3 de Agosto 2010. XVIII MARTES DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SAN EUSEBIO DE VERCELLI.SS. Martín er, Eufronio ob, Pedro ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Jr 30, 1-2. 12-15. 18-22: Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así.
Salmo 101: Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así.
Mt 14, 22-36: ¡Ánimo! Soy yo, no teman
o bien: Mt 15,1-2.10-14. La planta que no haya plantado mi Padre será arrancada de raíz.
El evangelio del Día de hoy nos presenta el grupo de Jesús, ante una situación natural y adversa, una tormenta en mitad del mar, seguramente una situación difícil, pero conocida por estos hombres de pesca, sin embargo son confrontados por la presencia de Jesús, quién les invita a tener confianza en el proyecto que han decidido asumir.
El reencuentro con Jesús, aparece mediado por una acción simbólica, caminar sobre las aguas, mientras los discípulos son sacudidos por la tormenta, él puede caminar sobre las aguas, ir hacía ellos, y calmar la tempestad. Pedro, quien intenta hacer lo mismo, es asaltado por el miedo, la falta de fe y la fuerza de la tormenta. Pedro aún no está preparado para comprender la complejidad del proyecto de Jesús. El maestro camina sobre las aguas, por que domina el mal con la fuerza de la verdad y de la Gracia, es el mundo de la mentira, el egoísmo, las injusticia y la exclusión el que constituye la tormenta que amedrenta y hace perder la fe. Ante ello Jesús se acerca amorosamente y vuelve a convencer al grupo que es la fe en Dios y el compromiso lo que tranquiliza de verdad el alma.
Hoy, acudimos a múltiples formas de tormentas y de vientos en contra; nuestras sociedades están siendo gobernadas por el demonio estructural del mercado, sin ética alguna. Los afanes de lucro, empoderan a unos y generan miedo en otros, hay una mayoría que se muere de hambre y sin quererlo, nos estamos alejando del mandato cristiano, de amar y servir incondicionalmente.
Primera Lectura. Jeremías
30, 1-2. 12-15. 18-22.
Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así. Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob.
Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así. Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob .
Palabra que Jeremías recibió del Señor: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "Escribe en un libro todas las palabras que he dicho. Porque así dice el Señor: "Tu fractura es incurable, tu herida está enconada; no hay remedio para tu llaga, no hay medicinas que te cierren la herida. Tus amigos te olvidaron, ya no te buscan, porque te alcanzó el golpe enemigo, un cruel escarmiento, por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados.
¿Por qué gritas por tu herida? Tu llaga es incurable; por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados, te he tratado así." Así dice el Señor: "Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, me compadeceré de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad, su palacio se asentará en su puesto. De ella saldrán alabanzas y gritos de alegría.
Los multiplicaré, y no disminuirán; los honraré, y no serán despreciados. Serán sus hijos como en otro tiempo, la asamblea será estable en mi presencia. Castigaré a sus opresores. Saldrá de ella un príncipe, su señor saldrá de en medio de ella; me lo acercaré y se llegará a mí, pues, ¿quién, si no, se atrevería a acercarse a mí? -oráculo del Señor-. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 101
R/. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria.
Los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión, y aparezca su gloria, y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. R.
Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor. Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte. R.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en tu presencia. Para anunciar en Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 14, 22-36
Mándame ir hacia ti andando sobre el agua
Después que sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaron a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento les era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". El le dijo: "Ven". Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame". En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios". Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron curados.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Jr 30, 1-2. 12-15. 18-22: Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así.
Salmo 101: Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así.
Mt 14, 22-36: ¡Ánimo! Soy yo, no teman
o bien: Mt 15,1-2.10-14. La planta que no haya plantado mi Padre será arrancada de raíz.
El evangelio del Día de hoy nos presenta el grupo de Jesús, ante una situación natural y adversa, una tormenta en mitad del mar, seguramente una situación difícil, pero conocida por estos hombres de pesca, sin embargo son confrontados por la presencia de Jesús, quién les invita a tener confianza en el proyecto que han decidido asumir.
El reencuentro con Jesús, aparece mediado por una acción simbólica, caminar sobre las aguas, mientras los discípulos son sacudidos por la tormenta, él puede caminar sobre las aguas, ir hacía ellos, y calmar la tempestad. Pedro, quien intenta hacer lo mismo, es asaltado por el miedo, la falta de fe y la fuerza de la tormenta. Pedro aún no está preparado para comprender la complejidad del proyecto de Jesús. El maestro camina sobre las aguas, por que domina el mal con la fuerza de la verdad y de la Gracia, es el mundo de la mentira, el egoísmo, las injusticia y la exclusión el que constituye la tormenta que amedrenta y hace perder la fe. Ante ello Jesús se acerca amorosamente y vuelve a convencer al grupo que es la fe en Dios y el compromiso lo que tranquiliza de verdad el alma.
Hoy, acudimos a múltiples formas de tormentas y de vientos en contra; nuestras sociedades están siendo gobernadas por el demonio estructural del mercado, sin ética alguna. Los afanes de lucro, empoderan a unos y generan miedo en otros, hay una mayoría que se muere de hambre y sin quererlo, nos estamos alejando del mandato cristiano, de amar y servir incondicionalmente.
Primera Lectura. Jeremías
30, 1-2. 12-15. 18-22.
Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así. Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob.
Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así. Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob .
Palabra que Jeremías recibió del Señor: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "Escribe en un libro todas las palabras que he dicho. Porque así dice el Señor: "Tu fractura es incurable, tu herida está enconada; no hay remedio para tu llaga, no hay medicinas que te cierren la herida. Tus amigos te olvidaron, ya no te buscan, porque te alcanzó el golpe enemigo, un cruel escarmiento, por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados.
¿Por qué gritas por tu herida? Tu llaga es incurable; por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados, te he tratado así." Así dice el Señor: "Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, me compadeceré de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad, su palacio se asentará en su puesto. De ella saldrán alabanzas y gritos de alegría.
Los multiplicaré, y no disminuirán; los honraré, y no serán despreciados. Serán sus hijos como en otro tiempo, la asamblea será estable en mi presencia. Castigaré a sus opresores. Saldrá de ella un príncipe, su señor saldrá de en medio de ella; me lo acercaré y se llegará a mí, pues, ¿quién, si no, se atrevería a acercarse a mí? -oráculo del Señor-. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 101
R/. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria.
Los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión, y aparezca su gloria, y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. R.
Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor. Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte. R.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en tu presencia. Para anunciar en Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 14, 22-36
Mándame ir hacia ti andando sobre el agua
Después que sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaron a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento les era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". El le dijo: "Ven". Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame". En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios". Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron curados.
Palabra del Señor.
Comentario de la primera Lectura. Jr 30,1-2.12-15.18-22. Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así. Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob.
El pasaje está tomado del llamado “Libro de la consolación”, compuesto por los capítulos 30-31 del libro de Jeremías. Se trata de una colección de oráculos que se remontan, probablemente, al primer período de la actividad del profeta y que, aunque al principio estuvo dirigida al Reino de Israel, se extendió también después al de Judá.
Jeremías muestra el valor educativo del sufrimiento que aflige al pueblo (w 12-15), obligado al exilio y a la dominación extranjera desde hace ya un siglo. La aplicación de la ley del talión al pueblo infiel, según la doctrina de la retribución temporal, tendrá un efecto purificador: Israel comprenderá que no son las naciones extranjeras, cuyo favor busca (v. 14), sino Yavé quien de él y le asegura la restauración Esta última aparece descrita en los vv. 18-21 como efecto de la compasión de Dios (v.18a). Las imágenes a las que recurre el profeta evocan una ciudad en fiesta: los edificios, antes arrasados, son reconstruidos (v. 1 8b) y sus numerosos habitantes son honrados por Dios y temidos por los otros pueblos (vv. l9ss). A la cabeza de la nación habrá un rey israelita adepto a Yavé (cf. Dt 17,15 Sa). En este oráculo puede entreverse la esperanza de Jeremías en la reunificación del pueblo elegido y en su recuperación de la plena soberanía. La Fórmula de alianza (v. 22) sella la recobrada libertad en la fidelidad a Dios auspiciada por el profeta.
Comentario del Salmo 101. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria.
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que se encuentra en una situación grave, dama al Señor: «escucha mi oración» (2), «no me escondas tu rostro», «inclina tu oído», «respóndeme» (3). El drama de esta persona se ve incrementado a causa de la destrucción de Sión (Jerusalén), que refuerza su súplica: «Levántate y ten misericordia de Sión» (14a).
Tiene cuatro partes: 2-12; 13-23; 24-28; 29, que pueden agruparse por parejas: 2-12 + 24-28; 13-23 + 29; la primera de ellas habla de la dramática situación en que se encuentra el salmista; la segunda presenta el drama de Sión, la capital, que ha sido destruida. El sufrimiento del salmista tiene estas dos fuentes: su situación personal y la grave situación por la que atraviesa el país.
