivamente, comprendemos también el sentido escondido y así, el contacto externo con Jesús se transforma en un discurso íntimo.

Lo que ocurre con la lectura de la Sagrada Escritura sucede también con las demás formas de devoción de la vida eclesial. Los gestos externos, que al principio parecen rituales vacíos, adquieren poco a poco un sentido interior que nos pone en contacto íntimo con Jesús.

La mujer que sufre de hemorragia toca a Jesús y Jesús toca a la bija de Jairo para resucitarla. Orígenes da también a esto una explicación simbólica. Acercándonos a la lectura de la Sagrada Escritura, accedemos a tocar a Cristo, escondido en las palabras.

En la segunda parte de la liturgia, cuando celebramos la eucaristía, Cristo viene entre nosotros bajo la forma del pan y el vino. Su contacto nos resucita de entre los muertos, asegurándonos la inmortalidad, la vida eterna. Es decir, sucede lo que Jesús había dicho: «Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo» (Jn 6,51).

San Ignacio de Antioquía hablaba de la eucaristía como antídoto contra la muerte. El vivía en un país, Siria, habitado por médicos famosos que curaban rodas las enfermedades con hierbas medicinales, Pero no habían encontrado la medicina contra la muerte. San Ignacio de Antioquia, según la tradición, era el niño que Jesús ponía como ejemplo a los apóstoles probablemente, fue discípulo de Juan Evangelista. El decía a los médicos de su país que los cristianos ya habían encontrado la medicina contra la muerte: la eucaristía, el cuerpo de Cristo que baja a nuestros altares.

El contacto con Jesús transforma la muerte en sueño: aquí la hija de Jairo, más tarde de Lázaro (Jn 11,11), Jesús dicen que duermen. Los que llenan la casa de Jairo se burlan de él, los que acompañan el funeral de Lázaro no lo entienden. Entonces, nadie decía de un muerto: descansa en paz.

Existe una semejanza entre el sueño y la muerte. En el sueña el hombre vive, pero pierde contacto con el mundo; no ve, no siente y, sin embargo, fragmentos de su vida, recuerdos, deseos, surgen en sus sueños. Este sueño que parece muerte interrumpe el contacto con el exterior, pero no destruye la vida.

El juicio divino es un poco como el sueño: aparece toda la vida transcurrida confrontada con el deseo fundamental del hombre, la salvación del alma. Entonces, la muerte es verdaderamente un sueño en el que Dios se revela. Como de un sueño nos despertamos a un nuevo día, así Cristo nos despertará para la vida eterna cuando venga el último día a tocarnos con su poder.

Elevación Espiritual para este día
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reténganme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían, llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.

¡Cómo quisiera, amigo de Dios, que estuvieras siempre lleno del Espíritu Santo en esta vida! “Os juzgaré en la condición en que os encuentre”, dice el Señor (cf. Mt 24,42; Mc 13,33- Lc 19,12ss). ¡Ay de nosotros si nos encuentra cargados de preocupaciones y fatigas terrestres!

Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración lo hace más que cualquier otra cosa, ya que siempre está a nuestra disposición. Podrías sentir el deseo, por ejemplo, de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o bien han acabado los oficios; podrías sentir deseos de hacer limosna, pero no encuentras a ningún pobre o bien no tienes monedas en el bolsillo; es posible que quisieras encontrar alguna otra buena acción para hacerla en nombre de Cristo, pero no tienes fuerza suficiente o bien no se te presenta la ocasión; nada de todo esto, sin embargo, afecta a la oración: todo el mundo tiene siempre la posibilidad de orar.

Es posible valorar la eficacia de la oración, hasta cuando es un pecador el que la hace, si la hace con un corazón sincero, a partir de este ejemplo que nos refiere la santa Tradición: al oír la imploración de una madre desgraciada que acababa de perder a su único hijo, una prostituta, que había encontrado por el camino y se sentía conmovida por la desesperación de aquella madre, se atrevió a gritar al Señor: «No por mí, indigna pecadora, sino a causa de las lágrimas de esta madre que llora a su hijo y sigue creyendo en tu misericordia y en tu omnipotencia, resucítalo, Señor». Y el Señor lo resucitó. Amigo de Dios, éste es el poder de la oración.

Reflexión Espiritual para el día.
¡Cómo quisiera, amigo de Dios, que estuvieras siempre lleno del Espíritu Santo en esta vida! «Os juzgaré en la condición en que os encuentre», dice el Señor (Mt 24,42; Mc 1 3,33-37; Lc 19,12ss). ¡Ay de nosotros si nos encuentra cargados de preocupaciones y fatigas terrestres!

Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración lo hace más que cualquier otra cosa, ya que siempre está a nuestra disposición. Podrías sentir el deseo, por ejemplo, de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o bien han acabado los oficios; podrías sentir deseos de hacer limosna, pero no encuentras a ningún pobre o bien no tienes monedas en el bolsillo; es posible que quisieras encontrar alguna otra buena acción para hacerla en nombre de Cristo, pero no tienes fuerza suficiente o bien no se te presenta la ocasión; nada de todo esto, sin embargo, afecta a la oración: todo el mundo tiene siempre la posibilidad de orar.
Es posible valorar la eficacia de la oración, hasta cuando es un pecador el que a hace, si la hace con un corazón sincero, a partir de este ejemplo que nos refiere la santa Tradición: al oír la imploración de una madre desgraciada que acababa de perder a su único hijo, una prostituta que había encontrado por el camino y se sentía conmovida por la desesperación de aquella madre, se atrevió a gritar al Señor: «No por mí, indigna pecadora, sino a causa de las lágrimas de esta madre que llora a su hijo y sigue creyendo en tu misericordia y en tu omnipotencia, resucítalo, Señor». Y el Señor lo resucitó. Amigo de Dios, éste es el poder de la oración.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Oseas 2, 16-18; 21-22. Mi esposa infiel, yo voy a seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré de corazón a corazón.
Es en su propia vida conyugal, terriblemente desgraciada donde Oseas encontró los acentos más maravillosos para hablar del amor de Dios hacia su pueblo infiel.
Mi esposa infiel...
El capítulo I de Oseas nos relata la sombría historia de un marido engañado. Gómer, su mujer, era una prostituta. Sin duda una de esas cortesanas sagradas que ofrecían sus cuerpos a las liturgias sexuales de Baal. Para comprender el drama de ese profeta, hay que escuchar los nombres que osa dar a los hijos que Gómer le aporta de su vida disoluta. Al primero le llama Yizreel: nombre del palacio donde el general Jehú mandó degollar a toda la familia de su predecesor para apoderarse del trono.., algo así como sí a un niño se le pusiera hoy el nombre de «Buchenwald». A la segunda, una niña, la llama Lo Ruhama: «la no amada», a un tercer hijo le llama Lo Amni: «No-mi-pueblo». Todo parece acabado, desesperado.
Pero el verdadero amor ¿ha dicho jamás la última palabra?
Mi esposa infiel, yo voy a seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré de corazón a corazón. La historia de Oseas es la historia de Dios con su pueblo. ¡Es nuestra propia historia! La historia de una humanidad siempre tentada a ser infiel, y a la que Dios no se cansa de perseguir con su ternura.
« ¡Fue preciso que yo pasara por esto, dice Oseas para comprender cuánto nos ama Dios!»
Es emocionante oír a ese hombre decidido a volver a dar todas las posibilidades a su esposa infiel... y hablando de ella con tanto afecto: «le hablare de corazón a corazón.»
Y responderá ella, allí, como en los días de su juventud. En aquel día me llamará «esposo mío», Y me llamará más «Baal mío». Yo te desposaré conmigo para siempre.
Ciertamente es uno de los pasajes cimeros de la revelación bíblica. Después de la infidelidad de nuestros pecados, Dios sigue amándonos y sigue proponiéndonos su amor, con la misma ternura de siempre.
Es como el canto primaveral y fresco de los primeros esponsales, en la ilusión del primer amor. Pero la pareja ha pasado ya la prueba: ha sido purificada por el sufrimiento y tendrá en adelante una solidez inquebrantable: « ¡será para siempre!»
¡Todo el evangelio de la «misericordia» está ya aquí! Hay que detenerse a contemplar ese Corazón de Dios, capaz de amar de modo totalmente gratuito infinitamente desinteresado. Dios ama a los pecadores. Dios me ama a mí que soy pecador. En todo momento me da facilidades.
Te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en ternura... Te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás al Señor.
La palabra «amor» traduce aquí un término hebreo importante: «hésed».
Ese término expresa la idea de un «lazo profundo, apasionado, visceral», una especie de solidaridad vital, un compromiso, una inclinación afectiva. Se ve que se trata de algo que es mucho más que un sentimiento, que un amono.
Oseas añade la idea de «conocimiento»: tú conocerás al Señor. 

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