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jueves, 9 de septiembre de 2010

Lecturas del día 09-09-2010

9 de Septiembre 2010, JUEVES DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA, Feria, SAN PEDRO CLAVER, presbítero, Memoria libre. Maria de la Cabeza es.

LITURGIA DE LA PALABRA

1Co 8,1b-7.11-13: Dios reconoce a quien ama
Salmo responsorial 138: Guíame, Señor, por el camino eterno.
Lc 6,27-38: Sean compasivos como el Padre es compasivo
La lógica de nuestra cultura es “quien la hace, la paga”. El amor al enemigo es antilógico y contracultural. El nuevo siglo se inició con guerras y amenazas de guerras en diferentes partes del mundo. Todo ataque bélico genera su propio contrataque y, desde luego, de mayores proporciones. Puede dársele diferentes nombres: justicia infinita, guerra santa, cruzada antiterrorista, defensa de los valores democráticos… Pero la barbarie de estas conflagraciones bélicas es de proporciones incalculables. Cuántos inocentes caen bajo las balas de los ejércitos enceguecidos defendiendo valores que ni siquiera conocen. Pero esto no sucede sólo en el plano internacional. También las relaciones interpersonales y familiares están infectadas del virus de la venganza y la violencia. Mientras no logremos superar la barrera de la venganza y la prepotencia, la paz y la convivencia humana serán solamente una quimera, porque no se podrá detener la espiral de violencias de todo tipo. Esto no quiere decir que se renuncie sin más a buscar la justicia y el esclarecimiento de la verdad. Pero el mensaje de Jesús es claro, exigente y desafiante: sólo el perdón sincero puede derrotar al odio que pretende gobernar el mundo. ¿Te arriesgas a intentarlo?

PRIMERA LECTURA.
1Corintios 8, 1b-7. 11-13
Al pecar contra los hermanos, turbando su conciencia insegura contra Cristo
Hermanos: El conocimiento engríe, lo constructivo es el amor. Quien se figura haber terminado de conocer algo, aún no ha empezado a conocer como es debido. En cambio, al que ama a Dios, Dios lo reconoce.

Vengamos a eso de comer de lo sacrificado. Sabemos que en el mundo real un ídolo no es nada, y que Dios no hay más que uno; pues, aunque hay los llamados dioses en el cielo y en la tierra-y son numerosos los dioses y numerosos los señores-, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre, de quien procede el universo y a quien estamos destinados nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existe el universo y por quien existimos nosotros.

Sin embargo, no todos tienen ese conocimiento: algunos, acostumbrados a la idolatría hasta hace poco, comen pensando que la carne está consagrada al ídolo y, como su conciencia está insegura, se mancha. Así, tu conocimiento llevará al desastre al inseguro, a un hermano por quien Cristo murió. Al pecar de esa manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contra Cristo. Por eso, si por cuestión de alimento peligra un hermano mío, nunca volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 138
R/.Guíame, Señor, por el camino eterno.
Señor, tú me sondeas y me conoces;me conoces cuando me siento o me levanto,de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. R.

Tú has creado mis entrañas,  me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras. R.

Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía,  guíame por el camino eterno. R.


SANTO EVANGELIO
Lucas 6, 27-38
Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desgraciados. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.

Palabra de Dios


Comentario de la Primera Lectura: Cor 8,1b-7.11-13. Al pecar contra los hermanos, turbando su conciencia insegura contra Cristo
La situación vital que considera Pablo en este fragmento de su primera carta de los cristianos de Corinto nos permite alcanzar la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de oír camino: el de la caridad cristiana.

Vivían en Corinto algunos cristianos que, en virtud de su seguridad, ostentada más que arraigada en su corazón se exponían con excesiva facilidad a provocar escándalos en otros creyentes, sobre todo en los menos firmes en la fe. Hacían gala de comer carne sacrificada a los ídolos, cosa que para los otros, si no estaba completamente prohibida, era al menos muy inconveniente. Y de esta guisa se contraponían en aquella comunidad los fuertes y los débiles, en un combate que, en vez de suscitar emulación por la pureza de la vida cristiana, sembraba escándalo y ruina espiritual.

