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sábado, 25 de septiembre de 2010

Lecturas del día 25-09-2010


25 de Septiembre 2010, SÁBADO DE LA XXV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. Feria o SANTA MARÍA EN SÁBADO, Memoria libre. NUESTRA SEÑORA DE LA FUENCISLA. SS.Cleofás Nuevo Testamento, Fermín ob mr, Pablo y Tata es y cuatro hijos.


LITURGIA DE LA PALABRA

Proverbios 30, 5-9. No me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan
Salmo responsorial: 118. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor
.
 Lucas 9, 1-6 . Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos 


PRIMERA LECTURA.
Proverbios 30, 5-9
No me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan
La palabra de Dios es acendrada, él es escudo para los que se refugian en él.

No añadas nada a sus palabras, porque te replicará y quedarás por mentiroso.

Dos cosas te he pedido; no me las niegues antes de morir: aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: "¿Quién es el Señor?"; no sea que, necesitando, robe y blasfeme el nombre de mi Dios.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 118
R/. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor
.

Apártame del camino falso, y dame la gracia de tu voluntad. R.

Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. R.

Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo. R.

Aparto mi pie de toda senda mala, para guardar tu palabra. R.

Considero tus decretos, y odio el camino de la mentira. R.

Detesto y aborrezco la mentira, y amo tu voluntad. R.

SANTO EVANGELIO
Lucas 9, 1-6
Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos 

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: "No llevéis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa".

Ellos de pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Eclesiastés 11, 9-12,8. No me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan
Qohélet se pregunta qué sentido tiene la vida si todo corre tan veloz hacia la vejez y la muerte. En uno de sus fragmentos más célebres (12,2-6), describe con despreocupación y de modo conmovedor la irrupción de la vejez. La imagen que presenta es un palacio de alto rango durante un tiempo lleno de vida y de actividad, pero ahora en descomposición de una manera ineluctable.

Naturalmente, también la vejez supone un riesgo, y puede presentarse con un rostro dramático, sobre todo cuando concluye una vida ya vacía, dispersa. Por eso empieza Qohélet diciendo: «Ten en cuenta a tu Creador en los días de tu juventud» (12,1). No se trata de un carpe diem en sentido hedonista y pagano, pero, con todo, sigue siendo siempre verdad que la vida es una posibilidad única. Es preciso vivir intensamente, sin aplazamientos. Una vejez que da remate a una vida plena es cualitativamente diferente de una vejez que se añade a una vida vacía.

Yendo más al fondo, el hombre bíblico —empezando por Qohélet— sabe que no es sólo la vejez lo que constituye una situación de riesgo. Si miras bien, te das cuenta de que es toda la vida la que se encuentra en esa situación. La vejez está implicada en un problema más general. Es una ventana sobre la vida captada en toda su verdad. La vejez no puede ser aislada. Si se resuelve el problema de la vejez, se resuelve el problema de la vida.

Comentario al Salmo 89. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor.
Es una mezcla de salmos de tipo sapiencial y de súplica. Teniendo en cuenta la serie de peticiones que presenta (12-17), nosotros lo consideraremos como un salmo de súplica colectiva.

El pueblo está atravesando serias dificultades y, por eso, clama a Dios.

Presenta tres partes (1b-6; 7-11; 12-17) y está cuajado de imágenes. En la primera parte (lb-6), encontramos una profesión de fe en el Dios que siempre ha protegido al pueblo (1b), manifestándose como Dios eterno. Es un Dios que existe desde siempre (2). Se presenta la creación mediante la imagen del parto (2). Todo lo que vemos a nuestro alrededor (montes, tierra, mundo) son realidades salidas del seno de Dios, son su creación. La eternidad de Dios contrasta con los pocos días que vive el ser humano. Nacidos del polvo (Gén 2,7), los hijos de Adán regresan al polvo (3). Esta es la primera imagen de la fragilidad humana. Dios no mide el tiempo como nosotros. Aunque viviéramos mil años, esto no representaría para él más que unas pocas horas. Es una imagen que muestra la fugacidad de la humanidad: la vida transcurre muy aprisa. Otra imagen, la de la siembra (5-6), compara al ser humano con la hierba del campo: una vez sembrada, crece deprisa y desaparece más deprisa todavía. Tenemos aquí otra imagen de la fugacidad de la vida humana.

En la región de Palestina, hay hierbas que nacen, crecen y mueren en pocos días.