La primera parte (2-12) comienza con una súplica urgente (2- 3). La situación de este individuo exige una rápida intervención del Señor. A continuación viene una larga exposición (4-12), que comienza con la conjunción «porque...», que indica que el salmista va a exponer con detalle lo que está experimentando. Habla de cómo va debilitándose su vida, empleando numerosas imágenes: sus días se consumen como el humo, sus huesos queman como brasas (4) y el corazón se le seca como la hierba pisoteada (5a). Está solo y abandonado como un pelícano en el desierto, como una lechuza en las ruinas (7) o como un ave solitaria en el tejado (8). Sus días son como una sombra que se alarga y siente que se va secando como la grama (12).
La descripción de lo que está sucediendo continúa en la tercera parte (24-28). Esta parte forma pareja con la primera (2- 12). El salmista se encuentra sin fuerzas (24) y se queja por tener que morir cuando sólo ha transcurrido la mitad de su vida (25). Compara sus frágiles y pasajeros años con la eternidad de Dios (25.28) y sigue elevando su súplica. Incluso la tierra y el cielo, mucho más duraderos que la vida de una persona, son nada ante la eternidad de Dios, Aparecen dos imágenes que hablan de su fragilidad: se van gastando corno la ropa y serán cambiados como un vestido del que nos mudamos (26-27).
La segunda parte (13-23) encaja perfectamente dentro de este tema, si bien su atención se dirige hacia otro punto. Comienza hablando de la eternidad del Señor (13), tema muy importante en todo este salmo. Pero inmediatamente se vuelve hacia Sión (Jerusalén) y la situación en que se encuentra: destruida por sus enemigos. El dolor de esta persona aumenta y, por eso, dirige su súplica al Señor: «Levántate y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te apiades de ella» (14a). También encontramos aquí, como en la primera parte, una explicación introducida con un «porque...»: «Porque tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas» (15). El salmista confía en que el Señor escuchará la oración del indefenso (18) y reconstruirá Sión (17), provocando el temor de naciones y reyes (16). Está tan convencido de ello, que sueña ya con que la generación futura alabará a Dios por la liberación del pueblo y por la reconstrucción de la capital (19-22). Sueña con el día en que todos los pueblos y reinos servirán al Señor (23).
La cuarta parte (29) forma pareja con la segunda (13-23). Funciona como conclusión: la generación futura vivirá segura y se mantendrá en la presencia del Señor.
La persona que rezó este salmo vivía una doble tensión: personal y social. Las imágenes que se emplean en las partes primera y tercera, que se corresponden entre sí (2-u y 24-28), nos dan una idea de lo que estaba sucediendo. Probablemente, se trataba de una enfermedad. El salmista tiene fiebre (4), ha perdido el apetito (5) y el sueño (8). Se encuentra físicamente debilitado (24), tiene la impresión de que no llegará a viejo, porque va a morir en la mitad de sus años (25). Tenemos aquí la dramática situación de un adulto a punto de morir. Su drama personal aumenta cuando compara la brevedad de su vida con la eternidad de Dios. Además, habla de sus enemigos, que lo insultan todo el día, maldiciéndolo furiosos. Tal es su sufrimiento que, además de perder el apetito, su alimento consiste en ceniza y su bebida en lágrimas (10). Resulta difícil saber por qué los enemigos de esta persona la odian tanto, pero no es este el único caso de los salmos en el que un pobre enfermo es perseguido, calumniado y acosado a muerte (véanse los salinos 3 y 30, entre otros).
La tensión social también es fuerte, sobre todo en las partes segunda y cuarta (13-23 + 29). Sión ha sido arrasada, está llena de gente indefensa que reza (18), de cautivos que gimen y de gente condenada a muerte (21). Se habla de naciones y de reyes (16). ¿Acaso las naciones y los reyes que habían destruido Sión? Si el Señor se levanta y tiene misericordia de la ciudad, temerán su nombre divino y su gloria divina (16) y servirán al Señor (23), posibilitando que la generación futura viva segura y se mantenga en la presencia de Dios (29). Este salmo, por tanto, revela que nos encontramos ante una tensión personal (una enfermedad mortal) agravada por el conflicto social (la destrucción de Jerusalén).
Además de insistir en que Dios es eterno (13.25b.27a.28), este salmo lo presenta como creador del cielo y de la tierra (26). No obstante, su rasgo más importante sigue siendo el de ser el Dios aliado al que puede dirigirse la gente con confianza, esperando de él la liberación personal y social. En las peticiones iniciales (2-3) se deja bien claro que estamos ante el Dios que escucha el clamor y la súplica de la gente indefensa (18), que escucha el gemido de los cautivos y libera a los condenados a muerte (21). Es el Dios del éxodo y de la Alianza. Atiende el clamor de las personas y reconstruye la ciudad arrasada, para que, en su interior, proclame el nombre del Señor (22a) no sólo el pueblo elegido, sino toda la humanidad (23). Este salmo apunta ya a lo que Jesús proclamará más tarde: que Dios es Padre y Creador de todo y de todos.
Con una gran sensibilidad, este salmo intenta cautivar a Dios y obtener su piedad y misericordia, tanto en el ámbito personal, como en el social. En el ámbito personal, las numerosas imágenes empleadas para hablar de la enfermedad y de la debilidad de esta persona, están planteando indirectamente una pregunta a Dios: «Tú, que creaste al ser humano como señor de la creación (cf. Sal 8), ¿no te apiadas de él cuando sufre más que las cosas más débiles de la naturaleza?». En el ámbito social, también se intenta «ablandar el corazón» del Señor: «Tus siervos aman las ruinas de Sión, la capital, ¿es que tú no vas a apiadarte de aquella que los profetas presentaron como tu esposa?». De hecho, muchos textos proféticos de aquel tiempo, y anteriores, hablaban de la «alianza matrimonial» o «desposorios» entre el Señor y la ciudad de Jerusalén.
Jesús se encontró con muchas situaciones de súplica y de vida debilitada, y liberó a algunas personas incluso de la fiebre (Mt 8, 14-15). Decidió su programa de vida basándose en estas situaciones (Lc 4,18-19). Dio pan a los hambrientos (Mc 6,30-44) y rescató la vida de los excluidos (Mt 8,1-4).
La relación de Jesús con Jerusalén (y con el templo) fue tensa y conflictiva. En lugar de afirmar que reconstruiría la ciudad, aseguró que no quedaría en ella piedra sobre piedra (Mc 13,2), porque había dejado de ser el lugar en el que se defendía y preservaba la vida del pueblo.
Este es un salmo para rezar cuando nuestra vida (o la vida de otros) se encuentre debilitada y corra peligro (caso de algunas enfermedades); cuando vemos vidas segadas «en la mitad de sus días»; podemos rezar este salmo ante el caos social que engendra personas indefensas, cautivas y condenadas a muerte...
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 22-36. Mándame a ir hacia ti andando sobre el agua.
El pasaje, ambientado en Galilea, se desarrolla en torno a una controversia entre Jesús y «algunos fariseos y algunos maestros de la Ley venidos de Jerusalén» (v. 1). Estos toman como motivo de polémica el hecho de que los discípulos no practiquen las acostumbradas abluciones rituales. Jesús rebate de manera explícita las acusaciones esgrimidas por sus adversarios, retorciendo contra ellos una acusación bastante grave y «sustancial», la de haber sustituido el «mandato de Dios» por simples y opinables tradiciones humanas (v. 2). A continuación, en la segunda parte de la perícopa litúrgica, el Nazareno —primero en público, dirigiéndose a la gente (vv. 10ss), y después en privado, dirigiéndose sólo al círculo de los discípulos (vv. 12-14) — desarrolla su pensamiento de manera breve, tanto a propósito de la invalidez de las leyes jurídicas sobre los alimentos como respecto al empleo hipócrita que hacen los fariseos de la Ley de Moisés. De este modo, queda descalificada definitivamente la mediación —por ser guías ciegos— de los fariseos: para Mateo, la comunidad cristiana naciente no está obligada a seguirles.
La actitud de Jesús que de ahí se desprende en con junto es la de alguien que ha venido a volver a dar una transparencia plena a la voluntad originaria de Dios. Y desarrolla esta tarea remitiendo más a la interioridad de la persona que a prácticas exteriores —minuciosas y convencionales— que se erigen en un arsenal de seguridades que se construye el hombre para «alcanzar» a Dios. En efecto, en la tradición judía, las distinciones entre lo puro y lo impuro, y lo mismo cumple decir de otras muchas realidades religiosas, se agigantan con frecuencia hasta convertirse en un polo de interés tan importante que llega a oscurecer el verdadero centro de la religiosidad (el amor gratuito y preveniente de Dios), recordado tan a menudo por la predicación de los profetas.