A todos —a los fuertes y a los débiles— les recuerda Pablo dos verdades fundamentales: los ídolos son dioses falsos y embusteros, celosos de nuestra libertad y déspotas con respecto a nosotros, mientras que «para nosotros no hay más quien un Dios: el Padre de quien proceden todas las cosa y para quien nosotros existimos» (v. 6). No nos encontrarnos ante un monoteísmo filosófico, fruto de una investigación puramente humana, sino ante la revelación de Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que nos viene no sólo el mandamiento del amor; sino también la posibilidad de cumplirlo.

La segunda verdad es, una vez más, la del misterio pascual de Cristo: «Y así, porque tú te las das de sabio, puede perderse que tiene la conciencia poco formada, ese que es un hermano por quien Cristo murió». En este caso el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús aparece en pleno contraste con la actitud de quienes, en el seno de la comunidad y mediante el escándalo, provocan la muerte, aunque sólo sea espiritual, de un hermano en la fe, tal vez sin esperanza de resurrección.

Comentario del Salmo 138 . Guíame, Señor, por el camino eterno. 
Estamos ante un salmo sapiencial, que concluye con una súplica (23-24). Trata de responder a la pregunta: « ¿Quién es el ser humano?», y pone de manifiesto que sólo Dios puede decir quiénes somos.

Este salmo consta de cinco partes: lb-6; 7-12; 13-18; 19-22; 23- 24. La primera (lb-6) insiste en el conocimiento que el Señor tiene de las personas. Son diversos los verbos que expresan este pensamiento: «sondear», “conocer”, «penetrar», “examinar”, etc. Hay una serie de cuatro parejas de términos opuestos que traducen la idea de totalidad: “sentarse + levantarse”, «andar + acostarse», «por detrás + por delante», «pensamiento + palabra». El Señor conoce totalmente la dimensión exterior de la persona. De su dimensión interior se hablará más adelante (13-18). El conocimiento que Dios tiene del ser humano excede la comprensión que la persona tiene de sí misma. Nuestro ser le es familiar, mientras que nosotros no logramos saber con exactitud quiénes o qué somos.

La segunda parte (7-12) esboza la primera reacción ante este conocimiento total y cristalino: el intento de huida. El salmista siente deseos de huir lejos del soplo y de la presencia de Dios (7). Intento frustrado, pues él, con su mano derecha y con su mano izquierda, en una especie de abrazo cósmico, envuelve y sujeta a toda persona (10). En esta parte también se juega con cuatro parejas de elementos en oposición que expresan la idea de totalidad. Se trata, en todos los casos, de intentos de huida: «subir al cielo + acostarse en el abismo», «volar hasta el margen de la aurora (huir hacia el este) + emigrar a los confines del mar (huir al oeste)», «las tinieblas + la claridad», «la noche + el día». Están presentes tanto la dimensión vertical (cielo - abismo), como la horizontal (este - oeste) y la dimensión temporal (noche - día). La conclusión a que se llega es que resulta inútil pretender huir de Dios. Ello conoce todo (primera parte) y lo abarca todo (segunda parte). ¿Cuál puede ser la solución?

La respuesta viene en la tercera parte (13-18) y constituye la segunda reacción, la actitud auténtica del ser humano: entregarse serenamente a Dios El lo conoce todo, no sólo el exterior, sino también lo más íntimo de la persona. En la cultura del pueblo de la Biblia, las entrañas —el texto hebreo habla literalmente de «riñones» (representa los deseos y las intenciones más recónditas de la persona. Dios se encuentra ahí, en el secreto más profundo del ser humano. Además, él ha sido el gran tejedor de cada ser humano, nos ha tejido en el seno de nuestra madre biológica, pero también en el inmenso seno de la gran madre Tierra (15). Las manos del Señor iban tejiendo, mientras que sus ojos contemplaban la maravilla que se iba formando poco a poco. Cada persona es un prodigio de Dios. Todo forma parte de un gran plan divino, el plan que se abre y estalla en maravilla y prodigio de vida. Todo está claro a los ojos del Señor, incluidos nuestros días, desde el primero hasta el último, antes incluso de que lleguen a existir.