En la segunda parte (7-1 1), hacen su aparición dos temas nuevos: el pecado de la gente y la ira de Dios. Desde el principio (7a) hasta el fin (11a) se habla de la cólera de Dios. La muerte no se considera como una consecuencia de vivir, sino como resultado del pecado, como un castigo divino. Dios tiene delante los pecados de la humanidad; lo que más ocultamos (secretos) se encuentra al desnudo y con toda claridad ante su presencia (8). Aparece una nueva imagen de la fragilidad del ser humano: la vida es como un suspiro (9b). En aquella época, la esperanza de vida alcanzaba los setenta años, ochenta para los más vigorosos (Pero, ¿qué es esto ante la eternidad de Dios? La vida no es más que un vuelo pasajero. Entonces, ¿qué podemos hacer?

Encontramos la respuesta a esta pregunta en la tercera parte (12-17), que se presenta en forma de súplica. ¿Qué es lo que aquí se pide a Dios? Básicamente, cuatro cosas. La primera es un corazón sensato (12). Dicho de otro modo, aceptar que la vida humana es frágil y caduca, temiendo a Dios, que posee eternidad.

Actuando así, la gente adquiere sabiduría, es decir, encuentra el sentido de la vida. Después, se le pide a Dios que se vuelva y que tenga compasión (13). Todas las cosas proceden de él (2). ¿No va a compadecerse de los que él mismo ha engendrado y puesto en el mundo? En tercer lugar, se pide poder disfrutar de la vida para compensar las pérdidas (14-16). Así es como este salmo entiende la compasión de Dios. Con otras palabras, el pueblo pide que su vida no consista solamente en sufrir y padecer desgracias. Que tenga motivos para celebrar y olvidarse de los momentos amargos: «Alégranos, por los días en que nos castigaste, por los años en que sufrimos desgracias» (15). Finalmente, se pide que el trabajo que realiza el pueblo sea fecundo: «Venga sobre nosotros la bondad del Señor, y confirme la obra de nuestras manos» (17). De hecho, según el Qohélet, lo mejor que le puede suceder a alguien es disfrutar del trabajo de sus propias manos. Y la peor de las desgracias, no poder hacerlo (Qo 2,24).

Este salmo revela algunas tensiones y conflictos propios de los textos sapienciales. Está presente el tema de la fragilidad y la fugacidad de la vida. También se habla de la búsqueda de un «corazón sensato», es decir; de la búsqueda de la sabiduría que llena de colorido, y da sentido y sabor a la vida y a las cosas. Detrás de esta búsqueda se oculta el conflicto con los falsos valores. El conflicto es también teológico, pues se afirma que la muerte es fruto del pecado. En cierto modo, por tanto, sería resultado de la ira de Dios que encienden los pecados de la humanidad, Así pues, e salmo habla, en este sentido, de los castigos y desgracias que son enviados por Dios al pueblo (15). Pedir que se pueda disfrutar del propio trabajo significa que hay gente extraña que se está apropiando del fruto de trabajos que no han realizado; esto mismo vale para cuando se le pide a Dios que «confirme la obra» de las manos. Detrás de todas estas peticiones, hay, por tanto, un conflicto en el que están implicados los trabajadores y los que explotan la fuerza del trabajo. Es un tema muy importante en el libro del Qohélet (Eclesiastés) y que también se pone aquí de manifiesto.

Dios se presenta desde diversas perspectivas. Una de ellas, que tiene un aspecto inquietante, lo considera como el Dios que castiga los pecados, que derrama su ira sobre las personas (7-9). Pero también tiene rasgos positivos: Dios ha sido refugio permanente para el pueblo (1b), pues nunca ha dejado de ser el aliado fiel; es la madre que engendra toda la creación (2). Es el ser eterno que, cuando se le invoca muestra compasión por sus siervos (13); es aquel que, por la mañana, sacia al pueblo con su amor, permitiendo que viva con alegría todo el día (14); quiere que el ser humano disfrute del trabajo de sus propias manos; Dios es quien da a las personas un corazón sensato para que puedan descubrir la sabiduría de la vida...

Jesús puso de manifiesto que Dios no quiere la muerte, sino la vida. Fue refugio de todos los que le dirigieron sus clamores; tuvo compasión de todos; denunció las explotaciones, sobre todo, las realizadas en nombre de la fe y de la religión (Mc 12; Mt 23). Mostró que Dios es Padre y que cuida con cariño de todas las criaturas que creó, sobre todo, del ser humano (Mt 6,25-34; 10,29-31).

El 89 es un salmo para rezar ante la fragilidad y la caducidad de la vida; cuando buscamos el sentido de la vida y los valores auténticos; cuando contemplamos la explotación que existe en el mundo del trabajo; cuando sentimos el peso de los pecados, de la edad...