Pues bien, Jesús se refiere a este filón veterotestamentario. También hoy nos enseña a nosotros cuál es la verdadera jerarquía de los valores, el significado genuino de la revelación. Es el interior de la persona (“lo que sale de la boca”, nosotros diríamos “el corazón”: cf. la claridad radical del v. 11) lo que tiene una efectiva importancia en la relación con Dios o lo que puede «manchar» el camino de la redención, más que abrir a la persona para que reciba el don del amor que salva.
«Jesús» significa «Yavé salva», Él, el Hijo de Dios, proclama y realiza la voluntad del Padre: que todos los hombres se salven. La salvación que Dios nos ofrece es una salvación concreta, histórica, comienzo de la vida eterna que será la comunión con él, la experiencia inexpresable del amor, de la alegría, de la fiesta sin fin. Esto nos hace invulnerables contra los distintos tipos de sufrimientos que marean la vida humana, en virtud de su naturaleza limitada y frágil y, por estar herida por el pecado, amenazada por la angustia.
La presencia de Dios junto a nosotros, en nuestro acontecer terreno, aparece frecuentemente más como una ausencia o, en cualquier caso, no parece ser eficaz. Ante nuestros ojos, empañados por el miedo a vivir; su imagen se confunde con la imagen de los numerosos mercaderes ele soluciones fáciles e inmediatas para salir de la angustia. A veces, se interponen entre nosotros y él ritos convencionales y tradiciones de los antiguos. Estamos tan acostumbrados a los sucedáneos de Dios que ya no sabemos reconocerle a él mismo. Más aún, Dios nos desorienta porque no le conocemos como él se da a conocer. Nos espanta porque fácilmente queremos verlo según nuestra imaginación y no tal como él se muestra a nosotros.
En medio del remolino que supone la imposibilidad que sentimos para encontrar vías de escape por nosotros mismos, podemos hacer nuestro el grito de Pedro: « ¡Señor; sálvame!», y tener la esperanza cierta de oírnos repetir lo que somos: gente de poca fe, siempre dispuesta a dudar. Con nuestra débil fe podemos reconocer que Jesús es el salvador; sólo él, y nadie más. Todo instante es el momento oportuno para el encuentro lo decisivo con él, en lo íntimo y en lo profundo de nuestro ser.
o bien: Comentario del Santo Evangelio: Mt, 15-1 ss. Controversia sobre la tradición y lo puro y lo impuro
Como subraya bien el procedimiento estilístico de la inclusión, el tema central del largo fragmento es el debate sobre la contaminación provocada por las manos no lavadas antes de las comidas. La referencia a esta cuestión —que se repite explícitamente en los vv 2 y 20— abarca, en efecto, toda la perícopa.
La primera parte (vv. 1-9) tiene por objeto una controversia entre Jesús y algunos fariseos y maestros de la ley sobre la pureza ritual; la segunda (vv. 10-20) trata de la impureza en un sentido más lato. El Maestro se dirige primero a la muchedumbre (v. 10) y después a los discípulos (v. 12ss).
En la exposición de este debate, Mateo sigue fielmente el esquema de las disputas —halákicas— del judaísmo:
pregunta (v. 2), contra pregunta (v. 3), argumentación (vv. 4-6), prueba bíblica (vv. 7-9). Los cristianos —enseña el evangelista— deben tener la Escritura como norma de su conducta moral, según la auténtica interpretación ofrecida por Jesús.
Una delegación de maestros de la ley y de fariseos hace notar que los discípulos de Jesús no realizan las purificaciones rituales. Estas purificaciones, reservadas originariamente a los sacerdotes (cf. Ex 30,17-21), habían sido extendidas obligatoriamente por ellos mismos a todo Israel, considerado como un reino sacerdotal y un pueblo santo (cf. Ex 19,6; Lv 20,26). Esta “tradición de los antiguos” constituía para los fariseos la Torá oral, tan obligatoria como la escrita. Jesús no acepta esa extensión indebida de las normas que hace correr el riesgo de instrumentalizar la religión para intereses egoístas, como muestran los dos ejemplos que cita.
Los adversarios se preocupan de las abluciones, pero van contra los mandamientos de Dios. Los fariseos, basándose en una falsa interpretación de la ley sobre la observación de los votos (Nm 30,3), invalidan el cuarto mandamiento, que prescribe honrar a los padres. Según la tradición, no se permitía a los hijos, en efecto, socorrer a los padres con los propios bienes; en caso de que los hubieran declarado consagrados al Señor con un voto. En realidad, esos bienes —entregados a los sacerdotes para el templo— seguían siendo usados por sus propietarios. Se crea, por consiguiente, una ficción jurídica en apoyo de un comportamiento aparentemente religioso, aunque, en realidad, era inhumano e hipócrita. Tras denunciar el hecho, Jesús lo condena retomando las palabras proféticas de Isaías, que lanzaba reproches al pueblo porque honraba a Dios sólo con los labios (Is 29,13).
En la segunda parte del fragmento (vv. 10-20), Jesús, llamando a la gente, se dirige a ella con un doble mandato: « ¡Escuchad atentamente!; va a ofrecer, en efecto, una enseñanza sobre la pureza interior en forma de mashal (dicho sapiencial). Jesús contrapone la actitud sincera del corazón a la observancia formalista de la ley, haciendo pasar así de una ética abstracta basada en normas externas y fáciles de manipular a una ética basada en la conciencia iluminada por el Espíritu. Lo que mancha al hombre —repite como conclusión— no son los alimentos, sino “lo que sale de la boca” (v. 11), es decir, la palabra que brota del corazón, que, según la mentalidad judía, constituye el centro del hombre. Si éste no es puro, se convierte en fuente de toda maldad y egoísmo. En efecto, sólo por maldad se pueden considerar como no válidos los mandamientos de Dios centrados en el amor.
Es frecuente encontrar a personas para quienes la religión y la pertenencia a la Iglesia no es más que una jaula opresora de normas de la que es preciso evadirse reivindicando la propia libertad. ¿De dónde nace esta incomodidad? Las causas pueden ser muchas, pero una de ellas es, a no dudar, el modo de celebrar el culto. Si éste se vive sólo de una manera exterior, se queda en un montón de preceptos inútiles que acaban siendo aburridos y también perjudiciales.
La observancia exacta puede hacer surgir, en efecto, la pretensión de tener derechos sobre Dios en virtud de un comportamiento correcto, mientras que, en realidad, todavía no ha tenido lugar un encuentro real con el Dios vivo y verdadero. Cuando él entra verdaderamente en la vida de una persona, conduce a una adhesión que supera toda ley, sin infringir ninguna. El yugo que antes parecía pesado se vuelve ligero, porque ahora se lleva con buen ánimo. Jesús, nuestro camino, ha venido precisamente a trazar un gran camino de libertad para nosotros: el camino del amor.
San Agustín se hará eco de la enseñanza del Maestro cuando afirma su célebre: «Ama y haz lo que quieras». Sólo el amor permite tener una inteligencia sabia de lo que cuenta de verdad. Sin embargo, ¿cómo amar de verdad —sin cambiar por amor lo que se nos vuelve cómodo y agradable— si no es dejando espacio a la vida divina en nosotros? Todo cristiano, en virtud del bautismo, tiene en sí mismo esa fuente, la cuestión consiste en descubrirla y hacerla manar. El amor —el Espíritu Santo— ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5) y puede conducirnos a vivir una vida de verdaderos hijos de Dios.
Jesús insiste sobremanera en el hecho de que no es importante lo que entra en el hombre, sino lo que sale de su corazón. En consecuencia, es preciso que nos pongamos a la escucha de la Palabra que nos ha sido dirigida, a fin de descubrir las exigencias de la vida cristiana. La Palabra es, verdaderamente, lámpara para los pasos del creyente, luz segura que indica el camino que debemos recorrer. Es preciso dejarnos interpelar por ella continuamente si queremos evitar los dos escollos contrapuestos: un ritualismo que se contenta con observancias exteriores y un engañoso permisivismo que se permite todo en nombre de la libertad. Una vez más, es la contemplación de Jesús crucificado lo que indica la medida del amor auténtico: absoluta gratuidad que se entrega libremente por todos, sin cálculos ni restricciones.
Comentario del Santo Evangelio: Mt, 14 22-36, para nuestros Mayores. Escándalo farisaico.