La cuarta parte (19-22) deja a un lado el ambiente sereno y tranquilo, para dar paso a un clima de violencia. Aprovechando la intimidad con el Señor, el salmista pide justicia, deseando la muerte de los malvados y asesinos que se rebelan contra el Señor. Les declara un odio mortal por odiar ellos a Dios.

En la última parte (23-24), se retama el tema de la primera (1b-6) en forma de súplica. El salmista le pide al Señor que lo sondee, que lo conozca, que lo ponga a prueba, que mire su trayectoria y que lo guíe por el camino de la eternidad. Son los mismos motivos que aparecen al principio. Antes, el salmista afirmaba que el Señor lo conocía sobremanera. Ahora le pide que intensifique el sondeo, para que su camino no le resulte funesto.

Los caminos de la primera parte (3b) se convierten ahora en «camino eterno». El hecho de que Dios sondee da lugar a un efecto saludable: anima a que nuestros caminos cotidianos pasen de caminos funestos a camino de eternidad.

Este salmo tiene una parte violenta y de odio, en la que se pide la muerte de los malvados y el alejamiento de los asesinos (20). Este detalle es importante a la hora de comprender la situación que engendró este salmo. Por otro lado, hay que recordar lo que se ha dicho un poco antes: « ¡Si los cuento... son más numerosos que la arena! ¡Y, cuando despierto, todavía estoy contigo!» (18). Estos datos nos llevan enseguida a la siguiente conclusión: este es el salmo de una persona amenazada de muerte que se ha refugiado en el templo de Jerusalén (compárese con Sal 17; 27). El templo funcionaba entonces como lugar de refugio. Los asesinos están fuera, a la espera. La persona refugiada pasa la noche en el templo, reflexionando sobre Dios, que la conoce total y profundamente. Y se duerme con estos pensamientos. Cuando se despierta (18), todavía está envuelta en la contemplación de estos proyectos, prodigios y maravillas del Señor Los sacerdotes de guardia solían echar las suertes para ver si el refugiado era inocente o culpable. A la vista del texto de este salmo, también nosotros podemos, sin lugar a dudas, declarar inocente al salmista. Entonces se extiende la reacción de justicia contra los malvados e injustos asesinos. Así se explica el odio que les profesa el salmista. Obrando como obran, se convierten en enemigos de Dios, al que odian, detestan y contra el que se rebelan. El salmista hace suyos los sufrimientos del Señor: « ¡Los tengo por mis enemigos!» (22b).

Son muchos los rasgos que aparecen aquí; nos limitamos a destacar alguno de ellos. Está muy presente el motivo del Señor corno aliado y defensor del justo. Se considera el templo como casa del Señor, en la que el justo se refugia para que se le haga justicia. ¡El motivo de la alianza también está muy presente en la reacción del justo, que odia a los enemigos de! Señor. Un elemento que aparece con gran intensidad es el del conocimiento de Dios, que conoce incluso las profundidades de nuestro ser y de nuestro obrar que nosotros desconocernos. Nos conoce plenamente: por dentro, por fuera, conoce nuestras acciones y deseos más íntimos, nuestros pensamientos y palabras. Es un Dios que está, por tanto, en lo más profundo de nuestro ser, de nuestra historia personal. Se ha instalado ahí, desafiándonos e invitándonos a encontrarlo, no fuera de nosotros, sino en nuestra más profunda intimidad. De nada sirve buir de él, porque estaríamos huyendo de nosotros mismos y de nuestra identidad más secreta. Si él conoce de este modo nuestro ser, pasado, presente y futuro, sólo nos resta pedir que se nos revele y que, al mismo tiempo, nos revele cuál ha de ser nuestro camino, para que no sea un camino funesto, sino de eternidad...

