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domingo, 18 de julio de 2010

Lecturas del día 18-07-2010

18 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. DOMINGO XVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (CIiclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Arnulfo ob, Teodosia mj mr, Bruno ob, Federico ob.

LITURGIA DE LA PALABRA

Gn 18, 1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo
Salmo 14 R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Col 1, 24-28: El misterio escondido, es revelado ahora a los santos
Lc 10, 38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor.

El texto de la primera lectura nos presenta una escena familiar. Abraham, sentado ante la tienda, recibe la visita del Señor. Abraham lo recibe con hospitalidad. Dios lo premia con la fecundidad de Sara.

Tres rasgos fundamentales caracterizan el texto: la fe de Abraham al reconocer al Señor. La hospitalidad con que se recibe al Señor y la familiaridad de Dios con Abraham y su familia. Es un bello ejemplo de la relación y acogida de Dios por el ser humano, la única posible para caminar.

Volvemos a encontrar en la segunda lectura de hoy el pensamiento de Pablo sobre el misterio de Dios y su revelación por medio de la predicación y lo que Pablo aporta a esa revelación por el sufrimiento. Cristo revela la riqueza de Dios en la pobreza de la cruz y el apóstol será el distribuidor de la misma a hombres y mujeres.

Lucas nos presenta finalmente una anécdota perteneciente al fondo de las tradiciones recibidas por el evangelista en el círculo de sus discípulos, especialmente mujeres. Marta y María, hermanas de Lázaro, reciben en su casa al Señor.

El caso de Marta y María es aprovechado una vez más por Lucas para resaltar el valor de la escucha de la Palabra de Dios. Sin entrar en la teoría del valor de la contemplación sobre la acción, que se ha querido ver en las dos actitudes opuestas de Marta y María, lo cierto de la anécdota es que el Reino de Dios no puede dejarse distraer por una preocupación demasiado exclusiva por las realidades terrenas. Por otra parte escuchar la Palabra de Dios es todo, menos ocasional.

Nos encontramos con un cuadro familiar en el que Jesús visita en su casa a unas amigas suyas. Ellas, Marta y María lo reciben en su casa. Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio para atender al huésped, y Jesús la reprende porque anda inquieta “con tantas cosas”.. Marta no encuentra la colaboración de nadie. La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.

El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues, el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.

Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige “recibirlo”, Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar; María se coloca en el plano del ser y le da la primacía a la escucha.

Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por él, y que está reservado para él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.

Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender la palabra”). Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que él quiere. El problema es precisamente éste: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario parar, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre mi vida.

PRIMERA LECTURA.
Génesis 18, 1-10a
Señor, no pases de largo junto a tu siervo
En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: "Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo."

Contestaron: "Bien, haz lo que dices."

Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: "Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza."

Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

Después le dijeron: "¿Dónde está Sara, tu mujer?"

Contestó: "Aquí, en la tienda."

Añadió uno: "Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 14
R/.Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. R.

El que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. el que así obra nunca fallará. R.

SEGUNDA LECTURA.
Colosenses 1, 24-28
El misterio escondido desde siglos, revelado ahora a los santos
Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos.

A éstos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria.

Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.

SANTO EVANGELIO
Lucas 10, 38-42
Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano."

Pero el Señor le contestó: "Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán."


Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Gn 18, 1-10ª. Señor, no pases de largo junto a tu siervo.

Abrahán es un modelo de hospitalidad: muestra los rasgos característicos de la misma. Prontitud: “En cuanto los vio, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda” (v. 2). Realiza gestos de homenaje (se postró «en tierra»: v. 2) y de atención al ofrecer a los huéspedes agua para lavarse y hacer que se acomodaran resguardados del sol “debajo el árbol”: vv 4.8). Considera un favor el hecho de poder brindar acogida: «Mi Señor, por favor, te ruego que no pases sin detenerte con tu siervo» (v. 3). Considera un derecho del forastero ser hospedado: «Ya que habéis pasado junto a vuestro siervo» (v. 5). Se muestra solícito al prestar servicio personalmente y al implicar en ello a sus familiares, fue de prisa a la tienda donde estaba Sara y le dijo: “Toma en seguida...” “. Luego fue corriendo a la vacada..., se lo dio a su siervo, que a toda prisa...”: vv. 6ss). Se muestra generoso: hace preparar «tres medidas de harina» (v. 6), «un becerro tierno y cebado» (v. 7), «requesón, leche» (v. 8). Al final permanece disponible para prestar otros servicios: «Y se lo ofreció. El se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían» (v. 8).