Escándalo farisaico. Los fariseos y escribas buscaban pelea. La pregunta que hacen a Jesús sobre la conducta de sus discípulos por qué no se lavaban las manos antes de comer era una acusación contra él, que permitía y enseñaba tales cosas. Por supuesto que este “lavarse las manos” no es taba motivada por razones de higiene. Eran exigencias de la pureza ritual. Unas exigencias que, en sentido estricto, sólo obligaban a los sacerdotes y que estaban justificadas desde las prescripciones de la ley sobre la pureza (Lev 22, 1—16). A los laicos no les obligaba; pero la casuística farisaica había ampliado también a ellos la obligatoriedad de esta prescripción
La cuestión de la pureza o impureza de los alimentos la resuelve Jesús estableciendo un principio que compren de dos partes: a) «lo que entra por la boca no mancha al hombre». Alude a todas las prohibiciones rituales y legales en materia de alimentos. Una serie de prohibiciones que había servido para esclavizar al hombre en materia de alimentación: alimentos puros e impuros, animal, puros e impuros... Esta parte negativa del principio aducido por Jesús libera al hombre de toda esta serie de esclavitudes anulando unas leyes que ya no pueden tener vigencia. b) «Lo que mancha al hombre es lo que sale su boca». Al hablar de la «boca» entiende Jesús los pensamientos y movimientos del corazón que, para los orientales, son también palabras.
Esto resultaba incomprensible para el hombre antiguo, para quien sólo lo exterior podía impurificar palabras de Jesús descubren así un mundo nuevo en que se habla de la pureza-impureza del corazón. El nuevo principio exige la limpieza del corazón, que mereció la dedicación de una bienaventuranza (ver el comentario a 5, 1-12, en el lugar correspondiente).
Este nuevo principio sobre la pureza produjo el escándalo farisaico, que Jesús en modo alguno quiso evitar. Tampoco podía porque en el nuevo principio iba, implícitamente al menos, el anuncio de un nuevo orden de cosas instaurado por el evangelio. Era la liberación el hombre en un terreno que hoy podemos considerar insignificante y hasta pueril, pero que estaba situado en el contexto antiguo de cosas que Jesús proclama como caducado. Y esto sí que era importante. Valía la pena, aunque produjese el inevitable escándalo farisaico.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 22-36, de Joven para Joven. Las manos no lavadas antes de la comida.
Como subraya bien el procedimiento estilístico de la inclusión, el tema central del largo fragmento es el debate sobre la contaminación provocada por las manos no lavadas antes de las comidas. La referencia a esta cuestión —que se repite explícitamente en los vv. 2 y 20— abarca, en efecto, toda la perícopa.
La primera parte (vv. 1-9) tiene por objeto una controversia entre Jesús y algunos fariseos y maestros de la ley sobre la pureza ritual; la segunda (vv. 10-20) trata de la impureza en un sentido más lato. El Maestro se dirige primero a la muchedumbre (v. 10) y después a los discípulos (v. l2ss).
En la exposición de este debate, Mateo sigue fielmente el esquema de las disputas —halákicas— del judaísmo: pregunta (v. 2), contra pregunta (v. 3), argumentación (vv. 4-6), prueba bíblica (vv. 7-9). Los cristianos —enseña el evangelista— deben tener la Escritura como norma de su conducta moral, según la auténtica interpretación ofrecida por Jesús.
Una delegación de maestros de la ley y de fariseos hace notar que los discípulos de Jesús no realizan las purificaciones rituales. Estas purificaciones, reservadas originariamente a los sacerdotes (cf. Ex 30,17-21), habían sido extendidas obligatoriamente por ellos mismos a todo Israel, considerado como un reino sacerdotal y un pueblo santo (cf. Ex 19,6; Lv 20,26). Esta «tradición de los antiguos» constituía para los fariseos la Torá oral, tan obligatoria como la escrita. Jesús no acepta esa extensión indebida de las normas que hace correr el riesgo de instrumentalizar la religión para intereses egoístas, como muestran los dos ejemplos que cita.
Los adversarios se preocupan de las abluciones, pero van contra los mandamientos de Dios. Los fariseos, basándose en una falsa interpretación de la ley sobre la observación de los votos (Nm 30,3), invalidan el cuarto mandamiento, que prescribe honrar a los padres. Según la tradición, no se permitía a los hijos, en efecto, socorrer a los padres con los propios bienes; en caso de que los hubieran declarado consagrados al Señor con un voto. En realidad, esos bienes —entregados a los sacerdotes para el templo— seguían siendo usados por sus propietarios. Se crea, por consiguiente, una ficción jurídica en apoyo de un comportamiento aparentemente religioso, aunque, en realidad, era inhumano e hipócrita. Tras denunciar el hecho, Jesús lo condena retomando las palabras proféticas de Isaías, que lanzaba reproches al pueblo porque honraba a Dios sólo con los labios (Is 29,13).
En la segunda parte del fragmento (vv. 10-20), Jesús, llamando a la gente, se dirige a ella con un doble mandato: « ¡Escuchad atentamente!»; va a ofrecer, en efecto, una enseñanza sobre la pureza interior en forma de mashal (dicho sapiencial). Jesús contrapone la actitud sincera del corazón a la observancia formalista de la ley haciendo pasar así de una ética abstracta basada en normas externas y fáciles de manipular a una ética basada en la conciencia iluminada por el Espíritu. Lo que mancha al hombre —repite como conclusión— no son los alimentos, sino «lo que sale de la boca» (v. 11), es decir, la palabra que brota del corazón, que, según la mentalidad judía, constituye el centro del hombre. Si éste no es puro, se convierte en fuente de toda maldad y egoísmo. En efecto, sólo por maldad se pueden considerar como no válidos los mandamientos de Dios centrados en el amor.
Es frecuente encontrar a personas para quienes la religión y la pertenencia a la Iglesia no es más que una jaula opresora de normas de la que es precisa evadirse reivindicando la propia libertad. ¿De dónde nace esta incomodidad? Las causas pueden ser muchas, pero una de ellas es, a no dudar, el modo de celebrar el culto. Si éste se vive sólo de una manera exterior, se queda en un montón de preceptos inútiles que acaban siendo aburridos y también perjudiciales.
La observancia exacta puede hacer surgir, en efecto, la pretensión de tener derechos sobre Dios en virtud de un comportamiento correcto, mientras que, en realidad, todavía no ha tenido lugar un encuentro real con el Dios vivo y verdadero. Cuando él entra verdaderamente en la vida de una persona, conduce a una adhesión que supera toda ley, sin infringir ninguna. El yugo que antes parecía pesado se vuelve ligero, porque ahora se lleva con buen ánimo. Jesús, nuestro camino, ha venido precisamente a trazar un gran camino de libertad para nosotros: el camino del amor.
San Agustín se hará eco de la enseñanza del Maestro cuando afirma su célebre: «Ama y haz lo que quieras». Sólo el amor permite tener una inteligencia sabía de lo que cuenta de verdad. Sin embargo, ¿cómo amar de verdad —sin cambiar por amor lo que se nos vuelve cómodo y agradable— si no es dejando espacio a la vida divina en nosotros? Todo cristiano, en virtud del bautismo, tiene en sí mismo esa fuente, la cuestión consiste en descubrirla y hacerla manar. El amor —el Espíritu Santo— ha sido derramado en nuestros corazones (cF. Rom 5,5) y puede conducirnos a vivir una vida de verdaderos hijos de Dios.
Jesús insiste sobremanera en el hecho de que no es importante lo que entra en el hombre, sino lo que sale de su corazón. En consecuencia, es preciso que nos pongamos a la escucha de la Palabra que nos ha sido dirigida, a fin de descubrir las exigencias de la vida cristiana. La Palabra es, verdaderamente, lámpara para los pasos del creyente, luz segura que indica el camino que debemos recorrer. Es preciso dejarnos interpelar por ella continuamente si queremos evitar los dos escollos contrapuestos: un ritualismo que se contenta con observancias exteriores y un engañoso permisivismo que se permite todo en nombre de la libertad. Una vez más, es la contemplación de Jesús crucificado lo que indica la medida del amor auténtico: absoluta gratuidad que se entrega libremente por todos, sin cálculos ni restricciones.
Elevación Espiritual para este Día
El justo está en manos de Dios, y sucede casi por milagro que hasta sus mismos pecados le ayudan a hacerse mejor: ¿Acaso no nos ayudan a mejorar nuestras caídas cuando nos disponen a ser más humildes y atentos? ¿No sucede acaso como si la mano de Dios fuera la que levanta a los que tropiezan? En este sentido, el alma de quien tiene fe puede repetir: “Tú eres mi apoyo” Dios se muestra tan dispuesto a socorrer a quien está cayendo que tenemos casi la impresión de verlo intentando ayudar exclusivamente a cada individuo que lo ha invocado.