Otro aspecto importante es la misteriosa atracción que ejerce este Dios. El conocimiento pleno que tiene del ser humano provoca en el salmista una reacción serena de entrega total, pidiendo que lo sondee, que lo conozca y lo guíe cada vez más por el camino eterno (compárese con Sal 103,14).

El Jesús del evangelio de Juan goza de ese profundo conocimiento de tas personas Qn 1,47-50; 2,23-25). Sus primeras palabras son estas: « ¿2A quién estáis buscando?» (Jun 1,38). El sabe qué es lo que buscamos en lo más hondo de nuestro ser; y nos invita a tomar conciencia de ello, para que seamos felices. La samaritana es un claro ejemplo de todo esto (Jn 4,5-30). Jesús le reveló que andaba en busca del agua que calma la sed para siempre. Ella la estaba buscando sin tener conciencia de ello. Después de encontrarla, se convirtió en misionera.

Conviene tener presente cuanto se ha dicho a propósito de los demás salmos sapienciales. Podemos rezarlo cuando reconocemos que la decisión más sabia de la vida consiste en entregarse serenamente a Dios, poniéndose en sus manos, pues Dios nos conoce plenamente; también cuando experimentamos que Dios nos es trecha y abraza, no para condenarnos, sino para orientar nuestros pasos por el camino eterno; es un salmo para cuando necesitamos examinar nuestros caminos; también podemos rezarlo en los conflictos internos y externos de la vida...

Comentario del Santo Evangelio: Lucas: 6,27-38, Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.
Este fragmento se presenta corno un eco de las bienaventuranzas evangélicas; más aún, nos ayuda a descubrir el fundamento primero y último de toda bienaventuranza cristiana.

«Amad a vuestros enemigos» (vv. 27.35): el discurso no podría ser más claro. De este modo se destaca Jesús, como maestro y como guía, frente a todos los demás rabinos de su tiempo: no sólo contrapone el amor al odio, sino que exige que el amor de sus discípulos se concentre precisamente en aquellos que les odian. Un ideal de vida tan exigente y tan sublime no ha sido pedido ni lo será nunca por ningún maestro. No se trata, corno es obvio, de un amor abstracto, sino de un amor que se traduce en multitud de pequeños gestos que, día tras día, interpelan y verifican la autenticidad del mismo amor. Para Jesús, sería ridículo amar sólo a los que nos aman: no habría en ello mérito alguno y, sobre todo, nuestro amor no sería sigilo distintivo de nuestra exclusiva e inequívoca pertenencia a Cristo: «También los pecadores aman a quienes los aman» (v. 32).

La enseñanza de Jesús acaba con aquella famosa expresión en la que Lucas sustituye la palabra «perfección», que emplea Mateo, por la de «misericordia»: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». En la lógica de la espiritualidad evangélica no se da otra perfección que no sea la de un amor fraterno que revela nuestra identidad filial respecto a Dios; no hay otra meta hacia la que tender más que la de un amor que sabe perdonar porque ha experimentado el don del perdón; no existe ningún otro mandamiento para observar más que el de tender a la imitación de Dios, que es amor misericordioso, por medio de actos de bondad y de misericordia.

“Sed misericordiosos como vuestro Padre es; misericordioso”: así termina el fragmento evangélico de hoy, mientras que Mateo, en el texto paralelo, escribe: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (5,48). ¿Por qué esta diferencia? ¿Se trata acaso de una contradicción o hemos de buscar en otra dirección?