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 9,43b-45 . Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos 

Mientras todos estaban admirados de las cosas que hacía, Jesús vuelve a revelar a sus discípulos la cruz que le espera. El contraste es estridente: lo que debe importarles a los discípulos no es la gloria del Maestro, sino que «el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (v. 44). Esto es lo que debemos comprender, so pena de no entender en absoluto la identidad de Jesús y la verdad de su revelación. Comprender la cruz significa comprender el lado más luminoso, nuevo e imprevisible del rostro de Dios revelado por Jesús. No está en juego un aspecto particular, sino el centro.

Con todo, los discípulos «no entendían» (v. 45a). La soledad de Jesús es completa. Ni siquiera sus más íntimos están en condiciones de compartir el lado más profundo de su circunstancia. Su «novedad» escapa a todos. No entendían —dice Lucas— porque sus palabras estaban como cubiertas por un velo que les impidiera captar su sentido (cf. v. 45b). Las comprenderán después, a la luz de los acontecimientos y al recorrer ellos mismos el camino del Maestro. Pero no comprendían tampoco porque tenían miedo de preguntarle sobre ello (cf. v. 45c). Lo que entrevén les produce espanto. El destino del discípulo no puede ser separado del destino de su Maestro: eso precisamente era lo que intuían. Y se quedaron turbados.

La brevedad de la vida y la perspectiva de los días tristes ni pueden ni deben suprimir la apreciación positiva de las pequeñas y de las grandes alegrías, que han de ser acogidas con reconocimiento y acción de gracias. Y es que se encuentra aquí en juego el carácter plausible de nuestra fe. El desafío que supone el neopaganismo se juega de hecho también en la cuestión de la «felicidad»: ¿cómo se es más «feliz», con la fe o sin la fe? ¿Cómo se está en mejores condiciones para apreciar la creación, con la mirada dirigida al Creador o con la mirada dirigida exclusivamente a las criaturas? Y aún: ¿existe de verdad «el bienestar de la fe»? ¿Está destinado el cristiano a ser un eterno llorón y un aguafiestas o está llamado a difundir la Buena Noticia, la alegría de sentir- se envuelto, acogido y amado por el Misterio adorable que nos rodea?

De la capacidad de alegría que el cristiano sea capaz de difundir depende también la aceptación del Evangelio por parte de la gente que nos rodea, seducida por otros mensajes. Pero eso incluye una relación correcta con las criaturas, la capacidad de gozar de todas las cosas bellas que nos han sido dadas como don, de vivir con el ánimo alegre, agradecido, exultante, alabando al Creador de tantas cosas bellas. Incluye la madurez de la fe, que ni idolatra ni teme a las criaturas, compañeras de nuestro viaje hacia la plenitud.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 9,43b-45, para nuestros Mayores. Les daba miedo preguntarle.
El escándalo de la cruz. La popularidad de Jesús ha llegado a su culmen con la curación del joven epiléptico. Los de su grupo se frotan las manos satisfechos: “Ahora el Mesías empieza a abrirse camino para cumplir la misión liberadora del pueblo”. Cuando Pedro, en nombre del grupo, le había confesado “el Mesías de Dios”, Jesús les había advertido: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos…

(Lc 9,22). Pero el éxito de Jesús les confirma en su idea fija de un Mesías poderoso que se impondrá por el poder con el que Dios le ha revestido. Por eso, cuando reina la “admiración general” hacia él y ellos están ebrios de vanas esperanzas, Jesús les vuelve a repetir enfáticamente: “Meteos bien esto en la cabeza: Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres”. “Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntar sobre el asunto”. No querían abandonar sus sueños triunfalistas. Por eso no quieren preguntarle.

A los hombres de todos los tiempos nos resulta difícil entender “el escándalo de la cruz”. Ni a los judíos ni a los paganos les cabe en la cabeza. “Para los paganos Jesús crucificado, un dios crucificado, era una locura, un absurdo. ¿Qué dios es ése, al que los hombres pueden ejecutar en una cruz? ¿Qué poder tiene? Para los judíos, Jesús crucificado es un “escándalo”, una blasfemia; decir que su Mesías, el que había de venir a liberarlos y convertirlos en nación hegemónica, iba a morir o había muerto en una cruz significaba un insulto contra Dios, era proclamar que habría fracasado ante los poderes del mal. ¿Cómo iba a liberarlos un ejecutado en una cruz, considerado como “maldito” por los teólogos y las autoridades del pueblo de Dios? (1 Co 1,23). Por eso había cristianos que sentían vergüenza de presentarse como seguidores de un Crucificado. Frente a ellos, Pablo testifica que él es su única gloria” (Gá 6,14).