El número de los huéspedes es misterioso: ¿son «tres hombres» o un único «Señor» (vv. 2ss)? La conclusión del episodio manifestará el carácter divino de la aparición. Antes de volver a partir, el huésped hace una promesa: «Dentro de un año volveré a verte y para entonces tu mujer, Sara, tendrá un hijo» (v. 10). Abrahán tenía setenta y cinco años cuando Dios le dirigió su llamada y le prometió por vez primera la descendencia (Gn 12,4); a los noventa y nueve años le renovó la promesa, que cumplirá cuando tenga cien (17,1.17). De este modo revela Dios su poder: « ¿Existe acaso algo imposible para el Señor?» (18,14).

Comentario del Salmo 14. Señor, ¿Quién puede hospedarse en tu tienda?

Se trata de un salmo litúrgico a semejanza del salmo 24 con el que tiene un gran parecido. Pertenece a este tipo de salmos —litúrgicos— porque incluye un fragmento de un antiguo ritual, una liturgia de la que tenemos escaso conocimiento. El Antiguo Testamento no confirma la existencia de este ritual. Se supone que los peregrinos, que subían a Jerusalén con motivo de las fiestas anuales, eran acogidos por un sacerdote a la entrada del templo. Estos preguntaban a quien los recibía: « ¿Cuáles son los requisitos que hay que cumplir para entrar en el recinto del templo y permanecer ahí durante los días de la fiesta?» (Las grandes fiestas duraban ocho días). El sacerdote respondía enumerando es tos requisitos. Algunos investigadores le dan a este salmo el nombre de litúrgica de la puerta. 

Este salmo tiene tres partes: 1; 2-5a; 5b. La primera (1), está formada por la pregunta de los peregrinos que llegan a las puertas del templo, que recibe el nombre de «tienda». Los que se dirigen en peregrinación le preguntan al encargado de recibirlos por las condiciones para acceder al recinto sagrado del templo, hospedarse allí y entrar en comunión con Dios durante los días de fiesta. 

La segunda parte (2-5a) contiene la respuesta. Se trata de una importante lista de requisitos. Los peregrinos podían estar ritualmente impuros por numerosos motivos: el contacto con animales muertos, con cosas consideradas impuras, por las secreciones del organismo (menstruación en el caso de las mujeres, poluciones en el de los hombres...), Nada de esto es importante. Los requisitos presentados van todos en la línea horizontal, poniendo así de manifiesto que la verdadera religión consiste en establecer relaciones de fraternidad y justicia entre las personas. El sacerdote presenta doce exigencias. Ninguna de ellas se refiere directamente a Dios. Por el contrario, todas van al encuentro del prójimo, iluminando las relaciones. 

La tercera parte consta de una sola frase: « ¡El que así obra nunca se tambaleará!» (Sirve de conclusión, mostrando que, no sólo durante las fiestas, sino para toda la vida, la verdadera religión es la que crea lazos de justicia y solidaridad entre las personas. Esto nos convierte en íntimos de Dios.
 
Cuando habla de la «tienda», este salmo se está refiriendo al templo de Jerusalén. Y también recuerda cómo el pueblo suele acudir a él en peregrinación con motivo de las fiestas importantes, hospedándose en los patios y pórticos que lo rodean. Uno de los requisitos para poder entrar en este recinto sagrado tenía que ver con la pureza ritual de las personas y de los animales que habían de ser sacrificados (el Levítico desarrolla esta cuestión con todo lujo de detalles). 

Parece que este salmo está en abierta oposición a esas normas de pureza ritual, proponiendo una nueva moralidad como puerta de acceso a la religión y al Dios de Israel. Supongamos por un momento que en las puertas del templo estuviera un sacerdote partidario de las cuestiones de la pureza ritual. ¿Qué habría dicho? ¿Qué es lo que habría exigido a los que pretendieran entrar? Sencillamente, el cumplimiento de las prescripciones. Sin embargo, en el salmo 14 no encontrarnos nada parecido. Todas esas minuciosas normas de pureza ritual no son tenidas en cuenta. En su lugar encontramos doce condiciones, una especie de síntesis o explicación del Decálogo en lo que respecta a las relaciones entre personas (véase Ex 20,12-17). 