Comenzaremos por señalar que, probablemente la de Lucas podría ser la redacción más próxima a las palabras del Jesús histórico: nos viene espontáneamente a la cabeza pensar que Mateo, como buen judío convertido, tienda a señalar a sus destinatarios una meta de perfección según las exigencias de la nueva Ley, la inaugurada por Jesús. De este modo. y según Mateo, el cristiano se sitúa en plena continuidad con la más auténtica espiritualidad veterotestamentaria. A Lucas le gusta recordar explícitamente una enseñanza, difundida también en el Primer Testamento, que caracteriza a Dios como amor misericordioso (cf Ex 34,6; Dt 4,31; Sal 78,38; 86,15), por el simple hecho de que esto constituye el mensaje central de todo el magisterio de Jesús de Nazaret. Si consideramos bien las cosas, en efecto, cada palabra, cada parábola, cada gesto de Jesús, no hace otra cosa que poner de manifiesto la verdad del Dios-amor; grande y misericordioso, amor paciente e indulgente, amor preveniente e incondicionado.

Debemos señalar por último, que, en Dios, la perfección y la misericordia se identifican, y Lucas, como buen pedagogo, quiere que la perfección del discípulo alcance la misma meta del Maestro: amar hasta la entrega de sí mismo, sin reservas ni intereses; amar hasta el extremo de las propias fuerzas, sin arrepentimientos ni revanchas; amar a todos siempre, sin exceptuar a nadie.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 36-38, para nuestros Mayores. “Amad a vuestros enemigos” 

El texto se compone de dos partes. La primera (6, 27-36) está centrada en la exigencia de amar a los enemigos. La segunda (6, 37-38) constituye una invitación a superar toda condena dirigida hacia los otros. El tema del juicio continúa en la perícopa siguiente (6, 39-42) donde tendremos que ocuparnos de estudiarlo. Aquí trataremos sólo del amor al enemigo (6, 27-36).

El pasaje, compuesto de acuerdo a un conocido ritmo de retórica semita, se apoya en las dos formulaciones repetidas del principio y del final: “Amad a vuestros enemigos… (6, 27. 35). Esas formulaciones se amplían, en cada caso, en forma de sentencias paralelas que extienden y concretizan el sentido del amor a los enemigos (paralelismo cuaternario en 6,27-28 y ternario en 6, 35). El centro del pasaje aplica en ejemplos precisos el valor de las formulaciones generales en una forma condicional (32-34) o positiva (6, 29-30). Toda la unidad viene a d embocar en dos conclusiones: en la primera, que podemos llamar antropológica (6, 31), se define como norma de conducta la búsqueda del propio bien: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. En la segunda de carácter teológico, es la misma realidad de Dios la se viene a convertir en el modelo decisivo: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (6, 36).

El estudio de este pasaje nos sitúa en el centro del evangelio de Jesús y nos descubre el verdadero sentido de Dios y de la vida de los hombres. El judaísmo ofrecía una norma de justicia según la cual a cada uno hay que tratarlo de acuerdo con sus obras… En el marxismo es necesario la dialéctica de la revolución en que se incluye la necesidad de superar (o destruir) al enemigo para alcanzar la armonía final. En las diversas políticas del mundo se sacrifica el interés de los grupos minoritarios a los pobres. Quizá la más profunda tendencia de los hombres sea el egoísmo, el hecho de amar a los demás solamente en cuanto representan un valor para mi vida. Pues bien, frente a todas estas concepciones, el evangelio de Jesús nos ha ofrecido un ideal de nitidez y fuerza escalofriante: «Amad a los enemigos». No es absoluta la ley (del judaísmo) ni el éxito de la revolución (marxismo) ni el interés o provecho de cada uno de los grupos o individuos. Sólo es absoluta la urgencia de sembrar el bien, el amar sin buscar una respuesta, el dar sin esperar la recompensa, el devolver con bien los males recibidos. Tan extrañamente distinta es esta forma de entender el amor, que los primeros cristianos han introducido en el lenguaje griego una palabra nueva para expresarlo: “Ágape”.