Resistencias a la verdadera fecundidad. Es interesante la observación de Lucas: Los discípulos, imbuidos de la mentalidad religiosa de su tiempo, no entienden el lenguaje de Jesús; las palabras de Jesús les siembran la duda; pero ellos vuelven la cabeza hacia otra parte. No quieren saber. Ésta es la gran tentación de todo hombre; es la actitud que adoptaron los escribas y fariseos, y también Pablo en un principio. En el caso de éste, la conducta de los discípulos de Jesús y la muerte de Esteban levantan sospechas en su mente; pero el temor a las consecuencias de la conversión, a los posibles conflictos, hace que se cierre en banda y “dé coces contra el aguijón de la verdad”; hasta que, al fin, no puede soportar más el aguijón de la conciencia, y se rinde, aunque ve ya a sus pies la sombra de la cruz” (Hch 26,14).

Comentábamos este pasaje en un grupo cristiano haciendo referencia al misterio pascual. Una mujer, que apretaba con más fuerza la billetera que el rosario, me dice haciéndose eco de otros familiares: “¿Por qué no nos quedamos con nuestro cristianismo de siempre: con nuestros rezos, rosarios, comuniones y novenas, sin necesidad de complicarnos con estas teorías nuevas, si estábamos tan a gusto como estábamos?”.

Como los apóstoles, tampoco nosotros queremos que se nos desaloje de nuestros sueños, de nuestro cristianismo cómodo, cumplimentero, que nos ofrece recursos para blindarnos frente a la cruz. Lo que ahora nos extraña no es ya la pasión y muerte de Jesús, sino que hemos de reproducir en nosotros el misterio pascual de Jesús, pensar que ha de verificarse en nosotros la muerte del grano de trigo para dar fruto. Como les ocurría a aquellos primeros discípulos de Jesús, con frecuencia “no queremos entender” porque queremos seguir con nuestra “religión burguesa” y no con un “cristianismo de seguimiento”.

El fracaso victorioso. ¡Quién iba a soñar que la gran gesta de la liberación se iba a verificar muriendo el liberador como un vulgar delincuente en la cruz! Ciertamente, los caminos de Dios no son como los nuestros (Is 55,8- 9); los de Dios siguen siendo desconcertantes: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos sabiduría, nosotros predicamos a un Mesías crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1 Co 1,22-23 ); “Dios escogió lo necio, lo débil y lo plebeyo para confundir a los sabios, los fuertes y los nobles” (1 Co 1,27-28); “con sumo gusto presumiré, si acaso, de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo” (2 Co 12,9). Como en el caso de Jesús, remachado a la cruz y en apariencia enteramente inútil, Dios realiza maravillas por medio de aquéllos, a los que la enfermedad o los grilletes de los hombres han aprisionado física o psicológicamente.

Una mujer cristiana, adulta, desplegaba un dinamismo imparable. Estaba comprometida en un movimiento cristiano obrero. Había participado en congresos internacionales. Una compañera, debido a una hemiplejia, quedó paralítica. La primera comenta: “Yo no sería capaz de soportar la inmovilidad”. A los pocos meses se le declara un cáncer de mama. Dos operaciones en poco tiempo; seguidamente se le declara en el otro pecho... Durante dos años y algunos meses queda enteramente inmovilizada, con fuertes dolores. Le pregunto: “¿Creías que ibas a ser capaz de sobrellevar la enfermedad con tanta entereza?”. “Jamás de los jamases”, me responde con alegría. Ante el testimonio de su increíble fortaleza y paz, los vecinos y feligreses comentábamos: “Ha enriquecido más al pueblo de Dios con su enfermedad, que con su actividad apostólica de tantos años”. He aquí los nuevos “cristos” cosidos a la cruz, aparentemente inútiles, pero verdaderos corredentores con él.

Para que el grano de trigo produzca fruto, no tiene otro camino que “morir” en el olvido de sí, sirviendo a los demás y cargando gozosamente con las cruces que la vida, la malicia o el egoísmo de los demás hayan echado sobre nuestros hombros. En ello encontramos también una paz profunda como Pablo: “Desbordo de gozo en toda tribulación” (2 Co 7,4).

Comentario del Santo Evangelio: Lc 16, 19-31, de Joven para Joven. Si no escuchan a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto
En el evangelio de hoy, Jesús narra la parábola del pobre Lázaro, sentado a la puerta del rico Epulón... para darnos a entender que no hay que confiar en lo terreno solamente.

-Palabra del Señor: Maldito aquel que fía en hombre y hace de la carne su apoyo. Esa palabra me parece muy dura, Señor.

¡Siento tanta necesidad de apoyarme en seres humanos, en seres de carne, como dice tu profeta! Sin embargo ese toque de alerta es muy oportuno. Efectivamente: quien se apoya de tal manera en lo "humano" de modo que se aparta de Dios, ése construye su propia desgracia, como el mal rico de la parábola.