Estas condiciones o requisitos son: 1. ser íntegro; 2. practicar la justicia; 3. hablar con sinceridad; 4. no calumniar; 5. no hacer mal al prójimo; 6. no difamar al vecino; 7. despreciar al malvado (es decir, no asociarse con él); 8. Honrar a los que temen al Señor: aunar esfuerzos con los justos); 9. Mantener lo que se ha jurado (tal vez como testigo en el tribunal); 10. No dar marcha atrás con respecto al juramento, aunque esto vaya en daño propio (pérdida de dinero, de fama, de honor); 11. No prestar dinero con interés (el Antiguo Testamento ve en ello una forma de avaricia); 12. No aceptar (en un juicio) soborno contra el inocente. 

Estas condiciones comienzan hablando de una integridad que se manifiesta en el exterior. Se trata de una ética que conduce a una práctica; práctica que se traduce en unas relaciones de justicia y que abarca todos los ámbitos de la vida: el ámbito social (no hacer daño, no difamar; etc.), el ámbito económico (no prestar cobrando intereses) y el jurídico (no dejarse comprar por los corruptores que pretenden eliminar al inocente). Esto es religión. Las condiciones exigen un respeto absoluto del ser humano y de la vida en teclas sus dimensiones. La calumnia y la difamación son tan destructivas como la usura, la avaricia, los sobornos y la corrupción. 

En el Antiguo Testamento (al igual que en tiempos de Jesús) había quienes defendían una religión de ritos Uno llega a entrar en comunión con Dios (religión, «re-ligación») mediante la práctica de la Ley. Este salmo dice que, caminando por la senda de la integridad, de la justicia y de la verdad, se llega a la verdadera religión. Se trata de un conflicto que todavía existe en nuestros días.

Según este salmo (la gente del campo no siempre pensó de este modo), Dios habita en el templo de Jerusalén y ahí recibe a sus huéspedes. Pero es un Dios fuertemente vinculado a las exigencias del éxodo, cuando el Señor sacó a los israelitas de Egipto selló con ellos un pacto para que construyeran en la Tierra Prometida una nueva realidad, caracterizada por la igualdad, la justicia y la solidaridad. A pesar de que su casa se haya reducido al templo, el Señor no ha olvidado las exigencias del desierto, y esto es lo que pide a sus huéspedes. 

Es interesante señalar que el Señor no pide nada para sí; ni donativos, ni sacrificios, ni oblaciones, ni holocaustos. Nada. Es como si le dijera a cada uno: “¿Quieres ser mi huésped, amigo?” Entonces acoge al otro, sé su amigo en la integridad, en la verdad, en la justicia y en la solidaridad». Dios no quiere nada para sí. Si queremos ofrecerle algo, tenemos que ofrecérselo a los demás, tenemos que ofrecernos nosotros mismos a los demás. 

Jesús asumió plenamente este salmo. Véase, por ejemplo, lo que dice del templo como lugar de una religión opresora (Jn 2,13- 22), lo que dice a propósito de la cuestión «puro e impuro» (Mc 7,1-23), de la hipocresía de los fariseos (Lc 11,37-44); véase, también, cómo el samaritano (Lc 10,29-37) —considerado un hereje— tiene una actitud religiosa perfecta.

Es un salmo para rezar cuando nos sentimos cansados de una religión de palabras; cuando creemos que Dios pide muchas cosas para sí; cuando no estamos de acuerdo con el ritualismo dentro de las iglesias; cuando sentimos la tentación de adoptar una espiritualidad alienante y desencarnada; cuando queremos cambiar nuestras celebraciones.

Comentario de la Segunda lectura: Colosenses 1,24-28. El misterio escondido desde siglos, revelado ahora a los Santos. 