En el mundo griego el amor consistía en aspirar hacia la propia plenitud humana. La realidad que el evangelio nos presenta como «ágape» es muy distinta; el amor no consiste en la búsqueda de la plenitud personal sino en el sacrificio de entregar la propia vida por los otros. En el mundo griego, Dios no ama; se limita a ser la meta a la que aspiran los impulsos de los hombres. Por el contrario el Padre de Jesús ama a los hombres de tal forma que les entrega su propia intimidad (su Hijo) en el intento de salvarlos.

Situados en esta perspectiva advertimos que el amor enemigo no es un dato marginal, sino el sentido y centro del amor de los cristianos Todas las demás actitudes pueden esconder un egoísmo (una búsqueda de mi propio yo a través de los demás). Sólo cuando seda sin esperar recompensa cuando se ama sin que el otro lo merezca, cuando se pierde para que el otro gane, sólo entonces ha llegado hasta el misterio del amor que nos enseña nos ofrece) el Cristo. Vivir esta realidad significaría la única verdadera revolución de nuestra historia.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 27-38, de Joven para Joven. “Dales todo lo que te pidan, y si alguien te quita algo, no le digas que te lo devuelva” 
La idea de que hay que amar a los enemigos se encuentra en el corazón mismo del discurso del llano en Lucas (cf. 6,2732.35).

La introducción al discurso describe y subraya a los apóstoles como oyentes y se dirige directamente a ellos.
La invitación de amar al enemigo se encuentra en los cuatro imperativos. Éstos exigen una actitud positiva también hacia los que actúan en forma negativa.

Esto se ilustra con tres ejemplos que, naturalmente, no pueden tomarse al pie de la letra, sino que de ellos hay que captar lo esencial: la generosidad, el perdón, el dar más que el recibir. En efecto, cuando a Jesús le abofetearon la mejilla en su pasión (Jn 18,22-23), él se defendió. Los dos primeros ejemplos se refieren a situaciones en las que unos seres humanos se encuentran a merced de otros sin protección alguna. Jesús aquí, con un lenguaje hiperbólico, llama a renunciar a la violencia. El tercer ejemplo retoma la problemática del préstamo de dinero, que es una preocupación central de san Lucas. Él dice: “Dales a todos los que te piden, y si alguien te quita algo, no le digas que te lo devuelva”.

La usura y las especulaciones con los préstamos estaban a la orden del día en la Roma del siglo 1 d.C. Se consideraban un instrumento de explotación y llevaron a muchos ciudadanos al borde de la quiebra, de modo que Augusto tuvo que actuar en contra de ello fijando intereses más bajos. Sin embargo, es sabido que tales disposiciones no tuvieron el éxito deseado, ya que existen documentos de los siglos 1 y II d. C. que demuestran que la situación no mejoró. El capital dedicado a intereses divide a los hombres: amigos se vuelven enemigos por dinero. Jesús Sira describe este hecho amplía e insistentemente: “Muchos deudores piden un préstamo, pero lo devuelven después de mucho tiempo. No importa que se encuentren en posibilidad de pago; sólo traen la mitad y la presentan como un hallazgo, y si no tienen la posibilidad de pagar; no devuelven nada y adquieren así fácilmente un enemigo. Sólo devuelven maldiciones e insultos; en lugar de pagar con honor; lo hacen con desprecio” (Sir 29,4-6). Parece que san Lucas tiene a la vista toda la brutalidad del sistema de deudores, así como la explotación del hombre que se relaciona con ello. Lucas ataca esta situación y haciendo alusión a la autoridad de Jesús, pone nuevos parámetros. La generosidad en el dar y prestar es básica en el mundo cristiano.

Desde el AT se conoce la prohibición de la usura (Ex 22,24; Dt 23,20s; Lv 25,36s), pero se limitaba al hermano de tribu y de confesión. Se encuentra excluido de ella el extranjero (Dt 23,21). Como único argumento está la siguiente replica: “Tu hermano debe poder vivir junto contigo” (Lv 25,36). Pedir intereses se considera, pues, como una falta a la solidaridad. Quien pide intereses es un malhechor (Ez 18,17).