Nuestra seguridad verdadera está en ti, Señor. 

-Será como un matorral en la estepa... y no será feliz.

Habitará en lugares áridos y desérticos, en tierra inhabitable.

El desierto es el símbolo de la desgracia, es el lugar maldito donde no es posible desarrollarse, la tierra árida que engendra muerte.

Si no se han visto nunca esas tierras áridas es difícil imaginarlo. El hombre sin Dios es como un desierto, vacío dice el profeta.

Esto nos parece algo demasiado fuerte.

Es difícil imaginar el vacío del hombre sin Dios. Sólo Él lo sabe. Tenemos que aceptar la revelación de Dios mismo, que nos lo dice.

-Bendito sea aquel que pone su esperanza en el Señor, pues no defraudará el Señor su confianza.

Es la contrapartida.

Las fórmulas negativas meditadas hasta aquí, fueron puestas para el mejor realce de ese mensaje positivo.

Efectivamente, Dios quiere la vida, quiere la felicidad, quiere bendición para todos.

-Será como árbol plantado a las orillas del agua, que echa sus raíces hacia la corriente.

No temerá cuando viene el calor y estará verde su follaje.

En año de sequía no se inquieta: continúa dando fruto.

Símbolos de alegría, de solidez, de vida: el árbol a orillas del agua. Encontramos de nuevo aquí el viejo símbolo del «árbol de la vida»; el justo es comparado a un árbol frutal corpulento lleno de frutos sabrosos.

Mi vida, ¿es también así?

«Todo árbol que no produce buenos frutos será cortado y echado al fuego».

El corazón del hombre es astuto y perverso ¿Quién puede conocerlo?

-Yo, el Señor, escruto el corazón y pruebo los riñones...

No hay que hacerse ilusiones.

Nadie se burla de Dios. Nadie lo engaña. Imposible desviarse, ni camuflarse. Ningún maquillaje es eficaz delante de él.

Señor, escruta mi corazón. Descubre lo que en él se esconde: mis pecados, ocultos a los hombres, para perdonármelos... pero también mis buenos deseos, no expresados y demasiado débiles, para que los veas y los refuerces.

La vida de aquí abajo no es el todo del hombre.

-Un hombre rico... vestido de púrpura y lino finísimo... tenía cada día espléndidos banquetes.

Jesús ha visto esto en su tiempo. Se daban ya muchas desigualdades, injusticias... gentes demasiado ricas y gentes demasiado pobres. Este rico puso toda su confianza en lo humano, soIamente: Lo apostó todo a la riqueza, al placer, a lo terrestre. Disfrutar.

Consumir. Sacar provecho.

Un mendigo... yacía a su puerta... cubierto de llagas, deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico... Pero los perros venían y le lamían las llagas.

Es Jesús quien usa estas palabras y hace esta descripción. La misma situación existe siempre. Hay siempre grandes fortunas, gentes que gastan de un modo escandaloso... y a la vez pobres que no tienen lo necesario para vivir humanamente.

Esto es hoy terriblemente irritante, entre pueblos ricos y pueblos pobres. ¡Jesús nos señala con el dedo esta situación! Nos pide que no nos habituemos a ella.

Hay que tener los ojos muy abiertos sobre estas desigualdades. La Cuaresma es el momento de una cuestación mundial "contra el hambre y a favor del desarrollo". Se la suele llamar "colecta de cuaresma".

¡Pero no se trata de una limosna! Sólo es una gota de agua en un inmenso problema, y es de estricta justicia.
-Murió el mendigo y se lo llevaron los ángeles... Murió también el rico y estaba en los tormentos...

Se cambiaron las situaciones. Al pobre se le promete la felicidad; al rico, el castigo. La vida humana no se "juega" totalmente en la tierra.

-Tú recibiste bienes durante tu vida, y Lázaro, al contrario, males. Y así éste es ahora consolado, y tú atormentado.

Jesús expresa aquí la rebelión elemental y muy natural de tantos hombres escarnecidos, aplastados. Esta suerte injusta no durará siempre: Jesús anuncia un día, un porvenir en el que los egoísmos y las opresiones ya no existirán...

No puede decirse que la riqueza sea un mal en sí, para Jesús; pero lleva en sí misma dos riesgos trágicos:

1º La riqueza comporta el riesgo de "cerrar el corazón a Dios". Uno se contenta con la felicidad de esta vida. Se olvida la vida eterna, se olvida de lo que es esencial. 2º La riqueza comporta el riesgo de "cerrar el corazón a los demás". Ya no se ve al pobre tendido delante de nuestra puerta.