Pablo habla de su misión y del modo como la desarrolla. La misión le ha sido confiada por Dios (v. 25;
cf. Hch 9,15), no es una iniciativa suya, y consiste en ser «servidor» (ministro) de la Iglesia, «cuerpo de Cristo» (v. 24). El ministerio tiene como contenido «el plan secreto» (misterio) (v. 26) o plan de salvación universal que Dios quiere realizar en la historia. En el centro no se encuentra una realidad neutra, sino la persona misma de Cristo, el Mesías, de quien procede «la incalculable gloria que encierra este plan divino» (v. 27). El plan tiene una historia: «El plan secreto que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora ha revelado» (v. 26). La novedad, escondida en los siglos precedentes, es que la obra salvífica de Cristo no debe permanecer cerrada en los confines de Israel, sino que está destinada asimismo a los paganos (v. 27) y alcanza a todos los hombres: «A ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana» (v. 28).

Pablo desarrolla su servicio eclesial dejándose comprometer con él plenamente. Pone en acción su capacidad de anunciar, instruir y exhortar con toda sabiduría a cada uno de los destinatarios para «ver si conseguimos que todos alcancen plena madurez en su vida cristiana» (v. 28). Por eso no tiene miedo de hacer frente a las dificultades: «Me fatigo y lucho» (v. 29), y hasta encuentra alegría en hacerlo por amor a los fieles: «Me alegro de padecer por vosotros» (v. 24).

La indicación de la fuente y de la meta de su obrar resulta iluminadora. El equipamiento espiritual le viene de lo alto: «Por la fuerza de aquel que actúa poderosamente en mí» (v. 29). La meta es contribuir a la pasión redentora de Cristo: «Pues así voy completando en mi existencia mortal, y en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de las tribulaciones cristianas» (v. 24). Los padecimientos de Cristo son perfectamente suficientes de por sí para obrar la salvación. Sin embargo, su anuncio y su acogida implican a su vez sufrimientos, que Pablo considera como un “complemento» de la pasión”.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10,38-42. Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor.

Llega Jesús a Betania y es recibido por las dos hermanas, Marta y María (no se habla de su hermano Lázaro). Fue Marta la primera que «lo recibió en su casa» (v. 38). María le brindó la acogida de su escucha: «Sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra» (v. 39). Diríase que Jesús gozó de una acogida completa y armoniosa: Marta se cuida del aspecto material y María del espiritual; una hace los honores de la casa y otra exalta al Maestro tomando la posición de discípula (cf. Hch 22,3). Jesús la honra con un gesto original, porque —contrariamente a la práctica de los rabinos— se entretiene instruyendo a una mujer.

El equilibrio se rompe cuando Marta, que anda sobrecargada con un servicio «a lo grande», se acerca a Jesús y le dirige unas palabras que manifiestan mal humor hacia su hermana —me ha dejado «sola en la tarea»— y una confidencia un tanto descortés con el huésped, llegando casi al reproche: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea?» (v. 40). Para Marta, la acogida parece reducirse al plano material. María debería echarle una mano, en vez de estar pendiente de los labios del Maestro. El mismo huésped debería transmitirle la orden de ir a trabajar para él, y él debería ocuparse únicamente de esperar la comida.

Jesús, que hasta ese momento ha instruido a María, le da ahora una lección a Marta. La reprende con afecto: «Marta, Marta», y le hace ver que ha elegido mal, prefiriendo preocuparse «por muchas cosas» en vez de por la única cosa que «es necesaria» (vv. 41ss). Alaba, en cambio, a María, por haber elegido la mejor parte» (v. 42). 

La hospitalidad tiene que ser ofrecida también en nombre de Jesús a los hombres con quienes él se identifica: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35), «No olvidéis la hospitalidad» (Heb 13,2). Hay que dar la oportunidad no sólo de dar, sino también de recibir. ¿Qué ocasiones tenemos?

Las dos hermanas han sido consideradas como dos tipos de vida: activa y contemplativa. En realidad, son más bien ejemplos concretos que ilustran el tercer y cuarto tipos de terrenos de la parábola del sembrador. La «preocupación» y la «agitación» de Marta recuerdan «la semilla que cayó entre cardos», o sea, «los que escuchan el mensaje, pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez» (cf. Lc 8,14). La «mejor parte» de María nos recuerda, en cambio, «la semilla que cayó en tierra buena», o sea, «a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia» (Lc 8,15). ¿Dónde se sitúa nuestro modo de vivir, en el tercero o en el cuarto tipo de terreno? 