Igualmente, se excluyen de las reglas de empeño los objetos básicos necesarios para vivir. Así, no podía empeñarse el manto (Ex 22,25; Dt 24,13; Suc 4,18), ya que era necesario para cubrirse del frío de la noche y, por tanto, necesario para subsistir.

La “regla de oro” la conocen tanto el judaísmo como la filosofía popular helenística. Aquí san Lucas la presenta en su versión positiva (cf. Hch 15,29). El gran maestro judío Hillel, una de las autoridades rabínicas del tiempo anterior a la destrucción del templo en el año 70 d.C., la considera una síntesis de la Torá.

Estos versículos retoman el tema del amor hacia el enemigo y lo colocan en el contexto de la reciprocidad. El actuar de manera ética entre los no cristianos se basa en la reciprocidad. En el discurso del llano este concepto de reciprocidad se amplía, incluyendo a los que no quieren tener responsabilidad moral alguna (vv. 27b-30). Lo que hace Jesús no es prohibir simplemente la usura ni tampoco limitarse a cambiar las cosas en las reglas del empeño; Jesús da un paso más adelante y no se basa en la reciprocidad cuando se trata de préstamos, sino que para él vale más prestarles a aquellos que casi seguro no lo devuelven. Y si alguien no puede devolver el dinero prestado, éste no debe ser cobrado a la fuerza. Y a quien toma el manto se le debe dar también la túnica. En el v. 37 tampoco se trata de la deuda moral, sino de la liberación de la esclavitud de las deudas. ¡Dejen en libertad a los deudores! El premio de quien dé con generosidad se indica con una metáfora: “Se os dará una medida buena..., rebosante en el halda de vuestros vestidos (v. 38). Los pliegues de la túnica o del manto, doblado hasta la cintura, servían de bolso o de alforja para las provisiones (cf. Rt 3,15).

San Lucas relaciona el amor al enemigo con la problemática de los préstamos de dinero y los asuntos de las reglas sobre el empeño, y de esta manera redefine el concepto de enemigo: un enemigo no es precisamente aquel que trata a otro con violencia, sino que es también (o puede serlo) aquel que exige para sí mismo los mismos derechos y prestigios sociales; de igual manera, es aquel que aparentemente de forma legal explota al prójimo mediante el cobro indebido de intereses y exigiendo sus derechos sobre lo empeñado. De esta manera, el enemigo se define desde la posición social respectiva, siendo esa definición más concreta que nunca.

Como se ve, más que reglas precisas que hay que tomar al pie de la letra, en este pasaje de Lucas se expone el espíritu que debe animarlas relaciones humanas cuando éstas entran él crisis por la enemistad. Entonces, la norma es la regla de oro y todo lo que de ella deriva: generosidad, perdón, comprensión, misericordia.

Aquí se ve que Jesús instituyó una religión cuyo ideal es el heroísmo: la suya no es una religión de mediocres. Es la religión que prevé sólo dos caminos (Mt 7,13; Lc 13,24), no tres... Y ese camino es el de Jesús, “que pasó haciendo el bien…” A propósito, Jesús quiso utilizar este género que se acerca a la hipérbole (no es la hipérbole misma), ya que lo que parece ser exagerado se hizo realidad en el comportamiento de Jesús, entendiendo estas propuestas globales. Sólo el deseo sincero de mutar a Cristo puede dar al lector la medida exacta de generosidad.