Señor, haz que yo vea las cosas que me apartan de ti y que me apartan de mis hermanos.

-Aun cuando uno de los muertos resucitara, no quedarían convencidos.

La puesta en escena final, el choque de la parábola a partir del episodio de los cinco hermanos del hombre rico... es en extremo dramático. Queda reforzada la idea ya expresada al comienzo de la parábola: las más firmes advertencias son impotentes para despertar a los "malos ricos" de sus ilusiones.

El egoísmo de muchos ricos, su seguridad, su irreligiosidad, su cerrazón del corazón... acaban por hacerles "incapaces de leer los signos de Dios". La muerte no les dice nada; ni la resurrección de un muerto llegaría a convencerles. Han perdido el hábito de ver los "signos" que Dios les hace en su vida ordinaria. El hecho de reclamar "signos" es un falso pretexto... Que escuchen la "palabra de Dios", la ordinaria, la que los profetas no cesan de repetir.

¿Qué me dices hoy a mí, por medio de esta parábola? Señor, ¡que ninguna riqueza -material, intelectual, espiritual- cierre mi corazón! Consérvame abierto, disponible... pobre.

El relato nos presenta un episodio donde se puede ver claramente una división de clase, típica en el tiempo de Jesús. Aunque el relato no es histórico, es fácil ver que esta historia-parábola tiene sus raíces en la vida misma del pueblo. El primer personaje que nos presenta el relato es un rico que disfruta de bienes excesivos: comida y vestidos. El segundo, es un pobre sumido en la peor de las miserias. El texto, con lenguaje escatológico, nos presenta el enfrentamiento final de estos dos individuos por separado y en su propia realidad, delante de Dios. No pretende decirnos el Evangelista cómo será el juicio final ya que él como todos los cristianos desconoce el destino final de la historia. Pero sí pretende enseñar a la comunidad a la que se dirige el Evangelio de Lucas cómo tenemos los cristianos que ir dando muestras de una transformación personal.

Jesús vuelve a insistir: es necesario ir construyendo el Reino poniendo aquí y allá sus señales: la eternidad comienza ya, aquí y ahora, en esta realidad. Porque el Reino empieza a acontecer cuando se rompe la barrera del legalismo que castra y no produce vida y se logra vivir la misericordia.

Este relato evangélico pretende formar la conciencia de la primitiva comunidad para una superación de las divisiones de la sociedad, donde el sistema económico favorezca a unos «a costa de» otros. La realidad cristiana, debe ser el testimonio en medio del mundo de que sí es posible un mundo donde todos vivamos como hermanos con la misma dignidad y donde todos compartamos los mismos bienes de la creación. No tenemos que esperar el juicio escatológico de Dios para empezar a cimentar nuestra sociedad con principios de igualdad y justicia...

En varias ocasiones solemnes Juan Pablo II ha insistido en que esta parábola ha de ser aplicada hoy día a las relaciones internacionales entre los países pobres y los países ricos...

Elevación Espiritual para este día.
Sería excesivamente prolijo, y hasta imposible, reunir y narrar todo cuanto el glorioso padre Francisco hizo y enseñó mientras vivió entre nosotros. ¿Quién podrá expresar aquel extraordinario afecto que le arrastraba en todo lo que es de Dios?

¿Quién será capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al contemplar en las criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento. ¡Oh piedad simple! ¡Oh simplicísima piedad!

También ardía en vehemente amor por los gusanillos, porque había leído que se dijo del Salvador: Yo soy gusano y no hombre, y por esto los recogía del camino y los colocaba en lugar seguro para que no los aplastasen con sus pies los transeúntes. ¿Y qué decir de las otras criaturas inferiores, cuando hacía que a las abejas les sirvieran miel o el mejor vino en el invierno para que no perecieran por la inclemencia del frío? Deshacíase en alabanzas, a gloria del Señor, ponderando su laboriosidad, y la excelencia de su ingenio; tanto que, a veces, se pasaba todo un día en la alabanza de éstas y de las demás criaturas.

Como en otro tiempo los tres jóvenes en la hoguera invitaban a todos los elementos a loar y glorificar al Creador del universo, así este hombre, lleno del Espíritu de Dios, no cesaba de glorificar, alabar y bendecir en todos los elementos y criaturas al Creador y Gobernador de todas las cosas.

¿Quién podrá explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? Al instante dirigía el ojo de la consideración a la hermosura de aquella flor que, brotando luminosa en la primavera de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos. Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor, como si gozaran del don de la razón.