Si al actualizar los dos mensajes precedentes —el de la mano que da y el del oído que recibe— descubrimos en nosotros la actitud buena, demos gracias al Padre. Pidamos perdón, sin embargo, por posibles faltas de generosidad o por no haber tratado al huésped como a una persona que debe ser acogida con benevolencia cordial. ¿Cómo hospedamos en nosotros al Señor, que se hace presente a través de su palabra, en la eucaristía y en los hermanos? De las conclusiones de este examen de conciencia brotará una imploración de perdón, si somos deficientes, de invocación al Espíritu Santo, «dulce huésped del alma», para que nos haga capaces de acoger, o una oración de acción de gracias y de alabanza si nos asemejamos a Abrahán y a María.

Comentario del Santo Evangelio: (Lc 10,38-42), Para nuestros Mayores. ¿Qué es lo que el huésped quiere?

Cualquier persona con sentido común aprobará el reproche de Marta: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano». La situación es clara. Un huésped apreciado ha llegado a casa. Se debe hacer todo lo posible para que se encuentre a gusto. Marta, como espléndida ama de casa, se entrega de lleno a los trabajos necesarios y queda absorbida completamente por ellos. ¿No tiene razón al pedir la ayuda de su hermana? Algunas personas no son capaces de ver por sí mismas lo que falta, lo que se ha de hacer. Quizá son perezosas. Necesitan que alguien se lo diga con claridad.

¿Tiene Marta realmente razón? ¿Cómo se ha de comprender entonces la respuesta de Jesús, que no presta atención a su ruego? Marta tiene razón si se presupone que es importante acoger bien al huésped. Pero la cuestión es si este presupuesto rige aquí, si corresponde al punto de vista y al deseo del huésped. ¿Desea únicamente ser bien acogido? ¿Qué es lo importante para él? Marta no se ha planteado estas preguntas. Desde el comienzo, casi por costumbre, cree saber lo que la situación requiere. Sin preguntarse sobre lo que verdaderamente desea el huésped, le impone lo que según ella tiene prioridad y debe realizarse en este momento. Interrumpe la conversación de Jesús con María. Sin duda, Marta está llena de buena voluntad. Pero no tiene suficientemente en cuenta los deseos y las intenciones de su huésped. Jesús le hace comprender claramente que para él hay algo más importante que ser bien acogido.

María está sentada a los pies del Señor y escucha su palabra. Según la convicción de los rabinos, la enseñanza y la instrucción quedaban reservadas para los hombres; las mujeres estaban excluidas de ellas. Jesús reconoce a las mujeres la misma dignidad y dirige también a ellas su palabra. María le escucha. Es lo único necesario y lo siempre adecuado: escuchar al Señor. Jesús no ha ido a casa de Marta y María para ser en primer lugar acogido, sino para ser escuchado. Y su primer deseo es que se le escuche. Con toda su buena voluntad, Marta descuida este deseo suyo. Sólo María se adhiere a lo que Jesús quiere. Jesús desea sobre todo ofrecer, no recibir. No quiere como lo más importante una actividad cuidadosa, que sabe siempre lo que es apropiado y lo que debe hacerse; quiere ante todo la reflexión y tranquilidad de quien escucha, piensa y acepta lo que es realmente importante y lo que realmente se ha de hacer.

Para Marta, lo más importante es la acogida. Con frecuencia caemos en el peligro de quedar absorbidos por las preocupaciones sobre las necesidades materiales, sobre el comer, el beber, la vivienda, las comodidades, dedicando a ellas todas nuestras energías y todo nuestro tiempo. Naturalmente, son necesarios en este campo muchos servicios pequeños y cotidianos. Es evidente que un ama de casa no necesita plantearse estas preguntas: “¿Desean comer hoy algo mis familiares?” “¿Debo llevar algo a la mesa?”. Pero también tendría que ser evidente que no basta con estas preocupaciones y provisiones. Para nuestra convivencia humana sería de gran valor que nos planteáramos con frecuencia estas otras preguntas: « ¿Cuáles son los deseos de los otros? ¿Qué necesitan, además de los bienes materiales?». No tardaríamos en percibir que los otros tienen sobre todo necesidad de nuestro interés por ellos y de nuestro tiempo. Los niños no sólo necesitan comer algo. Los padres deben buscar tiempo para ellos, para jugar con ellos, para responder a sus preguntas, para que les cuenten sus experiencias. También los ancianos querrían pedirnos nuestro tiempo; que los escuchemos, que les permitamos comunicar sus reflexiones, sus preocupaciones y sus recuerdos. A los obreros de una fábrica no les basta con un buen sueldo; tienen necesidad de que se interesen por ellos y se reconozca su labor; tienen necesidad de un elogio y de una buena palabra. La mejor asistencia material no puede satisfacer esta necesidad primaria de tener tiempo los unos para con los otros, de escucharse recíprocamente con paciencia y amor, de vivir los unos para los otros.