Reflexión Espiritual par el día
Sé que dependo de un ser trascendente cuyo nombre no conozco. Llamo «Dios» a lo que es insondable. Se trata de un artista dotado de una fuerza inigualable. Las férreas leyes de la naturaleza o de la belleza del cosmos no pueden ser explicadas recurriendo exclusivamente a las cualidades de la materia. Existen realidades que se sustraen a nuestra experiencia. Por nuestra parte, conseguimos imaginar lo que es desconocido sólo a través del modelo de lo que ya conocemos, y de ahí proceden las dudas y la incredulidad.
Sólo si nos insertamos en un orden superior, si nos inclinamos frente a aquello que no sabemos explicar y tenemos la suficiente humildad para reconocer que no somos nosotros quienes hemos creado el mundo y ni siquiera estamos en condiciones de descifrarlo, sólo si comprendemos que no nos es lícito poner nuestra voluntad al mismo nivel que la del Creador sólo así podremos configurar nuestra vida sin amarguras, resignación ni nihilismo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Pedro le pide al Señor acercarse a él mientras camina sobre las aguas.
Después de navegar casi toda la noche, la barca donde navegan los Doce íntimos amigos del Señor, avanza entre las dificultades ocasionadas por la violencia de las olas y el viento en contra, podemos imaginar la fatiga que llevaban al remar así.
Es como le sucede hoy a nuestra Iglesia, que avanza por Cristo en una mar de dificultades, remando contra la irreverencia y el descaro de aquellos que imponen leyes contrarias a las enseñanzas del Señor.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre las aguas, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Sin embargo la palabra de Nuestro Señor Jesucristo viene a tranquilizar a sus almas y les dice: «Tranquilícense, soy yo; no teman». De todos ellos, Pedro es el más audaz, ya es el líder entre sus amigos, y le dice a Jesús: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua» y lo hace porque él no duda de que el Señor tiene ese poder y a una palabra «Ven», baja de la barca y camina sobre las aguas. Pero a causa de la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». La reacción del Apóstol es muy humana, es un contraste entre la fe y su intuitivo temor.
Quizás distinto hubiera sido si sus amigos desde la barca le hubieran entre todos animados, “Pedro, avanza con confianza”, “Pedro si se puede, te fe”, y es posible pensar que entre tanto ánimos de sus amigos él no hubiera tenido el normal temor de hundirse. Esto nos enseña, comparando este suceso, que la barca es como nuestra Iglesia y Pedro como nuestro Papa, es decir, frente a las tormentas por la cual la Iglesia pasa, todos tenemos que animarla a que siga adelante al encuentro con el Señor.
Pedro, esta colmado de entusiasmo y ardor por su Maestro, pero también expuesto a los miedos, al cansancio, por cuanto necesita que el Señor venga en su ayuda para sostenerlo. Caminando sobre las aguas turbulentas, el Dios de Jesucristo, se muestra como persona humana y divina, el se hizo hombre y fue hermano para sus discípulos, es parte de la familia de sus amigos, Él los ánima pero también los reprende, el calma sus tormentas, pero al mismo tiempo les tiende su mano. Frente al peligro, ÉL se hace presente para salvarlos. Así es como en seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».
El encogimiento de la fe, nos hace temer frente al peligro, como también nos hace sentir desanimado en las dificultades, y parece que naufragamos. Pero donde la fe es viva, es cuando no dudamos del poder de Jesucristo, por cuanto su presencia nos protege del peligro y nuestra Iglesia estará por siempre a salvo, la mano del Señor se extenderá amorosamente para salvarla de cualquier tormenta. +
El pasaje está tomado del llamado “Libro de la consolación”, compuesto por los capítulos 30-31 del libro de Jeremías. Se trata de una colección de oráculos que se remontan, probablemente, al primer período de la actividad del profeta y que, aunque al principio estuvo dirigida al Reino de Israel, se extendió también después al de Judá.
Jeremías muestra el valor educativo del sufrimiento que aflige al pueblo (w 12-15), obligado al exilio y a la dominación extranjera desde hace ya un siglo. La aplicación de la ley del talión al pueblo infiel, según la doctrina de la retribución temporal, tendrá un efecto purificador: Israel comprenderá que no son las naciones extranjeras, cuyo favor busca (v. 14), sino Yavé quien de él y le asegura la restauración Esta última aparece descrita en los vv. 18-21 como efecto de la compasión de Dios (v.18a). Las imágenes a las que recurre el profeta evocan una ciudad en fiesta: los edificios, antes arrasados, son reconstruidos (v. 1 8b) y sus numerosos habitantes son honrados por Dios y temidos por los otros pueblos (vv. l9ss). A la cabeza de la nación habrá un rey israelita adepto a Yavé (cf. Dt 17,15 Sa). En este oráculo puede entreverse la esperanza de Jeremías en la reunificación del pueblo elegido y en su recuperación de la plena soberanía. La Fórmula de alianza (v. 22) sella la recobrada libertad en la fidelidad a Dios auspiciada por el profeta.
Comentario del Salmo 101. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria.
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que se encuentra en una situación grave, dama al Señor: «escucha mi oración» (2), «no me escondas tu rostro», «inclina tu oído», «respóndeme» (3). El drama de esta persona se ve incrementado a causa de la destrucción de Sión (Jerusalén), que refuerza su súplica: «Levántate y ten misericordia de Sión» (14a).
Tiene cuatro partes: 2-12; 13-23; 24-28; 29, que pueden agruparse por parejas: 2-12 + 24-28; 13-23 + 29; la primera de ellas habla de la dramática situación en que se encuentra el salmista; la segunda presenta el drama de Sión, la capital, que ha sido destruida. El sufrimiento del salmista tiene estas dos fuentes: su situación personal y la grave situación por la que atraviesa el país.
La primera parte (2-12) comienza con una súplica urgente (2- 3). La situación de este individuo exige una rápida intervención del Señor. A continuación viene una larga exposición (4-12), que comienza con la conjunción «porque...», que indica que el salmista va a exponer con detalle lo que está experimentando. Habla de cómo va debilitándose su vida, empleando numerosas imágenes: sus días se consumen como el humo, sus huesos queman como brasas (4) y el corazón se le seca como la hierba pisoteada (5a). Está solo y abandonado como un pelícano en el desierto, como una lechuza en las ruinas (7) o como un ave solitaria en el tejado (8). Sus días son como una sombra que se alarga y siente que se va secando como la grama (12).
La descripción de lo que está sucediendo continúa en la tercera parte (24-28). Esta parte forma pareja con la primera (2- 12). El salmista se encuentra sin fuerzas (24) y se queja por tener que morir cuando sólo ha transcurrido la mitad de su vida (25). Compara sus frágiles y pasajeros años con la eternidad de Dios (25.28) y sigue elevando su súplica. Incluso la tierra y el cielo, mucho más duraderos que la vida de una persona, son nada ante la eternidad de Dios, Aparecen dos imágenes que hablan de su fragilidad: se van gastando corno la ropa y serán cambiados como un vestido del que nos mudamos (26-27).
La segunda parte (13-23) encaja perfectamente dentro de este tema, si bien su atención se dirige hacia otro punto. Comienza hablando de la eternidad del Señor (13), tema muy importante en todo este salmo. Pero inmediatamente se vuelve hacia Sión (Jerusalén) y la situación en que se encuentra: destruida por sus enemigos. El dolor de esta persona aumenta y, por eso, dirige su súplica al Señor: «Levántate y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te apiades de ella» (14a). También encontramos aquí, como en la primera parte, una explicación introducida con un «porque...»: «Porque tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas» (15). El salmista confía en que el Señor escuchará la oración del indefenso (18) y reconstruirá Sión (17), provocando el temor de naciones y reyes (16). Está tan convencido de ello, que sueña ya con que la generación futura alabará a Dios por la liberación del pueblo y por la reconstrucción de la capital (19-22). Sueña con el día en que todos los pueblos y reinos servirán al Señor (23).
La cuarta parte (29) forma pareja con la segunda (13-23). Funciona como conclusión: la generación futura vivirá segura y se mantendrá en la presencia del Señor.
La persona que rezó este salmo vivía una doble tensión: personal y social. Las imágenes que se emplean en las partes primera y tercera, que se corresponden entre sí (2-u y 24-28), nos dan una idea de lo que estaba sucediendo. Probablemente, se trataba de una enfermedad. El salmista tiene fiebre (4), ha perdido el apetito (5) y el sueño (8). Se encuentra físicamente debilitado (24), tiene la impresión de que no llegará a viejo, porque va a morir en la mitad de sus años (25). Tenemos aquí la dramática situación de un adulto a punto de morir. Su drama personal aumenta cuando compara la brevedad de su vida con la eternidad de Dios. Además, habla de sus enemigos, que lo insultan todo el día, maldiciéndolo furiosos. Tal es su sufrimiento que, además de perder el apetito, su alimento consiste en ceniza y su bebida en lágrimas (10). Resulta difícil saber por qué los enemigos de esta persona la odian tanto, pero no es este el único caso de los salmos en el que un pobre enfermo es perseguido, calumniado y acosado a muerte (véanse los salinos 3 y 30, entre otros).