Y lo mismo hacía con las mies y las viñas, con las piedras y las selvas, y con todo lo bello de los campos, las aguas de las fuentes, la frondosidad de los huertos, la tierra y el fuego, el aire y el viento, invitándoles con ingenua pureza al amor divino y a una gustosa fidelidad. En fin, a todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas. Y ahora, ¡oh buen Jesús!, a una con los ángeles, te proclama admirable quien, viviendo en la tierra, te predicaba amable a todas las criaturas.

Reflexión Espiritual para el día.
La alegría que experimentamos por nosotros mismos —sin esa perspectiva moralizante que nos es tan familiar— nos la transmite el libro de Qohélet. El autor de este libro intenta unir la filosofía popular griega con la sabiduría judía. Pone en tela de juicio algunos dogmas judíos; por ejemplo, el dogma según el cual «hacer el bien trae siempre fortuna y una larga vida, y hacer el mal lleva al infortunio y a una muerte prematura».

La realidad es diferente. Qohélet nos invita a alegrarnos de la vida y a gozar plenamente de las alegrías del momento. Cuando recibimos alegrías, debemos pensar que es Dios quien nos las envía (9,7-9). Qohélet no está lleno de euforia. Sabe que todo esto no es más que un suspiro de viento, que el ser humano no puede encontrar la paz ni en el éxito ni en la propiedad. Sabe que, pasadas las alegrías, vendrán los tiempos de la tristeza (3,11 ss), pero, cuando Dios nos concede la alegría, debemos acogerla agradecidos y gozar de ella con plena conciencia.

La conciencia de ser pecadores no debe inducirnos sólo a dar vueltas como penitentes que se reprochan constantemente haberlo hecho todo de manera equivocada y no merecer el amor de Dios. Jesús empieza su predicación diciendo: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios» (Mc 1,15). Nos ofrece la plenitud de la vida. Cuando Dios está cerca y cuando nosotros nos encontramos cerca de Dios, entonces nuestra vida se encuentra en orden, se llena de una alegría nueva. Por eso cuenta Lucas en su evangelio que allí donde estaba Jesús reinaba la alegría. Allí donde estaba Jesús no había ni un mísero sentido de penitencia, ni de autodevaluación, ni de autoacusación, sino que se advertía el ofrecimiento de una posibilidad de vida, que la libertad y la alegría podía determinar nuestra vida.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Los disolutos encabezarán la cuerda de cautivos.
Contexto histórico: Los éxitos del rey de Israel, Jeroboan-II, al restablecer las antiguas fronteras del reino davídico (II Rey. 14,25 ss) alimentan el optimismo y orgullo nacional. Bien es verdad que el éxito es coyuntural: el imperio asirio y el reino sirio viven momentos políticos bajos; pero esta decadencia de las grandes potencias permite a Israel vivir momentos de euforia y de prosperidad.

En Samaría, algunos de sus habitantes se enriquecen a costa de los otros, y el lujo aparece por todas partes: se construyen "casas de sillares" (5.11); el mobiliario es de lujo: "os acostáis en lechos de marfil" (6,4) se divierten sin conocimiento (4,1;6,4-6) y sin preocupación alguna. Su fe en Samaría es ciega: su pueblo es la flor y nata del mundo próspero. No prevén ningún peligro posible, y actúan en consecuencia: "Queréis espantar el día funesto aplicando un cetro de violencia" (v.3; cfr.9,10; Is.22,12 ss).

Texto: Los caps. 3-6 de Amós están formados por una serie de breves oráculos contra Israel y que desarrollan la temática del oráculo de amenaza de 2,6 ss. Empiezan todos ellos con las fórmulas: "Escuchad esta palabra...", "Ay de los que...".

En Am. 6,1-7 se describe, con amplitud, la conducta de los dirigentes de Israel (vs.1-6), y acaba con un breve oráculo de condena (v.7).

Con gran ironía, Amós describe en los vv. 4-6 el lujo y goces a los que se entrega esta gente despreocupada: el "arrellanarse en divanes" no sólo es un lujo inaudito en Israel sino que también indica una actitud de apoltronamiento, de "aquí me las den todas", de vivir la vida bien sin abrir los ojos a la realidad.

Tocan el arpa, como David, pero con un fin muy diverso: divertirse; beben en copas que sólo estaban destinadas a uso cúltico (Ex 38. 3; Nm 4. 14). Dedicándose a los placeres de la mesa creen servir a los intereses del pueblo; sólo viven para la fiesta, "... pero no os doléis del desastre de José".

El "pues ahora" del v. 7 introduce el oráculo de condena: la inminencia del juicio divino caerá como jarro de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos. Los que se llamaban flor y nata de los pueblos tendrán el lugar que les corresponde: "encabezarán la cuerda de los deportados" (v. 1b).