Jesús no desprecia con su comportamiento la actividad y la preocupación de Marta, pero asigna a esta actividad el puesto que le corresponde. Hace comprender a Marta no sólo que debe pensar más en los verdaderos deseos de los otros, sino que debe percibir también con más atención lo que para ella misma es realmente importante. Sus opiniones y sus costumbres quedan así desbaratadas por Jesús. 

Continuamente debemos revisar el sistema de nuestras convicciones y costumbres desde los criterios de Jesús, estando dispuestos a la corrección necesaria. Necesitamos ser libres frente a todas las constricciones que nos vengan de hábitos personales, consumismo, nivel de vida. No hemos de aceptar simplemente lo que en nuestro ambiente se considera habitual, necesario y justo. Jesús coloca en el primer puesto la escucha de su palabra. Nosotros tenemos necesidad de un tiempo de tranquilidad y de reflexión para rezar. Debemos escuchar continuamente a Jesús y dejar que él nos indique el camino. No hemos de evitar el esfuerzo y la fatiga de una nueva orientación, de un cambio de rumbo. De Jesús aprendemos lo único necesario.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 10,38-42, de Joven para Joven. Jesús recibe hospitalidad en casa de Marta y María. 

Existe una relación evidente entre la primera lectura de este domingo y el evangelio: en ambos se trata el tema de la hospitalidad. Abrahán se muestra generosamente hospitalario con tres hombres que llegan junto a su tienda. Jesús recibe hospitalidad en casa de Marta y María.

Con todo, hay una diferencia bastante profunda entre ambos episodios. En el de Abrahán lo que más se pone de relieve es la generosidad del patriarca en el hecho de acoger a los tres personajes, que se convierten en sus huéspedes. En cuanto los ve llegar a su tienda, corre a su encuentro, se postra en tierra y les pide — ¡como una gracia!— que sean sus huéspedes: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo».

Esta actitud de Abrahán produce una honda impresión. Muestra una prontitud y una disponibilidad extraordinarias. Se preocupa inmediatamente de lavarles los pies a estos personajes, de prepararles una comida abundante, para lo que hace sacrificar un ternero tierno y bueno, y hace que Sara amase una hogaza de paz y la hornee. Se trata de una hospitalidad maravillosa.

El relato nos revela que Abrahán, al acoger a estos tres personajes, en realidad acogió a Dios. Estamos ante un episodio muy apreciado sobre todo en la Iglesia oriental. Hay un famoso icono de Rublev que lo reproduce, dándole una interpretación trinitaria. En efecto, cuando Abrahán recibió a los tres personajes, les dijo: «Señor» (en singular), como si fueran uno solo. Los Padres de la Iglesia vieron en este detalle el signo de la Trinidad: tres personas que son un solo Señor.

Se elogia aquí la hospitalidad y se la pone a un nivel muy elevado, porque el relato nos sugiere que, al practicarla, entramos en contacto con Dios.

Y Dios se muestra generoso. Al final le hace esta promesa a Abrahán: «Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo».

Abrahán y Sara habían dejado de esperar el nacimiento de un hijo, porque ya andaban muy metidos en años. Pero el Señor hace este milagro como recompensa por su generosa hospitalidad.

El evangelio nos presenta un ejemplo de hospitalidad generosa por parte de Marta, que se preocupa de servir bien a Jesús, de hacer todo lo necesario para que se encuentre cómodo en su casa.

Ahora bien, el evangelio nos muestra que hay dos modos muy distintos de acoger a Jesús como huésped: está el modo activo de Marta, que se preocupa de hacer un montón de cosas por él; y está el modo de María, que le acoge poniéndose a sus pies para escucharle.