La tensión social también es fuerte, sobre todo en las partes segunda y cuarta (13-23 + 29). Sión ha sido arrasada, está llena de gente indefensa que reza (18), de cautivos que gimen y de gente condenada a muerte (21). Se habla de naciones y de reyes (16). ¿Acaso las naciones y los reyes que habían destruido Sión? Si el Señor se levanta y tiene misericordia de la ciudad, temerán su nombre divino y su gloria divina (16) y servirán al Señor (23), posibilitando que la generación futura viva segura y se mantenga en la presencia de Dios (29). Este salmo, por tanto, revela que nos encontramos ante una tensión personal (una enfermedad mortal) agravada por el conflicto social (la destrucción de Jerusalén).
Además de insistir en que Dios es eterno (13.25b.27a.28), este salmo lo presenta como creador del cielo y de la tierra (26). No obstante, su rasgo más importante sigue siendo el de ser el Dios aliado al que puede dirigirse la gente con confianza, esperando de él la liberación personal y social. En las peticiones iniciales (2-3) se deja bien claro que estamos ante el Dios que escucha el clamor y la súplica de la gente indefensa (18), que escucha el gemido de los cautivos y libera a los condenados a muerte (21). Es el Dios del éxodo y de la Alianza. Atiende el clamor de las personas y reconstruye la ciudad arrasada, para que, en su interior, proclame el nombre del Señor (22a) no sólo el pueblo elegido, sino toda la humanidad (23). Este salmo apunta ya a lo que Jesús proclamará más tarde: que Dios es Padre y Creador de todo y de todos.
Con una gran sensibilidad, este salmo intenta cautivar a Dios y obtener su piedad y misericordia, tanto en el ámbito personal, como en el social. En el ámbito personal, las numerosas imágenes empleadas para hablar de la enfermedad y de la debilidad de esta persona, están planteando indirectamente una pregunta a Dios: «Tú, que creaste al ser humano como señor de la creación (cf. Sal 8), ¿no te apiadas de él cuando sufre más que las cosas más débiles de la naturaleza?». En el ámbito social, también se intenta «ablandar el corazón» del Señor: «Tus siervos aman las ruinas de Sión, la capital, ¿es que tú no vas a apiadarte de aquella que los profetas presentaron como tu esposa?». De hecho, muchos textos proféticos de aquel tiempo, y anteriores, hablaban de la «alianza matrimonial» o «desposorios» entre el Señor y la ciudad de Jerusalén.
Jesús se encontró con muchas situaciones de súplica y de vida debilitada, y liberó a algunas personas incluso de la fiebre (Mt 8, 14-15). Decidió su programa de vida basándose en estas situaciones (Lc 4,18-19). Dio pan a los hambrientos (Mc 6,30-44) y rescató la vida de los excluidos (Mt 8,1-4).
La relación de Jesús con Jerusalén (y con el templo) fue tensa y conflictiva. En lugar de afirmar que reconstruiría la ciudad, aseguró que no quedaría en ella piedra sobre piedra (Mc 13,2), porque había dejado de ser el lugar en el que se defendía y preservaba la vida del pueblo.
Este es un salmo para rezar cuando nuestra vida (o la vida de otros) se encuentre debilitada y corra peligro (caso de algunas enfermedades); cuando vemos vidas segadas «en la mitad de sus días»; podemos rezar este salmo ante el caos social que engendra personas indefensas, cautivas y condenadas a muerte...
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 22-36. Mándame a ir hacia ti andando sobre el agua.
El pasaje, ambientado en Galilea, se desarrolla en torno a una controversia entre Jesús y «algunos fariseos y algunos maestros de la Ley venidos de Jerusalén» (v. 1). Estos toman como motivo de polémica el hecho de que los discípulos no practiquen las acostumbradas abluciones rituales. Jesús rebate de manera explícita las acusaciones esgrimidas por sus adversarios, retorciendo contra ellos una acusación bastante grave y «sustancial», la de haber sustituido el «mandato de Dios» por simples y opinables tradiciones humanas (v. 2). A continuación, en la segunda parte de la perícopa litúrgica, el Nazareno —primero en público, dirigiéndose a la gente (vv. 10ss), y después en privado, dirigiéndose sólo al círculo de los discípulos (vv. 12-14) — desarrolla su pensamiento de manera breve, tanto a propósito de la invalidez de las leyes jurídicas sobre los alimentos como respecto al empleo hipócrita que hacen los fariseos de la Ley de Moisés. De este modo, queda descalificada definitivamente la mediación —por ser guías ciegos— de los fariseos: para Mateo, la comunidad cristiana naciente no está obligada a seguirles.
La actitud de Jesús que de ahí se desprende en con junto es la de alguien que ha venido a volver a dar una transparencia plena a la voluntad originaria de Dios. Y desarrolla esta tarea remitiendo más a la interioridad de la persona que a prácticas exteriores —minuciosas y convencionales— que se erigen en un arsenal de seguridades que se construye el hombre para «alcanzar» a Dios. En efecto, en la tradición judía, las distinciones entre lo puro y lo impuro, y lo mismo cumple decir de otras muchas realidades religiosas, se agigantan con frecuencia hasta convertirse en un polo de interés tan importante que llega a oscurecer el verdadero centro de la religiosidad (el amor gratuito y preveniente de Dios), recordado tan a menudo por la predicación de los profetas.
Pues bien, Jesús se refiere a este filón veterotestamentario. También hoy nos enseña a nosotros cuál es la verdadera jerarquía de los valores, el significado genuino de la revelación. Es el interior de la persona (“lo que sale de la boca”, nosotros diríamos “el corazón”: cf. la claridad radical del v. 11) lo que tiene una efectiva importancia en la relación con Dios o lo que puede «manchar» el camino de la redención, más que abrir a la persona para que reciba el don del amor que salva.
«Jesús» significa «Yavé salva», Él, el Hijo de Dios, proclama y realiza la voluntad del Padre: que todos los hombres se salven. La salvación que Dios nos ofrece es una salvación concreta, histórica, comienzo de la vida eterna que será la comunión con él, la experiencia inexpresable del amor, de la alegría, de la fiesta sin fin. Esto nos hace invulnerables contra los distintos tipos de sufrimientos que marean la vida humana, en virtud de su naturaleza limitada y frágil y, por estar herida por el pecado, amenazada por la angustia.
La presencia de Dios junto a nosotros, en nuestro acontecer terreno, aparece frecuentemente más como una ausencia o, en cualquier caso, no parece ser eficaz. Ante nuestros ojos, empañados por el miedo a vivir; su imagen se confunde con la imagen de los numerosos mercaderes ele soluciones fáciles e inmediatas para salir de la angustia. A veces, se interponen entre nosotros y él ritos convencionales y tradiciones de los antiguos. Estamos tan acostumbrados a los sucedáneos de Dios que ya no sabemos reconocerle a él mismo. Más aún, Dios nos desorienta porque no le conocemos como él se da a conocer. Nos espanta porque fácilmente queremos verlo según nuestra imaginación y no tal como él se muestra a nosotros.
En medio del remolino que supone la imposibilidad que sentimos para encontrar vías de escape por nosotros mismos, podemos hacer nuestro el grito de Pedro: « ¡Señor; sálvame!», y tener la esperanza cierta de oírnos repetir lo que somos: gente de poca fe, siempre dispuesta a dudar. Con nuestra débil fe podemos reconocer que Jesús es el salvador; sólo él, y nadie más. Todo instante es el momento oportuno para el encuentro lo decisivo con él, en lo íntimo y en lo profundo de nuestro ser.
o bien: Comentario del Santo Evangelio: Mt, 15-1 ss. Controversia sobre la tradición y lo puro y lo impuro
Como subraya bien el procedimiento estilístico de la inclusión, el tema central del largo fragmento es el debate sobre la contaminación provocada por las manos no lavadas antes de las comidas. La referencia a esta cuestión —que se repite explícitamente en los vv 2 y 20— abarca, en efecto, toda la perícopa.
La primera parte (vv. 1-9) tiene por objeto una controversia entre Jesús y algunos fariseos y maestros de la ley sobre la pureza ritual; la segunda (vv. 10-20) trata de la impureza en un sentido más lato. El Maestro se dirige primero a la muchedumbre (v. 10) y después a los discípulos (v. 12ss).
En la exposición de este debate, Mateo sigue fielmente el esquema de las disputas —halákicas— del judaísmo:
pregunta (v. 2), contra pregunta (v. 3), argumentación (vv. 4-6), prueba bíblica (vv. 7-9). Los cristianos —enseña el evangelista— deben tener la Escritura como norma de su conducta moral, según la auténtica interpretación ofrecida por Jesús.