Reflexiones: Nuestra postura, como la de esos habitantes de Samaría, se parece muchas veces a la del avestruz: ni nos preocupan los demás ni somos capaces de ver más allá de nuestras narices. Sólo nos interesa la alegría del presente: el nuevo chalet de sillares y pizarra, el mueble muy bien lacado, el último modelo de coche... ¿Y qué otros pasan hambre...? Ni abrimos los ojos. ¿Qué países enteros no tienen nada que llevarse a la boca o que hay millares de niños que lloran amargamente porque el hambre les afecta incluso a sus músculos...? Ni nos enteramos. ¿Que el paro invade Europa...? ¡Que trabajen los muy vagos! Nosotros seguimos arrellanados en confortables divanes, comemos cordero y nos divertimos sin conocimiento.

Ni siquiera nos pasa por la imaginación el que podamos ir a la cabeza de los deportados. Somos la flor y nata de la religiosidad mundial; junto a Polonia somos los países marianos por excelencia; nuestros misioneros recorren el mundo entero... ¡La católica España! Y mientras tanto sus dirigentes continúan apoltronados en sus ideas sin preocuparse del futuro de su pueblo. ¡Si el profeta Amós levantara la cabeza!

Hacia la segunda mitad del reinado de Jeroboan II (784-744), el Reino del Norte. Israel, alcanza una relativa prosperidad política y económica. Las grandes potencias beligerantes de aquellos tiempos, Egipto y Asiria, dejan en paz al pequeño reino de Israel. Aprovechándose de la situación, las clases dirigentes se entregan sin preocupaciones a la "dulce vida", a comer y a beber. Estos políticos de corto alcance, que no ven más allá de su comodidad pasajera y cuya filosofía es la de un hedonismo materialista, no consideran la miseria de los más pobres y ni siquiera se dan cuenta de la catástrofe que se avecina sobre ellos mismos... Su ociosidad y desenfreno socavan los cimientos de la sociedad y son una señal inequívoca de la decadencia moral.

Aunque se alce contra ellos la voz del profeta que grita en Samaría denunciando sus orgías, estos políticos no despertarán hasta que se vean sorprendidos por la ira de Dios. Otro de los males que aquejan a Israel es la paganización de sus costumbres. La clase dominante se acuesta en lechos de marfil y recrea sus sentidos con olores y sonidos como hacían los gentiles. La comparación que se hace con David está llena de ironía. Mientras David, el más glorioso de los reyes de Israel, componía y cantaba sus composiciones delante del Señor y le daba gracias por sus victorias, estos políticos disolutos se adormecen al son de todos los instrumentos musicales hasta que les despierte la derrota y la ruina de su pueblo.

El Reino del Norte estaba formado por las tribus de Efraím y Manasés, en las que se subdividían los descendientes de José. Por lo tanto, "los desastres de José" son aquí las calamidades que padecen los pobres de Israel bajo la opresión y la indiferencia de unos políticos ociosos.

La tremenda realidad del destierro abrirá los ojos a los que ahora no quieren abrir sus oídos a las quejas de los pobres y a la denuncia del profeta. El mismo Dios hablará con hechos tremendos y dará "un corte" a la orgía de los disolutos. Los dirigentes de Israel serán los primeros en ser deportados. Todo esto ocurriría unos treinta años más tarde de la predicación de Amós.

El profeta interviene en el Reino del Norte (Israel) durante el reinado de Jeroboan II. La coyuntura política y económica de este siglo VIII produjo, tanto en el reino de Israel como en el de Judá, una profunda separación entre los ricos, que se aprovecharon al máximo de los acontecimientos, y los pobres, que en estos momentos se ven más desamparados que nunca.

Amós es un hombre del desierto; por esta razón es sumamente sensible a la injusticia social en todas sus formas. El profeta no puede soportar que el lujo de los poderosos (vv. 4-6) insulte descaradamente la miseria de los oprimidos. En nombre de Dios condena sin paliativos el despilfarro, la molicie y la injusticia de los opresores y la seguridad (totalmente falsa) en que creen moverse. Yahvé no puede soportar que su pueblo viva como un advenedizo, y su castigo se ve ya perfilarse en el horizonte (v. 7). Las invectivas del profeta contra la clase poderosa le valdrán la expulsión.

Este mensaje de Amós sigue manteniendo la más lozana actualidad. Su aplicación cobra vigencia en los países donde el bienestar excesivo de los ricos se codea con la miseria de los pobres y es cosa de sobra conocida cómo las naciones muy desarrolladas económicamente continúan explotando a otras en que la indigencia y la necesidad en todos los órdenes está a la orden del día. La advertencia del profeta al pueblo de Dios ya está hecha; para los opresores no hay sitio en este pueblo. +

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