Jesús nos hace comprender que este segundo modo es el más adecuado. El otro, a buen seguro, también es necesario; pero a un huésped se le honra mejor escuchando su palabra, intentando comprender lo que él quiere, lo que dice, lo que sugiere. En el caso de Jesús, esto es tanto más importante, dado que su palabra es la misma palabra de Dios.

Por eso, María «ha escogido la parte mejor». Es la parte que le permite ser ella misma el huésped, la que es recibida, acogida por el Señor y la que se alimenta de su palabra. En este sentido, la relación de hospitalidad es recíproca.

Marta no comprende esto y, prisionera de sus muchos trabajos, le hace una observación a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano». Parece una petición muy normal, pero Jesús no la atiende. Critica a Marta, porque se preocupa de demasiadas cosas, y defiende a María, que «ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán».

Vemos aquí otro modo de concebir la hospitalidad, pero vemos, sobre todo, la importancia de la escucha de la palabra de Dios. Nosotros tenemos constantemente necesidad de acoger a Jesús, de acoger su palabra, de acoger la caridad de su corazón.

No debemos hacernos ilusiones pensando que somos importantes, que somos nosotros los que servimos al Señor, que sin nosotros él no podría realizar su obra. Estos pensamientos no corresponden a la realidad. Sí debemos preocuparnos, en cambio, de escuchar al Señor, de acogerle en nuestro corazón. Este es el modo adecuado de recibir al Señor.

Las actividades también son, ciertamente, necesarias, pero hay que considerarlas menos importantes que la acogida del Señor en nuestro corazón. Lo más importante es lo que el Señor hace por nosotros, lo que dice, lo que realiza. Nosotros somos únicamente sus modestos colaboradores, que deben acoger su pensamiento, sus sentimientos, para poder llevar a cabo su obra de la manera que él desea.

Pablo muestra en la segunda lectura su celo por la palabra de Dios. Anuncia a Cristo: «Amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana».

El apostolado consiste en convencer a las personas para que acojan a Cristo, en el sentido de que acojan su palabra y su gracia.
La predicación de Pablo, dirigida a todo el mundo, sobre todo a los paganos, muestra cuán hospitalario se mostró Cristo: él acoge a todos los hombres, quiere mantenerlos a todos unidos, a fin de convertirlos en una sola familia.

Debemos acoger la palabra de Jesús, a fin de estar verdaderamente disponibles a su voluntad y realizar su obra en el mundo.

Elevación Espiritual para este día.

Elevemos nuestra mirada a Dios para captar en él la plenitud de esa hospitalidad sobre la que hemos meditado en los dos episodios que hemos visto y sobre los que hemos orado.

La hospitalidad es una dimensión fundamental de la revelación bíblica. Nos invita a abrir la mirada y el corazón frente a toda persona: «Acogeos los unos a los otros, como Cristo os acogió a vosotros» (Rom 15,7). El horizonte se ensancha después. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desean habitar en cada bautizado: «Vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Santa Isabel de la Trinidad vivía en la contemplación de estos Huéspedes suyos, a los que llamaba afectuosamente “mis Tres”. ¿Acaso no concluirá la historia de la salvación en el paraíso terrenal escatológico, donde se llevará a cabo una hospitalidad recíproca? Los santos hospedan a Dios —e Ésta es la tienda de campaña que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos» (Ap 2 1,3) — y Dios hospeda a los santos: «No vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo» (Ap 21,22). La ciudad celeste será habitada por huéspedes de toda procedencia: «Apareció una multitud inmensa, de toda nación, raza, pueblo y lengua» (Ap 7,9). El actual fenómeno de la mezcla de distintas etnias y culturas ha de ser considerado en esta dirección.

Reflexión Espiritual para el día.

El concepto de hospitalidad ha perdido en nuestra cultura mucha de su fuerza y se emplea a menudo en ambientes donde estaríamos más inclinados a esperar una piedad aguada que una búsqueda seria de auténtica espiritualidad cristiana. Ahora bien, si hay un concepto que merece ser llevado a la profundidad original y a su potencial evocador es el de hospitalidad. Se trata, en efecto, de uno de los términos bíblicos más ricos, un concepto que está en condiciones de ahondar y ensanchar nuestra percepción respecto a las relaciones con los hermanos. Los relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento no se limitan únicamente a indicarnos qué grave es la obligación de acoger al extranjero en nuestra casa, sino que nos señalan también que los invitados traen consigo dones preciosos, unos dones que están ansiosos de mostrar a quienes les acogen. Los tres extranjeros recibidos de manera suntuosa por Abrahán en Mambré se le revelan como el Señor y le anuncian que Sara dará a luz un hijo.