Una delegación de maestros de la ley y de fariseos hace notar que los discípulos de Jesús no realizan las purificaciones rituales. Estas purificaciones, reservadas originariamente a los sacerdotes (cf. Ex 30,17-21), habían sido extendidas obligatoriamente por ellos mismos a todo Israel, considerado como un reino sacerdotal y un pueblo santo (cf. Ex 19,6; Lv 20,26). Esta “tradición de los antiguos” constituía para los fariseos la Torá oral, tan obligatoria como la escrita. Jesús no acepta esa extensión indebida de las normas que hace correr el riesgo de instrumentalizar la religión para intereses egoístas, como muestran los dos ejemplos que cita.
Los adversarios se preocupan de las abluciones, pero van contra los mandamientos de Dios. Los fariseos, basándose en una falsa interpretación de la ley sobre la observación de los votos (Nm 30,3), invalidan el cuarto mandamiento, que prescribe honrar a los padres. Según la tradición, no se permitía a los hijos, en efecto, socorrer a los padres con los propios bienes; en caso de que los hubieran declarado consagrados al Señor con un voto. En realidad, esos bienes —entregados a los sacerdotes para el templo— seguían siendo usados por sus propietarios. Se crea, por consiguiente, una ficción jurídica en apoyo de un comportamiento aparentemente religioso, aunque, en realidad, era inhumano e hipócrita. Tras denunciar el hecho, Jesús lo condena retomando las palabras proféticas de Isaías, que lanzaba reproches al pueblo porque honraba a Dios sólo con los labios (Is 29,13).
En la segunda parte del fragmento (vv. 10-20), Jesús, llamando a la gente, se dirige a ella con un doble mandato: « ¡Escuchad atentamente!; va a ofrecer, en efecto, una enseñanza sobre la pureza interior en forma de mashal (dicho sapiencial). Jesús contrapone la actitud sincera del corazón a la observancia formalista de la ley, haciendo pasar así de una ética abstracta basada en normas externas y fáciles de manipular a una ética basada en la conciencia iluminada por el Espíritu. Lo que mancha al hombre —repite como conclusión— no son los alimentos, sino “lo que sale de la boca” (v. 11), es decir, la palabra que brota del corazón, que, según la mentalidad judía, constituye el centro del hombre. Si éste no es puro, se convierte en fuente de toda maldad y egoísmo. En efecto, sólo por maldad se pueden considerar como no válidos los mandamientos de Dios centrados en el amor.
Es frecuente encontrar a personas para quienes la religión y la pertenencia a la Iglesia no es más que una jaula opresora de normas de la que es preciso evadirse reivindicando la propia libertad. ¿De dónde nace esta incomodidad? Las causas pueden ser muchas, pero una de ellas es, a no dudar, el modo de celebrar el culto. Si éste se vive sólo de una manera exterior, se queda en un montón de preceptos inútiles que acaban siendo aburridos y también perjudiciales.
La observancia exacta puede hacer surgir, en efecto, la pretensión de tener derechos sobre Dios en virtud de un comportamiento correcto, mientras que, en realidad, todavía no ha tenido lugar un encuentro real con el Dios vivo y verdadero. Cuando él entra verdaderamente en la vida de una persona, conduce a una adhesión que supera toda ley, sin infringir ninguna. El yugo que antes parecía pesado se vuelve ligero, porque ahora se lleva con buen ánimo. Jesús, nuestro camino, ha venido precisamente a trazar un gran camino de libertad para nosotros: el camino del amor.
San Agustín se hará eco de la enseñanza del Maestro cuando afirma su célebre: «Ama y haz lo que quieras». Sólo el amor permite tener una inteligencia sabia de lo que cuenta de verdad. Sin embargo, ¿cómo amar de verdad —sin cambiar por amor lo que se nos vuelve cómodo y agradable— si no es dejando espacio a la vida divina en nosotros? Todo cristiano, en virtud del bautismo, tiene en sí mismo esa fuente, la cuestión consiste en descubrirla y hacerla manar. El amor —el Espíritu Santo— ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5) y puede conducirnos a vivir una vida de verdaderos hijos de Dios.
Jesús insiste sobremanera en el hecho de que no es importante lo que entra en el hombre, sino lo que sale de su corazón. En consecuencia, es preciso que nos pongamos a la escucha de la Palabra que nos ha sido dirigida, a fin de descubrir las exigencias de la vida cristiana. La Palabra es, verdaderamente, lámpara para los pasos del creyente, luz segura que indica el camino que debemos recorrer. Es preciso dejarnos interpelar por ella continuamente si queremos evitar los dos escollos contrapuestos: un ritualismo que se contenta con observancias exteriores y un engañoso permisivismo que se permite todo en nombre de la libertad. Una vez más, es la contemplación de Jesús crucificado lo que indica la medida del amor auténtico: absoluta gratuidad que se entrega libremente por todos, sin cálculos ni restricciones.
Comentario del Santo Evangelio: Mt, 14 22-36, para nuestros Mayores. Escándalo farisaico.
Escándalo farisaico. Los fariseos y escribas buscaban pelea. La pregunta que hacen a Jesús sobre la conducta de sus discípulos por qué no se lavaban las manos antes de comer era una acusación contra él, que permitía y enseñaba tales cosas. Por supuesto que este “lavarse las manos” no es taba motivada por razones de higiene. Eran exigencias de la pureza ritual. Unas exigencias que, en sentido estricto, sólo obligaban a los sacerdotes y que estaban justificadas desde las prescripciones de la ley sobre la pureza (Lev 22, 1—16). A los laicos no les obligaba; pero la casuística farisaica había ampliado también a ellos la obligatoriedad de esta prescripción
La cuestión de la pureza o impureza de los alimentos la resuelve Jesús estableciendo un principio que compren de dos partes: a) «lo que entra por la boca no mancha al hombre». Alude a todas las prohibiciones rituales y legales en materia de alimentos. Una serie de prohibiciones que había servido para esclavizar al hombre en materia de alimentación: alimentos puros e impuros, animal, puros e impuros... Esta parte negativa del principio aducido por Jesús libera al hombre de toda esta serie de esclavitudes anulando unas leyes que ya no pueden tener vigencia. b) «Lo que mancha al hombre es lo que sale su boca». Al hablar de la «boca» entiende Jesús los pensamientos y movimientos del corazón que, para los orientales, son también palabras.
Esto resultaba incomprensible para el hombre antiguo, para quien sólo lo exterior podía impurificar palabras de Jesús descubren así un mundo nuevo en que se habla de la pureza-impureza del corazón. El nuevo principio exige la limpieza del corazón, que mereció la dedicación de una bienaventuranza (ver el comentario a 5, 1-12, en el lugar correspondiente).
Este nuevo principio sobre la pureza produjo el escándalo farisaico, que Jesús en modo alguno quiso evitar. Tampoco podía porque en el nuevo principio iba, implícitamente al menos, el anuncio de un nuevo orden de cosas instaurado por el evangelio. Era la liberación el hombre en un terreno que hoy podemos considerar insignificante y hasta pueril, pero que estaba situado en el contexto antiguo de cosas que Jesús proclama como caducado. Y esto sí que era importante. Valía la pena, aunque produjese el inevitable escándalo farisaico.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 14, 22-36, de Joven para Joven. Las manos no lavadas antes de la comida.
Como subraya bien el procedimiento estilístico de la inclusión, el tema central del largo fragmento es el debate sobre la contaminación provocada por las manos no lavadas antes de las comidas. La referencia a esta cuestión —que se repite explícitamente en los vv. 2 y 20— abarca, en efecto, toda la perícopa.
La primera parte (vv. 1-9) tiene por objeto una controversia entre Jesús y algunos fariseos y maestros de la ley sobre la pureza ritual; la segunda (vv. 10-20) trata de la impureza en un sentido más lato. El Maestro se dirige primero a la muchedumbre (v. 10) y después a los discípulos (v. l2ss).
En la exposición de este debate, Mateo sigue fielmente el esquema de las disputas —halákicas— del judaísmo: pregunta (v. 2), contra pregunta (v. 3), argumentación (vv. 4-6), prueba bíblica (vv. 7-9). Los cristianos —enseña el evangelista— deben tener la Escritura como norma de su conducta moral, según la auténtica interpretación ofrecida por Jesús.