Lo que Jesús propone aquí parece ser una provocación, y parece imposible llevarla a cabo. Lucas propone evitar la fuerza y rebasarla, El amor a los enemigos y la renuncia al oso de la fuerza son importantes exigencias éticas, como nuestra la tradición sinóptica y parenética (cf. Rom 12,14; Did 1,3; Justino, Apol, 1, 15,9). En la tradición cristiana primitiva existía la convicción de que Jesús interrumpió la tradición veterotestarnentaria del odio de Dios contra los malos y prohibió santificar el nombre de Dios ligándolo a represalias contra los enemigos de Israel (cf. Dt 30,7). Jesús supera el principio de reciprocidad y de represalia. Los seguidores de Jesús deberán amar a los demás hasta un grado heroico, haciéndose así con Jesús “hijos del Altísimo” que manifiestan la vida de Dios en medio de la humanidad.

Hay una motivación para el actuar cristiano: el actuar paradigmático de Dios. La segunda motivación es la del mérito; este actuar es meritorio hasta el punto de obtener una recompensa (misthos) prometida por Dios (v. 35).

Elevación Espiritual para este día 
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.

OH hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia a la que se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en electo, la Escritura: Seño tu misericordia llega al cielo.

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.

Reflexión Espiritual para el día 
Viendo Dios que los hombres se hacen atraer por beneficios, quiso cautivarlos para su amor por medio de los suyos. Dijo por tanto: «Quiero atraer a los hombres para que me amen con aquellos lazos con que los hombres se hacen atraer, a saber: con los vínculos del amor» Esos fueron precisamente los dones que Dios hizo al hombre. Él, después de haberlos dotado de alma con potencias a su imagen, de memoria, intelecto y voluntad, así como de un cuerpo provisto de sentidos, creó para él el cielo y la tierra y tantas otras cosas, todas ellas por amor al hombre; a fin de que sirvieran al hombre y éste le amara por gratitud a tantos dones.

Pero Dios no se contentó con darnos todas estas hermosas criaturas. Para hacerse con todo nuestro amor, llegó a dársenos todo él mismo. El Padre eterno llegó a darnos a su mismo y único Hijo. Al ver que todos nosotros estábamos muertos y privados de su gracia a causa del pecado, ¿qué hizo? Por su amor inmenso —más aún, como escribe el apóstol, por el excesivo amor que nos tenía—, mandó a su Hijo amado para que satisficiera por nosotros y para devolvernos así aquella vida que el pecado nos había arrebatado. Y al darnos a su Hijo (no perdonando a su Hijo para perdonamos a nosotros), junto con el Hijo nos dio todo bien: su gracia, su amor y el paraíso.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Criterios para distinguir los profetas.
El discernimiento entre los verdaderos y falsos profetas es una cuestión que ha preocupado de manera apremiante y casi angustiosa a los autores bíblicos. Son numerosos los criterios que se han propuesto (la vocación, la vida del profeta, la doctrina, los milagros...), pero ninguno de ellos es definitivo y apodíctico. Solamente “a posteriori”, el paso del tiempo, el refrendo de la comunidad y el veredicto de las obras, colocan a cada uno en su sitio.

El tiempo es el juez supremo que da y quita razones. Mientras viven, los profetas, los de ayer, los de hoy y los de mañana, precisamente por serlo, están sometidos a debate y discusión. ¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas con todo el mundo!, clamaba Jeremías (15,10). Simeón le anuncia a la Virgen que el Hijo será signo de contradicción (Lc 2,34).

Junto con el veredicto del tiempo, la que acredita a unos profetas y reprueba a otros es la comunidad creyente, presidida por sus pastores. La comunidad ha sido la que ha conservado las predicaciones y los escritos de unos y ha desechado y olvidado los de otros. La coexistencia de verdaderos y falsos profetas fue muy numerosa en el Antiguo Testamento, sobre todo en tiempo de Miqueas y Jeremías. Pero solamente los verdaderos fueron reconocidos como auténticos y sólo sus escritos entraron en el catálogo de los libros canónicos.

Jesús de Nazaret, el profeta por excelencia, apela a las obras. “Yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que realizo la obra que él me encargó” (Jn 5,36). El veredicto de las obras es el que Jesús propone como criterio universal en el Sermón del Monte: Cuidado con los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son los lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? (Mt 7,15-20). +


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