Cuando se invita a los extranjeros que pueden dar miedo, entonces revelan al huésped las promesas que traen consigo. De este modo, los relatos bíblicos nos ayudan a darnos cuenta de que la hospitalidad es una virtud importante y —lo que es más— de que en el marco de la hospitalidad, huésped e invitado pueden revelarse recíprocamente regalos preciosos, entregándose una vida nueva.

En estos últimos decenios, la psicología ha contribuido mucho a descubrir un nuevo modo de entender las relaciones interpersonales. Sin embargo, algunos de nosotros se han dejado impresionar hasta tal punto por los nuevos descubrimientos que han perdido de vista la enorme riqueza contenida y conservada en conceptos antiguos como el de hospitalidad. Ese concepto podría dar una nueva dimensión a nuestra comprensión de una relación benéfica y a la formación de una comunidad, nuevamente creativa, en un mundo que sufre de alienación y de extrañamiento.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Lc 10,38-42. Marta. y María. 

El personaje de este domingo se impone. La liturgia nos propone a la tantas veces maltratada Marta, definida por Lucas, junto a su hermana, María, a la que tanto se ha exaltado (10,38-42). En arameo ese nombre significa «señora, dueña»; es casi seguro que es la hermana mayor, no sólo porque se comporta como «dueña de casa» cumpliendo con sus funciones de hospitalidad, sino también porque el evangelista da a entender que la casa es suya: «Llegó Jesús a una aldea, y una mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa». La escena de Jesús huésped en aquella residencia ha sido muy estimada por el arte: pienso en Velázquez y en su lienzo de 1.618, ahora en Londres, en Vermeer (Edimburgo, 1.653), en Overbeck (Berlín, 1.815).

El escritor francés Paul Claudel en el drama Le Èchange (1.894) llamará precisamente Marta a la protagonista, una mujer completamente dedicada a la familia y a los quehaceres cotidianos. La escritora inglesa contemporánea Antonia Byatt la toma como figura ejemplar en el relato Cristo en casa de Marta y María. Tal vez sea porque esta mujer ha sido sustancialmente menospreciada por su trabajo concreto, opuesto al más espiritual e «intelectual» de su hermana menor, María. Así ha sido en la interpretación tradicional, que ha visto en el fragmento de Lucas el contraste entre la vida contemplativa, exaltada y privilegiada, encarnada en María, y la activa, representada por Marta, con la superioridad de la primera con descrédito de la segunda (pero, ¿no era el propio Jesús también un «activo»?).

En realidad la escena tiene otro significado cuyo centro es la frase que Jesús dirige a esta mujer, frase que ha tenido alguna variación en la transmisión que los distintos códices antiguos han llevado a cabo en el texto evangélico. La vamos a proponer en forma más coherente y considerada: «Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, y sólo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor y nadie se la quitará» (10,41-42). Al principio se había representado a María escuchando la palabra de Cristo. Por consiguiente, ella era el retrato del verdadero discípulo que, en cualquier contexto, está atento siempre a la necesaria y fundamental unión con Dios.

Por lo tanto la limitación de Marta no está en el hecho de que fuera una trabajadora, sino, como observa Jesús, en que estaba completamente absorbida por demasiadas cosas y sólo estaba atenta a la exterioridad. Por lo que no es el trabajo en sí mismo el que aleja de Dios y del espíritu, sino enajenarse en él, quedar presos totalmente por él, sin mantener un canal abierto de comunicación con Dios, con el misterio, con el Espíritu. Esto puede suceder no sólo a quien trabaja materialmente, sino también a quien quizá pueda estar en un monasterio y sin embargo su mente se extravíe y se complique con mil pensamientos y distracciones. También Marta, aun continuando con su oficio de buena ama de casa, atenta y servicial para con su huésped, podrá «escuchar la Palabra» interior. No en vano será ella la que, con motivo de la muerte de su hermano Lázaro, pronuncie una espléndida profesión de fe: «Yo creo que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que tenía que venir al mundo» (Jn 11,27). 
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