Una delegación de maestros de la ley y de fariseos hace notar que los discípulos de Jesús no realizan las purificaciones rituales. Estas purificaciones, reservadas originariamente a los sacerdotes (cf. Ex 30,17-21), habían sido extendidas obligatoriamente por ellos mismos a todo Israel, considerado como un reino sacerdotal y un pueblo santo (cf. Ex 19,6; Lv 20,26). Esta «tradición de los antiguos» constituía para los fariseos la Torá oral, tan obligatoria como la escrita. Jesús no acepta esa extensión indebida de las normas que hace correr el riesgo de instrumentalizar la religión para intereses egoístas, como muestran los dos ejemplos que cita.
Los adversarios se preocupan de las abluciones, pero van contra los mandamientos de Dios. Los fariseos, basándose en una falsa interpretación de la ley sobre la observación de los votos (Nm 30,3), invalidan el cuarto mandamiento, que prescribe honrar a los padres. Según la tradición, no se permitía a los hijos, en efecto, socorrer a los padres con los propios bienes; en caso de que los hubieran declarado consagrados al Señor con un voto. En realidad, esos bienes —entregados a los sacerdotes para el templo— seguían siendo usados por sus propietarios. Se crea, por consiguiente, una ficción jurídica en apoyo de un comportamiento aparentemente religioso, aunque, en realidad, era inhumano e hipócrita. Tras denunciar el hecho, Jesús lo condena retomando las palabras proféticas de Isaías, que lanzaba reproches al pueblo porque honraba a Dios sólo con los labios (Is 29,13).
En la segunda parte del fragmento (vv. 10-20), Jesús, llamando a la gente, se dirige a ella con un doble mandato: « ¡Escuchad atentamente!»; va a ofrecer, en efecto, una enseñanza sobre la pureza interior en forma de mashal (dicho sapiencial). Jesús contrapone la actitud sincera del corazón a la observancia formalista de la ley haciendo pasar así de una ética abstracta basada en normas externas y fáciles de manipular a una ética basada en la conciencia iluminada por el Espíritu. Lo que mancha al hombre —repite como conclusión— no son los alimentos, sino «lo que sale de la boca» (v. 11), es decir, la palabra que brota del corazón, que, según la mentalidad judía, constituye el centro del hombre. Si éste no es puro, se convierte en fuente de toda maldad y egoísmo. En efecto, sólo por maldad se pueden considerar como no válidos los mandamientos de Dios centrados en el amor.
Es frecuente encontrar a personas para quienes la religión y la pertenencia a la Iglesia no es más que una jaula opresora de normas de la que es precisa evadirse reivindicando la propia libertad. ¿De dónde nace esta incomodidad? Las causas pueden ser muchas, pero una de ellas es, a no dudar, el modo de celebrar el culto. Si éste se vive sólo de una manera exterior, se queda en un montón de preceptos inútiles que acaban siendo aburridos y también perjudiciales.
La observancia exacta puede hacer surgir, en efecto, la pretensión de tener derechos sobre Dios en virtud de un comportamiento correcto, mientras que, en realidad, todavía no ha tenido lugar un encuentro real con el Dios vivo y verdadero. Cuando él entra verdaderamente en la vida de una persona, conduce a una adhesión que supera toda ley, sin infringir ninguna. El yugo que antes parecía pesado se vuelve ligero, porque ahora se lleva con buen ánimo. Jesús, nuestro camino, ha venido precisamente a trazar un gran camino de libertad para nosotros: el camino del amor.
San Agustín se hará eco de la enseñanza del Maestro cuando afirma su célebre: «Ama y haz lo que quieras». Sólo el amor permite tener una inteligencia sabía de lo que cuenta de verdad. Sin embargo, ¿cómo amar de verdad —sin cambiar por amor lo que se nos vuelve cómodo y agradable— si no es dejando espacio a la vida divina en nosotros? Todo cristiano, en virtud del bautismo, tiene en sí mismo esa fuente, la cuestión consiste en descubrirla y hacerla manar. El amor —el Espíritu Santo— ha sido derramado en nuestros corazones (cF. Rom 5,5) y puede conducirnos a vivir una vida de verdaderos hijos de Dios.
Jesús insiste sobremanera en el hecho de que no es importante lo que entra en el hombre, sino lo que sale de su corazón. En consecuencia, es preciso que nos pongamos a la escucha de la Palabra que nos ha sido dirigida, a fin de descubrir las exigencias de la vida cristiana. La Palabra es, verdaderamente, lámpara para los pasos del creyente, luz segura que indica el camino que debemos recorrer. Es preciso dejarnos interpelar por ella continuamente si queremos evitar los dos escollos contrapuestos: un ritualismo que se contenta con observancias exteriores y un engañoso permisivismo que se permite todo en nombre de la libertad. Una vez más, es la contemplación de Jesús crucificado lo que indica la medida del amor auténtico: absoluta gratuidad que se entrega libremente por todos, sin cálculos ni restricciones.
Elevación Espiritual para este Día
El justo está en manos de Dios, y sucede casi por milagro que hasta sus mismos pecados le ayudan a hacerse mejor: ¿Acaso no nos ayudan a mejorar nuestras caídas cuando nos disponen a ser más humildes y atentos? ¿No sucede acaso como si la mano de Dios fuera la que levanta a los que tropiezan? En este sentido, el alma de quien tiene fe puede repetir: “Tú eres mi apoyo” Dios se muestra tan dispuesto a socorrer a quien está cayendo que tenemos casi la impresión de verlo intentando ayudar exclusivamente a cada individuo que lo ha invocado.
Reflexión Espiritual par el día
Sé que dependo de un ser trascendente cuyo nombre no conozco. Llamo «Dios» a lo que es insondable. Se trata de un artista dotado de una fuerza inigualable. Las férreas leyes de la naturaleza o de la belleza del cosmos no pueden ser explicadas recurriendo exclusivamente a las cualidades de la materia. Existen realidades que se sustraen a nuestra experiencia. Por nuestra parte, conseguimos imaginar lo que es desconocido sólo a través del modelo de lo que ya conocemos, y de ahí proceden las dudas y la incredulidad.
Sólo si nos insertamos en un orden superior, si nos inclinamos frente a aquello que no sabemos explicar y tenemos la suficiente humildad para reconocer que no somos nosotros quienes hemos creado el mundo y ni siquiera estamos en condiciones de descifrarlo, sólo si comprendemos que no nos es lícito poner nuestra voluntad al mismo nivel que la del Creador sólo así podremos configurar nuestra vida sin amarguras, resignación ni nihilismo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Pedro le pide al Señor acercarse a él mientras camina sobre las aguas.
Después de navegar casi toda la noche, la barca donde navegan los Doce íntimos amigos del Señor, avanza entre las dificultades ocasionadas por la violencia de las olas y el viento en contra, podemos imaginar la fatiga que llevaban al remar así.
Es como le sucede hoy a nuestra Iglesia, que avanza por Cristo en una mar de dificultades, remando contra la irreverencia y el descaro de aquellos que imponen leyes contrarias a las enseñanzas del Señor.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre las aguas, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Sin embargo la palabra de Nuestro Señor Jesucristo viene a tranquilizar a sus almas y les dice: «Tranquilícense, soy yo; no teman». De todos ellos, Pedro es el más audaz, ya es el líder entre sus amigos, y le dice a Jesús: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua» y lo hace porque él no duda de que el Señor tiene ese poder y a una palabra «Ven», baja de la barca y camina sobre las aguas. Pero a causa de la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». La reacción del Apóstol es muy humana, es un contraste entre la fe y su intuitivo temor.
Quizás distinto hubiera sido si sus amigos desde la barca le hubieran entre todos animados, “Pedro, avanza con confianza”, “Pedro si se puede, te fe”, y es posible pensar que entre tanto ánimos de sus amigos él no hubiera tenido el normal temor de hundirse. Esto nos enseña, comparando este suceso, que la barca es como nuestra Iglesia y Pedro como nuestro Papa, es decir, frente a las tormentas por la cual la Iglesia pasa, todos tenemos que animarla a que siga adelante al encuentro con el Señor.
Pedro, esta colmado de entusiasmo y ardor por su Maestro, pero también expuesto a los miedos, al cansancio, por cuanto necesita que el Señor venga en su ayuda para sostenerlo. Caminando sobre las aguas turbulentas, el Dios de Jesucristo, se muestra como persona humana y divina, el se hizo hombre y fue hermano para sus discípulos, es parte de la familia de sus amigos, Él los ánima pero también los reprende, el calma sus tormentas, pero al mismo tiempo les tiende su mano. Frente al peligro, ÉL se hace presente para salvarlos. Así es como en seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».
El encogimiento de la fe, nos hace temer frente al peligro, como también nos hace sentir desanimado en las dificultades, y parece que naufragamos. Pero donde la fe es viva, es cuando no dudamos del poder de Jesucristo, por cuanto su presencia nos protege del peligro y nuestra Iglesia estará por siempre a salvo, la mano del Señor se extenderá amorosamente para salvarla de cualquier tormenta. +
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